Los archivos nunca dejarán de sorprendernos. Decimos esto
porque ellos son los guardianes de la historia, sin interpretaciones
coyunturales ni barnices teñidos; máxime cuando se da el caso de la cofradía de
la Vera Cruz montillana que apenas conserva fuentes documentales directas
(reglas, inventarios, libros de cabildo, cuentas, etc.), dado que estuvo
inactiva en algunos periodos, además de su mudanza de sede canónica en 1809, por
orden episcopal.
El hecho de no contar a día de hoy con la documentación
producida por la cofradía en tiempos pasados nos limita su conocimiento y evolución
interna, sus pormenores, su anual devenir y la coexistencia e integración
social que mantuvo en la Montilla señorial de la modernidad. Para llenar este
vacío histórico sólo nos queda utilizar las noticias que proporcionan los
archivos públicos y eclesiásticos que, si bien no guardan la intimidad y
regularidad de lo particular, conservan numerosas referencias que nos permiten reconstruir
–de algún modo– las actividades de la cofradía donde se requería la
intervención de la autoridad diocesana o la validación legal de la «fe pública».
Por ello, los archivos de protocolos son un venero inagotable
de noticias dormidas entre los legajos notariales donde se registraron contratos,
compras, ventas, convenios, donaciones, mandas, fundaciones de obras pías, etcétera,
en los que la cofradía actúa como una de las partes.
Detalle de la escritura notarial donde el mayordomo de la Vera Cruz alude al Marqués de Montalbán como hermano mayor de la cofradía penitencial. |
Tal es el caso que traemos hoy hasta estas páginas, pues se
trata de una escritura de venta otorgada por la cofradía de la Vera Cruz a
favor de Francisco Martín Márquez, en 1661. Por suerte para nosotros, dicha
escritura contiene anexado el expediente informativo que reúne todos los
trámites que la cofradía hubo de salvar para conseguir su objetivo, lo cual
multiplica la información ofrecida en el expediente, un recorrido procesal que
va desde el consentimiento por parte de la autoridad religiosa hasta los
agentes que intervinieron.
Por lo que se desprende del citado instrumento, la corporación
de la Vera Cruz tenía “entre sus bienes suyos propios dos olivares que el uno
está en el pago de el Cuadrado linde con olivares de el licenciado Ignacio de
Carmona y tierras del Lcdo. Diego de Ayala que tiene treinta olivos, y el otro
a la parte del navazo de Juan Zapatero lindo con olivar de Lázaro Martín
Hidalgo y de olivares del Lcdo. Bartolomé del Baño que tiene sesenta pies”[1],
los cuales anduvieron en manos de varios arrendadores que los descuidaron hasta
convertirlos en improductivos. Ante tal situación, los cofrades acordaron
desprenderse de ellos y solicitar a la autoridad diocesana su venta a censo
(una modalidad de transacción parecida al préstamo hipotecario actual), fórmula
con la que aspiraban a lograr rentas más fiables y tener menos quebraderos de
cabeza.
Toda la gestión del proceso recaerá en la figura del
mayordomo (gerente) de la cofradía, que en ese período es José de Montemayor
Rico “Familiar del Santo Oficio y vecino de esta ciudad”. Cuál es nuestra sorpresa,
cuando leemos una petición ológrafa y fechada en 31 de enero de 1661 en la que
solicita al obispo de Córdoba “en nombre de su Excª el Sr. Marqués de Montalbán
mi señor hermano mayor de dicha cofradía y por los demás cofrades de ella”[2]
la debida autorización para enajenar los citados olivares.
La solicitud continuó su cauce y en el resto del expediente
ya sólo aparece el mayordomo como representante de la cofradía. Fue recibida la
instancia en palacio por el Vicario General, Carlos Muñoz de Castilblanque,
quien requirió la opinión del Rector de la Parroquia de Santiago, Melchor de
los Reyes Flores, el cual secundaba las intenciones de los cofrades de la Vera
Cruz.
A la sazón, el Vicario General designó “Juez comisionado” al
Rector montillano para garantizar la transparencia del proceso. El primer
paso fue tomar declaración a cuatro
testigos, dos clérigos y dos seglares[3],
presentados por la cofradía para confirmar la propiedad, linderos y estado en
que se encontraban sendos olivares. Una vez obtenidos los testimonios, el
Rector emitió un informe favorable sobre la oportuna venta de los bienes
rústicos.
Cinco días después, el Vicario General dio licencia para
iniciar el proceso de venta en almoneda pública, mediante pregón en la plaza
mayor. A partir del día 22 de febrero, el pregonero local Bartolomé Morquecho a
diario hacía pública la oferta hasta en cuarenta y nueve ocasiones, durante las
cuales pujaron cuatro interesados. Finalmente, el remate tuvo lugar el día 18
de abril, fecha en la que el citado Francisco Martín Márquez elevó la postura a
650 reales, adjudicándose la adquisición de los olivares.
La venta a censo fue registrada el día 24 de abril de aquel
año, ante el escribano público Marcos Ortiz Navarro. En el acta notarial se
recopilaron las condiciones propias de este tipo de contratos redimibles cuyos
pagos eran semestrales, en los días de San Juan Bautista (24 de junio) y
Navidad (25 de diciembre) hasta completar la cantidad acordada en la almoneda.
Pero, ¿quién era el Marqués de Montalbán? Antes de
adentrarnos en la persona que ostentaba el título nobiliario en aquel momento, hemos
de tener en cuenta una serie de premisas
respecto al mismo, a su origen y aplicación.
El marquesado de Montalbán fue un título creado por el rey
Felipe III el 19 de mayo de 1603, a favor de Pedro Fernández de Córdoba y
Figueroa, IV marqués de Priego, para ser usado por los primogénitos o herederos
de la Casa señorial de Priego (al igual que sucede con el Principado de
Asturias en la Corona Española). De este modo el sucesor ostentaba este título hasta
recibir la jefatura de la Casa, generalmente a la muerte de su predecesor.
En 1661 el marquesado de Montalbán recaía en Luis Mauricio Fernández de Córdoba y Figueroa. Era el quinto legatario que lo usaba. Había nacido en el palacio de Montilla el 22 de septiembre de 1650 (festividad de San Mauricio, mártir), fruto del matrimonio contraído entre Luis Ignacio Fernández de Córdoba, VI marqués de Priego, y Mariana Fernández de Córdoba Cardona y Aragón, hija del VII Duque de Sessa; quienes además tuvieron otros nueve retoños, todos nacidos en Montilla y bautizados en la Parroquia de Santiago por el Abad de Rute[4].
Luis Mauricio utilizó el título de marqués de Montalbán hasta
1665, año en que muere su padre; aunque lo mantiene hasta 1679, cuando nace su
primogénito, Manuel Luis, fruto de su matrimonio con Feliche María de la Cerda
y Aragón, hija mayor del VIII duque de Medinaceli.
Feliche
María y Luis Mauricio celebraron sus esponsales en el Palacio Real de Madrid en
1675. A partir de entonces el marquesado de Priego traslada su residencia
habitual a la Villa y Corte española, cuya situación se afianza una vez que
recaen sobre la Casa de Priego los ducados de Medinaceli, Segorbe, Cardona y
Alcalá de los Gazules, entre otros títulos, ante la falta de descendencia por
línea de varón en el apellido de la Cerda[5].
Montilla
pasará de ser la capital del Estado de Priego a una ciudad más de su extenso
patrimonio, donde las competencias feudales en adelante fueron asumidas por sus
subordinados –tales como el Contador mayor de la Casa– que también eran sus
representantes en las ceremonias y actos públicos a los que los nobles tenían
la costumbre de asistir.
Luis
Mauricio fallece en Madrid en 1690, siendo el primero de los titulares del
marquesado de Priego en ser inhumado fuera de Montilla. Ya entrada la centuria
siguiente, en 1711, su hijo Nicolás se convertirá en el X duque de Medinaceli,
reuniendo bajo su persona uno de los señoríos más grandes e influyentes de
Europa. Los herederos de la casa ducal de Medinaceli continuarán la tradición
de usar el título de marqués de Montalbán hasta mediados del siglo XIX.
*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla. Cuaresma de 2017.
NOTAS:
(1) Archivo Notarial de Protocolos de Montilla. Escribanía 2ª. Leg.
260, fols. 409-429.
(2) Ibídem.
(3) Los testigos fueron: El Lcdo. Juan Bautista de Reina Pbro., el Lcdo.
Andrés de Aguilar Granados Pbro., Andrés de Aguilar de Alba y Cristóbal de
Aguilar Granados.
(4) LLAMAS Y
AGUILAR, Miguel de: Árbol real de excelentísimos frutos cuyas ramas se
han extendido por lo mejor del Orbe... siendo el mejor Príncipe Don Luis
Fernández de Córdoba y Figueroa, Marqués VII de Priego, Duque VII de Feria… Biblioteca
Nacional de España. MSS/18126.
(5) FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT, Francisco: Historia genealógica y
heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España. Tomo VI.
Madrid, 1905.