miércoles, 19 de enero de 2011

EL PASADO DISPERSO DE LA ERMITA DE SAN ANTONIO

A María del Carmen Jiménez-Alfaro y Salas, descendiente de este noble linaje

Dado el interés que ha despertado el artículo anterior , dedicado a la imagen y cofradía de Ntra. Sra. de la Rosa, cuyos orígenes se arraigan en la desacralizada –y desconocida– ermita de San Antonio de Padua, vamos a dedicar las siguientes líneas a glosar sobre este pequeño oratorio, sus orígenes, sus cultos, los bienes de su sustento y su patrimonio artístico.

La devoción de la familia Olivares a San Antonio de Padua

El titular de la ermita de San Antonio de Padua
 La presencia franciscana en Montilla se remonta a los primeros años del siglo XVI, cuando el primer marqués de Priego, Pedro Fernández de Córdoba, rubrica en sus últimas voluntades la fundación de un monasterio en su villa principal para los frailes de la regla de San Francisco de Asís. Tras su muerte, su hija Catalina, heredera del marquesado, cumplió la cláusula testamentaria de su padre, instalando a la primera comunidad de franciscanos en 1517.

Con el paso del tiempo los vecinos de Montilla conocieron el santoral franciscano a través de las súplicas y homilías elevadas por los seráficos predicadores, que hacían referencia a las vidas y virtudes de sus hermanos ya canonizados como ejemplo cristiano.

Uno de los santos de esta orden que ha gozado de mayor devoción en Montilla es San Antonio, doctor evangélico que nace en Lisboa en el año 1195 y fallece en Padua 36 años después. En la mayoría de los templos de nuestra ciudad existe una escultura o pintura que lo representa, incluso en la iglesia de San Agustín se conserva una pequeña talla del santo portugués revestido con el hábito y correa de esa Orden, ya que antes de seguir los pasos de San Francisco de Asís, ingresó y estudió teología en la abadía agustiniana de San Vicente, extramuros de la ciudad de Lisboa.

La devoción hacia San Antonio de Padua se vería acrecentada en nuestra ciudad con la construcción de una ermita en su honor. La iniciativa partió de Gabriel de Olivares, un fervoroso devoto de origen portugués que, afincado en Montilla, regentaba un próspero negocio de comercio textil, cuyos padres, Domingo de Olivares y María Rodríguez, eran naturales de Lisboa. Tras contraer matrimonio con Catalina de la Cruz el 16 de diciembre de 1631[1], adquiere varias casas en la calle Juan Díaz de Morales (hoy Don Diego de Alvear) esquina con la de Don Gonzalo, de cuyo terreno dedicó una parte al lugar sagrado. En su testamento, otorgado el 2 de agosto de 1666, el mercader Olivares da cuenta de la profunda devoción que profesa por su paisano y patrono San Antonio de Padua, al que encomienda la salvación de su alma, y para quien construyó el oratorio, ordenando “que mi cuerpo sea sepultado en la iglesia y ermita del Sr. San Antonio de esta ciudad que yo e fundado, junto a la pila del agua bendita con el hábito y cuerda de Sr. San Francisco”[2].

La única hija y heredera de la ermita, Tomasa María de Olivares, contrajo matrimonio en dos ocasiones. De sus primeras nupcias, con el francés Esteban de los Santos Tiene[3], nacen sus hijos Esteban Gabriel, que más tarde será el presbítero protonotario apostólico, y María Florentina. Tras enviudar la madre, se desposa nuevamente con el gallego Domingo Lorenzo Montesinos[4], residente en nuestra ciudad donde ostentaba la vara y oficio de la fiscalía de la Real Justicia y Santa Cruzada. Ante la falta de recursos para mantener el culto y la ermita de San Antonio, el nuevo matrimonio decide instituir una capellanía y auspiciarla con las propiedades de ambos cónyuges, el 9 de marzo de 1683.

Por causas que nunca se llegaron a esclarecer los instrumentos notariales concernientes a la fundación de la capellanía fueron sustraídos del archivo de la escribanía de Juan Márquez del Barranco. Este suceso motivó al capellán Esteban Gabriel de los Santos y Olivares, junto con su hermana María Florentina y el ya anciano Domingo Lorenzo Montesinos a constituir un Mayorazgo sobre los bienes raíces de la capellanía, al que sumaron una nueva dotación de fincas, con el fin de mantener in tempore los cultos en honor de San Antonio y la protección de la ermita, que quedaba a cargo del poseedor del Vínculo y beneficiario del usufructo de las rentas de la institución piadosa.

La escritura notarial del Vínculo fue levantada ante el mismo escribano el 17 de marzo de 1710, donde se hizo relación de las fincas sujetas al mayorazgo por ambas partes, que sumaban a la ermita tres casas principales en la calle Don Gonzalo, y más de 280 fanegas de tierra de labrantío y monte repartidas en casi medio centenar de fincas rústicas, entre las que destacan por su extensión, un cortijo en el sitio de Riofrío y Valdehermoso, el cortijo de Santiago, una parte del cortijo del Carrascal, un lagar y bodega llamado Casablanca en Moriles, la huerta del Zarco, y varias hazas en el sitio de la Magdalena, entre otras tantas[5].
Retablo mayor de la ermita, hoy en la aldea de Santa Cruz

La sucesión y permanencia del Vínculo y Capellanía también fue descrita en la misma acta notarial. A la muerte de María Florentina de Olivares, mujer que era de Francisco Vargas Machuca, heredaría el Mayorazgo su hija mayor, Bernarda María, desposada con Gonzalo Martín Vaca y Lainez, natural de Lucena[6]. En caso de no tener descendencia, optarían a poseer este legado los Terceros Franciscanos de la Provincia de San Miguel Arcángel, con obligación de fundar un convento con el título de San Antonio de Padua. Si estos no aceptaban, podían acceder al Vínculo los familiares de Domingo Lorenzo Montesinos, y si no los había, fueran los siguientes fiduciarios, en prioridad del orden, los Dominicos de Andalucía y la Congregación de San Felipe Neri de Córdoba, con las mismas condiciones que los franciscanos. Si llegado el caso, ninguno de ellos aceptaba el Mayorazgo el Vicario de Montilla nombraría tres capellanes residentes en la ciudad para mantener la voluntad de los fundadores.

El linaje Olivares, representado en Bernarda María, continuó la sucesión familiar y la posesión del Vínculo a través del primer apellido de su esposo, Gonzalo Vaca y Lainez, cuya descendencia mantuvo activas las disposiciones de la fundación hasta finales del siglo XIX, tiempo en que era su titular Luis Vaca Pérez, que según afirma el historiador José Morte Molina continuaba cumpliendo las estipulaciones del mayorazgo familiar[7].

La ermita de San Antonio de Padua y su actividad religiosa

De una sola nave y de planta rectangular la pequeña iglesia tenía dos puertas al exterior, la principal abierta a la plazoleta de la calle Don Diego de Alvear, y otra de servicio para la sacristía que tenía su salida a la angosta calleja que bordeaba la cabecera del pequeño templo, que llamaban de Torralvo, y desembocaba en la calle Don Gonzalo (en la actualidad está integrada en la bodega de Alvear). Poseía una discreta espadaña de un solo hueco sobre la sacristía, que alojaba la campana dedicada al titular, y que fue refundida en 1783. La ermita también contaba con varias sepulturas, que al tratarse de una fundación familiar estaban reservadas a los poseedores y deudos del Mayorazgo.

En su interior albergaba tres retablos, el mayor, realizado en la mitad del siglo XVII, estaba dedicado a San Antonio de Padua. De líneas renacentistas, comprende  de una bancada y cuerpo principal dividido en tres calles, coronado por un ático donde se advierte un lienzo que representa la Crucifixión de Cristo en el calvario. En la hornacina central estaba ubicada la imagen titular de la ermita, de talla completa y bulto redondo, ricamente estofada y policromada, que estaba rodeada en las entrecalles laterales por cuatro pinturas al óleo que escenifican varios pasajes de la vida del santo lusitano.

A ambos lados del retablo mayor existían otros dos altares enfrentados entre sí. El situado en el lado de la epístola estaba dedicado a una imagen de talla de San Antonio Abad. El opuesto, en el lado del evangelio, fue destinado a la Virgen María en la advocación de la Inmaculada Concepción, que según la escritura del mayorazgo, era una imagen de candelero para vestir, y que fue sustituida el 23 de diciembre de 1720 por la talla de la Virgen de la Rosa, efigie adquirida por el capellán Esteban Gabriel de los Santos al artista sevillano Pedro Duque Cornejo[8], que al trasladarse a la nueva ermita de la Plaza que lleva su nombre en 1763 su hornacina fue ocupada por una imagen de San José. Según la descripción que nos ofrece Antonio Jurado y Aguilar, los muros interiores de la ermita estaban decorados con pinturas murales, y sobre ellas colgaban seis lienzos “de buen pincel” dedicados a los Misterios de la Virgen[9].
Desde 1683, la ermita tuvo una serie de cultos instituidos por los fundadores de la capellanía. Entre las obligaciones impuestas a los capellanes que la ostentaran, se contemplaban las de celebrar una misa rezada todos los días festivos del año entre las 11 y 12 de la mañana y, asimismo, conservar el edificio y ajuar para el uso sacro. A estos cultos se sumaron los fijados en el Mayorazgo, que estaban destinados a honrar al titular del pequeño templo en su festividad, el 13 de junio: “Y asimismo han de tener precisa obligación todo los años a celebrar el santo día de Sr. San Antonio de Padua perpetuamente, haciéndole su fiesta de toda solemnidad con su misa, sermón, música, y algunos fuegos a honra y gloria de Dios nuestro Señor y de dicho Santo” [10].

Con la fundación de la nueva cofradía de Ntra. Sra. Rosario en 1719 se incrementó la actividad religiosa, ya que el rezo público de las letanías y misterios marianos lo practicaban los hermanos diariamente dos veces, celebrando la festividad y procesión de su titular el segundo domingo de noviembre, festividad del Patrocinio de Nuestra Señora, con su posterior novenario, como ya especificamos en el trabajo anterior.

A esta fervorosa corriente devocional propagada durante el siglo XVIII hemos de añadir la existencia de un grupo de devotos del eremita San Antonio Abad (o San Antón) que reunidos en hermandad organizaban anualmente una misa solemne el 17 de enero, fecha en que la Iglesia celebra su festividad[11]. Entre los patronatos que se le atribuyen, está el de protector de los animales, y por ello en nuestra ciudad tuvo una significativa devoción San Antón, ya que durante la celebración de su fiesta se organizaba una popular verbena en el barrio, donde se reunían los montillanos en torno a la plazoleta con sus mascotas y ganado para presentarlos ante su Santo protector. El cronista local Dámaso Delgado López describe así la celebración de la misma: “era animadísimo en la población, y de gran fiesta, que era de ver la multitud de caballos jaezados fastuosamente con gualdrapas de terciopelo, damascos, sedas, tisú de oro y plata y multitud de flores y cintas, con que los hijos de los nobles y los sirvientes de los caballeros pasaban mil veces caracoleando por la puerta de la ermita, habiendo en las casas de aquellos barrios, tanto la víspera como el día, buñoladas sin número y fiestas y danzas”[12].

La clausura y el patrimonio disperso

Las últimas noticias que conocemos sobre la vigencia del culto público en la ermita datan de los últimos años del siglo XIX. Durante las primeras décadas de la centuria posterior permaneció cerrada al culto hasta que fue desacralizada en 1938, año en que el obispado de Córdoba autoriza su enajenación, siendo adquirido el inmueble posteriormente por Francisco de Alvear, VII Conde de la Cortina[13], que lo agrega a sus propiedades colindantes.
Edificio, hoy desacralizado, que fue ermita de San Antonio

Sus bienes muebles, enseres y prendas litúrgicas fueron trasladados a dependencias de la Parroquia de Santiago. En la actualidad, la imagen de San Antonio de Padua se venera en la ermita de Ntra. Sra. de Belén, el retablo mayor fue trasladado a la iglesia de la aldea de San Cruz tras la Guerra Civil, ya que este templo adscrito a la Parroquia de Santiago fue incendiado en 1936, durante los primeros días de la contienda. La campana sigue convocando a los fieles desde la espadaña del santuario de María Auxiliadora.

La visita de un príncipe peregrino

Como epílogo a este breve paseo por el pasado de la ermita de San Antonio, no queremos dejar pasar un anecdótico episodio ocurrido el día 23 de diciembre de 1668, y es que –casualidad o no– hay constancia documental de que este día asistió a la misa de la mañana el príncipe Cosme III de Médicis acompañado de su séquito, como lo hace constar su escribano en la crónica del Viaje que el gran Duque de Toscana efectuó por España y Portugal en peregrinación a Santiago de Compostela. Tomamos literalmente el párrafo que da fe de su paso por nuestra ciudad, procedente de Lucena, donde se hospedó durante dos días: “Hay más de dos mil vecinos en Montilla. Allí estaba la Marquesa, a la cual no pudo ver, pues S.A. se hospedó en una posada corriente. El día 23, S.A. oyó misa en una pequeña iglesia de San Antonio, cerca de su posada, y tras desayunar, se encaminó a Écija, donde llegó al atardecer[14]”.

La reseña dada en este libro de Viaje sobre Montilla es mucho más amplia, a la cual queremos dedicar un trabajo monográfico próximamente.

FUENTES

[1] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro 5º de desposorios, fols. 368 y 472. Ítem: Lib. 2º de amonestaciones, f. 220 v.
[2] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APNM). Nª 6ª. Leg. 1037. f. 456. Gabriel de Olivares fallece el 01/10/1666.
[3] Hijo de Gallardo de Santos Tiene y María Vergara, natural de la villa de Lara, obispado de Langüedoc, Francia. Contrajo matrimonio con Tomasa María el 08/XII/1663. APSM. Lib. 6º pequeño de desposorios, f. 373. Lib. 3º de amonestaciones, f. 346.
[4] Hijo de Pedro Lorenzo Montesinos y María Alonso Fernández, natural de la villa de Lubián, situada en la comarca de Sanabria, obispado de Benavente. Hoy  pertenece  a la provincia de Zamora.
[5] APNM. Nª 6ª. Leg. 1077, fols. 113 – 145 v. El Mayorazgo y Capellanía fue ratificado por el Pbro. Esteban Gabriel de los Santos en 02/01/1732, véase: Nª 6ª, leg. 1098, f. 7, y Nª 7ª, leg. 1271, f. 27. Véase también: LORENZO MUÑOZ. Francisco de Borja: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla, f. 74. Año de 1779. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque (FBMRL), Ms. 54.
[6] APSM. Libro 17º de desposorios, f. 222 v. Contrajeron matrimonio el 31/V/1728.
[7] MORTE MOLINA, J.: Montilla. Apuntes históricos de esta ciudad (2ª edición). Montilla, 1982. pp. 101 – 103. Luis Vaca Pérez fue tío carnal del célebre médico José Salas Vaca, Gentilhombre de Cámara del Rey Alfonso XIII.
[8] Archivo General Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho Ordinario. Leg. 35. Sig. 7271/03. En este Memorial, su autor declara que la imagen de la Inmaculada fue donada por el capellán de los Santos y Olivares al Colegio de Niñas Huérfanas.
[9] JURADO Y AGUILAR, Antonio: Historia de Montilla, f. 225. Año de 1777. FBMRL, Ms. 103.
[10] Op. Cit. Leg. 1077, fols. 113 – 145 v. Véase también: MORTE MOLINA, J.: Montilla…
[11] JURADO Y AGUILAR, Lucas: Manuscrito Histórico Genealógico de Montilla, p. 62. [s. XVIII] FBMRL, Ms. 298. (Fotocopia).
[12]  Tomado de un texto copiado de un manuscrito original de Dámaso Delgado López, de finales del siglo XIX.
[13] APSM. Correspondencia, siglo XX.
[14] MAGALOTTI, Lorenzo: Viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal (1668-1669) / Edición y notas por Ángel Sánchez Rivero y Angela Mariutti de Sánchez Rivero, pp. 215 – 216. Madrid, 1933. El ejemplar utilizado me ha sido facilitado por Agustín Jiménez-Castellanos, y la traducción del italiano al español ha sido realizada por Juan Antonio Prieto Velasco, a quienes agradezco su colaboración.