Hace unos años publicábamos en este blog varias de las primeras noticias fehacientes halladas
–hasta la fecha– sobre los orígenes de la cofradía de la Santa Vera Cruz montillana.
El documento guía fue un minucioso inventario realizado en 1567, que apoyado
por otras referencias de aquellos lustros nos situaron sobre los primeros pasos
del movimiento cofrade penitencial en nuestra ciudad.
En esta ocasión, vamos a dar a la
luz otra serie de escritos relativos a la cofradía, fechados en los últimos
años del siglo XVI y primeros del XVII, donde tendremos oportunidad de
comprobar la evolución surgida en el cambio de siglo y la introducción de la estética
propia del período barroco.
Nuevamente, nuestro documento
principal será un inventario, realizado en 1617 por orden del Visitador General
que ese año se trasladó hasta Montilla para inspeccionar la situación económica
y patrimonial del estamento eclesiástico. Dirigió la causa el presbítero
montillano Cristóbal de Luque Ayala, nombrado juez de la comisión, que ordenó
al prioste y hermano mayor de la cofradía de la
Vera Cruz , Alonso Cameros de la Cueva , la recopilación de los
bienes raíces y muebles el 3 de abril de ese año. El máximo responsable de la
corporación pasionista presentaría al juez el inventario solicitado ocho días
después.
Cabecera del inventario realizado en 1617 |
Para su mejor explicación, hemos modificado
el orden original del elenco de bienes, agrupándolos temáticamente, facilitando
así su lectura y conocimiento. Comenzaremos recopilando las imágenes de culto,
que por aquellas fechas se veneraban en la ermita: “Un Cristo grande
crucificado [Zacatecas] / Otro Cristo amarrado a la columna / Otro Cristo Ecce
Homo / Otro Cristo resucitado / Una imagen de nuestra Señora de bulto [Socorro]
/ Dos capas de tafetán, una rosada y otra carmesí del Ecce Homo”[1].
Cabe destacar el amplio ajuar que
la antigua Virgen del Socorro poseía, que por su variedad y colorido se intuye
que recibía culto en las distintas festividades marianas: “Un vestido grande de
brocado verde y naranjado / Un manto de requemado / Una saya de tafetán llano
negro / Una ropa de tafetán realzado negro / Un manto de burato / Una saya de
tafetán de picote de seda tornasolada con molinillos / Otra saya de tafetán
amarillo cretado que es para hacer una casulla / Una ropa de terciopelo negro
con pasamanos de oro / Dos jubones de nuestra Señora azules de telilla de
Flandes azul / Tocas y valonas de nuestra Señora / Un velo de lienzo negro”[2].
Del mismo modo, el registro de
bienes recopila los vasos sagrados, libros y ornamentos que la cofradía poseía
para el uso litúrgico: “Un misal / Ara / Atril / Un cáliz y patena / Dos
pañuelos de cálices, uno verde y otro colorado / Una bolsa con corporales / Dos
albas para decir misa / Amito y cíngulo / Dos casullas una negra y otra de
color / Estolas y manípulos / Dos mesas de manteles de los altares / Dos
cornialtares / Dos bulas del Jubileo / Una tabla de las indulgencias”[3].
También quedaron recogidos los
paños y candelería de los altares, haciendo mención especial al mayor donde se
veneraba el Cristo de Zacatecas, así como el de la Virgen y demás imágenes:
“Un frontal de damasco azul y naranjado que se hizo de una saya que dio doña
María Castil mujer de Juan López Vanda / Otro frontal de damasco azul que está
en el altar del Cristo / En el altar de nuestra Señora un frontal carmesí y
amarillo / Otro negro de tafetán / Dos candeleros / Cuatro blandones de hierro”[4].
Asimismo, la ermita estaba
equipada con: “Un arca grande / Otra pequeña / Una mesa de torno / Y una
carpeta / Tres bancos de la iglesia / Una campana de tañer a misa / Otra de
munir / Otra de alzar / Otra arquilla pequeña” donde la cofradía guardaba,
entre otros, sus documentos: “Un libro de cuentas / Otro de cabildos / Otro de
ordenanzas”[5].
Modo de portar al
Santo Cristo en las procesiones, que perduró hasta principios del siglo XX.
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Y cómo no,
en el inventario aparecen los enseres propios del guión procesional, tales eran: “Vara y manga de terciopelo negro / Una
cruz grande dorada / Otra cruz verde con fajas de oro alrededor / Unas andas
doradas de nuestra Señora / Otras andas llanas negras / Tres pares de parillas /
Tornillos para todas la insignias / Dos varales del Cristo / Cuatro varales de
colgar con sus cordeles / Un palio de tafetán negro para el Cristo el Jueves
Santo con ocho varas / Once cetros / Otro [pendón] de damasco carmesí y naranjado
para las fiestas / Ciento y treinta albas con sus azotes con sus rosetas para
los hermanos de Jueves Santo que están en poder de Nicolás Martín / Tres bacías
de azófar para pedir limosna y cuatro de madera”[6].
Uno de los
fines sociales más significativos de las cofradías era dar sepultura a sus
hermanos y devotos, y para ello la
Vera Cruz contaba con: “Un Cristo crucificado pequeño para la
cruz de los entierros / Un pendón morado de tafetán con cruz colorada para
entierros / Un lecho de difuntos grande / Otro pequeño”[7].
De este
inventario llama la atención varios de los bienes, que denota la hegemonía
social de la cofradía crucera entre el vecindario montillano, a pesar de estar
ya erigidas las hermandades de la
Soledad y Angustia de Nuestra Señora (1588), y la de Jesús
Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén (1590) respectivamente, en el convento de
San Agustín.
Entre las adquisiciones
más señaladas, aparecen ya las nuevas imágenes de Cristo, Ecce Homo (contratado
en 1597), Amarrado a la
Columna (contratado en 1601), y Resucitado, cuya fecha de
adquisición desconocemos, aunque sí se conserva la talla original. Con el
hallazgo de esta escultura en fecha tan temprana dentro del acervo patrimonial de
la Vera Cruz ,
bien podemos refrendar el testimonio del historiador local, Francisco de Borja
Lorenzo, que alude en su descripción de la ermita y cofradía en 1779 lo
siguiente: “la otra procesión se hace el Domingo de Pascua de Resurrección,
sale solo una imagen del Señor que llaman Resucitado”[8].
También
merece resaltar, dentro de los enseres del guión procesional, el palio negro de
ocho varas que cubría al Señor de Zacatecas, cuya cruz era portada en posición
vertical por tres hermanos portantes,
privilegio reservado al linaje Cortés de Mesa. En el centro, uno portaba la cruz,
cuya parte inferior del palo vertical –stipes–
se embutía en una bandolera; y a ambos lados del mismo, en los extremos del
palo horizontal del madero –patibulum–
se anclaban dos varales que ayudaban a mantener el equilibrio y el peso del
Crucificado.
En la procesión de la sangre, como era llamada,
cada Jueves Santo se ejercía la penitencia mediante el rito disciplinante del
flagelo. Como se reseña en el inventario, la
Vera Cruz a principios del siglo XVII practicaba
este tipo de contrición, y para ello contaba en propiedad con “ciento y treinta
albas con sus azotes con sus rosetas para los hermanos”, un número considerable
de penitentes, si tenemos en cuenta que en 1593 la cofradía estaba integrada
por cuatrocientos miembros[9], y la
población de Montilla rondaba los dos mil vecinos[10].
Aunque el
inventario que nos ocupa es bastante completo no alcanza la precisión del
realizado en 1567, si hacemos una comparación entre ambos en el descrito en
este trabajo se evidencia la falta de no pocas piezas cuya existencia era
indudable. Su ausencia puede deberse a que en estas fechas la ermita de la
Vera Cruz se encontraba inmersa en una
profunda remodelación y ampliación, siendo posible que estuviese cerrada al
culto ocasionalmente, y sus bienes se encontraran depositados en casa de
algunos hermanos de la cofradía.
Estas obras
comenzaron en 1614, como refleja el convenio que suscribió Juan de Aguilar
Carreta, Juan Ruiz Martín y Agustín de los Reyes con Alonso Cameros de la Cueva , hermano mayor de la
cofradía, el 7 de diciembre de aquel año. En el mismo, éstos se obligaron a sacar
mil cargas de piedra “de la marca ordinaria buena piedra que se ha de dar y
recibir”[11] de
la cantera de la fuente de El Álamo y transportarlas hasta el llano de la
ermita en el plazo de cuatro meses. También informa de estas obras el
historiador Francisco de Borja Lorenzo, que en su manuscrita Historia de Montilla desvela la existencia
de una lápida, en una de las naves laterales de la ermita, donde aparecía
inscrita la reedificación de la misma en 1615[12].
Alonso
Cameros de la Cueva
hizo constar al final del inventario una deuda pendiente de amortizar por los
herederos de Andrés Fernández de Mesa, donante que fuera del Santo Cristo de
Zacatecas en 1576 y después hermano mayor de la cofradía. Ésta formaba parte de
la testamentaría del indiano, y consistía en la donación de “sesenta ducados
para hacer una lámpara de plata” que en 1617 aún “debe Melchor Cortés de Mesa
como heredero del Lcdo. Luis de Vesga su hermano”[13],
encargado de cumplir la última voluntad de su padre.
A raíz de
la declaración de la deuda contraída por Melchor Cortés de Mesa, como heredero
de su padre y hermano, el juez de la causa abre un nuevo proceso para
esclarecer el paradero de la cuantía donada por Andrés de Mesa para labrar una
lámpara de plata que alumbrase al Crucificado mejicano. Tras tomar declaración
a las partes, Melchor Cortés de Mesa acató la sentencia de la justicia
eclesiástica y el 16 de julio de dicho año entregaba al hermano mayor, Alonso
Cameros de la Cueva ,
los sesenta ducados para la fabricación de la lámpara, siendo testigos de dicho
proceso los oficiales de la misma, que en aquel momento eran Luís Fernández de
Córdoba, Juan Márquez Venegas, Bartolomé Fernández Castil, Gonzalo de Arana y
Juan Colín de Roa. La cofradía, a su vez, se erigía como depositaria de la suma
económica y se obligaba a ejecutar la voluntad testamentaria de Andrés de Mesa
en un plazo máximo de dos años.
Para ello,
el 24 de marzo de 1619 elevaban escritura pública ambas partes, acordando encargar la –tan traída y llevada– lámpara de
plata en Córdoba, sumando a los sesenta ducados iniciales otros cuarenta más,
que habrían de poner Alonso Cameros y Juan Colín en nombre de la cofradía (30
ducados), y Melchor Cortés en nombre de su otro hermano Lorenzo Miranda (10
ducados). Este convenio tuvo su final diez años después, cuando el 23 de marzo
de 1629 se colocaba la lámpara en la capilla mayor de la ermita de la Vera Cruz[14].
El afanoso hermano
mayor Cameros de la Cueva
manifestó durante su mandato, y el resto de sus días, una gran veneración hacia
el Santo Cristo de Zacatecas. Muestra de ello quedó patente en su última
voluntad, donde dejó reflejada su infinita devoción al Crucificado titular de la
Santa Vera Cruz, en cuyo altar señaló la
fundación de una Memoria de 52 misas rezadas anuales, que se habrían de decir
cada viernes por su ánima y la de sus familiares y bienhechores, siendo sufragadas
por su hijo Alonso que heredaría para
ello “unas casas principales en que hago mi morada”, ubicadas en la calle de la Enfermería , además de “una
haza de tierra de siete fanegas de cuerda que tengo a la parte de la Peña del Cuervo en la
campiñuela de Piedra Luenga término desta ciudad”[15].
Imagen de Cristo Resucitado que recibió culto en la ermita de
Su fisonomía recuerda a las obras del maestro Pedro Freila de Guevara.
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A modo de
conclusión, hemos pretendido exponer, a través de varios documentos, la evolución
que sufre la cofradía con la llegada del movimiento barroco, donde se incluyen nuevas
imágenes representativas de la pasión de Cristo, a las que a la postre se unirán
otras tantas, además de celebrar la Resurrección del Señor. Esta evolución estética va
integrándose en la cofradía sin que la misma perdiera su concepción primitiva,
propia del pensamiento medieval, como era la flagelación: imitación de los sufrimientos
padecidos por Jesucristo en los momentos previos a su crucifixión. La inclusión
de nuevos pasos iconográficos de la
pasión incrementaría el número de hermanos, consecuencia de la ampliación de la
ermita de la Vera Cruz y
la intensificación de los cultos propios a dichas imágenes, que ya en la
segunda mitad del XVII se organizarán en hermandades autónomas de la cofradía
matriz, viviendo así una larga etapa de esplendor prolongada hasta el último
tercio del siglo XVIII, en que las hermandades de disciplinantes son suprimidas
por la ideología ilustrada.
NOTAS
[1] Archivo Parroquial de
Santiago de Montilla (APSM). Libro 4º de
Visitas y Capellanías, fols. 705 – 719 v.
[2] Ibídem.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] LORENZO MUÑOZ, Francisco
de Borja: Historia de la M.N .L. Ciudad de Montilla.
Año 1779, pp. 57 - 61. Fundación
Biblioteca Manuel Ruiz Luque. Ms. 54.
[9] Archivo de Protocolos
Notariales de Montilla (APNM). Nª 1ª. Leg. 17. f . 593 v. Escritura donde
Fernán Martín de Baena es nombrado cobrador de las limosnas de los hermanos de la
Vera Cruz pagan a la cofradía. Se obliga a
recaudar anualmente 4.000 maravedís, 10 por cada hermano, y entregárselos al
hermano mayor que fuere.
[10] CALVO POYATO, José: Guía Histórica de Montilla, p. 41.
[11] APNM. Nª 1ª. Leg. 38, f . 546.
[12] LORENZO MUÑOZ: Loc. cit.
[13] APSM. Libro 4º de Visitas…
[14] APNM. Nª 4ª. Leg. 623, fols. 193 v. - 195.
[15] APNM. Nª 5ª. Leg. 818. fols. 250 - 254. Véase ítem: APSM. Lib. 3º de Memorias, f. 418.
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