En la Semana Santa , las cofradías
rememoran la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Desde sus orígenes, allá
por el siglo XVI, en la
Semana Mayor montillana han procesionado imágenes que reviven
los momentos penitenciales que Jesucristo sufrió hasta su Muerte.
Todas ellas guardan una
simbología en común: la Cruz ,
emblema primordial en la cristiandad y de condición muy especial, en los días
de la Semana
de Pasión. Todas las escenas que recogen las últimas horas de vida de Cristo trascurren
en torno a la Cruz.
De ahí el origen de las
celebraciones litúrgicas de Semana Santa, donde, cada Viernes Santo la Iglesia dedica los oficios
del Triduo Sacro a la
Adoración de la Santa Cruz ,
único icono que los católicos adoramos el día en que dejó de palpitar el
corazón del Nazareno.
Si hacemos memoria, vemos como la Semana Santa cofrade, nace para
dar culto a la Cruz ,
a la Santa y
Vera Cruz de Cristo, donde, la noche anterior a las celebraciones
litúrgicas en honor al Sagrado Madero, los cofrades vivificaban los suplicios y
penitencias a que fue condenado Jesucristo antes de su partida camino del
Calvario.
Como sucede en otras muchas
poblaciones de la geografía española, en nuestra ciudad existe una serie de
imágenes que, generación tras generación, han sido referente veneracional de
los sagrados días de la pasión y muerte de Cristo. Por esto, el acervo sacro
local conserva un buen número de efigies que forman parte de la identidad de
sus vecinos. Son imágenes que han calado en la fe de no pocas generaciones de
montillanos y por ello son referente popular de nuestra Semana Santa.
¿Qué montillano no conoce a Jesús
Preso, a Jesús Nazareno o a la
Virgen de la
Soledad ? ¿Qué montillano ha sido indiferente a participar o
contemplar estas imágenes por las calles un Jueves o Viernes Santo?. ¿Quién no
ha querido vivir en primera fila El
Prendimiento en la plaza de la
Rosa , o la
Bendición a los Campos en el paseo de Cervantes?
Este tipo de actos son propios de
la identidad montillana, están por encima de toda moda y de toda situación
social. Estas imágenes y sus procesiones son herencia del pasado, de la
tradición y de la forma de ser de los montillanos. Porque sin ellas, no se
concibe plasmar en las retinas de nuestra memoria una Semana Santa, que no es más
que la huella y el testimonio de la fe y devoción que nos legaron nuestros
mayores.
En Montilla, Cristo es prendido
en la plaza de la Rosa ,
en San Agustín carga con la Cruz
sobre sus hombros y es custodiado por los centuriones romanos, sale al campo a su
paso por el Coto, y sube la calle de la Amargura , Juan Colín arriba. A la caída de la
tarde, es trasladado para su Santo Entierro, estando en todo este tránsito, siempre
acompañado de su Madre, traspasada de dolor.
Estas primitivas imágenes, recorrieron
sobre andas y bajo palio de ocho varas, las calles de Montilla en los siglos
pasados. Pero entre ellas lleva medio siglo faltando una, se trata del Santo
Cristo de Zacatecas.
¿Quién no conoce en nuestra
ciudad al Crucificado de Zacatecas? ¿Quién no ha escuchado de sus padres o
abuelos el fiel testimonio del recuerdo de verlo en procesión por las calles
montillanas en Semana Santa?
El monte Calvario está
incompleto. Porque en Montilla, Cristo es crucificado en la parte alta de la
ciudad, tras la muralla de la que fuera su fortaleza. En el templo matriz,
expiró después de pronunciar sus últimas Siete Palabras. Desde 1576 la crucifixión
de Cristo se ha rememorado en nuestra ciudad a través de esta imponente imagen.
En la retentiva de muchos paisanos
y vecinos parece que fue ayer cuando vieron volver por la esquina de su calle
al Crucificado mejicano, socorrido por su Madre, que a los pies de aquel
madero, asistía impotente a la muerte de su unigénito.
Fue aquella la oscura noche de
Martes Santo de 1954, tan sólo iluminada por la creciente luna de la pascua
judía y por los cientos de cirios de los devotos que iluminaban el camino hacia
el Gólgota. El Señor Zacatecas vería por última vez las empedradas y enlutadas calles
montillanas, bendiciendo a su paso a aquellos benjamines, que boquiabiertos
dirigían su sincera mirada al noble e impresionante rostro del Crucificado.
Aquellos infantes de ayer son hoy
nuestros padres y abuelos, los que aún mantienen en la retina de su memoria tantas y
tantas costumbres y escenas perdidas ya en nuestros días de Semana Santa.
Este presente año, quizá
recuerden con nostalgia aquellos días de chiquillería tras los romanos, tomados
de los brazos de sus padres para ver El
Prendimiento o para recibir las bendiciones del Nazareno. Nuestro deseo
para que este año revivan su mismo pasado al ver por las calles de Montilla al
Cristo de Zacatecas, de nuevo, un Martes Santo.
*Artículo publicado en la revista local Viernes Santo, año 2006.
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