viernes, 3 de agosto de 2012
MONTILLA RINDE HOMENAJE AL INGENIERO MILITAR JOSÉ Mª SÁNCHEZ-MOLERO
jueves, 12 de julio de 2012
JOSÉ NÚÑEZ DE PRADO Y FERNÁNDEZ (1824 – 1894)
Entre los anaqueles de la memoria vagan olvidados
muchos de los nombres que aportaron su talento y su servicio para mejorar la vida
española del momento que les correspondió vivir. El tiempo, ayudado de la ignorancia
y la desidia, ha marginado injustamente a tantos de aquellos que tras su muerte
cayeron en la sima del olvido, a pesar de haber contribuido a construir una
sociedad mejor.
Por suerte, siempre queda alguna huella del pasado que
unida al interés de una sociedad ilustrada y a una profunda labor de
investigación, ofrecen gratos resultados que nos permiten redescubrir la
biografía de cualquier nombre relegado.
Tal es el caso del montillano José Núñez de Prado, que forma parte del elenco de hijos ilustres que ha dado la ciudad de Montilla a la esfera nacional, en uno de los períodos más agitados de nuestra historia, la segunda mitad del siglo XIX.
Jurista, Militar y Político, Núñez de Prado es un claro exponente de aquella generación de intelectuales que conciliaron su carrera profesional con su vocación cultural, en la que destacarán no sólo por su labor pública sino también por su devoción a las nobles letras, cultivando con rigor y esmero la poesía, el teatro, el ensayo, la historia o la bibliofilia.
A la izquierda de esta fotografía se aprecia parte de la fachada de la casa solariega de los Núñez de Prado, ubicada en la calle San Luis, nº 9. (Foto Ruquel) |
Hijo de Francisco Javier Núñez de Prado y Mª Remedios
Fernández, nace el 20 de octubre de 1824. Tras pasar su infancia y juventud en
la tierra que le ve nacer y crecer, con dieciocho años se traslada a Sevilla donde
inicia sus estudios de Jurisprudencia en la Universidad Literaria,
que culmina en Madrid donde se licencia en 1854.
Ese año ingresa en el recién creado Cuerpo Jurídico
Militar, siendo nombrado Fiscal de Guerra. Participa en la Campaña de África
(1859-60) en calidad de Auditor de Guerra y Marina, alcanzando el generalato. Junto
a Leopoldo O´donnel supervisa las operaciones militares acontecidas en Sierra
Bullones, Angliera, Benzú, Tánger y la definitiva batalla de Wad Ras, que pone
fin al conflicto y da la victoria final a nuestro ejército.
Núñez de Prado fija su residencia en Madrid, donde conoce in situ la fragmentación de la clase política y la debilidad de los poderes ejecutivo y legislativo, que intentan consolidar un sistema de Estado Liberal, bajo el reinado de Isabel II.
Su lealtad a la Corona y al orden constitucional vigente, le sitúa
en la vanguardia de varias intentonas golpistas republicanas y federalistas sucedidas
en Madrid (1856) y Valencia (1867 y 1869), en la defensa de Barcelona (1871) dentro
de las operaciones militares desarrolladas durante la 3ª guerra Carlista y, asimismo,
en la sublevación cantonal de Sevilla (1873), a la que hace frente restableciendo
la normalidad cívica.
A partir de 1875, tras la Restauración de la
monarquía en la persona de Alfonso XII, Núñez de Prado inicia su carrera
política promovido por Cánovas del Castillo, integrándose en el Partido
Liberal-Conservador. Ocupará los cargos públicos de Gobernador Civil de Sevilla, Málaga y Cádiz.
También, resultará elegido Diputado a Cortes por el distrito de Grazalema y,
más tarde, Senador por la provincia de Pontevedra.
En 1882 se retira de la vida política y vuelve a la Jurisprudencia Militar
como Consejero Togado del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, donde formará
parte de la Comisión
para las reformas de las leyes marciales, de la que surgirá el Código de
Justicia Militar de 1887.
Su trayectoria profesional alcanzará su apogeo en 1890
siendo nombrado Consejero de Estado, alto cargo que ejerce en la Sección de Gobernación y
Fomento, y en la de Gracia y Justicia respectivamente, y que conciliará con el
de Ministro del Tribunal de lo Contencioso-Administrativo.
José Núñez de Prado y Fernández, luce las condecoraciones conseguidas en su carrera sobre el uniforme de gala y atributos de General del Cuerpo Jurídico Militar. (Museo Bellas Artes Córdoba) |
De su vocación intelectual hemos de destacar sus
facetas de autor y traductor de poesía y prosa, de crítico literario, de
bibliófilo e, inclusive, de historiador.
Publica sus primeros versos en la Revista Literaria del Avisador Cordobés, y su nombre lo encontramos entre los
fundadores de la Sociedad
Literaria Sevillana (1844).
Ya en Madrid, Núñez de Prado forma parte de la tertulia literaria El Parnasillo, que reúne a los escritores y artistas residentes en la capital del Reino en el Café del Príncipe, junto al Teatro Español. Colabora en la prestigiosa Revista de España, así como en la revista cordobesa El Álbum, y en la célebre Revista Contemporánea. También edita un poemario épico titulado La Conquista de Tetuán que, dedica a la memoria de O´donnell.
Como traductor, vierte al idioma español obras escritas en francés, de Alejandro Dumas y Víctor Hugo, así como en italiano e inglés, tales como Macbeth de Shakespeare; y Parisina, La novia de Abido y El infiel de Lord Byron, que recoge en un volumen titulado “Tres poemas de lord Byron puestos en verso castellano”, que será prologado por Cánovas del Castillo.
Como ensayo histórico Núñez de Prado nos dejó impreso un Estudio sobre el Derecho Militar en España, que fue publicado en los preliminares del Código Penal Militar a partir de 1884 en múltiples ediciones.
Miembro de la Sociedad de Bibliófilos Españoles, colaboró con
el Marqués de la Fuensanta
del Valle en 1875, prologando la edición del Romancero Historiado de Lucas Rodríguez, de la prestigiosa
colección de Libros Raros y Curiosos.
Su vida se apagará el 15 de abril de 1894 en Madrid,
donde recibió sepultura. Presidió el sepelio el Presidente del Gobierno, su gran
amigo Antonio Cánovas del Castillo.
Los
méritos de su dilatada actividad pública se pueden sintetizar en las
distinciones recibidas. Fue nombrado dos veces Benemérito de la Patria, Caballero de las
órdenes de Malta y de Carlos III, ostentaba la encomienda y Gran Cruz de Isabel
la Católica,
la Medalla de
la Campaña de
África y las Grandes Cruces Roja y Blanca del Mérito Militar, entre otros
reconocimientos.
José Núñez de Prado reúne una biografía digna de
rescatar del olvido, que ha sido redescubierta gracias a la iniciativa del
Casino Montillano, con el cometido de reivindicar
su legado profesional e intelectual, como hijo de esta tierra donde dio sus
primeros pasos y escribió sus primeras letras.
miércoles, 25 de abril de 2012
II JORNADAS SOBRE EL CAMINO ESPAÑOL DE LOS TERCIOS. CÓRDOBA, 27 Y 28 DE ABRIL
lunes, 26 de marzo de 2012
jueves, 22 de marzo de 2012
NUEVAS NOTICIAS HISTÓRICAS SOBRE LA VENERACIÓN A NUESTRA SEÑORA DEL SOCORRO EN EL SIGLO XVII
Actual imagen de Ntra. Sra. del Socorro |
Hace algo más de seis años, exactamente
el domingo 11 de diciembre de 2005, era bendecida la nueva imagen de Ntra. Sra.
del Socorro. Puso nuevo rostro a tan antigua advocación el artista cordobés
Antonio Bernal y la nueva efigie dolorosa fue ungida para el culto público por
el Ilmo. Sr. Fernando Cruz-Conde y Suárez de Tangil bajo el padrinazgo de los
Condes de Prado Castellano.
Para aquella ocasión, en esta
misma revista, recopilamos las referencias históricas que hallamos sobre este
centenario título de la Madre
de Dios en nuestra ciudad, ensayamos sobre sus probables orígenes italianos y
su llegada hasta tierras españolas de manos de las huestes del Gran Capitán.
En nuestra incesante búsqueda del
pasado montillano, hemos localizado nuevas reseñas que delatan la fervorosa
veneración que la Mater Dolorosa de la
Vera Cruz tuvo en la segunda mitad del
siglo XVII.
Entre 1665 y 1675 hubo en
Montilla una intensa renovación de las cofradías penitenciales. En estos años
se sumaron a las procesiones de Semana Santa las imágenes del Cristo de la Humildad y Paciencia, en
el cortejo de la Concepción Dolorosa
el Miércoles Santo; la Santa Cena,
el Cristo de las Prisiones y la
Magdalena, en la Vera Cruz
el Jueves; el Cristo Amarrado a la
Columna, que acompañará desde entonces a las Angustias tras
la escisión de la Soledad,
que ya por la noche del Viernes Santo la naciente cofradía saldrá con las nuevas
efigies, realizadas en Granada, del Santo Entierro y la Virgen. Todas estas
incorporaciones completarán el acervo cofrade local que permanecerá invariable
hasta bien entrado el siglo XIX.
Por estos años también aparece en
el panorama cofrade un nuevo concepto orgánico sobre de la tutela de las imágenes sagradas
que recibían culto. Nacen hermandades autónomas de la cofradía matriz, y por
tanto, sujetas a sus Reglas aprobadas por la Autoridad Diocesana,
que tienen una misión específica dentro del organigrama de dicha cofradía, y un
cupo limitado de componentes. Ello conlleva a las hermandades la recopilación
de unos reglamentos propios, ceñidos al compromiso que se fijan. Estos
reglamentos son aprobados por el hermano mayor y consiliario de la cofradía
pertinente, y elevados a escritura oficial ante escribano público. Entre otras
modalidades, se crean hermandades de luz, de portadores de andas, o de palios
de respeto, donde un número determinado de personas se comprometen a alumbrar,
portar o cubrir a la imagen de su devoción en las procesiones que realice públicamente.
Tal es el caso de Lorenzo Ximénez
Hidalgo, Melchor Alcaide, Juan de Luque Crespo, Juan de Toro y Francisco de
Cea, todos cofrades de la Vera Cruz y
devotos de la Virgen
del Socorro, que se ofrecieron al hermano mayor, Cristóbal Ramírez de Aguilar, el
3 de mayo de 1668, festividad de la Invención de la Santa Cruz, y ante
notario acordaron “sacar el palio de la Madre de Dios en la procesión de la
Santa Vera Cruz”[1]. Del
mismo modo, se comprometieron de forma vitalicia en “dar trece hachas y buscar
personas que las saquen en dichas procesiones” y así ampliar el tramo de
hermanos de cirio que alumbrasen el camino de la Virgen. En
contraprestación, el hermano mayor se comprometía a conseguir el mismo número
de hermanos para que alumbrasen con otros tantos cirios. Estos cinco cofrades,
se implicaron asimismo en demandar donativos para la cofradía durante el mes de
mayo de cada año, y sufragar así los gastos que causaran el paso y palio de la Señora del Socorro.
Pero el fervor mariano en la
ermita de la Vera Cruz
se propaga avivadamente, y unos meses más tarde, el 18 de febrero de 1670, casi
medio centenar de hermanos de la cofradía, entre los que se encontraban los
citados arriba, se reúnen para crear una hermandad que diera cobertura a los fines
votivos y cargas económicas del paso y palio de la Dolorosa que cerraba la
procesión matriz de los disciplinantes. El oficio notarial recoge más de
cuarenta nombres de montillanos, que declararon ser “hermanos de la
Santa Vera Cruz y de Nuestra Señora que
sale en la procesión que se hace los Jueves Santos por la tarde de la ermita de
la Santa Vera
Cruz desta ciudad en la cual sale la
Reina de los Ángeles Madre de Dios Señora Nuestra”[2].
Los comparecientes implicaron sus
vidas y sus bienes, y al unísono expresaron en favor de la Dolorosa del Socorro su
devoción y compromiso. Para ello, rubricaron su vínculo anual “de sacar en
dicha procesión de los Jueves Santos por la tarde todos los días y años de su
vida a su divina majestad y su palio en la cual han de sacar de todo lo
necesario a su costa todas las veces que se ofrecieren y tuvieren necesidad de
ello dicho palio y así mismo de sacar en dichas procesiones quince hachas de
cera que vayan alumbrando a su divina majestad en dicho paso”[3].
Al igual que el acuerdo rubricado
dos años antes, los firmantes correrían con los gastos de los cultos y
procesiones de la Virgen
del Socorro, y daban potestad al hermano mayor de la cofradía para reemplazar
sus cargos y sitios dentro del cortejo procesional, en caso de incumplir el
reglamento prometido.
Este grupo de hermanos no sólo
atendió a su compromiso con la cofradía matriz, también acordaron entre ellos
sufragar y celebrar una misa cada vez que falleciera un componente de la hermandad,
como también acompañar al difunto con “cuatro hachas para alumbrar en su dicho
entierro”. Igualmente, podían elegir un tesorero, denominado “censuario”, que
administrara los donativos y cuotas de los hermanos, como también gozaban de autonomía
para que “cada vez que muera cualquiera de dichos hermanos de poder nombrar
otra persona que entre en lugar de dicho difunto para que cumpla por ello
contenido en esta escritura”[4].
No fueron estas las únicas
ocasiones en que se crearon hermandades en torno a las imágenes veneradas en la
ermita de la Vera Cruz.
Tenemos constancia documental de la existencia de varias hermandades más instauradas
para rendir culto al Cristo de las Prisiones, al Ecce Homo, al Amarrado a la Columna, a la Magdalena y, cómo no, al
Santo Cristo de Zacatecas, titular de la cofradía.
Con el paso del tiempo, estas corporaciones
surgidas al amparo de la
Cofradía matriz de la Vera
Cruz, serán la única alternativa a las constantes censuras que
sufre la antigua cofradía penitencial a partir de la segunda mitad del siglo
XVIII, en que son prohibidas en España las procesiones de sangre y suprimidas
las cofradías de flagelantes. A causa de estas circunstancias históricas se
convirtieron en las herederas de la matriz y, por ende, las consecutivas del mantenimiento
y culto de estas centenarias imágenes, para que así no se apagara la llama viva
de la fe y la tradición que encierra cada una de las efigies de la pasión,
muerte y resurrección de Jesucristo, que durante siglos evangelizaron a todas
esas generaciones de montillanos que nos legaron la identidad y personalidad de
nuestra Semana Santa.
Anterior imagen de Ntra. Sra. del Socorro, que procesionó el Martes Santo durante algunos años de la década de 1970 |
Como colofón a este breve trabajo histórico sobre la veneración que siglos atrás tuvo la bendita Madre de Dios del Socorro –como ya era denominada–, es nuestro deseo cerrar con un extracto de las líneas manuscritas de uno de los historiadores locales más rigurosos que ha tenido nuestra ciudad, Francisco de Borja Ruiz-Lorenzo Muñoz, que así describía en 1779 a la cofradía de la Santa Vera Cruz:
“Su fundación y origen no consta,
pero si hay sólidas enunciativas y tradición de ser casi del mismo tiempo de la Parroquia y conquista.
Se ve en ella radicada una muy antigua cofradía que nombran de la
Vera Cruz, cuyo entablamento tampoco
consta, solo si hay corriente noticia que la Sagrada Imagen de Nuestra
Señora, que ahora titulan Soledad, se decía y le llaman del Socorro, y es
antiquísima y origen de ello. […]
Tomó la Cofradía por su instituto
el culto al Señor y su bendita Madre, como lo dan con todo esmero. Sacan al año
dos procesiones, la una Jueves Santo en la tarde, es de penitencia y sacan en
remembranza de la Sagrada Pasión.
Primer paso de Jesús cenando con sus discípulos; segundo, a Jesús en sus
prisiones; tercero, a Jesús amarrado a la columna; cuarto, cuando se vio en el
pretorio de Pilatos; quinto, cuando le crucificaron y último que va su
amantísima Madre traspasada de dolor de verle, pero tan hermosa y misericordiosa
que da todo consuelo.”[5]
domingo, 4 de marzo de 2012
LA COFRADÍA DE LA VERA CRUZ A TRAVÉS DE UN INVENTARIO DE 1567
Una de las etapas más oscuras de
la historia de la Semana
Santa es el origen de las cofradías pasionistas. La mayoría
de los historiadores coinciden en fijar en los últimos años del siglo XV o primeros
del XVI el periodo de tiempo en el que ubicar los comienzos de este fenómeno
social ocurrido en España. Este proceso se dificulta cuando nos referimos a entornos
concretos, como son las poblaciones, donde inciden factores que pueden
adelantar –o todo lo contrario– la llegada de esta expresión pública de fe. Por
ello, vamos a tratar de responder las típicas preguntas que rodean el ambiente
cofrade, cuando la tertulia de historia centra su atención entre los
interesados en la materia. Hay que descender hasta las raíces de la cofradía
montillana de la Vera Cruz, que
es quien protagoniza desde los primeros tiempos la práctica colectiva y pública
de la penitencia alrededor de una imagen de Cristo Crucificado en la noche del
Jueves Santo.
Los
inicios de las cofradías de la Vera Cruz en España
El uso de la disciplina
flagelante ya se practicaba en Europa durante la baja Edad Media. En España fue
propagada por el dominico valenciano San Vicente Ferrer (1350 – 1419) al que,
en su peregrinar, le acompañaba una multitud de seguidores azotándose la
espalda como modo de redención de sus pecados, a imagen y semejanza del castigo
que Cristo recibió atado a la columna en el preludio de su crucifixión y muerte.
A pesar de ser perseguido por el pontífice Clemente VI, el flagelo continuó
siendo utilizado y, posteriormente, extendido por los franciscanos, quienes lo transmitieron
a los legos y pueblo en general, que imitaba así de los frailes el camino hacia
la misericordia divina[1].
Estos grupos, cada vez más
numerosos, se fueron constituyendo en hermandades que, durante todo el año mantenían
el culto a una imagen de Cristo Crucificado e igualmente a la Virgen María, siendo
en Semana Santa cuando organizaban las públicas “procesiones de sangre” por las
calles de la localidad. Con el correr del tiempo, el número de disciplinantes
se fue incrementando y se comenzaron a constituir en cofradías bajo la devoción
particular de la Santa Vera
Cruz o de la Sangre
de Cristo, que serían el arquetipo de las llamadas cofradías de sangre o penitenciales y, por consiguiente, el germen
del fenómeno cofradiero en Semana Santa.
El proceso de implantación de
cofradías penitenciales fue más temprano en las poblaciones donde existía un convento
franciscano y su arraigo más notorio. La Orden Franciscana
llega a Montilla en 1507 por voluntad y patrocinio del I Marqués de Priego,
Pedro Fernández de Córdoba y Pacheco, siendo ésta la primera en establecerse en
la que fuera villa cabecera de su señorío. En la diócesis de Córdoba, salvo en
la capital que ya existe en 1538, las primeras cofradías cruceras se comienzan
a establecer en los años centrales del siglo XVI[2], época
más que probable que fuese fundada en Montilla[3].
Procesión de flagelantes |
Primeras
noticias de la Vera Cruz montillana
Aunque a día de hoy no hemos hallado
un documento que registre la fecha de la fundación de la cofradía montillana,
tenemos noticia de su existencia ya en 1558, manifestada a través de dos escrituras
notariales en el oficio del escribano Jerónimo Pérez, que traslucen la plena
actividad de la primitiva corporación pasionista. La primera de estas, fechada
el 4 de mayo, trata de la obligación que se hizo el vecino Gonzalo García de
Baena de una deuda que su familiar tenía contraída con la Cofradía, en la que se
hace cargo de “doce reales que montan cuatrocientos y ocho maravedíes de la
moneda usual […] por razón que los ha de pagar por Sebastián Trompeta vecino de
esta villa que los debía a la dicha cofradía y él se obliga por ellos haciendo
deuda ajena suya propia”[4].
La segunda, registrada por el
mismo escribano, es similar a la anterior. Data del día 13 de agosto, en que
Alonso Sánchez de Toro el viejo se presenta como depositario de una suma de
dinero que su hijo Martín de Toro debía a la cofradía, cantidad que se obliga ante
notario a pagar a la Vera Cruz a corto plazo[5].
Igualmente, hemos localizado
varias donaciones a las imágenes de la cofradía, que se veneraban en su ermita
homónima. Ante el escribano Andrés Baptista testaba el 26 de marzo de 1562
María Ruiz, mujer de Pedro Sánchez Rabadán, quien donaba “a la imajen de
Nuestra Señora que está en la Santa Vera
Cruz desta dicha villa un volante que tengo con un rostro de oro”[6]. Otra
donación de cierta entidad fue enviada a la cofradía en 1564 por Diego de
Campos, hijo de Rui Díaz de Cazorla, quien legaba mil maravedíes[7].
Asimismo, existe otra escritura fechada
el 31 de agosto de 1567 y levantada en cabildo celebrado en la Parroquia de
Santiago, que trata sobre un acuerdo al que llega Francisco Fernández de Gálvez
con los representantes oficiales de la Cofradía[8],
cuyas casas colindaban. El documento notarial relata con precisión los hechos
acaecidos a raíz de unas obras que la cofradía lleva a cabo en su casa
–posiblemente haciendo alusión a la ermita–, de las que se ve afectada la
vivienda vecina por una canal maestra de evacuación de aguas que existe en la pared
medianera de dichas edificaciones. Según recoge el escribano, cuando la cofradía se
hallaba en pleno proceso de las citadas reformas en su casa, el vecino
Fernández de Gálvez denuncia la obra que es paralizada por la autoridad, hasta
que se llega a un convenio entre ambas partes que evita presentar el caso ante
la justicia. Finalmente, las partes conciertan la redacción ante notario de varias
cláusulas a respetar y cumplir entre todos, y la obra prosigue hasta su término[9].
A pesar de no hacer referencia a
la adquisición de la casa (o ermita), ni a los años que llevaba ocupándola
dicha cofradía, este documento denota la vitalidad que la Vera Cruz tenía en estos
años, pues ya contaba entre su patrimonio con bienes inmuebles propios, de lo
cual se puede deducir con cierta firmeza que llevaba funcionando como
corporación religiosa varios lustros.
Dibujo realizado por Juan Camacho para el alzado del Alhorí en 1723. En el ángulo inferior izquierdo se aprecia la desaparecida ermita de la Santa Vera Cruz |
De Trento
a Córdoba, pasando por Toledo
Durante estos años iba a tener
lugar uno de los episodios más importantes que la Iglesia Católica ha
experimentado en su devenir. Nos referimos a la celebración del Concilio de Trento (1545 – 1563), de donde resultaron
las normas que iban reformar a la institución fundada por Jesucristo. Entre
otras muchas, en este congreso eclesiástico quedó aprobada la nueva regulación
de las fundaciones religiosas y del culto a las imágenes sagradas, básicamente en
los capítulos octavo y noveno de la Sesión XII, celebrada el 1 de septiembre de 1551,
de cuyo resultado se implantó la obligación a los “Ordinarios del lugar” de
supervisar anualmente la administración y contabilidad de Obras Pías,
Hospitales y Cofradías. Del mismo modo, en la Sesión XXV –última del concilio–
celebrada en los días 3 y 4 de diciembre de 1563, se trató sobre el correcto
uso y culto de las imágenes y reliquias, refrendando así la postura oficial tomada
por la Iglesia
sobre esta cuestión siglos atrás, en el II Concilio de Nicea celebrado en el
año 787[10].
Para hacer llegar y cumplir a
todo el catolicismo las disposiciones reformistas aprobadas en Trento, el
Pontífice ordenó que se celebrasen concilios provinciales y, posteriormente,
sínodos diocesanos. En los años siguientes (1565 y 1566) tuvo lugar el Concilio
provincial de Toledo, que presidido por el obispo de Córdoba, Cristóbal de
Rojas y Sandoval –por estar la sede metropolitana vacante y ser éste el mitrado
más antiguo–, hizo especial hincapié en la nueva normativa del culto público a
las imágenes. Nada más finalizar el Concilio provincial de Toledo el obispo
Rojas convocó un Sínodo en su diócesis cordobesa, donde se transfirieron todas
las disposiciones a los vicarios de las poblaciones, entre las que se
imprimieron las siguientes ordenanzas referentes a las imágenes y cofrades:
“Porque de estar las imágenes que tienen las
cofradías en las casas de los Priostes, y Mayordomos dellas, y de otras
personas seglares, no están con la veneración y decencia que conviene, de que
sea seguido y sigue algunos daños e inconvenientes; proveyendo en ello de
remedio mandamos que de aquí adelante las tales imágenes siempre estén en las
iglesias, donde las tales cofradías estuvieren instituidas, y no sean sacadas
dellas, si no fuere para las llevar en las procesiones que se hizieren, y que
en los lugares donde lo tal acaeciere, el Vicario haga traer a las iglesias las
tales imágenes y proceda sobre ello por todo rigor y censuras hasta que se
cumpla”. En representación de la iglesia montillana asistió el vicario y
maestro Hernando Gaitán quien juró, junto con los demás eclesiásticos, ante el
obispo “conforme al dicho capítulo que harían bien y fielmente su oficio, y que
no excederán, ni dejarán de hacerlo por odio, favor, amor, interés, ni otro
respeto humano”[11].
También, dentro del nuevo orden
interno al que se pretendía conducir a la institución católica, el concilio estableció
la realización de visitas generales anualmente, en las que se tomara cuenta del
patrimonio de las obras pías, cofradías y hospitales, a los administradores y
hermanos mayores, y estas quedaran registradas en libros de cabildo y cuentas que
dichos responsables estaban obligados a presentar en la visita general al
obispo o provisor autorizado al efecto.
Un
inventario de 1567
La cofradía de la
Vera Cruz montillana no fue ajena a todas
estas reformas tridentinas. El mismo vicario Gaitán, como patrón de la misma,
junto con el hermano mayor Fernán García del Mármol y el notable artífice
Guillermo de la Orta
–que actuó como testigo– entre otros vecinos, realizaron un riguroso inventario[12] que
quedó recopilado por el escribano público Jerónimo Pérez el 16 de junio de
1567, documento que ha llegado hasta nuestros días y que, hasta la fecha, es el
mejor exponente manuscrito que ilustra la realidad la ermita y cofradía de la Vera Cruz en los años
centrales del siglo XVI.
El documento en sí es una gran
aportación histórica, ya que nos permite recrear la vida y funcionamiento de
esta cofradía penitencial en plena contrarreforma católica. El minucioso
inventario lo hemos ordenado en varios grupos de bienes, y aunque no hemos
respetado su forma original si lo hemos hecho con su fondo, para facilitar
su lectura, donde comenzamos recopilando
las imágenes de culto: “Un crucifixo grande puesto en una cruz leonada que suele
estar y está en el altar / Una imagen de Nuestra Señora con un niño Jesús en
los brazos”[13] como también los útiles
para las procesiones: “Unas andas con un calvario en que sacan el dicho
crucifixo / Unas andas negras en que sacan la dicha ymagen / Un cobertor para
ellas de paño negro / Un velo de red que está [debajo] del crucifixo en el
altar mayor / Ocho horquillas coloradas”.
Igualmente encontramos anotados
los enseres del guión procesional: “Una cruz grande y en ella pintado un
crucifixo y puestas las ynsignias de la pasión / Una cruz que es pequeña
torneada / Una manga de carmesí con una guarnición de raso amarillo / Otra
manga de terciopelo negro con dos escudos de las cinco plagas, es de raso
blanco y dos cruces y otras dos bordadas de raso amarillo / Otra manga de raso
carmesí con una guarnición de raso verde / [Caja] y varas coloradas con sus
cruces verdes / Dos aros para las cruces / Ocho bacines de madera / Un cajón
nuevo que está en la yglesia de Sr. Santiago en que está la cera y paños.”
La imagen de la Virgen –que poco
tiempo después es designada bajo la advocación del Socorro– contaba con un
considerable ornato textil, por lo que deducimos que su hechura era de
candelero, y como es propio de aquellos tiempos, sus vestiduras cambiaban a la
par que los colores de la liturgia, aunque hay que resaltar que en el
inventario predominan el verde –color propio de la cofradía– y el negro,
correspondiente al luto, tan presente en las hermandades cuyo titular es Cristo
muerto.
Este era el ajuar de la Madre de
Dios: “El vestido de la ymagen y un manto de tafetán negro / Más una sobrerropa
de grana con guarnición de terciopelo negro / Una basquiña de fustán colorada /
Un faldellín e paño blanco / Unas mangas de raso morado / Una delantera de raso
carmesí guarnecida de una telilla de coro / Unos querpezuelos nuevos de raso
carmesí / Otros corpezuelos de raso blanco / Una sobrerropa de tafetán sencilla
encarnado / Un monjil de anascote / Una toca de volante con su rostro de oro / Una
toca de espumilla con su rostro de seda blanca / Otra toca de volante / Otra
toca de seda cruda amarilla / Una toca de […] / Otra de […] / Una cadena de
libro / Un apretador de coro asentado sobre una […] / Un ceñidor de seda
torcida con los cabos redondos / Tres [horqueras] de naval con sus enagüillas /
Una cofia con quartas de coro / Otra llana / Una camisa guarnecida de hilo de coro / Otra
camisa vieja / Otra de seda cruda con un rostro de seda blanca.”
Asimismo el registro de bienes,
recopila los vasos sagrados, libros y ornamentos que la cofradía poseía para el
uso del sacerdote en el culto divino: “Un cáliz la copa dorada y en medio seis
esmaltes azules y en el pie cuatro cruces, una patena con una cruz dorada en
medio y en el sello un león, es todo de plata / Un crucifixo de tres quartas de
largo que está en una cruz verde / Una cruz de otras tres quartas de largo
dorada / Un par de vinajeras / Una casulla de grana con cenefas de terciopelo
carmesí / Otra casulla de lienzo y de cenefa y una faja labrada de sirgo
carmesí / Otra casulla de lienzo y por cenefa dos tirillas de tafetán colorado /
Otra casulla de lienzo y la cenefa de sirgo negro / Un alba de lienzo tiradizo
con faldones y bocamangas de raso morado / Otra alba de tiradizo con faldones y
bocamangas de tafetán colorado / Tres amitos de lienzo tiradizo / Una estola y
un manípulo de raso morado / Otra estola y manípulo de raso encarnado / Una
palia de naval con una cruz de verde labrada de verde y colorado y azul y
alrededor una cinta colorada / Otra palia de naval con una cruz de una cinta
colorada y alrededor una guarnición de sirgo colorada / Una toalla de naval de
vara y tres de largo guarnecida de sirgo pardo e colorado / Otra toalla de vara
y quarta de largo con guarnición verde y colorada / Otra toalla de otra vara y
quarta de largo guarnecida con una tira morisca de seda colorada e dos bandas
en medio de la misma guarnición / Otra de medianillo labrado de sirgo colorado
de siete cuartas / Tres cintas para ceñirse el sacerdote / Unos corporales con
quatro cruces en las esquinas de sirgo azul / Otros corporales de holanda con
una franjita blanca / Otra palia de naval con una cruz de cinta morisca labrada
de sirgo colorado e azul / Otra de raso blanco con un cruz de raso amarillo / Dos
hijuelas de holanda / Una sabanilla para los corporales de naval / Otra
sabanilla de naval / Dos capillos del cáliz, son tres / Seis pañuelos para el
altar / Un ara con las palabras de la consagración, es pergamino, y un misal
cordobés / Una cama de anjeo teñida negro que tiene un velo e tres paños que se
cuelga para poner el monumento / Una campanilla para alzar y otra más pequeña /
Otras dos campanillas / Dos candeleros de latón”.
De igual modo, también quedan
recopilados los paños que recubren los altares del Cristo Crucificado, que es el
mayor, y el de la Virgen: “Unos manteles de quatro varas de largo de lino / Otros
manteles de lino de quatro varas e media viejos / Otros manteles así moriscos
de dos varas e media de largo y vara y media de ancho / Un anjeo sobre el altar
mayor de lienzo con sus caídas / Otro anjeo pequeño que está sobre el altar de
Nuestra Señora de lienzo / Un velo de red que está debajo del crucifixo en el
altar mayor / Cuatro frontales viejos”.
Pintura en óleo sobre lienzo del Cristo de la Vera Cruz de Puente Genil, donde se puede ver tras de sí una "procesión de sangre" con los disciplinantes en la tarde del Jueves Santo. |
Uno de los fines sociales más
importantes de todas las cofradías, era dar sepultura a sus hermanos y devotos,
y para ello la Vera Cruz
ya contaba con: “Una tumba / Un paño de terciopelo con una cruz colorada que va
sobre el lecho / Otro paño de paño negro que va sobre los difuntos / Un lecho
en que llevan los difuntos”.
Para su funcionamiento diario la
ermita estaba equipada con: “Una campana grande con su lengua / Un estadal en
la pila / Un arca grande con un cajón de dos cerraduras / Un cajón de vara e
tercia de largo e tres quartas de ancho en que se ponen las mangas / Otra arca
que tiene quatro pies / Otra arca con un cajón dentro / Una caldereta vieja / Una
mesa de torno / Otra mesa con su banco que está en la yglesia de Sr. Santiago e
otra parte de ella / Un banco de tres varas de largo de pino e otra que está en
la dicha iglesia / Una sobremesa de paño verde / Un banco de dos varas e quarta
/ Otro como el dicho / Dos esteras de dos bancos de la iglesia / Otra estera / Una
lámpara con su bacía / Un martillo de hierro”.
Como podemos ver en este
inventario, que hemos trascrito prácticamente en su integridad, y demás
documentos inéditos que sacamos a la luz, la cofradía de la Vera Cruz estaba
totalmente integrada en la sociedad montillana, y contaba con un considerable
patrimonio propio desde fechas muy tempranas, cuyos bienes descritos aún recuerdan
la presencia árabe en la península, haciendo alusión a los tejidos moriscos, y
otros tantos patronímicos que en la actualidad apenas se utilizan.
Para finalizar, sólo queda apuntar
que este artículo se ha nutrido de manuscritos cuyas noticias datan solamente
de una década (1558 – 1567) con la pretensión de iniciar un Memorial de
documentos que ilumine las tinieblas historiográficas que durante los últimos
tiempos han circundado a la cofradía montillana de la Santa Vera Cruz.
NOTAS
[1] SÁNCHEZ HERRERO, José: Las cofradías de Sevilla. Historia,
Antropología, Arte. pp. 9 – 34. Los
comienzos.
[2]
ARANDA DONCEL, Juan: Las cofradías de la
Vera Cruz en la diócesis de Córdoba durante
los siglos XVI al XVIII, pp. 615 – 640. Actas del I Congreso Internacional
de Cofradías de la Santa Vera
Cruz. Sevilla, 1992.
[3] Según
cita el historiador del siglo XVIII Francisco de Borja Lorenzo Muñoz en su
manuscrita Historia de Montilla, el
Juez de composiciones Pedro Cabrera visitó la ermita de la Vera Cruz en 1535, fecha
que han dado por buena los sucesivos historiadores y cronistas que han tratado
este tema. Nosotros hemos consultado esta Visita registrada por el escribano
Cristóbal de Luque en el Leg. 2,
f. 237 del Archivo de Protocolos Notariales de Montilla,
y en la citada escritura no se alude a la Vera Cruz.
[4]
Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APNM). Leg. 17, f. 345.
[5] APNM.
Leg. 17, f.
666.
[6] APNM.
Leg. 51, f.
24.
[7] APNM.
¿Leg. 52, f. 1234?. Véase en Crónica de Córdoba y sus Pueblos.
Córdoba, 2001. pp. 275 – 286.
[8]
Hernán García del Mármol, prioste; Diego Sánchez Cardador y Juan del Postigo,
alcaldes; Marín Fernández del Mármol y Alonso Doñoro, veedores; Bartolomé
García Baquero, albacea; Miguel Ruiz regidor y Martín García de Morales,
hermanos.
[9] APNM.
Leg. 135, f.
691.
[10]
LÓPEZ DE AYALA, Ignacio (Trad.): El
Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento. Madrid, Imprenta Real, 1785.
Véanse también las Advertencias que
San Juan de Ávila hizo al concilio provincial de Toledo, donde insiste en que
se cumpla la normativa tridentina “De la veneración de los santos y de las
imágenes” en sus Obras Completas II, pág. 735. BAC, Madrid, 2001.
[11] ROJAS Y SANDOVAL,
Cristóbal: Synodo diocesana que el
ilustrísimo y reverendísimo señor Don Cristóbal…, s/f. Juan Bautista Escudero.
Córdoba, 1566.
[12] APNM. Leg. 22, ff. 150 – 152 v. A este inventario hace
referencia, aunque no lo desarrolla, E. Garramiola Prieto en la revista Nuestro Ambiente de mayo de 1992, en su
artículo “Mayo y la Vera
Cruz”, p. 20.
[13] En sus orígenes, las imágenes
marianas cotitulares de las cofradías de la Vera Cruz eran de
gloria, y dependiendo el tiempo litúrgico se adecuaban los colores de sus
vestiduras y se le colocaba o quitaba el Niño Jesús. Esta costumbre aún se
conserva en las vecinas localidades de Cabra y Aguilar de la Frontera.
viernes, 17 de febrero de 2012
CUARESMA, TIEMPO DE HONRAR AL SEÑOR DE ZACATECAS
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