La Orden de ermitaños de San Agustín se instala en Montilla gracias a Alonso Sánchez Recio de León, que en 1518 había construido una ermita en su finca extramuros de la villa, bendecida bajo la advocación de San Cristóbal el 17 de agosto por Cristóbal de Barrionuevo, obispo titular de Tagaste, auxiliar de Córdoba y racionero de la catedral.
El 6 de septiembre de 1520 Alonso Sánchez dona el oratorio de San Cristóbal a los agustinos, y en los últimos años de su vida, entre 1550 y 1556, incrementa el legado sumando el olivar de 400 pies que circunda al convento y otras fincas rústicas más, entre las que cabe destacar la huerta de San Cristóbal.
En 1553 los agustinos emprenden un novedoso proyecto que cambiará para siempre la configuración urbana de nuestra ciudad, ya que parcelan el olivar heredado consiguiendo con ello vender, bajo la cómoda fórmula del censo redimible, numerosos solares donde construir nuevas casas, lo que a su vez atraerá al vecindario hasta los aledaños del cenobio, que aún se hallaba extramuros de la villa. De este replanteamiento urbanístico surgirán las calles Ancha, Silera y las Prietas.
Aspecto que presentaba la calle Ancha y el convento de San Agustín a principios del siglo XX |
Con el producto de las parcelaciones y los frutos cosechados de las fincas heredadas, los agustinos emprendieron la construcción de la nueva iglesia. De una sola y espaciosa nave, está levantada sobre planta de cruz latina, en cuya cabecera se encuentra la capilla mayor. Su construcción se llevó a cabo entre 1556 y 1575, comenzando las obras por el crucero hasta llegar a la primitiva ermita de San Cristóbal, donde se delimitó la puerta principal del templo y sobre ella el coro. En la mitad del siglo XVIII experimenta su primera gran remodelación, cuando se le sustituye la primitiva techumbre y se le coloca la actual bóveda de cañón a la nave principal, rematando el crucero con una gran bóveda elíptica.
El templo se fue configurando conforme a la fundación de cofradías y hermandades que los agustinos promocionaron con el mismo fin que las parcelaciones de la finca, el atraer a la población montillana hasta su convento.
La cesión de los espacios a las hermandades se llevó a cabo por orden cronológico, las más antiguas ocuparon los espacios más próximos a la capilla mayor, que era privilegio de los marqueses de Priego. Así los laterales del crucero fueron ocupados por la cofradía de la Virgen de Gracia (en el lado del Evangelio) fundada en 1561, y en el opuesto (Epístola) se instaló la cofradía de Ntra. Sra. del Tránsito, fundada en 1582. A partir del arco toral continuarán las capillas de la cofradía de la Soledad y Angustias de Nuestra Señora, fundada en 1588, seguida de la cofradía de Jesús Nazareno en 1590, y San Nicolás de Tolentino en 1599. Ya en el siglo XVII se erigieron las hermandades de Ntra. Sra. de la Correa y Santa Rita de Casia, así como la ilustre cofradía de la Misericordia en 1674 (que rendía culto a Santo Tomás de Villanueva), y que ocuparán las arcadas del muro opuesto.
El fervor religioso surgido en el barroco se verá plasmado en el incremento del patrimonio artístico del templo. El patronato de los marqueses de Priego, junto a cofradías, hermandades, capellanías y demás obras pías lo proveerán de moblaje, retablos, esculturas, pinturas, orfebrería y enseres de los mejores creadores andaluces del momento. En su acervo artístico conserva obras de Rodrigo de Mexía, Lope Medina Chirinos, Juan de Mesa y Velasco, Pedro de Borja, Cristóbal de Guadix, Gaspar Lorenzo de los Cobos y Francisco Morales, entre otros.
El patrimonio artístico es el reflejo del esplendor cultural y el vestigio de la riqueza intelectual que cobijaron los muros del cenobio agustino. Habitado ordinariamente por más de cincuenta frailes, entre 1565 y 1644 tuvo noviciado propio, donde profesaron 113 frailes agustinos procedentes de Andalucía y Castilla. Entre sus moradores más insignes cabe citar a Santo Tomás de Villanueva, San Alonso Orozco, los mártires beatos Fr. Pedro de Madrid y Fr. Fernando de San José Ayala; los venerables teólogos y filósofos montillanos Fr. Fernando de Ávila, Fr. Francisco Ramírez, Fr. Francisco Valenzuela, Fr. Luis de Cea, Fr. Francisco Javier Requena, Fr. José Juan González, que tuvieron la oportunidad de utilizar su célebre biblioteca que albergaba, entre otras joyas, la Crónica manuscrita del Gran Capitán.
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