miércoles, 29 de noviembre de 2017
viernes, 14 de julio de 2017
SAN FRANCISCO SOLANO Y EL MARQUESADO DE PRIEGO
A lo
largo de este año Montilla está volcada en recuperar la figura de doña Catalina
Fernández de Córdoba y Enríquez de Luna, II marquesa de Priego, dado que se
cumple el V centenario de la muerte de su padre, don Pedro, el primer marqués
y, en consecuencia, el ascenso al gobierno de la nobiliaria Casa de Aguilar y
Córdoba de esta gran mujer que asentó los cimientos de la actual ciudad que hoy
disfrutamos.
Conocidos
son los esfuerzos de doña Catalina por convertir la pequeña villa medieval que
heredó en 1517 –con su fortaleza y muralla arruinadas– en una urbe moderna y de
espíritu humanístico. Numerosos conventos, hospitales, iglesias y colegios
fueron patrocinados por ella, centros que acogieron a grandes personalidades de
letras y santidad que elevaron la cultura montillana a las altas esferas del
Siglo de Oro hispánico. La pequeña villa se configuraba en capital del
marquesado y su población crecía a la par de su perímetro urbano.
La
vida y gloria de San Francisco Solano transitará inmersa en ese tiempo y
espíritu. No en vano, aparece salpicada de numerosas referencias al marquesado
de Priego que, por otra parte, suelen pasar inadvertidas en las biografías del Apóstol de América.
La familia
de Solano estuvo muy ligada a palacio. Su padre, Mateo Sánchez Solano, fue en
dos ocasiones Alcalde Ordinario, cargo otorgado por la marquesa. De igual modo,
su madre, Ana Ximénez Hidalgo, estuvo entregada durante largos años a la
educación de los hijos de la III marquesa, también llamada Catalina, nieta de
la anterior, que había casado con su tío paterno, Alonso Fernández de Córdoba y
Figueroa, I marqués de Villafranca.
A
sus veinte años, Francisco Solano ingresa en el noviciado del convento de San
Lorenzo en abril de 1569 año en que muere la II marquesa de Priego,
casualmente, el día 14 de julio. El joven fray Solano participó en su
multitudinario funeral, al igual que toda la comunidad franciscana de Montilla,
aún sin imaginar que esa misma fecha será la elegida por la providencia para su
justa hora suprema.
La
fama ascética y taumatúrgica del seráfico Francisco Solano le granjeará la
estima de los nobles montillanos. Tal fue el caso que la III marquesa de
Priego, Catalina “la joven”, que en su temprana partida (1574) fue amortajada
con un sayal del propio fray Solano.
Y
así, son inagotables los testimonios que a lo largo de los siglos ha dado la
noble Casa de Priego y Feria en pro del santo astro de la Hispanidad. Fomento
de su proceso de canonización, construcción de templos e iconos en su honor, impresión
de hagiografías, dotación de cultos, etc. Sin olvidar aquel histórico momento
en el cual Luis Ignacio Fernández de Córdoba, VI marqués, acompañado de toda su
familia y séquito le votaba por patrono de Montilla y de todo su Estado feudal
en 1647, sólo treinta y siete años después de morir en Lima (Perú) en olor de
santidad.
viernes, 7 de julio de 2017
EL FRANCISCANO MIGUEL DE AGUILAR (1655-1729), BREVE SEMBLANZA DE UN ESCRITOR MONTILLANO.
El pasado año fueron publicadas las Actas del curso y congreso de Franciscanismo celebrados en 2014 y 2015, bajo la dirección y edición del Dr. Manuel Peláez del Rosal, presidente de la Asociación Hispánica de Estudios Franciscanos.
En el primero de ellos, presentamos una comunicación con el propósito de aproximarnos a la vida y obra de un paisano desconocido, el seráfico fray Miguel de Aguilar –teólogo, profesor, biblista y prestigioso predicador– de quien traemos hasta estas páginas una breve semblanza con el fin de divulgar su existencia y obra localizada.
A modo de avance biográfico, podemos adelantar una serie de datos y fechas de nuestro personaje y su familia. Miguel nace en Montilla en 1655, siendo el primogénito de Alonso Pérez de Aguilar y Antonia de Robles, quienes celebraron su bautizo en la Parroquia de Santiago el miércoles 13 de octubre de aquel año(1), para el que fue su padrino Don Ramiro de Barnuevo, caballero del hábito de Santiago(2). El joven matrimonio había verificado sus esponsales el 25 de noviembre de 1654 en el mismo templo(3).
La familia Pérez de Aguilar y Robles creció con tres hijos más: Alonso, Luis y María. Vecinos en la calle Horno Nuevo (en la actualidad c/ Médico Cabello), desde la cuna la prole gozó de un ambiente religioso muy cercano, pues el padre tenía dos hermanos clérigos, y uno de ellos, Fray Lorenzo, ocupó el priorato del convento de San Agustín de Montilla.
Poco sabemos de la infancia y juventud de Miguel, que no hubo de ser muy dispar a la de la mayoría de sus contemporáneos. Probablemente recibiera su educación primaria en el Colegio de los Jesuitas, para después pasar al Colegio de Córdoba. De vuelta en Montilla, percibiría la llamada de Francisco de Asís, cuyo sayal tomará en el noviciado del convento observante de su tierra natal.
Es muy posible que influyeran en tal decisión dos acontecimientos cardinales en la vida del joven Miguel. El primero, familiar, cuando en febrero de 1673 muere repentinamente Dª Antonia de Robles. El segundo toca al ámbito espiritual, ya que el 25 de enero de 1675 el pontífice Clemente X beatifica al venerable Fray Francisco Solano, momento muy esperado y festejado en Montilla.
Ese mismo año Miguel cumple los veinte años, edad en que ya se podía ingresar en el noviciado. Los montillanos celebran por todo lo alto el ascenso a los altares de su paisano misionero, a quien los Marqueses de Priego ya habían votado protector de la ciudad y de todo el señorío el 14 de marzo de 1647, voto que es ratificado once días después por el cabildo municipal(4). Las autoridades locales volvieron a invocar la protección de Solano en el cabildo de 13 de enero de 1681, una vez beatificado y por indicación de los Marqueses de Priego, además de dotarle una fiesta anual en su honor(5).
Es más que probable que en este período Fray Miguel de Aguilar se encontrase en el convento montillano ya profeso, completando su formación teológica, para luego culminar sus estudios mayores hasta alcanzar el ministerio sacerdotal años después en Sevilla o Granada.
En febrero de 1682 su padre, ahora llamado Alonso Pérez Navarro, decide ordenar sus últimas voluntades bajo testamento. Después de entregar su alma a Dios, su cuerpo a la sepultura familiar de la iglesia conventual de San Agustín y enviar las limosnas oportunas a sus devociones y obras pías, recoge una serie de cláusulas donde especifica cómo destinar y repartir su herencia.
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Portada del Enchiridion Predicable, una obra de apoyo al teólogo para el estudio de la Biblia. Fue la primera obra escrita por Fr. Miguel de Aguilar, publicada en 1706. |
A través de la escritura notarial es posible seguir la pista a los hijos del viudo Alonso, quien estipula y declara que “tengo por mis hijos legítimos a fray Miguel de Aguilar del orden de mi padre san Francisco de Asís, y a fray Luis de Aguilar del Orden del Sr. San Agustín los quales son religiosos profesos y al tiempo de sus profesiones renunciaron en mí sus legítimas paterna y materna por lo qual no son ya interesados a mis bienes y hacienda”(6). El testador no indica el lugar de residencia de sus hijos, lo que manifiesta que eran moradores en los conventos de su ciudad natal(7).
Por tanto, los herederos de sus bienes serán sus hijos “D. Alonso de Aguilar, que está sirviendo a Su Majestad en el ducado de Milán” y su hermana Doña María de Aguilar, a la que encomienda la parte de su hermano ausente hasta “que el susodicho vuelva a estos reinos la dicha su hermana tenga en su propiedad los bienes que le tocaren de la dicha mi hacienda”(8).
Poco más sabemos de Fr. Miguel de Aguilar hasta 1704. El 25 de octubre de aquel año tiene lugar en Córdoba el capítulo de la Orden, donde Fr. Miguel ya es Lector Jubilado y resulta elegido Definidor de la provincia franciscana de Granada(9). Como tal, adquiere gran fama de teólogo y predicador apostólico, lo que le hace viajar por el extenso territorio andaluz.
Por la publicación de sus escritos y sermones, sabemos que en 1706 se halla en Alcalá la Real, al año siguiente en Alcaudete y dos años después está de nuevo en Córdoba.
Nuevamente lo hallamos en la ciudad de Acisclo y Victoria, donde asiste al capítulo provincial de 1711, del cual saldrá elegido para ocupar el cargo de Provincial, cuyo mandato no estuvo exento de discordia y dificultades(10). Durante los tres años que está al frente del privincialato Fr. Miguel de Aguilar impulsa la reforma de los conventos de Baena “cuya mayor parte fabricó de nuevo” y de Priego.
Tras un paréntesis de tres años que Fr. Miguel pasa a predicar en la provincia la Provincia franciscana de los Ángeles (que ocupaba la vega del Guadalquivir y parte norte de los territorios de Córdoba, Sevilla, así como se adentraba en Extremadura y algunas poblaciones de Castilla), en el trienio posterior nuevamente resulta elegido Custodio de la Provincia de Granada, cuyo capítulo fue celebrado el día 23 de octubre de 1717 en el convento de San Esteban de Priego(11).
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Portada de Luz Seraphica, libro de obligada lectura para los miembros del Venerable Orden Tercera. Vio la luz en 1709. |
Desde su vuelta, Fr. Miguel de Aguilar situó su residencia definitiva en el convento de San Esteban de Priego, donde pasará el resto de sus días hasta que fallece sobre el mes de junio de 1729, cuando la Orden Franciscana celebraba su Capítulo General en la ciudad de Milán.
Antes de morir, el ya septuagenario franciscano tuvo el gozo de conocer y festejar la canonización de su paisano y referente espiritual, San Francisco Solano, de quien el cronista de la Orden, Laín y Rojas, dice tras reseñar el óbito de Fr. Miguel: “Por estos tiempos se celebraban con particulares regocijos en la Provincia de Granada las canonizaciones de varios santos de la orden, especialmente de su ilustre hijo San Francisco Solano, natural de Montilla, profeso de aquel mismo convento, maestro de novicios y guardián de San Francisco del Monte, apóstol del Perú canonizado por el señor Benedicto XIII”(12).
APORTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
La obra literaria de Fr. Miguel de Aguilar –localizada hasta la fecha– es meramente de materia religiosa. Hemos hallado cuatro obras, todas impresas en la primera década del siglo XVIII. Su notoriedad como eminente teólogo le llevó a escribir un manual complementario para el estudio de la Sagrada Escritura y un compendio de la historia, reglas, observaciones e indulgencias para el ejercicio de los miembros del Venerable Orden Tercero. Además, dada su fama de gran predicador, sus fervorosos seguidores patrocinaron la edición de dos sermones, lo que nos hace prever que fueran más las obras de este tipo llevadas a la imprenta.
En 1706 ve la luz la primera de ellas, bajo el título de Enchiridion Predicable, un manual destinado a los teólogos, que complementa y ayuda al mejor conocimiento y estudio de la Biblia. El libro, del que sólo conocemos una edición, fue estampado en la Imprenta de su Ilustrísima, de Alcalá la Real, por Francisco de Ochoa en 1706, a expensas Gonzalo Antonio de Padilla Pacheco Guardiola y Solís, Caballero de la Orden de Calatrava. Comprende un total de 224 páginas en octavo(13).
En 1707 Fr. Miguel de Aguilar predica en el convento de Santa Clara de Alcaudete, de cuyas lecciones hemos localizado dos sermones impresos. El primero de ellos tiene lugar el día 25 de marzo, viernes de cuaresma, como indica el título del opúsculo de 32 páginas que carece de pie de imprenta, aunque la Aprobación Eclesiástica fue dada en Alcalá la Real(14). Su contenido versa sobre la actualidad del momento histórico, donde el franciscano proclama una abierta defensa a favor de la causa de Felipe V, cuyo reinado comenzó con la Guerra de Sucesión (1701-1715).
Unos meses después vuelve a subir al púlpito del convento de las clarisas con ocasión de declamar la acción de gracias que la villa de Alcaudete ofreció a San Francisco de Asís por el natalicio del príncipe Luis I de España, primogénito de Felipe V, manifestando una vez más su adhesión a la causa borbónica en plena guerra. El panegírico, de 24 páginas, fue estampado en Córdoba en la imprenta episcopal por los tipógrafos Diego de Valverde y Leyva, y Acisclo Cortés de Rivera(15).
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Sermón predicado por Fr. Miguel de Aguilar en la villa de Alcaudete, que fue impreso en 1707. |
Por último, en 1709 aparece la obra más conocida de Fr. Miguel de Aguilar(16), cuyo título resume su contenido: Luz seraphica: breve compendio del venerable Orden Tercero de Penitencia de N. Seraphico P. S. Francisco y de sus principales indulgencias, siendo auspiciada por el licenciado Gregorio de Leyva y Martos, sacerdote de Alcaudete miembro de la Orden Tercera. Y, aunque carece de pie de imprenta, su publicación está aprobada por el Ordinario de Córdoba, lo que induce a algunos bibliógrafos a señalar como su lugar de impresión(17).
A MODO DE CONCLUSIÓN
A través de esta breve aportación, que se puede consultar en su versión completa en las Actas del Congreso El Franciscanismo: Identidad y Poder(18), podemos percibir un capítulo más del esplendor cultural montillano emergido durante los siglos barrocos. Pues, como es sabido, desde el siglo XVI existió en nuestra ciudad un sustrato intelectual que dedicó parte de su vida a plasmar sobre el papel los amplios conocimientos de la materia que dominaron, entre los cabe citar a San Juan de Ávila, San Alonso de Orozco, el Inca Garcilaso de la Vega, o los jesuitas Martín de Roa y Alonso Rodríguez.
A este elenco de famosos escritores que proyectaron el nombre de Montilla gracias a su relevancia y prestigio social hay que sumar otros tantos que subyacen bajo el título de sus obras literarias, olvidadas en los fondos antiguos de las bibliotecas y superadas por la evolución del pensamiento, pero no debemos olvidar que fueron muy empleadas en su época. Tal fue el caso del protagonista de este estudio, un fraile mendicante, seguidor de las huellas de Francisco de Asís, teólogo, profesor, biblista y predicador de prestigio que ocupó los máximos grados del solar franciscano andaluz y elevó su oratoria en incontables púlpitos de nuestra región, como demuestra el interés por editar sus panegíricos.
Del mismo modo, sus obras fueron muy utilizadas en aulas de seminarios y universidades como fuera el caso del Enchiridion predicable, un manual de apoyo al estudio de la Biblia –el libro más publicado de la historia– que en el Siglo de Oro era exclusivo de grandes teólogos. Tampoco hemos de olvidar su Luz Seraphica, un volumen de lectura obligada para los miembros de la Orden Tercera, una de las entidades religiosas de carácter laico más propagadas del orbe católico, ya que fue instaurada en la práctica totalidad de los conventos franciscanos masculinos y femeninos e incluso integrada dentro otros grupos como hermandades y cofradías. Esta obra sirvió posteriormente de base a otros autores que la ampliaron e incluso la llegaron a publicar con el mismo título dado por el fraile montillano.
De su vasta erudición han llegado hasta nosotros las cuatro obras impresas que hemos tratado, lo que nos hace pensar en la probable existencia de impresiones de más obras morales de características similares a los sermones hallados. Por ello, no debemos de dejar de profundizar en la vida y obra de hombres como Miguel de Aguilar si queremos en el futuro conocer algo más y mejor nuestro pasado y sus protagonistas.
(1) Por la fecha de su bautismo intuimos que el día de su nacimiento pudo ser el 29 de septiembre, festividad de San Miguel arcángel.
(2) Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro 23 de bautismos, f. 333.
(3) APSM. Libro 6 de desposorios (pequeño), f. 16. Ítem: Libro 8 de velaciones y desposorios, f. 85.
(4)Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Actas Capitulares, Libro 14, f. 67 v.
(5)DE CASTRO PEÑA, I.: La Orden Franciscana y San Francisco Solano en la documentación del Archivo Municipal de Montilla, págs. 55-71. En: “XVI Curso de Verano El Franciscanismo en Andalucía. San Francisco Solano en la Historia, Arte y Literatura de España y América”. Córdoba, 2011.
(6) Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Escribanía 3ª. Leg. 464, f. 91. Véase ítem: APSM. Libro nº 23 de testamentarías, f. 318.
(7) Esta deducción podemos confirmarla en su hijo Fr. Luis, morador del convento de San Agustín de Montilla, donde predica uno de los días del solemne Octavario celebrado con motivo de la colocación de la imagen de Jesús Nazareno en su nueva capilla de la iglesia agustina, en enero de 1689. Biblioteca Nacional de España (BNE). Sig. R/34986/1.
(8) Ibíd.
(9) LAÍN Y ROJAS, S.: Historia de la Provincia de Granada de los frailes menores de N.P.S. Francisco, pág. 460. Martos, 2011.
(10) Ibídem, pág. 462.
(11) Ibíd., p. 476.
(12) Ibíd., p. 486.
(13) Los ejemplares que hemos manejado se hallan en la Biblioteca Diocesana de Córdoba, con las signaturas: R18/10732 y R18/12695.
(14) Sermon (dia veinte y cinco de marzo) tres de los seis, que en las seis tardes de los Vierness [sic] de la Quaresma de este presente Año de 1707 /predico (tomando por temas las cartas, que el Evangelista S. Juan escribiò à los Obispos de el Asia) en el Convento de Santa Clara de la Villa de Alcaudete... P.F. Miguel de Aguilar... sacale a luz Don Miguel Gonzalez de Lara. [s.n., s.a.]. 32 p. ; 4º. Biblioteca Provincial de Cádiz. Sig: Folletos CXXVII-32.
(15) Sermon de accion de gracias a N.S.P.S. Francisco por el natal del serenissimo principe de las Asturias Luis Primero de España en la especial fiesta que a esse fin hicieron sus tres órdenes de la villa de Alcaudete en el Convento de la Gloriosa V.S. Clara de dicha villa / lo saca a luz ... Diego Sanchez Esteban de Leon ... ; predicolo el R.P. fr. Miguel de Aguilar ... de N.S.P.S. Francisco. Impresso en Cordova : en la Imprenta de Dign. Episc., por Diego de Valverde y Leyva y Acisclo Cortés de Ribera, [s.a.]. [6], 18 p. 4º. Biblioteca del Convento de los Padres Capuchinos de Antequera (Málaga), Sig. 4101 (2).
(16) Este volumen es el único de los escritos por Fr. Miguel de Aguilar que aparece en la bibliografía del siglo XX: VALDENEBRO, n. 310. / RAMÍREZ DE ARELLANO, nº 8 – II [Copia la referencia de Valdenebro, aunque toma equivocadamente la fecha]. / PALAU, n. 3624.
(17) Para este trabajo hemos consultado dos ejemplares que existen en la Biblioteca Provincial de Córdoba (Fondo Antiguo, Sig. 13-34 y 14-24), procedentes del convento franciscano de San Lorenzo de Montilla, así como un ejemplar en la Biblioteca Diocesana de Córdoba (Sig. R-18/11572), procedente del Colegio de la Compañía de Jesús de Montilla.
(18) JIMÉNEZ BARRANCO, A.L.: “El franciscano Miguel de Aguilar (1655-1729), semblanza biográfica de un predicador y escritor montillano”. En: El Franciscanismo: Identidad y Poder. Córdoba, 2016; págs. 559-567.
martes, 4 de abril de 2017
EL MARQUÉS DE MONTALBÁN, HERMANO MAYOR DE LA COFRADÍA DE LA VERA CRUZ*
Los archivos nunca dejarán de sorprendernos. Decimos esto
porque ellos son los guardianes de la historia, sin interpretaciones
coyunturales ni barnices teñidos; máxime cuando se da el caso de la cofradía de
la Vera Cruz montillana que apenas conserva fuentes documentales directas
(reglas, inventarios, libros de cabildo, cuentas, etc.), dado que estuvo
inactiva en algunos periodos, además de su mudanza de sede canónica en 1809, por
orden episcopal.
El hecho de no contar a día de hoy con la documentación
producida por la cofradía en tiempos pasados nos limita su conocimiento y evolución
interna, sus pormenores, su anual devenir y la coexistencia e integración
social que mantuvo en la Montilla señorial de la modernidad. Para llenar este
vacío histórico sólo nos queda utilizar las noticias que proporcionan los
archivos públicos y eclesiásticos que, si bien no guardan la intimidad y
regularidad de lo particular, conservan numerosas referencias que nos permiten reconstruir
–de algún modo– las actividades de la cofradía donde se requería la
intervención de la autoridad diocesana o la validación legal de la «fe pública».
Por ello, los archivos de protocolos son un venero inagotable
de noticias dormidas entre los legajos notariales donde se registraron contratos,
compras, ventas, convenios, donaciones, mandas, fundaciones de obras pías, etcétera,
en los que la cofradía actúa como una de las partes.
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Detalle de la escritura notarial donde el mayordomo de la Vera Cruz alude al Marqués de Montalbán como hermano mayor de la cofradía penitencial. |
Tal es el caso que traemos hoy hasta estas páginas, pues se
trata de una escritura de venta otorgada por la cofradía de la Vera Cruz a
favor de Francisco Martín Márquez, en 1661. Por suerte para nosotros, dicha
escritura contiene anexado el expediente informativo que reúne todos los
trámites que la cofradía hubo de salvar para conseguir su objetivo, lo cual
multiplica la información ofrecida en el expediente, un recorrido procesal que
va desde el consentimiento por parte de la autoridad religiosa hasta los
agentes que intervinieron.
Por lo que se desprende del citado instrumento, la corporación
de la Vera Cruz tenía “entre sus bienes suyos propios dos olivares que el uno
está en el pago de el Cuadrado linde con olivares de el licenciado Ignacio de
Carmona y tierras del Lcdo. Diego de Ayala que tiene treinta olivos, y el otro
a la parte del navazo de Juan Zapatero lindo con olivar de Lázaro Martín
Hidalgo y de olivares del Lcdo. Bartolomé del Baño que tiene sesenta pies”[1],
los cuales anduvieron en manos de varios arrendadores que los descuidaron hasta
convertirlos en improductivos. Ante tal situación, los cofrades acordaron
desprenderse de ellos y solicitar a la autoridad diocesana su venta a censo
(una modalidad de transacción parecida al préstamo hipotecario actual), fórmula
con la que aspiraban a lograr rentas más fiables y tener menos quebraderos de
cabeza.
Toda la gestión del proceso recaerá en la figura del
mayordomo (gerente) de la cofradía, que en ese período es José de Montemayor
Rico “Familiar del Santo Oficio y vecino de esta ciudad”. Cuál es nuestra sorpresa,
cuando leemos una petición ológrafa y fechada en 31 de enero de 1661 en la que
solicita al obispo de Córdoba “en nombre de su Excª el Sr. Marqués de Montalbán
mi señor hermano mayor de dicha cofradía y por los demás cofrades de ella”[2]
la debida autorización para enajenar los citados olivares.
La solicitud continuó su cauce y en el resto del expediente
ya sólo aparece el mayordomo como representante de la cofradía. Fue recibida la
instancia en palacio por el Vicario General, Carlos Muñoz de Castilblanque,
quien requirió la opinión del Rector de la Parroquia de Santiago, Melchor de
los Reyes Flores, el cual secundaba las intenciones de los cofrades de la Vera
Cruz.
A la sazón, el Vicario General designó “Juez comisionado” al
Rector montillano para garantizar la transparencia del proceso. El primer
paso fue tomar declaración a cuatro
testigos, dos clérigos y dos seglares[3],
presentados por la cofradía para confirmar la propiedad, linderos y estado en
que se encontraban sendos olivares. Una vez obtenidos los testimonios, el
Rector emitió un informe favorable sobre la oportuna venta de los bienes
rústicos.
Cinco días después, el Vicario General dio licencia para
iniciar el proceso de venta en almoneda pública, mediante pregón en la plaza
mayor. A partir del día 22 de febrero, el pregonero local Bartolomé Morquecho a
diario hacía pública la oferta hasta en cuarenta y nueve ocasiones, durante las
cuales pujaron cuatro interesados. Finalmente, el remate tuvo lugar el día 18
de abril, fecha en la que el citado Francisco Martín Márquez elevó la postura a
650 reales, adjudicándose la adquisición de los olivares.
La venta a censo fue registrada el día 24 de abril de aquel
año, ante el escribano público Marcos Ortiz Navarro. En el acta notarial se
recopilaron las condiciones propias de este tipo de contratos redimibles cuyos
pagos eran semestrales, en los días de San Juan Bautista (24 de junio) y
Navidad (25 de diciembre) hasta completar la cantidad acordada en la almoneda.
Pero, ¿quién era el Marqués de Montalbán? Antes de
adentrarnos en la persona que ostentaba el título nobiliario en aquel momento, hemos
de tener en cuenta una serie de premisas
respecto al mismo, a su origen y aplicación.
El marquesado de Montalbán fue un título creado por el rey
Felipe III el 19 de mayo de 1603, a favor de Pedro Fernández de Córdoba y
Figueroa, IV marqués de Priego, para ser usado por los primogénitos o herederos
de la Casa señorial de Priego (al igual que sucede con el Principado de
Asturias en la Corona Española). De este modo el sucesor ostentaba este título hasta
recibir la jefatura de la Casa, generalmente a la muerte de su predecesor.
En 1661 el marquesado de Montalbán recaía en Luis Mauricio Fernández de Córdoba y Figueroa. Era el quinto legatario que lo usaba. Había nacido en el palacio de Montilla el 22 de septiembre de 1650 (festividad de San Mauricio, mártir), fruto del matrimonio contraído entre Luis Ignacio Fernández de Córdoba, VI marqués de Priego, y Mariana Fernández de Córdoba Cardona y Aragón, hija del VII Duque de Sessa; quienes además tuvieron otros nueve retoños, todos nacidos en Montilla y bautizados en la Parroquia de Santiago por el Abad de Rute[4].
Luis Mauricio utilizó el título de marqués de Montalbán hasta
1665, año en que muere su padre; aunque lo mantiene hasta 1679, cuando nace su
primogénito, Manuel Luis, fruto de su matrimonio con Feliche María de la Cerda
y Aragón, hija mayor del VIII duque de Medinaceli.
Feliche
María y Luis Mauricio celebraron sus esponsales en el Palacio Real de Madrid en
1675. A partir de entonces el marquesado de Priego traslada su residencia
habitual a la Villa y Corte española, cuya situación se afianza una vez que
recaen sobre la Casa de Priego los ducados de Medinaceli, Segorbe, Cardona y
Alcalá de los Gazules, entre otros títulos, ante la falta de descendencia por
línea de varón en el apellido de la Cerda[5].
Montilla
pasará de ser la capital del Estado de Priego a una ciudad más de su extenso
patrimonio, donde las competencias feudales en adelante fueron asumidas por sus
subordinados –tales como el Contador mayor de la Casa– que también eran sus
representantes en las ceremonias y actos públicos a los que los nobles tenían
la costumbre de asistir.
Luis
Mauricio fallece en Madrid en 1690, siendo el primero de los titulares del
marquesado de Priego en ser inhumado fuera de Montilla. Ya entrada la centuria
siguiente, en 1711, su hijo Nicolás se convertirá en el X duque de Medinaceli,
reuniendo bajo su persona uno de los señoríos más grandes e influyentes de
Europa. Los herederos de la casa ducal de Medinaceli continuarán la tradición
de usar el título de marqués de Montalbán hasta mediados del siglo XIX.
*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla. Cuaresma de 2017.
NOTAS:
(1) Archivo Notarial de Protocolos de Montilla. Escribanía 2ª. Leg.
260, fols. 409-429.
(2) Ibídem.
(3) Los testigos fueron: El Lcdo. Juan Bautista de Reina Pbro., el Lcdo.
Andrés de Aguilar Granados Pbro., Andrés de Aguilar de Alba y Cristóbal de
Aguilar Granados.
(4) LLAMAS Y
AGUILAR, Miguel de: Árbol real de excelentísimos frutos cuyas ramas se
han extendido por lo mejor del Orbe... siendo el mejor Príncipe Don Luis
Fernández de Córdoba y Figueroa, Marqués VII de Priego, Duque VII de Feria… Biblioteca
Nacional de España. MSS/18126.
(5) FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT, Francisco: Historia genealógica y
heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España. Tomo VI.
Madrid, 1905.
domingo, 26 de marzo de 2017
LA COFRADÍA DE JESÚS NAZARENO EN EL SIGLO XVII. APORTACIONES PARA SU HISTORIA.*
El mes de
marzo del año pasado vio la luz el libro de Actas del V Congreso Nacional de
Cofradías bajo la advocación de Jesús Nazareno, que tuvo lugar en la vecina
población de Puente Genil en febrero de 2014. El volumen ha sido editado por la
Diputación Provincial de Córdoba bajo la dirección académica del Dr. Fermín
Labarga García y la coordinación de D. Alejandro Reina Carmona.
El congreso fue organizado por la
cofradía nazarena pontana bajo el epígrafe: «Camino del Calvario: rito,
ceremonial y devoción. Cofradías de Jesús Nazareno y figuras bíblicas». Durante
la sesión académica fueron presentadas ocho ponencias y una veintena de
comunicaciones. Entre ellas se encuentra la enviada por quien escribe estas
líneas, cuyo título es: La cofradía y
hermandades de Jesús Nazareno de Montilla a través de sus constituciones y
reglas. Siglos XVI – XVIII. De ella, hemos espigado algunos fragmentos
referentes a la evolución que experimentó la cofradía a lo largo del siglo
XVII; no sin antes ocuparnos de sus orígenes, a modo de introducción.
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La popular calle Ancha (c.1913) coronada por la iglesia y convento de San Agustín, donde se erige la cofradía de los nazarenos en 1590, y se levanta la suntuosa capilla de Jesús, entre 1677 y 1689. |
Las raíces de la «cofradía y hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de Montilla» se hunden en una fecha imprecisa del año 1590, como atestigua la documentación de la época. Durante su primera década de vida la cofradía de los nazarenos se organiza, adquiere sus primeras insignias y enseres, y acuerda con los frailes ermitaños de San Agustín su lugar de culto, derechos y deberes con la comunidad, para después ordenar sus primeras constituciones y reglas, que son aprobadas el día 5 de junio de 1598 y rubricadas por el provisor y vicario general Andrés de Rueda Rico(1).
La cofradía
nazarena tiene una gran acogida entre los montillanos. Es la primera
corporación pasionista cuya penitencia no es la flagelación sino imitar a su
titular y, a su semejanza, portar una cruz a cuestas durante la estación de
penitencia que hacen la mañana del Viernes Santo al templo mayor, la Parroquial
de Santiago. Además, la hermandad incorpora una gran novedad en la piedad
popular, pues también será la primera que posea por titular una efigie de
Cristo vivo –lo que causa gran devoción entre los penitentes–, ya que hasta
entonces sólo se habían venerado públicamente imágenes de Cristo crucificado
(Vera Cruz) y yacente (Santo Sepulcro).
Es tal la
pujanza que la cofradía adquiere en sus primeras décadas de vida que decide
solicitar a la Santa Sede la confirmación pontificia de sus Constituciones y
Reglas, gestión que, según el historiador Lucas Jurado de Aguilar, fue
concedida el 25 de octubre de 1621 mediante Bulla
papal expedida por Gregorio XV “en que les concede diferentes indulgencias y
gracias, y en ella se previene que los hermanos que hubiesen de entrar en esta
Cofradía hayan de hacer información de limpieza como se observó muchos
años”(2).
Durante la
segunda mitad del siglo XVII la cofradía se reordena jurídicamente en
hermandades. Este proceso no es exclusivo, ya que también lo hacen el resto de
corporaciones locales. A través del mismo, un grupo de hermanos nazarenos se obligan a desempeñar una función específica
dentro del cortejo procesional del Viernes Santo, asumiendo la organización y
gastos que conlleve. Así, el hermano mayor de la cofradía acepta en nombre de
los oficiales tal compromiso, que se registra ante escribano público, donde se
detallan los derechos y deberes adquiridos por la hermandad (hoy se
llamaría reglamento de régimen interno),
que viene a cumplimentar las Reglas de la Cofradía, que quedan como Estatuto
Marco.
El día 29 de marzo de 1668 el
hermano mayor, Antonio Ruiz Lorenzo, acepta por escritura notarial una
hermandad compuesta por setenta y ocho cofrades nazarenos, que otorgaron “y
dijeron que por cuanto la dicha Cofradía en la procesión que hace viernes santo
por la mañana a donde sale la imagen de Jesús Nazareno en este paso quieren
salir por vía de hermandad todos los días y años de su vida y después sus
descendientes y dar en cada un año sesenta hachas para que vayan alumbrando la
santísima imagen solo por razón de llevarlo en sus hombros y el palio que saca”(3).
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Jesús Nazareno, a su paso por el Coto, en 1934. En aquellos años difíciles fue hermano mayor don Enrique Luque Sarramayor. |
Asimismo, se obligaban por ellos
y sus descendientes “para siempre jamás de sacar en sus hombros la dicha imagen
de Jesús Nazareno y llevar las varas de el palio y dar sesenta hachas de cera
para vayan alumbrando el Santo Cristo y toda la gente que fue necesario para
ello con sus túnicas todo en cada año”, y recogían en cinco capítulos la
organización y puestos en la procesión: “se han de hacer cinco cuadrillas,
nombrando en cada una su cabo y señalando los puestos que ha de llevar cada una
para lo cual se a de echar suertes todos los años”. Los derechos post mortem recibidos para sí y sus
herederos: “si alguno de los hermanos de esta Hermandad muriere los hijos de
los otorgantes o los que sucedieren en su lugar de cada uno han de tener
precisa obligación de dar cada un o dos reales para que se le diga de misas por
el ánima de el tal hermano difunto en esta dicha capilla y por los religiosos
de el dicho convento”. Y los deberes y sanciones: “cualquiera de los hermanos
de esta hermandad que faltare en la procesión de Jesús ha de pagar media libra
de cera para esta hermandad como no tenga causa legítima para ello y este sin
perjuicio que han de pagar prorrata de cera que le tocare de la que hubiere
quemado las dichas sesenta hachas”.
Aparte de sus compromisos en la
procesión del Viernes Santo con el paso de Jesús Nazareno, también se obligaron
a organizar y financiar “todos los años perpetuamente para siempre jamás el día
de la Ascensión de nuestro señor Jesucristo han de celebrar una fiesta en este
dicho convento en la dicha capilla de Jesús por los religiosos del dicho
convento y por ello se les ha de dar la limosna que se ajustare”(4). Por
último, dicha escritura fue enviada a la Autoridad diocesana para su definitiva
aprobación.
Más adelante, el 19 de septiembre
de 1683, «los hermanos de cera» de esta hermandad reformaron el capítulo
segundo de sus constituciones ante el hermano mayor de la cofradía, Pedro José
Guerrero, “ahora reconociendo la estrechez de los tiempos y pobreza de los
dichos hermanos”. El citado apartado trataba de la cuota que los mismos debían
de aportar para sufragar las misas de los hermanos difuntos, y “que por uno y
otro de algunos años a esta parte a encarecido el cumplimiento”, por ello “el
reformar dicha condición como por esta escritura”(5). Así, acordaron junto con
el mayordomo de la hermandad, Juan de Carmona Rubio, relajar dicho cumplimiento
y con las limosnas que se recogieran celebrar cuantas misas alcanzase el
peculio obtenido en fechas cercanas a la festividad de Todos los Santos.
Aunque la efigie titular de la
cofradía era Jesús con la Cruz a cuestas, también gozaba de gran veneración la
cotitular, llamada “Nuestra Señora Madre de Jesús”, que había sido renovada por
la cofradía en 1623, cuya hechura encargaron al artista Pedro Freila de
Guevara, que la ejecutó en su taller de Córdoba(6).
Al igual que los hermanos devotos
del Nazareno, sus análogos de la Virgen Dolorosa se organizaron en hermandades.
Así, el día 1º de marzo de 1671 cincuenta y ocho hermanos concurrieron al
“convento de señor San Agustín desta ciudad, a la puerta de la capilla de Jesús
Nazareno”, donde fueron recibidos por el Hermano Mayor, Pedro Albornoz(7), ante
quien se comprometieron “en aquella mejor vía y forma que mejor haya lugar en
derecho para honra y gloria de Dios nuestro señor fundar una hermandad para el
paso de Nuestra Señora que sale en la procesión de Jesús Nazareno Viernes Santo
por la mañana”(8). En la reunión, redactaron los once capítulos de los que
constan las reglas, nombraron por hermano mayor de la Dolorosa a Bartolomé
Sánchez Raigón y a ocho cabos para las cuadrillas. Además, se obligaron a
portar el paso de María Magdalena.
En 1690, el 26 de marzo se reúnen
ciento veintiún hermanos devotos de la Dolorosa Nazarena junto con el mayordomo
de la cofradía, el Lcdo. D. Pedro de Toro Flores, para normalizar ante
escritura pública una “hermandad de cera de nuestra señora que sale en la
cofradía y procesión de nuestro Redentor Jesús Nazareno el Viernes Santo de la
mañana de cada año” alegando en el texto notarial “no haber escritura ni forma
donde sean obligados a sacar las hachas en forma de hermandad en dicha
procesión ni por donde se les obligue a pagar el renuevo ni haber otro
instrumento más que la devoción que les asiste queriendo para mayor estabilidad
y firmeza de dicha hermandad darle forma por el tenor de la presente”(9), y
para ello se obligaron a sacar cada año cien hachas de cera para alumbrar el
paso de la Virgen y, además, acordaron ciertos derechos que habrían de tener
los hermanos y descendientes que integrasen dicha hermandad, siendo admitidos por
el mayordomo.
Según relata el historiador local
Francisco de Borja Lorenzo, en 13 de mayo de 1694 los componentes de esta
hermandad reunidos en cabildo instituyeron los cultos propios a la imagen de la
Virgen Dolorosa, coincidiendo con la festividad mariana del Patrocinio de
Nuestra Señora, el segundo domingo de noviembre, “con sermón y música”(10).
Todo este insólito fervor
nazareno quedará patentado con la construcción de una nueva capilla en el
convento agustino, gracias al patrocinio de los marqueses de Priego y Duques de
Feria. Para ello, en 1677 hubieron de rebajar la primitiva capilla, de
reducidas dimensiones(11), sobre la que será levantada la actual, que se
concluye e inaugura solemnemente en los primeros días de 1689, en torno a la
festividad de la Epifanía del Señor.
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Portada del opúsculo impreso que recopila los cantos escritos para la inauguración de la capilla nazarena en 1689. (BNE) |
Para tal efeméride, la Casa Ducal
y la Cofradía organizaron una fastuosa Octava predicada por los más grandes
oradores de la diócesis, cuyos panegíricos fueron impresos, al igual que
las coplas escritas ex profeso para
tal solemnidad(12).
La traza barroca de la capilla,
de planta de cruz latina, fue levantada, diseñada y decorada con ricas yeserías
por el maestro hispalense Pedro de Borja (autor asimismo de la iglesia del
Sagrario de la catedral de Sevilla), bajo el patrocinio de Francisco Bernabé
Fernández de Córdoba –precursor de la obra– hermano del VI Marqués de Priego,
Caballero profeso de la Orden de San Juan de Jerusalén (Malta), Maestre de
Campo y Capitán General que fue de varias provincias en Italia y España(13).
Una vez
terminado el edificio nazareno la cofradía se encargó de ornamentarlo. El
retablo mayor fue ejecutado por Cristóbal de Guadix, artista montillano
afincado en Sevilla discípulo de Pedro Roldán, que lo talló en aquella ciudad
entre 1702 y 1703. Los retablos laterales, dedicados a la Virgen Dolorosa y a
San Juan, fueron realizados en nuestra ciudad por Gaspar Lorenzo de los Cobos, el
primero de ellos es contratado el 17 de julio de 1707 donde el entallador “se
obligó de hacer el retablo que la cofradía de Jesús Nazareno sita en la iglesia
del convento del Sr. San Agustín della pretende se haga por el altar de Nuestra
Señora de Jesús que está en su capilla en tiempo de once meses que han de
correr desde primero de agosto que vendrán deste presente año de la data por el
precio de quinientos ducados vellón dándole a dicho retablo ocho varas y media
de alto y de ancho seis menos cuarta comenzando desde el suelo en la
conformidad que le tiene planteado”(14). Posteriormente, ejecutaría el segundo
y los marcos de los lienzos del Apostolado(15), cuyas pinturas fueron adquiridas
en Sevilla. El historiador Lucas Jurado indica que la capilla estaba
completamente adornada en 1718(16).
Aparte de la protección económica
del marquesado de Priego, la cofradía nazarena recibió durante este período
(1675-1730) una serie de donaciones testamentarias y herencias, con las que afrontó
la decoración de la capilla, la posterior construcción del camarín adosado a
ella, el exorno de sus imágenes titulares y, por otra parte, le permitió
ampliar sus rentas anuales a través de la concesión de censos y el
arrendamiento de las fincas rústicas y urbanas que los devotos habían legado a
Jesús Nazareno. Un ámbito –el financiero– que aún está sin estudiar, pero que
merece un trabajo independiente, ya que sin los piadosos donativos recibidos
por la cofradía no se hubieran materializado proyectos tales como la majestuosa
capilla nazarena, que felizmente ha sido restaurada y vuelta al culto en estos
últimos años. Acertada iniciativa que ha recuperado el sanctum sanctorum de la religiosidad popular montillana.
* Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, marzo de 2017.
* Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, marzo de 2017.
NOTAS
(1) Antonio
Luis JIMÉNEZ BARRANCO: Establecimiento y
Regla de la Cofradía y Hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de
Montilla. Montilla, 2008.
(2) Lucas
JURADO DE AGUILAR: Manuscrito histórico-genealógico de Montilla [fotocopia de MS]. Fundación
Biblioteca Manuel Ruiz Luque, de Montilla (FBMRL), MS-298, pp. 41-43.
(3) APNM. Escribanía 1ª. Leg. 90, f. 382.
(4) Ibíd.
(5) APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1052, f. 288.
(6) APNM. Escribanía 4ª. Leg. 627, f. 557.
(7) Según relata dicha escritura notarial, Pedro de
Albornoz había costeado un nuevo manto y falda a la Virgen Dolorosa.
(8) APSM. Escribanía 1ª. Leg. 93, f. 286.
(9)
APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1058, f. 214.
(10) Francisco de Borja LORENZO MUÑOZ: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla.
Año 1779. MS 54. pp. 97-103. FBMRL.
(11) JURADO
DE AGUILAR, op. cit.
(12) Joseph
MARTÍNEZ ESPINOSA DE LOS MONTEROS: Letras
de los villancicos, que se han de cantar en la... Octaua que se celebra en esta
ciudad de Montilla en la colocación de la... Imagen de Jesús Nazareno, en su
nueva capilla, dedicados a los... Señores Don Luis Mauricio Fernández de
Córdoba, y Figueroa... y Doña Felicha de la Cerda Córdoba y Aragón...
Córdoba, 1689. Biblioteca Nacional de España (BNE). Sig. R/34986/1.
(13) JURADO
DE AGUILAR, op. cit.
(14) APNM.
Escribanía 6ª. Leg. 1075, f. 361.
(15) LORENZO
MUÑOZ. Op. cit.
(16) JURADO
DE AGUILAR., p. 42.
lunes, 13 de marzo de 2017
MARÍA DE LA ENCARNACIÓN, LA «LLENA DE GRACIA»*
La última década del siglo XX resultó ser para
la religiosidad popular montillana una verdadera revolución. Nuevas hermandades
introdujeron en nuestra ciudad un soplo de aire fresco en el vetusto mundo
cofrade local, cuyo espejo fue la sin par ciudad de Sevilla. Para muchos todo
era novedoso, porque todo partía de la imaginación de una prole de cofrades
deseosos de estrenar una mayoría de edad que les permitiera dar un nuevo significado
a la añeja Semana Santa de su tierra natal.
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María Stma. de la Encarnación, obra de Antonio Bernal, 1994. |
Aquel insólito fervor hizo recalar en Montilla iniciativas que colmaron el ambiente cuaresmal de cultos y actividades que no tenían precedente. Las cofradías, poco a poco, se iban haciendo de un ajuar sacro cuyo punto de partida era la hechura de las que iban a ser en adelante sus imágenes titulares. Y esta hermandad no pudo elegir mejor, apostando por un joven Antonio Bernal que ya despuntaba en Córdoba.
Otro
de los grandes aciertos que la bisoña corporación tuvo fue la de escuchar los
sabios consejos de sus consiliarios, los sacerdotes Juan Valdés Sancho y
Cristóbal Gómez Garrido, cuya pasión cofrade no podían ocultar.
Comenzaba
la hermandad su andadura en 1993, aunque será en los años siguientes cuando
apuntalen su existencia vital una vez fuese realidad tangible la
veneración a sus «amantísimos» titulares, que vendrían a representar el trance
evangélico en que Cristo muerto es desclavado y descendido de la Cruz, ante la
rota presencia de su madre la Virgen María.
Quien escribe estas
líneas, sin saberlo, se iba a convertir en testigo privilegiado de uno de aquellos
episodios iniciales que se hallarán impresos en la memoria de los hermanos
fundadores. Corrían los días otoñales
de 1994 cuando una tarde me acerqué hasta el hogar de Cristóbal Gómez para
empaparme de su infinita sabiduría. Aquella casa era muchas cosas además de
vivienda familiar: confesionario, consultorio histórico, lugar de encuentro, sede
de tertulias cofrades, etc… pero sobre todo era un hospital sacro, con su
taller-enfermería, donde aquel virtuoso sacerdote sacaba el artista innato que
escondía para restaurar a cuantas obras religiosas arribaban a sus aposentos.
Y como tal, aquel edificio
no podía estar mejor situado en el callejero montillano, pues –como es sabido– configura
la esquina de dos calles que la ciudad dedicó siglos atrás a santos enfermeros,
San Luis de Tolosa y San Juan de Dios. Nada escapa a la providencia divina,
porque aquel refugio de iconos religiosos heridos por el paso del tiempo que
esperaban pacientes ser sanados por las manos de Cristóbal se iba a convertir
en la primera «posada» montillana donde se hospedara la nueva imagen mariana de
la hermandad jesuítica, hasta la llegada del día de su bendición.
Como
era costumbre aquel sacerdote recibía las visitas en una sala que había a la
derecha cuya ventana se abría a la citada calle San Juan de Dios. Allí, nos
hallábamos cuando, echada ya la noche, de repente alguien llama a la puerta. El
sacerdote se encamina hacia el zaguán. Al punto, una voz grave prorrumpió:
–Padre Cristóbal, buenas noches, ya estamos aquí.
Entraron
varios hombres que portaban un cuerpo envuelto en sábanas blancas. Él les
indicó la sala donde habían de colocarlo, una habitación que estaba a mano
izquierda de la entrada, junto a la escalera. Me acerqué para intentar ayudar,
pero pronto me percaté de que no era necesario.
Una
vez retiradas las telas apareció la bella silueta de una Virgen dolorosa. El
rostro de aquellos cofrades lo decía todo, invadía el ambiente de aquella
recoleta estancia la emoción contenida de un júbilo interior que atestiguaban
sus brillosas pupilas. Para romper el silencio, el hermano mayor agradecía al
consiliario su hospitalidad y todos coincidían en la excelencia artística y calidad
humana del autor de la obra.
En
aquel momento comprendí que había llegado a Montilla una nueva interpretación
en la iconografía dolorosa de la Madre de Dios, un soplo de aire fresco que habría
de ser el punto de inflexión en el panorama cofrade de la ciudad. María
Santísima de la Encarnación, una inspirada creación de sublime expresividad
barroca que aquella primera noche atraparía todas las miradas de quienes allí
nos citó la providencia, una imagen «llena de gracia» que estaba llamada a
cautivar los corazones de muchos cristianos. Desde entonces, el mío es uno de
ellos.
* Artículo publicado en la revista Cruz de Guía, marzo 2017.
jueves, 2 de febrero de 2017
LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DEL SOCORRO EN LOS SIGLOS XVI Y XVII*
Una advocación ligada a El Gran Capitán
Cuando nos disponemos a indagar
sobre los orígenes de la advocación mariana del Socorro, debemos trasladarnos
hasta los albores del siglo XIV y, concretamente, a la ciudad italiana de
Palermo, capital de la isla de Sicilia. En este lugar, la propagación de la
devoción por la Virgen
del Socorro se debe a la orden agustiniana, ya que en su convento conservan el
icono más antiguo, de origen bizantino, de la Señora del Socorro.
Pero fue en el medioevo cuando
suceden una serie de hechos milagrosos relacionados con fervorosos devotos del
icono siciliano de la Madre
de Dios. Tras los mismos, la devoción crece vivamente por toda Italia, promovida
por los frailes agustinos, que la trasladan a Nápoles, Roma, Cerdeña, Mallorca,
Valencia y, prácticamente, por todos los conventos que fundan en el reino de
Aragón en los siglos XV y XVI.[1]
Es tal la devoción que los
italianos tienen a la Virgen
del Socorro, que logran transmitírsela al insigne militar montillano Gonzalo
Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, tras llegar a Sicilia en su “socorro”, frustrando
así la inminente invasión francesa de la península itálica. En años sucesivos, El
Gran Capitán dio muestras de patronazgo y veneración hacia esta advocación de la Santísima Virgen.
Pero dentro de la península
ibérica, también se suceden los ejemplos de devoción a esta advocación mariana.
Así, en la villa de Tíjola, situada en la alpujarra almeriense, la patrona es la Virgen del Socorro. Su
historia íntima nos dice que la imagen abogada de la población fue traída desde
tierras napolitanas por El Gran Capitán. Así lo narra un historiador local:
“La tradición nos dice que nuestra Virgen vino de Italia. Era el año de
gracia de 1498. El Reino de Nápoles se vio invadido por las tropas de Carlos
VIII de Francia. En su auxilio, los Reyes de España, D. Fernando Doña Isabel.
Mandaron sus mejores Tercios, a cuyo frente iba un gran Jefe, Gonzalo de
Córdoba. Al final de la histórica campaña, en la que los triunfos españoles se
fueron sucediendo uno tras otro –Nápoles, Ceriñola, Garellano...- donde las
tropas francesas quedaron completamente deshechas, el Gran Capitán, en
conversación sostenida con su Capellán, reconocía que la causa principal de su
plan estratégico fuese un éxito, no era otra que la intersección de la Virgen del Socorro; así
llamada desde entonces, por haberles “socorrido” en todos los campos de
batalla.”[2]
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Monumento a Gonzalo Fernández de Córdoba en Montilla, su tierra natal, erigido en 1959. |
Otro testimonio de la encendida devoción que Gonzalo Fernández de Córdoba tuvo hacia Nuestra Señora del Socorro lo tenemos en la provincia de Córdoba. En los primeros años del siglo XVI, cuando Don Gonzalo volvía de la capital del Reino de una audiencia en la corte, pasó por la villa de Pedroche, donde se estaba construyendo un convento para franciscanos.
“Tuvo
noticia de esta construcción el Gran Capitán, don Gonzalo de Córdoba, y quiso
sufragar todos los gastos de la iglesia del convento, para cumplir cierta
promesa hecha, que se pondría bajo la
advocación de Nuestra Señora del Socorro.
Respecto a tan alto caballero, el pueblo de Pedroche accedió y fue
admitido como fundador, bajo las siguientes condiciones: Que no se enterrase en
la capilla mayor persona alguna que no fuese religioso o noble de nacimiento, y
que quedaba obligado a los reparos y reedificaciones de la iglesia, obligación
que pasaría a sus sucesores. Sobre la puerta de la iglesia de la Virgen del Socorro se hizo
la capilla y fue colocada la imagen. Desde el propio Pedroche se veía con
claridad, pues estaba al descubierto por esta parte, defendida por una reja
sobre la que el Gran Capitán puso sus armas.”[3]
En Montilla, la Orden de San Agustín se
establece en 1520, y la advocación del Socorro estaba ya implantada cuando
llegan los primeros frailes a habitar la primitiva ermita de San Cristóbal, ya
que Nuestra Señora del Socorro recibe culto por esta época en uno de los
lugares más privilegiados de los templos montillanos: en la capilla sacramental
de la Parroquial
de Santiago.
Aunque, hasta el momento, no
hemos podido verificar documentalmente la entronización de la primitiva imagen
de gloria de Nuestra Señora del Socorro en Montilla, es lógico ponderar que pudo
haber sido enviada por Don Gonzalo Fernández de Córdoba, si no establecida por
él mismo en una de sus visitas a la tierra que lo vio nacer.
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Restos del convento franciscano de Ntra. Sra. del Socorro en Pedroche, hoy convertido en cementerio municipal, en cuya entrada se halla el escudo de El Gran Capitán. |
Lo que sí podemos verificar en
este bosquejo histórico, es la antigüedad de la advocación del Socorro en
Montilla. En los primeros textos manuscritos que se conservan en el archivo
parroquial de Santiago, ya aparece establecida la cofradía de Nuestra Señora
del Socorro. Se trata del Libro Segundo de Testamentarías (el Primero está
desaparecido), donde podemos leer cómo el Vicario toma cuenta al Colector de
las misas funerales de los difuntos de las distintas cofradías que “se contaron veinte y tres días del mes de
febrero del año pasado de 1575 hasta el último testamento que es en la plana de
esta otra parte contenido inclusivamente de las misas que tiene recogidas y así
las pagadas como por pagar y así de testamentos como de las cofradías de las
Animas de purgatorio y de la Vera Cruz y
de San Sebastián y de Ntra. Señora del Socorro”[5].
Asimismo, constatamos dicha
antigüedad en el Archivo General del Obispado de Córdoba. En el primer libro de
Visitas Generales que se conserva, podemos leer la primera visita realizada a
Montilla en 1580 por el Provisor del Obispo. En la relación de “Cuentas de
cofradías, ermitas y hospitales” aparece la Cofradía de Nuestra Señora del Socorro.[6]
En agosto de 1580, la imagen de
gloria de la Virgen
del Socorro es tomada para fundar la cofradía de Nuestra Señora del Rosario,
como quedó plasmado en la fundación de la misma por el dominico fray Diego
Núñez del Rosario, quien “erigió y a
erigido e fundado en esta villa en la dicha iglesia la Cofradía devota del Ntra.
Sra. del Rosario e señaló la
Imagen y altar que hasta aquí solía llamarse de Ntra. Sra.
del Socorro que esta a la mano derecha como entramos en el Sagrario de la dicha
iglesia y la nombró de nuevo del apellido y devoción del Rosario”.[7]
![]() |
La antigua imagen de Ntra. Sra. del Sorroco preparada para la estación penitencial de 1945. |
A partir de 1580, los hermanos
comienzan a venerar la imagen, integrándola en la estación de penitencia del
Jueves Santo, donde iba cerrando el cortejo procesional. De su ajuar nos da
buena noticia un inventario fechado en 1617 donde aparecen todos los atuendos
propios de la Madre
de Dios. “Una imagen de Nuestra Señora de
bulto, un vestido grande de brocado verde y naranjado, un manto verde quemado,
una saya de tafetán negro, una ropa de tafetán realzado negro, un manto de
burato, una saya de tafetán de picote de seda tornasolada con molinillos, otra
saya de tafetán amarillo cretado, una ropa de terciopelo negro con pasamanos de
oro, un frontal de damasco ocre y naranjado que se hizo de una saya que dio Dª
María Castro mujer de D. Juan López Banda. En el altar de Nuestra Señora un
frontal carmesí y amarillo, otro negro de tafetán, una cruz grande dorara, otra
cruz verde con fajas de oro alrededor, unas andas doradas de Nuestra Señora,
dos jubones de telilla de Flandes azul, tocas y valonas de Nuestra Señora.”[8]
Como refleja el extracto que
hemos recopilado de este inventario, las pertenencias de la Madre del Socorro eran
considerables. Muchas de ellas habían sido donadas por hermanos y devotos de la Virgen. Estas ofrendas se
hacían generalmente en las testamentarías de los donantes y se conocen sobradas
de ellas, entre las que hemos destacado las mandas que hace Lucía de Aguilar,
viuda de Juan Trapero en su testamento otorgado en 1685: “Mando mi entierro sea en la hermita de la
Santa Vera Cruz de esta ciudad.[…] Al Santo
Cristo Crucificado desta dicha hermita de la
Santa Cruz media libra de cera. […] A la Madre de Dios del Socorro
que está en dicha hermita de la Santa Cruz
una basquiña de ormesí que tengo mía propia.”[9]
A modo de conclusión, podemos
decir que la documentación conservada en los archivos locales delata la
presencia de la advocación de la
Madre de Dios del Socorro en los umbrales del siglo XVI. Son éstos
los que nos revelan los cambios y avatares históricos que sufrió la primera
imagen que se veneró en Montilla, pasando de gloria a dolorosa y quedando
fusionada desde entonces a la
Cofradía de la Santa Vera
Cruz, que le confeccionó altar y patrimonio propio en su desaparecida ermita.
*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla, en marzo de 2006.
*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla, en marzo de 2006.
NOTAS
[1] CARMONA MORENO, F.: Devoción a Nuestra Señora del Socorro en
Mallorca. Actas del I Congreso Nacional “Las Advocaciones Marianas de
Gloria”. Córdoba, 2002. Tomo I, p. 545 – 562.
[2] RODRÍGUEZ CHECA, P.: Tíjola, ayer y hoy, p. 56. Almería, 1982.
[3] OCAÑA TORREJÓN, J.: Historia de la villa de Pedroche y su
comarca, p. 76. Córdoba, 1962. Véase
también: MORAL MANOSALVAS, A.: Pedroche
Monumental, p. 135. Córdoba, 1997.
[4] Archivo Notarial de
Protocolos de Montilla (ANPM). Escribano Jerónimo
Pérez del Campo, f. 449.
[5] Archivo Parroquial de
Santiago de Montilla (APSM). Libro 2º de
testamentarías, f. 273. Año 1583.
[6] NIETO CUMPLIDO, M.: El patrimonio artístico de Montilla en sus
textos (1580 – 1638), p. 189. Montilla: Historia, Arte, Literatura. Baena,
1988.
[7] ANPM. Escribano Juan Díaz de Morales, nª 1ª, Leg. nº 13, fs. 889-896.
[8] APSM. Libro 5º de Visitas Generales, f. 705.
[9] ANPM. Escribano Juan Márquez del Barranco. Leg. 1054, f . 227.
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