El mes de
marzo del año pasado vio la luz el libro de Actas del V Congreso Nacional de
Cofradías bajo la advocación de Jesús Nazareno, que tuvo lugar en la vecina
población de Puente Genil en febrero de 2014. El volumen ha sido editado por la
Diputación Provincial de Córdoba bajo la dirección académica del Dr. Fermín
Labarga García y la coordinación de D. Alejandro Reina Carmona.
El congreso fue organizado por la
cofradía nazarena pontana bajo el epígrafe: «Camino del Calvario: rito,
ceremonial y devoción. Cofradías de Jesús Nazareno y figuras bíblicas». Durante
la sesión académica fueron presentadas ocho ponencias y una veintena de
comunicaciones. Entre ellas se encuentra la enviada por quien escribe estas
líneas, cuyo título es: La cofradía y
hermandades de Jesús Nazareno de Montilla a través de sus constituciones y
reglas. Siglos XVI – XVIII. De ella, hemos espigado algunos fragmentos
referentes a la evolución que experimentó la cofradía a lo largo del siglo
XVII; no sin antes ocuparnos de sus orígenes, a modo de introducción.
La popular calle Ancha (c.1913) coronada por la iglesia y convento de San Agustín, donde se erige la cofradía de los nazarenos en 1590, y se levanta la suntuosa capilla de Jesús, entre 1677 y 1689. |
Las raíces de la «cofradía y hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de Montilla» se hunden en una fecha imprecisa del año 1590, como atestigua la documentación de la época. Durante su primera década de vida la cofradía de los nazarenos se organiza, adquiere sus primeras insignias y enseres, y acuerda con los frailes ermitaños de San Agustín su lugar de culto, derechos y deberes con la comunidad, para después ordenar sus primeras constituciones y reglas, que son aprobadas el día 5 de junio de 1598 y rubricadas por el provisor y vicario general Andrés de Rueda Rico(1).
La cofradía
nazarena tiene una gran acogida entre los montillanos. Es la primera
corporación pasionista cuya penitencia no es la flagelación sino imitar a su
titular y, a su semejanza, portar una cruz a cuestas durante la estación de
penitencia que hacen la mañana del Viernes Santo al templo mayor, la Parroquial
de Santiago. Además, la hermandad incorpora una gran novedad en la piedad
popular, pues también será la primera que posea por titular una efigie de
Cristo vivo –lo que causa gran devoción entre los penitentes–, ya que hasta
entonces sólo se habían venerado públicamente imágenes de Cristo crucificado
(Vera Cruz) y yacente (Santo Sepulcro).
Es tal la
pujanza que la cofradía adquiere en sus primeras décadas de vida que decide
solicitar a la Santa Sede la confirmación pontificia de sus Constituciones y
Reglas, gestión que, según el historiador Lucas Jurado de Aguilar, fue
concedida el 25 de octubre de 1621 mediante Bulla
papal expedida por Gregorio XV “en que les concede diferentes indulgencias y
gracias, y en ella se previene que los hermanos que hubiesen de entrar en esta
Cofradía hayan de hacer información de limpieza como se observó muchos
años”(2).
Durante la
segunda mitad del siglo XVII la cofradía se reordena jurídicamente en
hermandades. Este proceso no es exclusivo, ya que también lo hacen el resto de
corporaciones locales. A través del mismo, un grupo de hermanos nazarenos se obligan a desempeñar una función específica
dentro del cortejo procesional del Viernes Santo, asumiendo la organización y
gastos que conlleve. Así, el hermano mayor de la cofradía acepta en nombre de
los oficiales tal compromiso, que se registra ante escribano público, donde se
detallan los derechos y deberes adquiridos por la hermandad (hoy se
llamaría reglamento de régimen interno),
que viene a cumplimentar las Reglas de la Cofradía, que quedan como Estatuto
Marco.
El día 29 de marzo de 1668 el
hermano mayor, Antonio Ruiz Lorenzo, acepta por escritura notarial una
hermandad compuesta por setenta y ocho cofrades nazarenos, que otorgaron “y
dijeron que por cuanto la dicha Cofradía en la procesión que hace viernes santo
por la mañana a donde sale la imagen de Jesús Nazareno en este paso quieren
salir por vía de hermandad todos los días y años de su vida y después sus
descendientes y dar en cada un año sesenta hachas para que vayan alumbrando la
santísima imagen solo por razón de llevarlo en sus hombros y el palio que saca”(3).
Jesús Nazareno, a su paso por el Coto, en 1934. En aquellos años difíciles fue hermano mayor don Enrique Luque Sarramayor. |
Asimismo, se obligaban por ellos
y sus descendientes “para siempre jamás de sacar en sus hombros la dicha imagen
de Jesús Nazareno y llevar las varas de el palio y dar sesenta hachas de cera
para vayan alumbrando el Santo Cristo y toda la gente que fue necesario para
ello con sus túnicas todo en cada año”, y recogían en cinco capítulos la
organización y puestos en la procesión: “se han de hacer cinco cuadrillas,
nombrando en cada una su cabo y señalando los puestos que ha de llevar cada una
para lo cual se a de echar suertes todos los años”. Los derechos post mortem recibidos para sí y sus
herederos: “si alguno de los hermanos de esta Hermandad muriere los hijos de
los otorgantes o los que sucedieren en su lugar de cada uno han de tener
precisa obligación de dar cada un o dos reales para que se le diga de misas por
el ánima de el tal hermano difunto en esta dicha capilla y por los religiosos
de el dicho convento”. Y los deberes y sanciones: “cualquiera de los hermanos
de esta hermandad que faltare en la procesión de Jesús ha de pagar media libra
de cera para esta hermandad como no tenga causa legítima para ello y este sin
perjuicio que han de pagar prorrata de cera que le tocare de la que hubiere
quemado las dichas sesenta hachas”.
Aparte de sus compromisos en la
procesión del Viernes Santo con el paso de Jesús Nazareno, también se obligaron
a organizar y financiar “todos los años perpetuamente para siempre jamás el día
de la Ascensión de nuestro señor Jesucristo han de celebrar una fiesta en este
dicho convento en la dicha capilla de Jesús por los religiosos del dicho
convento y por ello se les ha de dar la limosna que se ajustare”(4). Por
último, dicha escritura fue enviada a la Autoridad diocesana para su definitiva
aprobación.
Más adelante, el 19 de septiembre
de 1683, «los hermanos de cera» de esta hermandad reformaron el capítulo
segundo de sus constituciones ante el hermano mayor de la cofradía, Pedro José
Guerrero, “ahora reconociendo la estrechez de los tiempos y pobreza de los
dichos hermanos”. El citado apartado trataba de la cuota que los mismos debían
de aportar para sufragar las misas de los hermanos difuntos, y “que por uno y
otro de algunos años a esta parte a encarecido el cumplimiento”, por ello “el
reformar dicha condición como por esta escritura”(5). Así, acordaron junto con
el mayordomo de la hermandad, Juan de Carmona Rubio, relajar dicho cumplimiento
y con las limosnas que se recogieran celebrar cuantas misas alcanzase el
peculio obtenido en fechas cercanas a la festividad de Todos los Santos.
Aunque la efigie titular de la
cofradía era Jesús con la Cruz a cuestas, también gozaba de gran veneración la
cotitular, llamada “Nuestra Señora Madre de Jesús”, que había sido renovada por
la cofradía en 1623, cuya hechura encargaron al artista Pedro Freila de
Guevara, que la ejecutó en su taller de Córdoba(6).
Al igual que los hermanos devotos
del Nazareno, sus análogos de la Virgen Dolorosa se organizaron en hermandades.
Así, el día 1º de marzo de 1671 cincuenta y ocho hermanos concurrieron al
“convento de señor San Agustín desta ciudad, a la puerta de la capilla de Jesús
Nazareno”, donde fueron recibidos por el Hermano Mayor, Pedro Albornoz(7), ante
quien se comprometieron “en aquella mejor vía y forma que mejor haya lugar en
derecho para honra y gloria de Dios nuestro señor fundar una hermandad para el
paso de Nuestra Señora que sale en la procesión de Jesús Nazareno Viernes Santo
por la mañana”(8). En la reunión, redactaron los once capítulos de los que
constan las reglas, nombraron por hermano mayor de la Dolorosa a Bartolomé
Sánchez Raigón y a ocho cabos para las cuadrillas. Además, se obligaron a
portar el paso de María Magdalena.
En 1690, el 26 de marzo se reúnen
ciento veintiún hermanos devotos de la Dolorosa Nazarena junto con el mayordomo
de la cofradía, el Lcdo. D. Pedro de Toro Flores, para normalizar ante
escritura pública una “hermandad de cera de nuestra señora que sale en la
cofradía y procesión de nuestro Redentor Jesús Nazareno el Viernes Santo de la
mañana de cada año” alegando en el texto notarial “no haber escritura ni forma
donde sean obligados a sacar las hachas en forma de hermandad en dicha
procesión ni por donde se les obligue a pagar el renuevo ni haber otro
instrumento más que la devoción que les asiste queriendo para mayor estabilidad
y firmeza de dicha hermandad darle forma por el tenor de la presente”(9), y
para ello se obligaron a sacar cada año cien hachas de cera para alumbrar el
paso de la Virgen y, además, acordaron ciertos derechos que habrían de tener
los hermanos y descendientes que integrasen dicha hermandad, siendo admitidos por
el mayordomo.
Según relata el historiador local
Francisco de Borja Lorenzo, en 13 de mayo de 1694 los componentes de esta
hermandad reunidos en cabildo instituyeron los cultos propios a la imagen de la
Virgen Dolorosa, coincidiendo con la festividad mariana del Patrocinio de
Nuestra Señora, el segundo domingo de noviembre, “con sermón y música”(10).
Todo este insólito fervor
nazareno quedará patentado con la construcción de una nueva capilla en el
convento agustino, gracias al patrocinio de los marqueses de Priego y Duques de
Feria. Para ello, en 1677 hubieron de rebajar la primitiva capilla, de
reducidas dimensiones(11), sobre la que será levantada la actual, que se
concluye e inaugura solemnemente en los primeros días de 1689, en torno a la
festividad de la Epifanía del Señor.
Portada del opúsculo impreso que recopila los cantos escritos para la inauguración de la capilla nazarena en 1689. (BNE) |
Para tal efeméride, la Casa Ducal
y la Cofradía organizaron una fastuosa Octava predicada por los más grandes
oradores de la diócesis, cuyos panegíricos fueron impresos, al igual que
las coplas escritas ex profeso para
tal solemnidad(12).
La traza barroca de la capilla,
de planta de cruz latina, fue levantada, diseñada y decorada con ricas yeserías
por el maestro hispalense Pedro de Borja (autor asimismo de la iglesia del
Sagrario de la catedral de Sevilla), bajo el patrocinio de Francisco Bernabé
Fernández de Córdoba –precursor de la obra– hermano del VI Marqués de Priego,
Caballero profeso de la Orden de San Juan de Jerusalén (Malta), Maestre de
Campo y Capitán General que fue de varias provincias en Italia y España(13).
Una vez
terminado el edificio nazareno la cofradía se encargó de ornamentarlo. El
retablo mayor fue ejecutado por Cristóbal de Guadix, artista montillano
afincado en Sevilla discípulo de Pedro Roldán, que lo talló en aquella ciudad
entre 1702 y 1703. Los retablos laterales, dedicados a la Virgen Dolorosa y a
San Juan, fueron realizados en nuestra ciudad por Gaspar Lorenzo de los Cobos, el
primero de ellos es contratado el 17 de julio de 1707 donde el entallador “se
obligó de hacer el retablo que la cofradía de Jesús Nazareno sita en la iglesia
del convento del Sr. San Agustín della pretende se haga por el altar de Nuestra
Señora de Jesús que está en su capilla en tiempo de once meses que han de
correr desde primero de agosto que vendrán deste presente año de la data por el
precio de quinientos ducados vellón dándole a dicho retablo ocho varas y media
de alto y de ancho seis menos cuarta comenzando desde el suelo en la
conformidad que le tiene planteado”(14). Posteriormente, ejecutaría el segundo
y los marcos de los lienzos del Apostolado(15), cuyas pinturas fueron adquiridas
en Sevilla. El historiador Lucas Jurado indica que la capilla estaba
completamente adornada en 1718(16).
Aparte de la protección económica
del marquesado de Priego, la cofradía nazarena recibió durante este período
(1675-1730) una serie de donaciones testamentarias y herencias, con las que afrontó
la decoración de la capilla, la posterior construcción del camarín adosado a
ella, el exorno de sus imágenes titulares y, por otra parte, le permitió
ampliar sus rentas anuales a través de la concesión de censos y el
arrendamiento de las fincas rústicas y urbanas que los devotos habían legado a
Jesús Nazareno. Un ámbito –el financiero– que aún está sin estudiar, pero que
merece un trabajo independiente, ya que sin los piadosos donativos recibidos
por la cofradía no se hubieran materializado proyectos tales como la majestuosa
capilla nazarena, que felizmente ha sido restaurada y vuelta al culto en estos
últimos años. Acertada iniciativa que ha recuperado el sanctum sanctorum de la religiosidad popular montillana.
* Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, marzo de 2017.
* Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, marzo de 2017.
NOTAS
(1) Antonio
Luis JIMÉNEZ BARRANCO: Establecimiento y
Regla de la Cofradía y Hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de
Montilla. Montilla, 2008.
(2) Lucas
JURADO DE AGUILAR: Manuscrito histórico-genealógico de Montilla [fotocopia de MS]. Fundación
Biblioteca Manuel Ruiz Luque, de Montilla (FBMRL), MS-298, pp. 41-43.
(3) APNM. Escribanía 1ª. Leg. 90, f. 382.
(4) Ibíd.
(5) APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1052, f. 288.
(6) APNM. Escribanía 4ª. Leg. 627, f. 557.
(7) Según relata dicha escritura notarial, Pedro de
Albornoz había costeado un nuevo manto y falda a la Virgen Dolorosa.
(8) APSM. Escribanía 1ª. Leg. 93, f. 286.
(9)
APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1058, f. 214.
(10) Francisco de Borja LORENZO MUÑOZ: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla.
Año 1779. MS 54. pp. 97-103. FBMRL.
(11) JURADO
DE AGUILAR, op. cit.
(12) Joseph
MARTÍNEZ ESPINOSA DE LOS MONTEROS: Letras
de los villancicos, que se han de cantar en la... Octaua que se celebra en esta
ciudad de Montilla en la colocación de la... Imagen de Jesús Nazareno, en su
nueva capilla, dedicados a los... Señores Don Luis Mauricio Fernández de
Córdoba, y Figueroa... y Doña Felicha de la Cerda Córdoba y Aragón...
Córdoba, 1689. Biblioteca Nacional de España (BNE). Sig. R/34986/1.
(13) JURADO
DE AGUILAR, op. cit.
(14) APNM.
Escribanía 6ª. Leg. 1075, f. 361.
(15) LORENZO
MUÑOZ. Op. cit.
(16) JURADO
DE AGUILAR., p. 42.
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