sábado, 16 de julio de 2022

LA APARICIÓN DE LA IMPRENTA Y SU LLEGADA A MONTILLA

La invención de la Imprenta con tipos móviles de metal supuso uno de los avances tecnológicos y culturales más importantes de la humanidad. Ideada por Johannes Gutenberg hacia 1440, constituyó la evolución de la mentalidad medieval hacia el Renacimiento y aceleró la transmisión del Humanismo por toda Europa. La primera publicación, fruto del tesón del orfebre alemán, fue la Biblia de 42 líneas, cuya primera estampación estaba terminada en 1455.

La imprenta fue introducida en España a través de Italia, en el último tercio del siglo XV. Fue el obispo de Segovia, Juan Arias Dávila, quien solicita al impresor Johannes Párix que se instalara en esa ciudad castellana. En 1472 imprime el Sinodal de Aguilafuente, una obra que recopila los acuerdos tomados por los eclesiásticos segovianos para mejorar la vida religiosa de aquella diócesis, el cual está considerado el primer libro impreso en España.

El tramo de la actual calle Sánchez-Molero que confluye con la de
Don Gonzalo se conoció durante algunos años del siglo XVII como
"calle de la Imprenta", ya que Juan Bautista de Morales instaló el
taller tipográfico en su propia casa.

Los primeros impresores llegados a la península ibérica eran alemanes y en los inicios itineraban por las ciudades y lugares que demandaban el nuevo arte de la «letra de molde». Será en las décadas finales del siglo XV cuando ciudades como Zaragoza, Valencia, Barcelona, Sevilla, Salamanca o Burgos ven aparecer sus primeros talleres tipográficos estables.

En el siglo XVI eran pocas las ciudades hispanas que podían presumir de tener una imprenta, símbolo de la riqueza sociocultural de una población. La expansión de este ingenio fue lenta y costosa de introducir en urbes que no eran centros importantes de actividad política, comercial o universitaria.

En Córdoba no se establece un impresor hasta 1556, año en que llega a la ciudad Juan Bautista Escudero, probablemente atraído por el recién fundado Colegio de la Compañía de Jesús, el primero que la institución docente ignaciana erige en Andalucía gracias al mecenazgo de la II marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba.

En la provincia cordobesa la única localidad que va a contar con una imprenta estable durante el siglo XVII será Montilla, que en ese tiempo es una villa habitada por unas 10.000 personas.

La iniciativa parte de Juan Bautista de Morales (1577-1634), un montillano –a quien hoy llamaríamos emprendedor– que adquiere en Sevilla una máquina de imprimir con todos sus utensilios, en 1622. El nuevo ingenio lo instala en su propia casa, situada en la actual calle Sánchez-Molero. Para poner en marcha el taller tipográfico firmará un contrato de un año de duración con el portugués Manuel Botello de Payva, uno de los oficiales de imprenta empleado en el obrador hispalense de Gabriel Ramos Bejarano, que se traslada hasta Montilla para iniciar los trabajos.

La relación entre Bautista de Morales y Ramos Bejarano se origina en 1621, cuando nuestro paisano le encarga la impresión de su obra, Jornada de África del Rey don Sebastián de Portugal. Durante la preparación de este libro en Sevilla acordarán la compraventa de la máquina y sus aparejos de estampar que llegará a Montilla.

Signo y firma fedatarios de Juan Bautista de Morales, en su oficio de Notario Apostólico.

Juan Bautista de Morales es hombre culto y polifacético. Además del castellano, domina el latín y el portugués. Tiene amplios conocimientos de Historia, Religión y Derecho, lo que le permite ejercer la profesión de su padre, «notario apostólico» del obispado de Córdoba, y adquirir dos oficios de «procurador de causas», en Montilla. También desempeñará diferentes cargos municipales, tales como el de «padre general de menores» y «comisario del erario público». Aparte de estar empleado en todas estas tareas, desarrolla su vocación literaria como escritor, traductor y editor.

Por ello, en 1621 ha reunido las oportunas aprobaciones y licencias de las autoridades para publicar la Jornada de África, una crónica de contenido histórico, y al mismo tiempo se propone sacar a la luz Corte en Aldea y Noches de Invierno, un tratado de cortesanía escrito en portugués por Francisco Rodrigues Lobo y traducido al castellano por el propio Bautista de Morales.

Portada de "Corte en Aldea y Noches de Invierno",
primer libro impreso en Montilla, en 1622.
(Biblioteca de la Universidad de Oviedo)

Ese año, firma un convenio en Córdoba para publicar este tratado con el mercader de libros Diego de León y el impresor Salvador de Cea, cuyo acuerdo no se llega a materializar por incumplimiento de este último. El incidente lo solventará Bautista de Morales completando la impresión en su taller tipográfico de Montilla, recién instalado, por tanto consideramos este libro como el primer texto impreso en nuestra ciudad, hace ahora 400 años, como indica su pie de imprenta.

Desde ese momento, la imprenta de Juan Bautista de Morales estampa numerosas obras de diversa temática. Asimismo, recibe encargos del marqués de Priego, como quedará especificado en la portada y colofón de cada impreso, del Colegio jesuita de La Encarnación, de los conventos montillanos, de los escribanos públicos, y de numerosos particulares de Córdoba y Sevilla, principalmente.

A partir de 1624, finalizado el convenio anual entre Bautista de Morales y Botello de Payva, el portugués decide establecerse como impresor independiente, lo que provocará la insólita peculiaridad de la existencia de dos talleres tipográficos en la villa durante varios años.

En 1628 Manuel de Payva se traslada a Antequera, ciudad que en esos momentos demanda un establecimiento tipográfico. Por su parte, Juan Bautista de Morales continuará su labor editora hasta su muerte, acaecida en 1634, año en que está fechada la última obra impresa en Montilla que conocemos.

Breve reseña biográfica

Juan Bautista de Morales nace en Montilla en 1577. Fue hijo de Juan Baptista y de Leonor Rodríguez de Morales. Desde su nacimiento se encuentra rodeado de un ambiente letrado y humanista, ya que su padre ejercía los oficios de notario apostólico y procurador.

De su infancia y juventud se tienen pocas noticias. Con toda probabilidad se educaría en los colegios jesuitas de Montilla y Córdoba. En 1596 contrae matrimonio con Inés de León, del que nacen sus tres hijas: María, Ana y Magdalena.

Marca de impresor utilizada por Juan Bautista
de Morales, incluida en los libros estampados en
su taller tipográfico montillano.

Durante una temporada reside en Aguilar de la Frontera, junto a su hermano Cristóbal que practica allí la docencia, desempeñando diversos empleos comisionados por el marqués de Priego. En 1618 fallece su padre, motivo que le hace regresar a Montilla, donde en adelante ejercerá los oficios y empleos públicos que hemos referido anteriormente.
Avecindado en su tierra natal, comienza a desarrollar sus facetas literaria y editora, además de instalar la imprenta, como ya hemos visto, que regentará hasta su muerte. En los últimos años de su vida, procurará que sus descendientes mantengan activo el taller tipográfico, aunque no parece tener continuidad dado que no existen impresos que así lo confirme.
A pesar de ello, el período que va desde 1622 hasta 1634 no deja de ser un reflejo evidente de la relevancia social que Montilla viene experimentando desde el siglo XVI, auge que se verá confirmado cuando el Rey Felipe IV otorgue a la villa el título de ciudad, en 1630.
El próximo mes de octubre se cumple el IV centenario de la llegada de la Imprenta a Montilla, un hito que nos recuerda una vez más el florecimiento cultural de nuestra ciudad en el Siglo de Oro español, cuando disfrutaba del mecenazgo señorial que ofrecía la capitalidad del poderoso marquesado de Priego y ducado de Feria.

jueves, 28 de abril de 2022

CRÓNICA DE UN VIAJE A MADRID. La estancia del Cristo de Zacatecas en el Museo del Prado*

En España muchas cofradías y hermandades atesoran un valioso patrimonio que no deja de ser el reflejo de su historia. Imágenes, pinturas, documentos, orfebrería, ajuares textiles, bordados en oro, enseres, etc., son muestra evidente de un legado secular marcado por la fe y la veneración a sus titulares, que ha salvado todas las épocas de la historia hispana desde el siglo XV hasta nuestros días.

S.M. El Rey Felipe VI contempla la imagen del Cristo de Zacatecas
durante la inauguración de Tornaviaje el pasado 4 de octubre.

En los últimos tiempos, este patrimonio cofrade está siendo objeto de numerosos estudios técnicos y universitarios, desde las más diversas perspectivas, que están ofreciendo nuevas lecturas y visiones hasta ahora desatendidas por la historia del arte.

Tal es el caso del Arte Virreinal, en general, y de la imaginería realizada en caña de maíz, en particular, que de un tiempo a esta parte viene recobrando actualidad en el panorama artístico europeo y americano, donde se comienza a reconocer el valor material de las esculturas novohispanas, una consideración que se suma al sentimiento devocional que estas siempre despertaron en el pueblo cristiano.

Fruto de estos trabajos de investigación, las más reconocidas instituciones del Arte se vienen haciendo eco de los nuevos planteamientos y enfoques. Recientemente hemos tenido la oportunidad de comprobarlo gracias a la exposición organizada por el Museo Nacional del Prado, que ha llevado por título: Tornaviaje. Arte iberoamericano en España.

La muestra ha estado comisariada por el catedrático de la Universidad de Granada Rafael López Guzmán, que ha contado con la asistencia de dos profesores del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM (México): Jaime Cuadrillero Aguilar y Pablo Francisco Amador Marrero. Ha reunido una selección de 107 piezas que forman parte del singular patrimonio indiano que fue remitido al actual territorio español durante los tres siglos de presencia hispánica en el continente americano.

Entre las obras escogidas fijaron su mirada en nuestro Cristo de Zacatecas. Todo comenzó con la visita a Montilla de un sacerdote gaditano que formaba parte de la comisión encargada de componer una primera selección de piezas religiosas para Tornaviaje. Su nombre es David Gutiérrez Domínguez, miembro de la Delegación de Patrimonio Cultural de la Diócesis de Cádiz, a quien le causó una gran impresión nuestro Crucificado novohispano aquel domingo de Cuaresma que visitó Montilla, motivo por el cual propuso a los organizadores de la muestra su inclusión en la nómina de obras preseleccionadas.

Días después, recibimos una llamada de Silvia Villanueva Beltramini, coordinadora del servicio de exposiciones temporales del Museo del Prado, para sondear la posible viabilidad de que el Señor de Zacatecas pudiera trasladarse a Madrid durante unos meses para formar parte de una exposición sobre arte iberoamericano que se estaba gestando. El asunto fue puesto en conocimiento de nuestro consiliario, José Félix García Jurado, y de la autoridad diocesana, ya que nuestro Sagrado Titular está incluido en el inventario de los bienes de la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) que posee la Parroquia de Santiago, motivo por el cual correspondía a la Diócesis decidir sobre la propuesta recibida del Museo del Prado.

Casualmente, por aquellos días de Semana Santa y plena pandemia nos visitaba, para declamar la exaltación de las Siete Palabras, la directora del Museo y Biblioteca Diocesana, María José Muñoz López, facultada asimismo en asesorar técnicamente al Consejo Episcopal cordobés en materia de patrimonio histórico.

Trasladamos a María José Muñoz la propuesta recibida de Madrid y nos indicó los pasos a seguir en estos casos, los cuales llevamos a cabo. Tras varias comunicaciones entre las partes implicadas, el obispado y la cofradía recibieron una misiva oficial del director del Museo del Prado, Miguel Falomir, que contenía la petición formal para el préstamo de la obra para la exposición.

La solicitud recibió el informe favorable y conformidad de la autoridad diocesana, a la par que fue tratada y aprobada –por unanimidad– en el segundo punto de la sesión celebrada el día 27 de abril por la Junta de Gobierno de la cofradía.

En los primeros días del mes de septiembre nos comunicaron la fecha programada para el traslado del Señor Crucificado a Madrid, fijada el día 13 de dicho mes. Para la ocasión, la cofradía celebró una misa de despedida de nuestro Sagrado Titular, que tuvo lugar el día 10, viernes, coincidiendo con el 445º aniversario de la donación de la imagen novohispana a la cofradía de la Vera Cruz por el indiano Andrés de Mesa.

El día señalado, María José Muñoz y varios operarios de la empresa SIT transportes internacionales se personaron en la Parroquia de Santiago para proceder al embalaje, colocación en la caja contenedora y traslado del Crucificado, todo realizado con las mayores condiciones de seguridad. Tres días después tuvo lugar en las instalaciones del edificio Villanueva de Madrid el desembalaje de la voluminosa caja que albergaba la preciada escultura indiana, que viajaba desprendida de la cruz. Para supervisar la apertura y posterior colocación en el espacio expositivo habilitado, se trasladaron hasta la capital de España María José Muñoz y quien firma esta crónica, que actuaron de correo.

Espacio expositivo donde se hallaba nuestro Cristo de Zacatecas, junto al Nazareno Divino Indiano y otras obras de temática religiosa. Foto cedida por el Museo Nacional del Prado.

La exposición fue inaugurada el día 4 de octubre por S. M. el Rey Felipe VI, que estuvo acompañado del presidente del Real Patronato del Museo del Prado, Javier Solana, y del director de la prestigiosa institución cultural, Miguel Falomir. A la misma, asistió una nutrida delegación cordobesa encabezada por el alcalde de Montilla, Rafael Llamas, el hermano mayor de la cofradía, Miguel Navarro, además de María José Muñoz y quien suscribe estas líneas.

El discurso narrativo de la muestra iberoamericana estuvo vertebrado en cuatro grandes secciones temáticas relacionadas entre sí, donde se articularon los aspectos principales de la vida y sociedad virreinal.

Huelga decir que el legado indiano conservado en España es fruto de la intensa y permanente relación migratoria y comercial que hubo durante los siglos XVI al XVIII entre las dos orillas del océano Atlántico, comunicadas a través de la Carrera de Indias. Este fenómeno globalizador motivó que la práctica totalidad de las provincias españolas atesoren en la actualidad obras artísticas, objetos, enseres y recuerdos exóticos procedentes del Nuevo Mundo. De hecho, las piezas exhibidas en Tornaviaje provenían de 25 provincias diferentes, un legado que se halla diseminado por toda nuestra geografía, principalmente en iglesias y conventos, pero también en diferentes instituciones y colecciones privadas.

La cuarta y última sección de la muestra llevaba por título «Impronta indiana» y estaba dedicada a transmitir la gran importancia que tuvo la religión católica en el proceso de evangelización e hispanización del nuevo continente, exhibiendo obras artísticas y objetos religiosos producidos en los virreinatos americanos. En ella se encontraba nuestro Cristo de Zacatecas –el más antiguo paradigma de la imaginería ligera existente en nuestra diócesis– junto a otras significativas esculturas tales como la Virgen de las Angustias, venerada de Icod de los Vinos (Tenerife), o el excepcional nazareno Divino Indiano, de Chiclana de la Frontera (Cádiz), entre otras piezas de extraordinario valor artístico, cultural y simbólico.

La directora del Museo Diocesano de Córdoba, María José Muñoz, ha supervisado los trabajos del traslado y colocación del Cristo de Zacatecas, desde la ida al Museo del Prado hasta su vuelta a la Parroquia de Santiago.

El tercero de los apartados de la citada sección llamaba la atención del espectador bajo el epígrafe «Traza española… ropaje indiano», en clara alusión a la estética y materialidad de las imágenes de Cristo realizadas en los talleres novohispanos. En aquellos primeros obradores los artistas recogieron las demandas iconográficas de las órdenes religiosas y misioneros españoles encargados de catequizar el nuevo continente, aunque emplearon en sus creaciones materiales autóctonos americanos tales como la madera de colorín, la cañeja del maíz y el papel amate, a los que le aplicaron en su composición técnica métodos indígenas y europeos, produciendo así un mestizaje artístico y antropológico sin precedentes.

La exposición ha estado abierta al público hasta el pasado 13 de febrero, periodo durante el cual ha recibido cerca de 68.000 visitas (a pesar de las limitaciones impuestas por la situación de pandemia que atravesamos). Paralelamente, el Museo del Prado ha organizado numerosas actividades complementarias (visita virtual, ciclos de conferencias, etc.), a fin de profundizar y divulgar el rico patrimonio hispanoamericano existente en nuestro país. A través de sus canales en internet y redes sociales, la primera pinacoteca española ha difundido este gran evento del que se han hecho eco numerosas instituciones universitarias, académicas y culturales, así como la mayoría de las agencias y medios de comunicación de Europa y América, que han ofrecido una cobertura informativa a nivel mundial.

Del mismo modo, el Prado ha editado un cuidado catálogo que supera las trescientas páginas, lleno de ilustraciones a color y abundante bibliografía, que incluye textos institucionales además de estudios científicos de reconocidos especialistas en la Historia y Arte Virreinal, entre los que merece citar al restaurador e investigador canario Pablo F. Amador, quien acometió la restauración de nuestro Cristo Zacatecas en el año 2004, junto a la profesora Carmen Bermúdez, en la Facultad de Bellas Artes de la  Universidad de Granada. El catálogo se puede adquirir en la tienda y la web oficial del Museo.

El día 14 de febrero tuvo lugar la retirada del Crucificado del espacio expositivo. La imagen, al igual que cuando ingresó en el Museo, fue examinada por la restauradora de escultura Sonia Tortajada, que junto a María José Muñoz verificaron su estado, el cual se hallaba en idénticas condiciones de cinco meses atrás. Posteriormente fue introducida en la caja contenedora por el personal de SIT, quienes realizaron su traslado hasta Montilla.

La prestigiosa empresa SIT ha sido la encargada de efectuar los traslados del Cristo de Zacatecas

El deseado regreso se materializó el día 16 de febrero, sobre las 13 horas. El «Cristo viajero» volvía a su casa, la Parroquia de Santiago, y era colocado nuevamente en su cruz. Aquella misma jornada por la tarde, la cofradía celebró una misa de acción de gracias por el retorno de su Sagrado Titular, una efigie de singular naturaleza y orígenes que siempre llevará intrínsecos, cuyos significados trascienden a los convencionalismos cofrades actuales; por ello debemos todos ser conscientes de su adecuada veneración y preservación, ya que atesoramos un testimonio inigualable del legado excepcional que nuestros antepasados españoles forjaron en el continente americano.

*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla, Año XIX, nº 20. (Cuaresma de 2022).

lunes, 14 de febrero de 2022

EL CRISTO DE ZACATECAS Y EL TORNAVIAJE DE ANDRÉS DE MESA*

En los últimos meses se ha vuelto a poner de relieve la conexión entre Montilla y América. El Museo Nacional del Prado ha organizado la exposición Tornaviaje. Arte iberoamericano en España, que se podrá visitar hasta el próximo 13 de febrero. En ella está incluida una pieza singular, nuestro Cristo de Zacatecas, que ha sido seleccionado entre algo más de un centenar de obras reunidas en torno a una muestra sin precedentes del arte virreinal producido durante el período de presencia española en el continente americano.

"Tornaviaje. Arte Iberoamericano en España", una exposición internacional organizada por el Museo Nacional del Prado
"Tornaviaje. Arte Iberoamericano en España", una exposición internacional organizada por
el Museo del Prado entre los meses de octubre de 2021 y febrero de 2022

Como bien es sabido, a nuestra ciudad le unen fuertes lazos históricos y afectivos con Hispanoamérica, cuyos máximos referentes son conocidos por todos: San Francisco Solano y el Inca Garcilaso de la Vega. Pero no todo queda aquí, además de estos grandes personajes de la religión y la cultura existen cientos de nombres montillanos que formaron parte de la evangelización, el gobierno, la administración y el comercio de aquellas lejanas tierras. Son los pobladores que recrearon una nueva realidad de la vida cotidiana española en los reinos de Indias, andaluces en su mayoría que un buen día decidieron cambiar el rumbo de sus vidas y embarcar hacia el llamado Nuevo Mundo, tras la promesa de un futuro mejor.

Unos se adaptaron a la vida colonial y fundaron allí nuevas familias y linajes, origen de la estirpe criolla; otros volvieron enriquecidos y ennoblecidos, con su equipaje colmado de pesos de oro y plata junto a recuerdos exóticos, son aquellos que hicieron el tornaviaje o camino de vuelta, y que en España llamaron indianos. Pero en ambos casos, muchos de estos paisanos mantuvieron vivo el hilo de la distancia con Montilla, a través de la correspondencia y de sus actividades comerciales. Todo este fenómeno migratorio produjo notables beneficios para nuestra ciudad, ya que los pobladores de Indias remitieron valiosos legados que oxigenaron la economía local, con la fundación de obras pías para ayudar a las vecinas más necesitadas a contraer matrimonio, la construcción de capillas para recibir sepultura o la donación de obras de arte a cofradías, iglesias y conventos.

La exposición fue inaugurada por S.M. El Rey, Felipe VI, y contó 
con la asistencia del presidente del Real Patronato del Museo
del Prado, Javier Solana.

Un claro ejemplo de estos indianos es Andrés de Mesa (o Fernández de Mesa). Su nombre se ha popularizado en los últimos tiempos gracias a la cobertura que la prensa –de dentro y fuera de nuestras fronteras– ha dado a la exposición organizada por el Museo del Prado. Pero detrás de ese nombre hay una azarosa biografía que nos puede ayudar a conocer mejor el perfil de los indianos en la sociedad andaluza de los siglos XVI y XVII.

¿Quién fue Andrés de Mesa?

El donante del Cristo de Zacatecas nace en Montilla hacia 1538. Fue hijo de Andrés Fernández de Mesa y de María López Salvador, y pasó la infancia dentro de una familia numerosa, junto a sus cuatro hermanos y dos hermanas. Su padre era herrero de profesión y su madre había sumado al matrimonio un olivar, que reportaba cierto desahogo a la economía familiar.

En agosto de 1563 Andrés de Mesa obtiene licencia para pasar a Nueva España[1]. Embarca en el puerto de Sevilla, junto a otros tantos montillanos, en la nao «Maestre», según recoge el pasaje del día 3 de febrero de 1564, en su condición de soltero.

De su estancia en el Virreinato de Nueva España sabemos que casó “legítimamente según orden de la santa madre yglesia en la Ciudad de Méjico con doña Francisca Cortés” de quien recibió una generosa dote de “mil y cien pesos de a ocho reales cada uno”[2], como expresará en su testamento. Allí nacerán sus hijos mayores: Melchor, Andrés y Luis. El benjamín de la casa, Lorenzo, lo hará en Montilla en 1579.

Suponemos que durante su estancia en Nueva España se dedicó al comercio, ya que en su pasaje no lleva oficio en que emplearse, ni se asienta como criado o acompañante de nadie. Hubo de tener bastante éxito en sus actividades mercantiles y sociales, en vista al buen casamiento que hizo con una «Cortés», al parecer descendiente del conquistador, según se desprende de las informaciones de limpieza de sangre que sus herederos expidieron después para alcanzar cargos o prebendas en la Corte de los Austrias.

A su vuelta a España, junto a su familia y enriquecido, a su equipaje incorporó un Cristo Crucificado de grandes dimensiones que donó a la cofradía de la Santa Vera Cruz, de la cual se levantó escritura pública el día 10 de septiembre de 1576, ante el escribano Andrés Capote. En ella recuerda su etapa indiana: “digo que por quanto mi voluntad a sido y que es muchos años de ser hermano y cofrade de la cofradía y hermandad de la Santa Vera Cruz de esta villa de Montilla y con esta mi voluntad yo he residido en las Indias algunos años y de ellas yo truxe una hechura de un Xpto para que esté y se ponga en la casa y iglesia de la dicha cofradía de la Santa Vera Cruz desta dicha villa”[3].

La donación llevó aparejada una serie de condiciones, entre las que cabe destacar la admisión como hermanos a su familia y descendientes, y la preferencia sobre el resto de cofrades para portar el «Santo Cristo» en las procesiones que la corporación pasionista organizara.

Esta donación supuso una gran relevancia social de los «Cortés de Mesa», como se hicieron llamar en adelante, a la par que les reportó una destacada popularidad entre el vecindario, pues la singular imagen del Crucificado era la primera de esta tipología que arribaba a tierras cordobesas procedente del lejano virreinato novohispano, lo que propagaría la devoción de los montillanos y la curiosidad de los foráneos.

A partir del año siguiente, se hace asidua la presencia de Andrés de Mesa en las escribanías públicas, donde aparece invirtiendo el caudal obtenido en su etapa indiana a través de la adquisición de fincas urbanas y rústicas, así como de imposiciones hipotecarias (a censo) de su capital sobre bienes no sólo de familiares y vecinos, sino también de otras poblaciones tan alejadas como Osuna.

Firma del indiano Andrés de Mesa, donante del Cristo de Zacatecas

En 6 de diciembre de 1578 adquiere unas casas principales en la calle del capitán Alonso de Vargas, linderas con la tercia del vino del marqués de Priego y con casas doña Luisa Ponce de León[4], viuda de don Alonso, que las habitaba junto al Inca Garcilaso de la Vega, sobrino y heredero del difunto capitán de los Tercios de Flandes.

El ascenso social le condujo a formar parte de la élite local elegida por los marqueses de Priego para el gobierno de la villa. En 24 de junio de 1579 los munícipes del Concejo de Justicia y Regimiento nombraron “por receptor de la bulla de la Santa Cruzada primera que viniere el año a Andrés de Mesa mexicano”[5]. Años después, en el cabildo de 22 de julio de 1588, recibió un nuevo nombramiento municipal, en esta ocasión como “depositario del caudal y maravedís de dehesas y del pan y maravedís del pósito desta dicha villa”[6].

En la última década del siglo, el IV marqués de Priego, Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, que había casado con Juana Enríquez de Rivera y Cortés (nieta legítima del conquistador), lo nombró “por Regidor de la dicha mi villa de Montilla”[7], según la provisión expedida el 16 de marzo de 1595.

De su probada solvencia financiera dan fe numerosas escrituras, donde aparece como avalista de familiares y vecinos a la hora de arrendar o adquirir bienes. De todas estas, debemos recordar la carta de poder que otorgó a Francisco Fernández de Herrera en septiembre de 1593 para que cobrara en su nombre una deuda de 280 reales a la Hacienda Real, que era el valor de las 20 fanegas[8] de trigo “que en el mes de diciembre del año de noventa e uno Myguel de Cerbantes Saavedra, comysario de su magestad, sacó de my casa para la probision de las armadas de su magestad”[9]; siendo Andrés de Mesa uno de los vecinos que mayor cantidad de cereal aportó a la comisión que condujo al Príncipe de las Letras Españolas hasta Montilla.

La capacidad adquisitiva del «perulero» –como era conocido– y su cercanía a los marqueses de Priego, queda patente una vez más en 1601, cuando el día 14 de marzo los nobles le vendieron “el oficio de fiel executor de la dicha nuestra villa e su término e jurisdicción con el almotacenazgo della e las rromanas de carne y pescado y del peso de la harina y con todos sus derechos y salarios onrras preminencias y libertades al dicho oficio anejos y pertenecientes”[10] por precio de 1.500 ducados, que el indiano Mesa pagó al contado y en metálico a la firma de la escritura, cosa poco usual en la época.

Andrés de Mesa encontrará la muerte el 24 de septiembre de 1602[11]. Otorgó su testamento ocho días antes, donde cabe reseñar la donación “de dos candeleros de plata que yo tengo que pesan siete marcos poco más o menos para que se haga una lámpara de plata para la ermita de la Vera Cruz desta villa y lo que costare de hechura se page de mis bienes”[12], en clara alusión al Cristo novohispano que había donado años antes, y que presidía la capilla mayor del desaparecido templo.

Casa del Inca
Andrés de Mesa adquirió una casa en la calle del Capitán Alonso de Vargas,
y más tarde su hijo Melchor Cortés de Mesa amplió el patrimonio familiar con 
la compra de la casa colindante, que había sido propiedad del Inca Garcilaso.
Del mismo modo, ordenó en sus últimas voluntades que se le reintegrara a su esposa la dote que aportó al matrimonio, con una hipoteca que tenía contraída  “contra el colegio de la Compañía de Jesús de esta villa”[13]. Los jesuitas liquidaron la deuda y doña Francisca Cortés invirtió este capital en la fundación de una memoria de legos, para la que nombró por capellán a su hijo el Lcdo. Luis de Vesga Mexía con cargo de “que me diga o haga decir en cada uno año veinte y cinco misas rezadas en la iglesia de Sr. Santiago desta villa por mi ánima y del dicho Andrés de Mesa mi marido y de nuestros difuntos”[14]. La mestiza Cortés sobrevivió a su esposo apenas unos meses, hallando la muerte el 25 de enero de 1603[15].

El linaje de los «Cortés de Mesa» estuvo continuado en su hijo Melchor, que fue Alguacil Mayor de la villa y acrecentó el patrimonio familiar, entre otras, con la compra de la casa del Inca Garcilaso en 1598.

Sus descendientes mantuvieron la elevada condición social y económica en Montilla hasta mediados del XVIII, emparentado con las familias más ilustres de la ciudad y conservando las prerrogativas heredadas sobre el Crucificado mexicano. Fue tal el vínculo que mantuvieron con la imagen que llegaron a mantener pleitos ante la justicia eclesiástica entre las diversas ramas del linaje para defender sus derechos a la hora de portarlo en las procesiones. Todo un privilegio. El mismo que hoy atesoramos los montillanos con haber aportado tan digno representante del arte virreinal a una exposición internacional organizada por el Museo del Prado, uno de los diez mejor valorados del mundo.

BIBLIOGRAFÍA

AMADOR MARRERO, Pablo. Imaginería ligera novohispana en el arte Español de los siglos XVI-XVII. Historia, análisis y restauración. Tesis doctoral. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 2012.

CASTAÑEDA DELGADO, Paulino (Coord.). La Iglesia en América: Evangelización y Cultura. Pabellón de la Santa Sede. Exposición Universal de Sevilla, 1992.

GARCÍA-ABÁSOLO, Antonio. La vida y la muerte en Indias. Cordobeses en América (Siglos XVI – XVII). Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. Córdoba, 1992.

  Imaginería indígena mexicana. Una catequesis en caña de maíz. (Coordinador y autor). Publicaciones de Obra Social y Cultural Cajasur. Córdoba, 2001. 

        Los beneficios de tener indianos. Inversiones de plata americana en la Campiña de Córdoba. Actas de las VII Jornadas sobre Historia de Montilla. Excmo. Ayuntamiento de Montilla. Montilla, 2007, pp. 19-58. 

     Vida cotidiana y patrimonio. Patrimonio histórico. Difusión e imbricación americana. Rafael López Guzmán (Coord.), Universidad Internacional de Andalucía, Sevilla, 2013, pp. 118-143.

LÓPEZ GUZMÁN, Rafael (Ed.). Tornaviaje. Arte iberoamericano en España. Museo Nacional del Prado, Madrid, 2021.

PORRAS BARRENECHEA, Raúl. El Inca Garcilaso en Montilla (1561-1614). Nuevos documentos hallados y publicados por… Instituto de Historia de la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos, Lima, 1955.

NOTAS

[1] Archivo General de Indias (AGI). INDIFERENTE,1966, L. 14, F. 442v. 

[2] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APNM). Escribanía 1ª. Leg. 26, fols. 831r-833v. 

[3] APNM. Escribanías s.XVI. Leg. 101, fols. 84 v-87v.

[4] APNM. Escribanías s.XVI. Leg. 30, fols. 982r-985v.

[5] Archivo Municipal de Montilla (AMM). Libro nº 8 de Actas capitulares, fol. 37v.

[6] AMM. Loc. cit., fols. 354v-355r.

[7] AMM. Libro nº 9 de  Actas capitulares, fol. 169.

[8] Equivalen a 1.000 kilogramos.

[9] APNM. Escribanía 1ª. Leg. 17, f. 852.

[10] APNM. Escribanía 7ª. Leg. 1165, fols. 1832r-1840v.

[11] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Abecedario de difuntos, [s. f.].

[12] Ver nota nº 2.

[13] Ibídem.

[14] APSM. Lib. 3º de memorias y capellanías, fols. 67v-68r. 

[15] APSM. Abecedario de difuntos, [s. f.].

*Artículo publicado en la Revista de Información Municipal de Montilla, nº 196. Diciembre de 2021.

lunes, 3 de mayo de 2021

LA CRUZ «MONUMENTAL» DE LA ERMITA DE LA VERA CRUZ*

En la actualidad, los monolitos cristianos ubicados en lugares públicos han recobrado un insólito protagonismo. Muchos de ellos están siendo retirados, según su origen y dependiendo de la interpretación y uso que las autoridades competentes hagan de la legislación vigente.

Estos hechos nos traen a la memoria la existencia de una «monumental» cruz de piedra que estuvo ubicada en las inmediaciones de la desaparecida ermita de la Vera Cruz, cuya historia queremos plasmar en las siguientes líneas, ya que fue erigida por iniciativa de esta cofradía.

En el Concilio de Trento (1545-1563) la Iglesia Católica refrendó el culto a las imágenes de Cristo y de la Virgen, a los santos y a las reliquias. Aquellos nuevos postulados provocarán la congregación de fieles y devotos en torno a una imagen sagrada para su veneración pública, que será regulada por la autoridad diocesana. Surgen así numerosas hermandades y cofradías pasionistas que serán el germen de la llamada «piedad popular».

Años después, el pensamiento barroco trajo consigo una nueva concepción de la vida temporal y una continua reflexión sobre la muerte. En el ámbito espiritual, estas convicciones sociales fomentaron el culto a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, modelo a quien imitar para ganar la vida post mortem.

El viejo llano de la Vera Cruz se convirtió a partir de 1930 en el patio del externado del colegio Salesiano

En Montilla, este cambio generalizado de mentalidad se verá reflejado con la fundación de nuevas cofradías pasionistas a finales del siglo xvi, como son la Soledad y Angustias de Nuestra Señora (1588) y la de Jesús Nazareno (1590).

En esta fervorosa etapa se verá refrendada la vitalidad que muestran sendas cofradías radicadas en el cenobio de San Agustín, quienes adquieren sus imágenes titulares, insignias y enseres para el guión procesional, ordenan sus reglas, levantan capilla propia en el templo conventual y formalizan su agregación a la basílica romana de San Juan de Letrán, obteniendo así los gracias pontificias e indulgencias que llevaba aparejadas.

Asimismo, al amparo de los frailes del convento-hospital de San Juan de Dios nace en 1625 la cofradía de Ntra. Sra. de la Concepción Dolorosa y Cristo en la Oración del huerto, última de las cofradías históricas de nuestra Semana Santa.

Por su parte, desde los años finales del siglo xvi y hasta la primera mitad de la centuria siguiente, la corporación de la Santa Vera Cruz también experimenta un considerable crecimiento devocional que se verá plasmado en la ampliación del repertorio de imágenes representativas de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, con la incorporación de las efigies de Cristo Ecce Homo (1597), Amarrado a la Columna (1601), Resucitado (anterior a 1617), en su Prendimiento y en la celebración de la Última Cena.

A consecuencia de este aumento iconográfico, la cofradía se planteará la ampliación de la ermita, que acusaba cierta estrechez a la hora de celebrar los cultos y cabildos, ya que por estas fechas cuenta en sus filas con medio millar de hermanos. Las obras se llevarán a cabo entre los años 1614 y 1616, según testimonian diversas fuentes documentales.

Una vez concluida la ampliación de la ermita, los oficiales de la Vera Cruz prosiguen con su ornamentación. Desde 1602 estaba pendiente el cumplimiento de una manda testamentaria otorgada por Andrés de Mesa, donante del Cristo de Zacatecas, de componer y donar una lámpara de plata al Crucificado que trajo consigo de México en 1576. Los oficiales de la Vera Cruz retoman el asunto y en 1619 firman una serie de acuerdos con los herederos del indiano para materializar las últimas voluntades.

En el transcurso de este periodo de intensa actividad en torno a la Vera Cruz, la cofradía acuerda erigir un crucero pétreo en las inmediaciones de la ermita. El 6 de agosto de 1629, festividad de la Transfiguración del Señor, confirman ante escribano público un acuerdo alcanzado con Juan Fernández de Ávila, «maestro albañil, vecino que soy de la villa de Montilla», quien se obligaba «en favor de la Cofradía de la Vera Cruz en esta villa y de Francisco Gómez acemilero, su hermano mayor, y Alonso Cameros de la Cueva mayordomo y alcalde de ella, de hacer e dar hecha y acabada con perfección una cruz de piedra blanca y de la cantera de la dehesa de Cabra, de dos varas e cuarta, desde la urnia arriba se ha de medir, y los brazos con proporción conque la altura pide, los remates de piedra colorada de jaspe de una ochava de grueso que ha de entrar en la urnia con su proporción de su tamaño sin disminuir nada en ello»[1].

Como se puede apreciar, sólo la cruz alcanzaba unas dimensiones considerables, con una altura de 1,90 metros, y estaba compuesta de piedra caliza y jaspe de la vecina sierra de Cabra.

Igualmente, en la escritura se describen las formas y elementos decorativos que debía incorporar la pieza: «a de ser el árbol estriado afuera con agallones machos, el brazo estriado a dentro vacío de vuelta a el hilo, a el tercio las flores resaltadas afuera con cuatro o seis hojas piedra y manos de la cruz, que es la basa urnia y árbol y brazos e bolas son por quenta del dicho otorgante e traerlo al pie de la obra»[2].

Desde su fundación, la cofradía de la Vera Cruz celebró con toda solemnidad la Fiesta de la Invención de la Santa Cruz el día 3 de mayo, como atestigua este libro parroquial

Por su parte, la cofradía debía asumir el costo de los «sillares para el pedestal», junto con el plomo y la cal que se empleara. A su vez, el maestro albañil contraía el compromiso de labrar y sentar los sillares, aportar el hierro necesario para el anclaje y tener acabada la obra para «darla puesta el día de pascua de Navidad fin de este año de seiscientos y veinte y nueve».

El monto y los plazos de pago también se contemplan en el contrato público. A la firma del mismo, la cofradía entregó a Fernández de Ávila «cien reales, de que me doy por pagado». Después vendría un segundo pago de otros cien reales a finales del mes de agosto, y «el resto el día que estuviere puesta la cruz». Para el tercer y último pago no quedó fijada una cuantía, aunque sí acordaron que la estipulasen dos personas, una por cada parte.

Asimismo, la cofradía se reservó el derecho de inconformidad con el importe ajustado a la entrega, y en su caso quedara «en su elección el tomarla o no». Por el contrario, si el maestro albañil incumplía las cláusulas y plazos establecidos, los cofrades «puedan acudir a otra persona que la haga y en la forma que está dicho y declarado y cobrar lo recibido hasta el presente día».

Los representantes de la corporación, Francisco Gómez y Alonso Cameros de la Cueva, avalaron el cumplimiento del contrato con sus bienes personales, para evitar un posible embargo de los propios de la cofradía, como así lo declaran: «otorgamos que aceptamos esta carta y por ella nos obligamos a la paga del precio que se le diere a la hechura de la cruz siendo como queda referido, la que hacemos al dicho Juan Fernández los cien reales ya entregados, cien en fin de agosto, el resto el día que estuviere sentada, y el precio se ha de dar por dichas dos personas y con las calidades […] ya referidas por Juan Fernández, que han sido de nuestra permisión para todo ello ambas partes obligamos nuestras personas y bienes habidos y por haber…»[3].

No obstante, antes de finalizar el acta notarial, los cofrades incluyen en el contrato dos nuevos requisitos que habrían de tenerse en cuenta: «y es condición que el pedestal que ha de llevar dos perfiles y sus almohadas, como de por el dicho hermano mayor y oficiales se pidiere. […] Es condición que la dicha cruz ni ha de tener pegadura ni pedazos, sino limpia de todo punto».

Rubricaron el documento Alonso Cameros de la Cueva, por parte de la cofradía, y uno de los testigos, Matías Gómez acemilero, además del escribano Juan Rodríguez de Herrera, quien dio fe pública de lo suscrito.

La lectura detenida de la escritura ofrece numerosos detalles, aunque también obvia otros tantos, probablemente por la evidencia del momento. En su contenido no se trasluce si el monolito de piedra en su conjunto se contrata por completo de obra nueva o viene a sustituir a otro anterior construido de un material de menor consistencia (ladrillo, madera), lo cual no es descartable dado que la cofradía contribuye con algunos de los materiales necesarios para su construcción.

Detalle del plano de Montilla levantado por Juan Enríquez en 1850, donde se aprecia el cementerio de la Vera Cruz y en su interior el monolito de la Cruz

Tampoco se recoge en la escritura el lugar de colocación del monumento. Es de suponer que fue ubicado en el llano de la Vera Cruz, en las proximidades de la ermita o en el patio cercado de la misma, junto a la casa del santero. Según detalla la descripción, la obra artística que había de tener la cruz es más propia de un monumento para el culto público que el típico crucero que se colocaba a las puertas de entrada de la población. Es más que probable que la cruz construida a instancias de la cofradía tuviera como fin la veneración pública a la «Cruz Gloriosa», dado que los orígenes de las corporaciones de la Vera Cruz se hallan en la celebración de las festividades de la Invención (3 de mayo), el Triunfo (16 de julio) y la Exaltación (14 de septiembre). Precisamente, la fiesta de Regla de la cofradía montillana estaba establecida en la festividad de la Cruz de Mayo, como lo recoge el libro parroquial de Santiago (1645) que regulaba las fiestas anuales en Montilla: «Fiesta y Procesión de la Invención de la Santa Cruz. La Cofradía de la Santa Vera Cruz tiene obligación todos los años de celebrar en su casa de la Sta. Vera Cruz la fiesta de la Invención de la Sta. Vera Cruz a tres de Mayo, con vísperas, procesión, sermón y misa. Y más cumple en esta festividad una memoria por Salvador Carreta y aniversario llano por los cofrades difuntos»[4]. 

A comienzos del siglo xix, cuando el llano y la ermita de la Vera Cruz son destinados cementerio parroquial, en la documentación que manejamos sobre este proceso, que se prolongó entre los años 1805 y 1819, no localizamos reseña alguna a la cruz de piedra. No obstante, tenemos constancia de la existencia de una gran cruz de piedra en el centro de la planicie que ocupaba el camposanto. Así lo testimonia un plano del callejero de la ciudad levantado en 1850 por Juan Enríquez, como también las referencias que hacen a ella los historiadores José Morte Molina y Dámaso Delgado López.

Ambos describen el cementerio detalladamente. Morte Molina especifica en sus Apuntes históricos que «ostenta en el centro una cruz grande de piedra»[5]. Por su parte, Dámaso Delgado, en su manuscrita Historia de Montilla describe la existencia «en toda la superficie de su extensión, sepulturas y mausoleos, que preside desde su centro [una] monumental Cruz de piedra»[6].

Suponemos que se trata del mismo monolito que fue contratado por la cofradía en 1629, dado que durante las obras de adaptación del llano y ermita para cementerio no se reseña el desmonte de la cruz, por lo cabe pensar que se mantuvo erigida en su lugar original para continuar con su funcionalidad religiosa.

Placa colocada en el cementerio municipal de San Francisco 
Solano cuando fue secularizado

Por testimonios orales que han llegado hasta nosotros, sabemos que esta monumental cruz pétrea fue trasladada e instalada en el actual cementerio municipal de San Francisco Solano, una vez fue clausurado el viejo de la Vera Cruz, a comienzos del siglo xx. El monolito se mantuvo pie hasta 1931, año en que el cementerio actual fue –solemnemente– secularizado el día 27 de diciembre, según consta en la placa marmórea que se conserva del acto en el Museo Histórico Local de nuestra ciudad. Con tal pretexto, y dentro del clima laicista y anticatólico del momento histórico, la cruz fue destruida, provocando así su definitiva desaparición.

*Artículo publicado en la revista "Vera+Crux Montilla", en la cuaresma de 2021. Año XVIII, nº 19.

 NOTAS

[1] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Escribanía 3ª. Leg. 425, fols. 552-553v.

[2] Ibídem.

[3] Ibíd.

[4] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla. Tabla, y razón de los derechos y obvenciones que pertenecen a los Sres. Vicario, Rector y Curas de esta Iglesia Parroquial de Sr. Santiago de esta Ciudad de Montilla, fol. 68v.

[5] MORTE MOLINA, José. Montilla. Apuntes históricos de esta ciudad, págs. 72-73. Montilla, 1888.

[6] DELGADO LÓPEZ, Dámaso. Historia de Montilla y breve resumen de la general de España. T. I. Cap. VIII, [s.n.]. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque. Ms. 303-01.