viernes, 3 de mayo de 2024

UNA EFEMÉRIDE Y UNA PROPUESTA*

En el rostro del Santo Cristo de Zacatecas se
refleja fielmente la dureza de la muerte de Cruz.
Cuántas generaciones de montillanos a lo largo de
los siglos habrán comprendido en la contemplación
de su agonía el misterio de la fe cristiana.
(Foto: Jaime)
Se acerca una fecha significativa para la historia de esta cofradía. Su titular, el Santo Cristo de Zacatecas, pronto cumplirá 450 años de su llegada a Montilla.

Como es sabido, el indiano Andrés de Mesa –un montillano enriquecido en sus años de residencia en el virreinato de Nueva España– a su regreso decidió incorporar al equipaje familiar una de aquellas imágenes de Cristo crucificado, de hechura portentosa y liviano peso, que los obradores mexicanos componían a base de caña de maíz empleando técnicas aprendidas de artistas indígenas; imágenes que tan buen fruto catequético y devocional estaban logrando en aquellos recónditos territorios donde los misioneros españoles asumieron la difícil empresa de llevar la fe cristiana.

A su llegada a Montilla, el impacto que causaría en la población hubo de ser imponente, como la silueta de su figura. Porque hemos de recordar que fue una imagen de Cristo en la Cruz extraña a los ojos y al corazón de paisanos y foráneos, la primera de procedencia ultramarina –de tales dimensiones y características– que llegaba a tierras cordobesas.

La cofradía pronto se apresuró a recibir la donación del «Santo Cristo» y elevó aquel acuerdo a escritura pública el día 10 de septiembre de 1576, vísperas de la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Como era lo propio, los oficiales de la Vera Cruz asignaron la titularidad de la corporación a la nueva imagen, iniciándose así una relación indisoluble entre el Crucificado mexicano y Montilla.

Han sido más de cuatro siglos donde los ojos moribundos del Señor de Zacatecas han conocido a generaciones y generaciones de nuestros antepasados, quienes le confiaron sus anhelos y secretos, sus plegarias y penitencias, sus adversidades y gozos. Y a pesar de representar a Jesús muerto en la Cruz no deja de ser un referente en la historia viva de la piedad popular montillana, un icono de Dios-Hombre que no deja indiferente a quien lo contempla.

Además, desde que fue estudiado por el historiador americanista Antonio García-Abásolo y después restaurado por el investigador y conservador especializado en la materia Pablo Francisco Amador, el Crucificado novohispano se ha revelado como una de las obras artísticas más singulares del rico patrimonio sacro que nuestra ciudad atesora, como lo vienen acreditando últimamente numerosos trabajos de investigación, estudios académicos y universitarios, gracias a su original tipología y al buen conocimiento de su pasado.

Como ejemplo, baste recordar su reciente visita al Museo Nacional del Prado para participar en la exposición Tornaviaje, Arte iberoamericano en España, celebrada entre los últimos meses de 2021 y los primeros de 2022, donde fue seleccionada entre poco más de un centenar de obras de toda la geografía española.

El año 2006 el Cristo de Zacatecas volvía a las calles de 
Montilla en Semana Santa, como titular de la restablecida
cofradía de la Vera Cruz. En la imagen, un momento de 
aquel histórico Martes Santo a su paso por el paseo de 
Cervantes. (Foto: Jaime)

En el Cristo de Zacatecas se funden la fe y la historia, religiosidad y antropología, la materialidad de lo humano y la trascendencia de lo divino. Es la herencia de un encuentro entre dos mundos. Es mucho más de la emoción que percibimos un Martes Santo a la caída de la tarde, cuando las campanas de la torre centinela anuncian su salida. Por tal motivo no merece que tan significada fecha pase desapercibida, sin pena ni gloria, pues la imagen goza de arraigo devocional e identidad suficientes como para conmemorar esta efeméride.

Para ello, es necesario crear un equipo de trabajo que centre sus energías y capacidades en configurar un nutrido programa de actividades en torno a su figura y a la razón de lo que representa.

Este aniversario puede ser una gran oportunidad de transmitir y divulgar a todos los ámbitos de la sociedad el amplio universo que envuelve a tan singular Crucificado que, como ya se sabe, su imán sobrepasa los límites geográficos de nuestra propia ciudad.

Son muchas las posibilidades que ofrece la ocasión y aún se está a tiempo de ponerlas en marcha. Para ello hace falta voluntad, ganas de trabajar, aunar esfuerzos y, cómo no, recursos y patrocinadores. Pero con fe todo se alcanza.

No dejemos pasar esta gran oportunidad que nos brinda la Historia y nuestro preciado Titular nos demanda.


*Artículo publicado en la revista Vera+Crux, Año XXI, nº 22, págs. 12-13 (Montilla, Cuaresma, 2024)

martes, 19 de marzo de 2024

LA DONACIÓN DE LA IMAGEN DE CRISTO YACENTE Y URNA DEL SEPULCRO A LA COFRADÍA DEL SANTO ENTIERRO Y NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD*

A la memoria de Miguel Navarro Polonio, montillano Arimatea, que tantos años trasladó a Jesucristo al sepulcro. Hoy goza ya de su celestial presencia.

En 1674 un grupo de montillanos costeaba la imagen y urna de Cristo Yacente y la entregaba en donación a la cofradía del Santo Entierro y Ntra. Sra. de la Soledad, por lo que la presente Semana Santa se cumple 350 años de la hechura y primera salida procesional del paso del Santo Sepulcro que hoy conocemos.

La noticia ha sido conocida gracias a la escritura notarial otorgada entre los devotos donantes del grupo escultórico y el hermano mayor de la cofradía, que se reunieron en la capilla de la Soledad del templo agustiniano para asentar ante escribano público la entrega oficial a la cofradía el día 19 de marzo de ese año.

En la intimidad que ofrecen actos como el besapié y
besamanos se pueden contemplar al detalle las imágenes
de Cristo Yacente y Ntra. Sra. de la Soledad.

Pero antes de entrar a desgranar las enjundiosas noticias que ofrece el documento vamos a repasar los acontecimientos que precedieron a esta donación, pues durante la segunda mitad del siglo XVII las cofradías y hermandades montillanas se vieron inmersas en un proceso de actualización en materia jurídica, promovida por el obispo Francisco de Alarcón en el Sínodo diocesano de 1662[1], que provocó la regulación y reordenación de muchas de ellas y, en consecuencia, una etapa de esplendor en pleno Barroco.

La antigua cofradía de la Soledad y Angustias de Nuestra Señora se había fundado en el convento de San Agustín en 1588. Fue la segunda corporación pasionista en crearse en Montilla, después de la Vera Cruz, y pronto arraigó en la piedad popular del vecindario de barrio del Sotollón y la Silera. Al año siguiente de su fundación obtuvo autorización de los agustinos para construir una capilla propia, y en aquellos primeros años fue adquiriendo las imágenes, insignias y enseres necesarios para realizar sus cultos y la estación penitencial del Viernes Santo por la tarde.

A mitad del siglo XVII la cofradía había experimentado un amplio crecimiento en número de hermanos y bienes. En este contexto expansivo surge la necesidad de dividir en dos la estación de penitencia, a fin de reajustar el dilatado ceremonial que la cofradía debía cumplir cada año la tarde-noche del Viernes Santo, donde se practicaba la disciplina, el Sermón del Paso, el Descendimiento de la Cruz y, por último, la Estación de Penitencia, que por aquellos años ya integraba en su cortejo los pasos de la Cruz de las Toallas (o guiona), Cristo amarrado a la Columna, la Virgen de las Angustias, Cristo Yacente en el Santo Sepulcro y Ntra. Sra. de la Soledad.

Tras la Semana Santa de 1660 se aprobó la referida propuesta, y fue reconfigurado el desarrollo de los actos a cumplir por la cofradía en la siguiente jornada del Viernes Santo. Se instituyeron dos estaciones de penitencia, la primera con las imágenes de Cristo Amarrado a la Columna y la Virgen de las Angustias por la tarde, donde se continuaría practicando la disciplina en la llamada «procesión de sangre»[2]. A su regreso se procedía a escenificar el acto del Descendimiento de la Cruz, acompañado de su Sermón, con una imagen de Cristo articulada que era depositada en una urna. Entonces, a la puesta de sol, comenzaba la segunda estación de penitencia, con las imágenes de Cristo Yacente y la primitiva Virgen de la Soledad.

Para una mejor organización, en abril de 1666 los cofrades deciden establecer una curiosa bicefalia, con el nombramiento de un hermano mayor para cada estación de penitencia. También, fue creada una hermandad en el seno de cada uno de los titulares de la cofradía, regida por un cabo a cuyo cargo estaban los portadores del paso, palio, estandarte, insignias, cera y tramo de hermanos de luz que acompañaban a la imagen.

Pronto debieron surgir diferencias internas entre las hermandades, posiblemente por el celo de cada una de ellas a la hora de organizar los cultos y procesión de su titular. Así las cosas, en 1667 el escribano Pedro Franco de Toro, hermano mayor de la procesión del Santo Entierro y responsable de la hermandad de la Soledad, decide costear una nueva imagen de la Virgen dolorosa y promover tal hermandad a la condición legal de cofradía, propósito que materializa con la aprobación del Ordinario diocesano y del Marqués de Priego[3].

Ese año queda oficialmente constituida la cofradía del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad, siendo su fundador y primer hermano mayor el referido escribano. A partir de entonces se desvinculará por completo de la antigua corporación pasionista de las Angustias, que continuará rigiéndose por las Reglas primitivas y mantendrá los usos y prerrogativas fundacionales.

Como la imagen de la Virgen de la Soledad había sido donada por Franco de Toro, fundador de la nueva cofradía, no había duda de su propiedad. Pero, probablemente, este no sería el caso de la antigua imagen de Cristo articulada, dedicada a realizar el acto del Descendimiento y posterior procesión del Santo Entierro. Asimismo, tampoco hemos de olvidar que la separación de ambas cofradías no fue pacífica y hubo de mediar la autoridad diocesana entre los litigantes.

Encabezado de la escritura notarial de Donación, registrada en
 papel timbrado con el escudo de Carlos II, último rey hispano 
de la dinastía de los Austrias .

Inmersos en esta vorágine de fervor espiritual y reforma estética, un grupo de 122 hermanos decide adquirir y financiar una nueva hechura de Cristo Yacente y su urna para donarla a la joven cofradía de la Soledad, lo que llevan a efecto en la capilla de la cofradía el 19 de marzo de 1674. Del largo centenar de donantes sólo están presentes 53 de ellos, representados en la persona de Cristóbal Ramírez de Aguilar. En nombre de la cofradía asiste su hermano mayor, que ese año es don Pedro José Guerrero.

La escritura notarial se divide en varias partes formales, que a continuación desglosamos. Comienza con la invocación religiosa propia de este tipo de documentos: “Bendito y alabado sea el Ssmo. Sacramento del altar y la ynmaculada Concepción de nuestra Señora la virgen María su bendita madre conzevida sin mancha ni mácula de pecado original desde el primer instante de su ser natural”[4].

Le sigue el inconfundible preámbulo de los oficios notariales de la época: “Sea notorio y manifiesto a los que esta presente escriptura de Donación ynrrebocable vieren como nos…” continuado de la intitulación de los 53 cofrades comparecientes, “naturales y vecinos que somos en esta noble Ciudad de Montilla, indignos hermanos que somos de la cofradía y ermandad del entierro de nuestro Sr. Jesuchristo que sele su procesión deste religiosísimo convento de Señor San Agustín… donde de presente estamos juntos y congregados en la capilla de nuestra Señora de la Soledad del entierro de nuestro Sr. Jesuchristo a el otorgamiento desta escriptura”.

Luego, aparecen los nombres de los cofrades donantes que no han asistido al otorgamiento del acta, que son los 69 restantes. Después, ya en el cuerpo documental, el escribano recoge la exposición del asunto que los ha congregado: “dezimos que por quanto nuestra voluntad y la de los demás hermanos a sido y es de muchos años á ser hermanos como lo somos de dicha cofradía y ermandad del entierro de nuestro Señor Jesuchristo”.

A continuación, se hace una detallada descripción de la hechura del Cristo Yacente, de la urna fúnebre y demás piezas ornamentales del túmulo, definiendo el material y acabados de cada una de ellas: “y con esta devoción y voluntad nos y los dichos hermanos trujimos a nuestra costa una hechura del sepulcro del entierro de nuestro Señor Jesuchristo, con una hechura de su divina Majestad dentro de [él] a estatura del natural, encarnada y acabada en perfección, y es dicho sepulcro de madera que llaman palo santo de la india de Portugal, con sus molduras de ondeado negras de peral y con su remates y cantoneras de bronce sobredorado, quatro cabezas de Águilas en los rremates de los varales de lo mismo, veynte y ocho vedrieras, diez ángeles de madera a la imitación del bronce que tienen en las manos las insignias de la santíssima pasión, y otros diez ángeles con sus alas de madera por la parte de adentro del sepulcro encarnados de mate”.

El paso del Santo Sepulcro a la salida de la iglesia de San Agustín la tarde del Viernes Santo, una estampa que se viene sucediendo en nuestra ciudad desde 1674.

Una vez descrito el nuevo conjunto escultórico, los donantes indican el lugar que debe ocupar en la iglesia conventual y la razón que les llevó a emprender tal iniciativa: “…para que estuviese y esté dicha hechura y sepulcro, y se ponga en la capilla que por el hermano mayor y ermanos de la cofradía y ermandad de nuestra Señora de la Soledad que juntamente se nombra del entierro de nuestro Sr. Jesuchristo, porque con este intento y para que saliesse su divina Majestad el viernes santo por la noche y los demás días y ocasiones que se ofreziese con toda decencia como tan alto paso y soberano misterio y por la veneración que tenemos a tan grande Dios y Señor”.

En el último párrafo de la exposición de motivos, ratifican la donación y dan toda fuerza de ley a la misma: “…y para que esto tenga efecto otorgamos por el tenor de la presente por aquella vía y forma que mejor podemos y de derecho a lugar y en nombre de los dichos hermanos y por la devoción que tenemos y tienen a la dicha cofradía y ermandad y por otras causas efectos respectos dignos y merezedoras de gratificazión que hacemos por nos y los demás gracias y donación a dicha santa cofradía y ermandad del entierro de nuestro Señor Jesuchristo sita en el dicho convento de Señor San Agustín desta ciudad, de la hechura y sepulcro del entierro de nuestro Sr. Jesuchristo como lo trajimos y está y de la forma que se a aclarado, buena, pura, mera, perpetua, perfecta, acabada e yrrebocable de las quel derecho llama fecha yntervivos la qual emos por ynsinuado y lexítimamente manifestada con la solenidad en derecho necesaria…”.

Finalizada la exposición, la escritura pública continúa en su parte dispositiva donde los otorgantes establecen una serie de condiciones a la cofradía, que se obliga a admitir y cumplir, como parte receptora y beneficiaria. Por el contrario la donación quedaría invalidada.

Los hermanos donantes disponen una serie de cláusulas para garantizar el destino, ubicación y uso del conjunto escultórico, así como las prerrogativas que ellos y su descendencia conservarían sobre la imagen y paso del Santo Entierro de Cristo en adelante:

“Primeramente es condición que cada y quando y en qualquier tiempo así el viernes Santo por la noche como todas las demás veces y ocasiones que la dicha hechura del santo sepulcro y su imagen se sacare en procesión, en qualquier día que sea para qualquiera efeto por nezecidad, nos lo dichos hermanos y fundadores y nuestros hijos y dezendientes y sucesores en qualquier grado que sea, siendo hermanos desta cofradía y ermandad, lo an de llevar y sacar a el dicho Santo Sepulcro y su imagen como nos… sin que otra ninguna persona ni personas la puedan sacar de qualquier estado y calidad que sean, ni por qualquiera causa ni razón que para ello aya, y lo contrario haciendo desde luego revocamos la dicha donación por sí y los demás”.

Asimismo, estipulan “que para qualquier ocasión que se ofrezca no se a de poder mudar ni quitar el dicho santo Sepulcro y su imagen a otro altar del dicho convento, por ningún día ni días, si no fuere con nuestro consentimiento o de los que fueren ermanos de la dicha cofradía y ermandad”.

Folio 48 del Libro de la Cofradía, donde se 
hace relación de los cofrades del Santo Entierro,
que está iniciada por los donantes de la imagen
de Cristo Yacente y su urna en 1674.

En la siguiente cláusula los hermanos donantes dejan entrever el litigio que en ese momento la cofradía de la Soledad mantiene con la de las Angustias. En previsión de una posible salida del convento y cambio de sede canónica disponen “que si por algún azidente del tiempo por qualquiera razón que sea la dicha cofradía del entierro de nuestro Señor Jesuchistro, que juntamente se nombra de la Soledad, saliere y se apartare del dicho convento de Sr. San Agustín para que esté situada en otra qualquiera iglesia o ermitas desta dicha ciudad a de servirla, que la dicha hechura de sepulcro e imagen consiguientemente se a de sacar de dicho convento y capilla donde se pone de presente y llevar a la tal iglesia o ermita donde la dicha cofradía estuviere sita”.

Igualmente, plantean una hipotética disolución de la cofradía. En su caso, se reservan el derecho de propiedad sobre el conjunto escultórico y la libertad de trasladarlo o donarlo donde consideren: “es condición que si, lo que Dios no quiera ni permita, la dicha cofradía se estinguiere en dicho convento y ciudad a de quedar a disposición de nos los dichos hermanos de la hermandad del santo sepulcro o a la de los que después de nosotros fueren en qualquier tiempo que lo tal suceda, el mudar la dicha hechura de sepulcro e imagen a la parte y lugar que eligiéremos o eligieren nuestros sucesores, para darlo de limosna, donarlo o hacer dello lo que más bien nos estuviere, sin que para ello se nos ponga impedimento alguno, porque sucedido el tal caso del estinguirse la dicha cofradía emos de poder usar libremente los que ahora somos hermanos de la dicha hermandad o los que adelante fueren a nuestra voluntad de la dicha hechura del santo sepulcro e imagen”.

Terminadas las cláusulas, los hermanos otorgantes se reafirman en la entrega y “hacemos la dicha gracia y donación por nos y los demás de la dicha hechura del santo sepulcro y su imagen a la dicha cofradía y hermandad del entierro de nuestro Sr. Jesuchristo… y lo damos, cedemos rrenunciamos y traspasamos en la dicha cofradía y ermandad para que con las dichas condiciones y gravámenes sea hecho para el efecto que dicho es, y en señal de posesión lo tenemos entregado y está puesto en el dicho convento en su capilla nueva como dicho es”.

A partir de ahora, en la escritura notarial toma la palabra el hermano mayor de la cofradía, don Pedro José Guerrero, “estando presente a el otorgamiento desta escritura y a todo lo que dicho es”, quien “azeta y rezive en su favor esta escritura y de la dicha cofradía y ermandad y ermanos della como en ella se contiene, y rezevimos la dicha hechura del dicho sepulcro y su imagen para que esté y asista en la dicha iglesia según que por los dichos Xpval Ramírez y demás hermanos está dicho y especificado”.

Para finalizar el acto de donación y traspaso del legado, el citado Cristóbal Ramírez de Aguilar “por si y los demás hermanos le entregó la nota y registro desta escritura a el dicho D. Pedro Joseph Guerrero hermano mayor de dicha cofradía y el susodicho la rezivió en mi presencia y de los testigos aquí contenidos de cuyo entrego y rezivo yo el presente escribano doy fe”.

Una vez incluida esta precisión, en el último párrafo el escribano Antonio de Aguilar Jurado valida el documento con la declaración a las partes de los derechos y obligaciones contraídas, así como de las leyes y fueros aplicables en caso de su incumplimiento.

Posteriormente, data la escritura “en la dicha ciudad de Montilla, en diez y nueve días del mes de marzo de mil y seiscientos y setenta y quatro años” y cita a los tres testigos presentes. Concluye el documento con la firma de nueve de los hermanos otorgantes y la rúbrica y signo del citado escribano público.

Como se puede comprobar en el acta notarial, desde un punto vista jurídico la donación quedó registrada con todo tipo de detalle. Los mecenas expusieron sus intenciones sobre el bien donado y entregado, incluyeron las disposiciones y prerrogativas que consideraron pertinentes para el presente y futuro del bien y se reservaron el derecho de revocación en caso de extinción de la cofradía, todo lo cual el máximo responsable de la corporación en calidad de beneficiario aceptó sin reparos ante escribano público.

Del mismo modo, resulta de gran interés la pormenorizada descripción de la imagen de Cristo Yacente: “a estatura del natural, encarnada y acabada en perfección”. Al igual que la urna que le acompaña, de nobles materiales adquiridos y utilizados ex profeso para el sepulcro: “palo santo de la india de Portugal”, un tipo de madera muy cotizada, importada del actual Brasil.

De los elementos que decoran la urna llama la atención la veintena de ángeles que en origen tuvo, diez en el exterior acabados “a la imitación del bronce, que tienen en las manos las insignias de la santíssima pasión”, así como “otros diez ángeles con sus alas de madera por la parte de adentro del sepulcro encarnados de mate”.

Altar de cultos cuaresmales que la Cofradía celebra
en la parroquia de San Francisco Solano, desde que
Ntra. Sra. de la Soledad fue trasladada a este templo. 

Un componente determinante para identificar la urna de la escritura y poder comparar con la que hoy se conserva son los cristales que contiene, “veynte y ocho vedrieras”, el mismo número que incluye la actual.

Aún así, con el paso de los siglos y la llegada de nuevos movimientos artísticos la urna ha modificado su aspecto original. En la actualidad no conserva algunos de los elementos originales citados en la escritura, como son los “remates y cantoneras de bronce sobredorado”, y tampoco las “quatro cabezas de Águilas en los rremates de los varales, de lo mismo”.

No obstante, ha ganado otros como son las cartelas y aplicaciones en plata labrada, que fueron añadidas en 1734 por el orfebre local Manuel Fernández Urbano, quien compuso “catorze tarjetas, y cantoneras de plata grandes para la urna de el Santo Sepulcro, y otras veinte y tres pequeñas que le faltaban”[5].

Quedan muchas aristas abiertas a la investigación, como puede ser la autoría y lugar de adquisición de las piezas donadas, asunto que no se menciona en la escritura. Igualmente, resultaría de interés comprobar los materiales y antigüedad de la urna actual, así como las analogías estéticas que la imagen guarda con otras obras coetáneas procedentes de los círculos artísticos que predominan en nuestra región en pleno Barroco. Como punto de partida, en este trabajo presentamos la datación de esta imagen y urna que constituyen uno de los pasos esenciales de la Semana Santa de nuestra ciudad, una iconografía que forma parte de la identidad cofrade y piedad popular montillana desde hace 350 años.

NOTAS


[1] Constitvciones Synodales del obispado de Cordoba, hechas, y ordenadas por su señoría ilustrísima el señor Obispo Don Francisco de Alarcon… en la Sinodo qve celebro en su palacio episcopal en el mes de junio de 1662. Madrid, 1667.

[2] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla. Libro de Arancel y Decretos, fols. 62, 69.

[3] Libro de la Cofradía de Nª. Sra. de la Soledad que está en el Convento de S. Agustín desta Ciudad de Montilla, fol. 1r.

[4] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Oficio 4º. Leg. 671, fols. 155r-161r.

[5] Libro de la Cofradía de Nª. Sra. de la Soledad… f. 422. Vid. et. GARRAMIOLA PRIETO, E. Semana Santa en Montilla. Pontificia Cofradía y Hermandad del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad. Anales y Recuerdos. Montilla, 1993., pág. 110.

*Trabajo publicado en la revista Nuestro Ambiente, Año XLVI, núm. 490, págs. 39-42. Montilla, marzo, 2024.

viernes, 5 de enero de 2024

LOS CULTOS CELEBRADOS EN TORNO A LA INAUGURACIÓN DE LA CAPILLA DE JESÚS NAZARENO DE MONTILLA*

No es casualidad que en este invernal mes de enero, nos dispongamos a escribir de un tema popular de nuestra ciudad, como es la imagen de Jesús Nazareno. Y argumentamos estas frías fechas porque el 6 de enero de 1689, festividad de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, fue bendecida la suntuosa capilla de Jesús Nazareno.

La noticia de esta histórica jornada ha sido conocida gracias a una publicación que se hizo del citado acto, junto con la Oración Panegírica que en el mismo tuvo lugar, oficiada por el fraile agustino Bernardo Vela, visitador de la provincia de Andalucía y regente de los estudios del Real Convento de San Agustín de Córdoba.

Portada del panegírico publicado a expensas de los hermanos Pedro y
Alonso de Toro y Flores, mayordomo y hermano mayor de la cofradía
de Jesús Nazareno, que la ofrecen al VII marqués de Priego.
El citado ejemplar fue publicado por los hermanos Pedro y Alonso de Toro y Flores, que mantenían los cargos de mayordomo y hermano mayor de la cofradía, respectivamente (el primero, presbítero y notario del Santo Oficio de la Inquisición; y el segundo, regidor perpetuo, alcalde ordinario y familiar del Santo Oficio en Montilla). 

Ambos decidieron imprimir a su costa esta efeméride local, dedicándosela al Excmo. Sr. Luis Mauricio Fernández de Córdoba y Figueroa, que ostentaba los títulos nobiliarios de Marqués de Priego, Duque de Feria, Marqués de Montalbán y de Villalba, caballero de la insigne Orden del Toisón de Oro, Señor de la Casa de Aguilar y de Salvatierra, así como de las Villas de Castro del Río y Zafra. 

La obra que recoge los cultos celebrados en torno a la inauguración de la capilla de Jesús Nazareno, fue impresa en Córdoba por Francisco Antonio de Cea y Paniagua. Consta de 40 páginas y en su portada recoge el título, el autor, los patrocinadores, la dedicatoria, el escudo de la Orden Agustina y la impresión. En la siguiente página nos encontramos el escudo de armas de Luis Mauricio Fernández de Córdoba y, tras ésta, se suceden la dedicatoria al citado Marques, la censura, la licencia, el prólogo al lector, la salutación y la introducción a la Oración Panegírica. 

La dedicatoria a Luis Mauricio está escrita por los patrocinadores del libro, quienes detallan el traslado de la imagen de Jesús Nazareno a la nueva capilla en este acto cultual: “En la plausible Octava, que en la Ciudad de Montilla de V. Ex. se a celebrado, dando principio a los aplausos festivos mi Señora la Marquesa de Priego, y fin y corona a los cultos religiosos V. Ex. dedicando la insigne Capilla de Jesús Nazareno, y colocando en ella su devoto simulacro, en el día de su Epifanía [...]”. 

La censura está revisada por el catedrático jesuita Juan de Aragón, quien elogia al autor y el texto: “En esta Oración Panegírica junta la doctrina con la elegancia dulcísima de sus conceptos llenos de mucha erudición Sagrada, mezclando lo dulce con la utilidad del espíritu hasta la admiración, ésta es la hermosura, que el espíritu Divino publica de los hombres dignos de la mayor alabanza”. Termina el censor dando licencia para publicar la citada obra: “No contiene cosa, que desdiga de la pureza de N. Santa Fe Católica, de la doctrina de los Santos, ni de las buenas costumbres. Puede dar la licencia de imprimirla. Así lo juzgo en este Colegio de la Compañía de Jesús de Córdoba en 30 días del mes de Enero del Año de 1689. Juan de Aragón”. La licencia fue dada el día siguiente por el Doctor Francisco de Zehejín y Godínez, Vicario General del obispado de Córdoba en nombre del Cardenal D. Pedro Salazar.

Después de estos apartados preliminares, el agustino Bernardo Vela prologa la obra dirigiéndose al lector y explicando los inconvenientes que existen entre leer y escuchar este sermón: “Que la voz que al oírse pronunciada, suele sonar y parecer, como acento sonoro de clarín, y eco valiente de trompeta, escrita suele ser feo borrón, sin vida y sin aliento. […] En esto se funda el sentimiento, con que di este Sermón para que se diese a la estampa, que en esto se funda el consuelo que tengo de (que) se publique, pues siendo palabra de Dios, será escrita lo mismo que dicha y pronunciada”.

La salutación, es la primera parte del Panegírico y comienza con nueva numeración de folios. Presidida por una elegante letra capital, aborda el sermón elogiando la construcción de la Capilla: “Después que vi, que miré, más hice, que aún admiré como pasmo, como portento y asombro esta primorosa, cuanto bella Capilla, digna habitación de Jesús, espero raro del arte, y efecto religioso de esta nobilísima y muy devota Confraternidad del Divino Nazareno representado en aquella venerable imagen, devoto simulacro, a quien rinde especial culto”.

Composición de las páginas preliminares que contienen la Dedicatoria a los marqueses de Priego, donde aparecen varias noticias de los cultos celebrados en la nueva capilla nazarena durante los primeros días de enero de 1689.

Tras estas palabras de admiración hacia la magna capilla, comienza a enumerar los templos metafóricos a los que alude el Antiguo Testamento, citando escritos del profeta Isaías y de Santo Tomás de Villanueva, que los asemeja con la capilla nazarena: “Palabras, que todas dicen la manifestación de Dios en su Iglesia situada en un monte, que no será impropio, el entenderlo de esta Ciudad de Montilla, que lo es, donde vemos un Altar o Templo reedificado, en cuya comparación son nada los antiguos”.

También alude a San Juan Crisóstomo (347 – 407) obispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia, de quien cita la Epifanía de Cristo y compara el culto que rindieron los Reyes Magos, con el que se rendía en Montilla: “aquí le dedican este templo en que se manifiesta con la Cruz al hombro, ofreciéndole Incienso de oración, con que en su casa oran, Mirra de su Cruz, que contemplan, y Oro de Caridad con que le adoran y aman. [...] Me diréis, que llevando a el hombro aquel pesado madero será esta celebridad Epifanía, no es esposo, sino de reo, y si no miradle, atenedle y consideradle, como camina con la Cruz al Calvario, según en este templo se manifiesta y lo publica S. Juan”. 

Asimismo, se suceden las alabanzas a la Cofradía o Confraternidad (cofradía que unía a varias hermandades erigidas en torno a la efigie nazarena, pero con fines distintos) y a los Marqueses que encargaron los cultos en honor de la apertura de la capilla a dos franciscanos: “Empiezan y acaban esta Octava dos menores (mayores en mi estimación) hijos del Serafín de la Iglesia, mi gran Padre San Francisco”. 

Concluye la salutación haciendo una última referencia a la capilla: “Ya no me queda que reparar sino la cortedad de mi pobre ingenio, y seco espíritu, pero buen remedio que en los dos Altares colaterales del primoroso crucero de esta insigne Capilla, tenemos a Juan, que es lo mismo que gracioso, y a la Virgen nuestra Señora, que fue la mejor Iglesia de Jesús”. 

La introducción es la segunda parte del Panegírico y consta de 14 folios. En ella, Bernardo Vela diserta extensamente sobre la vida de Cristo, haciendo numerosas citas a las Sagradas Escrituras, al profeta Jeremías, a los escritos de San Pablo, a Santo Tomás de Aquino y a San Agustín lo que, sin duda, evidencia el importante bagaje teológico del orador agustino. 

En el texto encontramos párrafos donde el fraile Vela exalta alabanzas a Jesús Nazareno y a su reconstruida Capilla: “Llego a discurrir, proponer, y afirmar que es grande y grandemente perfecta la reedificación de este Templo (no es razón decir Capilla, que aun es Iglesia mayor) es grande, digo, por el poder, sabiduría, y amor, que en ella manifestaron, como Zaceo en la suya, siendo hermano de aquel humano Isaac, los devotos nobles hermanos de el Divino Isaac Jesús Nazareno, Rey de Reyes, y Señor de Señores, cuyo Imperio está situado en sus Divinos hombros, en que llevó la Cruz al Calvario; para morir en ella por nosotros dándole muerte a la muerte, y vida a nuestra vida, que era una vida de muerte, por nuestra culpa mortal”.

El único grabado que contiene el impreso se halla
asimismo en los preliminares, y representa las
armas de los marqueses de Priego, señores de
Montilla y patronos del convento de San Agustín.

Alude el agustino Vela, la situación social que estaba desarrollándose en esos lustros de decadencia del imperio español, donde las guerras, hambrunas y epidemias estaban azotando al menguado imperio de los Austrias. “En tiempo de las mayores miserias, de los trabajos mayores, que han padecido estos países Andaluces, en faltas de frutos de la tierra, y otras penalidades, que sabemos todos; el poder activo de los devotos nobles hermanos de Jesús, y demás piadosos vecinos de esta ciudad de Montilla, previno gastos crecidos a esta fábrica suntuosa”. 

Como es bien sabido por el lector, los momentos de mayor inestabilidad social de nuestro país, han sido cuando más han florecido las artes y las letras. Sirva por tanto la construcción de esta Capilla como un ejemplo más de ese espíritu perpetuado con la publicación de este libro: “Hijos adoptivos (así lo entiendo piadoso) como hermanos de Jesús componen esta ilustre, y muy devota confraternidad, a quien la miseria y desgracia de los tiempos pasados, y aún presentes, tan fatales y destruidos, no detuvo la prevención activa de gastos, que su poder liberal dispuso a esta fábrica hermosa, digno Alcázar de Jesús reedificado, ofrecido y consagrado a su altísima, suprema y Divina Majestad”.    

A modo de conclusión, tan sólo reflejar la fe que los montillanos han mantenido siglo tras siglo a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Esta obra impresa es claro y veraz espejo de la situación de Montilla en los últimos lustros del siglo XVII. Una muestra más de la centenaria tradición que nuestra ciudad tiene en torno a la Semana Santa a través de sus Cofradías y Hermandades, siempre presentes y haciendo frente ante las luces y las sombras de nuestra Historia.

*Artículo publicado en: Nuestro Ambiente, Año XXVIII, nº 305 (enero, 2005), págs. 38-39.

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Nota: El ejemplar consultado para este trabajo se conserva en la biblioteca de la Abadía del Sacromonte (Granada), con signatura: GR-AS, nº 14 (10) - E42-T3. Las imágenes de las páginas que ilustran este artículo fueron realizadas por Jaime Luque.

miércoles, 12 de julio de 2023

ANTONIO CABELLO DE ALBA Y BELLO, NOTAS BIOGRÁFICAS DE UN MÉDICO HUMANISTA MONTILLANO*

A la memoria de Manuel Cabello de Alba Moyano

Retrato del médico Antonio Cabello de Alba y Bello, plasmado
por el genial pincel de José Garnelo y Alda. (Óleo/tabla, 1941).

En unos meses se cumple el centenario de la muerte de Antonio Cabello de Alba y Bello, popularmente llamado «Médico Cabello». Un personaje esencial en la vida pública de la Montilla de entre siglos, conocido de todos por el ejercicio filantrópico de su profesión, cuya vocación humanista le llevó a protagonizar numerosas iniciativas sociales y culturales, además de ser un hombre clave para la venida de la Congregación Salesiana a la ciudad y la instalación de un colegio que paliara las carencias educativas evidentes en la sociedad montillana de la época.

Antes de entrar en la biografía de nuestro protagonista, queremos ofrecer unos apuntes genealógicos sobre el origen del apellido Cabello de Alba. Se trata de un apellido netamente montillano surgido a raíz del matrimonio entre Pedro García Cabello y Magdalena Ruiz de Alba, celebrado el 21 de febrero de 1607[1], que vino a consolidar la unión de dos familias de la élite local en la primera mitad del siglo XVII a través de uno de sus cuatro hijos.

Nos referimos a Juan Pérez Cabello de Alba y Aguilar, nacido en enero de 1614[2], que se convertirá en un reconocido abogado y en sus años de madurez decide dedicar su vida a la religión y ordenarse sacerdote. Para ello, fundará una capellanía en 1647 en la parroquia de Santiago que dotará con parte de sus bienes raíces[3]. Los familiares herederos de esta obra pía adoptarán en adelante el apellido «Cabello de Alba» en recuerdo del fundador, afianzando así su continuidad mientras se mantuvo el vínculo religioso, vigente hasta los primeros años del siglo XX. Como dato curioso, reseñar que su último capellán fue Fr. Manuel Cabello de Alba Baena, trinitario exclaustrado (tío abuelo de nuestro protagonista) que a su muerte, acaecida en 1903, la prensa puntualizó en la necrológica que se trataba del último fraile exclaustrado superviviente en Montilla.

Nuestro biografiado fue hijo de Antonio Cabello de Alba Polo y de Isabel Josefa Bello Navajas[4]. Nace el día 2 de octubre de 1859, siendo bautizado en la Parroquia de Santiago con el nombre de “Antonio de los Santos Ángeles Custodios”[5].

Su infancia hubo de ser poco halagüeña, pues antes de cumplir los nueve años ya era huérfano de padre y madre. Tras realizar sus estudios básicos en Montilla, cursa el Bachillerato de Artes en el Instituto de Córdoba, del que obtiene su título de Bachiller en 1877. Ese mismo año se matricula en la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, donde recibe el título de Licenciado en Medicina y Cirugía el 20 de junio de 1883, con calificación de sobresaliente, obteniendo la certificación académica en mayo del año siguiente[6].

Título de Licenciado en Medicina y Cirugía a favor de Antonio Cabello de Alba, por la Universidad de Granada, con nota de sobresaliente. Expedido en Madrid el 17 de mayo de 1884.

A sus veinticinco años, siendo vecino de la calle Corredera, contrae matrimonio con Adela Vicenta Martínez Cámara, natural de Doña Mencía, hija de Manuel Martínez y Caballero (también nacido en Doña Mencía) y de María Dolores Cámara y Quero, natural de Porcuna (Jaén), cuya residencia familiar estaba en la calle San Fernando. Los esponsales se verificaron en la parroquia de Santiago el 24 de noviembre de 1884[7].

Entre 1886 y 1900 nacen sus diez hijos: Isabel, Antonio, Francisca Solano, Adela, Luis, Federico, María Dolores, María Aurora, Manuel y José.

En agosto de 1896 adquiere la casa número 7 (antiguo) de la calle San Fernando a los herederos de Pedro Luis Riobóo[8]. Desde entonces, aquel inmueble se convirtió en el solar familiar de su descendencia durante varias generaciones.

Ese mismo año, el día 12 de julio, ingresa en la Sociedad de San Vicente de Paul, popularmente conocida por «Las Conferencias», cuya labor asistencial y caritativa hizo que fuera muy reconocida entre la población[9]. Entre las páginas de sus libros de actas y cuentas, conservados en el archivo parroquial de Santiago, es bastante frecuente ver el nombre de Antonio Cabello de Alba, tanto en sus donativos como en sus visitas a los enfermos necesitados acogidos por la Sociedad. A partir de entonces, comenzaría a ganarse el sobrenombre de “el médico de los pobres”.

Antonio Cabello de Alba Bello y Adela Martínez Cámara
acompañados de seis de sus diez hijos

En el plano profesional, Cabello de Alba ocupa interinamente en 1892 una de las cuatro plazas de Médico Municipal que mantenía el consistorio montillano para la asistencia sanitaria gratuita a los vecinos más desfavorecidos de la ciudad. Estas plazas fueron sacadas a concurso público en 1902, las cuales fueron obtenidas por los facultativos: Antonio Cabello de Alba y Bello, Joaquín Márquez Repiso, Francisco Salas Arjona y Francisco Palop Segovia[10].

Lejos de dedicarse sólo a su profesión y a su familia, vemos al “Médico Cabello” involucrado en numerosos proyectos sociales y culturales de la tierra que le vio nacer.

A través de la prensa local y provincial es posible conocer, a grandes rasgos, su activa participación en la sociedad montillana de la época. De personalidad humanista e inquieta, lo encontramos en 1890 formando parte de la Junta Municipal contra la filoxera[11], aquella temible epidemia que tantos estragos causó a los campos de viñedos montillanos.

En los años finiseculares del XIX parece interesarse por la política. Así, en 1895 hallamos su nombre en la nómina de convecinos que reorganizan el comité local del Partido Liberal, presidido por Práxedes Mateo Sagasta, del que Antonio aparece como Vicepresidente[12].

Dos años después se crea en Montilla un Centro Filarmónico “cuyo objeto es la enseñanza de música en toda su extensión”[13]. De nuevo, Cabello de Alba Bello aparece como Vicepresidente de su primera Junta Directiva.

El 15 de agosto de 1898 ingresa en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Montilla[14], de la que será su Vicedirector y a partir de 1913 su Director.

En 1899 se renuevan las Juntas Locales de primera enseñanza de Instrucción Pública para el siguiente cuatrienio, en la que Antonio Cabello de Alba aparece como Vocal de la de Montilla[15].

Ese mismo año, a iniciativa de la Sociedad de Amigos del País, se plantea la cuestión de crear en la ciudad un colegio de Primera y Segunda Enseñanza “que reúna todas las condiciones que aconseja la moderna Pedagogía”. Para ello, se nombró una comisión que canalizara las aspiraciones de los promotores, de la cual formó parte el médico Cabello de Alba[16].

Ante la imposibilidad de contar con ayudas públicas, la comisión abrió una suscripción popular para lograr sus objetivos, la cual fue encabezada por Antonio Cabello de Alba con la cantidad de 500 pesetas.

La comisión acordó ofrecer su proyecto a la Congregación Salesiana, cuyo Rector Mayor, el Padre Miguel Rúa, visitó Montilla por aquellos días para conformar la venida de los sucesores de Don Bosco a nuestra ciudad para organizar el nuevo centro educativo.

Es tal el compromiso que Antonio Cabello de Alba profesó por aquellos primeros padres salesianos llegados a Montilla que no dudó en difundir a través de charlas y conferencias (mayo de 1903) las cualidades de la obra laical de los Cooperadores Salesianos, como recoge la prensa del momento[17].

Primeros años de la Congregación Salesiana en Montilla. Un descanso en las obras del gran edificio construido en el despoblado barrio del Valsequillo, que se convertirá en el baluarte de la educación y la cultura local durante el siglo XX, gracias –en parte– al “Médico Cabello”.

A partir de diciembre de 1904 asume el cargo de Vicedirector en la Junta Directiva de la Sociedad de Amigos de País[18]. Ese mismo año es nombrado Vocal en la recién creada Junta Local de Reformas Sociales[19]. En diciembre de 1906 es elegido Vocal por el Partido de Montilla para la Junta de Gobierno y Patronato de Médicos Titulares de la provincia de Córdoba[20].

Siguiendo los postulados sociales del pontífice León XIII, recogidos en la encíclica Rerum novarum, en febrero de 1908 se crea en Montilla el primer sindicato agrícola, que lleva por nombre «El Montillano» “creado merced a las incansables gestiones de nuestro digno Arcipreste señor Fernández Casado”, siendo elegido Antonio Cabello de Alba presidente por aclamación[21]. Meses más tarde, el sindicato abre una Caja de Crédito y Ahorros, denominada «La Montillana».

En marzo de ese año, Cabello de Alba ofrece una conferencia en la sede de la sociedad «Ilustración Obrera», presidida por su compañero Francisco Palop Segovia, bajo el título “Causas originarias de la cuestión social”[22].

A iniciativa de Joaquín Márquez Repiso, en agosto de 1909 se organizan una serie reuniones para establecer en Montilla la asamblea local de La Cruz Roja española “ante las tristes circunstancias porque atraviesa nuestra patria”. Una vez más, Antonio Cabello de Alba se involucra en la puesta en marcha de esta organización humanitaria, siendo designado Vocal de la primera Comisión del Partido[23].

Por aquellos años, también encontramos a Cabello de Alba inmerso en la Junta Directiva de la Hermandad de San Francisco Solano, cuyos miembros dedicaron todos sus esfuerzos a conmemorar grandiosamente el III centenario de la muerte del insigne hijo y patrono de Montilla.

El año 1913 será de gran actividad social para Antonio Cabello de Alba y Bello. En enero es elegido Presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País[24]. A la cabeza del distinguido organismo, hubo de hacer frente al sonado pulso que los montillanos sostuvieron con el Ministerio de Fomento, cuando éste concedió la instalación de una red eléctrica de alta tensión a la empresa Larrucea Hermanos. El vecindario, unánimemente, se negó a las arbitrarias pretensiones de la empresa concesionaria (respaldada por la autoridad gubernativa y la fuerza de orden público) que pretendía cruzar el centro urbano de la ciudad con el tendido eléctrico de alto voltaje, menospreciando las advertencias de la población que se quejaba del peligro y el daño a la vía pública que causaría tal instalación.

Instantáneas aparecidas en el rotativo de tirada nacional “La Unión Ilustrada” el 19 de enero de 1913, donde aparece Cabello de Alba al frente de la comisión montillana recibida por las autoridades civiles en Córdoba.

Ante la prepotencia de la compañía eléctrica, los montillanos crearon una “Junta de Defensa” donde se integraron todas las instituciones y colectivos locales para hacer frente al citado atropello. Aquella Junta estaba presidida por Antonio Cabello de Alba.

Su primera medida fue convocar una huelga general, que duró varios días y fue secundada por toda la población. Asimismo, promovieron una manifestación ante la sede del Gobierno Civil y del Ayuntamiento de Córdoba para el día 9 de enero de 1913 (que tuvo repercusión nacional, como refleja la prensa), a la que asistieron más de mil doscientos montillanos. A la cabeza de la misma estaba Cabello de Alba, que entregó al Gobernador Civil un manifiesto “para que lo elevara al Presidente del Consejo de Ministros”, cuyo contenido fue publicado en los noticiarios[25].

Foto aparecida en el dominical “Blanco y Negro” el 19 de enero de 1913, donde se puede apreciar a los cientos de manifestantes montillanos a las puertas del Ayuntamiento de Córdoba.

Días después, la empresa concesionaria desistió de sus propósitos y abandonó el proyecto de instalar la electricidad de alta tensión en Montilla. En respuesta a ello, se constituyó la «Cooperativa Eléctrica Montillana» que volvió a garantizar el fluido eléctrico a la población.

En febrero de aquel agitado año, giraba una visita a Montilla D. Pablo Albera, Rector Mayor de la Congregación Salesiana. En las crónicas del apretado programa con el que los montillanos le obsequiaron siempre aparece Antonio Cabello de Alba, que acompañó al segundo sucesor de Don Bosco como representante de los Cooperadores Salesianos de la ciudad[26].

Los años pasan y la edad va mermando la salud de don Antonio Cabello. A través de la prensa encontramos su nombre ligado a la Real Sociedad Económica de Amigos del País, a su vocación sindical agraria, y –por supuesto– a su profesión facultativa.

En 1914 lo encontramos entre los fundadores de la sociedad «Unión Vitivinícola Alcoholera Montillana», una cooperativa (surgida de la iniciativa de los Amigos del País) que pretendía unir a todos los viticultores de la ciudad con el afán de dignificar el precio de los mostos y abrir nuevos mercados ante los excedentes que se estaban elaborando por aquellos años, en que las nuevas plantaciones sembradas tras la filoxera comenzaban a producir más uva de la necesaria[27].

En el ámbito sanitario, en 1917 se constituye la «Asociación Médica Regional», de la que don Antonio es nombrado presidente de la Junta del distrito judicial de Montilla[28]. A partir de entonces, apenas hallamos referencias del “Médico Cabello” en la prensa.

A mediados de 1923 cae enfermo. En el mes de noviembre sufre una hemorragia cerebral que le aparta de la vida pública y del ejercicio de su profesión, solicitando por ello la baja como Médico Titular de la Beneficencia Municipal. El día 1º de diciembre fallece en su casa de la calle San Fernando. Aquella misma jornada, la Corporación Municipal en pleno ofreció su primer homenaje al difunto por “los relevantes servicios que durante muchos años ha venido prestando al vecindario con paternal cariño y desmedida asiduidad, el muy honorable facultativo fallecido y deseosa de demostrar que en todo momento sabe honrar como se merece el abnegado comportamiento de sus celosos empleados, acuerda conste en acta su sentimiento por tan irreparable pérdida y que una comisión del Concejo pase a mostrar a la familia del finado el hondo pesar que experimenta y conceder al cadáver sepultura gratuita y a perpetuidad en primera clase para que sea inhumado en el Cementerio de San Francisco Solano de esta ciudad”[29].

Unos meses después, la municipalidad en Comisión Permanente, de 10 de octubre de 1924, en su punto 7º aprobó rotular una calle con su nombre para perpetuar su memoria, como así quedó recogido en acta:

Don Antonio Cabello de Alba Bello y su esposa, Adela Martínez Cámara,
en el patio de su casa de la calle San Fernando.

“De todos es conocida la inmensa labor ciudadana que durante más de cuarenta años ejercitó el insigne médico de esta localidad que en vida se llamó D. Antonio Cabello de Alba Bello. Su ciencia acudió solícita donde quiera que fue llamada y su caridad inagotable se extendió a todas partes, mereciendo llamarse el venerable D. Antonio el padre de los pobres. Don Antonio Cabello de Alba y Bello es de los hombres que merecen gratitud de los pueblos, pues además de ser médico excelente y padre de los pobres, fue también caballero sin tacha, modelo de esposo, de padre y de amigo y de cumplidor, por consiguiente, de todos sus deberes. Desea esta alcaldía, por ser de justicia, que el venerable nombre del doctor Cabello quede perpetuado para recordatorio de la generación presente y para ejemplo de los venideros y hubiera deseado también que este nombre lo llevara la calle donde nació o vivió, pero circunstancias de todos conocidas hace que sea esto imposible, por lo que creyendo interpretar el sentir de los habitantes de Montilla y muy especialmente el de su Excmo. Ayto., se permite proponer a la aprobación de la Comisión Municipal Permanente que sea sustituido el nombre de Calle del Horno por la de “Antonio Cabello” honrándonos nosotros al honrar la memoria de este insigne patricio.

[…] La Comisión abundando en los propósitos expuestos por la presidencia y haciendo suyos los razonamientos alegados por la misma en la moción transcrita, acuerda de conformidad con lo que se propone, si bien se hace por unanimidad la variante de que la calle se rotule “Médico Cabello”, a fin de que en todo tiempo se distinga, por ser muchas las personas que en el pueblo llevan el nombre de Antonio Cabello[30].

La revista quincenal Montilla Agraria se hizo eco de su óbito y lo recordó en su primer aniversario. El anónimo autor, buen amigo y conocedor del médico, destacaba en su artículo el infatigable tesón que demostró a la hora conseguir adeptos a la causa de la obra salesiana, a la par que desgrana los primeros contactos con la congregación.

Dado que esta publicación es salesiana he considerado incluir el texto de 1924 literalmente, dado que será de gran interés a los lectores por las noticias que ofrece:

“Yo que durante muchos años conocí al amigo bueno y que conocía su modo de tratar sus asuntos, lo veo discurrir por las calles ensimismado en un pensamiento, y entrar y salir de una casa en otra para hablar de la obra de sus amores y conseguir adeptos para llevarla a término feliz; yo lo veo derrochar fortaleza, decisión y paciencia al tener que luchar con la frialdad de los unos, la falsa compasión de los otros y la abierta oposición de muchos que, enemigos de la enseñanza y educación católica, recurrieron a los medios de que podían disponer para impedir la apertura del futuro colegio salesiano. A la vista tengo un libelo dirigido a los montillanos, en el mes de Mayo del 1899, en el que soezmente se protesta del beneficioso proyecto, con lo que consiguieron únicamente fue poner a la obra el marchamo de las obras de Dios, que siempre han de ser perseguidas por su enemigos.

Por fin en el mes de Septiembre el Sr. Cabello y sus dignos compañeros vieron coronados sus esfuerzos en la llegada del personal salesiano, a cuyo frente venía Don Emilio Mª Nogués y su establecimiento en la casa del Llano de Palacio, contigua al convento de Santa Clara.

[…] De aquí en adelante la obra salesiana seguirá dando sus frutos y a la vez que contribuya a sostener entre nosotros la civilización cristiana, irá tejiendo la corona que Dios habrá puesto ya sobre aquel justo, sincero y esforzado varón.

Bien ha hecho el Excmo. Ayuntamiento de esta Ciudad al manifestarle el agradecimiento del pueblo, perpetuando su memoria al dedicarle una calle; pero aún pudiera hacer un poco más, poco más que dejo al criterio del actual concejo”[31].

*Artículo publicado en la revista Nuestro Ambiente, núms. 485 y 486. Abril y Julio de 2023.

FUENTES DOCUMENTALES


[1] Archivo de la Parroquia de Santiago de Montilla (APSM). Lib. de desposorios, fol. 257.
[2] APSM. Lib. 13 de bautismos, fol. 21v.
[3] APSM. Lib. 5º de capellanías y memorias, fol. 384.
[4] APSM. Lib. 33 de matrimonios, fol. 9, nº 17
[5] APSM. Lib. 85 de bautismos, fol. 227, nº 453
[6] Universidad de Granada. Facultad de Medicina. Certificación académica personal de D. Antonio Cabello de Alba y Bello.
[7] APSM. Lib. 38, f. 385.
[8] Escritura asentada ante D. Enrique Morón, notario de Córdoba, en 17/08/1896.
[9] APSM. Lib. 4º de actas.
[10] Archivo Municipal de Montilla (AMM). Sig. 000948B-0010. (Expedientes de concurso).
[11] Diario de Córdoba. Año XLI, nº 12346.
[12] Diario de Córdoba. Año XLVI, nº 13157.
[13] El comercio de Córdoba. Año XXIII, nº 5446.
[14] Revista montillana. Año I, nº 5.
[15] El defensor de Córdoba. Año I, nº 7.
[16] Diario de Córdoba. Año L, nº 14411.
[17] El aviso (2ª época). Año I, nº 14.
[18] El defensor de Córdoba. Año VI, nº 1557.
[19] El montillano. Año I, nº 33.
[20] Vida nueva. Año II, nº 52.
[21] Diario de Córdoba. Año LIX, nº 17540.
[22] El Sur. Año II, nº 24.
[23] Diario de Córdoba. Año LX, nº 18069.
[24] El defensor de Córdoba. Año XV, nº 4075.
[25] Diario de Córdoba. Año LXIV, nº 19148.
[26] El defensor de Córdoba. Año XV, nº 4086.
[27] El porvenir montillano. Año II, núms. 28, 37.
[28] Ideal Médico. Año I, nº 3.
[29] Archivo Municipal de Montilla. Actas capitulares. Lib. 214, fols. 31r, 40r, 43r-v.
[30] AMM. Actas Comisión Permanente. Lib. 255, págs. 175-176.
[31] Montilla Agraria. Año V, nº 121. pág. 6