domingo, 15 de noviembre de 2015

GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA "EL GRAN CAPITÁN", BIOGRAFÍA MÍNIMA

Gonzalo Fernández de Córdoba nace en el castillo de Montilla en marzo de 1453. Es el tercer hijo de Pedro Fernández de Córdoba y Elvira de Herrera y Enríquez, Señores de Aguilar. Con apenas dos años queda huérfano de padre, por ello la madre encomienda su educación a Diego de Cárcamo, con quien parte en 1466 para la corte del infante don Alfonso, hasta que se produce la muerte de éste dos años después.


En el promontorio de "la Montiella" los Fernández de Córdoba, señores de Aguilar, levantaron una fortaleza que sería su residencia a partir de los primeros años del siglo XV. Al igual que sus hermanos, en ella nació Gonzalo en 1453.
En septiembre de 1468, Enrique IV reconoce a su hermana Isabel como su sucesora en el trono castellano, en el tratado de los Toros de Guisando. Gonzalo vuelve a Córdoba, donde en 1470 valora la posibilidad de tomar el hábito de la religión de San Jerónimo, idea que no resultará. Durante esos años permanece ocupado en el ejercicio de varios cargos públicos locales y en asuntos familiares.

El 18 de septiembre de 1474 contrae matrimonio con Isabel de Sotomayor prima suya e hija del Señor del Carpio. Celebrados los esponsales, recibe de su hermano mayor, Alonso, la alcaldía de Santaella, villa en la que será hecho prisionero por su pariente el Conde de Cabra, quien lo mantiene retenido durante tres años y medio en Baena, por disputas de banderías familiares. Aquellos altercados serán pacificados por la ya reina Isabel de Castilla, que intercede para poner fin a los mismos y a la liberación de Gonzalo.

Desde 1475 el reino castellano se hallaba inmerso en una guerra de sucesión por la corona de Enrique IV. A pesar de haber sido acordada la transmisión de la monarquía a Isabel, los nobles partidarios de su sobrina, Juana, apoyados por Portugal, defendieron con las armas los derechos de “la Beltraneja”.

Será en los últimos compases de este conflicto dinástico donde Gonzalo recibirá su bautismo de fuego y destacará por sus dotes militares. El enfrentamiento acontecido en la fronteriza tierra de La Albuera (Badajoz) en febrero de 1479 será el escenario de su primera batalla y su primera victoria, además de ser el último combate de la guerra en el cual la corona castellana queda irreversiblemente unida. Tras la derrota portuguesa, en septiembre se firmará la paz en Alcazovas. Al gozo del triunfo, a Gonzalo se le suma el dolor de la pérdida de su mujer y primera hija, ya que ambas fallecen durante el parto.

En 1482 comienza la Guerra de Granada. Ese año, el segundón de la Casa de Córdoba y Aguilar participa en el socorro de Alhama. Al año siguiente conoce a  Boabdil, tras ser capturado el rey moro en Lucena. En mayo y junio de 1486 participa notoriamente en la toma de Loja e Íllora, siendo nombrado alcaide de esta última villa.

Preside la plaza de las Tendillas, epicentro de Córdoba,
la efigie ecuestre de El Gran Capitán, imaginado por
el escultor Mateo Inurria, inaugurada en 1923.
La guerra corría a favor de los Reyes Católicos que, además de las guardias reales y las mesnadas aportadas por villas y ciudades de sus reinos, contaban con el apoyo de las órdenes militares, la infantería suiza, y de voluntarios alemanes, franceses e ingleses, sin olvidar el respaldo expreso del pontífice Inocencio VIII que concede al conflicto Bula de Cruzada en 1487.

En febrero de 1489, relajada por el invierno la contienda, Gonzalo celebra sus segundas nupcias con María Manrique de Lara, hija de Fadrique Manrique de Castilla y Beatriz de Figueroa, con quien tendrá tres hijas, aunque sólo una –Elvira– será su sucesora y heredera.

La guerra prosigue su curso, y este año se rinden a las banderas castellanas las ciudades de Baza, Guadix y Almería. En 1490 se inician las negociaciones con los nazaritas granadinos para dar fin al conflicto bélico. Gonzalo es uno de los comisionados por los Reyes Católicos, ya que a sus dotes diplomáticas hay sumar su amistad con Boabdil y el conocimiento de la lengua y costumbres árabes, dado que es un hombre de frontera. Un año después comienza el cerco a Granada, que es rendida el 2 de enero de 1492, cerrándose así la larga etapa de presencia islámica en la península ibérica.

Anexionado el reino granadino a la corona castellana se suceden varios años de paz. Los monarcas recompensan los trabajos de Gonzalo con las encomiendas santiaguistas de Valencia del Ventoso (Badajoz) y Guadalcanal (Sevilla), el Señorío de Órgiva y las alcaidías de Íllora, Loja y Castell de Ferro (Granada).

En 1493 Gonzalo acompaña a Boabdil hasta Fez, ciudad marroquí en la que sitúa su exilio. Durante este período también encontramos a Gonzalo por la tierra que le vio nacer, resolviendo asuntos familiares.

En 1494 el rey de Francia, Carlos VIII, invade Nápoles tras cruzar la península italiana sin obstáculo alguno. El rey napolitano, Ferrante II, huye a Sicilia donde espera el socorro de la “Liga Santa” formada por varios estados europeos encabezada por la monarquía hispánica, que afirma así la defensa de sus intereses en Nápoles. 

En 1894 el Ayuntamiento de Montilla dedicaba la antigua calle de la Torrecilla al Gran Capitán. En 1953 fue colocada una placa en su homenaje, con motivo del V centenario de su natalicio, en la cegada puerta de la primera casa, cuyo escudo de armas representa los apellidos paternos, y la tradición recuerda como casa propia del insigne militar.
En febrero de 1595 Gonzalo es nombrado jefe del cuerpo expedicionario que los Reyes Católicos envían a Italia para frenar la ofensiva francesa sobre el reino de Nápoles, la expedición parte del puerto de Cartagena y desembarca en la costa siciliana de Mesina el 24 de mayo, siendo recibida por el monarca  napolitano.

El primer choque con el ejército francés se produce en Seminara, donde las tropas de la Santa Liga mandadas por Ferrante II sufren su primer revés, ya que el monarca desoye los consejos de Gonzalo. A partir de entonces el rey cede el mando al general montillano, que acentúa la disciplina de las tropas, reorganiza la estructura del ejército, modifica el armamento y la estrategia de combate.

La reestructuración táctica comienza a dar sus frutos, iniciándose una sucesión de victorias. La primera de ellas tiene lugar el primer día de julio de 1496 en Atella, donde rinde la fortaleza ocupada por el ejército francés. Se gana el apelativo de «Gran Capitán», que le acompañará el resto de sus días.

Poco después, el pontífice Alejandro VI reclama la ayuda de Gonzalo para liberar la ciudad portuaria de Ostia, donde los franceses se habían hecho fuertes. El Gran Capitán acepta la empresa y en marzo de 1497 libera la estratégica plaza romana. El papa Borgia lo recibe en Roma y le premia con la Rosa de Oro, máxima condecoración  pontificia. Acabada la campaña, vuelve a Nápoles, donde Ferrante II le concede el ducado de Santángelo.

Hasta mediados de 1498 permanece Gonzalo en suelo italiano. Regresa a España y es recibido por los Reyes Católicos en Zaragoza. Viaja a Andalucía,  para reunirse con su familia. En Granada le sorprende una revuelta morisca a comienzos del año 1500, en cuya pacificación participa.

A mediados del citado año es nombrado jefe de un ejército compuesto por los países europeos que componen la “Santa Liga”, cuya misión es reconquistar las islas jónicas de Corfú y Cefalonia que habían sido arrebatadas por los turcos a los venecianos. En la segunda mitad de 1500 acontece la campaña, que culmina con el asedio y toma del castillo de San Jorge, el 24 de diciembre. Don Gonzalo recibe de la República de Venecia el título de Gentilhombre, en agradecimiento a la reconquista de las islas y, sobre todo, a la primera derrota del imperio turco, quien hasta entonces parecía invencible.

Ante el empuje turco en el Mediterráneo, Francia y España acuerdan mediante el Tratado de Granada ocupar el reino de Nápoles, el primero el norte y el  segundo el sur. Para ejecutar la parte española, en 1501 el Gran Capitán es nombrado por los Reyes Católicos Lugarteniente General de Apulia y Calabria, y regresa a Nápoles con plenos poderes para tomar posesión de tales territorios.

Se pone en marcha la llamada segunda conquista de Nápoles. En marzo de 1502 ocupa las plazas pactadas de Tarento y Manfredonia, aunque pronto se rompe el acuerdo hispano-francés por la delimitación de la frontera. El ejército del Gran Capitán es asediado en Barletta, cuyo largo y penoso bloqueo de ocho meses resiste y logra romper el 27 de abril de 1503.
Billete de cien pesetas expedido por el Banco de España en 1931, dedicado al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba.
Una vez llegados los refuerzos, vence al ejército francés en la célebre batalla  de Ceriñola, que tendrá lugar al siguiente día y donde caerá derrotado el Duque de Nemours. La sucesión de victorias españolas y la confianza en el Gran Capitán hizo que los napolitanos se decantasen por la causa hispánica. Por el contrario, los franceses retroceden día tras día hasta que entrado el invierno plantan batalla a las huestes españolas en los márgenes del río Garellano, donde una vez más son derrotados por el Gran Capitán el 29 de diciembre, en una muestra más de su talento militar. El diezmado ejército francés se repliega en la fortaleza de Gaeta y es sitiado por las tropas españolas, lo que hizo presentar su capitulación ante el Gran Capitán el 2 de enero de 1504, poniéndose fin a la guerra. 

Tras la derrota francesa, en los meses siguientes Luis XII de Francia y los Reyes Católicos firman el tratado de Lyon, donde el primero reconoce la soberanía española sobre Nápoles. En noviembre de aquel mismo año muere la reina Isabel la Católica.

Gonzalo Fernández de Córdoba es nombrado Virrey de Nápoles, cargo que ocupa hasta 1507. Durante ese período reorganiza la defensa y administración del reino. En agradecimiento, los Reyes Católicos le otorgaron el título de Duque de Terranova.

Durante los años de gobierno de Gonzalo en Italia surgen ciertas desavenencias con la corte española, alimentadas por los consejeros de Fernando el Católico. Ello hizo que el rey de Aragón visitara Nápoles en 1507, quien a su llegada le concede los ducados de Sessa, Andría, Montalto y Torremaggiore, además del marquesado de Bitonto, a la par que le reclama la relación de gastos de sus campañas militares.

Con la promesa de ocupar el maestrazgo de Santiago, lo releva en el gobierno napolitano y ambos regresan a España, no sin antes hacer escala en Savona,  donde los recibe el rey de Francia. Una vez en España, el Gran Capitán se establece en Loja, donde espera nuevas de la corte. Por su parte, el rey Católico olvida las promesas y lo condena al ostracismo.

En 1508 Gonzalo asiste a la demolición de la fortaleza familiar de Montilla, en la cual había nacido y crecido junto a sus hermanos Alonso y Leonor. El castigo fue impuesto a su sobrino, el primer marqués de Priego, que había encabezado una rebelión de la nobleza cordobesa contra un comisionado de la corona.

En su ya retirada vida, Gonzalo Fernández de Córdoba decide peregrinar a Santiago de Compostela en 1510, para postrarse junto al sepulcro del Apóstol y agradecer su intercesión en sus hechos de armas. Una vez allí, hace donación de una lámpara votiva de plata y de unas rentas para la dotación de una función religiosa por las ánimas de su linaje.

Monasterio de San Jerónimo de Granada. En la capilla mayor
del templo está sepultado, por expreso deseo, el Gran Capitán.
Aislado de la vida pública y sólo rodeado de los suyos, en agosto de 1515 sale de Loja hacia Granada, donde redacta sus últimas voluntades el último día de noviembre y fallece tres días después. Es sepultado en el convento Casa Grande de San Francisco donde permaneció hasta que concluyeron las obras de la capilla mayor del monasterio de San Jerónimo, que había sido donada por el emperador Carlos V a sus herederos para tal fin. 

En 1552 sus restos mortales fueron trasladados al templo gran renacentista, donde reposan bajo una blanca piedra mármol cuya leyenda reza: Los huesos de Gonzalo Fernández de Córdoba que, con su gran valor, se apropió el sobrenombre de Gran Capitán, están confiados a esta sepultura hasta que al fin sean restituidos a la luz perpetua. Su gloria no quedó sepultada con él.

Y aunque el soldado murió, el mito aún sigue vivo después de cinco siglos.