Como es sabido, el indiano Andrés de Mesa –un
montillano enriquecido en sus años de residencia en el virreinato de Nueva
España– a su regreso decidió incorporar al equipaje familiar una de aquellas imágenes
de Cristo crucificado, de hechura portentosa y liviano peso, que los obradores
mexicanos componían a base de caña de maíz empleando técnicas aprendidas de artistas
indígenas; imágenes que tan buen fruto catequético y devocional estaban
logrando en aquellos recónditos territorios donde los misioneros españoles
asumieron la difícil empresa de llevar la fe cristiana.
A su llegada a Montilla, el impacto que causaría en
la población hubo de ser imponente, como la silueta de su figura. Porque hemos
de recordar que fue una imagen de Cristo en la Cruz extraña a los ojos y al
corazón de paisanos y foráneos, la primera de procedencia ultramarina –de tales
dimensiones y características– que llegaba a tierras cordobesas.
La cofradía pronto se apresuró a recibir la donación
del «Santo Cristo» y elevó aquel acuerdo a escritura pública el día 10 de septiembre
de 1576, vísperas de la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Como era
lo propio, los oficiales de la Vera Cruz asignaron la titularidad de la corporación
a la nueva imagen, iniciándose así una relación indisoluble entre el Crucificado
mexicano y Montilla.
Han sido más de cuatro siglos donde los ojos
moribundos del Señor de Zacatecas han conocido a generaciones y generaciones de
nuestros antepasados, quienes le confiaron sus anhelos y secretos, sus
plegarias y penitencias, sus adversidades y gozos. Y a pesar de representar a Jesús
muerto en la Cruz no deja de ser un referente en la historia viva de la piedad
popular montillana, un icono de Dios-Hombre que no deja indiferente a quien lo
contempla.
Además, desde que fue estudiado por el historiador
americanista Antonio García-Abásolo y después restaurado por el investigador y
conservador especializado en la materia Pablo Francisco Amador, el Crucificado
novohispano se ha revelado como una de las obras artísticas más singulares del
rico patrimonio sacro que nuestra ciudad atesora, como lo vienen acreditando últimamente
numerosos trabajos de investigación, estudios académicos y universitarios, gracias
a su original tipología y al buen conocimiento de su pasado.
Como ejemplo, baste recordar su reciente visita al
Museo Nacional del Prado para participar en la exposición Tornaviaje, Arte
iberoamericano en España, celebrada entre los últimos meses de 2021 y los
primeros de 2022, donde fue seleccionada entre poco más de un centenar de obras
de toda la geografía española.
Para ello, es necesario crear un equipo de trabajo que centre sus energías y capacidades en configurar un nutrido programa de actividades en torno a su figura y a la razón de lo que representa.
Este
aniversario puede ser una gran oportunidad de transmitir y divulgar a todos los
ámbitos de la sociedad el amplio universo que envuelve a tan singular Crucificado
que, como ya se sabe, su imán sobrepasa los límites geográficos de nuestra propia
ciudad.
Son muchas las posibilidades que ofrece la ocasión y
aún se está a tiempo de ponerlas en marcha. Para ello hace falta voluntad,
ganas de trabajar, aunar esfuerzos y, cómo no, recursos y patrocinadores. Pero
con fe todo se alcanza.
No dejemos pasar esta gran oportunidad que nos
brinda la Historia y nuestro preciado Titular nos demanda.
*Artículo publicado en la revista Vera+Crux, Año XXI, nº 22, págs. 12-13 (Montilla, Cuaresma, 2024)
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