viernes, 12 de agosto de 2011

MONTILLA, CIUDAD AVILISTA

Retrato anónimo del Maestro Juan de Ávila
Todo personaje en la historia está identificado con aquel de los lugares donde acontece alguno de los episodios más importantes de su vida. Hay quienes se aferran a la cuna familiar, como también los que son recordados en la ciudad donde desarrollaron sus artes o dejaron los mejores frutos de su producción vital y, del mismo modo, los que están íntimamente unidos a la tierra que los albergó en su retiro y los abrazó en su muerte.

En la conjunción de las dos últimas opciones expuestas, podemos ubicar la dilecta relación de San Juan de Ávila con Montilla. Aquella villa de la diócesis de Córdoba,  repoblada tras la reconquista por colonos llegados principalmente de los reinos de Castilla, León y Navarra, que durante el siglo XVI experimentó un inusitado crecimiento demográfico y cultural bajo el gobierno de Catalina Fernández de Córdoba (1517 – 1569), en el que San Juan de Ávila tiene un papel trascendental, como consejero de la segunda Marquesa de Priego.

En 1535 el presbítero de Almodóvar del Campo se incardina en el Obispado de Córdoba. Hasta ese año, Juan de Ávila ha estudiado Leyes y Teología en las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares respectivamente, urbes intelectuales donde toma contacto con las corrientes reformistas del clero español, que pretenden actualizar el obsoleto modelo eclesiástico medieval. Uno de los defensores de esta alternativa es Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla en 1526, que troca los deseos de Juan de Ávila de pasar a Nueva España y le invita a desplegar el ministerio apostólico y propósito reformador en Andalucía.

Este cambio de rumbo abre una nueva etapa para Juan de Ávila, que predica por las poblaciones de la diócesis hispalense con gran fervor y éxito, hasta tal punto que sus fervientes pláticas despiertan las envidias de algunos de sus coetáneos, que lo denuncian ante el Tribunal de la Inquisición. Procesado y absuelto, durante sus dos años de cautiverio descubre sus aptitudes literarias en la redacción del Audi Filia, uno de los tratados espirituales, dirigido a la vida religiosa, más influyente de la ascética española del Siglo de Oro.

Viajero impenitente, la fama se apodera de su persona y comienza a ser llamado por el pueblo Apóstol de Andalucía. Catequiza sin desmayo por multitud de poblaciones, reside temporalmente en Granada, donde alterna sus estudios superiores de Teología con las exhortaciones públicas, tales como las que escucharon y convirtieron a la vida religiosa al librero Juan de Dios y al noble Francisco de Borja, que a la postre serán canonizados.

Como resultado de su intensa e itinerante labor apostólica por los más recónditos pueblos andaluces emprende un gran proyecto educativo, ayudado de sus discípulos y mecenas. Crea una escuela sacerdotal en Córdoba, como también tres colegios clericales en Granada, Evora, y la ciudad califal. Igualmente, funda una quincena de colegios, tres de estudios superiores, en Baeza, Jerez y Córdoba, y once de primeras letras, en Sevilla, Écija, Beas, Úbeda, Huelma, Cazorla, Andújar, Priego, Jerez, Cádiz y Alcalá de Henares. Hombre de espíritu renacentista, inventa una serie de máquinas hidromecánicas –que patenta ante notario– con las que pretende obtener beneficios económicos para el mantenimiento de sus colegios.

En 1548 tiene sus primeros contactos con la Compañía de Jesús, orden religiosa fundada catorce años antes, que se encuentra en plena expansión con un proyecto misional y modelo pedagógico reformador, de características similares al emprendido por Juan de Ávila en Andalucía. A partir de entonces nace un fuerte vínculo espiritual con los jesuitas, a los cuales quedará unido emocionalmente, hasta tal punto que les entregará sin reservas todos sus centros educativos.

Aliviado ya de sus peregrinajes andaluces, es llamado por los Condes de Feria, para quienes ejerce de director espiritual y consejero, acompañándoles temporalmente por Córdoba, Montilla, Zafra, Constantina y Priego, y coincidiendo con el místico dominico fray Luis de Granada, con el que traba una gran amistad.

En 1552 se sucede la repentina muerte del conde de Feria, Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, hijo de la marquesa de Priego, hecho que vuelve a tornar el destino de Juan de Ávila. Tras permanecer unos meses en Córdoba, se traslada a Montilla donde ubica su definitiva residencia hasta su óbito, acaecido el 10 de mayo de 1569.

Pero antes del fin de sus días, Juan de Ávila vive una etapa de madurez, sosiego y retiro en la tranquila villa de Montilla. Cerca de palacio, en una recoleta casa cedida por la marquesa de Priego, el Padre Maestro encuentra la paz y la luz idóneas para corregir sus escritos de juventud, redactar los Memoriales para el Concilio ecuménico de Trento, y las Advertencias a los diocesanos de Toledo y Granada, como también las Pláticas para los sínodos de Córdoba. Son años de abundante producción literaria, en los que escribe los Comentarios Bíblicos, los Tratados del Amor de Dios y Sobre el sacerdocio, junto a casi un centenar Sermones y otros escritos menores, sin olvidar la traducción de la Imitación de Cristo.

Rúbrica del Maestro Juan de Ávila
Entretanto, recibe innumerables visitantes de todos los estamentos y lugares, que peregrinan hasta su morada montillana en busca de confesión o consejo, a la par que mantiene correspondencia con los personajes más notables de la mística y ascética española: Ignacio de Loyola, Pedro de Alcántara, Francisco de Borja, Juan de Rivera, Juan de la Cruz, Juan de Dios, Leopoldo de Austria, Pedro Guerrero, o la misma Teresa de Jesús, a la que corrige su autobiografía a solicitud de la propia santa, llegando a conformar un corpus epistolar –conocido hasta la fecha– superior a las doscientas sesenta cartas.

El asesoramiento que el Maestro Juan de Ávila ejerce sobre la Casa de Priego se ve refrendado en la dirección espiritual de la condesa viuda de Feria, Ana de la Cruz Ponce de León, que toma el hábito de Santa Clara e ingresa en el convento montillano. Incide favorablemente en las fundaciones de los colegios jesuitas de Córdoba y Montilla, en cuyas aulas de ésta última imparte docencia a los alumnos. En 1560 se bendice el nuevo templo de la Compañía, situado en la calle Corredera, cuya homilía panegiriza el Apóstol de Andalucía. Del mismo modo, asiste al resto las iglesias montillanas, especialmente a la conventual de Santa Clara y a la parroquial de Santiago, donde asiduamente confiesa y predica.

Una y otra vez rechaza las ofertas que le llegan para cambiar su residencia montillana, con sugerentes ofertas de mitras y capelos, pretextando su frágil salud y longevidad. Su última voluntad es reposar eternamente en la iglesia jesuita de la Encarnación, para lo que la marquesa de Priego, patrona de todos los templos montillanos, le cede el lugar reservado para su linaje, el colateral de Evangelio de la capilla mayor del desaparecido templo.

A partir de entonces, Montilla se convertirá en el epicentro avilista. Lugar de peregrinación, donde pasó los últimos quince años de su vida; relicario de su cuerpo,  visitado por todos aquellos que han quedado cautivados de su virtuosa vida y obra; archivo y biblioteca de sus escritos, conservados por los jesuitas hasta su expulsión; museo de sus recuerdos y objetos personales, entre los que predomina su austera casa, que gracias al trabajo callado de tantas generaciones ha llegado hasta nuestros días.
 
Casa del Maestro Juan de Ávila y ermita de Ntra. Sra. de la Paz, h. 1927
Como último dato –estadístico– de la dimensión que tuvo la dilecta relación de San Juan de Ávila con Montilla, utilizaremos la reciente edición del Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila (Biblioteca de Autores Cristianos, 2006). En ella se publican todas las declaraciones tomadas a los testigos que conocieron directa o indirectamente al Apóstol de Andalucía. Los interrogatorios se llevaron a cabo en Madrid, Almodóvar del Campo, Córdoba, Granada, Montilla, Jaén, Baeza y Andújar, entre los años 1623 – 1628, y han quedado recopilados en 918 páginas, de las cuales 352 corresponden sólo a los testimonios tomados en nuestra ciudad.

Todo lo reseñado refrenda a Montilla para que bien pueda ostentar el honorífico título de “Ciudad Avilista”. Aquella tranquila villa del siglo XVI acogió en su seno al Maestro Juan de Ávila, le ofreció la luz y la paz necesarias para que interpretara la sabiduría que guardan las Sagradas Escrituras, y los textos de San Pablo, San Agustín, San Bernardo, o Santo Tomás, entre otros, escritos que serían plasmados en centenares de pliegos llegados hasta nosotros impresos. Desde su publicación, sus eruditas obras vienen influyendo en la sociedad cristiana que lo elevó a la santidad y ha encaminado a la pronta y esperada declaración por parte de la Santa Sede como Doctor de la Iglesia Universal.