Al hilo del
artículo anterior, en el que tratamos la veneración de la que gozó el Cristo de
la Yedra en las postrimerías del siglo XVII y toda la centuria siguiente
gracias a la Congregación del Espíritu Santo, vamos a continuar profundizando
en el pasado de este singular Crucificado que recorre las calles montillanas la
mañana del Viernes Santo.
En esta
ocasión, para conocer los orígenes del Santo Cristo de la Yedra nos
adentraremos en los años de la fundación del Colegio Jesuita en Montilla y la
implicación que tuvo en los prolegómenos de aquel acontecimiento Jerónimo de la
Lama «el Ayo», a quien la II marquesa de Priego confió la tarea de asentar a
los Jesuitas en el antiguo hospital de La Encarnación, personaje a quien está
intrínsecamente ligada la hechura del Crucificado, según evidencian los
documentos que hemos utilizado.
Por ello,
antes de ocuparnos de la veneración y vicisitudes que rodearon al Santo Cristo jesuítico,
cabe preguntarse quién fue «el Ayo» y su relación con la noble Casa de Priego y
sus circunstancias históricas, donde coincidió con la figura esencial del
Maestro Juan de Ávila.
El nombre completo del Ayo –como
era conocido entre los montillanos– era Jerónimo Fernández de la Lama y Flores.
Castellano de cuna, nace en Segovia hacia el año 1500, fruto de una relación
extramatrimonial de la hidalga Juana de Flores con Gabriel Fernández de la Lama
y Suazo, regidor de Segovia y Maestresala del rey Enrique IV de Castilla
(hermano mayor de Isabel la Católica). En su adolescencia fue mayordomo del Obispo
de Córdoba y de ahí pasó al servicio de la II marquesa de Priego, ya viuda del
III conde de Feria, que lo designó preceptor de su primogénito, D. Pedro
Fernández de Córdoba y Figueroa[1].
En 1535 Jerónimo de la Lama fue
armado Caballero de la Orden de Alcántara, y en 1543 recibe la encomienda alcantarina
de la puebla de San Juan de Toro (Zamora), en el Reino de León. Tras la repentina muerte del IV
Conde de Feria, ocurrida en agosto de 1552, el Ayo quedará por consejero y curador
de la marquesa Dª Catalina. Es por ello que la noble montillana le confiara la
gestión de la reforma del antiguo hospital de La Encarnación para adecuarlo a
residencia jesuita, así como para la edificación de la primitiva iglesia, ejecutada
entre los años 1555 y 1558.
La gran afinidad que se fraguó
entre los primeros Jesuitas y el Comendador fue clave para que éste decidiera
construir una capilla y sepultura propias en el edificio de la calle Corredera.
Con la autorización de la marquesa, la capilla fue alzada contigua y paralela
al nuevo templo, con el que se comunicaba a través de un pequeño arco[2], quedando
ubicada entre la iglesia y la sacristía. Debió estar en pleno uso en 1560, como
atestigua el cáliz manierista de plata labrada realizado para el uso litúrgico
de la misma y que aún se conserva en la Parroquia de Santiago. La valiosa pieza
está profusamente decorada con motivos pasionistas y contiene en su basamento
el escudo de armas de Fernández de la Lama y una leyenda que dice: «A/1560/MAN-DOLO-HAZER-ELCO-MEN-DA-DOR»[3].
Como es razonable, el Comendador
ornamentó la capilla (única en la iglesia) con los bienes y enseres necesarios
para el rezo y el culto litúrgico. Según la documentación manejada (que se
expone más adelante), el Santo Cristo de la Yedra estaba ubicado en aquella
capilla, por lo que no deja lugar a dudas considerar a Jerónimo de la Lama como
persona que adquirió la hechura del Crucificado, con destino a presidir el
altar de la que habría de ser su tumba, y que en adelante será usada como
capilla sacramental por los Jesuitas.
Como relacionamos en el artículo
anterior, la imagen guarda analogía con el taller del artista flamenco Roque
Balduque ocupado por esos años en la construcción del retablo del Sagrario de
la Parroquia de San Juan Bautista de Marchena, lugar donde pudieran haber
coincidido el escultor y el Comendador, ya que en esta villa residía Dª María
de Toledo, hija de la marquesa de Priego y esposa del II Duque de Arcos, Luis
Cristóbal Ponce de León, señor de aquella población y patrono de sus iglesias. Además,
hemos de recordar que Dª María de Toledo fue la fundadora del Colegio de los
Jesuitas de Marchena (también llamado de La Encarnación), cuyas obras
comenzaron en 1556.
Jerónimo de la Lama fallece en
1567. En sus últimas voluntades legó a los Jesuitas parte de sus bienes y un
sustancioso donativo, como recoge el libro de la fundación del Colegio de
Montilla, que se conserva en la Biblioteca Nacional de España: “Es digno de
memoria en esta obra el Ilustre Caballero Hierónimo de la Lama Comendador y ayo
que fue del Ilmo. Conde don Pedro hijo mayor de la marquesa el cual con el
grande amor y afición que tuvo a la Compañía ayudó grandemente a la fundación y
obra de este Colegio y como era administrador de la hacienda de la Marquesa y
fiaba mucho de él pudo ayudar mucho en esta parte; y así lo hizo todo el tiempo
que vivió, el cual está enterrado en la capilla que está junto a la sacristía;
dejó a este Colegio en su testamento su tapicería y 200 ducados con muchas
muestras del grande amor que en vida tuvo a la Compañía, por el cual debe este
Colegio hacer memoria en sus oraciones y sacrificios como a tan benefactor de
él. Murió este caballero el año de 1567”[4].
Otro aspecto que no debemos
olvidar es la familiaridad existente entre Jerónimo de la Lama y San Juan de
Ávila, ya que ambos fueron consejeros de Dª Catalina y de sus descendientes, en
lo temporal y en lo espiritual, como lo dejó escrito su coetáneo el franciscano
Francisco de Angulo: “Tenía la Marquesa dos consiliarios hombres de gran valor,
el uno el ayo Hierónimo de [la] Lama caballero noble y comendador de S. Juan, y
el otro el Maestro Juan de Ávila religiosísimo por extremo. El primero
gobernaba la hacienda y también, que era llamado comúnmente Padre de todos, y
aun la misma Marquesa que se halló conmigo a su muerte me dijo que la sentía
mucho porque había sido padre de sus hijos. El segundo le predicaba y trataba
las cosas de su conciencia, espíritu y oración, para prueba de la gran virtud
de entre ambos no es menester otro testimonio sino que con haber sido el uno
señor absoluto de toda la hacienda y estado por muchos años murió más pobre que
cuando lo tomó a cargo. Y el otro que si quisiera algo la medida fuera su boca
acabó contento con el día y vilo en una pobre celdilla”[5].
La amistad existente entre ambos
“consiliarios” quedó patente en la memoria del vecindario, que confiaba sus esperanzas
al Santo Cristo ante adversidades tales como epidemias y sequías, como reflejan
las actas del Concejo y de la Congregación en los siglos XVII y XVIII.
Los primeros testimonios de
rogativas los encontramos en la epidemia de peste acaecida entre 1648 y 1651.
En enero del último año los capitulares del concejo montillano deciden “hacer una fiesta solemne con misa y
sermón y música a el Santo Cristo que está en la iglesia de la Compañía de
Jesús en la capilla que dicen del ayo donde hacía su oración el santo padre
maestro Ávila, y no se ha cumplido con esta promesa conviene cumplirla y dar
gracias a nuestro Señor que hizo merced a esta ciudad de librarle del contagio
y espera que lo hará en adelante usando de su misericordia…”[6].
Como manifiesta este revelador
testimonio, uno de los primeros devotos del Crucificado fue el propio maestro
Juan de Ávila, residente en el Colegio jesuita durante varias temporadas en sus
últimos años de vida, y gran amigo del Comendador. No es de extrañar que tanto
el Maestro Ávila, como otros muchos sacerdotes se retirasen a ejercitar sus
oraciones personales ante el Santo Cristo, máxime cuando a los pies de la Cruz
se hallaba la urna sacramental que custodiaba el pan consagrado y, por tanto,
la presencia real de Dios. En referencia a ello, tomamos el relato del
historiador Fco. de Borja Lorenzo Muñoz: “El referido Señor de la Yedra, es una
Sagrada imagen de Ntro. bien Jesucristo pendiente del Sacro Santo Madero de la
Cruz, estaba en capilla propia de los Regulares, en ella fundaron una
Congregación de (...). Y servía con fervor y devoción, su Majestad favoreció a
cuantos contritos le claman y ha hecho muchos portentos y milagros, habiendo
tradición de haberle hablado a distintos de sus siervos”[7].
Nuevos tiempos de sequía y estío
amenazaban a los montillanos, por ello el Concejo de Justicia y Regimiento
solicitaba a los Jesuitas la celebración de rogativas para que el Crucificado
intercediera a favor de la población. Así volvió a suceder en marzo de 1683,
cuando los capitulares acordaron solicitar “por los justos juicios de Dios
Nuestro Sr. se adelantado el agua y de presente hace suma falta a los panes y
sembrados y para que nuestro Sr. se apiade de nosotros el Colegio de la
Compañía de Jesús desta ciudad con el piadoso celo que acostumbra deseamos se
saque en procesión a el Santo Cristo de la Yedra del dicho Colegio a la Iglesia
Mayor de esta ciudad el domingo que viene que se contarán veinte y ocho del
corriente por la tarde a cuya procesión esta Ciudad a de asistir con sus luces”[8].
Firma ológrafa de Jerónimo
Fernández de la Lama y Flores (1500? – 1567),
Ayo del IV Conde de Feria, Caballero y Comendador de la Orden de Alcántara.
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Del mismo modo, existen noticias
de las rogativas que se hicieron al Cristo de la Yedra ante los meses áridos
padecidos en el invierno y primavera de 1698, durante los cuales se celebraron
dos novenarios en el mes de mayo, el primero sufragado por la Congregación del
Espíritu Santo y el segundo por el Ayuntamiento. Para la celebración de estos
cultos extraordinarios “el Secretario de la Congregación fue de
parecer, que se pidiese licencia al Padre Rector (que era el P. Francisco de
Vides) para que el Sto. Xto. se colocase en el altar mayor” y una vez
concluidos fue “colocado en su altar, y todo él y la capilla compuestos para
hacerle fiesta el día siguiente”. Según describe el secretario de la
Congregación, durante todo el mes de mayo no dejó de llover “se mejoraron los
campos, y aseguró la cosecha”[9].
En 1703, ante la inclemente
sequía padecida, se volvió a implorar la lluvia al Crucificado, se organizó un
novenario de misas de Pasión y otras tantas misas votivas cantadas que se
prolongaron entre los días 11 y 31 de mayo. Para la ocasión “la Congregación del
Espíritu Santo pidieron al Padre Rector de este Colegio que el Sto. Xto. de la Yedra se colocase en el
altar mayor, y habiendo este consultado con los Padres, vino en que se
colocase, y así se hizo. […] En dichos días estuvo el Señor (el Sto. Xto.)
descubierto por la mañana, tarde, y noche hasta las 8, o 8 y media, se rezaba
el Rosario, y Letanía mayor. Y el día 31 del mismo mes se volvió a colocar en
su capilla, y el viernes, 1º día de junio, se le hizo fiesta en ella”[10].
Dado el gran fervor que impregnó en
la población, los Jesuitas decidieron colocar al Cristo de la Yedra en la
iglesia de forma permanente y así acercarlo más a los devotos y congregantes.
Como ya indicamos en el anterior artículo, entre 1703 y 1706 se construyó un
excelente retablo barroco que ocuparía el privilegiado colateral de la epístola
en la capilla mayor. El mismo año de su nueva ubicación las autoridades locales,
ante la falta de lluvias, vuelven a solicitar a los Jesuitas unas rogativas con
la celebración de una fiesta de misa y sermón al Crucificado[11].
Ya entrado el siglo XVIII, en
abril de 1734 los montillanos volvieron a solicitar la intercesión divina del
Cristo de la Yedra para hacer frente a la endémica sequía que asolaba la
campiña cordobesa. En esta ocasión el Crucificado salió en procesión por las
calles de la ciudad, a solicitud de “Dn.
Juan de Pineda, Corregidor, Dn. Josef de Herrera Quintanilla, Contador Mayor, y
otras personas, con grande instancia pidieron, que el día siguiente sacásemos
el Sto. Xto. en la Doctrina ;
y habiendo parecido conveniente el concederlo, se determinó, que sin alguna de
las formalidades de Procesión, y sin que se permitiesen ir nazarenos, ni otros
con públicas penitencias, saliese la Doctrina en la misma forma que siempre, y se
llevase el Señor cerrando la
Doctrina : y así se ejecutó, yendo en el último tercio de ella
1º el estandarte de la misma Doctrina, que llevaba el Corregidor, acompañado
del Contador, y Capitulares. […] Así se hizo esta Doctrina, día 11 de abril,
con gran concurso de todos el pueblo: y concluida, se volvió el Señor a poner
con las andas al lado derecho del altar mayor, donde estuvo con luces hasta la
mañana del jueves 15, y cerca de medio día se restituyó a su altar”[12].
Al mismo tiempo que tenían lugar
estos cultos extraordinarios de misiones populares y rogativas, el Cristo de la
Yedra gozaba de varias fundaciones y memorias religiosas perpetuas dotadas por
devotos particulares, que legaron al Crucificado ignaciano parte de su
patrimonio para el cumplimento de sus intenciones.
Así, hallamos en noviembre de
1667 en el testamento de Antonio
de Aguilar Cabello, alcalde ordinario de Montilla y fundador del Colegio de la
Concepción, una cláusula que
recoge el deseo de fundar
“otra fiesta solemne con su misa y música que se ha de decir en la capilla y altar del
Santo Cristo que está en el Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad en
uno de los días de Pascua del Espíritu Santo de cada un año perpetuamente para
siempre jamás lo cual se a servir si se pudiere en el siguiente día de
Pascua referida y a de asistir como dicho es la música de cantores y el dicho
nuestro heredero ha de pagar al Colegio de la Compañía de Jesús en cada
un año perpetuamente para que más bien se cumpla dicha fiesta”[13].
Año de 1940, el Cristo de la Yedra por la Puerta de Aguilar nos recuerda una de las estampas típicas del Viernes Santo montillano, donde aún era procesionado sobre sus primitivas andas. |
Otra importante dotación fue
fundada por Dª María de Rojas,
vecina de la calle Escuelas, en junio de 1673, donde asienta en escritura pública su voluntad de: “Que por cuanto para más bien servir a Dios Ntro. Señor y que vaya en aumento de su culto divino ha sido y es voluntad de dotar una
misa cantada con su música perpetua para siempre jamás que se ha de decir en el
altar del Santo Cristo crucificado que está en la iglesia del Colegio de la
Compañía de Jesús de esta ciudad en su capilla el último día de los siete
Reviernes por cuya limosna se ha de dar y pagar a el dicho Colegio cien ducados por una vez”[14].
Una tercera
obra pía será instituida en enero
de 1734 gracias a la viuda Dª Catalina de Toro, vecina de la calle Aleluya, que
donó “una hazuela de tres celemines y medio de tierra libre de censo en el
sitio de la cañada del corral arrimado a las casas de la salida de la calle
Melgar, la cual mando al colegio de la Compañía de Jesús desta ciudad con la
previa condición y calidad que dicho colegio ha de tener obligación todos los
años de hacer decir por mi ánima e intención en el altar del Santo Cristo de la
Yedra que se venera en dicho colegio una misa de réquiem cantada en el día de
la conmemoración de los difuntos”[15].
Al igual que los devotos antes
citados, el Santo Cristo de la Yedra recibió numerosos donativos de los montillanos
a través de sus mandas testamentarias, unos destinados a la
conservación de su altar y capilla o a colaborar en el pago de su nuevo
retablo, y otros para el consumo de la cera en sus cultos o el aceite de su
lámpara; cuyas citas literales de tales disposiciones omitiremos por motivos de
espacio.
En el siguiente artículo
trataremos sobre el «santo Crucifijo del Maestro Ávila», también llamado
«Cristo del Perdón», y la confusión creada a partir de las imprecisas noticias
y conjeturas ofrecidas por el jesuita Bernabé Copado en su libro La Compañía de Jesús en Montilla (Málaga,
1944), que –como ya anticipamos– atribuyó la propiedad del Cristo de la Yedra
al Maestro de Santos. Como evidencia la documentación presentada en este
estudio, el origen e historia del Crucificado que recorre las calles
montillanas la mañana del Viernes Santo difiere de tales versiones.
*Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, abril de 2016.
[1]
Archivo Histórico Nacional (AHN). OM-CABALLEROS ALCANTARA, Exp. 771.
[2] A la
llegada de los Franciscanos, en 1796, fue denominada “capilla de Los Terceros”.
Según un inventario de 1914 su planta rectangular tenía unas medidas de 15,5
metros de largo por 4 de ancho, y poseía tres altares.
[3]
Varios son las incógnitas que guarda el cáliz en su ornamentación a buril. En
la base exhibe tres «T», ¿en referencia a los Terceros franciscanos o a los
Teatinos jesuitas? Además, durante la sesión fotográfica que mi buen amigo
Rafael Salido ha efectuado a la pieza, hemos detectado bajo el anillo estriado
existente en el basamento una inscripción oculta por un rayado sucesivo, la
cual hemos conseguido descifrar. El resultado ha sido otro nombre: «ANDRES
PEREZ DE BUENROSTRO», ¿un posible orfebre o hace alusión al canónigo arcediano
de la Catedral de Córdoba, coetáneo del Comendador?
[4]
Biblioteca Nacional de España (BNE). Libro
del origen y principio deste Colegio de Montilla y de las cosas dignas de
memoria que en él han sucedido, y en el discurso de los tiempos fuere
sucediendo lo qual ordena así la santa obediencia para consuelo de los
presentes y venideros y para otros santos fines. Comenzose a escribir a ocho de
Noviembre de 1578 años. Mss/8812.
[5] ANGULO, Fr. Francisco de: Fundaciones
de
los conventos de S. Esteuan de Priego y de Sant
Lorenço de Montilla. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque de Montilla
(FBMRL). Ms. 313, f. 199v.
[7] LORENZO MUÑOZ, Francisco de Borja: Historia de la M.N .L. Ciudad de Montilla.
Año 1779. (FBMRL). Ms 54, pág. 45.
[10] Ibídem.
[11]
AHMM. Libro 20, fols. 71 v - 72 r.
[12] BNE.
Op. cit.
[13]
Archivo Notarial de Protocolos de Montilla (ANPM). Escribanía 5ª. Leg. 245, f.
773.
[14]
ANPM. Escribanía 7ª. Leg. 1235, f. 654.
[15]
ANPM. Escribanía 5ª. Leg. 891, fols. 9 v – 10 r. [Año 1734].
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