La Semana Santa es una de las manifestaciones populares vivas que tienen su origen en el bajo medievo, su desarrollo y plenitud en la Edad Moderna y un importante declive con la llegada del Nuevo Régimen, donde sus ceremonias, costumbres y tradiciones se vieron rechazadas –cuando no prohibidas– por ciertos sectores de la sociedad y la clase política a lo largo de los siglos XIX y XX.
No obstante, a pesar de
tal oposición y censura, la religiosidad popular continuará latente en el corazón
de amplias capas de la sociedad contemporánea, como se evidencia en la
actualidad.
Montilla es una ciudad
de la provincia de Córdoba que hoy en día cuenta con doce cofradías que realizan
estación de penitencia en la Semana Mayor. Al igual que la mayoría de las
poblaciones de la geografía andaluza hunde sus raíces cofrades en el siglo XVI,
donde a mediados de la centuria ya aparece plenamente establecida la primitiva cofradía
de la Santa Vera Cruz, que efectuaba una procesión
de sangre durante la noche del Jueves Santo portando un Cristo Crucificado
y una Dolorosa.
Las ideas humanistas europeas
y las disposiciones contrarreformistas aprobadas en el Concilio de Trento (1563)
incentivarán el culto y veneración de imágenes y reliquias, a fin de acercar a
los fieles la humanidad de Dios a través de la vera efigies de Jesucristo y la Virgen. Estos nuevos fundamentos pronto
calarán en la piedad popular montillana gracias a las órdenes regulares ya establecidas
en la entonces villa, esencialmente los franciscanos (1512) y los agustinos
(1520).
Fruto del fervor
despertado por estas corrientes teológicas, en el último tercio del siglo XVI
se erigen dos nuevas cofradías penitenciales, la Soledad y Angustia de Nuestra
Señora (1588) y la de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén (1590). Ambas se
asientan en el convento de San Agustín, donde los frailes recoletos les cederán
terrenos para la construcción de capillas propias y acogerán sus cultos anuales
y ritos penitenciales del Viernes Santo.
En pleno barroco,
durante el siglo XVII se fundarán dos nuevas cofradías pasionistas. En 1625 –período
de plena ebullición inmaculista en Andalucía– nace la cofradía de Nuestra
Señora de la Limpia Concepción y Cristo en la Oración del Huerto, auspiciada
por los hermanos de San Juan de Dios, que construirá asimismo capilla propia en
la iglesia de la orden hospitalaria dedicada a Ntra. Sra. de los Remedios. La
cofradía recogerá al detalle en sus constituciones el guión procesional que
debían observar en su estación la tarde del Miércoles Santo.
En 1668 aparece una
nueva cofradía, fruto de la escisión de la Soledad y Angustia de Nuestra
Señora. A partir de entonces, la antigua cofradía llevará por nombre «Ntra.
Sra. de las Angustias y Cristo amarrado a la Columna» y la recién creada –que
renovará sus imágenes titulares– se denominará en adelante «Ntra. Sra. de la
Soledad y Santo Entierro de Cristo», asumiendo ésta la organización del acto
del Descendimiento de la Cruz antes de su salida procesional la noche del
Viernes Santo.
Así las cosas, de este
modo quedará configurada la Semana Santa de Montilla durante la Edad Moderna,
con algunas incorporaciones de pasos
de la pasión de Cristo en los cortejos procesionales que, con el devenir de los
años se irán nutriendo de elementos y componentes barrocos.
El Cristo de Zacatecas, titular de la Vera Cruz y de la Escuela de Cristo
Tras este breve paseo
histórico por la génesis y evolución de la Semana Santa local, nos vamos a
centrar en la imagen del Cristo de Zacatecas y su significación en la
propagación devocional de la pasión, muerte y resurrección de Cristo entre la
población montillana, en general, y en la cofradía de la Vera Cruz, en
particular.
Y decimos esto porque la
primitiva corporación penitencial experimentó un auge sin precedentes desde que
recibió en donación al Cristo novohispano, que vino a sustituir a un anterior
Crucificado de menores dimensiones. A partir de entonces, la cofradía crecerá
en número de hermanos y devotos, y comenzará a incrementar su guión procesional
con la incorporación de nuevos pasos,
tales como el Señor en la Santa Cena, en su Prendimiento, Ecce Homo y Amarrado
a la Columna, además del apóstol San Juan y la Virgen dolorosa del Socorro, que
completaron en pocos años la iconografía de la pasión y muerte de Cristo en el
cortejo del Jueves Santo. A la par, la cofradía adquirió una imagen de Cristo
Resucitado y organizó la procesión del Domingo de Pascua.
Debido a este constante
aumento, la cofradía se verá obligada a reedificar su casa y ermita homónima en
1614, cuya ampliación consistió en ensanchar el antiguo templo de una a tres
naves, y obtener así el suficiente espacio donde ubicar altares para las
imágenes adquiridas en aquellas décadas, así como para albergar al más de medio
millar hermanos que en esos años alcanzaba su nómina.
Como apuntábamos
arriba, la llegada del Cristo de Zacatecas a Montilla marcó un antes y un
después en la piedad popular de la población, pues la singular imagen realizada
en caña de maíz era la primera de esta tipología que arribaba a tierras
cordobesas procedente del lejano virreinato de Nueva España.
Fue donada por el regresado
indiano Andrés de Mesa, que formalizará la entrega ante escribano público el
día 10 de septiembre de 1576, vísperas de la festividad de la Exaltación de la
Cruz.
Mesa había partido para
las Indias en 1564, donde parece que se dedicó al comercio. Hubo de tener
bastante éxito en sus actividades mercantiles y sociales, en vista al buen
casamiento que hizo en la Ciudad de México con doña Francisca Cortés, quien se
declaraba nieta del conquistador Hernán Cortés.
De vuelta a su tierra
natal, junto a su familia y enriquecido, como recuerdo de su etapa indiana
decide traer consigo una gran imagen de Cristo Crucificado que legará a la
cofradía de su devoción, como recoge en el preámbulo de la escritura notarial: “digo
que por quanto mi voluntad a sido y que es muchos años de ser hermano y cofrade
de la cofradía y hermandad de la Santa Vera Cruz de esta villa de Montilla y
con esta mi voluntad yo he residido en las Indias algunos años y de ellas yo
truxe una hechura de un Xpto para que esté y se ponga en la casa y iglesia de
la dicha cofradía de la Santa Vera Cruz desta dicha villa”.
Asimismo, la donación
llevó aparejada una serie de condiciones, entre las que cabe destacar la
admisión como hermanos a su familia y descendientes, y la preferencia sobre el
resto de cofrades para portar el «Santo Cristo» en las procesiones que la corporación
pasionista organizara en adelante, privilegios que mantuvo su descendencia hasta
mediados del siglo XVIII.
Esta donación supuso
una gran relevancia social para el linaje «Cortés de Mesa», como se hicieron
llamar en adelante, a la par que les reportó una destacada popularidad entre el
vecindario, que observaba pasivamente cómo en la villa se hacía familiar el
término “reinos de Indias” pues por esos lustros se había establecido en ella
el mestizo Inca Garcilaso de la Vega, bajo la protección de su tío el capitán
Alonso de Vargas; e igualmente embarcaba para el virreinato del Perú el
franciscano Francisco Solano, misionero montillano que alcanzará la santidad y
el sobrenombre de «Apóstol de América».
Durante los siglos XVII
y XVIII el Cristo de Zacatecas será una de las imágenes más veneradas en
Montilla. Muestra de ello son las diversas ocasiones que fue solicitada la
salida extraordinaria de la imagen por las autoridades locales, con motivo de
la organización de rogativas ante la falta de lluvias y otras necesidades.
Este fervor religioso
también fue transmitido de manera personal e íntima, como se refleja en los
numerosos donativos y legados píos remitidos al Crucificado Indiano a través de
mandas testamentarias, o con la fundación de capellanías y memorias laicales,
que redundaron en la celebración frecuente de misas ante su altar por el
sufragio de aquellos difuntos que le habían venerado en vida.
Asimismo, por mediación
de los observantes franciscanos del convento montillano, en la ermita de la
Vera Cruz fue fundada la Venerable y Santa Escuela de Cristo en 1671, cuyos
hermanos fundadores escogieron por titular al Cristo de Zacatecas, al que llamaban
en sus oficios religiosos “Divino Maestro de la santa Escuela”. Esta congregación estaba compuesta por setenta
y dos varones, número que recuerda los primeros seguidores de Cristo, de los
cuales veinticuatro eran religiosos y los restantes cuarenta y ocho seglares.
Se
reunían todos los jueves del año por la tarde “dos horas antes de ponerse el sol”. Efectuaban sus
ejercicios religiosos a puerta cerrada, en la capilla mayor de la ermita, ante la
imagen del Crucificado. Una vez en el interior del templo, cada hermano tenía que desproveerse de sus
armas, capa y sombrero “en señal de deposición de la autoridad, adornos,
cuidados y afanes temporales”. Ya ubicados, tenían varios minutos de oración mental ante
el Santísimo Sacramento, continuada de una exhortación y meditación. Concluían su ejercicio
semanal con la confesión
y la
práctica de la disciplina, mientras reflexionaban sobre la Pasión del Señor.
Por
el Libro de Acuerdos de la Santa Escuela de Cristo sabemos que el cardenal Fray Pedro de Salazar y Toledo, obispo de Córdoba, visitó
la ermita el 27 de mayo de
1688, quien “honró
Ya entrados en el siglo XVIII encontramos una
muestra más del fervor de los montillanos al Crucificado novohispano. En esta
ocasión se trata de la ampliación de la capilla mayor de la ermita de la Vera
Cruz, la cual incrementó su perímetro y amplió su altura. Los trabajos
comenzaron en 1714 y se prolongaron durante seis años, hasta la colocación de
un nuevo retablo barroco al Cristo titular de la cofradía, que será patrocinado
por un descendiente de los donantes. Nos referimos a José Gaspar de
Angulo-Valenzuela y Cortés de Mesa (1681-1753), que al igual que sus
ascendientes decidió embarcar rumbo al continente americano donde siguió la
carrera de las armas en el virreinato de Nueva España, del que volverá
enriquecido y graduado Capitán de Caballería, como se puede leer en el medallón
que aún se conserva como único vestigio del desaparecido retablo.
A partir de la segunda mitad de la centuria dieciochesca detectamos un
cambio de ciclo. El linaje de los «Cortés de Mesa» cede la primacía que hasta entonces había
ejercido sobre el Crucificado y la cofradía. A partir de entonces, otros linajes
de la élite local se hacen asiduos entre los oficiales de la corporación, de
los que cabe destacar la labor del mayordomo Diego de Alvear y Escalera.
Asimismo, por aquellos años la advocación originaria de «Vera
Cruz» queda reducida al nombre de la ermita y el llano que la circundaba, por
su parte la cofradía comenzará a titularse con la toponimia del «Santo Cristo
de Zacatecas», probablemente, un reflejo más del arraigo devocional del que
gozaba el Crucificado en la ciudad.
Del siglo XIX a la actualidad
Como hemos avanzado al
comienzo, la centuria decimonónica fue funesta para la religiosidad popular.
Para la cofradía del Santo Cristo de Zacatecas fue especialmente complicada,
porque a los vaivenes sociales y políticos de la época se sumó la clausura de su
ermita en 1809 y su traslado a la iglesia parroquial de Santiago, donde hubo de
levantar una capilla propia. Así las cosas, la cofradía fue despojada de todos
sus bienes raíces y dotales con la aplicación de las leyes desamortizadoras,
quedando en una difícil situación económica, aunque logrará sobrevivir
manteniendo los cultos con cierta regularidad gracias a la ayuda del clero
parroquial.
Con la llegada del
siglo XX, la cofradía será fusionada con la mermada corporación de las Ánimas,
quedando oficialmente denominada como «Cofradía de las Benditas Ánimas de Ntro.
Padre Jesús de Zacatecas». Se reorganizaron los cultos atendiendo al
organigrama parroquial, quedando concentrados en la celebración de un solemne Quinario
en la Cuaresma, y durante la Semana Santa se establecerá el sermón de las Siete
Palabras, además del ejercicio del Vía Crucis la tarde del Viernes Santo por las
calles de la feligresía.
Tras la Guerra Civil la
mermada cofradía fue asociada a la Hermandad local de Excombatientes en 1943,
quienes volvieron a modificar los cultos cuaresmales, fijando la estación de
penitencia el Martes Santo. La devoción al Cristo de Zacatecas volvería a
florecer durante los años de posguerra, donde la cofradía llegó a superar los
400 hermanos. Por su parte, los directivos no escatimaron a la hora de dar el
mayor culto a los titulares de la hermandad, y para ello fueron invitados
prestigiosos predicadores y misioneros a los cultos anuales, adquirieron un
nuevo trono para el Crucificado y su Dolorosa Madre que sería estrenado en
1945, incluso llegaron a encargar la composición de un toque de campanas
específico (semidoble) para la salida procesional, dando así un aire renovado a
la cofradía. Aunque el carácter corporativista de los excombatientes impedirá a
largo plazo su renovación generacional, por lo que el Cristo de Zacatecas y
Ntra. Sra. del Socorro dejarán de procesionar en 1954, aunque los cultos se
mantendrán durante algunos años más.
Tras varios intentos
fallidos de restablecer la hermandad en el último tercio del siglo XX habrá que
esperar hasta el año 2001 en que un grupo de jóvenes parroquianos abanderen la
iniciativa de retomar los cultos cuaresmales al Crucificado novohispano.
Gracias a la buena acogida de tal proyecto, la cofradía será reconstituida dos
años después y obtendrá la confirmación de la erección canónica, su
reconocimiento como asociación pública de la Iglesia con personalidad jurídica
pública y la aprobación de sus nuevos Estatutos en marzo de 2005, mediante un
decreto rubricado por Juan José Asenjo Pelegrina, obispo de Córdoba. Como se
trataba de una reorganización, se recuperó para el título de la cofradía la
primitiva advocación de la Vera Cruz.
Unos meses antes de la
validación diocesana el Cristo de Zacatecas había sido sometido a una profunda
restauración en la facultad de Bellas Artes de la universidad de Granada, que
estuvo a cargo de los especialistas Carmen Bermúdez Sánchez y Pablo Francisco
Amador Marrero. Por lo tanto, el Crucificado volvería a salir a las calles de
Montilla el día 11 de abril de 2006, Martes Santo.
Un legado excepcional
A los ojos de los
especialistas en la Historia del Arte Virreinal, el Cristo de Zacatecas es una
efigie de singular naturaleza y orígenes que reúne una serie de cualidades de
sumo interés para la comunidad académica. De tamaño superior al natural, se
trata del más antiguo paradigma de la imaginería ligera novohispana existente
en la diócesis de Córdoba, cuyas técnicas constructivas y estéticas empleadas
en su hechura fueron realizadas por anónimos artífices que produjeron un
verdadero “mestizaje artístico”, donde se emplearon métodos tanto indígenas
como europeos. Igualmente, nos encontramos ante una de las imágenes de caña de
maíz mejor documentadas de las que llegaron a España, lo que está permitiendo a
los investigadores la datación de otras esculturas de similares características
que se conservan a ambos lados del Atlántico.
El cómputo de peculiaridades
histórico-artísticas y religiosas que reúne el Crucificado llegado Indias en
1576 han sido determinantes para que fuese seleccionado por el Museo Nacional
del Prado para representar esta singular variante del arte novohispano en la
exposición Tornaviaje. Arte
iberoamericano en España, que tuvo lugar entre los meses de octubre de 2021
y febrero de 2022. Una muestra que ha significado un punto de inflexión para
que la Historia del Arte actualice sus discursos respecto de la producción
artística colonial, y para que la sociedad española conozca y valore el
patrimonio hispanoamericano que atesoramos. Máxime en el caso de los «Cristos»
de caña maíz, que muchos de ellos continúan ejerciendo su primitiva misión catequizadora
después de cuatro siglos.
Tal es el caso del
Santo Cristo de Zacatecas, que desde su arribo hasta nuestros días es parte
indeleble de la historia de Montilla y un testigo esencial de las conexiones
que esta ciudad guarda con Hispanoamérica, además de un ejemplo vivo de la
piedad popular practicada por sus vecinos desde el siglo XVI. Un patrimonio cuyos
significados trascienden a los convencionalismos cofrades actuales y un
testimonio inigualable del legado excepcional que nuestros antepasados –hijos
de un imperio donde no se ocultaba el sol– forjaron en la inmensidad del
continente americano.
*Artículo publicado en la revista OLEZA. Semana Santa 2023. págs. 68-75. Editada por la Asociación Cultural Revista Oleza y el Excmo. Ayuntamiento de Orihuela (Alicante).