sábado, 6 de abril de 2019

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA ERMITA DE LA VERA CRUZ

Se cumplen dos siglos de la construcción del primer cementerio de carácter permanente que tuvo Montilla. Como es sabido, este nuevo recinto ocupó el solar del llano y ermita de la Vera Cruz, además de heredar su nombre. Este proceso, que se prolongó a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XIX, fue paralelo a la pérdida de uno de los templos más antiguos y populares de nuestra ciudad, en una lenta e inexorable agonía cuyos factores y causas sociales coetáneas contribuyeron a su definitiva desaparición.

Detalle del dibujo realizado por Juan Antonio Camacho en 1723
para el alzado del Alhorí del Duque de Medinaceli sobre las ruinas
del Castillo, donde el alarife plasmó el llano y ermita del Vera Cruz.
La ermita de la Vera Cruz ocupaba la parte central de un amplio llano existente entre la muralla (o cerca) meridional del Castillo-Alhorí y la margen izquierda de casas construidas entre la cuesta de la Vera Cruz (actual cuesta del Silencio) y el Valsequillo (actual acceso al colegio Salesiano, nuevamente reabierto, por la calle San Juan Bosco). Su planta mantenía la orientación este-oeste, siguiendo la primitiva costumbre cristiana de colocar la cabecera del templo hacia oriente, al igual que la parroquia de Santiago.

En el espacio limítrofe al norte, la ermita tenía anexa la casa del santero con un amplio patio (o corral) cercado y medianero con la muralla del castillo. En su lado sur, la iglesia abría dos puertas laterales hacia la explanada por la que se accedía a través de la cuesta de la Vera Cruz y el Valsequillo.

Por las noticias que hemos recabado hasta la fecha, suponemos que las dimensiones del templo eran similares a las de la iglesia de San Sebastián. Al igual que ésta, disponía de tres naves, y tenemos constancia de dos ampliaciones de calado, una en 1615, y otra en 1714 cuando fue acrecentada la capilla mayor, indicio de la creciente afluencia de devotos en los siglos barrocos.

Además de la cofradía de la Vera Cruz  –ramificada en varias hermandades– también tuvieron su sede en la ermita la Venerable Escuela de Cristo (que se fundará allí en 1671), la cofradía de la Caridad y la hermandad de Ntra. Sra. de Araceli.

El siglo XIX y la epidemia de fiebre amarilla

Con la llegada del siglo XIX la suerte de la ermita cambiaría. En 1800 la fiebre amarilla afloraba en Cádiz, procedente de América. Para intentar detener la propagación de la epidemia hacia el interior peninsular las autoridades organizaron Juntas de Sanidad. En Montilla, una de las medidas preventivas fue ejecutar la Real Cédula de 3 de abril de 1787, expedida por Carlos III, en la que se instaba a los regidores locales a construir un cementerio público.

La Junta de Sanidad montillana comisionó para ello a Plácido de Higueras, Vicario de la ciudad, y al coronel de infantería Francisco Javier Venegas de Saavedra. En esta época el entorno del Valsequillo se va despoblando paulatinamente, es por ello que los encargados de buscar un espacio idóneo donde ubicar el camposanto considerasen muy oportuno y conforme a las disposiciones prevenidas en la citada Real Pragmática, tanto por la ventilación del terreno y su exposición al Norte, cuanto por unir las ventajas de hallarse separado de la población y al mismo tiempo a una distancia corta que no puede causar incomodidad al Clero y Pueblo asistentes a los entierros; resultando también la conveniencia de que la ermita de la Vera Cruz sirva de capilla para decir el oficio de sepultura y tener el cuerpo presente[1], como así lo rubricaron en su informe de 7 de octubre de 1800.

Cuatro años después la epidemia azotó a la población montillana y la Junta de Sanidad determinó ubicar el cementerio provisional más alejado de la población, concretamente en unos terrenos colindantes al deshabitado convento franciscano de San Lorenzo, en cuyo interior se improvisó un lazareto.

Vista aérea del colegio Salesiano (c. 1960) que nos muestra una clara panorámica del edificio y
patio del externado, cuyo perímetro estuvo ocupado por el llano y ermita de la Vera Cruz
hasta la segunda década del siglo XIX.
Pasada la epidemia, las condiciones sanitarias de la población se hallaba en una situación crítica, dado que los “templos y principalmente la Iglesia Parroquial se hallan atestados de cuerpos, y con tan pestífero hedor que no solo retraen a los fieles de su asistencia a ellos, sino que en los casos en que la Religión la constituye obligatoria, o la devoción les hace pasar por el riesgo de respirar aquella pestilencia, se exponen a las consecuencias más fatales”[2].

Una vez se colapsaron las sepulturas de las iglesias, la Junta de Sanidad ordenó en 1805 que los difuntos fueran inhumados en los patios y corrales colindantes a las ermitas de la Vera Cruz, San Blas, San Sebastián, San Roque y San José, que pronto quedaron saturados.

Un año después, el vicario Cristóbal Villalba y Lara daba aviso al Corregidor del escaso espacio libre existente en el patio de Vera Cruz, y le instaba a adquirir “unos terrenos inmediatos al lado izquierdo de la expresada ermita, propios de la hermandad de Ntra. Sra. de la Rosa y Cofradía de las Ánimas”[3] para ampliar el camposanto provisional. Por el contrario, la Junta de Sanidad proponía al Vicario que hiciera las gestiones necesarias con la comunidad de frailes agustinos para que cedieran a tal efecto “el corral grande cercado propio del Convento de Señor San Agustín de esta Ciudad”[4].

Finalmente, acordaron ampliar el improvisado cementerio de la Vera Cruz hasta tanto se iniciaran las obras de uno permanente de mayores dimensiones, que sería financiado a partes iguales por la Fábrica Parroquial, el Ayuntamiento y el Duque de Medinaceli, como receptor de los diezmos de la ciudad. Pero la situación económica no era la más favorable y la inversión comprometida no terminaba de llegar, así que el proyecto se quedó estancado en las buenas intenciones, lo que prologaría la existencia de la ermita durante unos años más.

En agosto de 1806 la Junta de Sanidad propuso al Vicario que, hasta tanto no arrancaran las obras, se utilizaran interinamente los patios y corrales de las ermitas extramuros de Belén y las Mercedes, opción que fue desestimada por el alarife público, al comprobar que en la primera de ellas el terreno era piedra “de tosca blanca dura” y en la segunda el patio era muy pequeño y tenía un pozo[5]. Finalmente se optó por continuar sepultando a los difuntos en la ermita de la Vera Cruz “en la parte destechada, en el mismo campo, que ha de quedar cercado”[6].

El cementerio permanente, primer proyecto.

En diciembre de ese año, la Junta de Sanidad creó una comisión de “profesores de medicina” compuesta por Francisco de Paula Gómez Ruiz, José Cuello y Joaquín de Molina y Angulo, para que reconocieran un lugar idóneo donde ubicar el nuevo cementerio permanente. Después de visitar varias zonas de la población y exponer sus razonamientos científicos y técnicos, concluyeron que “en vista de lo cual nos parece que incluyendo el cementerio actual, el corral de la ermita de la Vera Cruz, tirando una línea desde la parte baja de éste hasta el Matadero, y de aquí hasta arriba, hasta el camino o senda que atraviesa a todo el Llano del Valsequillo y que era una calle de la antigua población, siguiendo lo largo dicha calle hasta la esquina de la referida ermita, podrá formarse un cementerio que sea capaz con suelo suficiente”[7].

En abril de 1807 la Junta acordó construir el nuevo camposanto según las indicaciones de los facultativos, confiando para ello al agrimensor Cristóbal de Baena un proyecto que incluyera mil ciento setenta sepulturas y “seguidamente se calcule el costo de la pared o cerca de dicho cementerio, y la habilitación del solar de parte de la ermita de la Vera Cruz, que está contigua, para dar sepultura a los Eclesiásticos seculares y regulares, y Religiosas, y aún a los párvulos, y también para el osario”, como establecía la Pragmática de Carlos III.

En julio de ese año, el Vicario se volvía a dirigir al Corregidor para que urgiera a los peritos públicos a realizar el proyecto “lo cual hago presente a V. para que en ningún tiempo se me culpe de oculto en asunto de tanta gravedad”[8]. Un año después, el Rector de la parroquia, Rafael Sánchez de Feria y Castillo, retoma las conversaciones con el Corregidor expresándole que hasta la fecha no se había avanzado en la ejecución de las obras[9], por lo que cabe pensar que aquel primer proyecto no pasó del papel.

El desalojo de la ermita y la invasión francesa

Entre tanto, la ermita continuaba en su lento proceso de deterioro, ante la falta de criterio y actuación. El 8 de enero de 1809, Pedro Antonio de Trevilla, obispo de Córdoba –conocido por sus convicciones afrancesadas y su oposición a la religiosidad popular– dictaba al Vicario de Montilla que “extrajese de la hermita de la Vera Cruz que estaba ruinosa, las Sagradas Imágenes y las trasladase a lugar decente. En la Visita que he hecho personalmente de aquella hermita he observado con el mayor dolor la indecencia con que están las Santas Imágenes, y el estado poco Religioso de la hermita. Para libertar unos defectos de tanta consideración prevengo a Vm. que en toda esta semana disponga la extracción de las Imágenes, y la demolición de la hermita, dejando las paredes para que continúe de enterramiento común como lo es ahora aprovechando todos los materiales a beneficio de la Fábrica Parroquial… dándome aviso de todo”[10].

A lo largo del mes de enero de aquel año el Vicario ordenó a las hermandades establecidas en la Vera Cruz trasladar las imágenes de sus titulares, ubicando la mayoría de ellas (Santa Cena, Prisiones, Ecce Homo, Columna, Zacatecas, Socorro, San Juan, Magdalena) en la Parroquial de Santiago, y el resto en la ermita de la Rosa (Resucitado y Araceli).

Según un inventario que ha llegado hasta nuestros días, un mes después, retiraron de la maltrecha ermita el resto “de los bienes pertenecientes a las Imágenes y Hermita de la Vera Cruz, que se trasladaron a esta Iglesia Parroquial con licencia del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba en el mes de Febrero del presente año de 1809, cuyos bienes están en depósito en la Sacristía del Santísimo”[11].

Esta interesante recopilación nos ofrece un valioso testimonio, dado que hace referencia a los enseres y ornamentos litúrgicos existentes en la sacristía, así como el ajuar de los altares de las imágenes. Igualmente, muchos de los bienes inventariados contienen apostillas, con otro tipo de letra y tinta, especificando el nuevo destino de aquellos, junto a la fecha y rúbrica de quien lo efectuó[12].

La ocupación napoleónica se hizo efectiva en Montilla el día 24 de enero de 1810 “como a hora de las cuatro de su tarde, entraron los franceses y conquistaron este pueblo de Montilla, más de cuatro mil de a caballo y de infantería. Estuvieron aquí tres días y tomaron la posesión. Saquearon y hicieron muchas tropelías así en casas como en las mujeres”[13].

Los munícipes afrancesados acordaron en cabildo celebrado el 25 de octubre de ese año iniciar la “construcción de un cementerio fuera del pueblo” determinando como lugar adecuado “el sitio llamado la Silera de la Escuchuela que está fuera de poblada a sota viento de los vientos reinantes en esta ciudad”[14], sitio que contó con el beneplácito de las autoridades religiosas. Para la construcción del mismo, al día siguiente, solicitaron al Vicario “los materiales de la iglesia de la Vera Cruz”. El eclesiástico, a su vez, requirió la autorización del prelado cordobés a quien expuso la situación del templo en los siguientes términos: “Con motivo de haber mandado el gobierno francés se haga cementerio fuera de esta ciudad me propuso el Corregidor necesitaba de los materiales de la Iglesia de la Vera Cruz; esta ermita está arruinada, y sólo su capilla mayor sin ruina pero hoy secularizada, y la que tiene el material útil que me piden… también las paredes de fuera de la Capilla dicha tiene material útil, y dos puertas que juzgo querrán apropiar alguna de ellas para la puerta del futuro cementerio”[15].

La respuesta del obispo Trevilla –que el año anterior había ordenado clausurar el templo– no se hizo esperar: “Convengo gustoso en que se tomen los materiales de la Iglesia de la Vera Cruz para la obra del cementerio, que de orden del gobierno se ha mandado construir en esa ciudad”[16].

Detalle del plano a escala alzado por José Mª Sánchez-Molero
en 1868, quien sitúa la ubicación exacta del cementerio de la
Vera Cruz y el entorno despoblado del Valsequillo.
A pesar de la buena disposición inicial de las autoridades afrancesadas para construir el nuevo cementerio en la “Silera de la Escuchuela”, por lo que dejan entrever las actas capitulares de los años de la invasión, las prioridades del gobierno napoleónico fueron tornando a necesidades más urgentes, como la ubicación y abastecimiento de tropas, por lo que el camposanto proyectado parece que no llegó a su fin, a pesar de que en varios cabildos reiteran la obligación de acometer las obras.

En cuanto a la clausurada ermita, hay autores que han apuntado a su posible utilización por parte de las tropas napoleónicas de guarnición en nuestra ciudad. Nosotros no hemos hallado ningún documento que así lo acredite. De los años de la invasión, tan sólo hemos localizado el testimonio del alarife público Antonio Benítez, que realizó una serie de intervenciones en la zona a instancias de las autoridades municipales, que acordaron en cabildo de 23 de agosto de 1811 la reparación del portazgo y fortificación de la ciudad “por lo que respecta a las escalas y mojinetes hundidos y demás obras y reparos que necesiten las murallas por toda su circunferencia”[17].

Entre los meses de agosto y noviembre el citado alarife llevó a cabo una serie de intervenciones en el perímetro del llano de la Vera Cruz y Valsequillo, a fin de flanquear toda la zona y consolidar el sellado de la ermita para evitar incursiones y expolios, como se deduce de su “relación jurada, de los gastos hechos en tapar las dos puertas de la iglesia que fue de la Vera Cruz, con otro portillo que cae al Valsequillo, y igualmente cubrir las paredes con mojinete, y haber quitado algunos escombros, con su cerramiento de aldabón, cerraja y llave… en quitar el escombro que había arrimado a la pared de la Vera Cruz… para componer la pared de la calle de la Vera Cruz, que linda con el cementerio… con el castillo y zanja a la espalda la pared de la Vera Cruz”[18].

Examinadas y contrastadas estas noticias, consideramos que las tropas francesas no ocuparon la ermita, dado el estado de ruina y uso que presentaba, además de la inmediatez del cementerio provisional cuyas condiciones de salubridad dejaban mucho que desear, como lo venían denunciando los eclesiásticos desde años atrás.

En marzo de 1813, ya liberada la ciudad de la intrusión francesa, continúa imparable el deterioro de la ermita de la Vera Cruz, cuyos materiales se estaban extrayendo para reutilizarlos en otras obras públicas de la ciudad. Así lo manifiesta el incidente acaecido entre el Vicario, Rafael Sánchez de Feria, y el nuevo Alcalde del ayuntamiento constitucional, Francisco Martín Tinoco, quien había ordenado la saca de sillares de piedra de la ermita sin la necesaria licencia episcopal. El eclesiástico no dudó en paralizar la obra hasta conocer las causas y autorización para ello.

Por su parte, el primer edil alegaba que “las piedras que se han sacado de las ruinas de la Hermita de la Vera Cruz y se han aplicado a componer los poyos de la Plaza son el número de diez y ocho, y el Alarife regula podrán valer de real y medio cada una” a lo que añadía que los anteriores corregidores habían usado este material sin problema alguno: “y habiendo advertido que la Ciudad en tiempo de Dn. Miguel de Alvear arruinó dicha Hermita haciendo la obra que tuvo por conveniente, que Dn. Nicolás de Pineda y otros se han llevado materiales sin que nadie se los haya opuesto, creí que tampoco se opusiese nadie a que la Ciudad usase ahora de dichas piedras para el beneficio del común de vecinos”[19].

A pesar del incidente, el Vicario dudaba de la tasación que se había realizado a los sillares extraídos, tal cual se lo comunicaba al Obispo: “Estas piedras que tampoco aprecio merecen en el concepto del Sr. Alcalde son sillares de tres cuartas en cuadro y más de tercia de grueso. Más no es del caso su justo valor si no el haber entrado de su propia autoridad a valerse de ellas, no lo es tampoco que otros hayan hecho semejante usurpación que nunca cohonesta la suya. La que cita fue hecha en tiempo del anterior Vicario, y en el del gobierno intruso en el cual la Iglesia estaba en su mayor depresión”[20].

Interesante estampa de la parroquia de Santiago a principios del
 siglo XX. En primer plano aparece la fachada sureste del cementerio
 y la portada de acceso, rematada por una bella cruz de hierro
 forjado que hoy corona la cúpula del baptisterio parroquial.
Días después, el Vicario volvía a comunicar al palacio episcopal que el Ayuntamiento había dejado de extraer piedras de la ermita: “Muy Sr. mío: luego ha apurado el Alcalde constitucional las piedras que restaban tanto fuera de la hermita que fue de la Vera Cruz, inclusa en el cementerio provisional, como dentro cesó de sacar de ella los materiales por no acomodarle los restantes para el fin sin que hubiese producido efecto el oficio que le pasé”.[21]

Un año después, el mismo eclesiástico comunicaba a la corporación municipal “que era indispensable que el Ayuntamiento dispusiese se hiciere la obra de la pared del cementerio de que se habían hundido como unas doce varas”[22], lo cual nos indica el deterioro que sufría el saturado cementerio provisional.

Segundo proyecto y demolición de la ermita

Ante esta situación, la corporación municipal decide en septiembre de 1816 retomar el proyecto de construir un cementerio permanente y capaz de cubrir las necesidades de la población. El día 9 de ese mes el síndico Juan de Luque había presentado un informe donde recogía las quejas del vecindario “habiendo notado el disgusto general y desconsuelo de las familias, cuyos individuos se han enterrado en un cercado o corral de la ermita arruinada nombrada de la Vera Cruz”. 

Para ello, volvieron a reconocer el lugar donde “se principió a construir en el sitio que llaman de la Escuchuela y advertí no ser apropósito para el caso”. Finalmente, el síndico se decantó por el llano de la Vera Cruz, como así lo expone: “traté de reconocer otro sitio y hallé que en el baldío y campo que nombran de la Vera Cruz hay extensión sobrada para la construcción de un cementerio, que su terreno es proporcionado por profundidad cuanto según  para los enterramientos, que es sitio bastante ventilado, cercano a la Parroquia, y a una regular distancia de las casas de los vecinos”. Al mismo tiempo, y al igual que el primer proyecto, añadía la posibilidad de restaurar la capilla mayor de la ermita para los servicios fúnebres: “y que al mismo tiempo ofrece la comodidad y menor gasto para la capilla que debería formarse por poder aprovecharse para ella la ermita cuasi arruinada de la Vera Cruz”[23].

Tras emitir el informe, en los meses siguientes pasaron a reconocer el lugar los peritos del Ayuntamiento y una comisión de médicos, cuya resolución fue rotunda: “hemos visto y confesamos que solamente puede construirse en el sitio llamado el llano de la Vera Cruz y Valsequillo. Que no pueden menos advertir que el referido sitio no dista más que treinta o cuarenta pasos de algunas casas pero es cierto que fuera de él todo el terreno que le sigue a mucha distancia es desigual muy pendiente y absolutamente inútil para dicho objeto… En vista de todo lo cual les parecía que incluyendo el cementerio actual, el corral de la hermita de la Vera Cruz, y todo el llano que se extiende delante de dicha hermita según el plano adjunto podía formarse un cementerio capaz con suelo suficiente para hacer los enterramientos profundos y con separaciones ya para las diversas clases del pueblo, y ya para algunos años”[24].

Una vez aprobado el proyecto por el gobierno municipal, se solicitó el beneplácito del Duque de Medinaceli y del Obispo de la diócesis, quienes contestaron afirmativamente, en los primeros meses de 1817.

Con ligeras variantes del proyecto original, el primer cementerio permanente de Montilla fue una realidad en 1819. La capilla mayor de la ermita no fue restaurada, como lo manifiesta el informe final emitido por el interventor de la obra, Francisco Anastasio Panadero: “para dar mayor extensión al dicho cementerio, y aumentar sepulturas, ha sido preciso escombrar diferentes sitios de los comprehendidos en el cementerio y señaladamente sacar las ruinas de la hermita y las de sus cimientos con la de las paredes y reparación de las que han quedado”[25].

La descripción precisa del camposanto de la Vera Cruz –también llamado cementerio viejo– nos la ofrece el historiador José Morte Molina en sus Apuntes históricos, la cual tomamos a la letra: “Afecta la figura cuadrangular en cuyas paredes están colocadas las bovedillas. En su dilatada planicie tiene dos cuerpos también con bovedillas y por toda ella se reparten varios enterramientos. Obstenta en el centro una cruz grande de piedra. Un pequeño recinto de figura triangular en la parte posterior y sobre el cerro de la calaveras sirve para huesario. Cuando se edificó hubo que derribar una ermita que ocupaba parte de la superficie… con el nombre de la Vera-Cruz, la que con otras casas que tampoco existen ya, formaban una calle que iba a terminar cerca del Matadero de reses”[26].

Gracias a la precisión del médico e historiador Luis Mª Ramírez de las Casas Deza conocemos la inscripción que contenía la portada de acceso al cementerio, situada a mitad de la calle de subida al castillo, cuyo texto recogemos de su Corografía: “El cementerio es bastante capaz y está situado cerca de la parroquia, y aunque dentro de la población en paraje elevado, y sobre su puerta se lee la siguiente inscripción: Se construyó este cementerio reinando S.M.C. El Sr. Don Fernando VII siendo Duque de Medinaceli el Excmo. Sr. D. Luis Fernández de Córdoba y corregidor Don Antonio Pimentel y Valenzuela el año de 1819”[27].

Construcción del primer edificio del colegio Salesiano (h. 1905). En primer plano, a la izquierda, aparece parte del cementerio donde aún se mantienen varias bovedillas. A la derecha, se aprecia el osario, cercado en triángulo.
Así fueron los últimos días de la existencia de una de las ermitas más antiguas de nuestra ciudad, cuyos imprecisos orígenes se cimentan en la época bajomedieval. De nada sirvieron las súplicas del predicador franciscano Fr. Francisco de Soto y Martínez ante los Duques de Medinaceli en los funerales del traslado de los restos de los marqueses de Priego desde el arruinado convento de San Lorenzo al nuevo de La Encarnación el día 6 de mayo de 1815, como dejó impreso en su Oración fúnebre: “Notoria es a todos la necesidad que hay en Montilla de un auxilio poderoso, que restablezca las casas de Dios. Aún en nuestros cortos días hemos visto venirse a tierra, y acabarse del todo, o por las circunstancias de tan calamitosos tiempos, o por la falta de un celoso Nehemías, las ermitas del Santo Cristo de los Caminantes, de Santa Brígida, y la que en todas partes se venera con particular devoción, que es la de la Vera Cruz: esto es, fuera de otras de que hay memoria[28].

Por su parte, las advocaciones y hermandades originarias de la Vera Cruz procuraron mantener viva la llama de la devoción a las centenarias imágenes en su nueva casa, la parroquia de Santiago, a pesar de los recios vientos que soplaron a lo largo del siglo XIX. Pero eso es otro capítulo de la dilatada historia de esta antigua cofradía, merecedor de un profundo estudio en el que ya estamos trabajando.

FUENTES DOCUMENTALES

[1]Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Caja 2. Exp. 54A. Actas de la Junta de Sanidad. Año 1800.
[2]Ibídem.
[3]AHMM. Actas Capitulares, 1806. Lib. 107
[4]Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Expediente promovido a consequencia de carta orden del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba mi señor, sobre los Cementerios, provisional y permanente de esta Ciudad, en consequencia de las Reales Órdenes, fol. 4v.
[5]Ibíd., fol. 21.
[6]Ibíd., fol. 15.
[7]Ibíd., fols. 22-24.
[8]Ibíd., fol. 24v.
[9]Ibíd., el expediente contiene cuatro hojas sueltas, [s.n.].
[10]Archivo General del Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho Ordinario. Sig. 7270/01. Leg. 35. Exp. 5/72.
[11]APSM. Relación de los bienes pertenecientes a las Imágenes y Hermita de la Vera Cruz, que se trasladaron a esta Iglesia Parroquial con licencia del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba en el mes de Febrero del presente año de 1809, cuyos bienes están en depósito en la Sacristía del Stmo.
[12]No hemos entrado a realizar un estudio profundo de este valioso inventario porque consideramos que requiere un trabajo monográfico, ya que muchos de los bienes descritos pueden ser localizados en la actualidad. Lo abordaremos más adelante.
[13]Esta referencia está recopilada de un libro-manual de mayordomía de la cofradía de Jesús Nazareno, que conserva nuestro paisano Agustín Jiménez-Castellanos, el cual contiene numerosos apuntes de noticias locales de los siglos XVIII y XIX.
[14]Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque (FBMRL). Ms. 63.
[15]AGOC. Op. cit.
[16]Ibíd.
[17]FBMRL. Op. cit.
[18]AHMM. Caja 380B, exp. 3. Cuentas: portazgo y fortificación. Año 1811.
[19]AGOC. Op. cit.
[20]Ibíd.
[21]Ibíd.
[22]AHMM. Actas Capitulares. Lib. 111. Cabildo de 5 de febrero de 1814.
[23]AHMM. Leg. 913B, exp. 1. Expediente formado a instancia del Síndico Personero sobre la construcción del Cementerio. Año de 1816. [s.n.]
[24]Ibíd.
[25]Ibíd.
[26]MORTE MOLINA, José: Montilla. Apuntes históricos de esta ciudad, págs. 72-73. Montilla, 1888.
[27]RAMÍREZ DE LAS CASAS DEZA, Luis Mª: Corografía histórico-estadística de la provincia y obispado de Córdoba, T. II, pág. 339. (edición de 1986).
[28]SOTO, Fr. Francisco de: Oración Fúnebre que en las Solemnísimas Exequias celebradas en la iglesia del convento de San Francisco de la ciudad de Montilla el día… en la traslación que se ha hecho de los huesos de los primeros Marqueses de Priego… Madrid, 1815. FBMRL. Reg. 13912.