jueves, 23 de diciembre de 2010

PEDRO DUQUE CORNEJO Y LA VIRGEN DE LA ROSA

A Rosa María, mi hermana, de cuyo vientre ha brotado la flor de la maternidad

Hijo, sobrino y nieto de artistas, Pedro Duque Cornejo y Roldán está considerado por los especialistas como el máximo exponente del barroco andaluz en el siglo XVIII.

Nacido en Sevilla, en 1678, es fruto de la unión matrimonial del escultor José Duque Cornejo y la pintora Francisca Roldán Villavicencio, hija del maestro Pedro Roldán y hermana de Luisa, La Roldana. Desde temprana edad frecuenta el taller del abuelo, donde trabajan sus padres, iniciándose así en el conocimiento de las artes plásticas,  envuelto de las aportaciones y consejos familiares que marcarán su etapa formativa.

Heredero de la prestigiosa estirpe artística que la familia Roldán consolida durante la segunda mitad del siglo XVII en Andalucía, en los primeros años de la centuria siguiente Duque Cornejo comienza a trabajar con taller propio en esta ciudad, de donde salen sus primeros trabajos de importancia destinados para Córdoba. Arquitecto de retablos, escultor, pintor y grabador, su dilatada producción artística le hace tener una vida itinerante, y aunque mantiene el taller en su tierra natal también trabaja en Granada y Madrid, ya que es nombrado Estatuario de Cámara del Rey[1].

La bella efigie de Ntra. Sra. de la Rosa, ejecutada por Duque Cornejo en 1720
Hasta su taller sevillano se dirige un buen día de 1719 el presbítero montillano Esteban Gabriel de los Santos y Olivares, que ejerce de Protonotario Apostólico en aquella ciudad, para hacerle el encargo de una imagen de Nuestra Señora del Rosario de talla completa, estofada y policromada. El motivo de esta adquisición no es otra que los frutos espirituales que habían emanado de la misión apostólica exhortada por el Padre Nieves sobre los misterios del Santo Rosario, que tuvo lugar en la ermita de San Antonio de Padua y que su organización corrió a cargo del Ldo. Santos y Olivares, que era capellán y patrono del Vínculo y Mayorazgo familiar que mantenía el culto y la conservación del desaparecido oratorio[2].

Esta pequeña ermita se iba a convertir en la primera sede canónica de la tercera hermandad en Montilla que rendirá culto a la Stma. Virgen mediante el rezo del Santo Rosario. A la nueva cofradía le fueron aprobadas sus Constituciones y Reglas el 21 de mayo de 1720 por el obispo Marcelino Siuri “que se mandó sentar por hermano”. En pleno fervor mariano, durante el transcurso de ese año, llegaba desde Sevilla la nueva imagen que “se trajo encajonada y remitida por Cornejo su Artífice en derechura al dicho Don Esteban y a la Iglesia [de San Antonio] en la cual se desclavó el cajón en que venía y se colocó en el Altar…” concitando el interés y la presencia de todos los hermanos en la ermita el 23 de diciembre de ese año.

Pero el entusiasmo inicial de la nueva hermandad se ve menguado por la denuncia que la cofradía matriz rosariana, radicada en la Parroquial de Santiago, interpuso a ésta, ya que no admitía más título del Rosario en la ciudad que el su imagen titular. Este hecho derivó en un largo y gravoso pleito de quince años, que finalmente fue resuelto a solicitud del mismo Estaban Gabriel de los Santos, que obtuvo autorización de Roma para suspender los litigios entre ambas corporaciones religiosas, mediante el acuerdo de celebrar un cabildo abierto a todos los vecinos de la ciudad para cambiar la denominación a la efigie tallada por Duque Cornejo. Corría el año 1735 cuando se reunieron en la desaparecida ermita de San Antonio el Vicario de Montilla, el guardián de San Francisco, el prior de San Agustín, el corregidor y regidores locales, junto con los hermanos oficiales de ambas cofradías. Para proceder a la elección del nuevo título se introdujeron en una cesta más de veinte papeletas con advocaciones marianas, sin introducir la nominación del Rosario; la cesta fue agitada por el Notario de la cofradía de la Parroquial “y se la entregó a el dicho Sr. Vicario quien habiéndolas tapado con su manteo pidió y rogó al R.P. Guardián de Señor San Francisco entrase la mano para sacar la cédula del título que dicha sacratísima imagen había de tener, quien se excusó con no muy pocas lágrimas, hizo lo mismo con los demás Reverendos Prelados los que con la misma ternura no se atrevieron, y volviéndoselo a suplicar al citado Padre Guardián y aún mandándoselo bajo de santa obediencia, lo ejecutó y sacó con la admiración de todos el título de Rosa, con lo cual se acabó el pleito, con sólo largar tres letras…”

Todos estos datos que vamos desgranando aparecen en un Memorial manuscrito que hemos localizado en el Archivo General del Obispado de Córdoba[3], remitido por los herederos del Protonotario Apostólico al Obispo de la Diócesis, que representados por D. Gonzalo Vaca y Lainez detallan a lo largo de diez puntos la trayectoria de la cofradía, desde su fundación en 1719 –a raíz de la misión arriba citada– hasta la traslación de la imagen titular de la Stma. Virgen a la nueva ermita, que se está construyendo en la plaza pública, junto a las Casas Capitulares, desde 1758.

Es precisamente este traslado y cambio de sede canónica el que motiva la redacción del citado Memorial, ya que existe una fuerte división entre los cofrades. Un sector se opone al cambio de iglesia y otro, por el contrario, lo defiende a la par que financia la construcción del nuevo templo. Dentro del grupo que se resiste a que la Virgen de la Rosa salga de la ermita de San Antonio se encuentran los sucesores de Esteban Gabriel de los Santos –y suscriptores del Memorial– que a su vez son los patronos del Vínculo y Mayorazgo, propietarios de la ermita, y fundadores copatrocinadores de la cofradía, que proponen la ampliación del pequeño templo de la calle Don Gonzalo.

Detalle de la peana angelical de la Virgen de la Rosa
Finalmente, el obispo ordena celebrar un nuevo cabildo abierto para que todos los hermanos valoren y voten ambas opciones. Acabada la reunión resulta ganadora la de trasladar la imagen y cofradía a la nueva ermita[4]. Elección que se lleva a efecto el segundo domingo de noviembre de 1763, cuando la procesión anual de la fiesta a la Virgen de Rosa sale de la ermita de San Antonio, visita el convento de San Agustín –como tenía por costumbre desde la primera vez que procesionó en 1726[5]– y concluye en la nueva ermita de la Plaza pública, que en adelante pasaría a nombrarse popularmente de La Rosa.

Hoy, casi tres siglos después de la fundación de la cofradía de la Rosa y del acertado encargo que formalizara el presbítero Don Esteban Gabriel de los Santos y Olivares con el acreditado artista Pedro Duque Cornejo y Roldán, para tallar la bella imagen barroca de la Virgen María rezando el Rosario, hemos tenido el honor de hacer pública esta gran noticia que esclarece la autoría de dicha obra, y nos confirma la calidad del patrimonio histórico montillano. Este dato incitará en adelante a los especialistas en la Historia del Arte barroco andaluz, y sobre todo a los biógrafos del artífice hispalense, que podrán añadir nuestra Virgen de la Rosa al inventario de sus más significadas obras, tales como  La Magdalena Penitente de la Cartuja de Granada, El Apostolado de la basílica de las Angustias de esa ciudad, el grupo de esculturas realizadas para el monasterio cartujo del Paular, en Madrid, las diversas obras que se conservan en la catedral de Sevilla –Justa y Rufina, Leandro e Isidoro– entre otras tantas repartidas por los templos de la capital andaluza, y cómo no, a su póstuma obra: La sillería del coro de la catedral de Córdoba, en la cual le sorprende la muerte el 3 de septiembre de 1757, unos meses antes de concluir la monumental empresa a la que había consagrado los nueve últimos años de su vida. Como reconocimiento a su labor, el Cabildo Catedral acuerda costear su entierro, quedando su cuerpo exánime abrazado para siempre por la tierra cordobesa, en una sepultura al pie del facistol del majestuoso coro[6], donde permanece flanqueado por el más importante de sus trabajos.

FUENTES

[1] PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso: La España del Barroco, pp. 75–76. En Historia del Arte Español, Vol. VII. Barcelona, 1996.
[2] MORTE MOLINA, José: Montilla. Apuntes históricos de esta ciudad (2ª edición). Montilla, 1982. p. 101.
[3] Archivo General Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho Ordinario. Leg. 35. Sig. 7271/03.
[4] AGOC. Op. Cit.
[5] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla. Libro de Arancel y Decretos parroquiales, s/f.
[6] ORTI BELMONTE, Miguel Ángel: La Catedral – Antigua Mezquita y Santuarios Cordobeses, pp. 195–215. Córdoba, 1970.

sábado, 11 de diciembre de 2010

UNA EPÍSTOLA DE SOLANO A LOS MARQUESES DE PRIEGO

En nuestro afán de profundizar en el pasado montillano, las continuas indagaciones que venimos realizando en los archivos y bibliotecas tras ese fin, hace que trasluzcan documentos insólitos que pueden completar algún párrafo inconcluso de nuestra historia local –muchas veces rellenado con la dudosa tinta de la tradición o la leyenda– o bien datos que pueden añadir alguna noticia biográfica a la galería de nuestros paisanos ilustres.

El Apóstol de América predicando. Grabado de 1787
Tal es el caso que en esta ocasión presentamos, referente a San Francisco Solano y al IV centenario de su muerte, donde pretendemos sumar una breve aportación documental a la bibliografía solanista para que el lector conozca algo mejor al primer taumaturgo de las Indias Occidentales, y aunque somos conscientes de la dificultad que supone superar la documentada biografía que publicara el franciscano Luis Julián Plandolit en 1963 del llamado Apóstol de América, ello nos permite profundizar en ciertos episodios de la vida e influencia espiritual y social de nuestro patrono en su ciudad natal y, por lo tanto, en sus paisanos y devotos, en un período puntual de su devenir.

Varias son las razones que captaron nuestro interés sobre el documento que traemos hasta esta publicación en facsímil. La primera de ellas es su rareza, tanto en su continente como en su contenido, pues tan sólo hemos localizado dos ejemplares, a pesar de las intensas búsquedas de alguno más de la misma naturaleza en bibliotecas especializadas, o referencias que indicaran la existencia de estos a través de la bibliografía española . Por lo tanto, hasta la fecha, las únicas piezas bibliográficas halladas se conservan en el fondo antiguo de la Biblioteca Provincial de Córdoba , formando parte de volúmenes facticios de memoriales del siglo XVII.

El documento corresponde al traslado de una carta fechada el 23 de noviembre de 1631, enviada desde la ciudad de La Habana por Fray Alonso Cueto, postulador de la causa de canonización del venerable Francisco Solano, a los Marqueses de Priego, que por ese tiempo son Alonso Fernández de Córdoba y Figueroa, el mudo, y su esposa Juana Enríquez de Rivera y Téllez-Girón, carta manuscrita que los nobles montillanos deciden imprimir ante la importancia de su contenido, y así difundir las excelentes noticias llegadas del Nuevo Mundo acerca del futuro Santo.

La copia impresa consta de cuatro páginas en tamaño de folio, y aunque carece de pie de imprenta es más que probable que saliera de las prensas tipográficas de Juan Bautista de Morales, que regentó taller propio en Montilla entre los años 1622 y 1634, bajo la adornada y protectora franquicia de Imprenta del Excelentísimo Señor Marqués de Priego, que en esos años estampó varios documentos de similar tamaño de caja, márgenes, tipos, y otras características técnicas comunes a las que presenta el opúsculo que nos ocupa.

Pero antes de adentrarnos en el contenido de la carta vamos situar cronológica y geográficamente a la misma, para que nos sirva de hilo conductor que ha de hilvanar sobre el atlas histórico de los hechos los riesgos y trámites burocráticos que hubo de salvar la Orden Franciscana para que, oficialmente, se reconociera en Roma la santidad del seráfico misionero Francisco Solano.

Todo comienza en la Ciudad de los Reyes, hace cuatrocientos años. El 14 de julio, la festividad de San Buenaventura, entregaba sus últimos latidos el sufrido corazón de Solano, el fraile Santo. Una azarosa vida dormía ya en la esperanza de presentarse ante Dios con la certeza de haber llevado su palabra y su sabiduría hasta donde su inagotable fe y su mermada fortaleza física alcanzaron.

Según sus biógrafos, su vida fue una constante huída de los parabienes y la fama de santidad que le perseguía, de la que no pudo escapar tras su muerte, en la que ya le fue imposible eludir el laurel de la gloria y el tránsito hacia los altares, que el pueblo y autoridades de Lima iniciaran apenas dos semanas después de su multitudinario funeral.

En los tres años siguientes a su muerte, se llevó a cabo la recopilación de los testimonios de todos aquellos que habían conocido personalmente o se habían beneficiado de los favores de Dios por intercesión de Fray Francisco Solano, en aquellos lugares en los que había dejado su estela evangelizadora . El resultado del llamado Proceso Diocesano, efectuado a iniciativa del Arzobispado de Lima, es enviado a Roma y una vez supervisado por la autoridad vaticana, se autoriza el inicio del Proceso Apostólico para la causa de beatificación en 1625. En ese tiempo, a instancias del pontífice Urbano VIII, la Sagrada Congregación de Ritos había aprobado una nueva y rigurosa normativa para la admisión y estudio de nuevos procesos, cuya aplicación dilatará más de un siglo la canonización del santo montillano.

Los requisitos impuestos por la Santa Sede para la instrucción del Proceso Apostólico llegan a Lima en febrero de 1628. Las autoridades religiosas peruanas se apresuran, y a partir de esa fecha reabren la causa y comienzan las diligencias para recoger las ratificaciones y tomar nuevas declaraciones en favor de la santidad del venerable Francisco Solano, concluyendo este sumario en mayo de 1631. Durante este periodo, y como refrendo a la fervorosa devoción del nuevo apóstol del Perú, muchas de las ciudades y lugares donde se toman las declaraciones lo juran por patrono, y apoyan la causa librando partidas económicas en sufragio de los gastos del costoso proceso; siendo, una vez más, Lima quien toma la iniciativa el 26 de junio de 1629 .

Para trasladar y presentar las Informaciones en Roma fue comisionado el franciscano  Alonso Cueto, que sale de Lima el 31 de mayo de 1631 y llega a la cuidad vaticana el 7 de noviembre de 1632 . En este espacio de tiempo envía la citada carta a los Marqueses de Priego, durante su viaje. Pero llegados a este punto, cabe preguntarse, ¿quién era Fray Alonso de Cueto y por qué fue elegido para esta complicada misión? Si indagamos la en vida de Cueto, aparte de conocerle algo mejor, nos permitirá saber las razones de su nombramiento de procurador para la causa de Solano.

Este religioso lego, nacido en Osuna en 1578, parece reunir las mejores aptitudes ante las autoridades metropolitanas y franciscanas de la Ciudad de los Reyes para llevar a cabo las gestiones de la postulación en Madrid y Roma. Varias son las condiciones favorables que Cueto posee, entre ellas –como él mismo declara– conoció y trató a Fray Francisco Solano durante su estancia en el convento de la Recolección de Lima en 1604, de sus propias manos recibió la profesión durante el breve tiempo que fue Guardián de dicho cenobio, y a partir de esa fecha es su enfermero y acompañante durante las últimas predicaciones que Solano realiza por las latitudes peruanas, antes de su definitivo retiro en el convento de San Francisco de Jesús de la capital del Virreinato . Aparte de las vivencias de Alonso Cueto con el apostólico Solano, éste también está experimentado en los periplos navales de la Carrera de Indias, ya que ha cruzado el océano Atlántico varias veces, y a pesar de la prohibición que los misioneros que regresaban del Nuevo Mundo tenían de embarcar nuevamente, Cueto posee licencia para ello, gracias a una Real Cédula que le fue otorgada por el monarca Felipe IV cuando se encontraba en la vieja España, donde le sorprende la noticia del fallecimiento de Francisco Solano.

El 22 de marzo de 1611 parte de Sevilla en la flota del General Jerónimo de Portugal y Córdoba hacia Panamá . A finales de ese año ya se encuentra en Lima, donde concurre a testificar el 4 de diciembre para las Informaciones del Proceso Diocesano. Nuevamente acude a la península ibérica en 1616, esta vez en los galeones que trasladan al Virrey saliente, Juan de Mendoza y Luna, III Marqués de Montesclaros, –que había portado el féretro de Fray Solano en su sepelio– ya concluida su etapa gubernamental en el Perú . Tras permanecer varios meses en Andalucía, el franciscano regresa al Nuevo Mundo en abril de 1617 .

Por los continuos viajes que Cueto efectúa en estos años previos al traslado de los expedientes procesales, es de suponer que se dedicara a desempeñar este tipo de trámites administrativos dentro de la Orden Franciscana entre el Viejo y el Nuevo Mundo, motivo éste por el que también fuera designado postulador para conducir hasta Roma el sumario e iniciar las gestiones pertinentes ante la Santa Sede para la apertura de la causa.

Como hemos reseñado anteriormente, el franciscano Alonso Cueto parte de la capital peruana a finales de mayo de 1631 y arriba a la Ciudad Eterna dieciocho meses después. Durante el transcurso de esta larga singladura, es protagonista y testigo de varios episodios sobrenaturales, ocurridos tras la invocación de ayuda celestial al venerable Francisco Solano, que evita varios naufragios de las naves de la Armada española donde venía embarcado el mismo fraile, cuyo equipaje era la documentación de ambos procesos, el Diocesano y el Apostólico, y un retrato del santo Solano.

Estas gestas milagrosas ocurridas ante centenares de personas, hacían que la popularidad de Francisco Solano se expandiera rápidamente, una vez los barcos hacían escala en puertos intermedios, como sucediera en Panamá, Cartagena de Indias o La Habana, donde se organizaron funciones religiosas generales de acción de gracias y donde se le juró por patrono y protector.

Para ganar tiempo a la lentitud de la navegación, fray Alonso se dedica a escribir correspondencia a la monarquía y nobleza hispánicas, en la que solicita apoyo institucional y económico, e igualmente prepara los borradores de los memoriales que presentará al pontífice Urbano VIII. Sirva de ejemplo de las distintas misivas, la dirigida a los Marqueses de Priego, casa nobiliaria radicada en Montilla –cuna y escuela de Solano– e igualmente de las más poderosas e influyentes del reino de Castilla, aparte de ser bienhechora de la Orden Franciscana.

San Francisco Solano en el barrio de las Tenerías. José Garnelo, 1910

Ya en Roma, noviembre de 1632, Cueto realiza todas las gestiones oportunas, incluso es recibido por el Papa varias veces, a quien ruega la aceleración del Proceso para el beneficio de los devotos del Apóstol del Perú, ruegos que fueron escuchados pero no atendidos. Después de llevar varios años en la Ciudad del Tíber trabajando incansablemente para coronar a los altares al venerable Solano, Cueto cae enfermo de asma y comienza a delegar en su compañero y ayudante Fr. Jerónimo Serrano hasta 1637, año que es relevado en la Causa por los padres Buenaventura Salinas y Alonso de Mendieta , quedando el sexagenario Cueto a cargo de la administración económica del Proceso, como se manifiesta en la contaduría de la Casa de la Contratación a finales de 1638, donde éste reclama cierta remesa de peculio procedente de Lima .

De vuelta a nuestro argumento central –la epístola solanista– y después de su contextualización histórica, sólo queda hablar de su breve pero interesante contenido, en el que su autor resume en una sintetizada memoria todo el sumario que lleva consigo, donde alterna noticias pretéritas y contemporáneas relativas a la vida, muerte y milagros de nuestro patrono, la mayoría desconocidas en Montilla hasta ese momento, ya que la única biografía sobre Solano fue impresa en Lima en 1630, y como el mismo fraile relata a los marqueses todavía no ha llegado hasta Europa, ya que los primeros ejemplares formarían parte de su equipaje.
En el primer párrafo de la carta, Fray Alonso hace una presentación personal a los señores de Montilla. Continúa su redacción describiendo sus vivencias con Solano, las vicisitudes y lances acaecidos desde que salió de Lima con los miles de folios del sumario que lleva consigo, que intercala con repetidas alusiones a Montilla y a sus señores y con los hechos milagrosos obrados por el Santo, dando especial atención a los inusitados sermones de Lima y Trujillo, los multitudinarios funerales presididos por el Arzobispo y el Virrey, los patronazgos, etc., concluyendo con la maravillosa conversión de miles de indígenas un Jueves Santo tras los oficios y procesión de disciplina; todo ello narrado con la cercanía y la actualidad que la redacción epistolar ofrece al escritor, sumado a la ferviente expresividad de haber sido discípulo, compañero, testigo, y finalmente, devoto y postulante de su largo pero imparable proceso de beatificación y canonización.

Creemos conveniente no glosar más el texto, ya que excepcionalmente, y gracias a la  sensibilidad mostrada en todo momento por el Consejo de Redacción de esta Revista, se ofrece en su formato original, y ello nos permite saborear la grandeza literaria del barroco Siglo de Oro español, donde el paciente lector tiene la oportunidad de evocar sus sentidos ante los arcaicos usos gramaticales, ortográficos o retóricos de una época en que la Lengua Castellana era la credencial de un imperio intelectual donde aún no se ha puesto el sol.
 
Primera página de la Carta de Fr. Cueto
DOCUMENTO:

COPIA DE UNA CARTA, QUE ESCRIVIÓ A los Excelentísimos Marqueses de Priego el Padre Fray Alonso Cueto, de la Orden de nuestro Seráfico Padre San Francisco, Comisario de los Reinos de las Indias Occidentales, para la Canonización del Apostólico Varón Fray Francisco Solano, de la misma Orden.

JESVS,     MARIA,     JOSEF.

QVIEN Esta escrive a V. Exc. es un pobre Religioso, indigno Fraile Recoleto, hijo de la Provincia de los Doze Apóstoles de Lima, y natural de la Villa de Osuna; en la qual Provincia asistió, vivió, y murió el Esclarecido y Apostólico Varón el Padre Fray Francisco Solano, humilde vasallo de V. Excelencia, y nació en essa Corte de la Ciudad de Montilla, y tomó el Hábito de edad de veinte años en esse Convento. Que dichoso y bienaventurado Convento, que tal hijo dio; y esclarecida Ciudad, que tal fruto ha dado a la Iglesia de Dios; y dichoso el Marqués mi señor, y V. Exc. que tal vasallo tienen, y tendrán mientras Dios fuere Dios. Passó a las Indias más remotas, y pobres, adonde más necesidad tenían aquellos Bárbaros Gentiles de la Doctrina Evangélica deste Apostólico Varón, enseñándola por palabras, y obrándola por sus obras, huyendo de las honras, y apellido que el Andaluzia le dava de Santo, por aver resucitado un difunto en S.  Francisco del Monte junto a Córdova; y otros prodigios, y milagros, que obra Dios en estas partes por este esclarecido Varón: y son tantos los que en los Reinos de las Indias ha hecho obrándolos en su vida, y después en su muerte, que quedan enriquezidas las Provincias de Tucumán, Paraguay, y todo el Reino del Perú. Murió día de S. Buenaventura su devoto el año de 1610 en la Ciudad de Lima, que es la Corte del Reyno del Perú, adonde hizo, y está haziendo infinitos milagros, y adonde quiso mi dichosa suerte me diesse la profesión siendo Guardián de la Santa Recolección de Lima, y siendo yo el único que professó en sus manos: en quatro meses que fue Prelado de la dicha Recolección, renunció el oficio onze vezes por escrito, y por respecto, que los Prelados le tenían aceptaron la renunciación. Y visto los dichos Prelados de la Provincia los grandes milagros que se escrivían del Santo, me mandaron por santa obediencia, y en virtud del Espíritu Santo, viniesse a solicitar la Beatificación, y Canonización deste Santo. Las vezes que me escusé de no aceptarlo sábelo Dios nuestro Señor, no por los trabajos que tenía presentes avia de temer, sino por hallarme incapaz, e indigno, como cosa tan grave, e importante, como es la Canonización, que llevo. Salí, Señora, de la Ciudad de Lima con las Informaciones deste Apostólico Varón, que son quatro mil y quatrocientas y cincuenta fojas escritas, hechas por los señores Arçobispos, Obispos de Sevilla, Granada, Córdova, y Málaga, y por los Juezes Apostólicos nombrados por su Santidad, y sacra Congregación de los Ritos, el señor Arçobispo de Lima, Deán, y Arcediano: en las quales informaciones van novecientos y cincuenta y tantos milagros, y entre ellos treze muertos resucitados; y quinientos y setenta y siete testigos jurados, en que entran Virreyes, Presidentes, Governadores, Arzobispos, Obispos, Prebendados, Vniversidades, Colegios, Cavalleros, y lo más ilustre, y noble de aquellos Reinos. Y porque V. Exc. goze de alguno de los milagros que ha obrado Dios por este esclarecido Varón / antes que llegue a manos de V. Exc. el libro que está impreso de la vida, muerte, prodigios, y milagros desde Ilustre Varón, haré memoria en ésta de algunos portentosos, como son, ser dueño de los corazones de los hombres, reduciendo a término las confesiones de los penitentes, trayéndoles a la memoria todos sus pecados, y en ocasión diziendo a los penitentes, que ya no tenían ni se acordavan de más pecados, respondió el Confesor del Cielo: Esso no será posible, porque le falta tal, y tal pecado, trayéndoselos a la memoria, como si en cada uno dellos huviera concurrido con el penitente: y ponderan los Teólogos ser mayor milagro este que resucitar muertos. Dio dos fuentes en dos Provincias adonde perecían de sed los hombres, hoy muelen cuatro molinos con el agua, y la dicha agua haze milagros, y la llaman agua del Santo Solano. Passava los ríos sobre el manto crecidos de monte a monte. Detenía la mitad de los navíos sobre las aguas hasta salvar la gente. Baptizar y confesar los Gentiles que ivan allí. Sustentó en desierto más de trezientas personas con lo que el Cielo le embiava, y los enfermos que en este desierto huvo, pidiéndole varias cosas para comer, les traía pescado del mar, el qual se venía a las manos, llamándolo el Santo, y limpiándolo el bendito Padre, y adereçandolo, el mismo se los llevava a los enfermos, diciéndoles, que comiessen, que les sabría a lo que ellos apetecían; como el Maná al Pueblo de Dios, y así sucedía. Obedecieronle todas las criaturas del mundo, los animales, las aves, los pezes, amansó tres toros bravos, y se arrodillaron al Santo. Resucitó las aves muertas. Y sanó en los cuerpos humanos de todas las enfermedades, y dolencias que puso Dios en ellos, y todas las plagas que suelen sobrevenir en los campos, como son langostas, palomilla, gusanos, gorgojos, graniço, invocando al Santo de todas estas cosas se veían libres, y por esta razón le dan título de milagroso en el mundo. Y tal vez huvo, que estando detenidas en un río mas de cincuenta personas, por su grande avenida, pereciendo de hambre, mandó el bendito Santo a las aguas, que parassen su curso, y al momento obedecieron, dando lugar, como otro mar Bermejo (aunque no abrió senda el río) a que passasen; y todos contentos de aver passado, bolvió el río a correr con sus mismas corrientes, como de antes. Y era tanto el fervor, que este santo Varón tenía en la hora de Dios, que yendo a predicar a las Comedias, y plaças, y partes donde sentía era Dios ofendido, que juran muchos testigos, que le veían volar, sin poner los pies en el suelo en más de una quadra. Y un día yendo a predicar las Peticiones del Padre nuestro, llevándome consigo, y subiéndose en el púlpito, y poniendo el manto alrededor del, dixo la primera palabra: Allegad al almoneda Cristianos; y diziendo el Padre nuestro, y la segunda palabra, que estás en los Cielos, se elevó, y nos parecía a todos los que le veíamos se levantó mucho del púlpito, y puesto en Cruz con un Christo enarbolado en aquella postura, clamando a la Ciudad, que le estava mirando, y las Religiones que le seguían llorando lágrimas vivas, diziendo: Dios te tenga de su mano, y pidiendo al Cielo misericordia librasse a aquella Ciudad por aquel Justo. O dichosa Montilla, y dichosos, y bienaventurados los señores, que tal vassallo les dio Dios. Y la razón más fuerte, que tuvo el Pontífice, que hoy gobierna la Iglesia de Dios, para despachar el Rótulo, y Bulas para que hiziessen las Informaciones por autoridad Apostólica, que yo llevo a su Santidad, fue el sermón que llaman del Juizio, que predicó un Viernes, año de mil y seiscientos y quatro en la plaça de Lima, que convirtió a toda la Ciudad a penitencia, entendiendo el Pueblo, avía dicho por cosa cierta, se avía de hundir la Ciudad aquella noche; y no aguardando la explicación del lugar que el Santo llevava, de que si huviera enmienda, cessaría el castigo, que Dios tenía ordenado. Partió la nueva por las calles, diziendo: El Santo Solano ha dicho, se ha de hundir Lima esta no/che. Pondérese agora, que avrá en Lima (señora) más de veinte mil Españoles entre hombres, y mugeres, y más de treinta mil Negros, y Negras, y muchos Indios: todo era alaridos, lágrimas, y gritos, que los ponían en el Cielo, pidiendo a Dios misericordia: los Templos se abrieron, el Santísimo Sacramento se descubrió en todos ellos, los Confesores en pie; las confessiones a vozes, las absoluciones a montón; las honras se restituían, los hartos le manifestavan; y los amancebados se casavan; y huvo tal enmienda en la Ciudad, que parecía otra. Predicó otro sermón ochenta leguas de Lima en la Ciudad de Truxillo, y mirando al Pueblo dixo: A Truxillo, que el número de tus pecados a de llegar a colmo! Que ha de embiar Dios sobre ti una gran ruina! Siendo ellos causa, que no quede en ti piedra sobre piedra, y este púlpito donde yo estoy predicando esta verdad, aunque ha de caer este Templo, y dar sobre el aunque es de madera, y molduras, no le ha de lastimar, y ha de quedar sano en fe desta verdad; llorando a todo esto como Christo sobre Jerusalén, y todo se cumplió a la letra, quinze años después que el Santo lo profetizó. Llegó la última enfermedad deste Ilustre Varón, y puesto en aquel lecho humilde, y pobre, adonde toda la Ciudad, y Religiosos acudían a ver aquel Mensajero del Cielo, y Apóstol, que Dios les quitava de entre ellos, arrojando por aquella divina boca el siervo de Dios Solano tantos rayos de luz del Cielo, que a todos los embiava consolados. Los Médicos le desahuciaron, y mandaron dar los Sacramentos, porque avia de morir a dos de Junio: y diciéndole su Confessor, que los Médicos le mandavan dar los Sacramentos, y que avia de morir passado mañana, que si los quería recebir? Respodió el Santo, que de muy buena gana, si bien no por modo de Viático, porque su muerte no avia de ser hasta el día de San Buenaventura su devoto. Llegó el desahucio de si mismo con harta alegría del Santo, y llanto de la Ciudad, y el mismo día dio su Alma al Dueño de todas, que tan linda y hermosa la avia criado, y al punto mostró Dios tantas maravillas, y milagros, que no será posible referir aquí más de tres o quatro. Sea el primero, que sin saber la Ciudad la muerte del Santo, vino toda la gente al Convento, y el Virrey enviando tres Compañías de Soldados para resistir la Ciudad, no bastaron, y puesto el cuerpo Santo en la Capilla de la Enfermería, embió Dios a la reja de la dicha Capilla tanto género de pájaros jamás vistos en aquellas partes, que dizen los testigos, que nunca avian oido, Canarios, Silgueros, Ruiseñores, que tan concertada y linda música hizieran: esto duró cinco horas. Y dos días que estuvo el cuerpo sin dar sepultura, juran muchos testigos, que v[e]ían baxar, y subir muchas luzes del Cielo adonde estava el Cuerpo del Santo. Sacolo en ombros a la Iglesia el señor Virrey del Perú Marqués de Montesclaros, y el señor Arzobispo de Lima, y con llevar de guarda Chuceros, y cincuenta Alabarderos de la Guarda, perdió el Virrey la capa de los ombros. Oy está su sepulcro de los más frecuentados de la Iglesia de Dios, y en él quedan onze lámparas ardiéndo, nueve de plata, y dos de bronze, y con su azeite sana Dios de todas las enfermedades de los cuerpos humanos, y consume todas las plagas, que sobreviven en las sementeras, viñas, huertas, alfalfares: y es de tal manera el sacar el azeite de las lámparas, que está el Sacristán lo más del día dando azeite: tiene en el dicho sepulcro ochocientas y tantas figuras de cera y en el Altar donde está la caxa del Cuerpo del Santo son tantas las personas graves, que acuden a dezir Missa en el dicho Altar, que ay Prebendado de la Catedral, que aguarda vestido media hora para poder dezir Missa, y son tantas las personas, que van a dezir Missa, y otros a que se la digan, que en dos meses se ofrecieron dos mil y quinientas Missas, y con la licencia que su Santidad concede en el Rótulo, se le dize la de todos los Santos, hasta que se Canonice, y tenga Missa propia, con el favor de V. Exc. Y confío en Dios, y en los merecimientos deste esclarecido Varón, que se han de ver V. Excelencias, y todas sus / Casas y Estado con tan aventajadísimos aumentos, como se verá, que pues los da Dios por este esclarecido Varón en todas las partes donde llega, y donde lo han recebido por su Patrón, que hasta hoy han sido la Provincia de Tucumán, el Arzobispado de Chuquisaca, el de Lima, la Vniversidad de los Reyes con ochenta y un Doctores, el señor Conde de Chinchón, Virrey del Perú, para todo su Estado, Don Bernardino de Hurtado de Mendoça, General del Callao, y mar del Sur, con acuerdo de su Almirante, y gente de Mar, y Guerra, en nombre de su Majestad, por el prodigioso milagro que hizo este año de 1631, librando a la Capitana donde venían las Informaciones, y el retrato del Santo, con mil y tantas personas dentro, y quatro millones de su Majestad, y particulares, del riesgo en que estava para perderse, como le sucedió a la Almiranta viniendo en ella casi otros quatro millones, y yéndose al fondo de la mar los deparó, y se sacaron por los merecimientos del Santo. Y viendo la Ciudad de Panamá, Cabeza del Reino de Tierra-Firme, estos prodigios, y milagros, le hizieron una solemne fiesta, y le tomaron por su principal Patrón, prefiriéndolo a todos los que tienen, y adelante fueren. Y asimismo lo recibió por su principal Patrón la Ciudad de Cartagena, adonde Dios obró por el Santo muchos milagros en bien pocos días que allí estuvimos. Y salidos de la dicha Ciudad en demanda de la Ciudad de la Habana, donde escrivo ésta a V. Exc. en el rigor del Invierno número de veinte y tantos navíos puestos todos sobre unos baxos, y estando en grande riesgo, sobre ellos se levantó una grande tormenta, y vistonos en el manifiesto peligro en que estávamos, me pidió el General, y las personas, que venían en la dicha Capitana, que eran más de seiscientas, sacasse la Imagen del Santo, y puesta en la silla del Piloto, convocando todos su favor; y ayuda, fue cosa maravillosa, que al punto cessó la tormenta, aclaró el Sol, y hicimos próspero, y feliz viaje. Y oyendo estas maravillas en la Ciudad de la Habana, se ha ofrecido el señor General Tomás de la Respurg de pedir una limosna al Santo en la dicha Ciudad entiendo le recebirá por su Patrón. Acabo esta relación, Excelentísimos señores, con un portentoso milagro que hizo en la Provincia de Tucumán, y fue, que estando un Jueves Santo en los Oficios Divinos congregada la gente en el templo, cosa de cien Españoles, y trescientos Indios, que avría en el Pueblo, venían a matarlos más de treinta y tantos mil Indios bárbaros infieles; y sabiéndolo el Santo por espíritu profético, salió solo con un Christo en las manos al exército de los enemigos, los quales eran de diferentes lenguas, que eran siete las diferencias que avía en el número de los enemigos, predicando el Santo en la suya, le entendía cada uno en su lengua con tanta claridad, y distinción, que se admiravan: y más juran los testigos, que les enmendava los vocablos que imperfectamente hablavan ellos; por lo qual alçaron un alarido, y dixeron: Este es mago, y encantador, que nos enmienda nuestros vocablos, y acercándose al Santo para matarle, vieron, que arrojava del rostro tanta luz, y esplendor, que les obligó a que le pidiesen les enseñasse aquella doctrina, que les predicasse, y los bautizasse, y convirtió en aquel sermón nueve mil Indios, hizieron muchos dellos disciplina de sangre la misma noche del Jueves Santo con los Españoles. Y quien haze tales maravillas, y milagros (Excelentísimos señores) qué no hará en su patria? en su Ciudad, donde recibió el santo Bautismo, y el segundo en la profesión. Qué no pedirá este santo a Dios nuestro Señor por sus dueños y señores? Que son V. Excelencias, qué de aumentos, qué de regalos, qué de bendiciones, todas las que el Santo viere en Dios que conviene es cierto (Señores Excelentísimos) las pedirá a su Magestad se las dé tan cumplidas, como este humilde siervo de V. Excelencias desea. De la Habana, y Noviembre 23, de 1631 años.

Fray Alonso Cueto