sábado, 6 de abril de 2019

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA ERMITA DE LA VERA CRUZ

Se cumplen dos siglos de la construcción del primer cementerio de carácter permanente que tuvo Montilla. Como es sabido, este nuevo recinto ocupó el solar del llano y ermita de la Vera Cruz, además de heredar su nombre. Este proceso, que se prolongó a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XIX, fue paralelo a la pérdida de uno de los templos más antiguos y populares de nuestra ciudad, en una lenta e inexorable agonía cuyos factores y causas sociales coetáneas contribuyeron a su definitiva desaparición.

Detalle del dibujo realizado por Juan Antonio Camacho en 1723
para el alzado del Alhorí del Duque de Medinaceli sobre las ruinas
del Castillo, donde el alarife plasmó el llano y ermita del Vera Cruz.
La ermita de la Vera Cruz ocupaba la parte central de un amplio llano existente entre la muralla (o cerca) meridional del Castillo-Alhorí y la margen izquierda de casas construidas entre la cuesta de la Vera Cruz (actual cuesta del Silencio) y el Valsequillo (actual acceso al colegio Salesiano, nuevamente reabierto, por la calle San Juan Bosco). Su planta mantenía la orientación este-oeste, siguiendo la primitiva costumbre cristiana de colocar la cabecera del templo hacia oriente, al igual que la parroquia de Santiago.

En el espacio limítrofe al norte, la ermita tenía anexa la casa del santero con un amplio patio (o corral) cercado y medianero con la muralla del castillo. En su lado sur, la iglesia abría dos puertas laterales hacia la explanada por la que se accedía a través de la cuesta de la Vera Cruz y el Valsequillo.

Por las noticias que hemos recabado hasta la fecha, suponemos que las dimensiones del templo eran similares a las de la iglesia de San Sebastián. Al igual que ésta, disponía de tres naves, y tenemos constancia de dos ampliaciones de calado, una en 1615, y otra en 1714 cuando fue acrecentada la capilla mayor, indicio de la creciente afluencia de devotos en los siglos barrocos.

Además de la cofradía de la Vera Cruz  –ramificada en varias hermandades– también tuvieron su sede en la ermita la Venerable Escuela de Cristo (que se fundará allí en 1671), la cofradía de la Caridad y la hermandad de Ntra. Sra. de Araceli.

El siglo XIX y la epidemia de fiebre amarilla

Con la llegada del siglo XIX la suerte de la ermita cambiaría. En 1800 la fiebre amarilla afloraba en Cádiz, procedente de América. Para intentar detener la propagación de la epidemia hacia el interior peninsular las autoridades organizaron Juntas de Sanidad. En Montilla, una de las medidas preventivas fue ejecutar la Real Cédula de 3 de abril de 1787, expedida por Carlos III, en la que se instaba a los regidores locales a construir un cementerio público.

La Junta de Sanidad montillana comisionó para ello a Plácido de Higueras, Vicario de la ciudad, y al coronel de infantería Francisco Javier Venegas de Saavedra. En esta época el entorno del Valsequillo se va despoblando paulatinamente, es por ello que los encargados de buscar un espacio idóneo donde ubicar el camposanto considerasen muy oportuno y conforme a las disposiciones prevenidas en la citada Real Pragmática, tanto por la ventilación del terreno y su exposición al Norte, cuanto por unir las ventajas de hallarse separado de la población y al mismo tiempo a una distancia corta que no puede causar incomodidad al Clero y Pueblo asistentes a los entierros; resultando también la conveniencia de que la ermita de la Vera Cruz sirva de capilla para decir el oficio de sepultura y tener el cuerpo presente[1], como así lo rubricaron en su informe de 7 de octubre de 1800.

Cuatro años después la epidemia azotó a la población montillana y la Junta de Sanidad determinó ubicar el cementerio provisional más alejado de la población, concretamente en unos terrenos colindantes al deshabitado convento franciscano de San Lorenzo, en cuyo interior se improvisó un lazareto.

Vista aérea del colegio Salesiano (c. 1960) que nos muestra una clara panorámica del edificio y
patio del externado, cuyo perímetro estuvo ocupado por el llano y ermita de la Vera Cruz
hasta la segunda década del siglo XIX.
Pasada la epidemia, las condiciones sanitarias de la población se hallaba en una situación crítica, dado que los “templos y principalmente la Iglesia Parroquial se hallan atestados de cuerpos, y con tan pestífero hedor que no solo retraen a los fieles de su asistencia a ellos, sino que en los casos en que la Religión la constituye obligatoria, o la devoción les hace pasar por el riesgo de respirar aquella pestilencia, se exponen a las consecuencias más fatales”[2].

Una vez se colapsaron las sepulturas de las iglesias, la Junta de Sanidad ordenó en 1805 que los difuntos fueran inhumados en los patios y corrales colindantes a las ermitas de la Vera Cruz, San Blas, San Sebastián, San Roque y San José, que pronto quedaron saturados.

Un año después, el vicario Cristóbal Villalba y Lara daba aviso al Corregidor del escaso espacio libre existente en el patio de Vera Cruz, y le instaba a adquirir “unos terrenos inmediatos al lado izquierdo de la expresada ermita, propios de la hermandad de Ntra. Sra. de la Rosa y Cofradía de las Ánimas”[3] para ampliar el camposanto provisional. Por el contrario, la Junta de Sanidad proponía al Vicario que hiciera las gestiones necesarias con la comunidad de frailes agustinos para que cedieran a tal efecto “el corral grande cercado propio del Convento de Señor San Agustín de esta Ciudad”[4].

Finalmente, acordaron ampliar el improvisado cementerio de la Vera Cruz hasta tanto se iniciaran las obras de uno permanente de mayores dimensiones, que sería financiado a partes iguales por la Fábrica Parroquial, el Ayuntamiento y el Duque de Medinaceli, como receptor de los diezmos de la ciudad. Pero la situación económica no era la más favorable y la inversión comprometida no terminaba de llegar, así que el proyecto se quedó estancado en las buenas intenciones, lo que prologaría la existencia de la ermita durante unos años más.

En agosto de 1806 la Junta de Sanidad propuso al Vicario que, hasta tanto no arrancaran las obras, se utilizaran interinamente los patios y corrales de las ermitas extramuros de Belén y las Mercedes, opción que fue desestimada por el alarife público, al comprobar que en la primera de ellas el terreno era piedra “de tosca blanca dura” y en la segunda el patio era muy pequeño y tenía un pozo[5]. Finalmente se optó por continuar sepultando a los difuntos en la ermita de la Vera Cruz “en la parte destechada, en el mismo campo, que ha de quedar cercado”[6].

El cementerio permanente, primer proyecto.

En diciembre de ese año, la Junta de Sanidad creó una comisión de “profesores de medicina” compuesta por Francisco de Paula Gómez Ruiz, José Cuello y Joaquín de Molina y Angulo, para que reconocieran un lugar idóneo donde ubicar el nuevo cementerio permanente. Después de visitar varias zonas de la población y exponer sus razonamientos científicos y técnicos, concluyeron que “en vista de lo cual nos parece que incluyendo el cementerio actual, el corral de la ermita de la Vera Cruz, tirando una línea desde la parte baja de éste hasta el Matadero, y de aquí hasta arriba, hasta el camino o senda que atraviesa a todo el Llano del Valsequillo y que era una calle de la antigua población, siguiendo lo largo dicha calle hasta la esquina de la referida ermita, podrá formarse un cementerio que sea capaz con suelo suficiente”[7].

En abril de 1807 la Junta acordó construir el nuevo camposanto según las indicaciones de los facultativos, confiando para ello al agrimensor Cristóbal de Baena un proyecto que incluyera mil ciento setenta sepulturas y “seguidamente se calcule el costo de la pared o cerca de dicho cementerio, y la habilitación del solar de parte de la ermita de la Vera Cruz, que está contigua, para dar sepultura a los Eclesiásticos seculares y regulares, y Religiosas, y aún a los párvulos, y también para el osario”, como establecía la Pragmática de Carlos III.

En julio de ese año, el Vicario se volvía a dirigir al Corregidor para que urgiera a los peritos públicos a realizar el proyecto “lo cual hago presente a V. para que en ningún tiempo se me culpe de oculto en asunto de tanta gravedad”[8]. Un año después, el Rector de la parroquia, Rafael Sánchez de Feria y Castillo, retoma las conversaciones con el Corregidor expresándole que hasta la fecha no se había avanzado en la ejecución de las obras[9], por lo que cabe pensar que aquel primer proyecto no pasó del papel.

El desalojo de la ermita y la invasión francesa

Entre tanto, la ermita continuaba en su lento proceso de deterioro, ante la falta de criterio y actuación. El 8 de enero de 1809, Pedro Antonio de Trevilla, obispo de Córdoba –conocido por sus convicciones afrancesadas y su oposición a la religiosidad popular– dictaba al Vicario de Montilla que “extrajese de la hermita de la Vera Cruz que estaba ruinosa, las Sagradas Imágenes y las trasladase a lugar decente. En la Visita que he hecho personalmente de aquella hermita he observado con el mayor dolor la indecencia con que están las Santas Imágenes, y el estado poco Religioso de la hermita. Para libertar unos defectos de tanta consideración prevengo a Vm. que en toda esta semana disponga la extracción de las Imágenes, y la demolición de la hermita, dejando las paredes para que continúe de enterramiento común como lo es ahora aprovechando todos los materiales a beneficio de la Fábrica Parroquial… dándome aviso de todo”[10].

A lo largo del mes de enero de aquel año el Vicario ordenó a las hermandades establecidas en la Vera Cruz trasladar las imágenes de sus titulares, ubicando la mayoría de ellas (Santa Cena, Prisiones, Ecce Homo, Columna, Zacatecas, Socorro, San Juan, Magdalena) en la Parroquial de Santiago, y el resto en la ermita de la Rosa (Resucitado y Araceli).

Según un inventario que ha llegado hasta nuestros días, un mes después, retiraron de la maltrecha ermita el resto “de los bienes pertenecientes a las Imágenes y Hermita de la Vera Cruz, que se trasladaron a esta Iglesia Parroquial con licencia del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba en el mes de Febrero del presente año de 1809, cuyos bienes están en depósito en la Sacristía del Santísimo”[11].

Esta interesante recopilación nos ofrece un valioso testimonio, dado que hace referencia a los enseres y ornamentos litúrgicos existentes en la sacristía, así como el ajuar de los altares de las imágenes. Igualmente, muchos de los bienes inventariados contienen apostillas, con otro tipo de letra y tinta, especificando el nuevo destino de aquellos, junto a la fecha y rúbrica de quien lo efectuó[12].

La ocupación napoleónica se hizo efectiva en Montilla el día 24 de enero de 1810 “como a hora de las cuatro de su tarde, entraron los franceses y conquistaron este pueblo de Montilla, más de cuatro mil de a caballo y de infantería. Estuvieron aquí tres días y tomaron la posesión. Saquearon y hicieron muchas tropelías así en casas como en las mujeres”[13].

Los munícipes afrancesados acordaron en cabildo celebrado el 25 de octubre de ese año iniciar la “construcción de un cementerio fuera del pueblo” determinando como lugar adecuado “el sitio llamado la Silera de la Escuchuela que está fuera de poblada a sota viento de los vientos reinantes en esta ciudad”[14], sitio que contó con el beneplácito de las autoridades religiosas. Para la construcción del mismo, al día siguiente, solicitaron al Vicario “los materiales de la iglesia de la Vera Cruz”. El eclesiástico, a su vez, requirió la autorización del prelado cordobés a quien expuso la situación del templo en los siguientes términos: “Con motivo de haber mandado el gobierno francés se haga cementerio fuera de esta ciudad me propuso el Corregidor necesitaba de los materiales de la Iglesia de la Vera Cruz; esta ermita está arruinada, y sólo su capilla mayor sin ruina pero hoy secularizada, y la que tiene el material útil que me piden… también las paredes de fuera de la Capilla dicha tiene material útil, y dos puertas que juzgo querrán apropiar alguna de ellas para la puerta del futuro cementerio”[15].

La respuesta del obispo Trevilla –que el año anterior había ordenado clausurar el templo– no se hizo esperar: “Convengo gustoso en que se tomen los materiales de la Iglesia de la Vera Cruz para la obra del cementerio, que de orden del gobierno se ha mandado construir en esa ciudad”[16].

Detalle del plano a escala alzado por José Mª Sánchez-Molero
en 1868, quien sitúa la ubicación exacta del cementerio de la
Vera Cruz y el entorno despoblado del Valsequillo.
A pesar de la buena disposición inicial de las autoridades afrancesadas para construir el nuevo cementerio en la “Silera de la Escuchuela”, por lo que dejan entrever las actas capitulares de los años de la invasión, las prioridades del gobierno napoleónico fueron tornando a necesidades más urgentes, como la ubicación y abastecimiento de tropas, por lo que el camposanto proyectado parece que no llegó a su fin, a pesar de que en varios cabildos reiteran la obligación de acometer las obras.

En cuanto a la clausurada ermita, hay autores que han apuntado a su posible utilización por parte de las tropas napoleónicas de guarnición en nuestra ciudad. Nosotros no hemos hallado ningún documento que así lo acredite. De los años de la invasión, tan sólo hemos localizado el testimonio del alarife público Antonio Benítez, que realizó una serie de intervenciones en la zona a instancias de las autoridades municipales, que acordaron en cabildo de 23 de agosto de 1811 la reparación del portazgo y fortificación de la ciudad “por lo que respecta a las escalas y mojinetes hundidos y demás obras y reparos que necesiten las murallas por toda su circunferencia”[17].

Entre los meses de agosto y noviembre el citado alarife llevó a cabo una serie de intervenciones en el perímetro del llano de la Vera Cruz y Valsequillo, a fin de flanquear toda la zona y consolidar el sellado de la ermita para evitar incursiones y expolios, como se deduce de su “relación jurada, de los gastos hechos en tapar las dos puertas de la iglesia que fue de la Vera Cruz, con otro portillo que cae al Valsequillo, y igualmente cubrir las paredes con mojinete, y haber quitado algunos escombros, con su cerramiento de aldabón, cerraja y llave… en quitar el escombro que había arrimado a la pared de la Vera Cruz… para componer la pared de la calle de la Vera Cruz, que linda con el cementerio… con el castillo y zanja a la espalda la pared de la Vera Cruz”[18].

Examinadas y contrastadas estas noticias, consideramos que las tropas francesas no ocuparon la ermita, dado el estado de ruina y uso que presentaba, además de la inmediatez del cementerio provisional cuyas condiciones de salubridad dejaban mucho que desear, como lo venían denunciando los eclesiásticos desde años atrás.

En marzo de 1813, ya liberada la ciudad de la intrusión francesa, continúa imparable el deterioro de la ermita de la Vera Cruz, cuyos materiales se estaban extrayendo para reutilizarlos en otras obras públicas de la ciudad. Así lo manifiesta el incidente acaecido entre el Vicario, Rafael Sánchez de Feria, y el nuevo Alcalde del ayuntamiento constitucional, Francisco Martín Tinoco, quien había ordenado la saca de sillares de piedra de la ermita sin la necesaria licencia episcopal. El eclesiástico no dudó en paralizar la obra hasta conocer las causas y autorización para ello.

Por su parte, el primer edil alegaba que “las piedras que se han sacado de las ruinas de la Hermita de la Vera Cruz y se han aplicado a componer los poyos de la Plaza son el número de diez y ocho, y el Alarife regula podrán valer de real y medio cada una” a lo que añadía que los anteriores corregidores habían usado este material sin problema alguno: “y habiendo advertido que la Ciudad en tiempo de Dn. Miguel de Alvear arruinó dicha Hermita haciendo la obra que tuvo por conveniente, que Dn. Nicolás de Pineda y otros se han llevado materiales sin que nadie se los haya opuesto, creí que tampoco se opusiese nadie a que la Ciudad usase ahora de dichas piedras para el beneficio del común de vecinos”[19].

A pesar del incidente, el Vicario dudaba de la tasación que se había realizado a los sillares extraídos, tal cual se lo comunicaba al Obispo: “Estas piedras que tampoco aprecio merecen en el concepto del Sr. Alcalde son sillares de tres cuartas en cuadro y más de tercia de grueso. Más no es del caso su justo valor si no el haber entrado de su propia autoridad a valerse de ellas, no lo es tampoco que otros hayan hecho semejante usurpación que nunca cohonesta la suya. La que cita fue hecha en tiempo del anterior Vicario, y en el del gobierno intruso en el cual la Iglesia estaba en su mayor depresión”[20].

Interesante estampa de la parroquia de Santiago a principios del
 siglo XX. En primer plano aparece la fachada sureste del cementerio
 y la portada de acceso, rematada por una bella cruz de hierro
 forjado que hoy corona la cúpula del baptisterio parroquial.
Días después, el Vicario volvía a comunicar al palacio episcopal que el Ayuntamiento había dejado de extraer piedras de la ermita: “Muy Sr. mío: luego ha apurado el Alcalde constitucional las piedras que restaban tanto fuera de la hermita que fue de la Vera Cruz, inclusa en el cementerio provisional, como dentro cesó de sacar de ella los materiales por no acomodarle los restantes para el fin sin que hubiese producido efecto el oficio que le pasé”.[21]

Un año después, el mismo eclesiástico comunicaba a la corporación municipal “que era indispensable que el Ayuntamiento dispusiese se hiciere la obra de la pared del cementerio de que se habían hundido como unas doce varas”[22], lo cual nos indica el deterioro que sufría el saturado cementerio provisional.

Segundo proyecto y demolición de la ermita

Ante esta situación, la corporación municipal decide en septiembre de 1816 retomar el proyecto de construir un cementerio permanente y capaz de cubrir las necesidades de la población. El día 9 de ese mes el síndico Juan de Luque había presentado un informe donde recogía las quejas del vecindario “habiendo notado el disgusto general y desconsuelo de las familias, cuyos individuos se han enterrado en un cercado o corral de la ermita arruinada nombrada de la Vera Cruz”. 

Para ello, volvieron a reconocer el lugar donde “se principió a construir en el sitio que llaman de la Escuchuela y advertí no ser apropósito para el caso”. Finalmente, el síndico se decantó por el llano de la Vera Cruz, como así lo expone: “traté de reconocer otro sitio y hallé que en el baldío y campo que nombran de la Vera Cruz hay extensión sobrada para la construcción de un cementerio, que su terreno es proporcionado por profundidad cuanto según  para los enterramientos, que es sitio bastante ventilado, cercano a la Parroquia, y a una regular distancia de las casas de los vecinos”. Al mismo tiempo, y al igual que el primer proyecto, añadía la posibilidad de restaurar la capilla mayor de la ermita para los servicios fúnebres: “y que al mismo tiempo ofrece la comodidad y menor gasto para la capilla que debería formarse por poder aprovecharse para ella la ermita cuasi arruinada de la Vera Cruz”[23].

Tras emitir el informe, en los meses siguientes pasaron a reconocer el lugar los peritos del Ayuntamiento y una comisión de médicos, cuya resolución fue rotunda: “hemos visto y confesamos que solamente puede construirse en el sitio llamado el llano de la Vera Cruz y Valsequillo. Que no pueden menos advertir que el referido sitio no dista más que treinta o cuarenta pasos de algunas casas pero es cierto que fuera de él todo el terreno que le sigue a mucha distancia es desigual muy pendiente y absolutamente inútil para dicho objeto… En vista de todo lo cual les parecía que incluyendo el cementerio actual, el corral de la hermita de la Vera Cruz, y todo el llano que se extiende delante de dicha hermita según el plano adjunto podía formarse un cementerio capaz con suelo suficiente para hacer los enterramientos profundos y con separaciones ya para las diversas clases del pueblo, y ya para algunos años”[24].

Una vez aprobado el proyecto por el gobierno municipal, se solicitó el beneplácito del Duque de Medinaceli y del Obispo de la diócesis, quienes contestaron afirmativamente, en los primeros meses de 1817.

Con ligeras variantes del proyecto original, el primer cementerio permanente de Montilla fue una realidad en 1819. La capilla mayor de la ermita no fue restaurada, como lo manifiesta el informe final emitido por el interventor de la obra, Francisco Anastasio Panadero: “para dar mayor extensión al dicho cementerio, y aumentar sepulturas, ha sido preciso escombrar diferentes sitios de los comprehendidos en el cementerio y señaladamente sacar las ruinas de la hermita y las de sus cimientos con la de las paredes y reparación de las que han quedado”[25].

La descripción precisa del camposanto de la Vera Cruz –también llamado cementerio viejo– nos la ofrece el historiador José Morte Molina en sus Apuntes históricos, la cual tomamos a la letra: “Afecta la figura cuadrangular en cuyas paredes están colocadas las bovedillas. En su dilatada planicie tiene dos cuerpos también con bovedillas y por toda ella se reparten varios enterramientos. Obstenta en el centro una cruz grande de piedra. Un pequeño recinto de figura triangular en la parte posterior y sobre el cerro de la calaveras sirve para huesario. Cuando se edificó hubo que derribar una ermita que ocupaba parte de la superficie… con el nombre de la Vera-Cruz, la que con otras casas que tampoco existen ya, formaban una calle que iba a terminar cerca del Matadero de reses”[26].

Gracias a la precisión del médico e historiador Luis Mª Ramírez de las Casas Deza conocemos la inscripción que contenía la portada de acceso al cementerio, situada a mitad de la calle de subida al castillo, cuyo texto recogemos de su Corografía: “El cementerio es bastante capaz y está situado cerca de la parroquia, y aunque dentro de la población en paraje elevado, y sobre su puerta se lee la siguiente inscripción: Se construyó este cementerio reinando S.M.C. El Sr. Don Fernando VII siendo Duque de Medinaceli el Excmo. Sr. D. Luis Fernández de Córdoba y corregidor Don Antonio Pimentel y Valenzuela el año de 1819”[27].

Construcción del primer edificio del colegio Salesiano (h. 1905). En primer plano, a la izquierda, aparece parte del cementerio donde aún se mantienen varias bovedillas. A la derecha, se aprecia el osario, cercado en triángulo.
Así fueron los últimos días de la existencia de una de las ermitas más antiguas de nuestra ciudad, cuyos imprecisos orígenes se cimentan en la época bajomedieval. De nada sirvieron las súplicas del predicador franciscano Fr. Francisco de Soto y Martínez ante los Duques de Medinaceli en los funerales del traslado de los restos de los marqueses de Priego desde el arruinado convento de San Lorenzo al nuevo de La Encarnación el día 6 de mayo de 1815, como dejó impreso en su Oración fúnebre: “Notoria es a todos la necesidad que hay en Montilla de un auxilio poderoso, que restablezca las casas de Dios. Aún en nuestros cortos días hemos visto venirse a tierra, y acabarse del todo, o por las circunstancias de tan calamitosos tiempos, o por la falta de un celoso Nehemías, las ermitas del Santo Cristo de los Caminantes, de Santa Brígida, y la que en todas partes se venera con particular devoción, que es la de la Vera Cruz: esto es, fuera de otras de que hay memoria[28].

Por su parte, las advocaciones y hermandades originarias de la Vera Cruz procuraron mantener viva la llama de la devoción a las centenarias imágenes en su nueva casa, la parroquia de Santiago, a pesar de los recios vientos que soplaron a lo largo del siglo XIX. Pero eso es otro capítulo de la dilatada historia de esta antigua cofradía, merecedor de un profundo estudio en el que ya estamos trabajando.

FUENTES DOCUMENTALES

[1]Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Caja 2. Exp. 54A. Actas de la Junta de Sanidad. Año 1800.
[2]Ibídem.
[3]AHMM. Actas Capitulares, 1806. Lib. 107
[4]Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Expediente promovido a consequencia de carta orden del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba mi señor, sobre los Cementerios, provisional y permanente de esta Ciudad, en consequencia de las Reales Órdenes, fol. 4v.
[5]Ibíd., fol. 21.
[6]Ibíd., fol. 15.
[7]Ibíd., fols. 22-24.
[8]Ibíd., fol. 24v.
[9]Ibíd., el expediente contiene cuatro hojas sueltas, [s.n.].
[10]Archivo General del Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho Ordinario. Sig. 7270/01. Leg. 35. Exp. 5/72.
[11]APSM. Relación de los bienes pertenecientes a las Imágenes y Hermita de la Vera Cruz, que se trasladaron a esta Iglesia Parroquial con licencia del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba en el mes de Febrero del presente año de 1809, cuyos bienes están en depósito en la Sacristía del Stmo.
[12]No hemos entrado a realizar un estudio profundo de este valioso inventario porque consideramos que requiere un trabajo monográfico, ya que muchos de los bienes descritos pueden ser localizados en la actualidad. Lo abordaremos más adelante.
[13]Esta referencia está recopilada de un libro-manual de mayordomía de la cofradía de Jesús Nazareno, que conserva nuestro paisano Agustín Jiménez-Castellanos, el cual contiene numerosos apuntes de noticias locales de los siglos XVIII y XIX.
[14]Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque (FBMRL). Ms. 63.
[15]AGOC. Op. cit.
[16]Ibíd.
[17]FBMRL. Op. cit.
[18]AHMM. Caja 380B, exp. 3. Cuentas: portazgo y fortificación. Año 1811.
[19]AGOC. Op. cit.
[20]Ibíd.
[21]Ibíd.
[22]AHMM. Actas Capitulares. Lib. 111. Cabildo de 5 de febrero de 1814.
[23]AHMM. Leg. 913B, exp. 1. Expediente formado a instancia del Síndico Personero sobre la construcción del Cementerio. Año de 1816. [s.n.]
[24]Ibíd.
[25]Ibíd.
[26]MORTE MOLINA, José: Montilla. Apuntes históricos de esta ciudad, págs. 72-73. Montilla, 1888.
[27]RAMÍREZ DE LAS CASAS DEZA, Luis Mª: Corografía histórico-estadística de la provincia y obispado de Córdoba, T. II, pág. 339. (edición de 1986).
[28]SOTO, Fr. Francisco de: Oración Fúnebre que en las Solemnísimas Exequias celebradas en la iglesia del convento de San Francisco de la ciudad de Montilla el día… en la traslación que se ha hecho de los huesos de los primeros Marqueses de Priego… Madrid, 1815. FBMRL. Reg. 13912.

jueves, 20 de septiembre de 2018

EL GOBERNADOR JUAN PALOMERO DE LEÓN. Apuntes biográficos de otro montillano en el olvido*

Este trabajo fue publicado en el año 2004 con el ánimo de rescatar del olvido a un montillano ilustre. Ahora lo he recuperado y actualizado, aunque el personaje merece un estudio de mayor profundidad, dado los lugares en que sirvió a la corona y los cargos que ocupó, imprescindibles para mantener las posesiones europeas de la monarquía hispánica de los Austrias. 
De un tiempo a esta parte, el interés despertado por la historia moderna militar española, representada en sus legendarios Tercios, ha provocado la publicación de numerosos estudios y monografías que pueden ayudar a conocer mejor la trayectoria profesional de nuestro paisano. No cejaremos en el empeño de ampliar su biografía para que a las generaciones venideras quede un retrato más acabado de su perfil montillano.

Genealogía de los “Recio de León” en Montilla


Escudo de armas del linaje Recio de León
Hablar sobre el linaje castellano de los “Recio de León” es hacerlo de la reconquista andaluza, de las campañas bajomedievales de los reyes sucesores de Fernando III, el Santo. 

Francisco Sánchez, el primer Recio de León”, nace en 1378 y junto con sus padres, Sancho Sánchez Muñoz y Teresa Álvarez, se trasladaron desde Alcedo de Alba, su tierra natal, a la ciudad de León. En septiembre de 1410 Francisco participa en la toma de Antequera como sargento, al mando de una compañía del tercio de Pedro López de Ayala, a las órdenes del Infante don Fernando, tío del monarca Juan II. Tras haber destacado sus valores castrenses en la reconquista de la ciudad andaluza, el mismo Infante lo distinguió con el sobrenombre de “El Recio de León” ganándose su confianza y entrando a formar parte de su cámara[1]. En 1412 el Infante don Fernando llega a Montilla y visita a don Pedro Fernández de Córdoba, señor de las villas de Aguilar y Montilla. En su comitiva le acompañaba Francisco Sánchez Recio de León que, tras hacer gran amistad con don Pedro, decide instalarse en esta villa, para lo cual éste le cede una casa en la calle Santa Brígida.

Francisco contrae matrimonio en Montilla con Elvira González de Arellano, natural de Estella (Navarra), joven dama que formaba parte del séquito de la esposa de don Pedro en el castillo montillano. De estos esponsales nacen Alonso, que casó con la montillana Ana García “la Pavona”[2], y Marina que fallece sin sucesión. En su vida matrimonial, Alonso Sánchez Recio de León y su esposa Ana llegaron a concebir tres hijos, Francisco, Marcos y Ana; de los cuales sólo sobrevivió su primogénito.

Francisco Sánchez, único heredero y portador del sobrenombre “Recio de León”, fue desposado con Lucía García de la Peñuela “la Rubia”[3], de cuyo casamiento nace Alonso, único sucesor del linaje y posesiones que los “Recio de León” habían aglutinado en Montilla al servicio del Señorío de los Fernández de Córdoba. Alonso Sánchez Recio de León, casó en primeras nupcias con Catalina Rodríguez[4], de cuyo matrimonio nace Elvira. Alonso fallece en 1519, y bajo testamento decide la fundación del convento de San Agustín de Montilla, a cuyos primeros moradores ofrecía la ermita de San Cristóbal y varias fincas que eran de su propiedad. La llegada de los agustinos y la posesión de los bienes de ofrecidos por Alonso fueron una realidad en 1520.

El convento de San Agustín fue fundado por Alonso Sánchez
Recio de León, sobre su ermita de San Cristóbal, en 1519.
Elvira Alonso de León, hija mayor de Alonso y Catalina, fue desposada con Antón Pérez de Aguilar, natural y vecino de Montilla, cuyo matrimonio dio únicamente por sucesora a Marina Rodríguez de León que, a su vez, contrajo matrimonio en dos ocasiones: primeramente con Juan Sánchez Cubero (de cuyo enlace nació Juan) y, a la muerte de éste casó con Juan Rodríguez “el Palomero”, también vecino de Montilla.

La morada familiar estaba comunicada a dos calles, la fachada principal daba a la calle Puerta de Aguilar y la parte trasera (el postigo) se abría a la calle del Palomar, cuya patronímica evidencia “los seis grandiosos palomares, hacienda considerable en aquellos tiempos”[5] y que dio nombre popular –que aún hoy conserva– a esta céntrica calle.

Rodríguez Palomero prohijó a Juan, fruto del anterior matrimonio de su esposa Marina, como hijo propio. Dado que el nuevo matrimonio no pudo tener sucesión, su padrastro le hizo heredero de toda su fortuna, quedándosele a éste el sobrenombre de “el Palomero”.

Juan Sánchez Cubero de León, “El Palomero”, contrajo matrimonio con Marina Fernández de León, su prima hermana, hija de Antón Pérez de Aguilar y Elvira Alonso de León, hermana de su madre. De este matrimonio nacen Francisco, Lucía, Catalina, Ana y Marina.

De todos estos descendientes, nos ocuparemos a partir este momento de su primogénito, Francisco Sánchez Palomero de León, que contrajo matrimonio con Mayor López de la Mata y Arroyo[6], natural de Montemayor. De este matrimonio nacen Marcos, Juan, María, Mayor y Catalina. De todos los hermanos, sólo el primero, Marcos García Palomero de León dejó descendencia, desposándose con la montillana Ana Rodríguez el domingo 17 de abril de 1580 en la parroquia de Santiago.[7] De este matrimonio nacen Juan (nuestro biografiado), Sebastián, María, Ana y Leonor.

Así, Juan Palomero de León, primogénito de Marcos y Ana, es bautizado en la parroquia mayor de Santiago el lunes 7 de agosto de 1581 por el presbítero Juan de Guzmán[8]. En su niñez y primera juventud, Juan se impregna de la tradición militar de su familia, y decide así tomar el camino de las armas al servicio de la Corona Española.

En Italia, por las huellas de El Gran Capitán

Curiosamente, Palomero de León dio sus primeros pasos en  su dedicación y formación castrense en el Arma de Infantería, siendo destinado a la península italiana, donde la Monarquía Hispánica mantenía las posesiones conquistadas un siglo antes por nuestro insigne paisano Gonzalo Fernández de Córdoba, Capitán General y primer Virrey de Nápoles, conocido universalmente por “El Gran Capitán”.

Rúbrica del capitán Juan Palomero de León
En 1602, Juan Palomero de León ingresa en el ejército como soldado cuando contaba con 21 años. Como infante, su primer destino está junto a Lorenzo Suárez de Figueroa y Córdoba, II Duque de Feria, que fue nombrado ese mismo año Virrey de Sicilia. En 1606 pasa al virreinato de Nápoles, donde permanece varios años. Durante este tiempo que está destinado en la península itálica, Juan Palomero de León es agraciado por el monarca Felipe III por sus destacados hechos entre la milicia española. Muestra de ello, una real cédula otorgada a favor de nuestro paisano y dirigida al contador mayor del ejército:

“Don Felipe por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de las Indias, Duque de Milán, Condestable de Castilla primo del mi consejo de estado, mi presidente en el supremo del. Mi gobernador y Capitán General del esta de Milán, teniendo consideración a lo bien, que Juan Palomero de León me ha servido de ocho años a esta parte, en Nápoles y Sicilia, hallándose en las ocasiones, que en su tiempo se han ofrecido y a que una nave, que se perdió en la fosa de San Juan, salvó dos banderas, y sacó a un capitán de debajo del agua, y a otros soldados y marineros, que se ahogaban. Le he hecho merced como por la presente se la hago de cuatro escudos de ventaja al mes, de más de su plaza de soldado residiendo y sirviendo entre la infantería española del tercio de ese Estado como está obligado, que os encargo, y mando, deis orden, que desde el día de la presentación de esta [real cédula en] adelante todo el tiempo que [sirvie]re, se le asienten , libren, y paguen los dichos cuatro escudos de ventaja al mes según y de la manera que a los demás, que hay me sirven, que tal es mi voluntad y de no se execute la presente si el dicho Juan Palomero de León no presentare con ella las señas de su persona con Fe del mi infrascripto Secretario de estado y mando que tome la razón de esta mi cédula Juan Zevallos  mi contador de las mercedes, que se hacen por el mi consejo de estado. Dada en Madrid a 27 de Junio de 1611. Yo el Rey.”[9]

La Real Cédula llega finalmente a Milán el 23 de noviembre de ese año, donde estaba destinado Juan Palomero de León desde el 19 de agosto anterior, en la compañía comandada por Luis de Córdoba y Aragón. A partir de este momento comienza la carrera militar de Juan. El 7 de junio de 1612 fue destinado a la compañía de Miguel de Aspurz. Nuevamente, fue trasladado el 11 de marzo de 1615, con el rango de sargento, a la compañía capitaneada por don Diego de Mendoza en la que permaneció hasta el 28 de agosto de 1617, fecha en que se trasladó al Fuerte de Fuentes, gobernado por Martín Marañón de la Peña.

Al servicio del Duque de Feria

Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria, nace en Guadalajara en 1587. Estaba emparentado con el Marqués de Priego y vinculado con Montilla, durante la primera mitad del siglo XVII estuvo muy presente en la diplomacia y asuntos exteriores de la Monarquía Hispánica. En el campo de la diplomacia, fue dos veces gobernador del ducado de Milán (entre 1618–1625 y 1631–1633). Fue también virrey de Cataluña, entre 1629 y 1630, capitán general de Italia, embajador de España en Roma ante el papa Paulo V y embajador extraordinario en Francia en la entronización de Luis XIII.

En el campo de las armas, dirigió varias campañas de las que cabe destacar la realizada en 1625 en la provincia italiana del Monferrato, cuando apareció repentinamente con 20.000 hombres y conquistó a los franceses las principales plazas del Piamonte. En el año 1633, se dirigió con sus tropas hacia Brisach, para socorrer la ciudad, quedando plasmada esta efeméride por el pintor Jusepe Leonardo en un lienzo que hoy se puede contemplar en el museo del Prado.[10]

El III Duque de Feria, en el "Socorro de Brisach", en 1633. Jusepe Leonardo, Museo del Prado.
Desde la llegada de Suárez de Figueroa a Milán, Juan Palomero fue su fiel vasallo, como él mismo declara, participando activamente en las campañas militares emprendidas por el duque de Feria, bajo los reinados de Felipe III y Felipe IV[11]. El 9 de abril de 1619, Palomero de León es nombrado alférez y pasa a formar parte del Tercio viejo de Lombardía, bajo el mando del propio duque, quien fuera gobernador del Milanesado.[12]

En años sucesivos fue nombrado Capitán de una compañía de Infantería del mismo Tercio, alcanzando la gobernación de la ciudad de Coma (hoy Como). Hay que señalar que en el siglo XVII el Tercio de Lombardía estaba formado por diez compañías, y  cada una de ellas contaba con más de un millar de efectivos bajo el mando de un capitán, cuyo cuartel general se ubicaba en Milán. Así, su estancia en la capital del ducado italiano y su cercanía a la corte gubernativa y administrativa hicieron que Palomero de León gozara en tiempos de paz de mercedes concedidas por sus superiores. Durante su estancia en Milán contrajo matrimonio con Laura de la Lanza y Hortigosa, noble de origen vizcaíno, de cuya unión nacen nueve hijos y tres hijas: Gómez, Francisco, Juan, Jerónimo, Lorenzo, Martín, un segundo Lorenzo, Diego, un segundo Juan, Ana, Francisca y María.[13]

Alejandría su gobierno y Montilla su nostalgia

La buena administración de la ciudad de Coma y la lealtad mostrada a la Corona Española y al duque de Feria durante las campañas militares en las que participó, hicieron que el capitán montillano fuese nombrado Gobernador de Alejandría de la Palla, plaza fuerte del ejército imperial español, por su proximidad a la frontera francesa y a la costa mediterránea.

Alejandría de la Palla (hoy Alessandría), está situada en el noreste de Italia, a orillas del río Tánaro. Fue fundada en el año 1168 por el papa Alejandro III, de aquí su nombre en honor de aquel pontífice. En el primer tercio del siglo XVI pasó a manos españolas, integrada en el ducado de Milán. Desde su fundación fue una ciudad mayormente defensiva. No en vano, con la llegada de las tropas españolas fue una plaza militar de gran trascendencia, donde estaba destacada una de las compañías de infantería de mayor efectividad del Tercio viejo de Lombardía, y etapa obligada del Camino Español de Flandes.

De la importancia de Alejandría de la Palla como plaza militar, deja constancia Miguel de Cervantes y Saavedra en el capítulo XXXIX de la primera parte de su inmortal Vida y hechos del caballero don Quijote de la Mancha, donde narra los comienzos en su ocupación a las armas: “Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y, estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina; y, a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes…”

Juan Palomero toma posesión del gobierno de Alejandría de la Palla en 1631 y junto con su familia se instala en el palacio del Gobernador, desde donde gestionó y administró la ciudad hasta su muerte. Durante estos años fueron varios los gobernadores del Milanesado; así, Palomero de León estuvo al servicio del duque de Feria, del marqués de Leganés, del conde de Siruela y del marqués de Velada.

Probablemente, desde su ingreso en el ejército y su destino a Sicilia, Nápoles y finalmente Lombardía, Juan Palomero no regresó a Montilla en ocasión alguna, aunque nunca olvidó la ciudad que fue su cuna y solaz durante sus primeros años de vida. Como gesto de la montillanía que palpitaba en cada latido de su corazón, en  recuerdo y homenaje a la tierra en que se instruyó como persona y como creyente, trasladó desde Alejandría de la Palla varios recuerdos que le iban a perpetuar en la ciudad que le vio nacer y crecer. El primero fue donado a la Cofradía del Santísimo Sacramento y hecho público por Pedro de Flores, su hermano mayor, en el cabildo celebrado el 4 de Febrero de 1644 en el coro alto de la parroquia de Santiago.

Antigua capilla Sacramental de la Parroquia de
Santiago, a la que Juan Palomero envió desde Milán
la tela de oro para un dosel valorada en 800 escudos.
 “El Sr. Capitán Juan Palomero de León natural de esta dicha ciudad y vecino de la ciudad de Milán ha hecho entre otras limosnas a la dicha cofradía una de Tela de oro para la hechura de un dosel que de gran estimación de personas que le han visto y entienden vale más de ochocientos ducados por ser como dicho es de tela de oro fino…”.

La Cofradía, la más distinguida de la ciudad, trató en este mismo cabildo la forma de agradecer a Palomero de León, su mecenazgo y recuerdo a Montilla con varios oficios, religiosos y materiales.

“[…] y para mostrarse la dicha Cofradía agradecida a este beneficio y remunerar el ánimo liberal con que el dicho Señor Capitán lo ha hecho y hace con semejantes limosnas se propuso […] en el dicho cabildo el modo que se tendría para mostrarse agradecidos y hacer dicha remuneración y por parecer de todos sin contradicción alguna se determinó lo siguiente: Que la dicha Cofradía por hecho de agradecimiento le dote para siempre jamás una fiesta solemne en cada un año la cual se ha de celebrar el tercer domingo de abril de cada año, mes que sirve y acompaña el clero de esta dicha ciudad al Stmo. Sacramento y decir la dicha fiesta con la solemnidad que se acostumbra… Y así mismo, que luego que se tenga noticia que el dicho Sr. Capitán fuere muerto la dicha Cofradía le ha de hacer un oficio solemne de difuntos por la dicha muerte y para que de esta limosna quede memoria y otros se alienten a hacer otras a esta dicha Cofradía, se ponga una piedra de jaspe en la capilla de el Sagrario a la parte de adentro escrito en ella la descripción de este beneficio para su memoria y para la entera validación de esto [...]”[14]

Otra gran donación que realizó el capitán Palomero de León, fue la institución de una capellanía en el convento de Santa Ana, cuya escritura fue realizada el 20 de agosto de 1640, en el palacio del Gobernador y en la Catedral de Alejandría de la Palla, estando presentes por testigos las autoridades de la ciudad. Las capellanías no eran otra cosa que fundaciones piadosas dotadas de una serie de bienes cuyas rentas mantenían económicamente la voluntad piadosa de su fundador, que generalmente era la celebración de misas por la salvación de su alma y la de sus familiares difuntos. Dichos bienes eran administrados por un patrono, designando por el fundador, quien también nombraba a un capellán para el cumplimiento de las misas. En ambos casos los cargos recaían en un familiar cercano (hermano, hijo, sobrino), que se obligaban a cumplir lo estipulado ante notario por el fundador.

Juan Palomero de León, dotó su capellanía con los bienes raíces que heredó de su familia de origen astigitano, tal y como puede leerse en la escritura fundacional que transcribimos literalmente: “para dote de la dicha capellanía señalamos y situamos catorce mil reales de principal en un censo que dicho Sr. Gobernador tiene contraído  D. Diego de la Fuente  Guzmán clérigo de menores órdenes vecino de la dicha ciudad de Ecija a la colación de Santa María mancipada por escritura pública ante Manuel de Morales escribano de ella y contra Diego de la Fuente Guzmán escribano público del número de la ciudad y Dª Catalina Guerrero su mujer padres del dicho Lcdo. impuesto sobre un arrendamiento del presente y sus aranzadas de viñas con su casería lagar y otros prevengos en el término de la dicha ciudad en el pago de Valbermejo son ciertos linderos y sobre unas casas en la misma ciudad en la Barrera de los niños de la doctrina y sobre otras casas en la dicha ciudad en la calle que va de la Cárcel Real a la Compañía de Jesús  con hipoteca de un oficio de escribano público del número de la dicha ciudad que de presente una el dicho Diego de la Fuente y de otros bienes como contienen en la escritura de censo que otorgaron por ante el dicho Diego de la Fuente en la dicha ciudad de Écija”.

Cabecera de la escritura de asiento de la Capellanía fundada por el capitán Juan Palomero de León en el convento de Santa Ana en 1640, de la que fue su primer poseedor su hijo Martín.

También, Juan Palomero dejó una cláusula en la escritura de la dote sobre los beneficios de sus bienes, los cuales destinó a las mujeres solteras y viudas de su familia, mientras no se asignara capellán alguno.

“Y también es su voluntad que la renta de dichos setecientos reales vaya la mitad a su hermana María de León y la otra mitad a su tía María de la Cruz y faltando una de las dos vaya la mitad a su tía Mayor López para que se ayuden y esto mientras dicho fundador no ordena otra cosa o su hijo que será capellán no tenga edad para tomar posición de dicha capellanía”.

En cuanto a los patronos, Palomero de León nombró a sus parientes más cercanos y reputados, entre los cuales estaban el “Doctor Jerónimo Fernández de León Vicario que fue de Montilla y al Padre fray Alonso de Córdoba y al Doctor Andrés de la Fuente médico que asiste en Ecija, a todos tres juntos y a cada uno de ellos y insolidum cuales hagan la fundación de dicha capellanía con los puntos y cargos dichos y que han los se dirán juntamente es su voluntad que esta capellanía y beneficio sean patronos de su casa y parientes”.

Como capellán, el capitán Palomero de León estableció en la escritura fundacional que uno de sus hijos se dedicara a la religión, preferible del mayor al menor. Y es que era muy propio en la época esta forma de actuar por parte de los fundadores, que no buscaban sino el mantenimiento holgado de un hijo, pues con un nombramiento de este tipo podía vivir dignamente en la sociedad española del siglo XVII.

Como hemos dicho, el capellán estaba obligado a decir las misas asignadas en la escritura fundacional de la capellanía, como así reza: “En nombre de Dios y de su Santísima  madre María. El Gobernador D. Juan Palomero de León Capitán de una Compañía de Infantería española por su Majestad tercio de Lombardía natural de la ciudad de Montilla vasallo del Excmo. Sr. Marqués de Priego Duque de Feria y Duque de Alcalá quiere fundar una capellanía en Montilla en la iglesia de las monjas de Santa Ana con obligación de decir en dicha Iglesia como abajo tres misas cada semana in perpetuo dichas por intención que las dirá el capellán entera por orden pose y siendo impedido la dicha a decir por otro sacerdote es a saber una en lunes otra el miércoles otra el viernes de réquiem o según el oficio corriente siendo duplejo y juntamente dirá dicho capellán  una misa cantada de réquiem cada un año el día aniversario de la muerte del fundador”.

Tras varios años de inactividad de la capellanía de Juan Palomero de León, en 1656 llegó a Montilla su hijo Martín, como clérigo de órdenes menores. Tras hacer público el fallecimiento de su padre en Milán, reclamó la legitimidad de la posesión de la capellanía que su padre había erigido en 1640. El obispado de Córdoba le otorgó la posesión de la misma, sin poder ocuparla  íntegramente hasta el término de sus estudios teológicos, que culminó en la capital cordobesa en 1660. Una vez graduado, el 31 de agosto de ese mismo año, le fue adjudicada la capellanía por el provisor del obispado, quien aclaró “que atento a la adjudicación hecha de la dicha capellanía en el dicho D. Martín Palomero de León y resuelva para su colación y ser clérigo de menores órdenes hábil y suficiente para la poder obtener para ver sido examinado de la dicha capellanía y de cualquier derecho a ella anejo y pertinente le debía de hacer y hizo título provisión y colación y canónica institución por imposición de un bonete que en cabeza del dicho D. Martín puso estando ante su Merced inclinado de rodillas en cuya posesión leyendo poner y amparar   y acudir con usufructos y rentas como a tal capellán y cumpla con sus cargas y obligaciones y para celo se le despache título y así lo pronunció mandó  y firmó”.

Tras ser oficialmente capellán, Martín Palomero de León regresó a Montilla para entablar la capellanía en el archivo parroquial de Santiago, donde aún se puede leer “Como parece por el dicho título de colación y escritura de fundación que para está hecho exhibido ante mí el Lcdo. D. Martín Palomero de León a que me refiero lo cual rehuyan por y aquí firmo su recibo y para que de ello contuviere en la ciudad de Montilla en ocho días del mes de diciembre del año de mil y seiscientos y sesenta y uno. Martín Palomero de León [rúbrica].”[15]

Otro ilustre montillano en el olvido

A modo de conclusión, señalar que hemos titulado este epígrafe, evocando aquel libro publicado en 1957 y titulado Cinco montillanos olvidados, que compila la biografía de insignes montillanos que hoy son bien conocidos. Después de la aparición de aquellas biografías, varios de los protagonistas de dicho libro que prologara nuestro paisano y cronista oficial de Montilla, Pepe Cobos, gozan de un recuerdo patente y diario como es el rótulo de una calle.

Como bien plasmara nuestro insigne escritor, “hay muchas figuras locales que, por singularidad de sus méritos e incluso por su identidad anecdótica, están necesitadas de una oportuna revisión, y puesta a punto de sus vidas” no sin antes recordar la imaginativa predicción que se acompaña en las líneas del prólogo de la citada obra, en las que su autor retrata esa deuda pendiente que las generaciones presentes tenemos con el pasado humano de cada rincón encalado de nuestra Montilla… “Pues no nos cansaremos nunca de insistir sobre la convivencia, y diríamos casi la necesidad, de que los montillanos conozcan, siquiera sea sucintamente, la vida de sus hombres más representativos, que es tanto como conocer la historia misma de la ciudad en cuyo seno nacieron. Mucho dependerá de ello, naturalmente, del fervor, la indiferencia o el desdén con que se acoja este volumen, que ahora damos a la estampa y que bien pudiera ser el primero de una larga serie dedicada a la historia y a los hombres de Montilla”.[16]

*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla. Año 0, nº 2. Agosto, 2004.
  
FUENTES


[1] Copia del Ilustre linaje de los Recios de León, apellido noble. Biblioteca Regional Mariano Domínguez Berrueta (León). Colección: BDBER. Sig. ANT 674. Véase también: MORTE MOLINA, J.: Montilla. Apuntes Históricos de esta ciudad, Montilla, 1888. pág. 84.
[2] Copia del Ilustre linaje… Hija de Juan Sánchez Pavón y Teresa de Fernángil.
[3] Op. Cit.: Hija de Álvaro de la Peñuela, hijodalgo de Álava y de Lucía Fernández la Rubia.
[4] Ídem: Hija de Pedro Alonso Pobeda, natural de Montalbán, y Catalina Rodríguez, natural de Montilla.
[5] Ídem.
[6] Ídem: Hija de Antón Ruiz de Arroyo y Mayor López de la Mata, vecinos de Montemayor.
[7] [A]rchivo [P]arroquial de [S]antiago de [M]ontilla. Libro 1º de desposorios (pequeño), f. 45v. “Domingo en diez y siete años de abril de 1580 años el bachiller Alonso Ruiz Mazuela vicario de esta iglesia despose por palabras de presente no habiendo impedimento canónico a Marcos García hijo de Francisco Sánchez Palomero y de su mujer Mayor López y a Ana Rodríguez hija de Juan Sánchez Herrero y de su mujer Ana Rodríguez vecinos de esta villa. Fueron testigos el Sr. Lorenzo de Lara capellán de esta iglesia y Cristóbal Rodríguez Zapatero y por ser así lo firmé de mi nombre. Alonso Ruiz Mazuela [rúbrica]”.
[8] APSM. Libro 6º de bautismos, f. 187. “Lunes siete días de agosto [de 1581] el Lcdo. Juan de Guzmán bauticé a Juan hijo de Marcos García Palomero y su mujer Ana Rodríguez fueron padrinos el Padre Cristóbal Ramiro presbítero y su hermana doña María. El Lcdo. Guzmán (rúbrica)”
[9] Copia del Ilustre linaje…
[10] CALVO SÁNCHEZ, I.: Retratos de personajes del siglo XVI, relacionados con la historia militar de España, p. 283. Impreso en Madrid por Julio Cosano, año 1919. Edición Facsímil, 2003. 
[11] JURADO Y AGUILAR, L.: Miscelánea de noticias varias relativas a la antigua ciudad de Ulía y a la historia de la Ciudad de Montilla, f. 158. Tomo I. Año 1763.
[12] Copia del Ilustre linaje…
[13] Ídem.
[14] APSM. Libro de cabildos de la Cofradía del Stmo. Sacramento, f. 67 y vuelto. “Cabildo para situar la fiesta por D. Juan Palomero de León”.
[15] APSM. Libro 5º de capellanías y memorias. Folios 17 – 25 v.
[16] COBOS JIMÉNEZ, J.: Cinco montillanos olvidados. Madrid, 1957.

miércoles, 11 de julio de 2018

JOSÉ SALAS Y VACA, UN PRECURSOR DE LA NEUROPSIQUIATRÍA ESPAÑOLA

El Excmo. Sr. D. José Salas y Vaca, con uniforme diplomático
de Gentihombre de Cámara de Alfonso XIII

Siempre se ha dicho que Montilla es una ciudad que aportó grandes personajes a la Historia. No en vano, en el Siglo de Oro hispánico resuenan nombres universalmente conocidos que gracias a la trascendencia de sus hechos hoy forman parte de su galería de patricios ilustres: el Gran Capitán, San Juan de Ávila, el Inca Garcilaso o el mismo San Francisco Solano, cuyas fiestas patronales ahora celebramos.

Al igual que en los albores de la modernidad, tres siglos después Montilla volverá a sumar sus mejores hijos a la vida política, militar, social y cultural de la nación española con la llegada del Régimen Liberal. Una emergente edad de plata que estará protagonizada por apellidos como Alvear, Ruiz-Lorenzo, Núñez de Prado, Jiménez-Castellanos, Aguilar-Tablada, Garnelo Alda o Ruiz de Salas entre otros, cuyas meritorias biografías se vienen recuperando en la actualidad por parte de la comunidad científica.

Tal es el caso del montillano José Salas y Vaca (1877-1933) cuya vida y obra ha sido objeto de una tesis doctoral en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Su autora, Ruth Candela Ramírez, proyecta un perfil biográfico y profesional de largo alcance profundizando en la extraordinaria labor que José Salas desempeñó en los inicios de la neuropsiquiatría española, durante el primer tercio del siglo XX.

Esta nueva investigación lo considera como uno de los grandes reformadores de las instituciones públicas de salud mental de su tiempo, así como un innovador en la metodología seguida en el tratamiento a los enfermos; una inquietud que el doctor Salas dejó plasmada en más de una decena de publicaciones, numerosos artículos en revistas científicas, y en los foros académicos y universitarios que participó.

Doctorado en Medicina por la Universidad Central de Madrid antes de cumplir los veinticuatro años, en 1901 inicia su andadura laboral en el Real Hospital del Buen Suceso y dos años después ingresa por oposición en el Cuerpo de Beneficencia General. En 1911 es nombrado Jefe Facultativo del Manicomio Nacional de Leganés, cargo que ocupará hasta su jubilación en 1929, cuya institución será la principal receptora de sus progresos. Igualmente, formó parte del Cuerpo de Médicos de Baños, de la Sociedad Española de Higiene, del Instituto de Medicina Social y de las Reales Academias de Cádiz y Córdoba.

Dada su vocación sociopolítica participó en la dictadura de Miguel Primo de Rivera, siendo nombrado Gobernador Civil de las provincias de Albacete, Cádiz y Huelva. A lo largo de su vida recibió las distinciones de Gentilhombre de Cámara de Alfonso XIII (1912), la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia (1921), Hijo Predilecto de Montilla (1925), y Comendador de la Orden Civil de Alfonso XII (1927).

En 1930 se jubila por enfermedad, pasando sus últimos años entre Montilla y la capital cordobesa, en la que muere a finales de 1933 a los cincuenta y seis años. Sus cenizas las guarda la misma tierra que le vio nacer. Sin duda, José Salas y Vaca es parte esencial de esa edad de plata montillana que la ciudad debe recuperar para la memoria de las generaciones presentes y futuras.