domingo, 22 de diciembre de 2024

MONTILLA VUELVE A “DARSE LA MANO” CON EL MUSEO DEL PRADO

Tres años después de que el Cristo de Zacatecas fuera escogido para participar en la exposición Tornaviaje. Arte iberoamericano en España, la pinacoteca nacional vuelve a seleccionar una obra artística de la Parroquia de Santiago para un nuevo evento cultural de primera magnitud, como es la muestra “Darse la mano”, escultura y color en el Siglo de Oro.

En esta ocasión ha sido el Cristo de la Tabla quien ha viajado hasta el edificio de los Jerónimos de Madrid para formar parte de una cuidada escenografía de casi un centenar de obras, donde el Museo del Prado presenta una exposición que reflexiona sobre el fenómeno y el éxito de la escultura policromada y su complementariedad con la pintura, que inundó los espacios sacros y alcanzó su mayor plenitud durante el Barroco. 

Para ello, se han reunido piezas procedentes de gran parte de la geografía española, además de otras llegadas de Italia y de Francia, realizadas por los grandes maestros de los siglos XVI y XVII. Obras de escultores de la talla de Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Juan de Juni, Martínez Montañés, Juan de Mesa, Luisa Roldán o Francisco Salzillo, entre otros, se presentan acompañadas en perfecta simbiosis de creaciones pictóricas interrelacionadas con lienzos de Rubens, Lemaire, Murillo, Cano, Raoux, Maffei, Ribalta, Ribera, Carducho, Giordano, Coello, Carreño de Miranda o Goya. 

Una exposición que sintetiza la singularidad lograda en mundo hispánico durante el Siglo de Oro con la conciliación de sendas artes plásticas y que muestra cómo el volumen y el color en la escultura se pusieron al servicio de la persuasión religiosa, expresión artística que aumentó la eficacia comunicativa en la transmisión del mensaje sagrado, obteniendo un papel fundamental como apoyo a la predicación y en el ámbito de la religiosidad popular, donde lo divino cobraba una forma tangible y corpórea gracias a la fusión de los trabajos de escultores y pintores en una misma obra. 

Comisariada por Manuel Arias Martínez, jefe del Departamento de Escultura del Museo del Prado, la exposición tiene un relato dividido en siete secciones que recorren los diferentes aspectos y épocas del arte de la escultura policromada, desde la Antigüedad clásica hasta la plenitud del Barroco.

El pasado 18 de noviembre, durante la inauguración de la exposición en el Museo del Prado, acompañados de Enrique Quintana y Manuel Arias. Foto: © Museo Nacional del Prado

El Cristo de la Tabla forma parte de la sección VI, que lleva por título Escultura, teatro y procesión. La obra montillana está acompañada de otras siete piezas entre las que cabe destacar las esculturas de San Fernando (Pedro Roldán y Luisa Valdés) de la catedral de Sevilla, San Juan Evangelista (Francisco Salzillo) de Murcia, o el impresionante grupo escultórico Sed tengo (Gregorio Fernández) de Valladolid, que representa el paso evangélico de la crucifixión de Cristo. 

Según Arias, “el Cristo de la Tabla es una suerte de escultopintura o pintoescultura, tan singular y diferente, del que apenas hay ejemplos en España, que juega con esa duplicidad, para que funcionara como un elemento procesional, que finalmente no triunfó en favor de la escultura de bulto redondo”. 

Efectivamente, en su tipología, el Cristo de la Tabla se puede definir como un eslabón insólito entre la pintura y la escultura. Se trata de un singular icono de Jesús en la Cruz de autor anónimo cuyos rasgos estilísticos –de transición tardogótica al Renacimiento– revelan que pudo ser realizada en los años centrales del siglo XVI. Debe su originalidad y belleza a que se encuentra plasmada al óleo por el anverso y el reverso sobre un tablero de dos centímetros de grosor y ciento cincuenta y dos de altura, recortado por la silueta anatómica del Crucificado.

Como se ha dicho, la efigie se venera en la Parroquia de Santiago. Desde sus orígenes y hasta principios del siglo XX, recibió culto en el primer tramo de la capilla de las Ánimas, hoy convertido en Baptisterio. Las primeras noticias de este recinto sacro datan de 1528, año en que fueron aprobadas las ordenanzas y reglas a la cofradía del mismo nombre.

La imagen aparece ya localizada en este espacio por un inventario del año de 1610, el más antiguo que se conoce del templo, donde se registra como un “crucifijo pintado en una tabla. Cortada la tabla y clavado en una cruz que está en la capilla de las Ánimas”. Esta ubicación es confirmada por los cronistas montillanos de los siglos XVIII y XIX en sus obras, desde Lucas Jurado hasta Dámaso Delgado.

Recientes investigaciones han vinculado la imagen del Crucificado a la figura de San Juan de Ávila. Los testimonios recabados para el Proceso de beatificación del Apóstol de Andalucía ponen de manifiesto un episodio acontecido en las inmediaciones de la citada capilla de las Ánimas entre el Santo Maestro y unos vecinos de la villa que andaban enemistados, “dos personas honradas encontradas con odio capital y vengativo”. 

El Maestro Ávila, conocedor de la situación, intercedió para que aquella hostilidad desembocase en paz y amistad. Al parecer, tomó como aliado al Cristo de la Tabla para que uno de los reñidos “el más ofendido, y por esta parte más incontrastable” se encomendara al Crucificado, a fin de que la imagen sagrada le moviera los sentimientos encontrados y recapacitase. Así sucedió y el asunto quedó resuelto para siempre, como relatan los primeros biógrafos del Santo Maestro, Luis Muñoz y Martín Ruiz de Mesa. 


El Cristo de la Tabla, sobre la cruz y lienzo del calvario añadidos en el Barroco, tal y como se puede contemplar en la capilla del Chantre de la Parroquia de Santiago.
Foto: Rafael Salido.


Hasta la llegada del siglo XIX, el Cristo de la Tabla gozó de una gran veneración entre los montillanos. Así lo testimonian las numerosas mandas testamentarias que ofrecen los devotos en sus últimas voluntades, como fue el caso de Juan Antonio Camacho, maestro mayor de obras del Marqués de Priego, que ofreció “a el Santo Xpto de la tabla que está en dicha Yglesia una libra de Zera labrada por una vez”.

No obstante, la obra pía de mayor entidad que recibió el Cristo de la Tabla fue gracias a Luisa Granados de Bonilla, fallecida de 4 de julio de 1725, quien fundó una Memoria “con cargo de una misa de fiesta solemne que sea de decir en cada un año perpetuamente para siempre en el día de la Invención de la Santa Cruz en la capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla sita en la dicha iglesia parroquial de Sr. Santiago”. 

De la profunda piedad que despertaba el Crucificado entre los fieles montillanos también queda constancia por las ocasiones en que este original icono fue elegido para presidir en 1699 y 1726 las procesiones generales organizadas con motivo de “la rogativa del agua”.

Asimismo, la devoción se ve reflejada en las donaciones materiales que recibió en este período de pleno Barroco, como son la Cruz tallada, calada y sobredorada que le sostiene y la cartela del INRI en plata labrada y repujada, además del amplio lienzo pintado al óleo que completa la escena del Calvario con las imágenes de la Virgen dolorosa y San Juan en su parte inferior, acompañados de una serie de ángeles plañideros portadores de los símbolos de la Pasión, que se distribuyen en la zona más elevada.

Gracias a su relación con San Juan de Ávila, a raíz de su declaración como Doctor de lglesia, el Cristo de la Tabla volvió a ser expuesto a la vista pública en la iglesia de Santiago, tras largos años ubicado en la sacristía. Asimismo, fue restaurado por Ana Infante de la Torre, a través de una subvención de la Junta de Andalucía. Desde entonces, se puede contemplar en la antigua capilla del Chantre, próxima a su primitiva localización, contigua a la capilla de las Ánimas.

Hasta el próximo 2 de marzo de 2025 se podrá disfrutar de su presencia en el Museo Nacional del Prado, mano a mano con las obras más paradigmáticas de la pintura y la escultura del Siglo de Oro hispánico.