miércoles, 11 de julio de 2018

JOSÉ SALAS Y VACA, UN PRECURSOR DE LA NEUROPSIQUIATRÍA ESPAÑOLA

El Excmo. Sr. D. José Salas y Vaca, con uniforme diplomático
de Gentihombre de Cámara de Alfonso XIII

Siempre se ha dicho que Montilla es una ciudad que aportó grandes personajes a la Historia. No en vano, en el Siglo de Oro hispánico resuenan nombres universalmente conocidos que gracias a la trascendencia de sus hechos hoy forman parte de su galería de patricios ilustres: el Gran Capitán, San Juan de Ávila, el Inca Garcilaso o el mismo San Francisco Solano, cuyas fiestas patronales ahora celebramos.

Al igual que en los albores de la modernidad, tres siglos después Montilla volverá a sumar sus mejores hijos a la vida política, militar, social y cultural de la nación española con la llegada del Régimen Liberal. Una emergente edad de plata que estará protagonizada por apellidos como Alvear, Ruiz-Lorenzo, Núñez de Prado, Jiménez-Castellanos, Aguilar-Tablada, Garnelo Alda o Ruiz de Salas entre otros, cuyas meritorias biografías se vienen recuperando en la actualidad por parte de la comunidad científica.

Tal es el caso del montillano José Salas y Vaca (1877-1933) cuya vida y obra ha sido objeto de una tesis doctoral en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Su autora, Ruth Candela Ramírez, proyecta un perfil biográfico y profesional de largo alcance profundizando en la extraordinaria labor que José Salas desempeñó en los inicios de la neuropsiquiatría española, durante el primer tercio del siglo XX.

Esta nueva investigación lo considera como uno de los grandes reformadores de las instituciones públicas de salud mental de su tiempo, así como un innovador en la metodología seguida en el tratamiento a los enfermos; una inquietud que el doctor Salas dejó plasmada en más de una decena de publicaciones, numerosos artículos en revistas científicas, y en los foros académicos y universitarios que participó.

Doctorado en Medicina por la Universidad Central de Madrid antes de cumplir los veinticuatro años, en 1901 inicia su andadura laboral en el Real Hospital del Buen Suceso y dos años después ingresa por oposición en el Cuerpo de Beneficencia General. En 1911 es nombrado Jefe Facultativo del Manicomio Nacional de Leganés, cargo que ocupará hasta su jubilación en 1929, cuya institución será la principal receptora de sus progresos. Igualmente, formó parte del Cuerpo de Médicos de Baños, de la Sociedad Española de Higiene, del Instituto de Medicina Social y de las Reales Academias de Cádiz y Córdoba.

Dada su vocación sociopolítica participó en la dictadura de Miguel Primo de Rivera, siendo nombrado Gobernador Civil de las provincias de Albacete, Cádiz y Huelva. A lo largo de su vida recibió las distinciones de Gentilhombre de Cámara de Alfonso XIII (1912), la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia (1921), Hijo Predilecto de Montilla (1925), y Comendador de la Orden Civil de Alfonso XII (1927).

En 1930 se jubila por enfermedad, pasando sus últimos años entre Montilla y la capital cordobesa, en la que muere a finales de 1933 a los cincuenta y seis años. Sus cenizas las guarda la misma tierra que le vio nacer. Sin duda, José Salas y Vaca es parte esencial de esa edad de plata montillana que la ciudad debe recuperar para la memoria de las generaciones presentes y futuras.

sábado, 26 de mayo de 2018

EL CRISTO DE LA TABLA, UN TESTIGO INADVERTIDO EN LOS DÍAS MONTILLANOS DE SAN JUAN DE ÁVILA

Dos años atrás, en esta misma revista, dedicamos varios artículos a la figura de San Juan de Ávila, donde profundizamos en algunos de sus más manidos episodios por la tradición local en referencia a los vínculos que el Apóstol de Andalucía mantuvo con el Comendador Jerónimo de la Lama, el Cristo de la Yedra y el “Santo Crucifijo” del Perdón. Coyunturas históricas que intentamos esclarecer aportando documentación de primera mano, que hilvanada y despejada de casposas leyendas evidenciaron que en el terreno de los archivos no cabe sembrar otra semilla que la realidad del testimonio escrito.

Santo Cristo de la Tabla, icono renacentista realizado en la
primera mitad del siglo XVI, al que durante el Barroco se le fue
añadiendo la Cruz y el lienzo del Calvario. (Foto Rafa Salido)
En esta ocasión dirigimos nuestro propósito a proyectar luz sobre un episodio ocurrido en la parroquia de Santiago entre el Maestro Juan de Ávila y un conocido caballero de la villa (cuyo nombre se obvia) que estaba enemistado con un vecino, en el cual aparece en escena otro Cristo Crucificado ubicado en la capilla de las Ánimas, cuya identidad nosotros intentaremos despejar en este trabajo.

Para tal indagación volvemos a utilizar el Proceso de Beatificación del Maestro Juan de Ávila que, como ya anunciamos, está repleto de pasajes y pormenores del quehacer diario del Maestro de Santos, siendo la fuente básica que utilizaron sus primeros biógrafos. De los cuarenta testigos montillanos que se personaron para ofrecer sus declaraciones al proceso veintitrés de ellos manifestaron ser conocedores del episodio que hemos referido arriba(1).

En base a tales informes, los biógrafos Luis Muñoz y Martín Ruiz de Mesa (s.XVII) hacen una reconstrucción de los hechos en su obra, de las cuales lo tomamos literal:

“Viviendo en Montilla, supo que había dos personas honradas encontradas con odio capital y vengativo. Entrando un día el padre Maestro Ávila en la iglesia de Santiago, vio a uno de los dos enemigos, el más ofendido, y por esta parte más incontrastable; llegóse a él y con muchos ruegos y humildad procuró atraerle a que se reconciliase con su contrario, y fuese su amigo; estuvo el hombre de bronce, sin poder hacerle mella; multiplicaba ejemplos y razones con singular modestia y suavidad; perseveraba inexorable, era una obstinación terrible. Díjole: «Por lo menos, señor mío, haga una cosa por amor de Dios, éntrese en aquella capilla de las ánimas, delante del santo crucifijo, que allí está, rece un Pater noster, y una Ave María, pidiendo a Dios le alumbre en entendimiento». Vino en ello, postrado delante de una imagen santa de Cristo salió perdido el color, temblando y muy turbado, y dijo al padre Maestro: «Digo que quiero ser amigo del señor N. (nombrando por su nombre al enemigo)»; y echándose a los pies del venerable Maestro decía: «Padre, suplico a vuestra reverencia, por amor de Dios, no deje este caso de la mano, hasta que muy aprisa nos haga amigos. Yo desde luego le perdono todos los agravios y injurias que me ha hecho, así de obra como de palabra, y lo hago puramente por amor de Cristo, Dios y redentor nuestro, que padeció muerte de cruz, y en ella pidió perdón por los que le quitaban la vida. No quiero, padre, que se muestre enojado en el día de mi muerte, porque, según me pareció que vi su imagen en aquella cruz airada contra mí, temo su ira, y pido misericordia a su divina Majestad, y perdono a mi enemigo, y a vuesa reverencia le suplico, disponga de manera que seamos muy amigos, y ruegue a Dios por mí, que me tenga en su mano». Decía descolorido y temblando. El padre Maestro Ávila le echó los brazos, y agradeció lo que hacía; hízolos amigos; fuéronlo con amistad muy estable de allí en adelante. Decía esta persona que lo que el padre Maestro Ávila no había acabado con ruegos, lo alcanzó con la oración; decía de él grandes alabanzas.”(2)

Estampa de San Juan de Ávila que fue divulgada
 durante su proceso de canonización, donde su
 autor dejó constancia de los fuertes lazos
que le unían a la Parroquia de Santiago.
Es llamativa la cantidad de detalles que ofrecen los declarantes (testigos oculares o no) de aquel encuentro, lo cual nos ha impulsado a intentar reconstruir el escenario del mismo. Aunque desconocemos la fecha exacta del suceso hubo de acontecer entre 1550 y 1569, período de estancia permanente del Maestro Ávila en Montilla. Por suerte, los espacios donde transcurre sí que se conservan: la parroquia de Santiago y la capilla de las Ánimas.

Desde mediados del siglo XVI hasta la actualidad la parroquia matriz montillana ha visto modificada su fisonomía por los avatares del tiempo y de los fenómenos geológicos, tales como el terremoto de Lisboa. Aunque ello no ha cambiado el perímetro general del recinto, pues en aquel tiempo el alzado del templo ya presentaba las tres naves separadas por los arcos ojivales que aún mantiene. Asimismo, la capilla de las Ánimas fue construida por su cofradía, fundada en 1528. En la actualidad mantiene la planta original, empero su aspecto difiere mucho del primitivo, dadas las reformas realizadas hacia 1720, donde la novedad barroca suplió a la renacentista; así como las llevadas a cabo en 1917 bajo la dirección de Manuel Garnelo, en que parte de la capilla fue convertida en baptisterio.

Las referencias más antiguas que hemos localizado del ornato de la capilla de las Ánimas datan de 1610 y forman parte de un inventario que se realizó al templo parroquial con ocasión de una visita pastoral. En el mismo se especifica que la capilla contaba con un retablo de siete tablas pintadas al óleo presidido por una representación del Juicio Final. También poseía la misma una lámpara de azófar, un velo azul de lienzo con sus varas y cordeles, un crucifijo coronando la reja de entrada a la capilla y “otro crucifijo pintado en una tabla. Cortada la tabla y clavado en una cruz que está en la capilla de las Ánimas”(3).

Evidentemente, de tal reseña se deduce que se trata del Cristo de la Tabla(4), una singular imagen de Jesús en la Cruz que se venera en la parroquia de Santiago, cuyos rasgos estilísticos renacentistas revelan que pudo ser realizada en los años centrales del siglo XVI(5). Debe su originalidad y belleza a que se encuentra plasmada al óleo sobre un tablero de dos centímetros de grosor y ciento cincuenta y dos de altura, recortado por la silueta anatómica del Crucificado.

Si bien, después de cuatro siglos y las numerosas reformas que han modificado el aspecto actual del templo, nos obligan a corroborar esta primera hipótesis con más aportaciones documentales que la sustente, y para ello hemos recurrido a algunas de las donaciones que recibió el Santo Cristo y a los cronistas locales que detallaron su ubicación en los siglos pasados.

En 1777 Antonio Marcelo Jurado y Aguilar en su manuscrita Historia de Montilla describe de manera sucinta la capilla de las Ánimas, aunque dedica unas sentidas palabras al Cristo de la Tabla: “Después la de San Miguel y las Ánimas Benditas, que ella sola es una pequeña iglesia, con tres altares, y el mayor. El de el Santo Cristo de la Tabla, pintura antigua y de especial devoción. El de el Ángel de la Guarda, retrato de una extremada belleza y el del Señor San Miguel, con retablo de este tiempo, muy gracioso y bien tallado”(6).

Más prolijo es su coetáneo Francisco de Borja Lorenzo Muñoz, quien dos años después en su Historia de Montilla nos describe así aquel emplazamiento: “Capilla del Señor de la Tabla. / La última capilla de la referida nave es grande, comprehende dos cuerpos, o dos capillas divididas con orden y con unas lápidas de jaspe encarnado. / La primera de estas capillas tiene dos altares a los lados, uno frente de otro, con sus retablos no grandes. En el uno se venera al Santo Ángel de nuestra Guardia, su hechura peregrina y está muy adornado. En el otro se venera la Sagrada Imagen de Jesús Crucificado, es de pintura portentosa en la misma tabla de la Cruz, hechura grande, causa suma veneración y devoción, la tienen a su Majestad todos los fieles, invócanle el Padre de las misericordias, pues las logran con frecuencia clamando a su Majestad, hay tradición de haber hablado a sus siervos, y de milagros especiales.”(7)

Por la narración de Lorenzo Muñoz se aprecia la profunda piedad que despertaba el Cristo de la Tabla entre los fieles montillanos. No en vano, se tiene constancia de que, al menos, en dos ocasiones este original icono de Jesús Crucificado salió en procesión general por las calles de nuestra ciudad. Según las actas capitulares del Concejo municipal, en enero de 1699 los miembros del cabildo asistieron a “la procesión del Santo Cristo de la Tablada [sic] y Ntra. Sra. del Rosario que se ha hecho este mes, a petición de los padres misioneros”(8). Igualmente, en diciembre de 1726, el cabildo costeó “la cera que se gastó en la procesión que se hizo al Cristo de la Tabla en la rogativa del agua”(9).

Durante de segunda mitad del siglo XX el Cristo de la Tabla
 presidió la sacristía mayor de la parroquial de Santiago.
Del mismo modo, el Señor de la Tabla gozó de donaciones particulares que sus devotos le ofrecieron en sus últimas voluntades. Tal fue el caso de Beatriz de Chaves, viuda de Rodrigo Ortiz y vecina de la calle Trillo, que el 29 de noviembre de 1653 otorgaba su testamento, por el cual enviaba una manda “al Santo Cristo de la Tabla que está en la capilla de las ánimas de la iglesia parroquial del Sr. Santiago desta ciudad una arroba de aceite para que se gaste en su lámpara”(10).

No obstante, la fundación piadosa de mayor entidad que recibió el Cristo de la Tabla fue dotada por Luisa Granados de Bonilla, mujer de Pedro Antonio Melero y Varo, fallecida de 4 de julio de 1725, la cual enviaba “a Dn. Pedro Melero mi hijo y del dicho mi marido, clérigo de menores órdenes vecino de esta ciudad una haza de tres fanegas de tierra calma de cuerda mayor (...) en el sitio de la Navilla de Cortijo Blanco término de esta ciudad (...) para que la haya y goce el dicho mi hijo en propiedad y posesión, y con cargo de una misa de fiesta solemne que sea de decir en cada un año perpetuamente para siempre en el día de la Invención de la Santa Cruz en la capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla sita en la dicha iglesia parroquial de Sr. Santiago”(11). 

Según consta en el archivo parroquial de Santiago(12), el día 3 de mayo, festividad de la Invención de la Cruz, se iniciaba con repique a medio día y noche, vísperas y procesión claustral de cuatro capas con música de órgano hasta la capilla de las Ánimas, una vez allí comenzaba la misa dotada por Luisa Granados, con acompañamiento de diáconos, que finalizaba con la lectura de los Actos de Fe.

Fruto de la gran veneración que gozó el Señor de la Tabla, en pleno barroco le fueron añadidos la Cruz tallada y sobredorada que le sostiene, y la cartela del INRI en plata labrada, además del amplio óleo sobre lienzo que completa la escena del Calvario con las imágenes de la Virgen dolorosa y San Juan, en su parte terrenal, como así en la superior aparecen entre nubes una serie de ángeles plañideros portadores de los símbolos de la Pasión.

Su ubicación exacta en la capilla de las Ánimas nos la aclara el historiador Dámaso Delgado López, a finales del siglo XIX: “esta capilla se dividía en dos, una de paso para la otra, y la primera se denominaba del Señor de la Tabla, que era un Jesús Crucificado, de pintura portentosa que es el primer altar a la izquierda entrando”(13).

A principios del siglo XX el Cristo de la Tabla fue trasladado de la
capilla de las Ánimas a la de San Juan, como se aprecia
en esta imagen del año 1929. (Fototeca Universidad de Sevilla)
Como hemos reseñado anteriormente, esta capilla sufrió una gran transformación en 1917, año en que el primer tramo de la misma fue dedicado a baptisterio y espacio de apoteosis solanista. Según un inventario parroquial de 1914, el Cristo de la Tabla se hallaba en la capilla de San Juan Bautista, como así lo describe: “De sus paredes penden dos cuadros, uno de Santiago, con marco tallado, y otro que representa el Calvario con las imágenes de la Virgen y S. Juan pintadas, y entre estas dos imágenes, se coloca una Cruz de madera tallada con un Crucifijo de tabla pintada, por cuya razón recibe el nombre de El Señor de la Tabla”(14).

A mediados del siglo XX, el original Calvario fue colocado en la sacristía mayor del templo, donde ha permanecido hasta las últimas reformas realizadas en el año 2014. Desde entonces está ubicado en la capilla del Nacimiento (o del Chantre), muy cercano al lugar en que ocurrió el olvidado episodio que hoy hemos estudiado, donde aquel anónimo montillano se resistía en su terquedad a las persuasivas palabras del Apóstol de Andalucía, quien en la imposibilidad de mudar su actitud le encomendó que orase ante el Crucificado, cuyo resultado influyó en la opinión del orante que se mostró favorable a ofrecer el perdón a su enemigo.

Recuperamos así un nuevo testigo de la vida y obra de San Juan de Ávila en Montilla. Una vez más, los documentos abren un camino fiable que nos conduce a descubrir y relacionar la existencia de un capítulo inadvertido de la presencia avilista en nuestra ciudad y, cómo no, de los actores que lo protagonizaron como es el caso del Santo Cristo de la Tabla.

NOTAS

(1)  MARTÍNEZ GIL, José Luis: Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila. B.A.C. Madrid, 2004.
(2) MUÑOZ, Luis: Vida y virtudes del Venerable varón el P. Maestro Juan de Ávila… f. 175. Madrid, 1635.
(3) NIETO CUMPLIDO, Manuel: El patrimonio artístico de Montilla en sus textos (1580-1638). En “Montilla: Historia, Arte y Literatura. Homenaje a Manuel Ruiz Luque”, págs. 187-231. Baena, 1988.
(4) Proceso en Montilla. Declaración del Lic. Cristóbal de Luque Ayala: “Maestro Ábila le decía […] y es que entre en aquella capilla de las ánimas, y delante del santo Cruzifixo que en ella está reze de rodillas…”, pág. 358.
(5) En este período trabajan en Montilla artistas de la talla de Baltasar del Águila, Pedro Fernández Guijalvo o Francisco de Castillejo, entre los que se puede esconder el nombre de su autor.
(6) JURADO Y AGUILAR, Antonio: Historia de Montilla, fol. 197v. (FBMRL). Ms-103.
(7)  LORENZO MUÑOZ, Francisco de Borja: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Año 1779. (FBMRL). Ms-54, pág. 49.
(8) Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Sig. LI19006-0011. Actas capitulares, pág. 642.
(9) AHMM. Sig. LI29030-0004. Actas capitulares, pág. 91.
(10)  Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APNM). Escribanía 1ª. Leg. 75, f. 1048. Muere el 11 de junio de 1655.
(11)   APNM. Escribanía 3ª. Leg. 491, f. 64.
(12)  Archivo Parroquial de Santiago de Montilla: Distribución por meses de lo que se debe hacer en esta iglesia y sacristía según sus obligaciones y cargas, en todo el año., fol. 35v.
(13)  DELGADO LÓPEZ, Dámaso: Historia de Montilla y breve resumen de la general de España. T. I., cap. XII [s.f.]. (FBMRL). Ms-303. 01.
(14)  Archivo General del Obispado de Córdoba. CAJA 652. S. XX. Parroquia de Santiago. Inventarios.


viernes, 16 de marzo de 2018

MATEO SÁNCHEZ SOLANO, HERMANO DE LA SANTA VERA CRUZ


Hace unos años, participamos en el XVI Curso sobre El Franciscanismo en Andalucía, dedicado a la figura de San Francisco Solano y celebrado en nuestra ciudad con motivo del IV centenario de su muerte. En tal ocasión nos aventuramos en la compleja tarea de tratar de conocer la familia y entorno del nuestro patrono, desde las fuentes primarias que nos ofrecen los archivos de la ciudad. Los archivos, guardianes de la memoria, nos ofrecieron noticias que habían pasado inadvertidas a lo largo de los siglos, tales como las devociones cofrades de la familia de San Francisco Solano, principalmente de su padre Mateo Sánchez Solano, de quien descubrimos su filiación a nuestra cofradía de la Santa Vera Cruz, como veremos en adelante.

Procedente de ascendencia de hijosdalgos, Mateo Sánchez Solano fue el segundo hijo del médico Francisco Sánchez Solano y Mencía Pérez Navarro. Tuvo por hermanos a Pedro, Gonzalo y Francisco, que utilizaron los apellidos del padre, y María López y Catalina Pérez, que adoptaron apellidos de origen materno, como era la usanza en la época.

"El milagro de Tenerías", de José Garnelo y Alda (1910).

En noviembre de 1538 Mateo Sánchez contrajo matrimonio con Ana Ximénez Hidalgo, hija del alcalde de hijosdalgo y caballero de premia Gonzalo Ximénez Hidalgo e Inés Gómez de Varea, vecinos de la calle Guillén de Fuentes. El día 17 de dicho mes, los desposados rubrican ante escribano público la dote y arras matrimoniales, que suman la cantidad de 45.000 maravedís. El nuevo matrimonio se instala en la conocida calle del Sotollón, en una casa principal compuesta por un cuerpo de palacio y portal de alta y baja planta con sus cámaras, un amplio patio con pozo, que daba entrada y servidumbre a la cocina, al corral, al lagar y a la bodega.

Ana, que contaba unos 19 años, pronto comenzó a dar retoños a la familia. Creemos que entre 1540 y 1545 da a luz a sus hijos, Diego Ximénez Solano e Inés Gómez de Varea, y cuatro años más tarde nace Francisco, que es bautizado por el presbítero Hernando Alonso el domingo 10 de marzo de 1549, en la parroquial de Santiago, siendo apadrinado por Marcos García Panadero y su segunda esposa Leonor López de Madrid, y Gonzalo Ximénez Maqueda junto con su mujer María Sánchez.

Los padrinos tenían parentesco en común, e incluso eran vecinos del nuevo barrio del Sotollón, que por esas fechas se creaba entre los solares aledaños al camino de Lucena. Gonzalo Ximénez –deudo de Ana– había comprado el 5 de mayo de 1539 a Juan Ruiz de Aguilar, la casa de su residencia, colindante a la de Mateo Sánchez. La relación de amistad se deja entrever en varios documentos de la época, cuando Maqueda dispone sus últimas voluntades, cosa que hace dos veces, a finales de 1552 y a mediados del año siguiente, y en ambas nombra entre los albaceas a su vecino Mateo Sánchez. Una relación parecida mantiene con Marcos García Panadero, ya que su hija Catalina Sánchez estaba desposada con el regidor Francisco Sánchez Solano, sobrino de Mateo.

Mateo Sánchez y Ana Ximénez poseen ya varias hazas y majuelos heredados en distintos puntos del término municipal. Con el paso de los años, los van permutando a la par que adquieren terrenos en una misma zona, que consiguen centralizar en el pago de Huelma.

Sabemos que el 13 de octubre de 1538 –días antes de sus esponsales– Mateo se desprende de seis fanegas de tierra de monte obtenidas de un repartimiento que había hecho el Cabildo municipal entre los vecinos. Ya casado con Ana Ximénez –días antes del alumbramiento de Francisco– el 4 de febrero de 1549, comparecen ambos en las escribanías de Juan Rodríguez, junto con el clérigo Francisco Fernández que les entrega en préstamo diez mil maravedíes al 10% anual, que cargan sobre los productos de una parte de la huerta de las Minas.

Imagen retrospectiva de la desaparecida huerta de las Minas
Cruzada ya la mitad de la centuria, durante el año 1552, Mateo Sánchez y Ana Ximénez venden a censo redimible siete fanegas y media de tierra que poseen en la cañada de Antón Sánchez, en el pago del Prado, en tres partes iguales a varios vecinos de Montilla y Espejo.

Asimismo, Mateo Sánchez tenía en propiedad tres hazas de sembradío junto a la ermita de San Sebastián, de las cuales tenemos constancia que enajena dos de ellas en 1555. Una vende a su cuñado Bartolomé Ximénez, que era de seis celemines de extensión, por el precio de nueve ducados. La segunda la traspasa a Alonso García el Rubio por 193 reales.

Por estos años Mateo Sánchez tiene arrendada la huerta de las Minas al hortelano Francisco Pérez de Baena. El 3 de marzo de 1555 registra en las escribanías públicas, su compromiso de pagarle a éste la parte correspondiente de los productos que Mateo “vendiere el presente año que de la fecha desta carta en mi casa y fuera della de lo que alcance a la renta de lo verde y demás”.

Con el paso del tiempo, la familia Sánchez Ximénez prospera social y económicamente, fruto del trabajo, el esfuerzo y las relaciones públicas de ambos cónyuges. Mateo Sánchez compatibiliza las labores agrícolas con el cargo de Alcalde Ordinario de la villa, para el que es elegido en dos ocasiones, en 1562 y 1571. Por su parte, Ana Ximénez es llamada por la III marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba, para que se ocupara de la educación de su primogénito, Pedro, que nace en Montilla el último día de 1563, y que a la postre será el IV marqués de Priego y I de Montalbán.

El desempeño de la función pública de Mateo Sánchez se advierte en varias escrituras notariales, donde aparece ejerciendo la autoridad municipal. El 14 de abril de 1563 preside un proceso judicial contra Juan Muñoz, Fernando Alemán (vecinos de Córdoba), Andrés Maldonado y Gonzalo Fernández, yerno de la Camacha, que fueron sorprendidos jugando a los naipes y a la raya por el Alguacil Mayor en el mesón de La Camacha el Domingo de Resurrección, incumpliendo así la ordenanza que prohibía los domingos y festivos el juego en lugares públicos, en los horarios de oficios religiosos. Los detenidos fueron llevados a la cárcel y condenados a pagar la multa económica establecida por dicha ordenanza. Ese mismo año Mateo vuelve a comparecer como alcalde ordinario en la declaración de los bienes del difunto Diego Gutiérrez de Celada, a petición de Juan de Vera, tutor de los hijos menores del fallecido.

Portada de la parroquia de San Francisco Solano,
edificada sobre el solar de la casa de
Mateo Sánchez Solano y Ana Ximénez Hidalgo
Ya en su segunda etapa de alcalde ordinario, el 9 de diciembre de 1571, Mateo Sánchez aparece tutelando una demanda interpuesta por Juan Pérez de Antequera, tutor de los hijos menores del difunto Francisco Sánchez Placeres. Como también lo encontramos autorizando la apertura del testamento cerrado que otorgó Francisco Fernández Gallego, el 3 de junio de 1572.

Son años prósperos para la familia, en los que hemos encontrado varios registros que nos revelan la propiedad de otra vivienda en Montilla, aparte del hogar conyugal. De ello nos dan cuenta dos contratos de alquiler otorgados en 1560 y 1564. Ambas escrituras reseñan la ubicación de esta finca urbana, aledaña a las casas del doctor Gabriel Báez, médico muy conocido en el vecindario, ya que incluso su nombre rotuló la calle de su morada durante largos años. Esta noticia nos ha posibilitado situar “las casas” propiedad de Mateo Sánchez en la calle del Peso de la Harina, adyacente a la actual plazuela de la Inmaculada.

Como hacendado y hortelano, en los últimos años de su vida Mateo Sánchez da en arrendamiento a sus hijos el usufructo de su patrimonio, descansando así de las inclementes faenas agrícolas. Hombre profundamente religioso, en sus últimos años de vida tiene la oportunidad de asistir a la primera misa cantada de su hijo fray Francisco Solano. Para ello viaja hasta el convento sevillano de Loreto, donde asiste a la función religiosa celebrada en la festividad de San Francisco de 1576. Este mismo año es nombrado oficial de la cofradía del Santísimo Sacramento, siendo elegido veedor de ella en el cabildo celebrado el 21 de diciembre.

Mateo Sánchez redacta sus últimas voluntades el 2 de mayo de 1579, falleciendo meses más tarde, el día 24 de diciembre, en la víspera de la navidad. El testamento cerrado se abre unas horas después de su muerte, como era costumbre, a solicitud de su primogénito y albacea Diego Ximénez Solano, ya que, entre otras necesidades figuraba en el mismo la celebración de su sepelio, las mandas espirituales de cuerpo presente y el lugar donde recibir sepultura. La apertura del testamento fue verificada por Juan Gómez de Córdoba, alcalde ordinario, y atestiguada por Martín Álvarez, Cristóbal Nieto, Antón Ximénez Hidalgo, Francisco Sánchez Solano y Antonio de Palacios, todos presentes ante el escribano Andrés Capote.

Rúbrica de Mateo Sánchez Solano
 Mateo Sánchez elige ser enterrado “en la iglesia mayor del señor Santiago… en la sepultura donde está mi padre que es junto al púlpito” y su funeral “se haga solemne y […] se me digan por mi ánima una misa de réquiem cantada y su vigilia solemne”. Asimismo, ordena que sus mandas espirituales y obras pías se asignen entre el clero de la parroquial de Santiago y los frailes de San Agustín.

Distribuye sus bienes a tres partes iguales entre su esposa, a la que restituye la cuantía de la dote matrimonial, y sus hijos Diego e Inés, sus legítimos herederos. Da la libertad a sus dos esclavas después de los días de vida de su mujer e hija. Ordena a su hijo Diego que se haga cargo del pago de varias cargas censatarias que tenía contraídas con la renta del producto de la huerta de las Minas. Instituye en la parroquial de Santiago una memoria anual perpetua de misas, aplicadas por su ánima y la de su mujer, para cuyo mantenimiento entrega a su hija Inés “una hazuela de alcacel que yo tengo en término desta villa junto a la Cruz de Aguilar linde con olivar de los herederos de Gonzalo Ramos e con la haza de la iglesia”.

Cuatro días después del funeral de Mateo, el alcalde ordinario Pedro Rodríguez del Jurado ordena hacer un inventario de los bienes del difunto, en presencia de su viuda e hijos legatarios. En los primeros días del año siguiente, los albaceas hacen almoneda de varias prendas y útiles de labranza, para sufragar los gastos del sepelio y mandas testamentarias. Durante el segundo mes de 1580 se valoran y reparten los bienes raíces que dejó Mateo, que incluían: la casa de la calle Sotollón, dividida en dos partes que disfrutarán Ana y su hija Inés, la huerta de las Minas con su arboleda de granados, que será dividida en dos partes, una para compensar la dote de Ana Ximénez y la otra para los dos hijos que disfrutarán del caserío. Aparte, otro dos pedazos de tierra calma, viña y olivar aledaños a la huerta tocarán a Diego junto con un olivar de quince celemines “a la parte de la fuente la higuera linde con el arroyo e con la dehesa nueva” en el camino de Córdoba. Del mismo modo, Inés heredará una aranzada y cuarta de viña en la sierra, más la hazuela de la cruz y puerta de Aguilar.

Los dos hermanos se repartieron los aperos de la labranza y demás minucias de la huerta, y cedieron a su madre el usufructo de los bienes muebles y domésticos existentes en la vivienda familiar. Ambos asumieron el pago de las pequeñas deudas que su padre deja cuando le sorprende la muerte y de las diligencias testamentarias, entre las que se encontraban “veinte reales del mensajero que fue al monasterio de Nuestra Señora de Loreto a avisar de la muerte del dicho Mateo Sánchez a Fray Francisco su hijo”, más otros “cincuenta reales que se dieron al alvino escribiente por ciertos papeles que buscó en casa del difunto”, lo que presupone que ninguno de los hijos conocía la lectura y escritura, a lo que se sumaba la ceguera de la madre.

Portada de la partición de bienes de
Mateo Sánchez Solano, conservada en el
Archivo Parroquial de Santiago de Montilla.
Entre la relación de las pequeñas deudas de Mateo aparecen reseñadas las limosnas (hoy cuotas) que el difunto debía de abonar a las cofradías de las que era hermano, cuyo pago en aquel tiempo se efectuaba a final de año. Así, aparecen consignados “Trescientos diez y seis maravedís a la cofradía de las Ánimas de donde era hermano. / Doscientos y ochenta maravedís que se deben a la cofradía de la Santa Vera Cruz de donde era hermano. / Cuatro reales que se deben a la cofradía de Gracia de donde era hermano. […] Seis reales otros que se deben a la dicha cofradía de las Ánimas de donde el dicho difunto era hermano.”

Lo cual evidencia la devoción que Mateo Sánchez Solano tenía hacia las Benditas Ánimas del Purgatorio, cuya cofradía se había fundado en la parroquial de Santiago en 1528; a la imagen de Ntra. Sra. de Gracia que se veneraba en la iglesia de San Agustín y su cofradía había organizado sus reglas en 1561, y la filiación hacia la Santa Vera Cruz, establecida en su propia ermita desde sus orígenes, en la que además realizaba estación de penitencia la noche del Jueves Santo, revestido con su propia “túnica con su capirote y cordón”, como aparece en el inventario de bienes realizado a la apertura del testamento.

Tras el inventario, se realizó un aprecio de los mismos, donde nuevamente se halla valorada “en Juan Rodríguez Torrijos una túnica con su capirote e cordón en doce reales”, y “rematose en Hernán de Carmona casero de la Vera Cruz una capa negra traída en ocho reales”. Finalmente, las respectivas prendas fueron adquiridas y adjudicadas a su primogénito, Diego Ximénez Solano, quien también asumió el pago pendiente a la cofradía, por lo que es lógico suponer que relevó a su padre en las filas de la Vera Cruz, continuando así la veneración al Santo Cristo de Indias que había llegado a Montilla en 1576, acontecimiento que la familia Sánchez Ximénez a buen seguro presenció en primera persona.

Tampoco hemos de olvidar, que fray Francisco Solano residió en el convento franciscano de Montilla desde el óbito de padre hasta 1583, año en que se traslada a San Francisco del Monte. Después, en 1588 vuelve a su tierra natal para despedirse de su madre, familia y conocidos, ya que unos meses después embarcará para el Nuevo Mundo. ¿Cuántas veces Francisco Solano, acompañado de su padre y hermano, besó los pies clavados del Crucificado de Zacatecas?, ¿influiría sobre su fe y espíritu el Señor de la Vera Cruz para determinar su definitiva partida rumbo a las Indias Occidentales?
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NOTA: La bibliografía utilizada y las noticias históricas reseñadas en este artículo han sido extraídas de la comunicación: Una visión de la familia de San Francisco Solano a través de los archivos montillanos, presentada el pasado año de 2010 en el XVI Curso de Franciscanismo celebrado en Montilla, cuyas Actas fueron publicadas por la Asociación Hispánica de Estudios Franciscanos.