jueves, 20 de septiembre de 2018

EL GOBERNADOR JUAN PALOMERO DE LEÓN. Apuntes biográficos de otro montillano en el olvido*

Este trabajo fue publicado en el año 2004 con el ánimo de rescatar del olvido a un montillano ilustre. Ahora lo he recuperado y actualizado, aunque el personaje merece un estudio de mayor profundidad, dado los lugares en que sirvió a la corona y los cargos que ocupó, imprescindibles para mantener las posesiones europeas de la monarquía hispánica de los Austrias. 
De un tiempo a esta parte, el interés despertado por la historia moderna militar española, representada en sus legendarios Tercios, ha provocado la publicación de numerosos estudios y monografías que pueden ayudar a conocer mejor la trayectoria profesional de nuestro paisano. No cejaremos en el empeño de ampliar su biografía para que a las generaciones venideras quede un retrato más acabado de su perfil montillano.

Genealogía de los “Recio de León” en Montilla


Escudo de armas del linaje Recio de León
Hablar sobre el linaje castellano de los “Recio de León” es hacerlo de la reconquista andaluza, de las campañas bajomedievales de los reyes sucesores de Fernando III, el Santo. 

Francisco Sánchez, el primer Recio de León”, nace en 1378 y junto con sus padres, Sancho Sánchez Muñoz y Teresa Álvarez, se trasladaron desde Alcedo de Alba, su tierra natal, a la ciudad de León. En septiembre de 1410 Francisco participa en la toma de Antequera como sargento, al mando de una compañía del tercio de Pedro López de Ayala, a las órdenes del Infante don Fernando, tío del monarca Juan II. Tras haber destacado sus valores castrenses en la reconquista de la ciudad andaluza, el mismo Infante lo distinguió con el sobrenombre de “El Recio de León” ganándose su confianza y entrando a formar parte de su cámara[1]. En 1412 el Infante don Fernando llega a Montilla y visita a don Pedro Fernández de Córdoba, señor de las villas de Aguilar y Montilla. En su comitiva le acompañaba Francisco Sánchez Recio de León que, tras hacer gran amistad con don Pedro, decide instalarse en esta villa, para lo cual éste le cede una casa en la calle Santa Brígida.

Francisco contrae matrimonio en Montilla con Elvira González de Arellano, natural de Estella (Navarra), joven dama que formaba parte del séquito de la esposa de don Pedro en el castillo montillano. De estos esponsales nacen Alonso, que casó con la montillana Ana García “la Pavona”[2], y Marina que fallece sin sucesión. En su vida matrimonial, Alonso Sánchez Recio de León y su esposa Ana llegaron a concebir tres hijos, Francisco, Marcos y Ana; de los cuales sólo sobrevivió su primogénito.

Francisco Sánchez, único heredero y portador del sobrenombre “Recio de León”, fue desposado con Lucía García de la Peñuela “la Rubia”[3], de cuyo casamiento nace Alonso, único sucesor del linaje y posesiones que los “Recio de León” habían aglutinado en Montilla al servicio del Señorío de los Fernández de Córdoba. Alonso Sánchez Recio de León, casó en primeras nupcias con Catalina Rodríguez[4], de cuyo matrimonio nace Elvira. Alonso fallece en 1519, y bajo testamento decide la fundación del convento de San Agustín de Montilla, a cuyos primeros moradores ofrecía la ermita de San Cristóbal y varias fincas que eran de su propiedad. La llegada de los agustinos y la posesión de los bienes de ofrecidos por Alonso fueron una realidad en 1520.

El convento de San Agustín fue fundado por Alonso Sánchez
Recio de León, sobre su ermita de San Cristóbal, en 1519.
Elvira Alonso de León, hija mayor de Alonso y Catalina, fue desposada con Antón Pérez de Aguilar, natural y vecino de Montilla, cuyo matrimonio dio únicamente por sucesora a Marina Rodríguez de León que, a su vez, contrajo matrimonio en dos ocasiones: primeramente con Juan Sánchez Cubero (de cuyo enlace nació Juan) y, a la muerte de éste casó con Juan Rodríguez “el Palomero”, también vecino de Montilla.

La morada familiar estaba comunicada a dos calles, la fachada principal daba a la calle Puerta de Aguilar y la parte trasera (el postigo) se abría a la calle del Palomar, cuya patronímica evidencia “los seis grandiosos palomares, hacienda considerable en aquellos tiempos”[5] y que dio nombre popular –que aún hoy conserva– a esta céntrica calle.

Rodríguez Palomero prohijó a Juan, fruto del anterior matrimonio de su esposa Marina, como hijo propio. Dado que el nuevo matrimonio no pudo tener sucesión, su padrastro le hizo heredero de toda su fortuna, quedándosele a éste el sobrenombre de “el Palomero”.

Juan Sánchez Cubero de León, “El Palomero”, contrajo matrimonio con Marina Fernández de León, su prima hermana, hija de Antón Pérez de Aguilar y Elvira Alonso de León, hermana de su madre. De este matrimonio nacen Francisco, Lucía, Catalina, Ana y Marina.

De todos estos descendientes, nos ocuparemos a partir este momento de su primogénito, Francisco Sánchez Palomero de León, que contrajo matrimonio con Mayor López de la Mata y Arroyo[6], natural de Montemayor. De este matrimonio nacen Marcos, Juan, María, Mayor y Catalina. De todos los hermanos, sólo el primero, Marcos García Palomero de León dejó descendencia, desposándose con la montillana Ana Rodríguez el domingo 17 de abril de 1580 en la parroquia de Santiago.[7] De este matrimonio nacen Juan (nuestro biografiado), Sebastián, María, Ana y Leonor.

Así, Juan Palomero de León, primogénito de Marcos y Ana, es bautizado en la parroquia mayor de Santiago el lunes 7 de agosto de 1581 por el presbítero Juan de Guzmán[8]. En su niñez y primera juventud, Juan se impregna de la tradición militar de su familia, y decide así tomar el camino de las armas al servicio de la Corona Española.

En Italia, por las huellas de El Gran Capitán

Curiosamente, Palomero de León dio sus primeros pasos en  su dedicación y formación castrense en el Arma de Infantería, siendo destinado a la península italiana, donde la Monarquía Hispánica mantenía las posesiones conquistadas un siglo antes por nuestro insigne paisano Gonzalo Fernández de Córdoba, Capitán General y primer Virrey de Nápoles, conocido universalmente por “El Gran Capitán”.

Rúbrica del capitán Juan Palomero de León
En 1602, Juan Palomero de León ingresa en el ejército como soldado cuando contaba con 21 años. Como infante, su primer destino está junto a Lorenzo Suárez de Figueroa y Córdoba, II Duque de Feria, que fue nombrado ese mismo año Virrey de Sicilia. En 1606 pasa al virreinato de Nápoles, donde permanece varios años. Durante este tiempo que está destinado en la península itálica, Juan Palomero de León es agraciado por el monarca Felipe III por sus destacados hechos entre la milicia española. Muestra de ello, una real cédula otorgada a favor de nuestro paisano y dirigida al contador mayor del ejército:

“Don Felipe por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de las Indias, Duque de Milán, Condestable de Castilla primo del mi consejo de estado, mi presidente en el supremo del. Mi gobernador y Capitán General del esta de Milán, teniendo consideración a lo bien, que Juan Palomero de León me ha servido de ocho años a esta parte, en Nápoles y Sicilia, hallándose en las ocasiones, que en su tiempo se han ofrecido y a que una nave, que se perdió en la fosa de San Juan, salvó dos banderas, y sacó a un capitán de debajo del agua, y a otros soldados y marineros, que se ahogaban. Le he hecho merced como por la presente se la hago de cuatro escudos de ventaja al mes, de más de su plaza de soldado residiendo y sirviendo entre la infantería española del tercio de ese Estado como está obligado, que os encargo, y mando, deis orden, que desde el día de la presentación de esta [real cédula en] adelante todo el tiempo que [sirvie]re, se le asienten , libren, y paguen los dichos cuatro escudos de ventaja al mes según y de la manera que a los demás, que hay me sirven, que tal es mi voluntad y de no se execute la presente si el dicho Juan Palomero de León no presentare con ella las señas de su persona con Fe del mi infrascripto Secretario de estado y mando que tome la razón de esta mi cédula Juan Zevallos  mi contador de las mercedes, que se hacen por el mi consejo de estado. Dada en Madrid a 27 de Junio de 1611. Yo el Rey.”[9]

La Real Cédula llega finalmente a Milán el 23 de noviembre de ese año, donde estaba destinado Juan Palomero de León desde el 19 de agosto anterior, en la compañía comandada por Luis de Córdoba y Aragón. A partir de este momento comienza la carrera militar de Juan. El 7 de junio de 1612 fue destinado a la compañía de Miguel de Aspurz. Nuevamente, fue trasladado el 11 de marzo de 1615, con el rango de sargento, a la compañía capitaneada por don Diego de Mendoza en la que permaneció hasta el 28 de agosto de 1617, fecha en que se trasladó al Fuerte de Fuentes, gobernado por Martín Marañón de la Peña.

Al servicio del Duque de Feria

Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria, nace en Guadalajara en 1587. Estaba emparentado con el Marqués de Priego y vinculado con Montilla, durante la primera mitad del siglo XVII estuvo muy presente en la diplomacia y asuntos exteriores de la Monarquía Hispánica. En el campo de la diplomacia, fue dos veces gobernador del ducado de Milán (entre 1618–1625 y 1631–1633). Fue también virrey de Cataluña, entre 1629 y 1630, capitán general de Italia, embajador de España en Roma ante el papa Paulo V y embajador extraordinario en Francia en la entronización de Luis XIII.

En el campo de las armas, dirigió varias campañas de las que cabe destacar la realizada en 1625 en la provincia italiana del Monferrato, cuando apareció repentinamente con 20.000 hombres y conquistó a los franceses las principales plazas del Piamonte. En el año 1633, se dirigió con sus tropas hacia Brisach, para socorrer la ciudad, quedando plasmada esta efeméride por el pintor Jusepe Leonardo en un lienzo que hoy se puede contemplar en el museo del Prado.[10]

El III Duque de Feria, en el "Socorro de Brisach", en 1633. Jusepe Leonardo, Museo del Prado.
Desde la llegada de Suárez de Figueroa a Milán, Juan Palomero fue su fiel vasallo, como él mismo declara, participando activamente en las campañas militares emprendidas por el duque de Feria, bajo los reinados de Felipe III y Felipe IV[11]. El 9 de abril de 1619, Palomero de León es nombrado alférez y pasa a formar parte del Tercio viejo de Lombardía, bajo el mando del propio duque, quien fuera gobernador del Milanesado.[12]

En años sucesivos fue nombrado Capitán de una compañía de Infantería del mismo Tercio, alcanzando la gobernación de la ciudad de Coma (hoy Como). Hay que señalar que en el siglo XVII el Tercio de Lombardía estaba formado por diez compañías, y  cada una de ellas contaba con más de un millar de efectivos bajo el mando de un capitán, cuyo cuartel general se ubicaba en Milán. Así, su estancia en la capital del ducado italiano y su cercanía a la corte gubernativa y administrativa hicieron que Palomero de León gozara en tiempos de paz de mercedes concedidas por sus superiores. Durante su estancia en Milán contrajo matrimonio con Laura de la Lanza y Hortigosa, noble de origen vizcaíno, de cuya unión nacen nueve hijos y tres hijas: Gómez, Francisco, Juan, Jerónimo, Lorenzo, Martín, un segundo Lorenzo, Diego, un segundo Juan, Ana, Francisca y María.[13]

Alejandría su gobierno y Montilla su nostalgia

La buena administración de la ciudad de Coma y la lealtad mostrada a la Corona Española y al duque de Feria durante las campañas militares en las que participó, hicieron que el capitán montillano fuese nombrado Gobernador de Alejandría de la Palla, plaza fuerte del ejército imperial español, por su proximidad a la frontera francesa y a la costa mediterránea.

Alejandría de la Palla (hoy Alessandría), está situada en el noreste de Italia, a orillas del río Tánaro. Fue fundada en el año 1168 por el papa Alejandro III, de aquí su nombre en honor de aquel pontífice. En el primer tercio del siglo XVI pasó a manos españolas, integrada en el ducado de Milán. Desde su fundación fue una ciudad mayormente defensiva. No en vano, con la llegada de las tropas españolas fue una plaza militar de gran trascendencia, donde estaba destacada una de las compañías de infantería de mayor efectividad del Tercio viejo de Lombardía, y etapa obligada del Camino Español de Flandes.

De la importancia de Alejandría de la Palla como plaza militar, deja constancia Miguel de Cervantes y Saavedra en el capítulo XXXIX de la primera parte de su inmortal Vida y hechos del caballero don Quijote de la Mancha, donde narra los comienzos en su ocupación a las armas: “Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y, estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina; y, a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes…”

Juan Palomero toma posesión del gobierno de Alejandría de la Palla en 1631 y junto con su familia se instala en el palacio del Gobernador, desde donde gestionó y administró la ciudad hasta su muerte. Durante estos años fueron varios los gobernadores del Milanesado; así, Palomero de León estuvo al servicio del duque de Feria, del marqués de Leganés, del conde de Siruela y del marqués de Velada.

Probablemente, desde su ingreso en el ejército y su destino a Sicilia, Nápoles y finalmente Lombardía, Juan Palomero no regresó a Montilla en ocasión alguna, aunque nunca olvidó la ciudad que fue su cuna y solaz durante sus primeros años de vida. Como gesto de la montillanía que palpitaba en cada latido de su corazón, en  recuerdo y homenaje a la tierra en que se instruyó como persona y como creyente, trasladó desde Alejandría de la Palla varios recuerdos que le iban a perpetuar en la ciudad que le vio nacer y crecer. El primero fue donado a la Cofradía del Santísimo Sacramento y hecho público por Pedro de Flores, su hermano mayor, en el cabildo celebrado el 4 de Febrero de 1644 en el coro alto de la parroquia de Santiago.

Antigua capilla Sacramental de la Parroquia de
Santiago, a la que Juan Palomero envió desde Milán
la tela de oro para un dosel valorada en 800 escudos.
 “El Sr. Capitán Juan Palomero de León natural de esta dicha ciudad y vecino de la ciudad de Milán ha hecho entre otras limosnas a la dicha cofradía una de Tela de oro para la hechura de un dosel que de gran estimación de personas que le han visto y entienden vale más de ochocientos ducados por ser como dicho es de tela de oro fino…”.

La Cofradía, la más distinguida de la ciudad, trató en este mismo cabildo la forma de agradecer a Palomero de León, su mecenazgo y recuerdo a Montilla con varios oficios, religiosos y materiales.

“[…] y para mostrarse la dicha Cofradía agradecida a este beneficio y remunerar el ánimo liberal con que el dicho Señor Capitán lo ha hecho y hace con semejantes limosnas se propuso […] en el dicho cabildo el modo que se tendría para mostrarse agradecidos y hacer dicha remuneración y por parecer de todos sin contradicción alguna se determinó lo siguiente: Que la dicha Cofradía por hecho de agradecimiento le dote para siempre jamás una fiesta solemne en cada un año la cual se ha de celebrar el tercer domingo de abril de cada año, mes que sirve y acompaña el clero de esta dicha ciudad al Stmo. Sacramento y decir la dicha fiesta con la solemnidad que se acostumbra… Y así mismo, que luego que se tenga noticia que el dicho Sr. Capitán fuere muerto la dicha Cofradía le ha de hacer un oficio solemne de difuntos por la dicha muerte y para que de esta limosna quede memoria y otros se alienten a hacer otras a esta dicha Cofradía, se ponga una piedra de jaspe en la capilla de el Sagrario a la parte de adentro escrito en ella la descripción de este beneficio para su memoria y para la entera validación de esto [...]”[14]

Otra gran donación que realizó el capitán Palomero de León, fue la institución de una capellanía en el convento de Santa Ana, cuya escritura fue realizada el 20 de agosto de 1640, en el palacio del Gobernador y en la Catedral de Alejandría de la Palla, estando presentes por testigos las autoridades de la ciudad. Las capellanías no eran otra cosa que fundaciones piadosas dotadas de una serie de bienes cuyas rentas mantenían económicamente la voluntad piadosa de su fundador, que generalmente era la celebración de misas por la salvación de su alma y la de sus familiares difuntos. Dichos bienes eran administrados por un patrono, designando por el fundador, quien también nombraba a un capellán para el cumplimiento de las misas. En ambos casos los cargos recaían en un familiar cercano (hermano, hijo, sobrino), que se obligaban a cumplir lo estipulado ante notario por el fundador.

Juan Palomero de León, dotó su capellanía con los bienes raíces que heredó de su familia de origen astigitano, tal y como puede leerse en la escritura fundacional que transcribimos literalmente: “para dote de la dicha capellanía señalamos y situamos catorce mil reales de principal en un censo que dicho Sr. Gobernador tiene contraído  D. Diego de la Fuente  Guzmán clérigo de menores órdenes vecino de la dicha ciudad de Ecija a la colación de Santa María mancipada por escritura pública ante Manuel de Morales escribano de ella y contra Diego de la Fuente Guzmán escribano público del número de la ciudad y Dª Catalina Guerrero su mujer padres del dicho Lcdo. impuesto sobre un arrendamiento del presente y sus aranzadas de viñas con su casería lagar y otros prevengos en el término de la dicha ciudad en el pago de Valbermejo son ciertos linderos y sobre unas casas en la misma ciudad en la Barrera de los niños de la doctrina y sobre otras casas en la dicha ciudad en la calle que va de la Cárcel Real a la Compañía de Jesús  con hipoteca de un oficio de escribano público del número de la dicha ciudad que de presente una el dicho Diego de la Fuente y de otros bienes como contienen en la escritura de censo que otorgaron por ante el dicho Diego de la Fuente en la dicha ciudad de Écija”.

Cabecera de la escritura de asiento de la Capellanía fundada por el capitán Juan Palomero de León en el convento de Santa Ana en 1640, de la que fue su primer poseedor su hijo Martín.

También, Juan Palomero dejó una cláusula en la escritura de la dote sobre los beneficios de sus bienes, los cuales destinó a las mujeres solteras y viudas de su familia, mientras no se asignara capellán alguno.

“Y también es su voluntad que la renta de dichos setecientos reales vaya la mitad a su hermana María de León y la otra mitad a su tía María de la Cruz y faltando una de las dos vaya la mitad a su tía Mayor López para que se ayuden y esto mientras dicho fundador no ordena otra cosa o su hijo que será capellán no tenga edad para tomar posición de dicha capellanía”.

En cuanto a los patronos, Palomero de León nombró a sus parientes más cercanos y reputados, entre los cuales estaban el “Doctor Jerónimo Fernández de León Vicario que fue de Montilla y al Padre fray Alonso de Córdoba y al Doctor Andrés de la Fuente médico que asiste en Ecija, a todos tres juntos y a cada uno de ellos y insolidum cuales hagan la fundación de dicha capellanía con los puntos y cargos dichos y que han los se dirán juntamente es su voluntad que esta capellanía y beneficio sean patronos de su casa y parientes”.

Como capellán, el capitán Palomero de León estableció en la escritura fundacional que uno de sus hijos se dedicara a la religión, preferible del mayor al menor. Y es que era muy propio en la época esta forma de actuar por parte de los fundadores, que no buscaban sino el mantenimiento holgado de un hijo, pues con un nombramiento de este tipo podía vivir dignamente en la sociedad española del siglo XVII.

Como hemos dicho, el capellán estaba obligado a decir las misas asignadas en la escritura fundacional de la capellanía, como así reza: “En nombre de Dios y de su Santísima  madre María. El Gobernador D. Juan Palomero de León Capitán de una Compañía de Infantería española por su Majestad tercio de Lombardía natural de la ciudad de Montilla vasallo del Excmo. Sr. Marqués de Priego Duque de Feria y Duque de Alcalá quiere fundar una capellanía en Montilla en la iglesia de las monjas de Santa Ana con obligación de decir en dicha Iglesia como abajo tres misas cada semana in perpetuo dichas por intención que las dirá el capellán entera por orden pose y siendo impedido la dicha a decir por otro sacerdote es a saber una en lunes otra el miércoles otra el viernes de réquiem o según el oficio corriente siendo duplejo y juntamente dirá dicho capellán  una misa cantada de réquiem cada un año el día aniversario de la muerte del fundador”.

Tras varios años de inactividad de la capellanía de Juan Palomero de León, en 1656 llegó a Montilla su hijo Martín, como clérigo de órdenes menores. Tras hacer público el fallecimiento de su padre en Milán, reclamó la legitimidad de la posesión de la capellanía que su padre había erigido en 1640. El obispado de Córdoba le otorgó la posesión de la misma, sin poder ocuparla  íntegramente hasta el término de sus estudios teológicos, que culminó en la capital cordobesa en 1660. Una vez graduado, el 31 de agosto de ese mismo año, le fue adjudicada la capellanía por el provisor del obispado, quien aclaró “que atento a la adjudicación hecha de la dicha capellanía en el dicho D. Martín Palomero de León y resuelva para su colación y ser clérigo de menores órdenes hábil y suficiente para la poder obtener para ver sido examinado de la dicha capellanía y de cualquier derecho a ella anejo y pertinente le debía de hacer y hizo título provisión y colación y canónica institución por imposición de un bonete que en cabeza del dicho D. Martín puso estando ante su Merced inclinado de rodillas en cuya posesión leyendo poner y amparar   y acudir con usufructos y rentas como a tal capellán y cumpla con sus cargas y obligaciones y para celo se le despache título y así lo pronunció mandó  y firmó”.

Tras ser oficialmente capellán, Martín Palomero de León regresó a Montilla para entablar la capellanía en el archivo parroquial de Santiago, donde aún se puede leer “Como parece por el dicho título de colación y escritura de fundación que para está hecho exhibido ante mí el Lcdo. D. Martín Palomero de León a que me refiero lo cual rehuyan por y aquí firmo su recibo y para que de ello contuviere en la ciudad de Montilla en ocho días del mes de diciembre del año de mil y seiscientos y sesenta y uno. Martín Palomero de León [rúbrica].”[15]

Otro ilustre montillano en el olvido

A modo de conclusión, señalar que hemos titulado este epígrafe, evocando aquel libro publicado en 1957 y titulado Cinco montillanos olvidados, que compila la biografía de insignes montillanos que hoy son bien conocidos. Después de la aparición de aquellas biografías, varios de los protagonistas de dicho libro que prologara nuestro paisano y cronista oficial de Montilla, Pepe Cobos, gozan de un recuerdo patente y diario como es el rótulo de una calle.

Como bien plasmara nuestro insigne escritor, “hay muchas figuras locales que, por singularidad de sus méritos e incluso por su identidad anecdótica, están necesitadas de una oportuna revisión, y puesta a punto de sus vidas” no sin antes recordar la imaginativa predicción que se acompaña en las líneas del prólogo de la citada obra, en las que su autor retrata esa deuda pendiente que las generaciones presentes tenemos con el pasado humano de cada rincón encalado de nuestra Montilla… “Pues no nos cansaremos nunca de insistir sobre la convivencia, y diríamos casi la necesidad, de que los montillanos conozcan, siquiera sea sucintamente, la vida de sus hombres más representativos, que es tanto como conocer la historia misma de la ciudad en cuyo seno nacieron. Mucho dependerá de ello, naturalmente, del fervor, la indiferencia o el desdén con que se acoja este volumen, que ahora damos a la estampa y que bien pudiera ser el primero de una larga serie dedicada a la historia y a los hombres de Montilla”.[16]

*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla. Año 0, nº 2. Agosto, 2004.
  
FUENTES


[1] Copia del Ilustre linaje de los Recios de León, apellido noble. Biblioteca Regional Mariano Domínguez Berrueta (León). Colección: BDBER. Sig. ANT 674. Véase también: MORTE MOLINA, J.: Montilla. Apuntes Históricos de esta ciudad, Montilla, 1888. pág. 84.
[2] Copia del Ilustre linaje… Hija de Juan Sánchez Pavón y Teresa de Fernángil.
[3] Op. Cit.: Hija de Álvaro de la Peñuela, hijodalgo de Álava y de Lucía Fernández la Rubia.
[4] Ídem: Hija de Pedro Alonso Pobeda, natural de Montalbán, y Catalina Rodríguez, natural de Montilla.
[5] Ídem.
[6] Ídem: Hija de Antón Ruiz de Arroyo y Mayor López de la Mata, vecinos de Montemayor.
[7] [A]rchivo [P]arroquial de [S]antiago de [M]ontilla. Libro 1º de desposorios (pequeño), f. 45v. “Domingo en diez y siete años de abril de 1580 años el bachiller Alonso Ruiz Mazuela vicario de esta iglesia despose por palabras de presente no habiendo impedimento canónico a Marcos García hijo de Francisco Sánchez Palomero y de su mujer Mayor López y a Ana Rodríguez hija de Juan Sánchez Herrero y de su mujer Ana Rodríguez vecinos de esta villa. Fueron testigos el Sr. Lorenzo de Lara capellán de esta iglesia y Cristóbal Rodríguez Zapatero y por ser así lo firmé de mi nombre. Alonso Ruiz Mazuela [rúbrica]”.
[8] APSM. Libro 6º de bautismos, f. 187. “Lunes siete días de agosto [de 1581] el Lcdo. Juan de Guzmán bauticé a Juan hijo de Marcos García Palomero y su mujer Ana Rodríguez fueron padrinos el Padre Cristóbal Ramiro presbítero y su hermana doña María. El Lcdo. Guzmán (rúbrica)”
[9] Copia del Ilustre linaje…
[10] CALVO SÁNCHEZ, I.: Retratos de personajes del siglo XVI, relacionados con la historia militar de España, p. 283. Impreso en Madrid por Julio Cosano, año 1919. Edición Facsímil, 2003. 
[11] JURADO Y AGUILAR, L.: Miscelánea de noticias varias relativas a la antigua ciudad de Ulía y a la historia de la Ciudad de Montilla, f. 158. Tomo I. Año 1763.
[12] Copia del Ilustre linaje…
[13] Ídem.
[14] APSM. Libro de cabildos de la Cofradía del Stmo. Sacramento, f. 67 y vuelto. “Cabildo para situar la fiesta por D. Juan Palomero de León”.
[15] APSM. Libro 5º de capellanías y memorias. Folios 17 – 25 v.
[16] COBOS JIMÉNEZ, J.: Cinco montillanos olvidados. Madrid, 1957.

miércoles, 11 de julio de 2018

JOSÉ SALAS Y VACA, UN PRECURSOR DE LA NEUROPSIQUIATRÍA ESPAÑOLA

El Excmo. Sr. D. José Salas y Vaca, con uniforme diplomático
de Gentihombre de Cámara de Alfonso XIII

Siempre se ha dicho que Montilla es una ciudad que aportó grandes personajes a la Historia. No en vano, en el Siglo de Oro hispánico resuenan nombres universalmente conocidos que gracias a la trascendencia de sus hechos hoy forman parte de su galería de patricios ilustres: el Gran Capitán, San Juan de Ávila, el Inca Garcilaso o el mismo San Francisco Solano, cuyas fiestas patronales ahora celebramos.

Al igual que en los albores de la modernidad, tres siglos después Montilla volverá a sumar sus mejores hijos a la vida política, militar, social y cultural de la nación española con la llegada del Régimen Liberal. Una emergente edad de plata que estará protagonizada por apellidos como Alvear, Ruiz-Lorenzo, Núñez de Prado, Jiménez-Castellanos, Aguilar-Tablada, Garnelo Alda o Ruiz de Salas entre otros, cuyas meritorias biografías se vienen recuperando en la actualidad por parte de la comunidad científica.

Tal es el caso del montillano José Salas y Vaca (1877-1933) cuya vida y obra ha sido objeto de una tesis doctoral en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Su autora, Ruth Candela Ramírez, proyecta un perfil biográfico y profesional de largo alcance profundizando en la extraordinaria labor que José Salas desempeñó en los inicios de la neuropsiquiatría española, durante el primer tercio del siglo XX.

Esta nueva investigación lo considera como uno de los grandes reformadores de las instituciones públicas de salud mental de su tiempo, así como un innovador en la metodología seguida en el tratamiento a los enfermos; una inquietud que el doctor Salas dejó plasmada en más de una decena de publicaciones, numerosos artículos en revistas científicas, y en los foros académicos y universitarios que participó.

Doctorado en Medicina por la Universidad Central de Madrid antes de cumplir los veinticuatro años, en 1901 inicia su andadura laboral en el Real Hospital del Buen Suceso y dos años después ingresa por oposición en el Cuerpo de Beneficencia General. En 1911 es nombrado Jefe Facultativo del Manicomio Nacional de Leganés, cargo que ocupará hasta su jubilación en 1929, cuya institución será la principal receptora de sus progresos. Igualmente, formó parte del Cuerpo de Médicos de Baños, de la Sociedad Española de Higiene, del Instituto de Medicina Social y de las Reales Academias de Cádiz y Córdoba.

Dada su vocación sociopolítica participó en la dictadura de Miguel Primo de Rivera, siendo nombrado Gobernador Civil de las provincias de Albacete, Cádiz y Huelva. A lo largo de su vida recibió las distinciones de Gentilhombre de Cámara de Alfonso XIII (1912), la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia (1921), Hijo Predilecto de Montilla (1925), y Comendador de la Orden Civil de Alfonso XII (1927).

En 1930 se jubila por enfermedad, pasando sus últimos años entre Montilla y la capital cordobesa, en la que muere a finales de 1933 a los cincuenta y seis años. Sus cenizas las guarda la misma tierra que le vio nacer. Sin duda, José Salas y Vaca es parte esencial de esa edad de plata montillana que la ciudad debe recuperar para la memoria de las generaciones presentes y futuras.

sábado, 26 de mayo de 2018

EL CRISTO DE LA TABLA, UN TESTIGO INADVERTIDO EN LOS DÍAS MONTILLANOS DE SAN JUAN DE ÁVILA

Dos años atrás, en esta misma revista, dedicamos varios artículos a la figura de San Juan de Ávila, donde profundizamos en algunos de sus más manidos episodios por la tradición local en referencia a los vínculos que el Apóstol de Andalucía mantuvo con el Comendador Jerónimo de la Lama, el Cristo de la Yedra y el “Santo Crucifijo” del Perdón. Coyunturas históricas que intentamos esclarecer aportando documentación de primera mano, que hilvanada y despejada de casposas leyendas evidenciaron que en el terreno de los archivos no cabe sembrar otra semilla que la realidad del testimonio escrito.

Santo Cristo de la Tabla, icono renacentista realizado en la
primera mitad del siglo XVI, al que durante el Barroco se le fue
añadiendo la Cruz y el lienzo del Calvario. (Foto Rafa Salido)
En esta ocasión dirigimos nuestro propósito a proyectar luz sobre un episodio ocurrido en la parroquia de Santiago entre el Maestro Juan de Ávila y un conocido caballero de la villa (cuyo nombre se obvia) que estaba enemistado con un vecino, en el cual aparece en escena otro Cristo Crucificado ubicado en la capilla de las Ánimas, cuya identidad nosotros intentaremos despejar en este trabajo.

Para tal indagación volvemos a utilizar el Proceso de Beatificación del Maestro Juan de Ávila que, como ya anunciamos, está repleto de pasajes y pormenores del quehacer diario del Maestro de Santos, siendo la fuente básica que utilizaron sus primeros biógrafos. De los cuarenta testigos montillanos que se personaron para ofrecer sus declaraciones al proceso veintitrés de ellos manifestaron ser conocedores del episodio que hemos referido arriba(1).

En base a tales informes, los biógrafos Luis Muñoz y Martín Ruiz de Mesa (s.XVII) hacen una reconstrucción de los hechos en su obra, de las cuales lo tomamos literal:

“Viviendo en Montilla, supo que había dos personas honradas encontradas con odio capital y vengativo. Entrando un día el padre Maestro Ávila en la iglesia de Santiago, vio a uno de los dos enemigos, el más ofendido, y por esta parte más incontrastable; llegóse a él y con muchos ruegos y humildad procuró atraerle a que se reconciliase con su contrario, y fuese su amigo; estuvo el hombre de bronce, sin poder hacerle mella; multiplicaba ejemplos y razones con singular modestia y suavidad; perseveraba inexorable, era una obstinación terrible. Díjole: «Por lo menos, señor mío, haga una cosa por amor de Dios, éntrese en aquella capilla de las ánimas, delante del santo crucifijo, que allí está, rece un Pater noster, y una Ave María, pidiendo a Dios le alumbre en entendimiento». Vino en ello, postrado delante de una imagen santa de Cristo salió perdido el color, temblando y muy turbado, y dijo al padre Maestro: «Digo que quiero ser amigo del señor N. (nombrando por su nombre al enemigo)»; y echándose a los pies del venerable Maestro decía: «Padre, suplico a vuestra reverencia, por amor de Dios, no deje este caso de la mano, hasta que muy aprisa nos haga amigos. Yo desde luego le perdono todos los agravios y injurias que me ha hecho, así de obra como de palabra, y lo hago puramente por amor de Cristo, Dios y redentor nuestro, que padeció muerte de cruz, y en ella pidió perdón por los que le quitaban la vida. No quiero, padre, que se muestre enojado en el día de mi muerte, porque, según me pareció que vi su imagen en aquella cruz airada contra mí, temo su ira, y pido misericordia a su divina Majestad, y perdono a mi enemigo, y a vuesa reverencia le suplico, disponga de manera que seamos muy amigos, y ruegue a Dios por mí, que me tenga en su mano». Decía descolorido y temblando. El padre Maestro Ávila le echó los brazos, y agradeció lo que hacía; hízolos amigos; fuéronlo con amistad muy estable de allí en adelante. Decía esta persona que lo que el padre Maestro Ávila no había acabado con ruegos, lo alcanzó con la oración; decía de él grandes alabanzas.”(2)

Estampa de San Juan de Ávila que fue divulgada
 durante su proceso de canonización, donde su
 autor dejó constancia de los fuertes lazos
que le unían a la Parroquia de Santiago.
Es llamativa la cantidad de detalles que ofrecen los declarantes (testigos oculares o no) de aquel encuentro, lo cual nos ha impulsado a intentar reconstruir el escenario del mismo. Aunque desconocemos la fecha exacta del suceso hubo de acontecer entre 1550 y 1569, período de estancia permanente del Maestro Ávila en Montilla. Por suerte, los espacios donde transcurre sí que se conservan: la parroquia de Santiago y la capilla de las Ánimas.

Desde mediados del siglo XVI hasta la actualidad la parroquia matriz montillana ha visto modificada su fisonomía por los avatares del tiempo y de los fenómenos geológicos, tales como el terremoto de Lisboa. Aunque ello no ha cambiado el perímetro general del recinto, pues en aquel tiempo el alzado del templo ya presentaba las tres naves separadas por los arcos ojivales que aún mantiene. Asimismo, la capilla de las Ánimas fue construida por su cofradía, fundada en 1528. En la actualidad mantiene la planta original, empero su aspecto difiere mucho del primitivo, dadas las reformas realizadas hacia 1720, donde la novedad barroca suplió a la renacentista; así como las llevadas a cabo en 1917 bajo la dirección de Manuel Garnelo, en que parte de la capilla fue convertida en baptisterio.

Las referencias más antiguas que hemos localizado del ornato de la capilla de las Ánimas datan de 1610 y forman parte de un inventario que se realizó al templo parroquial con ocasión de una visita pastoral. En el mismo se especifica que la capilla contaba con un retablo de siete tablas pintadas al óleo presidido por una representación del Juicio Final. También poseía la misma una lámpara de azófar, un velo azul de lienzo con sus varas y cordeles, un crucifijo coronando la reja de entrada a la capilla y “otro crucifijo pintado en una tabla. Cortada la tabla y clavado en una cruz que está en la capilla de las Ánimas”(3).

Evidentemente, de tal reseña se deduce que se trata del Cristo de la Tabla(4), una singular imagen de Jesús en la Cruz que se venera en la parroquia de Santiago, cuyos rasgos estilísticos renacentistas revelan que pudo ser realizada en los años centrales del siglo XVI(5). Debe su originalidad y belleza a que se encuentra plasmada al óleo sobre un tablero de dos centímetros de grosor y ciento cincuenta y dos de altura, recortado por la silueta anatómica del Crucificado.

Si bien, después de cuatro siglos y las numerosas reformas que han modificado el aspecto actual del templo, nos obligan a corroborar esta primera hipótesis con más aportaciones documentales que la sustente, y para ello hemos recurrido a algunas de las donaciones que recibió el Santo Cristo y a los cronistas locales que detallaron su ubicación en los siglos pasados.

En 1777 Antonio Marcelo Jurado y Aguilar en su manuscrita Historia de Montilla describe de manera sucinta la capilla de las Ánimas, aunque dedica unas sentidas palabras al Cristo de la Tabla: “Después la de San Miguel y las Ánimas Benditas, que ella sola es una pequeña iglesia, con tres altares, y el mayor. El de el Santo Cristo de la Tabla, pintura antigua y de especial devoción. El de el Ángel de la Guarda, retrato de una extremada belleza y el del Señor San Miguel, con retablo de este tiempo, muy gracioso y bien tallado”(6).

Más prolijo es su coetáneo Francisco de Borja Lorenzo Muñoz, quien dos años después en su Historia de Montilla nos describe así aquel emplazamiento: “Capilla del Señor de la Tabla. / La última capilla de la referida nave es grande, comprehende dos cuerpos, o dos capillas divididas con orden y con unas lápidas de jaspe encarnado. / La primera de estas capillas tiene dos altares a los lados, uno frente de otro, con sus retablos no grandes. En el uno se venera al Santo Ángel de nuestra Guardia, su hechura peregrina y está muy adornado. En el otro se venera la Sagrada Imagen de Jesús Crucificado, es de pintura portentosa en la misma tabla de la Cruz, hechura grande, causa suma veneración y devoción, la tienen a su Majestad todos los fieles, invócanle el Padre de las misericordias, pues las logran con frecuencia clamando a su Majestad, hay tradición de haber hablado a sus siervos, y de milagros especiales.”(7)

Por la narración de Lorenzo Muñoz se aprecia la profunda piedad que despertaba el Cristo de la Tabla entre los fieles montillanos. No en vano, se tiene constancia de que, al menos, en dos ocasiones este original icono de Jesús Crucificado salió en procesión general por las calles de nuestra ciudad. Según las actas capitulares del Concejo municipal, en enero de 1699 los miembros del cabildo asistieron a “la procesión del Santo Cristo de la Tablada [sic] y Ntra. Sra. del Rosario que se ha hecho este mes, a petición de los padres misioneros”(8). Igualmente, en diciembre de 1726, el cabildo costeó “la cera que se gastó en la procesión que se hizo al Cristo de la Tabla en la rogativa del agua”(9).

Durante de segunda mitad del siglo XX el Cristo de la Tabla
 presidió la sacristía mayor de la parroquial de Santiago.
Del mismo modo, el Señor de la Tabla gozó de donaciones particulares que sus devotos le ofrecieron en sus últimas voluntades. Tal fue el caso de Beatriz de Chaves, viuda de Rodrigo Ortiz y vecina de la calle Trillo, que el 29 de noviembre de 1653 otorgaba su testamento, por el cual enviaba una manda “al Santo Cristo de la Tabla que está en la capilla de las ánimas de la iglesia parroquial del Sr. Santiago desta ciudad una arroba de aceite para que se gaste en su lámpara”(10).

No obstante, la fundación piadosa de mayor entidad que recibió el Cristo de la Tabla fue dotada por Luisa Granados de Bonilla, mujer de Pedro Antonio Melero y Varo, fallecida de 4 de julio de 1725, la cual enviaba “a Dn. Pedro Melero mi hijo y del dicho mi marido, clérigo de menores órdenes vecino de esta ciudad una haza de tres fanegas de tierra calma de cuerda mayor (...) en el sitio de la Navilla de Cortijo Blanco término de esta ciudad (...) para que la haya y goce el dicho mi hijo en propiedad y posesión, y con cargo de una misa de fiesta solemne que sea de decir en cada un año perpetuamente para siempre en el día de la Invención de la Santa Cruz en la capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla sita en la dicha iglesia parroquial de Sr. Santiago”(11). 

Según consta en el archivo parroquial de Santiago(12), el día 3 de mayo, festividad de la Invención de la Cruz, se iniciaba con repique a medio día y noche, vísperas y procesión claustral de cuatro capas con música de órgano hasta la capilla de las Ánimas, una vez allí comenzaba la misa dotada por Luisa Granados, con acompañamiento de diáconos, que finalizaba con la lectura de los Actos de Fe.

Fruto de la gran veneración que gozó el Señor de la Tabla, en pleno barroco le fueron añadidos la Cruz tallada y sobredorada que le sostiene, y la cartela del INRI en plata labrada, además del amplio óleo sobre lienzo que completa la escena del Calvario con las imágenes de la Virgen dolorosa y San Juan, en su parte terrenal, como así en la superior aparecen entre nubes una serie de ángeles plañideros portadores de los símbolos de la Pasión.

Su ubicación exacta en la capilla de las Ánimas nos la aclara el historiador Dámaso Delgado López, a finales del siglo XIX: “esta capilla se dividía en dos, una de paso para la otra, y la primera se denominaba del Señor de la Tabla, que era un Jesús Crucificado, de pintura portentosa que es el primer altar a la izquierda entrando”(13).

A principios del siglo XX el Cristo de la Tabla fue trasladado de la
capilla de las Ánimas a la de San Juan, como se aprecia
en esta imagen del año 1929. (Fototeca Universidad de Sevilla)
Como hemos reseñado anteriormente, esta capilla sufrió una gran transformación en 1917, año en que el primer tramo de la misma fue dedicado a baptisterio y espacio de apoteosis solanista. Según un inventario parroquial de 1914, el Cristo de la Tabla se hallaba en la capilla de San Juan Bautista, como así lo describe: “De sus paredes penden dos cuadros, uno de Santiago, con marco tallado, y otro que representa el Calvario con las imágenes de la Virgen y S. Juan pintadas, y entre estas dos imágenes, se coloca una Cruz de madera tallada con un Crucifijo de tabla pintada, por cuya razón recibe el nombre de El Señor de la Tabla”(14).

A mediados del siglo XX, el original Calvario fue colocado en la sacristía mayor del templo, donde ha permanecido hasta las últimas reformas realizadas en el año 2014. Desde entonces está ubicado en la capilla del Nacimiento (o del Chantre), muy cercano al lugar en que ocurrió el olvidado episodio que hoy hemos estudiado, donde aquel anónimo montillano se resistía en su terquedad a las persuasivas palabras del Apóstol de Andalucía, quien en la imposibilidad de mudar su actitud le encomendó que orase ante el Crucificado, cuyo resultado influyó en la opinión del orante que se mostró favorable a ofrecer el perdón a su enemigo.

Recuperamos así un nuevo testigo de la vida y obra de San Juan de Ávila en Montilla. Una vez más, los documentos abren un camino fiable que nos conduce a descubrir y relacionar la existencia de un capítulo inadvertido de la presencia avilista en nuestra ciudad y, cómo no, de los actores que lo protagonizaron como es el caso del Santo Cristo de la Tabla.

NOTAS

(1)  MARTÍNEZ GIL, José Luis: Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila. B.A.C. Madrid, 2004.
(2) MUÑOZ, Luis: Vida y virtudes del Venerable varón el P. Maestro Juan de Ávila… f. 175. Madrid, 1635.
(3) NIETO CUMPLIDO, Manuel: El patrimonio artístico de Montilla en sus textos (1580-1638). En “Montilla: Historia, Arte y Literatura. Homenaje a Manuel Ruiz Luque”, págs. 187-231. Baena, 1988.
(4) Proceso en Montilla. Declaración del Lic. Cristóbal de Luque Ayala: “Maestro Ábila le decía […] y es que entre en aquella capilla de las ánimas, y delante del santo Cruzifixo que en ella está reze de rodillas…”, pág. 358.
(5) En este período trabajan en Montilla artistas de la talla de Baltasar del Águila, Pedro Fernández Guijalvo o Francisco de Castillejo, entre los que se puede esconder el nombre de su autor.
(6) JURADO Y AGUILAR, Antonio: Historia de Montilla, fol. 197v. (FBMRL). Ms-103.
(7)  LORENZO MUÑOZ, Francisco de Borja: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Año 1779. (FBMRL). Ms-54, pág. 49.
(8) Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Sig. LI19006-0011. Actas capitulares, pág. 642.
(9) AHMM. Sig. LI29030-0004. Actas capitulares, pág. 91.
(10)  Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APNM). Escribanía 1ª. Leg. 75, f. 1048. Muere el 11 de junio de 1655.
(11)   APNM. Escribanía 3ª. Leg. 491, f. 64.
(12)  Archivo Parroquial de Santiago de Montilla: Distribución por meses de lo que se debe hacer en esta iglesia y sacristía según sus obligaciones y cargas, en todo el año., fol. 35v.
(13)  DELGADO LÓPEZ, Dámaso: Historia de Montilla y breve resumen de la general de España. T. I., cap. XII [s.f.]. (FBMRL). Ms-303. 01.
(14)  Archivo General del Obispado de Córdoba. CAJA 652. S. XX. Parroquia de Santiago. Inventarios.