Tres
años después de que el Cristo de Zacatecas fuera escogido para participar en la
exposición Tornaviaje. Arte iberoamericano
en España, la pinacoteca nacional vuelve a seleccionar una obra artística
de la Parroquia de Santiago para un nuevo evento cultural de primera magnitud,
como es la muestra “Darse la mano”,
escultura y color en el Siglo de Oro.
En esta ocasión ha sido el Cristo de la Tabla quien ha viajado hasta el edificio de los Jerónimos de Madrid para formar parte de una cuidada escenografía de casi un centenar de obras, donde el Museo del Prado presenta una exposición que reflexiona sobre el fenómeno y el éxito de la escultura policromada y su complementariedad con la pintura, que inundó los espacios sacros y alcanzó su mayor plenitud durante el Barroco.
Para ello, se han reunido piezas procedentes de gran parte de la geografía española, además de otras llegadas de Italia y de Francia, realizadas por los grandes maestros de los siglos XVI y XVII. Obras de escultores de la talla de Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Juan de Juni, Martínez Montañés, Juan de Mesa, Luisa Roldán o Francisco Salzillo, entre otros, se presentan acompañadas en perfecta simbiosis de creaciones pictóricas interrelacionadas con lienzos de Rubens, Lemaire, Murillo, Cano, Raoux, Maffei, Ribalta, Ribera, Carducho, Giordano, Coello, Carreño de Miranda o Goya.
Una exposición que sintetiza la singularidad lograda en mundo hispánico durante el Siglo de Oro con la conciliación de sendas artes plásticas y que muestra cómo el volumen y el color en la escultura se pusieron al servicio de la persuasión religiosa, expresión artística que aumentó la eficacia comunicativa en la transmisión del mensaje sagrado, obteniendo un papel fundamental como apoyo a la predicación y en el ámbito de la religiosidad popular, donde lo divino cobraba una forma tangible y corpórea gracias a la fusión de los trabajos de escultores y pintores en una misma obra.
Comisariada por Manuel Arias Martínez, jefe del Departamento de Escultura del Museo del Prado, la exposición tiene un relato dividido en siete secciones que recorren los diferentes aspectos y épocas del arte de la escultura policromada, desde la Antigüedad clásica hasta la plenitud del Barroco.
El pasado 18 de noviembre, durante la inauguración de la exposición en el Museo del Prado, acompañados de Enrique Quintana y Manuel Arias. Foto: © Museo Nacional del Prado |
El Cristo de la Tabla forma parte de la sección VI, que lleva por título Escultura, teatro y procesión. La obra montillana está acompañada de otras siete piezas entre las que cabe destacar las esculturas de San Fernando (Pedro Roldán y Luisa Valdés) de la catedral de Sevilla, San Juan Evangelista (Francisco Salzillo) de Murcia, o el impresionante grupo escultórico Sed tengo (Gregorio Fernández) de Valladolid, que representa el paso evangélico de la crucifixión de Cristo.
Según Arias, “el Cristo de la Tabla es una suerte de escultopintura o pintoescultura, tan singular y diferente, del que apenas hay ejemplos en España, que juega con esa duplicidad, para que funcionara como un elemento procesional, que finalmente no triunfó en favor de la escultura de bulto redondo”.
Efectivamente, en su tipología, el Cristo de la
Tabla se puede definir como un eslabón insólito entre la pintura y la
escultura. Se trata de un singular icono de Jesús en la Cruz de
autor anónimo cuyos rasgos estilísticos –de transición tardogótica al Renacimiento–
revelan que pudo ser realizada en los años centrales del siglo XVI. Debe su
originalidad y belleza a que se encuentra plasmada al óleo por el anverso y el
reverso sobre un tablero de dos centímetros de grosor y ciento cincuenta y dos
de altura, recortado por la silueta anatómica del Crucificado.
Como
se ha dicho, la efigie se venera en la Parroquia de Santiago. Desde sus
orígenes y hasta principios del siglo XX, recibió culto en el primer tramo de
la capilla de las Ánimas, hoy convertido en Baptisterio. Las primeras noticias
de este recinto sacro datan de 1528, año en que fueron aprobadas las ordenanzas
y reglas a la cofradía del mismo nombre.
La
imagen aparece ya localizada en este espacio por un inventario del año de 1610,
el más antiguo que se conoce del templo, donde se registra como un “crucifijo
pintado en una tabla. Cortada la tabla y clavado en una cruz que está en la
capilla de las Ánimas”. Esta ubicación es confirmada por los cronistas
montillanos de los siglos XVIII y XIX en sus obras, desde Lucas Jurado hasta
Dámaso Delgado.
Recientes investigaciones han vinculado la imagen del Crucificado a la figura de San Juan de Ávila. Los testimonios recabados para el Proceso de beatificación del Apóstol de Andalucía ponen de manifiesto un episodio acontecido en las inmediaciones de la citada capilla de las Ánimas entre el Santo Maestro y unos vecinos de la villa que andaban enemistados, “dos personas honradas encontradas con odio capital y vengativo”.
El Maestro Ávila, conocedor de la situación, intercedió para que aquella hostilidad desembocase en paz y amistad. Al parecer, tomó como aliado al Cristo de la Tabla para que uno de los reñidos “el más ofendido, y por esta parte más incontrastable” se encomendara al Crucificado, a fin de que la imagen sagrada le moviera los sentimientos encontrados y recapacitase. Así sucedió y el asunto quedó resuelto para siempre, como relatan los primeros biógrafos del Santo Maestro, Luis Muñoz y Martín Ruiz de Mesa.
El Cristo de la Tabla, sobre la cruz y lienzo del calvario añadidos en el Barroco, tal y como se puede contemplar en la capilla del Chantre de la Parroquia de Santiago. Foto: Rafael Salido. |
No obstante, la obra pía de mayor entidad que recibió el Cristo de la Tabla fue gracias a Luisa Granados de Bonilla, fallecida de 4 de julio de 1725, quien fundó una Memoria “con cargo de una misa de fiesta solemne que sea de decir en cada un año perpetuamente para siempre en el día de la Invención de la Santa Cruz en la capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla sita en la dicha iglesia parroquial de Sr. Santiago”.
De la profunda piedad que despertaba el Crucificado entre
los fieles montillanos también queda constancia por las ocasiones en que este
original icono fue elegido para presidir en 1699 y 1726 las procesiones generales
organizadas con motivo de “la rogativa del agua”.
Gracias a su relación con San Juan de Ávila, a raíz de su
declaración como Doctor de lglesia, el Cristo de la Tabla volvió a ser expuesto
a la vista pública en la iglesia de Santiago, tras largos años ubicado en la
sacristía. Asimismo, fue restaurado por Ana Infante de la Torre, a través de
una subvención de la Junta de Andalucía. Desde entonces, se puede contemplar en
la antigua capilla del Chantre, próxima a su primitiva localización, contigua a
la capilla de las Ánimas.