Nos
encontramos inmersos en la conmemoración el V centenario de la muerte de
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que sin lugar a dudas es el vástago
de mayor proyección que ha dado Montilla a la Historia.
Su
influencia sobre la sociedad moderna y contemporánea la evidencian sus gestas
militares y dotes de estadista, patentes en la numerosa bibliografía que desde
sus primeras campañas italianas, en las postrimerías del siglo XV, ha venido produciendo
a través de los tiempos el inagotable halo del personaje.
Insólito retrato del Gran Capitán, incluido en la obra "Ilustración del Renombre de Grande", impresa en 1638. (Biblioteca Nacional de España) |
El Gran Capitán ha sido objeto de estudio de incontables intelectuales, desde el humanista italiano Paolo Jovio –coetáneo de Gonzalo– hasta historiadores actuales como Ruiz-Domènec o Calvo Poyato. Del mismo modo, su nombre, gloria y posterior olvido han sido utilizados por grandes autores como recurso narrativo en sus obras literarias.
Uno
de ellos es el gran capitán de las letras
Miguel de Cervantes Saavedra. Un desventurado soldado de los tercios españoles
–de los que fue su precursor Gonzalo de Córdoba– cuya azarosa vida castrense le
hace permanecer en la Italia hispánica más de cinco años. Durante este periodo,
estuvo alistado en los Tercios de Moncada y Figueroa respectivamente, y participará
en varias expediciones por el Mediterráneo siendo la de mayor resonancia la
batalla naval de Lepanto. No obstante, pasará largas temporadas acuartelado en la
bella ciudad de Nápoles, capital española en la península itálica cuyo reino
había sido incorporado apenas medio siglo atrás por Gonzalo Fernández de
Córdoba a la monarquía hispánica, del que fue su primer Virrey y Condestable.
En
pleno siglo XVI el Gran Capitán es un mito para los italianos y para la milicia
europea en general, dados sus triunfos en el campo de batalla y sus logros diplomáticos.
El soldado aventajado Miguel de
Cervantes se impregna de todo este escenario al que no es ajeno durante su estancia
en la ciudad del Vesubio, como quedará reflejado en su producción literaria.
Tal
es el caso que nos ocupa, ya que en la primera parte de su obra más universal, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha, publicada en 1605, el Manco
de Lepanto hace referencia a Gonzalo Fernández de Córdoba hasta en siete
ocasiones, cinco de ellas en el capítulo 32, una en el capítulo 35 y, por
último, en el capítulo 49.
Portada de la edición príncipe de la primera parte del Quijote, donde Cervantes hace alusión al Gran Capitán hasta en siete ocasiones (Biblioteca Nacional de España) |
El
capítulo 32 forma parte de la segunda salida del Caballero de la Triste Figura
y “trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote” en
Sierra Morena. Allí, el iletrado ventero “sacó una maletilla, cerrada con una
cadenilla” que dijo ser de un huésped que la dejó olvidada, “y, abriéndola,
halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos a
mano. El primer libro que abrió vio que era Don
Cirongilio de Tracia; y el otro, de Félixmarte
de Hircania; y el otro, la Historia
del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de
Paredes.”
Después
de inspeccionar el cura los libros, mandó llevar a la chimenea los dos primeros
por “cismáticos”, a lo que el ventero en desacuerdo replica al clérigo: “Mas si
alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y de ese Diego García”.
Entonces, el cura le argumentó que aquellos eran libros “mentirosos y están
llenos de disparates y devaneos”, y por el contrario “este del Gran Capitán es
historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual,
por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo «Gran
Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo merecido”. Tras una breve
discusión, el ventero, inflamado y enfurecido, increpó a los presentes con:
“¡Dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice!”, y objetó
al clérigo que había de guardarlos por si el huésped volvía a por la maleta.
El libro al que hace referencia Cervantes se trata de la Cronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar: en la qual se contienen las dos conquistas del Reyno de Napoles… con la vida del famoso cauallero Diego Garcia de Paredes nueuamente añadida a esta historia. Esta obra, anónima, fue impresa en Sevilla en 1580 y 1582 por Andrea Pescioni, y posteriormente vio la luz en Alcalá de Henares, en 1584, gracias al impresor Hernán Ramírez (de cuya edición se conservan dos ejemplares en la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque).
Portada de la Crónica del Gran Capitán, con la vida de Diego García de Paredes. Edición de 1584 en Alcalá de Henares. (Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque) |
Retomando
el hilo cervantino de aquella “maletilla, cerrada con una cadenilla”, en su
interior se hallaban “unos papeles de muy buena letra, escritos a mano”, que
resultaron ser las novelas Rinconete y
Cortadillo (Cap. 47) y El Curioso
impertinente, esta última leída en voz alta a los alojados en la posada
andaluza después de la disputa entre el cura y el ventero, cuya narración ocupa
los tres capítulos siguientes del Quijote. Y decimos esto, porque la trama del
relato acontece en Italia y en el desenlace de la misma (Cap. 35) nuevamente
aparece Don Gonzalo –ahora como general invicto– dado que uno de los
protagonistas, Lotario, “había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio
monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de
Nápoles”.
Una
vez más, Cervantes manifiesta conocer de primera mano la vida y hechos italianos
del Gran Capitán, recurso que utiliza para enrolar ficticiamente a Lotario en el
bando francés bajo las órdenes del joven Odet de Foix, señor de Lautrec que, efectivamente,
fue vencido en la memorable batalla de Ceriñola por las tropas españolas al
mando de nuestro gran Gonzalo, un
siglo antes de que la primera entrega del Quijote saliera de la imprenta de
Juan de la Cuesta.
Por
último, en el capítulo 49, Miguel de Cervantes recurre al diálogo entre el
canónigo y don Quijote donde el primero aconseja al caballero andante que para
recobrar la cordura debe olvidar los libros de caballerías “que son todos
mentira y liviandad, […] falsos y embusteros”, y le anima a centrar sus
lecturas en aquellas “que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en
aumento de su honra”. Para ello, le propone leer las historias de los grandes
nombres que ha dado el arte de la guerra, “que allí hallará verdades grandiosas
y hechos tan verdaderos como valientes”.
Entonces,
Cervantes –en palabras del canónigo– introduce una loable nómina de grandes
estrategas a quien propone como ejemplo a seguir al trastornado Alonso Quijano:
“Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago; un Alejandro,
Grecia; un Conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo
Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura; un Garci Pérez
de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya
lección de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a
los más altos ingenios que los leyeren”.
Como
vemos, nuestro paisano fue uno de los más venerados personajes del veterano soldado Miguel de Cervantes, quien ofrece
en su Quijote fervientes testimonios de admiración y respeto al que después de
sus campañas italianas fuera duque de Santángelo, Terranova, Sessa, Andría,
Montalto, Torre-mayor, y marqués de Bitonto, entre otras distinciones.
Gonzalo Fernández de Córdoba entra victorioso en Nápoles tras ganar la célebre batalla de Ceriñola |
Aunque,
es muy probable que la admiración por el Gran Capitán surgiera de Cervantes durante
su infancia, en tierras cordobesas. Como es conocido, la ascendencia paterna
del escritor lo retrata. Sus abuelos, Juan de Cervantes y Leonor Fernández de
Torreblanca, nacen y fallecen en Córdoba. Su padre, Rodrigo, nace en Alcalá de
Henares porque la familia se desplaza en función de los cargos oficiales que desempeña
el abogado Juan de Cervantes, quien estuvo al servicio del Real Fisco de la
Inquisición, de la Corona, del Duque del Infantado y, a partir de 1541 del III
Duque de Sessa, Gonzalo Fernández de Córdoba y Fernández de Córdoba, nieto y
heredero del Gran Capitán que –al igual que su abuelo– ocupó altos cargos de
Estado durante la hegemonía hispánica en Italia.
En
1541 el licenciado Juan de Cervantes es nombrado Alcalde Mayor de sus estados
de Baena, condado de Cabra y vizcondado de Iznájar. Tras asumir el nuevo cargo,
la familia Cervantes se traslada a Cabra, donde Juan será varios años Alcalde
Mayor, oficio que después ejercerá su hijo Andrés durante varias décadas, cuya
rama familiar se establece definitivamente en aquella jurisdicción señorial.
Sin
embargo, el otro hijo varón del licenciado no corrió igual suerte que su
familia asentada en tierras cordobesas, Rodrigo y su prole deambuló por Alcalá,
Madrid y Valladolid. Huyendo de sus deudas volvió al viejo Reino de Córdoba,
donde su padre era un autorizado jurista de la Corona y su hermano Andrés alcalde
en la noble villa egabrense. Son los años de la infancia de Miguel, etapa
oscura de su vida que no pocos cervantistas sitúan junto a su parentela
cordobesa.
La
figura del Gran Capitán perdura en la retina del vecindario cordobés, sus
ancestros descansan en la Real Colegiata de San Hipólito y, además, Gonzalo fue
hermano y benefactor de la Hermandad de la Santa Caridad, en cuyo hospital ejercerá
Rodrigo de Cervantes como médico-cirujano.
Ni
que decir tiene, que si el nombre del Gran Capitán resplandecía en la capital,
en los señoríos del sur del viejo reino aún más notable era su recuerdo, ya que
los titulares de aquellos vastos feudos eran Fernández de Córdoba. Si, como
indican algunos cervantistas, Miguel de Cervantes pasó su infancia al calor del
abuelo paterno, no sólo hay que ubicarlo a orillas del Guadalquivir sino que cabe
la probabilidad de que pasara ciertas temporadas en Baena y Cabra, donde el
apellido Cervantes era querido y respetado –como muestra la documentación
publicada–, cuyos miembros (Juan y Andrés) ejercieron el poder señorial en
nombre del único nieto varón del Gran Capitán.
Pero
la relación de Miguel de Cervantes con el III Duque de Sessa no acaba aquí.
Anecdóticamente, varios de los documentos conocidos sobre su vida castrense
fueron rubricados por el citado noble, el cual también hizo sus tanteos en el
campo literario de la poesía.
Miguel de Cervantes retratado por Célestin Nanteuil. Siglo XIX. (Biblioteca Nacional de España) |
A
finales de 1574 en Palermo se le paga al soldado
aventajado Miguel de Cervantes cierta cantidad atrasada por sus servicios,
por orden del Duque de Sessa. Al año siguiente, cuando los hermanos Miguel y
Rodrigo se disponían a volver a su tierra natal la galera en la que viajaban, El Sol, fue apresada por unos corsarios
berberiscos que la conducen hasta Argel, lo que supondrá a Miguel cinco años de
cautiverio africano. Llevaba consigo dos cartas de recomendación, una de Don
Juan de Austria y otra del Duque de Sessa, lo que hizo suponer a sus captores
la importancia del personaje y, por ende, su elevado rescate.
Conocedora
su madre, Leonor de Cortinas, del secuestro de sus hijos inició una serie de
trámites en 1578 para su liberación, fundamentados en un documento otorgado a
su favor por el ya anciano Duque Sessa en Madrid, donde certifica la conducta y
servicios de Miguel de Cervantes. Este documento será vital para que el rey
Felipe II autorice la tramitación de su rescate. Finalmente, el cautivo de Argel será liberado por los
padres trinitarios en 1580 y vuelve a España.
Sus
grandes valedores, Juan de Austria y el Duque de Sessa, habían fallecido en
octubre y diciembre de 1578 respectivamente, agotándose así la protección que
la casa ducal ofreció en tantas ocasiones a la familia Cervantes. Aunque Miguel
parece mantener cierta amistad con los cortesanos del desaparecido noble, ya
que en los preliminares de sus Novelas
Ejemplares (1613) aparecen cuatro poemas laudatorios, de los cuales el
segundo de ellos está firmado por “Fernando Bermúdez y Carvajal, camarero del
Duque de Sessa”.
El
veterano soldado de Lepanto dejará patente a lo largo y ancho de su obra las
vicisitudes que le acompañaron en sus días, pero ello no fue óbice para
sentirse orgulloso de haber formado parte de aquellos temidos Tercios que
ensancharon las fronteras hispánicas por la vieja Europa, cuyo origen tuvo
lugar en Italia gracias al ingenio de Gonzalo Fernández de Córdoba, el cual, en
palabras del mismo Cervantes, “por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser
llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo
merecido”.
BIBLIOGRAFÍA:
ASTRANA MARÍN, Luis: Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. 7 vols. Madrid: Reus, 1948-58.
CANAVAGGIO, Jean: Cervantes. Madrid: Espasa Calpe, 1997.
CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de: Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario de la primera parte. Madrid: RAE/Alfaguara, 2005.
RUIZ-DOMÈNEC, José Enrique: El Gran Capitán, retrato de una época. Barcelona: Península, 2002.
ASTRANA MARÍN, Luis: Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. 7 vols. Madrid: Reus, 1948-58.
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CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de: Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario de la primera parte. Madrid: RAE/Alfaguara, 2005.
RUIZ-DOMÈNEC, José Enrique: El Gran Capitán, retrato de una época. Barcelona: Península, 2002.
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