Se
cumplen dos siglos de la construcción del primer cementerio de carácter
permanente que tuvo Montilla. Como es sabido, este nuevo recinto ocupó el solar
del llano y ermita de la Vera Cruz, además de heredar su nombre. Este proceso,
que se prolongó a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XIX, fue
paralelo a la pérdida de uno de los templos más antiguos y populares de nuestra
ciudad, en una lenta e inexorable agonía cuyos factores y causas sociales coetáneas
contribuyeron a su definitiva desaparición.
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Detalle
del dibujo realizado por Juan Antonio Camacho en 1723 para el alzado del Alhorí
del Duque de Medinaceli sobre las ruinas del Castillo, donde el alarife plasmó
el llano y ermita del Vera Cruz. |
La
ermita de la Vera Cruz ocupaba la parte central de un amplio llano existente
entre la muralla (o cerca) meridional del Castillo-Alhorí y la margen izquierda
de casas construidas entre la cuesta de la Vera Cruz (actual cuesta del
Silencio) y el Valsequillo (actual acceso al colegio Salesiano, nuevamente
reabierto, por la calle San Juan Bosco). Su planta mantenía la orientación
este-oeste, siguiendo la primitiva costumbre cristiana de colocar la cabecera del
templo hacia oriente, al igual que la parroquia de Santiago.
En
el espacio limítrofe al norte, la ermita tenía anexa la casa del santero con un
amplio patio (o corral) cercado y medianero con la muralla del castillo. En su
lado sur, la iglesia abría dos puertas laterales hacia la explanada por la que
se accedía a través de la cuesta de la Vera Cruz y el Valsequillo.
Por
las noticias que hemos recabado hasta la fecha, suponemos que las dimensiones
del templo eran similares a las de la iglesia de San Sebastián. Al igual que
ésta, disponía de tres naves, y tenemos constancia de dos ampliaciones de
calado, una en 1615, y otra en 1714 cuando fue acrecentada la capilla mayor,
indicio de la creciente afluencia de devotos en los siglos barrocos.
Además
de la cofradía de la Vera Cruz
–ramificada en varias hermandades– también tuvieron su sede en la ermita
la Venerable Escuela de Cristo (que se fundará allí en 1671), la cofradía de la
Caridad y la hermandad de Ntra. Sra. de Araceli.
El siglo XIX y la epidemia de fiebre
amarilla
Con la llegada del siglo XIX la suerte de la ermita
cambiaría. En 1800 la fiebre amarilla afloraba en Cádiz, procedente de América.
Para intentar detener la propagación de la epidemia hacia el interior
peninsular las autoridades organizaron Juntas de Sanidad. En Montilla, una de
las medidas preventivas fue ejecutar la Real Cédula de 3 de abril de 1787,
expedida por Carlos III, en la que se instaba a los regidores locales a
construir un cementerio público.
La Junta de Sanidad montillana comisionó para ello a
Plácido de Higueras, Vicario de la ciudad, y al coronel de infantería Francisco
Javier Venegas de Saavedra. En esta época el entorno del Valsequillo se va
despoblando paulatinamente, es por ello que los encargados de buscar un espacio
idóneo donde ubicar el camposanto considerasen “muy oportuno y conforme a las
disposiciones prevenidas en la citada Real Pragmática, tanto por la ventilación
del terreno y su exposición al Norte, cuanto por unir las ventajas de hallarse
separado de la población y al mismo tiempo a una distancia corta que no puede
causar incomodidad al Clero y Pueblo asistentes a los entierros; resultando
también la conveniencia de que la ermita de la Vera Cruz sirva de capilla para
decir el oficio de sepultura y tener el cuerpo presente”[1],
como así lo rubricaron en su informe de 7 de octubre de 1800.
Cuatro años después la epidemia azotó a la población
montillana y la Junta de Sanidad determinó ubicar el cementerio provisional más
alejado de la población, concretamente en unos terrenos colindantes al
deshabitado convento franciscano de San Lorenzo, en cuyo interior se improvisó
un lazareto.
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Vista aérea del
colegio Salesiano (c. 1960) que nos muestra una clara panorámica del edificio y
patio del externado, cuyo perímetro estuvo ocupado por el llano y ermita de la
Vera Cruz
hasta la segunda década del siglo XIX.
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Pasada la epidemia, las condiciones sanitarias de la
población se hallaba en una situación crítica, dado que los “templos y
principalmente la Iglesia Parroquial se hallan atestados de cuerpos, y con tan
pestífero hedor que no solo retraen a los fieles de su asistencia a ellos, sino
que en los casos en que la Religión la constituye obligatoria, o la devoción
les hace pasar por el riesgo de respirar aquella pestilencia, se exponen a las
consecuencias más fatales”[2].
Una vez se colapsaron las sepulturas de las
iglesias, la Junta de Sanidad ordenó en 1805 que los difuntos fueran inhumados
en los patios y corrales colindantes a las ermitas de la Vera Cruz, San Blas,
San Sebastián, San Roque y San José, que pronto quedaron saturados.
Un año después, el vicario Cristóbal Villalba y Lara
daba aviso al Corregidor del escaso espacio libre existente en el patio de Vera
Cruz, y le instaba a adquirir “unos terrenos inmediatos al lado izquierdo de la
expresada ermita, propios de la hermandad de Ntra. Sra. de la Rosa y Cofradía
de las Ánimas”[3]
para ampliar el camposanto provisional. Por el contrario, la Junta de Sanidad
proponía al Vicario que hiciera las gestiones necesarias con la comunidad de
frailes agustinos para que cedieran a tal efecto “el corral grande cercado
propio del Convento de Señor San Agustín de esta Ciudad”[4].
Finalmente, acordaron ampliar el improvisado
cementerio de la Vera Cruz hasta tanto se iniciaran las obras de uno permanente
de mayores dimensiones, que sería financiado a partes iguales por la Fábrica
Parroquial, el Ayuntamiento y el Duque de Medinaceli, como receptor de los
diezmos de la ciudad. Pero la situación económica no era la más favorable y la
inversión comprometida no terminaba de llegar, así que el proyecto se quedó
estancado en las buenas intenciones, lo que prologaría la existencia de la
ermita durante unos años más.
En agosto de 1806 la Junta de Sanidad propuso al
Vicario que, hasta tanto no arrancaran las obras, se utilizaran interinamente
los patios y corrales de las ermitas extramuros de Belén y las Mercedes, opción
que fue desestimada por el alarife público, al comprobar que en la primera de
ellas el terreno era piedra “de tosca blanca dura” y en la segunda el patio era
muy pequeño y tenía un pozo[5].
Finalmente se optó por continuar sepultando a los difuntos en la ermita de la
Vera Cruz “en la parte destechada, en el mismo campo, que ha de quedar cercado”[6].
El cementerio
permanente, primer proyecto.
En diciembre de ese año, la Junta de Sanidad creó
una comisión de “profesores de medicina” compuesta por Francisco de Paula Gómez
Ruiz, José Cuello y Joaquín de Molina y Angulo, para que reconocieran un lugar
idóneo donde ubicar el nuevo cementerio permanente. Después de visitar varias
zonas de la población y exponer sus razonamientos científicos y técnicos,
concluyeron que “en vista de lo cual nos parece que incluyendo el cementerio
actual, el corral de la ermita de la Vera Cruz, tirando una línea desde la
parte baja de éste hasta el Matadero, y de aquí hasta arriba, hasta el camino o
senda que atraviesa a todo el Llano del Valsequillo y que era una calle de la
antigua población, siguiendo lo largo dicha calle hasta la esquina de la referida
ermita, podrá formarse un cementerio que sea capaz con suelo suficiente”[7].
En abril de 1807 la Junta acordó construir el nuevo
camposanto según las indicaciones de los facultativos, confiando para ello al
agrimensor Cristóbal de Baena un proyecto que incluyera mil ciento setenta
sepulturas y “seguidamente se calcule el costo de la pared o cerca de dicho
cementerio, y la habilitación del solar de parte de la ermita de la Vera Cruz,
que está contigua, para dar sepultura a los Eclesiásticos seculares y regulares,
y Religiosas, y aún a los párvulos, y también para el osario”, como establecía
la Pragmática de Carlos III.
En julio de ese año, el Vicario se volvía a dirigir
al Corregidor para que urgiera a los peritos públicos a realizar el proyecto
“lo cual hago presente a V. para que en ningún tiempo se me culpe de oculto en
asunto de tanta gravedad”[8].
Un año después, el Rector de la parroquia, Rafael Sánchez de Feria y Castillo,
retoma las conversaciones con el Corregidor expresándole que hasta la fecha no
se había avanzado en la ejecución de las obras[9],
por lo que cabe pensar que aquel primer proyecto no pasó del papel.
El desalojo de
la ermita y la invasión francesa
Entre tanto, la ermita continuaba en su lento
proceso de deterioro, ante la falta de criterio y actuación. El 8 de enero de
1809, Pedro Antonio de Trevilla, obispo de Córdoba –conocido por sus
convicciones afrancesadas y su oposición a la religiosidad popular– dictaba al
Vicario de Montilla que “extrajese de la hermita de la Vera Cruz que estaba
ruinosa, las Sagradas Imágenes y las trasladase a lugar decente. En la Visita
que he hecho personalmente de aquella hermita he observado con el mayor dolor
la indecencia con que están las Santas Imágenes, y el estado poco Religioso de
la hermita. Para libertar unos defectos de tanta consideración prevengo a Vm. que en toda esta semana disponga la
extracción de las Imágenes, y la demolición de la hermita, dejando las paredes
para que continúe de enterramiento común como lo es ahora aprovechando todos
los materiales a beneficio de la Fábrica Parroquial… dándome aviso de todo”[10].
A lo largo del mes de enero de aquel año el Vicario
ordenó a las hermandades establecidas en la Vera Cruz trasladar las imágenes de
sus titulares, ubicando la mayoría de ellas (Santa Cena, Prisiones, Ecce Homo,
Columna, Zacatecas, Socorro, San Juan, Magdalena) en la Parroquial de Santiago,
y el resto en la ermita de la Rosa (Resucitado y Araceli).
Según un inventario que ha llegado hasta nuestros
días, un mes después, retiraron de la maltrecha ermita el resto “de los bienes
pertenecientes a las Imágenes y Hermita de la Vera Cruz, que se trasladaron a
esta Iglesia Parroquial con licencia del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba en el mes
de Febrero del presente año de 1809, cuyos bienes están en depósito en la
Sacristía del Santísimo”[11].
Esta interesante recopilación nos ofrece un valioso
testimonio, dado que hace referencia a los enseres y ornamentos litúrgicos
existentes en la sacristía, así como el ajuar de los altares de las imágenes.
Igualmente, muchos de los bienes inventariados contienen apostillas, con otro
tipo de letra y tinta, especificando el nuevo destino de aquellos, junto a la
fecha y rúbrica de quien lo efectuó[12].
La ocupación napoleónica se hizo efectiva en
Montilla el día 24 de enero de 1810 “como a hora de las cuatro de su tarde,
entraron los franceses y conquistaron este pueblo de Montilla, más de cuatro
mil de a caballo y de infantería. Estuvieron aquí tres días y tomaron la
posesión. Saquearon y hicieron muchas tropelías así en casas como en las
mujeres”[13].
Los munícipes afrancesados acordaron en cabildo
celebrado el 25 de octubre de ese año iniciar la “construcción de un cementerio
fuera del pueblo” determinando como lugar adecuado “el sitio llamado la Silera
de la Escuchuela que está fuera de poblada a sota viento de los vientos
reinantes en esta ciudad”[14],
sitio que contó con el beneplácito de las autoridades religiosas. Para la
construcción del mismo, al día siguiente, solicitaron al Vicario “los
materiales de la iglesia de la Vera Cruz”. El eclesiástico, a su vez, requirió
la autorización del prelado cordobés a quien expuso la situación del templo en
los siguientes términos: “Con motivo de haber mandado el gobierno francés se
haga cementerio fuera de esta ciudad me propuso el Corregidor necesitaba de los
materiales de la Iglesia de la Vera Cruz; esta ermita está arruinada, y sólo su
capilla mayor sin ruina pero hoy secularizada, y la que tiene el material útil
que me piden… también las paredes de fuera de la Capilla dicha tiene material
útil, y dos puertas que juzgo querrán apropiar alguna de ellas para la puerta
del futuro cementerio”[15].
La respuesta del obispo Trevilla –que el año
anterior había ordenado clausurar el templo– no se hizo esperar: “Convengo
gustoso en que se tomen los materiales de la Iglesia de la Vera Cruz para la
obra del cementerio, que de orden del gobierno se ha mandado construir en esa
ciudad”[16].
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Detalle
del plano a escala alzado por José Mª Sánchez-Molero en 1868, quien sitúa la
ubicación exacta del cementerio de la Vera Cruz y el entorno despoblado del
Valsequillo. |
A pesar de la buena disposición inicial de las
autoridades afrancesadas para construir el nuevo cementerio en la “Silera de la
Escuchuela”, por lo que dejan entrever las actas capitulares de los años de la
invasión, las prioridades del gobierno napoleónico fueron tornando a
necesidades más urgentes, como la ubicación y abastecimiento de tropas, por lo
que el camposanto proyectado parece que no llegó a su fin, a pesar de que en
varios cabildos reiteran la obligación de acometer las obras.
En cuanto a la clausurada ermita, hay autores que
han apuntado a su posible utilización por parte de las tropas napoleónicas de
guarnición en nuestra ciudad. Nosotros no hemos hallado ningún documento que
así lo acredite. De los años de la invasión, tan sólo hemos localizado el
testimonio del alarife público Antonio Benítez, que realizó una serie de
intervenciones en la zona a instancias de las autoridades municipales, que
acordaron en cabildo de 23 de agosto de 1811 la reparación del portazgo y
fortificación de la ciudad “por lo que respecta a las escalas y mojinetes
hundidos y demás obras y reparos que necesiten las murallas por toda su
circunferencia”[17].
Entre los meses de agosto y noviembre el citado
alarife llevó a cabo una serie de intervenciones en el perímetro del llano de
la Vera Cruz y Valsequillo, a fin de flanquear toda la zona y consolidar el
sellado de la ermita para evitar incursiones y expolios, como se deduce de su
“relación jurada, de los gastos hechos en tapar las dos puertas de la iglesia
que fue de la Vera Cruz, con otro portillo que cae al Valsequillo, y igualmente
cubrir las paredes con mojinete, y haber quitado algunos escombros, con su
cerramiento de aldabón, cerraja y llave… en quitar el escombro que había
arrimado a la pared de la Vera Cruz… para componer la pared de la calle de la
Vera Cruz, que linda con el cementerio… con el castillo y zanja a la espalda la
pared de la Vera Cruz”[18].
Examinadas y contrastadas estas noticias, consideramos
que las tropas francesas no ocuparon la ermita, dado el estado de ruina y uso
que presentaba, además de la inmediatez del cementerio provisional cuyas
condiciones de salubridad dejaban mucho que desear, como lo venían denunciando
los eclesiásticos desde años atrás.
En marzo de 1813, ya liberada la ciudad de la
intrusión francesa, continúa imparable el deterioro de la ermita de la Vera
Cruz, cuyos materiales se estaban extrayendo para reutilizarlos en otras obras
públicas de la ciudad. Así lo manifiesta el incidente acaecido entre el
Vicario, Rafael Sánchez de Feria, y el nuevo Alcalde del ayuntamiento
constitucional, Francisco Martín Tinoco, quien había ordenado la saca de
sillares de piedra de la ermita sin la necesaria licencia episcopal. El
eclesiástico no dudó en paralizar la obra hasta conocer las causas y
autorización para ello.
Por su parte, el primer edil alegaba que “las
piedras que se han sacado de las ruinas de la Hermita de la Vera Cruz y se han
aplicado a componer los poyos de la Plaza son el número de diez y ocho, y el
Alarife regula podrán valer de real y medio cada una” a lo que añadía que los
anteriores corregidores habían usado este material sin problema alguno: “y habiendo
advertido que la Ciudad en tiempo de Dn. Miguel de Alvear arruinó dicha Hermita
haciendo la obra que tuvo por conveniente, que Dn. Nicolás de Pineda y otros se
han llevado materiales sin que nadie se los haya opuesto, creí que tampoco se
opusiese nadie a que la Ciudad usase ahora de dichas piedras para el beneficio
del común de vecinos”[19].
A pesar del incidente, el Vicario dudaba de la
tasación que se había realizado a los sillares extraídos, tal cual se lo
comunicaba al Obispo: “Estas piedras que tampoco aprecio merecen en el concepto
del Sr. Alcalde son sillares de tres cuartas en cuadro y más de tercia de
grueso. Más no es del caso su justo valor si no el haber entrado de su propia
autoridad a valerse de ellas, no lo es tampoco que otros hayan hecho semejante
usurpación que nunca cohonesta la suya. La que cita fue hecha en tiempo del
anterior Vicario, y en el del gobierno intruso en el cual la Iglesia estaba en
su mayor depresión”[20].
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Interesante
estampa de la parroquia de Santiago a principios del siglo XX. En primer plano
aparece la fachada sureste del cementerio y la portada de acceso, rematada por
una bella cruz de hierro forjado que hoy corona la cúpula del baptisterio
parroquial. |
Días después, el Vicario volvía a comunicar al
palacio episcopal que el Ayuntamiento había dejado de extraer piedras de la
ermita: “Muy Sr. mío: luego ha apurado el Alcalde constitucional las piedras
que restaban tanto fuera de la hermita que fue de la Vera Cruz, inclusa en el
cementerio provisional, como dentro cesó de sacar de ella los materiales por no
acomodarle los restantes para el fin sin que hubiese producido efecto el oficio
que le pasé”.[21]
Un año después, el mismo eclesiástico comunicaba a
la corporación municipal “que era indispensable que el Ayuntamiento dispusiese
se hiciere la obra de la pared del cementerio de que se habían hundido como
unas doce varas”[22],
lo cual nos indica el deterioro que sufría el saturado cementerio provisional.
Segundo proyecto
y demolición de la ermita
Ante esta situación, la corporación municipal decide
en septiembre de 1816 retomar el proyecto de construir un cementerio permanente
y capaz de cubrir las necesidades de la población. El día 9 de ese mes el
síndico Juan de Luque había presentado un informe donde recogía las quejas del
vecindario “habiendo notado el disgusto general y desconsuelo de las familias,
cuyos individuos se han enterrado en un cercado o corral de la ermita arruinada
nombrada de la Vera Cruz”.
Para ello, volvieron a reconocer el lugar donde “se
principió a construir en el sitio que llaman de la Escuchuela y advertí no ser
apropósito para el caso”. Finalmente, el síndico se decantó por el llano de
la Vera Cruz, como así lo expone: “traté de reconocer otro sitio y hallé que en
el baldío y campo que nombran de la Vera Cruz hay extensión sobrada para la
construcción de un cementerio, que su terreno es proporcionado por profundidad
cuanto según para los enterramientos,
que es sitio bastante ventilado, cercano a la Parroquia, y a una regular
distancia de las casas de los vecinos”. Al mismo tiempo, y al igual que el
primer proyecto, añadía la posibilidad de restaurar la capilla mayor de la
ermita para los servicios fúnebres: “y que al mismo tiempo ofrece la comodidad
y menor gasto para la capilla que debería formarse por poder aprovecharse para
ella la ermita cuasi arruinada de la Vera Cruz”[23].
Tras emitir el informe, en los meses siguientes
pasaron a reconocer el lugar los peritos del Ayuntamiento y una comisión de
médicos, cuya resolución fue rotunda: “hemos visto y confesamos que solamente
puede construirse en el sitio llamado el llano de la Vera Cruz y Valsequillo.
Que no pueden menos advertir que el referido sitio no dista más que treinta o
cuarenta pasos de algunas casas pero es cierto que fuera de él todo el terreno
que le sigue a mucha distancia es desigual muy pendiente y absolutamente inútil
para dicho objeto… En vista de todo lo cual les parecía que incluyendo el
cementerio actual, el corral de la hermita de la Vera Cruz, y todo el llano que
se extiende delante de dicha hermita según el plano adjunto podía formarse un
cementerio capaz con suelo suficiente para hacer los enterramientos profundos y
con separaciones ya para las diversas clases del pueblo, y ya para algunos
años”[24].
Una
vez aprobado el proyecto por el gobierno municipal, se solicitó el beneplácito
del Duque de Medinaceli y del Obispo de la diócesis, quienes contestaron
afirmativamente, en los primeros meses de 1817.
Con
ligeras variantes del proyecto original, el primer cementerio permanente de
Montilla fue una realidad en 1819. La capilla mayor de la ermita no fue
restaurada, como lo manifiesta el informe final emitido por el interventor de
la obra, Francisco Anastasio Panadero: “para dar mayor extensión al dicho
cementerio, y aumentar sepulturas, ha sido preciso escombrar diferentes sitios
de los comprehendidos en el cementerio y señaladamente sacar las ruinas de la
hermita y las de sus cimientos con la de las paredes y reparación de las que
han quedado”[25].
La
descripción precisa del camposanto de la Vera Cruz –también llamado cementerio
viejo– nos la ofrece el historiador José Morte Molina en sus Apuntes históricos, la cual tomamos a la
letra: “Afecta la figura cuadrangular en cuyas paredes están colocadas las
bovedillas. En su dilatada planicie tiene dos cuerpos también con bovedillas y
por toda ella se reparten varios enterramientos. Obstenta en el centro una cruz
grande de piedra. Un pequeño recinto de figura triangular en la parte
posterior y sobre el cerro de la calaveras sirve para huesario. Cuando se edificó
hubo que derribar una ermita que ocupaba parte de la superficie… con el nombre
de la Vera-Cruz, la que con otras casas que tampoco existen ya, formaban una
calle que iba a terminar cerca del Matadero de reses”[26].
Gracias
a la precisión del médico e historiador Luis Mª Ramírez de las Casas Deza
conocemos la inscripción que contenía la portada de acceso al cementerio,
situada a mitad de la calle de subida al castillo, cuyo texto recogemos de su Corografía: “El cementerio es bastante
capaz y está situado cerca de la parroquia, y aunque dentro de la población en
paraje elevado, y sobre su puerta se lee la siguiente inscripción: Se construyó
este cementerio reinando S.M.C. El Sr. Don Fernando VII siendo Duque de Medinaceli
el Excmo. Sr. D. Luis Fernández de Córdoba y corregidor Don Antonio Pimentel y
Valenzuela el año de 1819”[27].
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Construcción
del primer edificio del colegio Salesiano (h. 1905). En primer plano, a la
izquierda, aparece parte del cementerio donde aún se mantienen varias
bovedillas. A la derecha, se aprecia el osario, cercado en triángulo.
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Así
fueron los últimos días de la existencia de una de las ermitas más antiguas de
nuestra ciudad, cuyos imprecisos orígenes se cimentan en la época bajomedieval.
De nada sirvieron las súplicas del predicador franciscano Fr. Francisco de Soto
y Martínez ante los Duques de Medinaceli en los funerales del traslado de los
restos de los marqueses de Priego desde el arruinado convento de San Lorenzo al
nuevo de La Encarnación el día 6 de mayo de 1815, como dejó impreso en su Oración fúnebre: “Notoria es a todos la
necesidad que hay en Montilla de un auxilio poderoso, que restablezca las casas
de Dios. Aún en nuestros cortos días hemos visto venirse a tierra, y acabarse
del todo, o por las circunstancias de tan calamitosos tiempos, o por la falta
de un celoso Nehemías, las ermitas del Santo Cristo de los Caminantes, de Santa
Brígida, y la que en todas partes se venera con particular devoción, que es la
de la Vera Cruz: esto es, fuera de otras de que hay memoria”[28].
Por
su parte, las advocaciones y hermandades originarias de la Vera Cruz procuraron
mantener viva la llama de la devoción a las centenarias imágenes en su nueva
casa, la parroquia de Santiago, a pesar de los recios vientos que soplaron a lo
largo del siglo XIX. Pero eso es otro capítulo de la dilatada historia de esta
antigua cofradía, merecedor de un profundo estudio en el que ya estamos
trabajando.
FUENTES DOCUMENTALES
[1]Archivo
Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Caja 2. Exp. 54A. Actas de la Junta de Sanidad. Año 1800.
[3]AHMM.
Actas Capitulares, 1806. Lib. 107
[4]Archivo
Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Expediente
promovido a consequencia de carta orden del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba mi
señor, sobre los Cementerios, provisional y permanente de esta Ciudad, en
consequencia de las Reales Órdenes, fol. 4v.
[9]Ibíd.,
el expediente contiene cuatro hojas sueltas, [s.n.].
[10]Archivo
General del Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho Ordinario. Sig. 7270/01. Leg.
35. Exp. 5/72.
[11]APSM.
Relación de los bienes pertenecientes a
las Imágenes y Hermita de la Vera Cruz, que se trasladaron a esta Iglesia
Parroquial con licencia del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba en el mes de Febrero
del presente año de 1809, cuyos bienes están en depósito en la Sacristía del
Stmo.
[12]No
hemos entrado a realizar un estudio profundo de este valioso inventario porque
consideramos que requiere un trabajo monográfico, ya que muchos de los bienes
descritos pueden ser localizados en la actualidad. Lo abordaremos más adelante.
[13]Esta
referencia está recopilada de un libro-manual de mayordomía de la cofradía de
Jesús Nazareno, que conserva nuestro paisano Agustín Jiménez-Castellanos, el
cual contiene numerosos apuntes de noticias locales de los siglos XVIII y XIX.
[14]Fundación
Biblioteca Manuel Ruiz Luque (FBMRL). Ms. 63.
[18]AHMM.
Caja 380B, exp. 3. Cuentas: portazgo y
fortificación. Año 1811.
[22]AHMM. Actas Capitulares. Lib. 111. Cabildo de 5 de febrero de 1814.
[23]AHMM.
Leg. 913B, exp. 1. Expediente formado a
instancia del Síndico Personero sobre la construcción del Cementerio. Año de
1816. [s.n.]
[26]MORTE
MOLINA, José: Montilla. Apuntes
históricos de esta ciudad, págs. 72-73. Montilla, 1888.
[27]RAMÍREZ
DE LAS CASAS DEZA, Luis Mª: Corografía
histórico-estadística de la provincia y obispado de Córdoba, T. II, pág.
339. (edición de 1986).