Se
cumple este año el IV centenario de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega y
de Miguel de Cervantes, eminentes hombres de letras que dejaron en su obra patente su amor por los caballos. Del autor
del Quijote baste recordar que fue el padre de uno de los alazanes más famosos
de la literatura universal: «Rocinante», al que el hidalgo de La Mancha "cuatro días se le pasaron en imaginar que nombre le pondría... y así después de muchos nombres que formó borró y quitó, añadió, dezhizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo". Y sobre él cabalgó Alonso Quijano durante su delirada vida de aventuras creyendo que "ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban".
Pero
la realidad del caballo andaluz estaba más cercana. Córdoba, cuna de la familia
Cervantes, será la ciudad elegida por el rey Felipe II para crear una nueva estirpe
de caballos, que a la postre será conocida como la Pura Raza Española. Así, en
1567 el monarca disponía todo lo necesario para comenzar este proyecto, en la
pretensión de aumentar la calidad morfológica de la especie hasta alcanzar el
caballo perfecto, un animal imprescindible en aquella época, no sólo para el
paseo, la agricultura o el transporte, sino también para la guerra, cuyo
escenario era una constante en el devenir de la Monarquía Hispánica de los
Austrias.
Caballerizas Reales de Córdoba, mandadas construir en 1567 por el rey Felipe II. En ellas se gestó el caballo de Pura Raza Española. |
Al
año siguiente se comenzó a construir el edificio de las Caballerizas Reales y
se designaron las dehesas de Córdoba la Vieja y las Gamonosas, entre otras,
para alimentar las más de mil doscientas cabezas de yeguas y sementales que
adquirió la Corona de las ganaderías más afamadas de la nobleza andaluza. El
cordobés Diego López de Haro, familiar de la Casa del Carpio, tuvo la gloria y
el desvelo de ser el primer Caballerizo Mayor nombrado por el Rey Prudente, que
será el precursor de la cría caballar y remonta.
Por
aquellos lustros ya eran famosas las caballerías del Marqués de Priego “y fue
siempre su casa señalada en hacer criar los mejores caballos de España, para
servir con ellos a sus reyes”. Por ello, es lógico pensar que el Señor de
Montilla aportara parte de aquellos primeros équidos de las razas ibérica,
bereber y árabe sobre las que se fundamentara la estirpe del Caballo Español.
Para
conseguir tales ejemplares, los capitulares del Concejo montillano elaboraban cada
año por el mes de febrero un censo de las yeguas existentes en el término
municipal, y en marzo organizaban un concurso hípico donde una comisión
compuesta por regidores y albéitares que elegían varios corceles de los
presentados por los vecinos hijosdalgo de la villa. De aquellos, seis eran los
escogidos sementales para fecundar a las veinticinco yeguas que habitaban cada
una de las serenas dehesas de Piedra Luenga, Santa Cruz, el Carrascal, el
Prado, las Lagunillas y Panchía.
En
1579 resultará elegido “el caballo castaño de Garcilaso de la Vega, dos pies
calzados y una lista en la frente… de edad de cuatro años” que le fue asignada
la dehesa “del Carrascal”.
Según
el diplomático e historiador Raúl Porras Barrenechea “La apacibilidad del
ambiente montillano es únicamente interrumpida por el trote alegre de los
caballos en las calles de la villa. Garcilaso es, desde su niñez en el Cuzco,
un amante del arte de la equitación. En Montilla acendra esta afición de tan
pura cepa andaluza. […] Sabrosa y directa erudición equina, que habría de
relucir más tarde en La Florida y en
los Comentarios Reales, al describir
con delectación los caballos de la conquista y de las guerras civiles.”
El
mestizo Garcilaso de la Vega, antes llamado Gómez Suárez de Figueroa, había
nacido en Cuzco en 1539, siendo hijo del capitán español Sebastián Garcilaso de
la Vega y la
princesa inca Isabel Chimpu Ocllo. Con 21 años, por expreso deseo de su padre,
se traslada a España para continuar con sus estudios. Finalmente se establece
en Montilla en 1561 al amparo de su tío paterno, el capitán Alonso de Vargas.
Casa del capitán Alonso de Vargas, tío de Garcilaso de la Vega. En ella vivió el Inca treinta años y construyó una caballeriza. |
Si
trajo consigo la pasión por la hípica del Virreinato del Perú, en la solariega
casa de su tío Alonso desarrollará esta antigua afición, pues a poco de residir
en ella el joven mestizo construyó unas caballerizas a su costa, convirtiéndose
en un acreditado criador de caballos, como declaran los vetustos legajos que
guardan la historia montillana.
No
es de extrañar que Garcilaso fuera animado por su tío Alonso, ya retirado de la
milicia imperial, colmado de experiencias y conocimientos ecuestres, pues el
viejo Capitán había pasado su vida como jinete al servicio de la Caballería Real
de Carlos V y Felipe II, a los que acompañó en sus viajes a los feudos del
Sacro Imperio a lomos de aquellos admirables corceles que inmortalizaran los
pinceles de Tiziano y Rubens.
Pero
Garcilaso no sólo había heredado la genética castrense de sus mayores, sino que
también la literaria. «Con la espada y con la pluma» reza la leyenda que orla
su blasón nobiliario. Y así, llenará el vacío de las horas en la inquietud de cultivar
su intelecto al pupitre de los mejores teólogos, ascetas y humanistas moradores
del colegio de los Jesuitas y los conventos montillanos, maestros y amigos que
le despejaron el sendero de las letras y le animaron a traducir y a escribir la
vieja historia del Nuevo Mundo, desconocida hasta entonces en Europa.
En 1591 Garcilaso se trasladará
a Córdoba, donde toma los hábitos clericales, completa sus estudios y publica
su última obra, la Historia General de
Perú. Allí muere en 1616 siendo enterrado en la privilegiada capilla de las
Ánimas de la mezquita-catedral, a orillas del Guadalquivir y a escasos metros
de las Caballerizas Reales, por cuyo entorno pasearía durante su ocaso cordobés
añorando su mocedad montillana al contemplar y disfrutar de la cría y doma de
aquellos primeros caballos que los siglos bautizaron de Pura Raza Española.
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