jueves, 16 de marzo de 2023

LA IMAGEN DEL SANTO CRISTO DE ZACATECAS EN LA SEMANA SANTA DE MONTILLA*

La Semana Santa es una de las manifestaciones populares vivas que tienen su origen en el bajo medievo, su desarrollo y plenitud en la Edad Moderna y un importante declive con la llegada del Nuevo Régimen, donde sus ceremonias, costumbres y tradiciones se vieron rechazadas –cuando no prohibidas– por ciertos sectores de la sociedad y la clase política a lo largo de los siglos XIX y XX.

No obstante, a pesar de tal oposición y censura, la religiosidad popular continuará latente en el corazón de amplias capas de la sociedad contemporánea, como se evidencia en la actualidad.

Montilla es una ciudad de la provincia de Córdoba que hoy en día cuenta con doce cofradías que realizan estación de penitencia en la Semana Mayor. Al igual que la mayoría de las poblaciones de la geografía andaluza hunde sus raíces cofrades en el siglo XVI, donde a mediados de la centuria ya aparece plenamente establecida la primitiva cofradía de la Santa Vera Cruz, que efectuaba una procesión de sangre durante la noche del Jueves Santo portando un Cristo Crucificado y una Dolorosa.

Las ideas humanistas europeas y las disposiciones contrarreformistas aprobadas en el Concilio de Trento (1563) incentivarán el culto y veneración de imágenes y reliquias, a fin de acercar a los fieles la humanidad de Dios a través de la vera efigies de Jesucristo y la Virgen. Estos nuevos fundamentos pronto calarán en la piedad popular montillana gracias a las órdenes regulares ya establecidas en la entonces villa, esencialmente los franciscanos (1512) y los agustinos (1520).

Fruto del fervor despertado por estas corrientes teológicas, en el último tercio del siglo XVI se erigen dos nuevas cofradías penitenciales, la Soledad y Angustia de Nuestra Señora (1588) y la de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén (1590). Ambas se asientan en el convento de San Agustín, donde los frailes recoletos les cederán terrenos para la construcción de capillas propias y acogerán sus cultos anuales y ritos penitenciales del Viernes Santo.

En pleno barroco, durante el siglo XVII se fundarán dos nuevas cofradías pasionistas. En 1625 –período de plena ebullición inmaculista en Andalucía– nace la cofradía de Nuestra Señora de la Limpia Concepción y Cristo en la Oración del Huerto, auspiciada por los hermanos de San Juan de Dios, que construirá asimismo capilla propia en la iglesia de la orden hospitalaria dedicada a Ntra. Sra. de los Remedios. La cofradía recogerá al detalle en sus constituciones el guión procesional que debían observar en su estación la tarde del Miércoles Santo.

En 1668 aparece una nueva cofradía, fruto de la escisión de la Soledad y Angustia de Nuestra Señora. A partir de entonces, la antigua cofradía llevará por nombre «Ntra. Sra. de las Angustias y Cristo amarrado a la Columna» y la recién creada –que renovará sus imágenes titulares– se denominará en adelante «Ntra. Sra. de la Soledad y Santo Entierro de Cristo», asumiendo ésta la organización del acto del Descendimiento de la Cruz antes de su salida procesional la noche del Viernes Santo.

Así las cosas, de este modo quedará configurada la Semana Santa de Montilla durante la Edad Moderna, con algunas incorporaciones de pasos de la pasión de Cristo en los cortejos procesionales que, con el devenir de los años se irán nutriendo de elementos y componentes barrocos.


El Cristo de Zacatecas, titular de la Vera Cruz y de la Escuela de Cristo

Tras este breve paseo histórico por la génesis y evolución de la Semana Santa local, nos vamos a centrar en la imagen del Cristo de Zacatecas y su significación en la propagación devocional de la pasión, muerte y resurrección de Cristo entre la población montillana, en general, y en la cofradía de la Vera Cruz, en particular.

Y decimos esto porque la primitiva corporación penitencial experimentó un auge sin precedentes desde que recibió en donación al Cristo novohispano, que vino a sustituir a un anterior Crucificado de menores dimensiones. A partir de entonces, la cofradía crecerá en número de hermanos y devotos, y comenzará a incrementar su guión procesional con la incorporación de nuevos pasos, tales como el Señor en la Santa Cena, en su Prendimiento, Ecce Homo y Amarrado a la Columna, además del apóstol San Juan y la Virgen dolorosa del Socorro, que completaron en pocos años la iconografía de la pasión y muerte de Cristo en el cortejo del Jueves Santo. A la par, la cofradía adquirió una imagen de Cristo Resucitado y organizó la procesión del Domingo de Pascua.

Debido a este constante aumento, la cofradía se verá obligada a reedificar su casa y ermita homónima en 1614, cuya ampliación consistió en ensanchar el antiguo templo de una a tres naves, y obtener así el suficiente espacio donde ubicar altares para las imágenes adquiridas en aquellas décadas, así como para albergar al más de medio millar hermanos que en esos años alcanzaba su nómina.

Como apuntábamos arriba, la llegada del Cristo de Zacatecas a Montilla marcó un antes y un después en la piedad popular de la población, pues la singular imagen realizada en caña de maíz era la primera de esta tipología que arribaba a tierras cordobesas procedente del lejano virreinato de Nueva España.

Fue donada por el regresado indiano Andrés de Mesa, que formalizará la entrega ante escribano público el día 10 de septiembre de 1576, vísperas de la festividad de la Exaltación de la Cruz.

Mesa había partido para las Indias en 1564, donde parece que se dedicó al comercio. Hubo de tener bastante éxito en sus actividades mercantiles y sociales, en vista al buen casamiento que hizo en la Ciudad de México con doña Francisca Cortés, quien se declaraba nieta del conquistador Hernán Cortés.

De vuelta a su tierra natal, junto a su familia y enriquecido, como recuerdo de su etapa indiana decide traer consigo una gran imagen de Cristo Crucificado que legará a la cofradía de su devoción, como recoge en el preámbulo de la escritura notarial: “digo que por quanto mi voluntad a sido y que es muchos años de ser hermano y cofrade de la cofradía y hermandad de la Santa Vera Cruz de esta villa de Montilla y con esta mi voluntad yo he residido en las Indias algunos años y de ellas yo truxe una hechura de un Xpto para que esté y se ponga en la casa y iglesia de la dicha cofradía de la Santa Vera Cruz desta dicha villa”.

Asimismo, la donación llevó aparejada una serie de condiciones, entre las que cabe destacar la admisión como hermanos a su familia y descendientes, y la preferencia sobre el resto de cofrades para portar el «Santo Cristo» en las procesiones que la corporación pasionista organizara en adelante, privilegios que mantuvo su descendencia hasta mediados del siglo XVIII.

Esta donación supuso una gran relevancia social para el linaje «Cortés de Mesa», como se hicieron llamar en adelante, a la par que les reportó una destacada popularidad entre el vecindario, que observaba pasivamente cómo en la villa se hacía familiar el término “reinos de Indias” pues por esos lustros se había establecido en ella el mestizo Inca Garcilaso de la Vega, bajo la protección de su tío el capitán Alonso de Vargas; e igualmente embarcaba para el virreinato del Perú el franciscano Francisco Solano, misionero montillano que alcanzará la santidad y el sobrenombre de «Apóstol de América».

Durante los siglos XVII y XVIII el Cristo de Zacatecas será una de las imágenes más veneradas en Montilla. Muestra de ello son las diversas ocasiones que fue solicitada la salida extraordinaria de la imagen por las autoridades locales, con motivo de la organización de rogativas ante la falta de lluvias y otras necesidades.

Este fervor religioso también fue transmitido de manera personal e íntima, como se refleja en los numerosos donativos y legados píos remitidos al Crucificado Indiano a través de mandas testamentarias, o con la fundación de capellanías y memorias laicales, que redundaron en la celebración frecuente de misas ante su altar por el sufragio de aquellos difuntos que le habían venerado en vida.

Asimismo, por mediación de los observantes franciscanos del convento montillano, en la ermita de la Vera Cruz fue fundada la Venerable y Santa Escuela de Cristo en 1671, cuyos hermanos fundadores escogieron por titular al Cristo de Zacatecas, al que llamaban en sus oficios religiosos “Divino Maestro de la santa Escuela”. Esta congregación estaba compuesta por setenta y dos varones, número que recuerda los primeros seguidores de Cristo, de los cuales veinticuatro eran religiosos y los restantes cuarenta y ocho seglares.

Se reunían todos los jueves del año por la tarde dos horas antes de ponerse el sol”. Efectuaban sus ejercicios religiosos a puerta cerrada, en la capilla mayor de la ermita, ante la imagen del Crucificado. Una vez en el interior del templo, cada hermano tenía que desproveerse de sus armas, capa y sombrero “en señal de deposición de la autoridad, adornos, cuidados y afanes temporales”. Ya ubicados, tenían varios minutos de oración mental ante el Santísimo Sacramento, continuada de una exhortación y meditación. Concluían su ejercicio semanal con la confesión y la práctica de la disciplina, mientras reflexionaban sobre la Pasión del Señor.

Por el Libro de Acuerdos de la Santa Escuela de Cristo sabemos que el cardenal Fray Pedro de Salazar y Toledo, obispo de Córdoba, visitó la ermita el 27 de mayo de 1688, quien “honró la Santa Escuela asistiendo a ella, y concedió cien días de Indulgencia a todas las personas que rezaren un Padrenuestro y un Avemaría delante de la Santa Imagen del Xpto. Crucificado de que dicha Escuela usa, rogando a Nuestro Señor por la paz y concordia entre los Príncipes Cristianos, y extirpación de las herejías, y aumento de Nuestra Santa Madre Iglesia”. Noticia esta que viene a refrendar nuestro argumento sobre la extendida veneración de la que gozaba el Señor de Zacatecas entre los vecinos y cofrades de la ciudad.

Ya entrados en el siglo XVIII encontramos una muestra más del fervor de los montillanos al Crucificado novohispano. En esta ocasión se trata de la ampliación de la capilla mayor de la ermita de la Vera Cruz, la cual incrementó su perímetro y amplió su altura. Los trabajos comenzaron en 1714 y se prolongaron durante seis años, hasta la colocación de un nuevo retablo barroco al Cristo titular de la cofradía, que será patrocinado por un descendiente de los donantes. Nos referimos a José Gaspar de Angulo-Valenzuela y Cortés de Mesa (1681-1753), que al igual que sus ascendientes decidió embarcar rumbo al continente americano donde siguió la carrera de las armas en el virreinato de Nueva España, del que volverá enriquecido y graduado Capitán de Caballería, como se puede leer en el medallón que aún se conserva como único vestigio del desaparecido retablo.

A partir de la segunda mitad de la centuria dieciochesca detectamos un cambio de ciclo. El linaje de los «Cortés de Mesa» cede la primacía que hasta entonces había ejercido sobre el Crucificado y la cofradía. A partir de entonces, otros linajes de la élite local se hacen asiduos entre los oficiales de la corporación, de los que cabe destacar la labor del mayordomo Diego de Alvear y Escalera.

Asimismo, por aquellos años la advocación originaria de «Vera Cruz» queda reducida al nombre de la ermita y el llano que la circundaba, por su parte la cofradía comenzará a titularse con la toponimia del «Santo Cristo de Zacatecas», probablemente, un reflejo más del arraigo devocional del que gozaba el Crucificado en la ciudad.


Del siglo XIX a la actualidad

Como hemos avanzado al comienzo, la centuria decimonónica fue funesta para la religiosidad popular. Para la cofradía del Santo Cristo de Zacatecas fue especialmente complicada, porque a los vaivenes sociales y políticos de la época se sumó la clausura de su ermita en 1809 y su traslado a la iglesia parroquial de Santiago, donde hubo de levantar una capilla propia. Así las cosas, la cofradía fue despojada de todos sus bienes raíces y dotales con la aplicación de las leyes desamortizadoras, quedando en una difícil situación económica, aunque logrará sobrevivir manteniendo los cultos con cierta regularidad gracias a la ayuda del clero parroquial.

Con la llegada del siglo XX, la cofradía será fusionada con la mermada corporación de las Ánimas, quedando oficialmente denominada como «Cofradía de las Benditas Ánimas de Ntro. Padre Jesús de Zacatecas». Se reorganizaron los cultos atendiendo al organigrama parroquial, quedando concentrados en la celebración de un solemne Quinario en la Cuaresma, y durante la Semana Santa se establecerá el sermón de las Siete Palabras, además del ejercicio del Vía Crucis la tarde del Viernes Santo por las calles de la feligresía.

Tras la Guerra Civil la mermada cofradía fue asociada a la Hermandad local de Excombatientes en 1943, quienes volvieron a modificar los cultos cuaresmales, fijando la estación de penitencia el Martes Santo. La devoción al Cristo de Zacatecas volvería a florecer durante los años de posguerra, donde la cofradía llegó a superar los 400 hermanos. Por su parte, los directivos no escatimaron a la hora de dar el mayor culto a los titulares de la hermandad, y para ello fueron invitados prestigiosos predicadores y misioneros a los cultos anuales, adquirieron un nuevo trono para el Crucificado y su Dolorosa Madre que sería estrenado en 1945, incluso llegaron a encargar la composición de un toque de campanas específico (semidoble) para la salida procesional, dando así un aire renovado a la cofradía. Aunque el carácter corporativista de los excombatientes impedirá a largo plazo su renovación generacional, por lo que el Cristo de Zacatecas y Ntra. Sra. del Socorro dejarán de procesionar en 1954, aunque los cultos se mantendrán durante algunos años más.

Tras varios intentos fallidos de restablecer la hermandad en el último tercio del siglo XX habrá que esperar hasta el año 2001 en que un grupo de jóvenes parroquianos abanderen la iniciativa de retomar los cultos cuaresmales al Crucificado novohispano. Gracias a la buena acogida de tal proyecto, la cofradía será reconstituida dos años después y obtendrá la confirmación de la erección canónica, su reconocimiento como asociación pública de la Iglesia con personalidad jurídica pública y la aprobación de sus nuevos Estatutos en marzo de 2005, mediante un decreto rubricado por Juan José Asenjo Pelegrina, obispo de Córdoba. Como se trataba de una reorganización, se recuperó para el título de la cofradía la primitiva advocación de la Vera Cruz.

Unos meses antes de la validación diocesana el Cristo de Zacatecas había sido sometido a una profunda restauración en la facultad de Bellas Artes de la universidad de Granada, que estuvo a cargo de los especialistas Carmen Bermúdez Sánchez y Pablo Francisco Amador Marrero. Por lo tanto, el Crucificado volvería a salir a las calles de Montilla el día 11 de abril de 2006, Martes Santo.


Un legado excepcional

A los ojos de los especialistas en la Historia del Arte Virreinal, el Cristo de Zacatecas es una efigie de singular naturaleza y orígenes que reúne una serie de cualidades de sumo interés para la comunidad académica. De tamaño superior al natural, se trata del más antiguo paradigma de la imaginería ligera novohispana existente en la diócesis de Córdoba, cuyas técnicas constructivas y estéticas empleadas en su hechura fueron realizadas por anónimos artífices que produjeron un verdadero “mestizaje artístico”, donde se emplearon métodos tanto indígenas como europeos. Igualmente, nos encontramos ante una de las imágenes de caña de maíz mejor documentadas de las que llegaron a España, lo que está permitiendo a los investigadores la datación de otras esculturas de similares características que se conservan a ambos lados del Atlántico.

El cómputo de peculiaridades histórico-artísticas y religiosas que reúne el Crucificado llegado Indias en 1576 han sido determinantes para que fuese seleccionado por el Museo Nacional del Prado para representar esta singular variante del arte novohispano en la exposición Tornaviaje. Arte iberoamericano en España, que tuvo lugar entre los meses de octubre de 2021 y febrero de 2022. Una muestra que ha significado un punto de inflexión para que la Historia del Arte actualice sus discursos respecto de la producción artística colonial, y para que la sociedad española conozca y valore el patrimonio hispanoamericano que atesoramos. Máxime en el caso de los «Cristos» de caña maíz, que muchos de ellos continúan ejerciendo su primitiva misión catequizadora después de cuatro siglos.

Tal es el caso del Santo Cristo de Zacatecas, que desde su arribo hasta nuestros días es parte indeleble de la historia de Montilla y un testigo esencial de las conexiones que esta ciudad guarda con Hispanoamérica, además de un ejemplo vivo de la piedad popular practicada por sus vecinos desde el siglo XVI. Un patrimonio cuyos significados trascienden a los convencionalismos cofrades actuales y un testimonio inigualable del legado excepcional que nuestros antepasados –hijos de un imperio donde no se ocultaba el sol– forjaron en la inmensidad del continente americano.

*Artículo publicado en la revista OLEZA. Semana Santa 2023. págs. 68-75. Editada por la Asociación Cultural Revista Oleza y el Excmo. Ayuntamiento de Orihuela (Alicante).



lunes, 13 de febrero de 2023

LA ERMITA DE LA VERA CRUZ CASA DE LA VENERABLE Y SANTA ESCUELA DE CRISTO EN MONTILLA

La ermita de la Vera Cruz

A pesar de las escasas referencias que nos han legado los historiadores locales de los siglos XIX y XX sobre la ermita de la Santa Vera Cruz, nuevas investigaciones dirigidas en la búsqueda de noticias sobre este desaparecido templo montillano nos reflejan la vitalidad religiosa y social que tuvo en tiempos pretéritos. Como es conocido, la ermita fue escenario del nacimiento de la Semana Santa cofrade en nuestra ciudad, acogiendo a la primitiva cofradía de la misma advocación, siendo epicentro de todas sus actividades y cultos hasta 1809, año en que la ermita es clausurada y su imaginería y patrimonio mueble son trasladados a la Iglesia Parroquial de Santiago y a la ermita de Ntra. Sra. de la Rosa.

Pero este viejo oratorio, construido en las cercanías de la noble fortaleza de los Fernández de Córdoba, no sólo albergó a la cofradía matriz de la Vera Cruz y sus consiguientes hermandades, sino que contó con la gestación y presencia de más asociaciones religiosas, tales como la Venerable y Santa Escuela de Cristo Señor Nuestro.

Al conocer esta pasada realidad nos surgen varias preguntas, tales como qué era la Escuela de Cristo, qué orígenes y fines tenía, o qué relación y semejanza tuvo con la cofradía de la Vera Cruz. Interrogantes lógicas de formularse, pues si vagas eran las noticias que nos habían legado de la cofradía y ermita, el mismo desconocimiento ocupa esta institución penitencial entre los anales de la historiografía  montillana.

Qué era la Escuela de Cristo

Si nos atenemos al capítulo primero de sus Constituciones, esta corporación barroca tenía como fin principal “el aprovechamiento espiritual, y aspirar en todo a el cumplimiento de la voluntad de Dios, de sus preceptos y consejos, caminando a la perfección cada uno, según su estado, y las obligaciones de él, con enmienda de la vida, penitencia, y contrición de los pecados, mortificación de los sentidos, pureza de conciencia, oración freqüencia de Sacramentos, obras de caridad, y otros exercicios santos, que en ella se enseñan y practican, con aprecio grande de lo eterno, y desestimación de los temporal, buscando todos en su estado el camino y senda estrecha, y mas segura de salvarse”[1].

Como queda reflejado, esta institución estaba destinada a la espiritualidad y al recogimiento interior de sus componentes –llamados entre sí hermanos– que se denominaban indignos discípulos del Divino Maestro de la santa Escuela, que era Jesús. Su misión era vivir a imagen y semejanza de Cristo, alejarse de las vanidades terrenales y practicar la oración diaria y la caridad fraterna.

Origen de la Escuela de Cristo y su constitución en Montilla

Esta congregación es creada en el Hospital de los Italianos de Madrid en 1653 por el presbítero italiano Juan Bautista Ferruzzo, administrador del citado centro, que toma  como modelo de la nueva entidad religiosa las directrices marcadas por san Felipe Neri cuando creó en Roma la Congregación del Oratorio en 1575. De ahí que el santo florentino fuese distinguido desde el inicio de la Escuela de Cristo como Padre y Maestro.

Muy pronto se propagó por toda la geografía española, ya que fue respaldada por las autoridades eclesiásticas. En un corto espacio de tiempo, la Escuela de Cristo se había introducido en la vida religiosa de aquellos sacerdotes y seglares que buscaban una conducta más ascética y mística, y que no habían encontrado en otro tipo de asociaciones y congregaciones sujetas a la Iglesia[2].

La Escuela de Cristo se erige en Montilla el 1 de enero de 1671 por el misionero franciscano Joseph Gavarri. Los promotores de la nueva empresa espiritual “los licenciados Juan Baptista Reina, Pedro de Priego y Torquemada, Luis López de Victoria, Juan Diego de la Concepción, Luis Manuel de Cea y Juan del Real y Armenta” solicitaron la autorización del obispo de Córdoba para que  resolviera “dar su licencia para fundar y establecer la Congregación y Escuela de Cristo en la ermita de la Santa Vera Cruz de dicha ciudad de Montilla”, aprobación que se rubrica nueve días después de la fundación[3].

Organización y vida

Esta congregación estaba compuesta por setenta y dos varones, número que recuerda los primeros seguidores de Cristo, de los cuales veinticuatro eran religiosos y los restantes cuarenta y ocho seglares. Estaba presidida por el hermano Obediencia (que generalmente era un eclesiástico), cuatro Diputados (dos sacerdotes y dos seglares), un Secretario y su Coadjutor, y cuatro Nuncios (dos religiosos y dos seglares); todos ellos conformaban la directiva de la corporación, la cual se denominaba Junta de Ancianos. Estos cargos eran elegidos cada cuatro meses en la Junta de elección de Oficios. A propuesta de los fundadores, fue su primer hermano Obediencia el sacerdote franciscano Cristóbal del Viso, que fue reelegido durante ocho años[4].

Su día de reunión era el jueves por la tarde, dos horas antes de ponerse el sol. Sus ejercicios y ritos religiosos eran a puerta cerrada, para ello los Nuncios (seglares) de puerta era los encargados de custodiar la entrada de los hermanos. Una vez en el interior de la ermita, cada hermano tenía que desproveerse de sus armas, capa y sombrero “en señal de deposición de la autoridad, adornos, cuidados y afanes temporales”. Ya sentado, tenía varios minutos de oración mental ante el Stmo. Sacramento, después tomaba la palabra el Obediencia que exhortaba a los hermanos, y todos oraban y meditaban sobre la plática evangélica. Tras ella tenían confesión y después ejercitaban la disciplina, que era repartida por los Nuncios (eclesiásticos) de Altar, donde meditaban sobre la Pasión de Cristo, y que comenzaba con el rezo del Miserere mei Deus[5].

Para la celebración de los cultos, los hermanos de la Escuela de Cristo debían tener una imagen de Cristo Crucificado y otra de la Stma. Virgen, a la que le habían  “de profesar ternísima devoción a María Santísima, Madre y Señora nuestra, amorosísima esclavitud y filiación humildísima suya. Por Madre piadosa y Señora clementísima la da Cristo a sus Discípulos”[6].

Según recoge el Libro de Acuerdos de la Escuela de Montilla, ésta tomó como titular el Santo Cristo de Zacatecas, crucificado que presidía la capilla mayor de la ermita, la cual designaron por su oratorio, siendo el lugar donde practicaban su culto y disciplina. Para ello consiguieron en marzo de 1672 autorización y bula del pontífice Clemente X para instalar en la ermita “depósito y sagrario del Santísimo Sacramento”. La solemne colocación se llevó a cabo el 7 de agosto de ese mismo año, de aquel histórico día se levantó acta, la cual es una fehaciente crónica de todo lo acontecido: “Estando en la Hermita de la Sta. Vera Cruz desta ciudad de Montilla oratorio de la Santa Escuela de Xpto. Nuestro Sr. y Maestro conviene a saber ntro. Padre y hermano fr. Cristóbal del Viso Obediencia de dicha Escuela y todos los demás hermanos de ella asistiendo por convidados los señores Rector y Curas de la Iglesia Parroquial de Sr. Santiago desta dicha ciudad nuestro hermano Obediencia habiendo hecho una plática muy fervorosa para mover a los hermanos a mayor veneración del Stmo. Sacramento y disposición para recibirle así en la casa interior del Alma y exterior del oratorio, se vistió para decir Misa Rezada asistiéndole los Licenciados D. Juan del Real y Armenta cura de dicha Parroquial y D. Luis Manuel de Cea diputados eclesiásticos haciendo oficio de Diácono y Subdiácono en la cual misa comulgaron todos los hermanos seculares, y también todos los pretendientes que por ser este día tan célebre para esta Escuela se les dio permisión de entrar y acabada la Misa se ordenó la procesión guiando la Cruz de dicha Parroquia y luego los hermanos seculares y después todos los eclesiásticos con sobrepellices y estolas por las naves de dicho oratorio con mucha devoción rezando los himnos del Stmo. Sacramento y acabada se colocó su Majestad en el Sagrario donde estuvo patente todo el día por la tarde las puertas abiertas para que todos los fieles le adorasen y hiciesen la diligencia de las indulgencias concedidas por su Ilma. el Sr. D. Francisco de Alarcón obispo de Córdoba, todo lo cual se acordó que se apuntase aquí para que conste a los venideros”[7].

Aunque las relaciones con la cofradía crucera eran cordiales, la coincidencia en la ermita en fechas cercanas a Semana Santa hacía incrementar la asistencia de los cofrades para organizar sus cultos y actividades. El problema se trata en la junta celebrada el 23 de abril de 1675, donde se expone que “aunque hasta aquí esta Santa Escuela desde que se colocó el Santísimo Sacramento en ella, a procurado asistir la Semana Santa al monumento desde el Jueves Santo a mediodía hasta el viernes, se han reconocido en este tiempo muchos y muy graves inconvenientes por concurrir con la cofradía en la procesión que dicho día de Jueves Santo, y cuando los hermanos habían de estar con mayor sosiego e interior quietud, meditando tan soberanos misterios, entonces con el bullicio de la gente y voces de los hermanos inexcusables es de mucha distracción, inquietud y embarazo, como se experimentó este año, y ser asimismo de grande irreverencia para su Majestad pues para subir y bajar el Santo Cristo Crucificado que dicha cofradía tiene y saca en la procesión, es preciso que suban sobre el Altar donde esta el sagrario mucha gente seglar, y estar expuesto (fuera de la irreverencia) a quebrar el sagrario o parte muy principal de él, se acordó que para evitar dichos inconvenientes y otras cosas, por ahora cese dicha asistencia que hasta aquí ha tenido y para esto el Miércoles Santo se consumirá el Santísimo Sacramento y se quitará el Sagrario y se pondrá en parte decente para dar lugar a los hermanos de dicha cofradía para que más libremente y sin embarazo puedan quitar y poner lo que se les ofreciere”[8]. Finalmente, en la siguiente junta aprobaron adelantar la Escuela del Jueves al Martes Santo.

Asimismo, el Libro de Acuerdos recoge la visita que hizo a la Ermita de la Vera Cruz el cardenal Fray Pedro de Salazar y Toledo, obispo de Córdoba, el 27 de mayo de 1688, quien “honró la Santa Escuela asistiendo a ella, y concedió cien días de Indulgencia a todas las personas que rezaren un Padrenuestro y un Avemaría delante de la Santa Imagen del Xpto. Crucificado [de Zacatecas] de que dicha Escuela usa, rogando a Ntro. Señor por la paz y concordia entre los Príncipes Cristianos, y extirpación de las herejías, y aumento de Ntra. Sta. Madre Iglesia”[9]. Noticia esta, que nos evidencia la gran veneración que el Crucificado traído de las Indias guardaba entre los vecinos y cofrades de la ciudad.

Aparte de los ejercicios y cultos que practicaban en la ermita de la Vera Cruz, los miembros de la Escuela de Cristo acordaron en sus Juntas de Ancianos disposiciones que afectaban a su vida cotidiana, tales  como no asistir a corridas de toros, fiestas de juegos de cañas, oír comedias y juegos de naipes y lobos “por ser estas cosas y asistencias de gente ociosa, mal entretenida, y no de personas que sólo deben tratar en la mejora de cosas de su Alma”[10].

De igual modo, los Ancianos de la Escuela recomendaban tener un atuendo lo más sobrio y escueto posible y no vestir ostentosamente, no usar alhajas, ni nada que se manifestara exteriormente en contra de la austeridad de su vida interior.

Como congregación, tampoco aceptaban donativos ni mandas testamentarias para el mantenimiento y engrandecimiento patrimonial de la misma. Según la documentación consultada, tan sólo admitieron una dote testamentaria en 6 de marzo de 1740 procedente del hermano Alonso Pérez de Alba, quien fundara dos vínculos y de cada uno de ellos debían generar perpetuamente media arroba de aceite para que ardiera en la lámpara del sagrario que la Escuela había obtenido por bulla pontificia para su oratorio[11].

Labor Social

La asistencia a los más desprotegidos de la sociedad ha sido a través de los siglos uno de los fundamentos esenciales del cristianismo. La gran mayoría de las corporaciones creadas al amparo de la Iglesia tenían en su origen una sólida finalidad benéfica aparte de la cultual.

Como reseñamos anteriormente, la Escuela de Cristo nace en un edificio dedicado a este ámbito caritativo, como era el Hospital de Italianos de Madrid, espíritu que marcó la identidad de la congregación desde sus inicios.

En Montilla la Escuela de Cristo pronto tomó conciencia de  las necesidades de algunos de sus hermanos. Por ello, cuando uno de sus integrantes tenía necesidades, principalmente causadas por enfermedad, el resto le ayudaba con una limosna general que se hacía entre ellos.

Tras cinco años de funcionar la Escuela en la ciudad, ésta incrementó su compromiso asistencial, para ello acordaron en la junta celebrada el 2 de noviembre de 1676 asistir a los más desprotegidos de la ciudad, que como nos recuerda el viejo dicho: no tenían donde caerse muertos. Esta situación quisieron paliar como recoge el acuerdo de la citada reunión: “considerando que lo que más encargó Cristo nuestro Soberano Maestro, a sus amados discípulos que la Caridad unos con otros, medio con que se conserva el verdadero amor de Dios, y esta caridad es mayor cuanto el sujeto con quien se obra es mas desvalido, pobre y necesitado, y de quien menos gratitud se puede aguardar. Ateniendo esta Santa Escuela a que en esta ciudad en el hospital de los pobres viandantes [Hospital de la Encarnación] suelen morir algunos, y otros traerlos muertos del campo o quedarse muertos por las calles y no hay quien cuide de darles una mortaja ni pedirles para una misa, cosa de mucho desconsuelo y digna de llorar y que a nuestro amantísimo Maestro le podrá ser de sentimiento que habiendo discípulos verdaderos suyos vean a sus hermanos en tanta miseria y necesidad y tan desvalidos de todo socorro humano y no haya quien los ampare y ayude, se acordó que esta Santa Escuela y todos sus hijos y hermanos tomen esto por su cuenta y cuidado pues es ministerio y ocupación muy digna de discípulos de Cristo y cada cuatrimestre se nombren seis hermanos de los de gran fervor y espíritu dos eclesiásticos y cuatro seculares, y en ofreciéndose ocasión de morir alguno en dicho hospital de viandantes o traerlo muerto de las calles o del campo, estos seis hermanos pidan en esta ciudad para una mortaja y algunas misas en especial la de cuerpo presente […] con advertencia que esto sólo se ha de entender con lo pobres forasteros y desvalidos, y no con los naturales porque nunca les faltan parientes que hagan por ellos”[12].

La sensibilidad mostrada por la Escuela de Cristo hacia los difuntos no sólo se hace patente en su conciencia de darles entierro y sepultura dignos, sino también en la espiritual. Para ello, se hermanaban las congregaciones de diferentes lugares y conseguían multiplicar las plegarias por las ánimas de los suyos. Cuando un miembro de una de ellas fallecía el secretario enviaba una misiva a las distintas Escuelas con las que estaban hermanadas, para que todos sumaran sus oraciones por el hermano fenecido.

La corporación montillana llegó a hermanarse con más de una treintena de Escuelas, la primera que solicitó vincularse fue la de La Rambla, con quien mantuvo una relación especial. Aunque también llegaron a hermanarse con las congregaciones que fueron fundadoras y propagadoras de este modelo asociativo religioso en España, como fue la de Madrid –a la que llamaban Madre y Hermana– o Sevilla, Granada, Córdoba, Jaén, Salamanca, y Roma.

Traslado de sede

Aunque no hemos podido constatar los motivos ni la fecha exacta en que la Escuela de Cristo montillana cambia de sede, si tenemos referencias de que en 1746 ya se encontraba radicada en la ermita de San Sebastián. La documentación que hemos manejado para la realización de este trabajo, denota su vitalidad aún en 1829. Tampoco tenemos la fecha exacta en que deja de existir esta congregación, tan sólo el historiador José Morte Molina en sus Apuntes históricos de 1888 hace referencia a que estuvo ubicada dicha ermita (p. 97), pero deja entrever que en ese tiempo ya no funcionaba.

A modo de conclusión, referir que con este breve estudio sobre la Escuela de Cristo en Montilla, vemos la vida religiosa que manaba de la desaparecida ermita de la Santa Vera Cruz, y principalmente en torno a la imagen del Santo Cristo de Zacatecas,  fomentada en su mayoría de las veces por los regulares frailes franciscanos y los agustinos, de los que nos ocuparemos en próximos números.

*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla. Año V, núm. 6, págs. 4-9. Marzo, 2008.

FUENTES


[1] Constituciones de la Venerable y Santa Escuela de Christo Señor Nuestro… Reimpresas en Sevilla en 1790, pp. 3 – 4. (F)undación (B)iblioteca (M)anuel (R)uiz (L)uque. Nº Reg. 3488.

[2] MORENO VALERO, M.: La Escuela de Cristo. Su vida, organización y espiritualidad barroca. Sevilla, 1989. FBMRL, 11204.

[3] Escuela de Christo Señor Nuestro, fundada en esta Ciudad de Montilla, en Primero de Enero del año de 1671. Por el R.P.Fr. Joseph Gavarri Predicador Apostólico del Orden de Nuestro Padre San Francisco, e hijo de la Santa Provincia de Aragón, (Portada). FBMRL, Ms. 13262.

[4] Este seráfico predicador fue Guardián del Convento de San Lorenzo y confesor de la Venerable Sor Ana de la Cruz Rivera hasta 1679. Este año es nombrado Comisario General de la Orden Franciscana en las Indias, cargo que desempeñaría hasta su muerte acaecida el 24 de agosto de 1684.

[5] Ibídem. La Escuela de Cristo…

[6] Ibíd. Constituciones de la Venerable, p. 5.

[7] Ibíd. Escuela de Christo Señor Nuestro…, f. 241.

[8] Op. cit. f. 259 y vuelto.

[9] f. 324.

[10] f. 173.

[11] f. 196 v.

[12] f. 266.

jueves, 29 de diciembre de 2022

UN HOMENAJE A LA HISPANIDAD, LA OBRA INVITADA PRESENTE EN EL MUSEO GARNELO

El pasado 26 de octubre tuvo lugar la tercera edición de la Obra Invitada, una actividad promovida por la asociación “Amigos del Museo Garnelo”, en colaboración con el Museo Garnelo y el Excmo. Ayuntamiento de Montilla.

En esta ocasión, la pintura protagonista ha sido Homenaje a las Repúblicas Americanas y al Genio de la Raza, un óleo sobre lienzo de 185 x 204 cm. realizado por José Garnelo y Alda como obra preliminar a la ejecución de un mural de mayores dimensiones. Este acabado boceto está firmado en 1934, y probablemente se trate de uno de los últimos proyectos de gran formato a los que se enfrentara el consagrado maestro en su etapa de madurez. 

Previa a la presentación de la Obra Invitada, los “Amigos del Museo Garnelo” en su deseo de acercar la vida y obra del genial artista a todos los ámbitos de la sociedad, han escogido en esta ocasión a la Guardia Civil como institución a vincular con la pinacoteca montillana. Por tal motivo, el doctor en Historia Jesús Narciso Núñez Calvo, coronel de la Guardia Civil y académico de la R. A. Hispano Americana de Cádiz, ofreció una conferencia que versó sobre la creación de «la Benemérita» durante el reinado de Isabel II y su proyección en América.

Tras la ponencia, fue presentada la obra por Miguel Carlos Clementson, profesor y académico cordobés, profundo conocedor del artista, quien deleitó al auditorio con un pormenorizado estudio del mensaje que encierra la composición pictórica.

Homenaje a las Repúblicas Americanas y al Genio de la Raza. José Garnelo, 1934.

Se trata de una obra de José Garnelo apenas conocida, que tan sólo había sido exhibida con anterioridad en dos ocasiones. El año en que está firmada se dio a conocer en la muestra monográfica que preparó el propio pintor en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en cuyo catálogo aparece una reproducción a color. La segunda vez formó parte de la exposición «Pre Centenario» del nacimiento del artista, celebrada en la sala Grifé & Escoda de Madrid, a finales de 1964. En la actualidad, la obra es propiedad de María Joaquina Alda Garnelo, sobrina nieta del pintor, quien ha ofrecido todo tipo de facilidades para que se vuelva a exponer temporalmente en su museo montillano, hasta el próximo 8 de enero.

Con este Homenaje a las Repúblicas Americanas y al Genio de la Raza José Garnelo idealiza a través de sus pinceles una alegoría a la «Hispanidad», un concepto nacido a principios del siglo XX que busca la confluencia de los pueblos y naciones que comparten la historia, lengua y cultura hispánica, de cuyas tesis surgió una corriente intelectual que tuvo su momento álgido en la tercera década de la centuria pasada, y despertó el interés de intelectuales como Unamuno, Maeztu, González-Ruano o García Morente, entre otros. Un movimiento integrador que se vio materializado en la celebración de la exposición iberoamericana de Sevilla, en 1929.

La interpretación desarrollada por Garnelo sobre este fenómeno social y cultural es de marcada tendencia simbolista. En un primer plano de la escena central del lienzo el pintor introduce a un «genio» que, tomado de la mitología grecorromana, era un espíritu protector del hombre al que le se atribuían tales facultades en el ámbito personal y colectivo.

Garnelo –el pintor más culto de su época– lo llama «Genio de la Raza», probablemente inspirado en la teoría ensayada por Miguel de Unamuno en su artículo Hispanidad (1927): “Digo Hispanidad… para incluir a todos los linajes, a todas las razas espirituales, a las que ha hecho el alma terrena… y a la vez celeste de Hispania… Esta tierra bajo el cielo, esta tierra llena de cielo, esta tierra que siendo un cuerpo, y por serlo, es un alma, esta tierra hizo, con el latín, unos lenguajes, unos romances… Y esos lenguajes son las razas... Pero más que raza de sangre, más que línea de sangre, raza de lenguaje”.

Garnelo presenta al «genio» figurado en un personaje masculino alado en posición oferente, que sostiene entre sus manos una embarcación –la carabela Santa María– en alusión al descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón en 1492, hecho que provocó el inicio de una nueva era en la historia de la Humanidad y el origen del imperio de ultramar español.

El artista incluye en el ángulo inferior derecho a nuestra vista los símbolos de la Monarquía Hispánica, institución que patrocinó la búsqueda de nuevas vías para acceder al lejano oriente, cuyos viajes exploratorios conllevaron asimismo la primera circunnavegación de la Tierra. Entre la simbología representada, Garnelo resalta sobre un cojín púrpura ribeteado en oro la corona y el cetro, atributos de la soberanía y el poder ejercido por los monarcas españoles de la dinastía de los Habsburgo, cuyo mayor representante fue el emperador Carlos V, nieto de los Reyes Católicos, del que se exhibe un repostero caído que recubre el basamento, el cual ostenta el escudo de armas del soberano acolado por el águila bicéfala, emblema de Sacro Imperio Romano Germánico. 

Ante el pendón bordado con la regia divisa aparece en primer término el globo terráqueo, en alusión a la hazaña protagonizada por Magallanes y Elcano, cinco siglos atrás. A su lado se presentan los atributos que mantuvieron la hegemonía hispánica en los más distantes lugares del planeta. Las armas (espada, arcabuz y morrión), símbolo de la fuerza, pertrechos básicos de la temida infantería encuadrada en los afamados Tercios españoles. Y las letras (libros, plumas y tintero sobre un arca), en alusión a la tradición legislativa y administrativa española –un guiño a las Leyes de Indias– sobre las que se sustenta el derecho de evangelización y asentamiento de los nuevos y dispersos territorios descubiertos.

En el ángulo inferior izquierdo aparece un ancla encadenada, símbolo de la firmeza y la esperanza, pieza imprescindible en los navíos de la real armada que mantuvieron viva la seguridad, comunicación y comercio global del «imperio donde nunca se ponía el sol».

En un segundo plano, sobre una plataforma abierta y elevada por un doble peldaño, se halla un grupo de mujeres de rasgos y atuendos indígenas portadoras de frutos autóctonos, en alusión al mestizaje étnico y a la fertilidad de los ignotos territorios agregados a la corona hispánica. 

Tras ellas, el artista ha dispuesto una serie de diecinueve figuras femeninas abanderadas, cubiertas con el gorro frigio, símbolo de la libertad, que portan las enseñas de las jóvenes repúblicas americanas surgidas en el siglo XIX, después de más tres siglos de presencia española en el nuevo continente.

Con este frondoso grupo, nuestro pintor resuelve el fondo de la composición poblándolo de gran belleza, colorido y simbolismo. Un logrado reto de un maestro de la pintura de Historia –como lo fue José Garnelo– el de interpretar el concepto de confraternidad por el que abogan los postulados ecuménicos de la «Hispanidad».


sábado, 16 de julio de 2022

LA APARICIÓN DE LA IMPRENTA Y SU LLEGADA A MONTILLA

La invención de la Imprenta con tipos móviles de metal supuso uno de los avances tecnológicos y culturales más importantes de la humanidad. Ideada por Johannes Gutenberg hacia 1440, constituyó la evolución de la mentalidad medieval hacia el Renacimiento y aceleró la transmisión del Humanismo por toda Europa. La primera publicación, fruto del tesón del orfebre alemán, fue la Biblia de 42 líneas, cuya primera estampación estaba terminada en 1455.

La imprenta fue introducida en España a través de Italia, en el último tercio del siglo XV. Fue el obispo de Segovia, Juan Arias Dávila, quien solicita al impresor Johannes Párix que se instalara en esa ciudad castellana. En 1472 imprime el Sinodal de Aguilafuente, una obra que recopila los acuerdos tomados por los eclesiásticos segovianos para mejorar la vida religiosa de aquella diócesis, el cual está considerado el primer libro impreso en España.

El tramo de la actual calle Sánchez-Molero que confluye con la de
Don Gonzalo se conoció durante algunos años del siglo XVII como
"calle de la Imprenta", ya que Juan Bautista de Morales instaló el
taller tipográfico en su propia casa.

Los primeros impresores llegados a la península ibérica eran alemanes y en los inicios itineraban por las ciudades y lugares que demandaban el nuevo arte de la «letra de molde». Será en las décadas finales del siglo XV cuando ciudades como Zaragoza, Valencia, Barcelona, Sevilla, Salamanca o Burgos ven aparecer sus primeros talleres tipográficos estables.

En el siglo XVI eran pocas las ciudades hispanas que podían presumir de tener una imprenta, símbolo de la riqueza sociocultural de una población. La expansión de este ingenio fue lenta y costosa de introducir en urbes que no eran centros importantes de actividad política, comercial o universitaria.

En Córdoba no se establece un impresor hasta 1556, año en que llega a la ciudad Juan Bautista Escudero, probablemente atraído por el recién fundado Colegio de la Compañía de Jesús, el primero que la institución docente ignaciana erige en Andalucía gracias al mecenazgo de la II marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba.

En la provincia cordobesa la única localidad que va a contar con una imprenta estable durante el siglo XVII será Montilla, que en ese tiempo es una villa habitada por unas 10.000 personas.

La iniciativa parte de Juan Bautista de Morales (1577-1634), un montillano –a quien hoy llamaríamos emprendedor– que adquiere en Sevilla una máquina de imprimir con todos sus utensilios, en 1622. El nuevo ingenio lo instala en su propia casa, situada en la actual calle Sánchez-Molero. Para poner en marcha el taller tipográfico firmará un contrato de un año de duración con el portugués Manuel Botello de Payva, uno de los oficiales de imprenta empleado en el obrador hispalense de Gabriel Ramos Bejarano, que se traslada hasta Montilla para iniciar los trabajos.

La relación entre Bautista de Morales y Ramos Bejarano se origina en 1621, cuando nuestro paisano le encarga la impresión de su obra, Jornada de África del Rey don Sebastián de Portugal. Durante la preparación de este libro en Sevilla acordarán la compraventa de la máquina y sus aparejos de estampar que llegará a Montilla.

Signo y firma fedatarios de Juan Bautista de Morales, en su oficio de Notario Apostólico.

Juan Bautista de Morales es hombre culto y polifacético. Además del castellano, domina el latín y el portugués. Tiene amplios conocimientos de Historia, Religión y Derecho, lo que le permite ejercer la profesión de su padre, «notario apostólico» del obispado de Córdoba, y adquirir dos oficios de «procurador de causas», en Montilla. También desempeñará diferentes cargos municipales, tales como el de «padre general de menores» y «comisario del erario público». Aparte de estar empleado en todas estas tareas, desarrolla su vocación literaria como escritor, traductor y editor.

Por ello, en 1621 ha reunido las oportunas aprobaciones y licencias de las autoridades para publicar la Jornada de África, una crónica de contenido histórico, y al mismo tiempo se propone sacar a la luz Corte en Aldea y Noches de Invierno, un tratado de cortesanía escrito en portugués por Francisco Rodrigues Lobo y traducido al castellano por el propio Bautista de Morales.

Portada de "Corte en Aldea y Noches de Invierno",
primer libro impreso en Montilla, en 1622.
(Biblioteca de la Universidad de Oviedo)

Ese año, firma un convenio en Córdoba para publicar este tratado con el mercader de libros Diego de León y el impresor Salvador de Cea, cuyo acuerdo no se llega a materializar por incumplimiento de este último. El incidente lo solventará Bautista de Morales completando la impresión en su taller tipográfico de Montilla, recién instalado, por tanto consideramos este libro como el primer texto impreso en nuestra ciudad, hace ahora 400 años, como indica su pie de imprenta.

Desde ese momento, la imprenta de Juan Bautista de Morales estampa numerosas obras de diversa temática. Asimismo, recibe encargos del marqués de Priego, como quedará especificado en la portada y colofón de cada impreso, del Colegio jesuita de La Encarnación, de los conventos montillanos, de los escribanos públicos, y de numerosos particulares de Córdoba y Sevilla, principalmente.

A partir de 1624, finalizado el convenio anual entre Bautista de Morales y Botello de Payva, el portugués decide establecerse como impresor independiente, lo que provocará la insólita peculiaridad de la existencia de dos talleres tipográficos en la villa durante varios años.

En 1628 Manuel de Payva se traslada a Antequera, ciudad que en esos momentos demanda un establecimiento tipográfico. Por su parte, Juan Bautista de Morales continuará su labor editora hasta su muerte, acaecida en 1634, año en que está fechada la última obra impresa en Montilla que conocemos.

Breve reseña biográfica

Juan Bautista de Morales nace en Montilla en 1577. Fue hijo de Juan Baptista y de Leonor Rodríguez de Morales. Desde su nacimiento se encuentra rodeado de un ambiente letrado y humanista, ya que su padre ejercía los oficios de notario apostólico y procurador.

De su infancia y juventud se tienen pocas noticias. Con toda probabilidad se educaría en los colegios jesuitas de Montilla y Córdoba. En 1596 contrae matrimonio con Inés de León, del que nacen sus tres hijas: María, Ana y Magdalena.

Marca de impresor utilizada por Juan Bautista
de Morales, incluida en los libros estampados en
su taller tipográfico montillano.

Durante una temporada reside en Aguilar de la Frontera, junto a su hermano Cristóbal que practica allí la docencia, desempeñando diversos empleos comisionados por el marqués de Priego. En 1618 fallece su padre, motivo que le hace regresar a Montilla, donde en adelante ejercerá los oficios y empleos públicos que hemos referido anteriormente.
Avecindado en su tierra natal, comienza a desarrollar sus facetas literaria y editora, además de instalar la imprenta, como ya hemos visto, que regentará hasta su muerte. En los últimos años de su vida, procurará que sus descendientes mantengan activo el taller tipográfico, aunque no parece tener continuidad dado que no existen impresos que así lo confirme.
A pesar de ello, el período que va desde 1622 hasta 1634 no deja de ser un reflejo evidente de la relevancia social que Montilla viene experimentando desde el siglo XVI, auge que se verá confirmado cuando el Rey Felipe IV otorgue a la villa el título de ciudad, en 1630.
El próximo mes de octubre se cumple el IV centenario de la llegada de la Imprenta a Montilla, un hito que nos recuerda una vez más el florecimiento cultural de nuestra ciudad en el Siglo de Oro español, cuando disfrutaba del mecenazgo señorial que ofrecía la capitalidad del poderoso marquesado de Priego y ducado de Feria.