lunes, 13 de febrero de 2023

LA ERMITA DE LA VERA CRUZ CASA DE LA VENERABLE Y SANTA ESCUELA DE CRISTO EN MONTILLA

La ermita de la Vera Cruz

A pesar de las escasas referencias que nos han legado los historiadores locales de los siglos XIX y XX sobre la ermita de la Santa Vera Cruz, nuevas investigaciones dirigidas en la búsqueda de noticias sobre este desaparecido templo montillano nos reflejan la vitalidad religiosa y social que tuvo en tiempos pretéritos. Como es conocido, la ermita fue escenario del nacimiento de la Semana Santa cofrade en nuestra ciudad, acogiendo a la primitiva cofradía de la misma advocación, siendo epicentro de todas sus actividades y cultos hasta 1809, año en que la ermita es clausurada y su imaginería y patrimonio mueble son trasladados a la Iglesia Parroquial de Santiago y a la ermita de Ntra. Sra. de la Rosa.

Pero este viejo oratorio, construido en las cercanías de la noble fortaleza de los Fernández de Córdoba, no sólo albergó a la cofradía matriz de la Vera Cruz y sus consiguientes hermandades, sino que contó con la gestación y presencia de más asociaciones religiosas, tales como la Venerable y Santa Escuela de Cristo Señor Nuestro.

Al conocer esta pasada realidad nos surgen varias preguntas, tales como qué era la Escuela de Cristo, qué orígenes y fines tenía, o qué relación y semejanza tuvo con la cofradía de la Vera Cruz. Interrogantes lógicas de formularse, pues si vagas eran las noticias que nos habían legado de la cofradía y ermita, el mismo desconocimiento ocupa esta institución penitencial entre los anales de la historiografía  montillana.

Qué era la Escuela de Cristo

Si nos atenemos al capítulo primero de sus Constituciones, esta corporación barroca tenía como fin principal “el aprovechamiento espiritual, y aspirar en todo a el cumplimiento de la voluntad de Dios, de sus preceptos y consejos, caminando a la perfección cada uno, según su estado, y las obligaciones de él, con enmienda de la vida, penitencia, y contrición de los pecados, mortificación de los sentidos, pureza de conciencia, oración freqüencia de Sacramentos, obras de caridad, y otros exercicios santos, que en ella se enseñan y practican, con aprecio grande de lo eterno, y desestimación de los temporal, buscando todos en su estado el camino y senda estrecha, y mas segura de salvarse”[1].

Como queda reflejado, esta institución estaba destinada a la espiritualidad y al recogimiento interior de sus componentes –llamados entre sí hermanos– que se denominaban indignos discípulos del Divino Maestro de la santa Escuela, que era Jesús. Su misión era vivir a imagen y semejanza de Cristo, alejarse de las vanidades terrenales y practicar la oración diaria y la caridad fraterna.

Origen de la Escuela de Cristo y su constitución en Montilla

Esta congregación es creada en el Hospital de los Italianos de Madrid en 1653 por el presbítero italiano Juan Bautista Ferruzzo, administrador del citado centro, que toma  como modelo de la nueva entidad religiosa las directrices marcadas por san Felipe Neri cuando creó en Roma la Congregación del Oratorio en 1575. De ahí que el santo florentino fuese distinguido desde el inicio de la Escuela de Cristo como Padre y Maestro.

Muy pronto se propagó por toda la geografía española, ya que fue respaldada por las autoridades eclesiásticas. En un corto espacio de tiempo, la Escuela de Cristo se había introducido en la vida religiosa de aquellos sacerdotes y seglares que buscaban una conducta más ascética y mística, y que no habían encontrado en otro tipo de asociaciones y congregaciones sujetas a la Iglesia[2].

La Escuela de Cristo se erige en Montilla el 1 de enero de 1671 por el misionero franciscano Joseph Gavarri. Los promotores de la nueva empresa espiritual “los licenciados Juan Baptista Reina, Pedro de Priego y Torquemada, Luis López de Victoria, Juan Diego de la Concepción, Luis Manuel de Cea y Juan del Real y Armenta” solicitaron la autorización del obispo de Córdoba para que  resolviera “dar su licencia para fundar y establecer la Congregación y Escuela de Cristo en la ermita de la Santa Vera Cruz de dicha ciudad de Montilla”, aprobación que se rubrica nueve días después de la fundación[3].

Organización y vida

Esta congregación estaba compuesta por setenta y dos varones, número que recuerda los primeros seguidores de Cristo, de los cuales veinticuatro eran religiosos y los restantes cuarenta y ocho seglares. Estaba presidida por el hermano Obediencia (que generalmente era un eclesiástico), cuatro Diputados (dos sacerdotes y dos seglares), un Secretario y su Coadjutor, y cuatro Nuncios (dos religiosos y dos seglares); todos ellos conformaban la directiva de la corporación, la cual se denominaba Junta de Ancianos. Estos cargos eran elegidos cada cuatro meses en la Junta de elección de Oficios. A propuesta de los fundadores, fue su primer hermano Obediencia el sacerdote franciscano Cristóbal del Viso, que fue reelegido durante ocho años[4].

Su día de reunión era el jueves por la tarde, dos horas antes de ponerse el sol. Sus ejercicios y ritos religiosos eran a puerta cerrada, para ello los Nuncios (seglares) de puerta era los encargados de custodiar la entrada de los hermanos. Una vez en el interior de la ermita, cada hermano tenía que desproveerse de sus armas, capa y sombrero “en señal de deposición de la autoridad, adornos, cuidados y afanes temporales”. Ya sentado, tenía varios minutos de oración mental ante el Stmo. Sacramento, después tomaba la palabra el Obediencia que exhortaba a los hermanos, y todos oraban y meditaban sobre la plática evangélica. Tras ella tenían confesión y después ejercitaban la disciplina, que era repartida por los Nuncios (eclesiásticos) de Altar, donde meditaban sobre la Pasión de Cristo, y que comenzaba con el rezo del Miserere mei Deus[5].

Para la celebración de los cultos, los hermanos de la Escuela de Cristo debían tener una imagen de Cristo Crucificado y otra de la Stma. Virgen, a la que le habían  “de profesar ternísima devoción a María Santísima, Madre y Señora nuestra, amorosísima esclavitud y filiación humildísima suya. Por Madre piadosa y Señora clementísima la da Cristo a sus Discípulos”[6].

Según recoge el Libro de Acuerdos de la Escuela de Montilla, ésta tomó como titular el Santo Cristo de Zacatecas, crucificado que presidía la capilla mayor de la ermita, la cual designaron por su oratorio, siendo el lugar donde practicaban su culto y disciplina. Para ello consiguieron en marzo de 1672 autorización y bula del pontífice Clemente X para instalar en la ermita “depósito y sagrario del Santísimo Sacramento”. La solemne colocación se llevó a cabo el 7 de agosto de ese mismo año, de aquel histórico día se levantó acta, la cual es una fehaciente crónica de todo lo acontecido: “Estando en la Hermita de la Sta. Vera Cruz desta ciudad de Montilla oratorio de la Santa Escuela de Xpto. Nuestro Sr. y Maestro conviene a saber ntro. Padre y hermano fr. Cristóbal del Viso Obediencia de dicha Escuela y todos los demás hermanos de ella asistiendo por convidados los señores Rector y Curas de la Iglesia Parroquial de Sr. Santiago desta dicha ciudad nuestro hermano Obediencia habiendo hecho una plática muy fervorosa para mover a los hermanos a mayor veneración del Stmo. Sacramento y disposición para recibirle así en la casa interior del Alma y exterior del oratorio, se vistió para decir Misa Rezada asistiéndole los Licenciados D. Juan del Real y Armenta cura de dicha Parroquial y D. Luis Manuel de Cea diputados eclesiásticos haciendo oficio de Diácono y Subdiácono en la cual misa comulgaron todos los hermanos seculares, y también todos los pretendientes que por ser este día tan célebre para esta Escuela se les dio permisión de entrar y acabada la Misa se ordenó la procesión guiando la Cruz de dicha Parroquia y luego los hermanos seculares y después todos los eclesiásticos con sobrepellices y estolas por las naves de dicho oratorio con mucha devoción rezando los himnos del Stmo. Sacramento y acabada se colocó su Majestad en el Sagrario donde estuvo patente todo el día por la tarde las puertas abiertas para que todos los fieles le adorasen y hiciesen la diligencia de las indulgencias concedidas por su Ilma. el Sr. D. Francisco de Alarcón obispo de Córdoba, todo lo cual se acordó que se apuntase aquí para que conste a los venideros”[7].

Aunque las relaciones con la cofradía crucera eran cordiales, la coincidencia en la ermita en fechas cercanas a Semana Santa hacía incrementar la asistencia de los cofrades para organizar sus cultos y actividades. El problema se trata en la junta celebrada el 23 de abril de 1675, donde se expone que “aunque hasta aquí esta Santa Escuela desde que se colocó el Santísimo Sacramento en ella, a procurado asistir la Semana Santa al monumento desde el Jueves Santo a mediodía hasta el viernes, se han reconocido en este tiempo muchos y muy graves inconvenientes por concurrir con la cofradía en la procesión que dicho día de Jueves Santo, y cuando los hermanos habían de estar con mayor sosiego e interior quietud, meditando tan soberanos misterios, entonces con el bullicio de la gente y voces de los hermanos inexcusables es de mucha distracción, inquietud y embarazo, como se experimentó este año, y ser asimismo de grande irreverencia para su Majestad pues para subir y bajar el Santo Cristo Crucificado que dicha cofradía tiene y saca en la procesión, es preciso que suban sobre el Altar donde esta el sagrario mucha gente seglar, y estar expuesto (fuera de la irreverencia) a quebrar el sagrario o parte muy principal de él, se acordó que para evitar dichos inconvenientes y otras cosas, por ahora cese dicha asistencia que hasta aquí ha tenido y para esto el Miércoles Santo se consumirá el Santísimo Sacramento y se quitará el Sagrario y se pondrá en parte decente para dar lugar a los hermanos de dicha cofradía para que más libremente y sin embarazo puedan quitar y poner lo que se les ofreciere”[8]. Finalmente, en la siguiente junta aprobaron adelantar la Escuela del Jueves al Martes Santo.

Asimismo, el Libro de Acuerdos recoge la visita que hizo a la Ermita de la Vera Cruz el cardenal Fray Pedro de Salazar y Toledo, obispo de Córdoba, el 27 de mayo de 1688, quien “honró la Santa Escuela asistiendo a ella, y concedió cien días de Indulgencia a todas las personas que rezaren un Padrenuestro y un Avemaría delante de la Santa Imagen del Xpto. Crucificado [de Zacatecas] de que dicha Escuela usa, rogando a Ntro. Señor por la paz y concordia entre los Príncipes Cristianos, y extirpación de las herejías, y aumento de Ntra. Sta. Madre Iglesia”[9]. Noticia esta, que nos evidencia la gran veneración que el Crucificado traído de las Indias guardaba entre los vecinos y cofrades de la ciudad.

Aparte de los ejercicios y cultos que practicaban en la ermita de la Vera Cruz, los miembros de la Escuela de Cristo acordaron en sus Juntas de Ancianos disposiciones que afectaban a su vida cotidiana, tales  como no asistir a corridas de toros, fiestas de juegos de cañas, oír comedias y juegos de naipes y lobos “por ser estas cosas y asistencias de gente ociosa, mal entretenida, y no de personas que sólo deben tratar en la mejora de cosas de su Alma”[10].

De igual modo, los Ancianos de la Escuela recomendaban tener un atuendo lo más sobrio y escueto posible y no vestir ostentosamente, no usar alhajas, ni nada que se manifestara exteriormente en contra de la austeridad de su vida interior.

Como congregación, tampoco aceptaban donativos ni mandas testamentarias para el mantenimiento y engrandecimiento patrimonial de la misma. Según la documentación consultada, tan sólo admitieron una dote testamentaria en 6 de marzo de 1740 procedente del hermano Alonso Pérez de Alba, quien fundara dos vínculos y de cada uno de ellos debían generar perpetuamente media arroba de aceite para que ardiera en la lámpara del sagrario que la Escuela había obtenido por bulla pontificia para su oratorio[11].

Labor Social

La asistencia a los más desprotegidos de la sociedad ha sido a través de los siglos uno de los fundamentos esenciales del cristianismo. La gran mayoría de las corporaciones creadas al amparo de la Iglesia tenían en su origen una sólida finalidad benéfica aparte de la cultual.

Como reseñamos anteriormente, la Escuela de Cristo nace en un edificio dedicado a este ámbito caritativo, como era el Hospital de Italianos de Madrid, espíritu que marcó la identidad de la congregación desde sus inicios.

En Montilla la Escuela de Cristo pronto tomó conciencia de  las necesidades de algunos de sus hermanos. Por ello, cuando uno de sus integrantes tenía necesidades, principalmente causadas por enfermedad, el resto le ayudaba con una limosna general que se hacía entre ellos.

Tras cinco años de funcionar la Escuela en la ciudad, ésta incrementó su compromiso asistencial, para ello acordaron en la junta celebrada el 2 de noviembre de 1676 asistir a los más desprotegidos de la ciudad, que como nos recuerda el viejo dicho: no tenían donde caerse muertos. Esta situación quisieron paliar como recoge el acuerdo de la citada reunión: “considerando que lo que más encargó Cristo nuestro Soberano Maestro, a sus amados discípulos que la Caridad unos con otros, medio con que se conserva el verdadero amor de Dios, y esta caridad es mayor cuanto el sujeto con quien se obra es mas desvalido, pobre y necesitado, y de quien menos gratitud se puede aguardar. Ateniendo esta Santa Escuela a que en esta ciudad en el hospital de los pobres viandantes [Hospital de la Encarnación] suelen morir algunos, y otros traerlos muertos del campo o quedarse muertos por las calles y no hay quien cuide de darles una mortaja ni pedirles para una misa, cosa de mucho desconsuelo y digna de llorar y que a nuestro amantísimo Maestro le podrá ser de sentimiento que habiendo discípulos verdaderos suyos vean a sus hermanos en tanta miseria y necesidad y tan desvalidos de todo socorro humano y no haya quien los ampare y ayude, se acordó que esta Santa Escuela y todos sus hijos y hermanos tomen esto por su cuenta y cuidado pues es ministerio y ocupación muy digna de discípulos de Cristo y cada cuatrimestre se nombren seis hermanos de los de gran fervor y espíritu dos eclesiásticos y cuatro seculares, y en ofreciéndose ocasión de morir alguno en dicho hospital de viandantes o traerlo muerto de las calles o del campo, estos seis hermanos pidan en esta ciudad para una mortaja y algunas misas en especial la de cuerpo presente […] con advertencia que esto sólo se ha de entender con lo pobres forasteros y desvalidos, y no con los naturales porque nunca les faltan parientes que hagan por ellos”[12].

La sensibilidad mostrada por la Escuela de Cristo hacia los difuntos no sólo se hace patente en su conciencia de darles entierro y sepultura dignos, sino también en la espiritual. Para ello, se hermanaban las congregaciones de diferentes lugares y conseguían multiplicar las plegarias por las ánimas de los suyos. Cuando un miembro de una de ellas fallecía el secretario enviaba una misiva a las distintas Escuelas con las que estaban hermanadas, para que todos sumaran sus oraciones por el hermano fenecido.

La corporación montillana llegó a hermanarse con más de una treintena de Escuelas, la primera que solicitó vincularse fue la de La Rambla, con quien mantuvo una relación especial. Aunque también llegaron a hermanarse con las congregaciones que fueron fundadoras y propagadoras de este modelo asociativo religioso en España, como fue la de Madrid –a la que llamaban Madre y Hermana– o Sevilla, Granada, Córdoba, Jaén, Salamanca, y Roma.

Traslado de sede

Aunque no hemos podido constatar los motivos ni la fecha exacta en que la Escuela de Cristo montillana cambia de sede, si tenemos referencias de que en 1746 ya se encontraba radicada en la ermita de San Sebastián. La documentación que hemos manejado para la realización de este trabajo, denota su vitalidad aún en 1829. Tampoco tenemos la fecha exacta en que deja de existir esta congregación, tan sólo el historiador José Morte Molina en sus Apuntes históricos de 1888 hace referencia a que estuvo ubicada dicha ermita (p. 97), pero deja entrever que en ese tiempo ya no funcionaba.

A modo de conclusión, referir que con este breve estudio sobre la Escuela de Cristo en Montilla, vemos la vida religiosa que manaba de la desaparecida ermita de la Santa Vera Cruz, y principalmente en torno a la imagen del Santo Cristo de Zacatecas,  fomentada en su mayoría de las veces por los regulares frailes franciscanos y los agustinos, de los que nos ocuparemos en próximos números.

*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla. Año V, núm. 6, págs. 4-9. Marzo, 2008.

FUENTES


[1] Constituciones de la Venerable y Santa Escuela de Christo Señor Nuestro… Reimpresas en Sevilla en 1790, pp. 3 – 4. (F)undación (B)iblioteca (M)anuel (R)uiz (L)uque. Nº Reg. 3488.

[2] MORENO VALERO, M.: La Escuela de Cristo. Su vida, organización y espiritualidad barroca. Sevilla, 1989. FBMRL, 11204.

[3] Escuela de Christo Señor Nuestro, fundada en esta Ciudad de Montilla, en Primero de Enero del año de 1671. Por el R.P.Fr. Joseph Gavarri Predicador Apostólico del Orden de Nuestro Padre San Francisco, e hijo de la Santa Provincia de Aragón, (Portada). FBMRL, Ms. 13262.

[4] Este seráfico predicador fue Guardián del Convento de San Lorenzo y confesor de la Venerable Sor Ana de la Cruz Rivera hasta 1679. Este año es nombrado Comisario General de la Orden Franciscana en las Indias, cargo que desempeñaría hasta su muerte acaecida el 24 de agosto de 1684.

[5] Ibídem. La Escuela de Cristo…

[6] Ibíd. Constituciones de la Venerable, p. 5.

[7] Ibíd. Escuela de Christo Señor Nuestro…, f. 241.

[8] Op. cit. f. 259 y vuelto.

[9] f. 324.

[10] f. 173.

[11] f. 196 v.

[12] f. 266.

jueves, 29 de diciembre de 2022

UN HOMENAJE A LA HISPANIDAD, LA OBRA INVITADA PRESENTE EN EL MUSEO GARNELO

El pasado 26 de octubre tuvo lugar la tercera edición de la Obra Invitada, una actividad promovida por la asociación “Amigos del Museo Garnelo”, en colaboración con el Museo Garnelo y el Excmo. Ayuntamiento de Montilla.

En esta ocasión, la pintura protagonista ha sido Homenaje a las Repúblicas Americanas y al Genio de la Raza, un óleo sobre lienzo de 185 x 204 cm. realizado por José Garnelo y Alda como obra preliminar a la ejecución de un mural de mayores dimensiones. Este acabado boceto está firmado en 1934, y probablemente se trate de uno de los últimos proyectos de gran formato a los que se enfrentara el consagrado maestro en su etapa de madurez. 

Previa a la presentación de la Obra Invitada, los “Amigos del Museo Garnelo” en su deseo de acercar la vida y obra del genial artista a todos los ámbitos de la sociedad, han escogido en esta ocasión a la Guardia Civil como institución a vincular con la pinacoteca montillana. Por tal motivo, el doctor en Historia Jesús Narciso Núñez Calvo, coronel de la Guardia Civil y académico de la R. A. Hispano Americana de Cádiz, ofreció una conferencia que versó sobre la creación de «la Benemérita» durante el reinado de Isabel II y su proyección en América.

Tras la ponencia, fue presentada la obra por Miguel Carlos Clementson, profesor y académico cordobés, profundo conocedor del artista, quien deleitó al auditorio con un pormenorizado estudio del mensaje que encierra la composición pictórica.

Homenaje a las Repúblicas Americanas y al Genio de la Raza. José Garnelo, 1934.

Se trata de una obra de José Garnelo apenas conocida, que tan sólo había sido exhibida con anterioridad en dos ocasiones. El año en que está firmada se dio a conocer en la muestra monográfica que preparó el propio pintor en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en cuyo catálogo aparece una reproducción a color. La segunda vez formó parte de la exposición «Pre Centenario» del nacimiento del artista, celebrada en la sala Grifé & Escoda de Madrid, a finales de 1964. En la actualidad, la obra es propiedad de María Joaquina Alda Garnelo, sobrina nieta del pintor, quien ha ofrecido todo tipo de facilidades para que se vuelva a exponer temporalmente en su museo montillano, hasta el próximo 8 de enero.

Con este Homenaje a las Repúblicas Americanas y al Genio de la Raza José Garnelo idealiza a través de sus pinceles una alegoría a la «Hispanidad», un concepto nacido a principios del siglo XX que busca la confluencia de los pueblos y naciones que comparten la historia, lengua y cultura hispánica, de cuyas tesis surgió una corriente intelectual que tuvo su momento álgido en la tercera década de la centuria pasada, y despertó el interés de intelectuales como Unamuno, Maeztu, González-Ruano o García Morente, entre otros. Un movimiento integrador que se vio materializado en la celebración de la exposición iberoamericana de Sevilla, en 1929.

La interpretación desarrollada por Garnelo sobre este fenómeno social y cultural es de marcada tendencia simbolista. En un primer plano de la escena central del lienzo el pintor introduce a un «genio» que, tomado de la mitología grecorromana, era un espíritu protector del hombre al que le se atribuían tales facultades en el ámbito personal y colectivo.

Garnelo –el pintor más culto de su época– lo llama «Genio de la Raza», probablemente inspirado en la teoría ensayada por Miguel de Unamuno en su artículo Hispanidad (1927): “Digo Hispanidad… para incluir a todos los linajes, a todas las razas espirituales, a las que ha hecho el alma terrena… y a la vez celeste de Hispania… Esta tierra bajo el cielo, esta tierra llena de cielo, esta tierra que siendo un cuerpo, y por serlo, es un alma, esta tierra hizo, con el latín, unos lenguajes, unos romances… Y esos lenguajes son las razas... Pero más que raza de sangre, más que línea de sangre, raza de lenguaje”.

Garnelo presenta al «genio» figurado en un personaje masculino alado en posición oferente, que sostiene entre sus manos una embarcación –la carabela Santa María– en alusión al descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón en 1492, hecho que provocó el inicio de una nueva era en la historia de la Humanidad y el origen del imperio de ultramar español.

El artista incluye en el ángulo inferior derecho a nuestra vista los símbolos de la Monarquía Hispánica, institución que patrocinó la búsqueda de nuevas vías para acceder al lejano oriente, cuyos viajes exploratorios conllevaron asimismo la primera circunnavegación de la Tierra. Entre la simbología representada, Garnelo resalta sobre un cojín púrpura ribeteado en oro la corona y el cetro, atributos de la soberanía y el poder ejercido por los monarcas españoles de la dinastía de los Habsburgo, cuyo mayor representante fue el emperador Carlos V, nieto de los Reyes Católicos, del que se exhibe un repostero caído que recubre el basamento, el cual ostenta el escudo de armas del soberano acolado por el águila bicéfala, emblema de Sacro Imperio Romano Germánico. 

Ante el pendón bordado con la regia divisa aparece en primer término el globo terráqueo, en alusión a la hazaña protagonizada por Magallanes y Elcano, cinco siglos atrás. A su lado se presentan los atributos que mantuvieron la hegemonía hispánica en los más distantes lugares del planeta. Las armas (espada, arcabuz y morrión), símbolo de la fuerza, pertrechos básicos de la temida infantería encuadrada en los afamados Tercios españoles. Y las letras (libros, plumas y tintero sobre un arca), en alusión a la tradición legislativa y administrativa española –un guiño a las Leyes de Indias– sobre las que se sustenta el derecho de evangelización y asentamiento de los nuevos y dispersos territorios descubiertos.

En el ángulo inferior izquierdo aparece un ancla encadenada, símbolo de la firmeza y la esperanza, pieza imprescindible en los navíos de la real armada que mantuvieron viva la seguridad, comunicación y comercio global del «imperio donde nunca se ponía el sol».

En un segundo plano, sobre una plataforma abierta y elevada por un doble peldaño, se halla un grupo de mujeres de rasgos y atuendos indígenas portadoras de frutos autóctonos, en alusión al mestizaje étnico y a la fertilidad de los ignotos territorios agregados a la corona hispánica. 

Tras ellas, el artista ha dispuesto una serie de diecinueve figuras femeninas abanderadas, cubiertas con el gorro frigio, símbolo de la libertad, que portan las enseñas de las jóvenes repúblicas americanas surgidas en el siglo XIX, después de más tres siglos de presencia española en el nuevo continente.

Con este frondoso grupo, nuestro pintor resuelve el fondo de la composición poblándolo de gran belleza, colorido y simbolismo. Un logrado reto de un maestro de la pintura de Historia –como lo fue José Garnelo– el de interpretar el concepto de confraternidad por el que abogan los postulados ecuménicos de la «Hispanidad».


sábado, 16 de julio de 2022

LA APARICIÓN DE LA IMPRENTA Y SU LLEGADA A MONTILLA

La invención de la Imprenta con tipos móviles de metal supuso uno de los avances tecnológicos y culturales más importantes de la humanidad. Ideada por Johannes Gutenberg hacia 1440, constituyó la evolución de la mentalidad medieval hacia el Renacimiento y aceleró la transmisión del Humanismo por toda Europa. La primera publicación, fruto del tesón del orfebre alemán, fue la Biblia de 42 líneas, cuya primera estampación estaba terminada en 1455.

La imprenta fue introducida en España a través de Italia, en el último tercio del siglo XV. Fue el obispo de Segovia, Juan Arias Dávila, quien solicita al impresor Johannes Párix que se instalara en esa ciudad castellana. En 1472 imprime el Sinodal de Aguilafuente, una obra que recopila los acuerdos tomados por los eclesiásticos segovianos para mejorar la vida religiosa de aquella diócesis, el cual está considerado el primer libro impreso en España.

El tramo de la actual calle Sánchez-Molero que confluye con la de
Don Gonzalo se conoció durante algunos años del siglo XVII como
"calle de la Imprenta", ya que Juan Bautista de Morales instaló el
taller tipográfico en su propia casa.

Los primeros impresores llegados a la península ibérica eran alemanes y en los inicios itineraban por las ciudades y lugares que demandaban el nuevo arte de la «letra de molde». Será en las décadas finales del siglo XV cuando ciudades como Zaragoza, Valencia, Barcelona, Sevilla, Salamanca o Burgos ven aparecer sus primeros talleres tipográficos estables.

En el siglo XVI eran pocas las ciudades hispanas que podían presumir de tener una imprenta, símbolo de la riqueza sociocultural de una población. La expansión de este ingenio fue lenta y costosa de introducir en urbes que no eran centros importantes de actividad política, comercial o universitaria.

En Córdoba no se establece un impresor hasta 1556, año en que llega a la ciudad Juan Bautista Escudero, probablemente atraído por el recién fundado Colegio de la Compañía de Jesús, el primero que la institución docente ignaciana erige en Andalucía gracias al mecenazgo de la II marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba.

En la provincia cordobesa la única localidad que va a contar con una imprenta estable durante el siglo XVII será Montilla, que en ese tiempo es una villa habitada por unas 10.000 personas.

La iniciativa parte de Juan Bautista de Morales (1577-1634), un montillano –a quien hoy llamaríamos emprendedor– que adquiere en Sevilla una máquina de imprimir con todos sus utensilios, en 1622. El nuevo ingenio lo instala en su propia casa, situada en la actual calle Sánchez-Molero. Para poner en marcha el taller tipográfico firmará un contrato de un año de duración con el portugués Manuel Botello de Payva, uno de los oficiales de imprenta empleado en el obrador hispalense de Gabriel Ramos Bejarano, que se traslada hasta Montilla para iniciar los trabajos.

La relación entre Bautista de Morales y Ramos Bejarano se origina en 1621, cuando nuestro paisano le encarga la impresión de su obra, Jornada de África del Rey don Sebastián de Portugal. Durante la preparación de este libro en Sevilla acordarán la compraventa de la máquina y sus aparejos de estampar que llegará a Montilla.

Signo y firma fedatarios de Juan Bautista de Morales, en su oficio de Notario Apostólico.

Juan Bautista de Morales es hombre culto y polifacético. Además del castellano, domina el latín y el portugués. Tiene amplios conocimientos de Historia, Religión y Derecho, lo que le permite ejercer la profesión de su padre, «notario apostólico» del obispado de Córdoba, y adquirir dos oficios de «procurador de causas», en Montilla. También desempeñará diferentes cargos municipales, tales como el de «padre general de menores» y «comisario del erario público». Aparte de estar empleado en todas estas tareas, desarrolla su vocación literaria como escritor, traductor y editor.

Por ello, en 1621 ha reunido las oportunas aprobaciones y licencias de las autoridades para publicar la Jornada de África, una crónica de contenido histórico, y al mismo tiempo se propone sacar a la luz Corte en Aldea y Noches de Invierno, un tratado de cortesanía escrito en portugués por Francisco Rodrigues Lobo y traducido al castellano por el propio Bautista de Morales.

Portada de "Corte en Aldea y Noches de Invierno",
primer libro impreso en Montilla, en 1622.
(Biblioteca de la Universidad de Oviedo)

Ese año, firma un convenio en Córdoba para publicar este tratado con el mercader de libros Diego de León y el impresor Salvador de Cea, cuyo acuerdo no se llega a materializar por incumplimiento de este último. El incidente lo solventará Bautista de Morales completando la impresión en su taller tipográfico de Montilla, recién instalado, por tanto consideramos este libro como el primer texto impreso en nuestra ciudad, hace ahora 400 años, como indica su pie de imprenta.

Desde ese momento, la imprenta de Juan Bautista de Morales estampa numerosas obras de diversa temática. Asimismo, recibe encargos del marqués de Priego, como quedará especificado en la portada y colofón de cada impreso, del Colegio jesuita de La Encarnación, de los conventos montillanos, de los escribanos públicos, y de numerosos particulares de Córdoba y Sevilla, principalmente.

A partir de 1624, finalizado el convenio anual entre Bautista de Morales y Botello de Payva, el portugués decide establecerse como impresor independiente, lo que provocará la insólita peculiaridad de la existencia de dos talleres tipográficos en la villa durante varios años.

En 1628 Manuel de Payva se traslada a Antequera, ciudad que en esos momentos demanda un establecimiento tipográfico. Por su parte, Juan Bautista de Morales continuará su labor editora hasta su muerte, acaecida en 1634, año en que está fechada la última obra impresa en Montilla que conocemos.

Breve reseña biográfica

Juan Bautista de Morales nace en Montilla en 1577. Fue hijo de Juan Baptista y de Leonor Rodríguez de Morales. Desde su nacimiento se encuentra rodeado de un ambiente letrado y humanista, ya que su padre ejercía los oficios de notario apostólico y procurador.

De su infancia y juventud se tienen pocas noticias. Con toda probabilidad se educaría en los colegios jesuitas de Montilla y Córdoba. En 1596 contrae matrimonio con Inés de León, del que nacen sus tres hijas: María, Ana y Magdalena.

Marca de impresor utilizada por Juan Bautista
de Morales, incluida en los libros estampados en
su taller tipográfico montillano.

Durante una temporada reside en Aguilar de la Frontera, junto a su hermano Cristóbal que practica allí la docencia, desempeñando diversos empleos comisionados por el marqués de Priego. En 1618 fallece su padre, motivo que le hace regresar a Montilla, donde en adelante ejercerá los oficios y empleos públicos que hemos referido anteriormente.
Avecindado en su tierra natal, comienza a desarrollar sus facetas literaria y editora, además de instalar la imprenta, como ya hemos visto, que regentará hasta su muerte. En los últimos años de su vida, procurará que sus descendientes mantengan activo el taller tipográfico, aunque no parece tener continuidad dado que no existen impresos que así lo confirme.
A pesar de ello, el período que va desde 1622 hasta 1634 no deja de ser un reflejo evidente de la relevancia social que Montilla viene experimentando desde el siglo XVI, auge que se verá confirmado cuando el Rey Felipe IV otorgue a la villa el título de ciudad, en 1630.
El próximo mes de octubre se cumple el IV centenario de la llegada de la Imprenta a Montilla, un hito que nos recuerda una vez más el florecimiento cultural de nuestra ciudad en el Siglo de Oro español, cuando disfrutaba del mecenazgo señorial que ofrecía la capitalidad del poderoso marquesado de Priego y ducado de Feria.

jueves, 28 de abril de 2022

CRÓNICA DE UN VIAJE A MADRID. La estancia del Cristo de Zacatecas en el Museo del Prado*

En España muchas cofradías y hermandades atesoran un valioso patrimonio que no deja de ser el reflejo de su historia. Imágenes, pinturas, documentos, orfebrería, ajuares textiles, bordados en oro, enseres, etc., son muestra evidente de un legado secular marcado por la fe y la veneración a sus titulares, que ha salvado todas las épocas de la historia hispana desde el siglo XV hasta nuestros días.

S.M. El Rey Felipe VI contempla la imagen del Cristo de Zacatecas
durante la inauguración de Tornaviaje el pasado 4 de octubre.

En los últimos tiempos, este patrimonio cofrade está siendo objeto de numerosos estudios técnicos y universitarios, desde las más diversas perspectivas, que están ofreciendo nuevas lecturas y visiones hasta ahora desatendidas por la historia del arte.

Tal es el caso del Arte Virreinal, en general, y de la imaginería realizada en caña de maíz, en particular, que de un tiempo a esta parte viene recobrando actualidad en el panorama artístico europeo y americano, donde se comienza a reconocer el valor material de las esculturas novohispanas, una consideración que se suma al sentimiento devocional que estas siempre despertaron en el pueblo cristiano.

Fruto de estos trabajos de investigación, las más reconocidas instituciones del Arte se vienen haciendo eco de los nuevos planteamientos y enfoques. Recientemente hemos tenido la oportunidad de comprobarlo gracias a la exposición organizada por el Museo Nacional del Prado, que ha llevado por título: Tornaviaje. Arte iberoamericano en España.

La muestra ha estado comisariada por el catedrático de la Universidad de Granada Rafael López Guzmán, que ha contado con la asistencia de dos profesores del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM (México): Jaime Cuadrillero Aguilar y Pablo Francisco Amador Marrero. Ha reunido una selección de 107 piezas que forman parte del singular patrimonio indiano que fue remitido al actual territorio español durante los tres siglos de presencia hispánica en el continente americano.

Entre las obras escogidas fijaron su mirada en nuestro Cristo de Zacatecas. Todo comenzó con la visita a Montilla de un sacerdote gaditano que formaba parte de la comisión encargada de componer una primera selección de piezas religiosas para Tornaviaje. Su nombre es David Gutiérrez Domínguez, miembro de la Delegación de Patrimonio Cultural de la Diócesis de Cádiz, a quien le causó una gran impresión nuestro Crucificado novohispano aquel domingo de Cuaresma que visitó Montilla, motivo por el cual propuso a los organizadores de la muestra su inclusión en la nómina de obras preseleccionadas.

Días después, recibimos una llamada de Silvia Villanueva Beltramini, coordinadora del servicio de exposiciones temporales del Museo del Prado, para sondear la posible viabilidad de que el Señor de Zacatecas pudiera trasladarse a Madrid durante unos meses para formar parte de una exposición sobre arte iberoamericano que se estaba gestando. El asunto fue puesto en conocimiento de nuestro consiliario, José Félix García Jurado, y de la autoridad diocesana, ya que nuestro Sagrado Titular está incluido en el inventario de los bienes de la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) que posee la Parroquia de Santiago, motivo por el cual correspondía a la Diócesis decidir sobre la propuesta recibida del Museo del Prado.

Casualmente, por aquellos días de Semana Santa y plena pandemia nos visitaba, para declamar la exaltación de las Siete Palabras, la directora del Museo y Biblioteca Diocesana, María José Muñoz López, facultada asimismo en asesorar técnicamente al Consejo Episcopal cordobés en materia de patrimonio histórico.

Trasladamos a María José Muñoz la propuesta recibida de Madrid y nos indicó los pasos a seguir en estos casos, los cuales llevamos a cabo. Tras varias comunicaciones entre las partes implicadas, el obispado y la cofradía recibieron una misiva oficial del director del Museo del Prado, Miguel Falomir, que contenía la petición formal para el préstamo de la obra para la exposición.

La solicitud recibió el informe favorable y conformidad de la autoridad diocesana, a la par que fue tratada y aprobada –por unanimidad– en el segundo punto de la sesión celebrada el día 27 de abril por la Junta de Gobierno de la cofradía.

En los primeros días del mes de septiembre nos comunicaron la fecha programada para el traslado del Señor Crucificado a Madrid, fijada el día 13 de dicho mes. Para la ocasión, la cofradía celebró una misa de despedida de nuestro Sagrado Titular, que tuvo lugar el día 10, viernes, coincidiendo con el 445º aniversario de la donación de la imagen novohispana a la cofradía de la Vera Cruz por el indiano Andrés de Mesa.

El día señalado, María José Muñoz y varios operarios de la empresa SIT transportes internacionales se personaron en la Parroquia de Santiago para proceder al embalaje, colocación en la caja contenedora y traslado del Crucificado, todo realizado con las mayores condiciones de seguridad. Tres días después tuvo lugar en las instalaciones del edificio Villanueva de Madrid el desembalaje de la voluminosa caja que albergaba la preciada escultura indiana, que viajaba desprendida de la cruz. Para supervisar la apertura y posterior colocación en el espacio expositivo habilitado, se trasladaron hasta la capital de España María José Muñoz y quien firma esta crónica, que actuaron de correo.

Espacio expositivo donde se hallaba nuestro Cristo de Zacatecas, junto al Nazareno Divino Indiano y otras obras de temática religiosa. Foto cedida por el Museo Nacional del Prado.

La exposición fue inaugurada el día 4 de octubre por S. M. el Rey Felipe VI, que estuvo acompañado del presidente del Real Patronato del Museo del Prado, Javier Solana, y del director de la prestigiosa institución cultural, Miguel Falomir. A la misma, asistió una nutrida delegación cordobesa encabezada por el alcalde de Montilla, Rafael Llamas, el hermano mayor de la cofradía, Miguel Navarro, además de María José Muñoz y quien suscribe estas líneas.

El discurso narrativo de la muestra iberoamericana estuvo vertebrado en cuatro grandes secciones temáticas relacionadas entre sí, donde se articularon los aspectos principales de la vida y sociedad virreinal.

Huelga decir que el legado indiano conservado en España es fruto de la intensa y permanente relación migratoria y comercial que hubo durante los siglos XVI al XVIII entre las dos orillas del océano Atlántico, comunicadas a través de la Carrera de Indias. Este fenómeno globalizador motivó que la práctica totalidad de las provincias españolas atesoren en la actualidad obras artísticas, objetos, enseres y recuerdos exóticos procedentes del Nuevo Mundo. De hecho, las piezas exhibidas en Tornaviaje provenían de 25 provincias diferentes, un legado que se halla diseminado por toda nuestra geografía, principalmente en iglesias y conventos, pero también en diferentes instituciones y colecciones privadas.

La cuarta y última sección de la muestra llevaba por título «Impronta indiana» y estaba dedicada a transmitir la gran importancia que tuvo la religión católica en el proceso de evangelización e hispanización del nuevo continente, exhibiendo obras artísticas y objetos religiosos producidos en los virreinatos americanos. En ella se encontraba nuestro Cristo de Zacatecas –el más antiguo paradigma de la imaginería ligera existente en nuestra diócesis– junto a otras significativas esculturas tales como la Virgen de las Angustias, venerada de Icod de los Vinos (Tenerife), o el excepcional nazareno Divino Indiano, de Chiclana de la Frontera (Cádiz), entre otras piezas de extraordinario valor artístico, cultural y simbólico.

La directora del Museo Diocesano de Córdoba, María José Muñoz, ha supervisado los trabajos del traslado y colocación del Cristo de Zacatecas, desde la ida al Museo del Prado hasta su vuelta a la Parroquia de Santiago.

El tercero de los apartados de la citada sección llamaba la atención del espectador bajo el epígrafe «Traza española… ropaje indiano», en clara alusión a la estética y materialidad de las imágenes de Cristo realizadas en los talleres novohispanos. En aquellos primeros obradores los artistas recogieron las demandas iconográficas de las órdenes religiosas y misioneros españoles encargados de catequizar el nuevo continente, aunque emplearon en sus creaciones materiales autóctonos americanos tales como la madera de colorín, la cañeja del maíz y el papel amate, a los que le aplicaron en su composición técnica métodos indígenas y europeos, produciendo así un mestizaje artístico y antropológico sin precedentes.

La exposición ha estado abierta al público hasta el pasado 13 de febrero, periodo durante el cual ha recibido cerca de 68.000 visitas (a pesar de las limitaciones impuestas por la situación de pandemia que atravesamos). Paralelamente, el Museo del Prado ha organizado numerosas actividades complementarias (visita virtual, ciclos de conferencias, etc.), a fin de profundizar y divulgar el rico patrimonio hispanoamericano existente en nuestro país. A través de sus canales en internet y redes sociales, la primera pinacoteca española ha difundido este gran evento del que se han hecho eco numerosas instituciones universitarias, académicas y culturales, así como la mayoría de las agencias y medios de comunicación de Europa y América, que han ofrecido una cobertura informativa a nivel mundial.

Del mismo modo, el Prado ha editado un cuidado catálogo que supera las trescientas páginas, lleno de ilustraciones a color y abundante bibliografía, que incluye textos institucionales además de estudios científicos de reconocidos especialistas en la Historia y Arte Virreinal, entre los que merece citar al restaurador e investigador canario Pablo F. Amador, quien acometió la restauración de nuestro Cristo Zacatecas en el año 2004, junto a la profesora Carmen Bermúdez, en la Facultad de Bellas Artes de la  Universidad de Granada. El catálogo se puede adquirir en la tienda y la web oficial del Museo.

El día 14 de febrero tuvo lugar la retirada del Crucificado del espacio expositivo. La imagen, al igual que cuando ingresó en el Museo, fue examinada por la restauradora de escultura Sonia Tortajada, que junto a María José Muñoz verificaron su estado, el cual se hallaba en idénticas condiciones de cinco meses atrás. Posteriormente fue introducida en la caja contenedora por el personal de SIT, quienes realizaron su traslado hasta Montilla.

La prestigiosa empresa SIT ha sido la encargada de efectuar los traslados del Cristo de Zacatecas

El deseado regreso se materializó el día 16 de febrero, sobre las 13 horas. El «Cristo viajero» volvía a su casa, la Parroquia de Santiago, y era colocado nuevamente en su cruz. Aquella misma jornada por la tarde, la cofradía celebró una misa de acción de gracias por el retorno de su Sagrado Titular, una efigie de singular naturaleza y orígenes que siempre llevará intrínsecos, cuyos significados trascienden a los convencionalismos cofrades actuales; por ello debemos todos ser conscientes de su adecuada veneración y preservación, ya que atesoramos un testimonio inigualable del legado excepcional que nuestros antepasados españoles forjaron en el continente americano.

*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla, Año XIX, nº 20. (Cuaresma de 2022).

lunes, 14 de febrero de 2022

EL CRISTO DE ZACATECAS Y EL TORNAVIAJE DE ANDRÉS DE MESA*

En los últimos meses se ha vuelto a poner de relieve la conexión entre Montilla y América. El Museo Nacional del Prado ha organizado la exposición Tornaviaje. Arte iberoamericano en España, que se podrá visitar hasta el próximo 13 de febrero. En ella está incluida una pieza singular, nuestro Cristo de Zacatecas, que ha sido seleccionado entre algo más de un centenar de obras reunidas en torno a una muestra sin precedentes del arte virreinal producido durante el período de presencia española en el continente americano.

"Tornaviaje. Arte Iberoamericano en España", una exposición internacional organizada por el Museo Nacional del Prado
"Tornaviaje. Arte Iberoamericano en España", una exposición internacional organizada por
el Museo del Prado entre los meses de octubre de 2021 y febrero de 2022

Como bien es sabido, a nuestra ciudad le unen fuertes lazos históricos y afectivos con Hispanoamérica, cuyos máximos referentes son conocidos por todos: San Francisco Solano y el Inca Garcilaso de la Vega. Pero no todo queda aquí, además de estos grandes personajes de la religión y la cultura existen cientos de nombres montillanos que formaron parte de la evangelización, el gobierno, la administración y el comercio de aquellas lejanas tierras. Son los pobladores que recrearon una nueva realidad de la vida cotidiana española en los reinos de Indias, andaluces en su mayoría que un buen día decidieron cambiar el rumbo de sus vidas y embarcar hacia el llamado Nuevo Mundo, tras la promesa de un futuro mejor.

Unos se adaptaron a la vida colonial y fundaron allí nuevas familias y linajes, origen de la estirpe criolla; otros volvieron enriquecidos y ennoblecidos, con su equipaje colmado de pesos de oro y plata junto a recuerdos exóticos, son aquellos que hicieron el tornaviaje o camino de vuelta, y que en España llamaron indianos. Pero en ambos casos, muchos de estos paisanos mantuvieron vivo el hilo de la distancia con Montilla, a través de la correspondencia y de sus actividades comerciales. Todo este fenómeno migratorio produjo notables beneficios para nuestra ciudad, ya que los pobladores de Indias remitieron valiosos legados que oxigenaron la economía local, con la fundación de obras pías para ayudar a las vecinas más necesitadas a contraer matrimonio, la construcción de capillas para recibir sepultura o la donación de obras de arte a cofradías, iglesias y conventos.

La exposición fue inaugurada por S.M. El Rey, Felipe VI, y contó 
con la asistencia del presidente del Real Patronato del Museo
del Prado, Javier Solana.

Un claro ejemplo de estos indianos es Andrés de Mesa (o Fernández de Mesa). Su nombre se ha popularizado en los últimos tiempos gracias a la cobertura que la prensa –de dentro y fuera de nuestras fronteras– ha dado a la exposición organizada por el Museo del Prado. Pero detrás de ese nombre hay una azarosa biografía que nos puede ayudar a conocer mejor el perfil de los indianos en la sociedad andaluza de los siglos XVI y XVII.

¿Quién fue Andrés de Mesa?

El donante del Cristo de Zacatecas nace en Montilla hacia 1538. Fue hijo de Andrés Fernández de Mesa y de María López Salvador, y pasó la infancia dentro de una familia numerosa, junto a sus cuatro hermanos y dos hermanas. Su padre era herrero de profesión y su madre había sumado al matrimonio un olivar, que reportaba cierto desahogo a la economía familiar.

En agosto de 1563 Andrés de Mesa obtiene licencia para pasar a Nueva España[1]. Embarca en el puerto de Sevilla, junto a otros tantos montillanos, en la nao «Maestre», según recoge el pasaje del día 3 de febrero de 1564, en su condición de soltero.

De su estancia en el Virreinato de Nueva España sabemos que casó “legítimamente según orden de la santa madre yglesia en la Ciudad de Méjico con doña Francisca Cortés” de quien recibió una generosa dote de “mil y cien pesos de a ocho reales cada uno”[2], como expresará en su testamento. Allí nacerán sus hijos mayores: Melchor, Andrés y Luis. El benjamín de la casa, Lorenzo, lo hará en Montilla en 1579.

Suponemos que durante su estancia en Nueva España se dedicó al comercio, ya que en su pasaje no lleva oficio en que emplearse, ni se asienta como criado o acompañante de nadie. Hubo de tener bastante éxito en sus actividades mercantiles y sociales, en vista al buen casamiento que hizo con una «Cortés», al parecer descendiente del conquistador, según se desprende de las informaciones de limpieza de sangre que sus herederos expidieron después para alcanzar cargos o prebendas en la Corte de los Austrias.

A su vuelta a España, junto a su familia y enriquecido, a su equipaje incorporó un Cristo Crucificado de grandes dimensiones que donó a la cofradía de la Santa Vera Cruz, de la cual se levantó escritura pública el día 10 de septiembre de 1576, ante el escribano Andrés Capote. En ella recuerda su etapa indiana: “digo que por quanto mi voluntad a sido y que es muchos años de ser hermano y cofrade de la cofradía y hermandad de la Santa Vera Cruz de esta villa de Montilla y con esta mi voluntad yo he residido en las Indias algunos años y de ellas yo truxe una hechura de un Xpto para que esté y se ponga en la casa y iglesia de la dicha cofradía de la Santa Vera Cruz desta dicha villa”[3].

La donación llevó aparejada una serie de condiciones, entre las que cabe destacar la admisión como hermanos a su familia y descendientes, y la preferencia sobre el resto de cofrades para portar el «Santo Cristo» en las procesiones que la corporación pasionista organizara.

Esta donación supuso una gran relevancia social de los «Cortés de Mesa», como se hicieron llamar en adelante, a la par que les reportó una destacada popularidad entre el vecindario, pues la singular imagen del Crucificado era la primera de esta tipología que arribaba a tierras cordobesas procedente del lejano virreinato novohispano, lo que propagaría la devoción de los montillanos y la curiosidad de los foráneos.

A partir del año siguiente, se hace asidua la presencia de Andrés de Mesa en las escribanías públicas, donde aparece invirtiendo el caudal obtenido en su etapa indiana a través de la adquisición de fincas urbanas y rústicas, así como de imposiciones hipotecarias (a censo) de su capital sobre bienes no sólo de familiares y vecinos, sino también de otras poblaciones tan alejadas como Osuna.

Firma del indiano Andrés de Mesa, donante del Cristo de Zacatecas

En 6 de diciembre de 1578 adquiere unas casas principales en la calle del capitán Alonso de Vargas, linderas con la tercia del vino del marqués de Priego y con casas doña Luisa Ponce de León[4], viuda de don Alonso, que las habitaba junto al Inca Garcilaso de la Vega, sobrino y heredero del difunto capitán de los Tercios de Flandes.

El ascenso social le condujo a formar parte de la élite local elegida por los marqueses de Priego para el gobierno de la villa. En 24 de junio de 1579 los munícipes del Concejo de Justicia y Regimiento nombraron “por receptor de la bulla de la Santa Cruzada primera que viniere el año a Andrés de Mesa mexicano”[5]. Años después, en el cabildo de 22 de julio de 1588, recibió un nuevo nombramiento municipal, en esta ocasión como “depositario del caudal y maravedís de dehesas y del pan y maravedís del pósito desta dicha villa”[6].

En la última década del siglo, el IV marqués de Priego, Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, que había casado con Juana Enríquez de Rivera y Cortés (nieta legítima del conquistador), lo nombró “por Regidor de la dicha mi villa de Montilla”[7], según la provisión expedida el 16 de marzo de 1595.

De su probada solvencia financiera dan fe numerosas escrituras, donde aparece como avalista de familiares y vecinos a la hora de arrendar o adquirir bienes. De todas estas, debemos recordar la carta de poder que otorgó a Francisco Fernández de Herrera en septiembre de 1593 para que cobrara en su nombre una deuda de 280 reales a la Hacienda Real, que era el valor de las 20 fanegas[8] de trigo “que en el mes de diciembre del año de noventa e uno Myguel de Cerbantes Saavedra, comysario de su magestad, sacó de my casa para la probision de las armadas de su magestad”[9]; siendo Andrés de Mesa uno de los vecinos que mayor cantidad de cereal aportó a la comisión que condujo al Príncipe de las Letras Españolas hasta Montilla.

La capacidad adquisitiva del «perulero» –como era conocido– y su cercanía a los marqueses de Priego, queda patente una vez más en 1601, cuando el día 14 de marzo los nobles le vendieron “el oficio de fiel executor de la dicha nuestra villa e su término e jurisdicción con el almotacenazgo della e las rromanas de carne y pescado y del peso de la harina y con todos sus derechos y salarios onrras preminencias y libertades al dicho oficio anejos y pertenecientes”[10] por precio de 1.500 ducados, que el indiano Mesa pagó al contado y en metálico a la firma de la escritura, cosa poco usual en la época.

Andrés de Mesa encontrará la muerte el 24 de septiembre de 1602[11]. Otorgó su testamento ocho días antes, donde cabe reseñar la donación “de dos candeleros de plata que yo tengo que pesan siete marcos poco más o menos para que se haga una lámpara de plata para la ermita de la Vera Cruz desta villa y lo que costare de hechura se page de mis bienes”[12], en clara alusión al Cristo novohispano que había donado años antes, y que presidía la capilla mayor del desaparecido templo.

Casa del Inca
Andrés de Mesa adquirió una casa en la calle del Capitán Alonso de Vargas,
y más tarde su hijo Melchor Cortés de Mesa amplió el patrimonio familiar con 
la compra de la casa colindante, que había sido propiedad del Inca Garcilaso.
Del mismo modo, ordenó en sus últimas voluntades que se le reintegrara a su esposa la dote que aportó al matrimonio, con una hipoteca que tenía contraída  “contra el colegio de la Compañía de Jesús de esta villa”[13]. Los jesuitas liquidaron la deuda y doña Francisca Cortés invirtió este capital en la fundación de una memoria de legos, para la que nombró por capellán a su hijo el Lcdo. Luis de Vesga Mexía con cargo de “que me diga o haga decir en cada uno año veinte y cinco misas rezadas en la iglesia de Sr. Santiago desta villa por mi ánima y del dicho Andrés de Mesa mi marido y de nuestros difuntos”[14]. La mestiza Cortés sobrevivió a su esposo apenas unos meses, hallando la muerte el 25 de enero de 1603[15].

El linaje de los «Cortés de Mesa» estuvo continuado en su hijo Melchor, que fue Alguacil Mayor de la villa y acrecentó el patrimonio familiar, entre otras, con la compra de la casa del Inca Garcilaso en 1598.

Sus descendientes mantuvieron la elevada condición social y económica en Montilla hasta mediados del XVIII, emparentado con las familias más ilustres de la ciudad y conservando las prerrogativas heredadas sobre el Crucificado mexicano. Fue tal el vínculo que mantuvieron con la imagen que llegaron a mantener pleitos ante la justicia eclesiástica entre las diversas ramas del linaje para defender sus derechos a la hora de portarlo en las procesiones. Todo un privilegio. El mismo que hoy atesoramos los montillanos con haber aportado tan digno representante del arte virreinal a una exposición internacional organizada por el Museo del Prado, uno de los diez mejor valorados del mundo.

BIBLIOGRAFÍA

AMADOR MARRERO, Pablo. Imaginería ligera novohispana en el arte Español de los siglos XVI-XVII. Historia, análisis y restauración. Tesis doctoral. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 2012.

CASTAÑEDA DELGADO, Paulino (Coord.). La Iglesia en América: Evangelización y Cultura. Pabellón de la Santa Sede. Exposición Universal de Sevilla, 1992.

GARCÍA-ABÁSOLO, Antonio. La vida y la muerte en Indias. Cordobeses en América (Siglos XVI – XVII). Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. Córdoba, 1992.

  Imaginería indígena mexicana. Una catequesis en caña de maíz. (Coordinador y autor). Publicaciones de Obra Social y Cultural Cajasur. Córdoba, 2001. 

        Los beneficios de tener indianos. Inversiones de plata americana en la Campiña de Córdoba. Actas de las VII Jornadas sobre Historia de Montilla. Excmo. Ayuntamiento de Montilla. Montilla, 2007, pp. 19-58. 

     Vida cotidiana y patrimonio. Patrimonio histórico. Difusión e imbricación americana. Rafael López Guzmán (Coord.), Universidad Internacional de Andalucía, Sevilla, 2013, pp. 118-143.

LÓPEZ GUZMÁN, Rafael (Ed.). Tornaviaje. Arte iberoamericano en España. Museo Nacional del Prado, Madrid, 2021.

PORRAS BARRENECHEA, Raúl. El Inca Garcilaso en Montilla (1561-1614). Nuevos documentos hallados y publicados por… Instituto de Historia de la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos, Lima, 1955.

NOTAS

[1] Archivo General de Indias (AGI). INDIFERENTE,1966, L. 14, F. 442v. 

[2] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APNM). Escribanía 1ª. Leg. 26, fols. 831r-833v. 

[3] APNM. Escribanías s.XVI. Leg. 101, fols. 84 v-87v.

[4] APNM. Escribanías s.XVI. Leg. 30, fols. 982r-985v.

[5] Archivo Municipal de Montilla (AMM). Libro nº 8 de Actas capitulares, fol. 37v.

[6] AMM. Loc. cit., fols. 354v-355r.

[7] AMM. Libro nº 9 de  Actas capitulares, fol. 169.

[8] Equivalen a 1.000 kilogramos.

[9] APNM. Escribanía 1ª. Leg. 17, f. 852.

[10] APNM. Escribanía 7ª. Leg. 1165, fols. 1832r-1840v.

[11] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Abecedario de difuntos, [s. f.].

[12] Ver nota nº 2.

[13] Ibídem.

[14] APSM. Lib. 3º de memorias y capellanías, fols. 67v-68r. 

[15] APSM. Abecedario de difuntos, [s. f.].

*Artículo publicado en la Revista de Información Municipal de Montilla, nº 196. Diciembre de 2021.