martes, 23 de diciembre de 2014

RECORDANDO A FRANCISCO SOLANO REQUENA*

En el mes de abril de 2005 se presentaba en el salón de plenos del Ayuntamiento de Montilla el segundo número de la revista "J. Garnelo". Ésta recoge artículos que profundizan en la vida y obra del genio montillano de pincel y perfil romántico.

De los que disertan de la vida cotidiana del artista, encontramos un simpático trabajo firmado por su sobrino, el arquitecto Joaquín Cuello Garnelo, titulado Breve anecdotario de José Garnelo y Alda, donde hace memoria de los hechos protagonizados por su tío a lo largo de su dilatada trayectoria artística en la sociedad española de su época. El autor, narra varias anécdotas dignas de ser inmortalizadas en el papel, entre otras, la visita personal que hizo el monarca Alfonso XIII al despacho del Presidente del Tribunal Supremo en Madrid,  para contemplar la magna obra que llevó a cabo Garnelo en la cúpula, denominada El Collar de la Justicia.

Una de las anécdotas finales –no menos curiosa que interesante– trata sobre el joven Pepe Garnelo y de sus comienzos como estudiante fuera del hogar familiar montillano. El autor del anecdotario desgrana como Garnelo marcha para Sevilla, con tan sólo 16 años, donde inicia sus estudios universitarios de Filosofía y Letras. Pocos meses después, los resultados no son los esperados por su padre, que decide visitar al joven. Así lo relata Cuello:

“Pronto llegan a Montilla noticias de la poca vida ejemplar de Garnelo como estudiante de Filosofía, y, seguramente, aumentados, a los oídos de su padre. El médico emprende viaje a Sevilla, para comprobar “de visu” el “aprovechamiento” de su hijo. En las aulas de la Facultad  era desconocido. Se dirige el buen médico a la pensión estudiantil, y encuentra a Pepito con los pinceles en la mano ante un lienzo. Tenía abocetado un cuadro de género histórico: La muerte de Lucano. El padre queda sorprendido por la técnica en la colocación de las figuras, el dominio del color y el rigor histórico de muebles y vestidos, pero además influye en el ánimo paterno un factor sentimental. Él había tratado el mismo asunto y reconocía que su hijo le había superado. La regañina queda sin efecto y, abrazando al hijo, deja que se entregue de lleno a la pintura, pues ha descubierto su verdadera vocación. En el taller del Museo Provincial de Sevilla trabaja como jefe de restauradores un montillano, Solano Requena, y a éste queda confiado Garnelo, el padre regresa a Montilla con la tranquilidad de haber dejado a su hijo en buenas manos”.

J. Garnelo. Autorretrato, 1881. (Museo Garnelo)
 Entonces, nos surge la curiosidad por este inesperado y olvidado paisano, ¿quién era Solano Requena? Después de indagar por la bibliografía montillana, interesados por la persona de Requena, vemos como son escasas y pobres las referencias existentes, hasta tal punto que en ninguna de las localizadas aparece su segundo apellido.

En la actualidad, escasos son los datos biográficos que conocemos. Francisco Solano Requena de Algaba, nace en Montilla el 6 de diciembre de 1826, fue hijo de Blas Requena  Navarro y Josefa de Algaba Navarro, y bautizado el día siguiente a su nacimiento en la Parroquia de Santiago (APSM. Libro 70, f. 133 v. nº 357).

Desde temprana edad conoció el viejo arte de la pintura y la restauración de manos de su propio padre, que ejercía en la ciudad como maestro artesano. El niño Francisco Solano tuvo la oportunidad de seguir detalladamente, entre otras, la restauración que su padre llevo a cabo a la patrona de Montilla, Ntra. Sra. de la Aurora, cuando su cofradía encargó la restauración de las encarnaduras de las imágenes de la Virgen y el Niño en 1836.

Años más tarde la familia Requena se traslada a Cabra, donde Francisco Solano estudia el bachillerato. Residiendo en la localidad cordobesa, la muerte sorprende a su padre el 12 de septiembre de 1852 a sus 57 años. Tras terminar sus estudios, Solano se traslada a Sevilla donde establecerá su definitiva residencia; no sin dejar de visitar su tierra natal, y realizando algunos trabajos, como la pintura del estandarte de la imagen mariana que restaurara su padre.

Estando afincado en la capital andaluza consigue, como ya hemos reseñado anteriormente, alcanzar las plazas de Jefe del equipo de restauración del Museo Provincial y Profesor en la Escuela de Bellas Artes y Oficios Artísticos. Un día de otoño de 1883, recibió la visita del médico José Ramón Garnelo Gonzálvez acompañado de su hijo. La entrevista con Solano Requena cambiaría la trayectoria profesional del joven Pepe, aficionado a la pintura. A la conclusión de la animada tertulia, el profesor Requena queda comprometido con el médico para ser tutor de su hijo.

En esta nueva etapa de su vida, el joven Garnelo asiste a la Escuela de Bellas Artes y Oficios Artísticos durante los cursos 1883–84 y 1884–85. De manos de Solano Requena se impregna de la sociedad sevillana, las visitas a la catedral, iglesias, museos, palacios, barrios, calles, jardines, y todo el ambiente artístico y cultural del período decimonónico hispalense. De primera mano conoció el Museo Provincial, los grandes maestros de pintura y escultura del barroco andaluz, Velázquez, Murillo, Zurbarán, Valdés Leal, Montañés, Juan de Mesa y Pedro Roldán, entre otros.

Para conseguir ayuda económica a sus estudios, Solano Requena consiguió encargos a José Garnelo de copias de pinturas de autores consagrados. En el extenso epistolario cursado entre los Garnelo padre e hijo, existe una carta fechada el 10 de mayo de 1885 donde el joven estudiante y pintor refiere a su padre una visita que hizo a la catedral, junto con Solano Requena, para copiar un lienzo.

Francisco Solano Requena impregnó al joven Garnelo la entrega y el amor por la vida artística, los conocimientos básicos de la pintura, dibujo, técnicas de restauración, etc., siendo sus cátedras y consejos trascendentales para la evolución artística del que estaba a ser llamado a ser uno de los artífices plásticos de su época.

“Dando de comer a las ocas”, 1898. Óleo/tabla, 15 x 30 cm. Pintado por Francisco Solano Requena, que salió a subasta en la sala madrileña Ansorena, el 17 de junio de 2002.

En su taller sevillano, Solano Requena, pintó y restauró innumerables obras de artes, en su mayoría, hoy descatalogadas y desconocidas. Su maestría y dominio en la pintura le hizo alcanzar altas cotas en la valoración de sus trabajos. Por citar una de ellas, en junio de 2002 la sala madrileña “Ansorena” presentaba una, titulada Dando de comer a las ocas, óleo sobre tabla de 15 x 23 cm. firmado y fechado en 1898 (que sirve de ilustración para este artículo), y cuyo precio de salida era de 2.700 euros, cantidad que refleja la alta cotización adquirida por el dominio y calidad de los óleos plasmados por el artista montillano.

Para concluir, tan sólo aludir que, Francisco Solano Requena, debe ser recordado y agradecido por todos aquellos que nos identificamos con la ilustre figura de José Garnelo y con la historia de Montilla. Solano Requena, un montillano que ha sido desmemoriado históricamente, cuya vida y obra debe ser recuperada, estudiada y reivindicada por la ciudad que le vio nacer.

* Artículo publicado en el Diario Córdoba, en julio de 2005.

jueves, 13 de noviembre de 2014

AQUELLA MONTILLA CERVANTINA DE 1591*

Acercar la realidad de una época es trabajo difícil. Cuando se trata de un erudito de la categoría de Cervantes aún más, ya que todos los pueblos del imperio español de Carlos I se afanan por encontrar una leve huella de este insigne manchego a su paso por ellos. Nuestra ciudad tuvo el honor de acogerle entre 1591 y 1592, como dejó inmortalizado en su novela ejemplar El Coloquio de los Perros, donde hace referencia de su paso por la villa, realmente, como recaudador de víveres para la Armada Invencible. Así nos lo exaltó hace poco más de cinco décadas el doctor peruano Raúl Porras Barrenechea, a quien está dedicada esta ilustración de la Montilla que conoció el más preclaro literato castellano de todos los tiempos.

Este que veis aquí...

Miguel de Cervantes Saavedra, fue bautizado el 9 de octubre de 1547 en la iglesia Parroquial de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares, así que pudo haber nacido el 29 de septiembre, festividad del arcángel San Miguel. Es el cuarto hijo de los siete del matrimonio formado por Rodrigo de Cervantes y Leonor Cortinas, crece en una familia humilde, ya que el único sustento de ésta, es el sueldo de su padre que era barbero cirujano. Sus biógrafos nos dicen que pudo haber estudiado en el colegio de la Compañía de Jesús de Córdoba, ciudad donde residía su abuelo paterno y donde su padre se traslada buscando mejor situación laboral.

Sus primeros pasos en la literatura los da en 1567, dedicando un soneto a la esposa de Felipe II con motivo del nacimiento de la infanta Catalina. Éste sentía especial atracción por la poesía, sin que llegara a destacar su nombre en este género literario.

En busca de mejor vida se traslada el joven escritor a Roma en 1569, donde se familiariza con la literatura itálica, y donde pronto iniciaría su carrera militar. Un año después de su llegada a la ciudad de los emperadores, se alista en Nápoles consiguiendo emplazamiento en el tercio de don Miguel de Moncada, bajo cuyas órdenes se embarcaría en la galera Marquesa con la plaza de Sargento[1], para combatir el 7 de octubre de 1571 en la batalla naval de Lepanto; donde luchando valerosamente recibiría dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda, que se la dejaría tullida para siempre, quedando inmortalizado como El Manco de Lepanto.

Otros cuatro años más seguiría Cervantes en la milicia, donde participó en varias campañas de la península italiana. En 1575 embarca en Nápoles rumbo a Barcelona con la mala fortuna que el navío en que él viajaba es apresado por unos corsarios berberiscos que lo toman prisionero, iniciando así su largo cautiverio de cinco años en Argel. Durante ese tiempo, Miguel de Cervantes idea cuatro fugas, siempre fallidas. El 19 de septiembre de 1580, es liberado gracias a los Padres Trinitarios Juan Gil y Antón de la Bella que pagan su rescate. El 27 de octubre desembarca en tierra peninsular española.

Durante los próximos años, Cervantes visita las ciudades de Orán y Lisboa, en ésta última se entrevista con el monarca Felipe II al que solicita un cargo oficial para la administración del territorio peninsular o bien, aspirando a alguna vacante en las Indias, que siempre les fueron denegadas, no llegando nunca a ser recompensados sus méritos militares[2].

Desde  1582 se dedica expresamente a su faceta literaria, apareciendo en 1587 instalado en Sevilla, donde al fin consigue por mediación de Diego de Valdivia un cargo de comisario real  de abastos para la Armada Invencible, que le llevaría a viajar por Andalucía. Partiendo de la capital hispalense pasa por Écija, La Rambla, por donde ya se divisa un manto de verde viñedo y olivar.

Llegamos, pues, por nuestras jornadas contadas a Montilla...

De los posibles caminos que tomara Miguel de Cervantes cuando salió de la vecina villa de La Rambla, el principal por su uso y seguridad para llegar a Montilla era por la Vereda de Castro del Río, la cual marcha por la fuente del Chorrillo en la que existió un paraje de unas tres fanegas de tierra para el descanso del ganado y los transeúntes. En este punto cruza el camino que unía Montemayor con Montilla. En dirección a Montilla el camino parte estas tierras, a la izquierda el cortijo y a la derecha la huerta, ambos llamados del Chorrillo. La segunda famosa por sus frutas, verduras y hortalizas de gran calidad y regadas por inagotables veneros de agua clara, donde se manifiesta el ingenio de la civilización romana.


Cuando dejamos atrás este entorno de ricas tierras areniscas, cruza este camino por las fincas de las Capotas y la Capellanía, apareciendo al fondo el bosquejo de Montilla. Entonces, llegamos al cruce de la vereda del Labrador y entramos en los llanos de la Florentina o de la Camacha la más famosa hechicera que vivió en el mundo (...) fue tan única en su oficio, que las Eritos, las Circes, las Medeas, de quien he oído decir que están las historias llenas, no la igualaron. Camino abajo, llegamos a las huertas de la Iglesia Parroquial, y la que llaman de las Minas, propiedad de Ana Ximénez, la hidalga, viuda del que fuera alcalde ordinario de esta villa, Mateo Sánchez Solano, cuyo matrimonio tiene tres hijos, uno de ellos es franciscano en el nuevo reino de las Indias. Pasados estos vergeles, nos encontramos la fuente del Arquita, ya llegando a la huerta de Huelma, para subir por el camino de Córdoba, donde comienzan las primeras casas.

...villa del famoso y gran cristiano Marqués de Priego, señor de la casa de Aguilar y Montilla.

Como bien dejó Cervantes inmortalizado, Montilla era capital del estado de Priego, cuyos señores en la fecha que este escritor la visita eran Pedro Fernández de Córdoba y Fernández de Córdoba, IV marqués de Priego (1563 – 1606) y su esposa Juana Enríquez de Ribera y Cortés, hija del II  duque de Alcalá de los Gazules y nieta de Hernán Cortés, conquistador de México y marqués del Valle de Oaxaca[3].

La casa consistorial de la villa estaba situada en la entonces llamada plaza nueva o baja (hoy de la Rosa). El cabildo del Consejo, Justicia y Regimiento, estaba compuesto este año por el alcalde mayor del estado Gaspar Lázaro Fernández, dos alcaldes ordinarios llamados Juan López Toledano y Antón Ximénez, los regidores Juan López y Juan Muñoz Cañasveras, el alguacil mayor Gaspar de Torres, el mayordomo Juan de Cáliz y el escribano Jerónimo Pérez[4]. Estos, en función de autoridad local, eran nombrados por el Marqués para abastecer a la villa de las necesidades de sus vecinos, que en este año alcanzaban el número de 2110 vecinos[5] distribuidos  por las  calles existentes en la villa, que según el primer padrón vecinal conservado de la misma la detalla con estos nombres: 

“La Vera Cruz, La Cárcel, Plazuela del Alcazer, Los Mesones, La Corredera, calleja de Juan de Rivas, Santa Ana, Plazuela Sotollón, Fuente Álamo, San Roque, Las Prietas, Burgueños, Pozo Dulce, Cuesta de San Sebastián, Tras de San Sebastián, Juan Colín el viejo, Terremoto de la Silera, Barreruela, Plaza de Santo Agustín, La Sala de la Silera, La Enfermería, San Sebastian, Mantecas, Nadales, Pavón, Alamillos, Guillen de Fuentes, Saludador, Peñuela, Alta y Baxa, Barea, Horno Alcaide, Aleluya, El Padre Luis Fernández, calleja del Arroyo, Palacio, Nuestra Señora, Horno Nuevo, La Parra, Santiago, Ortega, Alonso Martín de Jaén, Ramos, Santa Brígida, La Escuchuela, Doñas Marías, El Ciprés, La Zarzuela de Pedro Rodríguez del Jurado, Horno Caldereros, Izquierdo, La Zarzuela, El Palomar, Puerta de Córdoba, Trillo y Matadero”[6].

Alojaron a mi amo, porque él lo procuró, en un hospital...

El hospital de la Encarnación, posada e inspiración cervantina, como reflejó el escritor alcalaíno en el transcendental pasaje del perro Berganza durante su oscuro coloquio con la Cañizares, bruja discípula de la Camacha, la cual le habló sobre ella y la Montiela, otra discípula de ésta.

Este hospital fue fundado por voluntad de Elvira Enríquez y Luna, mujer de Pedro Fernández de Córdoba y Pacheco, I marqués de Priego. Como dejó recogido en su testamento, otorgado en Montilla el 28 de febrero de 1512, “que se hiciese una iglesia y un hospital bajo la advocación de Nuestra  Señora de la Encarnación” dejando por patrono del mismo a su esposo. La construcción se comenzó en 1517 después de haber muerto el marqués, en el sitio de tres casas que había comprado éste en la calle Corredera, obras que concluyó Catalina Fernández de Córdoba y Enríquez, II marquesa de Priego[7].

En 1558 el hospital fue trasladado a la puerta de Aguilar, llamado desde la instauración de este centro como calle de Nuestra Señora por la imagen de la Virgen de Los Remedios que se veneraba en éste. En su primitiva fábrica la  Marquesa fundó el colegio de la Compañía de Jesús –que tantos recuerdos traería a Cervantes de su infancia cordobesa–.

Desde la segunda mitad del siglo XVI y XVII, este patronazgo gozó de bastantes donaciones testamentarias. El hospital contaba con diez camas con sus sábanas, cobertores blancos y almohadas de lana, tres arcas para guardar la ropa, cinco aparadores de madera para el servicio de los hospedados, enseres de cocina, y otros bienes como un cofrecillo para los censos y títulos del hospital.

Estaban decorados sus muros de galerías y habitaciones con: un cuadro de un Ecce homo al temple, un Cristo a la columna y san Pedro al temple, san Cosme y san Damián (patronos de la medicina) al temple, otros lienzos  de san Bartolomé y san Bernardo, otro de san Juan al óleo, un Ecce Homo pequeño al óleo, y una cruz hueca grande de madera[8].

Entre 1591 y 1592 este hospicio estaba administrado por el mayordomo Diego Fernández, el cual tenía a su cargo el cobro de cuarenta censos que habían adjudicado los vecinos de la villa en sus testamentos para el sustento del mismo. De todos estos podemos destacar el “censo contra los bienes del marques de Priego que paga cada un año tres mil y seis cientos y cuarenta y dos maravedís” y otro que pagaba una mujer inmortalizada por Cervantes, “Leonor Rodríguez La Camacha paga de otro censo sesenta y tres rreales, cárguensele de un año hasta fin de noventa y uno”, donde posiblemente se encontraran el escritor y la hechicera cuando ésta iba a hacer “las pagas de Navidad y todos los Santos”[9], fechas en que estaban los censos obligados a cumplirse.

Tenía el hospital en propiedad tres casas arrendadas a los vecinos Juan de Villarás, presbítero discípulo del Maestro Juan de Ávila, Diego de Mesa y Lope de Medina, notable tallista y escultor del comienzo del barroco cordobés. También tenía seis tiendas arrendadas a Bartolomé Sánchez Tundidor, Francisco López de Ahumada, Alonso de Mesa, Juan Esteban, Juan hierro y “una tienda que tiene de por vida Andrés Camacho, clérigo por treinta rreales cada un año”. Y dos huertas arrendadas a Hernán Gil y Bartolomé Ruiz, el rey.

Con todos estos arrendamientos y censos, el mayordomo cubría los gastos del año que básicamente se invertían en reparos del edificio y víveres. En 1591 dicho administrador adquiere “para dar de comer a los pobres enfermos del dicho hospital, gallinas, pollos, carneros y otras comidas medecinales de almendras, pan y vino, pasas y otras cosas...” que muy seguro Cervantes comiera y bebiera. Este mismo año el mayordomo adquiere por “diez y ocho rreales que le costo una tabla con una hechura de Nuestra Señora con su bendito hijo pintado de pincel que compro del pintor de esta villa para la yglesia del dicho hospital”[10].

El templo del hospicio era la ermita de Santa Catalina, (también llamada de Ntra. Sra. de los Remedios). Los cultos que se celebraban en “el Hospital de la Encarnación de esta villa, cada un Año una fiesta Solene del SSmº. Sacramento y una fiesta solene de la Encarnación y un aniversario solene y cinquena y dos misas reçadas cada lunes de cada semana y todas se dicen en la hermita de Nuestra Sª de los rremedios y son por el Padre Diego Perez, Capellan que fue de los Exmos. Marqueses de Priego. Y cumple mas  seis missas reçadas por Juan de Abril que los dotó y todos se dicen en la dicha hermita de nuestra Sra.”[11]

Así el nuevo edificio del hospital se hizo colindante a dicha ermita, para que ésta auxiliara las necesidades del mismo, siendo este el motivo del traslado del hospital en 1558 tras la venida de la Compañía de Jesús a la villa. En 1591 era mayordomo y capellán de ella Alonso Muñoz de Salas, presbítero encargado del mantenimiento y cultos, y administración de los seis solares colindantes que tenía dicha ermita en su propiedad[12].

Este, es arbitrio limpio de polvo y paja, y podríase coger por parroquias...
           
En el coloquio de los perros Cipión y Berganza, el autor no especifica que durante su estancia en Montilla visitase la iglesia Parroquial de Santiago que era la única en la villa, pero deja la puerta abierta a esta frase que hemos escogido para subtítulo.

Otros documentos cervantinos, nos delatan su presencia en la misma. Como bien publicó el Dr. Raúl Porras Barrenechea, existe un acta notarial donde Andrés de Mesa, perulero, reclama a Miguel de Cervantes unas fanegas de trigo “que le quitaron” en 1591[13]. Este vecino de la villa ostentaba cargos relacionados con la Iglesia Parroquial de Santiago, entre otros podemos aclarar que, era Hermano Mayor de la cofradía de Santiago de los Caballeros en 1591, también estuvo en el Virreinato de Nueva España (México), lugar donde Cervantes deseó marchar varias veces para mejorar su situación social.  Andrés de Mesa, marchó para las Indias en 1564, ya casado en México con Francisca Cortés, hace fortuna y decide volver a su tierra natal, trayéndose consigo la imagen del Santo Cristo de Zacatecas, el cual donó el 10 de septiembre de 1576 a la cofradía y ermita de la Santa Vera Cruz. En 1588 fue nombrado Depositario del Pósito y Dehesas por el Consejo de Justicia y Regimiento de la Villa[14].

También se conserva en el Archivo Parroquial un inédito documento con fecha de 9 de mayo de 1591, siendo Juan Gómez Carmona mayordomo de la fábrica de la parroquial de Santiago, el cual recoge en dicha cuenta lo siguiente: “mas se le descargan diez y ocho fanegas de trigo y diez y ocho de cevada que Antón Fernández, comisario de su majestad saco para el proybimiento de las galeras de su Magestad. Mostró certificación del dicho comisario y por esta razón se le descargo el dicho pan”[15]. Este notable escrito, nos delata que Miguel de Cervantes tiene constancia de la fábrica parroquial donde envía al obrero Antón Fernández con una certificación propia para recoger la partida de grano. Un año más tarde el mismo mayordomo recoge que “en la quenta última antes de esta se descargaron al dicho obrero diez y ocho fanegas de trigo y otras tantas de cevada que saco a esta fábrica Antonio Fernández comisario de su Magestad para el proybimiento de sus reales galeras de que mostró certificación del dicho comisario y no sea cobrado adviertese aquí”. Encajan las fechas de estos documentos con los ya publicados por el Dr. Raúl Porras, a la vez que enriquecen la presencia del padre del Quijote por nuestra entonces villa.

La planta de fábrica del templo parroquial en 1591 nos la describe el canónigo visitador general del obispado de Córdoba, Pedro Fernández de Valenzuela, literalmente: “El cuerpo material de la dicha yglesia ques de tres naves con dos danças de arcos. Por largo y hancha y espaciossa para la comodidad del pueblo, los techos son de madera alfajiado ladrillo por tabla. El altar mayor estava en alto en una tribuna con sus barandas sobre quatro barras de hierro, tiene un Retablo de tres hordenes pintado, los cuadros de ymagineria de pincel y los estremos y juntas de los quadros de moldura con relieve dorados, la yglesia tiene tres puertas trianguladas. El coro en el alto con su tribuna el alto donde estaba el organo. El suelo de la yglesia esta enladrillado. La fábrica de esta yglesia no tiene parte en diezmos porque los lleva El marqués de Priego”[16].

Esta es la Iglesia Parroquial que conoció Cervantes durante su trabajo como comisario su Majestad Felipe II. Sería su fábrica punto de atracción porque como hemos leído antes los diezmos del pueblo los pagaba el propio Marqués, así que los vecinos estarían libres de tributo eclesiástico que gracias a su Excelencia estaban bien abonado.

Pero no sólo esto recogido literalmente era el templo Parroquial, dentro del mismo existe una devoción que cuando Cervantes deambuló por la villa le llamaría la atención, se trata de la Cofradía del Rosario, fue fundada en 1580 por el dominico fray Diego Núñez del Rosario[17],  para dar gracias a la Stma. Virgen del triunfo de la Batalla Naval de Lepanto, ganada a los turcos por los reinos cristianos al mando de Don Juan de Austria el 7 de octubre de 1571.


Según sus biógrafos, Cervantes alardeaba de la pérdida de su mano izquierda y conservaría hasta la muerte el orgullo de haber participado en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Qué recuerdos traería al genio escritor castellano aquel retablo e imagen de Ntra. Sra. del Rosario, devoción muy festejada en Montilla durante los nueve días anteriores al 7 de Octubre de cada año. En ésta se consumían “ocho docenas de cohetes, cuatro libras de pólvora, el templo parroquial se adornaba con macetas de pebetes y colgaduras en las columnas, la torre se iluminaba con luminarias, para conmemorar la Batalla Naval de la defensa, en la que se procesionaba la imagen de Ntra. Sra. del Rosario y Santo Domingo acompañados de soldados de tropa...”, esa gloriosa efemérides española, como propiamente inmortalizó en el prólogo de sus Novelas Ejemplares este desventurado Sargento... Llámese comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.

*Artículo publicado en la revista local La Corredera, en diciembre de 2001.

FUENTES DOCUMENTALES


[1] LLORENTE, LUIS Mª.: El Sargento Don Miguel de Cervantes, Revista Ejército nº 678, diciembre 1996, págs. 87-92.
[2] SEVILLA ARROYO, F.: Miguel de Cervantes, Obras Completas, Madrid, 1999, pp. 1- 4.
[3] VV. AA.: Montilla, aportaciones para su historia. Lucena, 1982. p. 24. En: “Montilla, capital del Estado de Priego”, de Joaquín González Moreno.
[4] Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Actas capitulares 1590 – 1604, libro nº 9. (Los nombres de las autoridades citadas están recogidos de varios cabildos de 1591).
[5] CALVO POYATO, J. Guía Histórica de Montilla. Córdoba 1987, pág. 39.
[6] AHMM. Padrón vecinal de 1609, caja 393 B, s/f.
[7] VV.AA.: op. cit. p. 26.
[8] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro 4º de capellanías, fols. 1057-59.
[9] APSM. Libro 2º de capellanías, f. 325.
[10] Ibíd.: f. 476.
[11] APSM. Libro-cuadrante de cultos de 1619. s.f. [En los Libros- cuadrantes de años posteriores, se especifica que el Padre Diego Pérez es “el fundador” de dicha Ermita].
[12] Op. cit.
[13] PORRAS BARRENECHEA, R. Cervantes, La Camacha y Montilla. Montilla, 1991, pág. 23.
[14] AHMM. Actas Capitulares, libro nº 8. f. 354 v.
[15] Op. cit., f. 192 v.
[16] Ibíd. f. 183 v.-184.
[17] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Escribanía 1ª, Leg. 13, fs. 889-896.




lunes, 20 de octubre de 2014

NUESTRA SEÑORA DE LA AURORA, 300 AÑOS DE HISTORIA COFRADE*

Con motivo del III centenario de la fundación de la cofradía de Ntra. Sra. de la Aurora  se ha realizado esta aportación histórica, recogida de varios manuscritos y documentos de la época, especialmente de un libro de gastos de esta cofradía que se conserva en el Archivo Parroquial de Santiago, sita en la casa conocida entre los montillanos como la del Arcipreste. Casualmente lo encontré bien escondido junto con otros dos más, detrás de varios montones de revistas y papeles de poco interés para los investigadores, en ese momento creí conveniente informar a D. Antonio León encargado de dicho archivo y posteriormente leerlo y publicar en una breve cronología los datos de interés que en él se recogen, para que la actual cofradía, devotos de la Stma. Virgen y en general la ciudad de Montilla conozca las raíces de esta advocación mariana que desde hace tres siglos se  venera en el templo patronal de San Francisco Solano.

En el siglo XVII se comienzan las obras de un nuevo templo que iba ha ser levantado en honor a nuestro paisano el Beato Francisco Solano, que es beatificado poco tiempo después de su fallecimiento y que ya en vida tenía fama de Santo. Después de  terminar la dicha iglesia, se fue decorando de imaginería, retablos, lienzos, etc...

En el año de 1700 un grupo de vecinos devotos de la Stma. Virgen constituyen una cofradía en este templo adquiriendo una imagen de Ntra. Sra. en la ciudad de Ganada[1] que por sus características se atribuye a los Hermanos Mora.

Una vez en la ciudad se bendice esta imagen bajo la advocación de Ntra. Sra. del Rosario, tres años más tarde se aprueban sus constituciones canónicamente.[2] Siendo su primer mayordomo Don Juan Moreno Berrio, comienzan a realizar la cofradía cultos en su honor durante todo del año, los viernes por la noche organizaba un rosario por las calles de Montilla que iba presidido por una pequeña imagen de Cristo Crucificado llevada por el consiliario, también festejaban el 7 de octubre conmemorando la victoria de los príncipes cristianos con los árabes en la batalla naval de Lepanto, y el 8 de diciembre festividad de la Concepción de la Stma. Virgen, centrando su solemnidad el segundo domingo de octubre por la tarde[3] para no entorpecer los cultos de la cofradía primitiva del Rosario de la parroquial de Santiago.

La  cofradía  comienza a decorar y embellecer su primitiva capilla con donativos de los hermanos devotos de la Stma. Virgen que cada año que transcurre crece en número, teniendo todos los años de siglo XVIII que comprar faroles, llegando en 1776 a superar el millar de cofrades que portaban en la procesión su luz[4].

Entre 1704-05 el escultor montillano Cristóbal de Guadix realiza para esta cofradía un tabernáculo que después doró Lucas de Ávila junto con las puertas de la capilla. Este mismo año adquiere la cofradía una media luna de plata para la imagen de la Virgen. En 1714 se le cambia la advocación por Ntra. Sra. de la Aurora, posiblemente por haber recibido presión de la primitiva cofradía del Rosario que radicaba en la Parroquia Mayor de Santiago desde finales del siglo XVI, aunque ésta después de cambiar su título sigue dando culto y venerando al Santo Rosario igualmente que en sus principios.

En 1718 la cofradía procesiona por primera vez a la Stma. Virgen el segundo domingo de Octubre por la tarde después de haberle dedicado un octavario en su honor, adquiriendo para este acontecimiento 63 estrellas de plata con sus tachuelas para la talla de la Virgen de la plata de un ramito que tenía niño en la mano. En 1719 se terminan las andas y urna nuevas para la procesión. Este mismo año la cofradía lleva a cabo una comedia representada por los propios hermanos, poniéndola en escena en el convento de San Juan de Dios, con el fin recoger beneficios para la obra de la nueva capilla que comenzaría en 1721 dando licencia para la misma el Marqués de Priego, siendo maestro mayor de esta Gaspar Lorenzo de los Cobos.

En 1722 el maestro dorador Juan Panadero, da estafado y dorado a la imagen de Ntra. Sra. de la Aurora. Gaspar Lorenzo de los Cobos realiza una lámina de la Virgen para las estampas que se daban en los cultos. El maestro platero Francisco Fernández realiza una cruz de plata para el Santo Cristo que se sacaba en el Rosario que en la actualidad se encuentra en la sacristía de este templo. El 13 de diciembre de 1723 el pontífice Inocencio XIII concede indulgencias a todos los cofrades y devotos de la Stma. Virgen de la Aurora dadas en Roma en la basílica de Santa María la Mayor, siendo revisadas por el tribunal de la Santa Cruzada el 13 de enero de 1724[5].

En 1726 se realiza el púlpito para este templo que lo costearon entre la ciudad, la obra pía de San Francisco Solano y la cofradía. Este mismo año las andas de la Virgen estrenan un palio y un velo nuevos. En 1727  el tallista Juan Villegas realiza un viso de madera para la capilla que es dorado y pintado por Juan Panadero. En julio de 1728 año siguiente a la canonización de San Francisco Solano esta cofradía comienza a dedicar un octavario en su honor y hace estampas del Santo.

En 1731 se realiza una nueva imagen del Santo Cristo y su corona que sirve para el Rosario. La procesión solemne de octubre amplía su recorrido llegando hasta la  calle Padre Rosales[6]. El 30 de diciembre de este mismo año recibe la cofradía una Bulla de hermanamiento de Roma. En 1732 se insertan en la banderita nueva de la Virgen 80 perlas. El 22 de julio de 1734 se termina el retablo, esculturas y fachada de la capilla, obra del escultor Mateo Primo y días más tarde se coloca la Virgen en su nuevo retablo en una función solemne extraordinaria. En 1739 se realizan nuevas coronas y media luna para la virgen y el niño.

El 10 de diciembre de 1745 la cofradía se gasta 110048 reales y 5 maravedies en dorar el retablo, el yeso de la capilla y fachada, estofar las esculturas del Señor San Joaquín y Señora Santa Ana, los cuatro Angeles de las arañas y demás Angeles del retablo, guarnición del frontal de piedra jaspe.

En 1754 se renuevan las estampas del estandarte que se saca en el rosario por el pintor Miguel de Arenas. En 1755 Gaspar de los Cobos, tallista y Pedro Rodríguez, cerrajero realizan un archivo para el resguardo de los papeles, escrituras y alhajas de oro y plata de la dicha cofradía. En 1761 se hace la diadema de Santa Ana costeada por la cofradía y la de San Joaquín la costea un devoto particular.  En 1766 Dª. Dorotea de Oliveros donó a la  capilla la pilita de agua bendita. En 1771 la cofradía comienza a realizar el camarín y la sacristía para la capilla comprándole el terreno  a la obra pía de San Francisco Solano, siendo alarife de la obra Cristóbal Soto.

En 1802 el maestro pintor Agustín de Monte dora la cenefa del camarín. En 1804 no hay novena ni procesión de la Virgen por una epidemia. En 1807 se hace un trono para la Virgen, obra del maestro carpintero Juan José Lara, ajustándolo a las andas nuevas el maestro herrero Juan de Arce. En 1836 el pintor Blas Requena restaura el encarnado de la Virgen y el Niño[7].

*Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, en Octubre del año 2000.

FUENTES
[1] Lorenzo Muñoz, F de B.: Historia de Montilla, p. 164.
[2] Ibíd.
[3] Archivo Parroquia de Santiago.: Arancel y Decretos, f. 71.
[4] JURADO Y AGUILAR, A.: Ulía ilustrada y fundación de Montilla, p. 192.
[5] Tabla de indulgencias que se conserva en el camarín de dicha capilla.
[6] APS. Ibíd.
[7] APS. Gastos de la cofradía de Ntra. Sra. de la Aurora, (1704-1865).

martes, 7 de octubre de 2014

LA COFRADÍA DEL ROSARIO DE MONTILLA. APUNTES PARA SU HISTORIA*

Fundación y Cultos

La cofradía del Rosario se instaura en la entonces villa gracias a la visita de fray Diego Núñez del Rosario, dominico morador del convento de San Pedro mártir de la ciudad de Marchena (Sevilla). Éste, tras mostrar los permisos de Martín de Córdoba y Mendoza, Obispo de Córdoba, y del general de la Orden de Predicadores de Santo Domingo, el Cardenal fray Vicente Justiniano, el 22 de agosto de 1580 acordó con el vicario de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol, Alonso Ruiz Mazuela y el rector de la misma, Antonio de Cárdenas, y varias personas devotas de la Stma. Virgen erigir y fundar en este templo dicha Cofradía, señalando una antigua imagen de Ntra. Sra. del Socorro como nueva advocación del Rosario, bendiciéndola y dando un sermón donde exaltó los quince misterios del Rosario. Tras este acto, bendijo varios rosarios y dio instrucciones de cómo redactar las reglas y constituciones de la nueva Cofradía[1].

Desde su fundación y hasta 1582 fue su hermano mayor el propio Vicario, sucediéndole en el cargo el Rector hasta 1589, año en que se aprueban sus primeros estatutos. Desde esta fecha el cargo de hermano mayor duraba dos años, el primero fue Bartolomé Ruiz Gil[2], sucediéndole Pedro Rodríguez Hidalgo, a este, Juan Pérez de Hernán Ruiz, después en 1596 ostenta el cargo Juan Ruiz, y así sucesivamente. Este cargo era meramente representativo, ya que todo el peso de la Cofradía recaía en el Mayordomo, persona que hacía de gerente y administrador de los bienes y gastos de la misma. Este cargo estaba pagado por la Cofradía y su duración podía ser vitalicia.

Según la escritura fundacional de la Cofradía, ésta se obligaba a organizar los cultos de la Purificación, Anunciación, Asunción, Natividad y Concepción de la Stma. Virgen, aparte de su fiesta principal que viene celebrándose el primer domingo de octubre con su octavario.

La festividad de la Purificación, popularmente conocida como La Candelaria, se celebra el 2 de febrero, día que la Cofradía concertaba con la de San José la venida en procesión del Santo Patriarca desde su ermita, a la llegada de éste al templo parroquial la imagen pequeña de la cofradía del Rosario lo esperaba en la puerta bajo palio con un repique solemne de campanas y cohetes, la imagen de la Virgen llevaba en su brazo izquierdo al Niño Jesús y en el derecho una vela y una bolsa con azúcar; San José portaba en su brazo derecho su vara de plata y en el izquierdo una rosca de pan.

Una vez en el templo entraban en procesión hasta el altar mayor, la Cofradía que daba a los asistentes una ramita de romero y cuando las andas llagaban al presbiterio se iniciaba la misa solemne, a su término se bendecían las roscas que habían llevado los vecinos de la ciudad y los cofrades repartían a la salida bizcochos a los asistentes[3].

En la festividad de la Anunciación (25 de marzo), Asunción (15 de agosto), y Natividad de la Stma. Virgen (8 de septiembre), la Cofradía organizaba los cultos junto con la fábrica parroquial, que eran similares en su protocolo. La jornada anterior a la fiesta, a medio día se repicaba solemnemente, por la noche y al amanecer del día siguiente se tocaban Vísperas. Los cultos eran por la mañana, comenzaban con procesión claustral de cuatro sacerdotes revestidos con capa, que se dirigían hasta la capilla de Ntra. Sra. del Rosario mientras el órgano parroquial entonaba la Salve para que la cantaran los asistentes; una vez en dicha capilla se incensaba la imagen pequeña que estaba preparada en sus andas para agregarse a la comitiva y ser trasladada hasta el altar mayor donde se comenzaba la misa solemne, cuando ésta concluía la imagen se volvía hasta su capilla[4].


El pontífice Pío V, artífice de la propagación del rezo
del Rosario a través de la fundación de cofradías
La Cofradía celebraba su fiesta principal conmemorando la victoria de la batalla naval de Lepanto, ganada por los reinos cristianos al imperio otomano el 7 de octubre de 1571. La devoción al Santo Rosario fue impulsada por el dominico Miguel Ghistieri, que ascendiera al trono pontificio con el nombre de Pío V, éste organizó entre los reinos de España y Venecia conjuntamente con los Estados Pontificios, la Liga Santa, rogando el pontífice a la cristiandad que se encomendaran a la Stma. Virgen con el rezo del Santo Rosario para que intercediera por la protección de la contienda naval dirigida por Don Juan de Austria.

Desde aquel mismo año esta devoción se expandiría por todo el imperio de Felipe II gracias a los frailes dominicos, que predicaban las indulgencias que tenían concedidas a sus devotos por la milagrosa intervención de Ntra.  Sra. del Rosario en la gloriosa efemérides de aquel domingo de otoño.

En nuestra ciudad era muy celebraba dicha jornada, desde el amanecer se repicaba para la misa mayor de la mañana, donde aparecía el templo parroquial con la Virgen del Rosario y Santo Domingo en sus tronos delante de los púlpitos del altar mayor exornados con macetas florales, cirios y pebeteros; las columnas revestidas con colgaduras, se consumían ocho docenas de cohetes y la torre se iluminaba con luminarias. El primer domingo de octubre, como era costumbre, a medio día se tocaban vísperas, a las cuatro se repicaba para la procesión donde alumbraban en ésta 50 cofrades con velas y 4 con hachas acompañando a la Madre de Dios y Señora del Rosario que procesionaba bajo palio y escoltada por una compañía militar de soldados, los cuales recibían cuatro libras de pólvora para la procesión[5].

A mediados del siglo XVII la Cofradía contaba para sus cultos y procesiones entre otros con nueve rosarios para la Virgen y el Niño de pedrería y plata, ocho de Santo Domingo, dos coronas de plata  y otras dos de plata sobredorada con esmaltes azules y verdemar, varias camisas, tocas,  mantos, sayas, ocho almohadillas y ocho horquillas para los tronos, tres cetros, una bagineta de plata con una imagen de Ntra. Sra. para pedir, un palio de damasco rosado y blanco con sus flecos de seda con seis varas, dos pebeteros de hierro sobredorados, un mosquete y frascos pequeñitos de latón para el Niño, un estandarte de damasco rosado con sus borlas, vara, cordeles, cruz y cinco campanitas de plata[6].

Otra fecha celebrada por esta Cofradía era la Inmaculada Concepción de la Stma. Virgen el día 8 de diciembre, se repicaba a mediodía y a la puesta del sol en vísperas, y por la mañana para la procesión claustral con la asistencia de cuatro sacerdotes revestidos con capa, comenzando en la sacristía, hasta la capilla de Ntra. Sra. del Rosario donde se cantaba la salve con el órgano y se incensaba a la Stma. Virgen[7].

Veneración y Ornamentación

La veneración a las diferentes imágenes que ha tenido la cofradía del Rosario, ha observado a lo largo de sus más de cuatro siglos de historia diferentes cambios de emplazamiento de su titular, que por varias circunstancias se ha ido transformando su aspecto primitivo hasta llegar al actual, felizmente mejorado gracias a la veneración que esta advocación mariana a conservado en nuestra ciudad, a la cual desde el siglo XVII se ha visto dotada de donaciones testamentarias de censos, casas, olivares, etc.

Capilla de Ntra. Sra. del Rosario, en la iglesia parroquial de Santiago
Tras la fundación de la Cofradía en 1580, -como hemos documentado anteriormente- se toma una antigua imagen y retablo de Ntra. Sra. del Socorro y se vuelve a bendecir con la advocación del Rosario, ésta se veneraba en el templo parroquial y estaba situada en un arco de medio punto con una profundidad de un metro situado en la nave de la epístola entre la capilla de San Andrés y la del Santísimo o Sagrario, que existió hasta 1964. En la actualidad se venera en dicho sitio, una imagen de San Antonio de Padua procedente del convento franciscano de San Lorenzo, colocada sobre dos columnas de madera imitadas en piedra de jaspe.

En este lugar estuvo la primitiva imagen del Rosario hasta finales del siglo XVII. Según un inventario de 1663 este altar ya ostentaba un retablo de madera sobredorado con la imagen de talla de Ntra. Sra. con su niño en brazos y a ambos lados dos imágenes de talla, de Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Paula. También tenía cinco frontales para la mesa del altar de distintos colores y tipos de tela, un atril de madera, dos candeleros y cruz, dos lámparas de plata a ambos lados, debajo de éstas dos tablas con las indulgencias concedidas a la Cofradía y en la mesa de altar otras dos con las palabras de la Consagración y el evangelio de San Juan.

En 1693, el entonces hermano mayor de la Cofradía, Francisco Ximénez Rubio, solicita licencia a los Marqueses de Priego y Duques de Feria para labrar la nueva capilla y poderse hacer en el arco que estaba entre la  puerta de la calle de la Yedra y la torre y campanario. En ese momento estaba ocupado por la cofradía de Ntra. Sra. de la Cabeza, la cual sería permutada por el primitivo arco del Rosario como habían acordado en un cabildo entre ambas cofradías con la asistencia del obrero mayor Don Juan Hurtado y presidido por Don Alonso Domínguez del Monte, provisor general del obispado, a quien la cofradía del Rosario solicitaría también hacer una sepultura en la nueva capilla para los cofrades. Este acuerdo sería recogido ante el escribano Juan Manuel Talero un año más tarde en papel sellado, el cual recibió veintinueve reales por dicha escritura.  El intercambio de los retablos e imágenes se llevó a cabo por el carpintero Juan del Villar[8].

Las obras se realizaron en tres fases, se comenzó con la capilla, que llevó desde 1693 hasta 1708, después se continuó con el camarín y cripta funeraria entre los años 1738 – 1765, y finalmente se ejecutó la actual sacristía y dependencia entre los años 1778 – 1822. Entre estos espacios de tiempo la Cofradía adquirió enseres y demás artículos para el culto para la ornamentación de la misma, que serán reseñados.

Comenzó la 1ª fase con el alzado de la planta de la nueva capilla, lo dirigió el maestro alarife Agustín Velasco, los sillares de piedra fueron traídos por los pedreros Juan Díaz Carretero y Juan Burgueño, y labrados por los maestros de cantería Pedro del Baño y Alonso Prieto, la madera de las vigas fue traída de la huerta del Arroyo.

La decoración interior de la capilla fue realizada por el pintor local Manuel Ramírez, quien pintó y doró la reja de la capilla, y al fresco la cúpula, el florón, las pechinas y las paredes de la misma, todo fue costeado por Francisco García Pulido[9]. El nuevo retablo fue realizado por el tallista sevillano Pedro José de los Cobos, se colocaron dos nuevas lámparas de plata aderezadas por el platero local Antonio Fernández del Valle que había realizado en 1686 la media luna de plata de la Virgen en la que se puede leer: “SE HCº ESTA MEDIA LVNA SIDº HER MAIOR JVº, PER HIDALGº AѺ 1686”.
Las vidrieras de la capilla fueron ensambladas y ajustadas por Francisco de León, vecino de Córdoba, la reja de la capilla fue realizada por el maestro herrero Juan López.

En la 2ª fase, era hermano mayor Andrés de Aguilar Tablada, estuvo dirigida por el mayordomo Lucas Jurado y Aguilar, el cual encargó a los maestros albañiles Manuel Benítez  y Francisco Martín de Benítez el alzado del camarín y cripta funeraria. La piedra procedía de las canteras de la Fuente del Álamo, de la de Belén y de varias casas de la Escuchuela propiedad de Mª de Sotomayor, ésta piedra fue cortada y labrada por Francisco Benítez. Las vigas de madera eran de álamo blanco de la Huerta de los Limones y del pinar del Cuadrado, las tejas de dicho camarín fueron donadas por Don Pedro Montenegro, los ladrillos alfajiados fueron comprados en el tejar de Santa María. Las puertas de la cripta fueron realizadas con madera de pino por el carpintero Nicolás Serrano. La veleta que corona dicho camarín, representa al arcángel San Rafael, está realizada con dos varas y media de chapa vizcaína adquirida en Sevilla, siendo aderezada por Matías García. Las puertas y cajoneras del camarín, de madera de nogal y flandes fueron realizadas por el carpintero Pedro de Toro, y las vidrieras de la ventana del camarín las compuso Sebastián Jurado.  El jaspe de la capilla  fue comprado en  Cabra de la cantera de Alonso de Orgaz. Se restauraron los frescos de la capilla por el pintor Miguel González de Arenas[10].

En esta obra trabajó el tallista sevillano Gaspar Lorenzo de los Cobos en desmontar el retablo de la capilla y después de la misma lo volvió a ensamblar y le añadió nuevas piezas decorativas que doró y restauró Miguel González de Arenas, también este entallador realizó el marco de la lámina del misterio del Stmo. Rosario pintada por el "Padre Ignacio" (sacerdote jesuita sacristán de la iglesia de la Compañía de Jesús de Montilla), también realizó Gaspar Lorenzo diversos trabajos de carpintería como una cajonera para el resguardo de la ropa y alhajas de Ntra. Sra., y otros trabajos de menor envergadura[11].

Otra gran aportación a la reforma de esta capilla estuvo en las manos de las hermanas Cueto, conocidas  por “Las Cuetas”, quienes realizaron la parte principal de ésta, con la incorporación de la nueva imagen de Ntra. Sra. del Rosario, una imagen de la Stma. Virgen para las fiestas claustrales (conocida popularmente como la Candelaria) y cuatro ángeles para la peana de las andas procesionales[12]

En estas fechas la Cofradía adquiere otros objetos nuevos para el culto, entre ellos podemos citar: dos candelabros de bronce, tres tablas de oraciones, seis candeleros de metal, siete varas de puntas de plata para componer nuevos ornamentos, un frontal de cuero estampado y dorado comprado en Cádiz. El platero local Sebastián Fernández realizó para la imagen pequeña una media luna y un rostrillo de plata, además de cuatro rosarios.

En 1741 la Cofradía organizó una corrida de toros para sufragar algunos gastos del camarín y panteón de la capilla. El maestro platero Francisco Fernández compuso dos nuevas lámparas de plata para el camarín, su hermano Sebastián realizó una lámpara de azófar para el panteón, siete enganches del rosario de la imagen pequeña y otros ocho de las guirnaldas de los cuatro ángeles de la peana[13]. El zócalo de jaspe del camarín fue realizado en Lucena por Vicente del Pino Ascanio y trasladado en piezas talladas para su colocación. En 1765 Francisco Martín Benítez, alarife del Consejo de la Ciudad, dirigió varios reparos en los tejados de la capilla, camarín y antigua sacristía.

Cúpula del camarín de Ntra. Sra. del Rosario, obra del entallador Pedro de Mena Gutiérrez

Años más tarde, en 1778 comienza la tercera fase que ultimó el estado muy similar al que hoy conocemos de dicha capilla. El entonces mayordomo de la Cofradía, Antonio Molina, contrató con el tallista lucentino Pedro de Mena Gutiérrez la hechura y tallado del camarín que había concertado Miguel Jurado y Aguilar, anterior mayordomo. La obra fue revisada  por el tallista José García, vecino de Ecija, que una vez terminada de carpintería, talla e imaginería, se congregaron en dicho camarín los hermanos de la Cofradía y el autor de la obra para darla por entregada, corría el día 10 de agosto de 1780[14]. Entre 1787 – 1789 fue dorado dicho camarín por Antonio Villegas, maestro del arte de la pintura y dorado, vecino de la ciudad.

En 1779 la Cofradía encarga al artífice Antonio Rafael de Santa Cruz, vecino de Córdoba, un corazón con su corona de oro, obra contrastada por su homólogo Juan de Luque y Leiva. En 1782 se encarga a este platero una corona y resplandor de plata sobredorada, esta vez contrastada por Mateo Martínez y Moreno, también cordobés[15].

El 20 de marzo de 1792 la imagen de la Ntra. Sra. del Rosario recibió la donación de un anillo de diamantes por Ana de Prieto, vecina de la calle Puerta de Aguilar. En 1804 se reanudan las obras de albañilería con la limpieza de los tejados y se loza el suelo del panteón, todo realizado por Antonio Benítez, siendo mayordomo de la Cofradía Pedro Molina y Angulo. En 1818, Juan Benítez, maestro alarife de la casa del duque de Medinaceli, lleva a cabo la obra en el patio de la sacristía donde se hace un nuevo panteón para la Cofradía. En 1822 se realizó la última obra de envergadura por la Cofradía, que encarga al maestro de albañilería de José de Vela revisar los tejados de la capilla, camarín y sacristía; y sacar la veleta para arreglarla.

A partir de entonces, la Cofradía centra sus gastos en la adquisición de objetos de culto y decoración. En 1828 el platero Manuel González restaura las coronas de plata de la Virgen. En 1830 José de Luque compone la cruz de la bandera de los entierros, que es dorada por Blas Requena y pintada por José Carbonero tres años mas tarde. Este mismo año se encarga al platero José Paniagua una lámpara para la capilla. En 1835 Blas Requena restaura el dorado del camarín,  y cinco años después pinta la bandera de Ntra. Sra. que sirve para las procesiones[16].

Recientemente, la actual Cofradía ha restaurado el bordón de la Presidencia, obra realizada en plata con punzones donde se distingue el león rampante dentro de un círculo y  "M. AGVILAR" (Manuel Aguilar y Guerrero), y "BEGA/13" perteneciente a su contraste (Diego de Vega y Torres) y año de ejecución, 1813.

El siglo XX y la Asociación del Rosario Perpetuo

En el siglo XIX la religiosidad popular española soportó los conflictos sociales que se manifestaron desde la Invasión Francesa (1809), la Desamortización de los bienes de la Iglesia (1835), y la Primera República (1873), que a muchas de ellas les llevó a desaparecer o reducirse al interior de los templos. La Cofradía del Rosario se vería afectada como una más, pasando por años difíciles a finales del siglo XIX.

Ntra. Sra. del Rosario, titular de la Cofradía y Asociación. Imagen
adquirida en los talleres Sarriá (Barcelona). Su llegada a Montilla
se retrasó a causa de los sucesos ocurridos en la ciudad condal en
julio y agosto de 1909 conocidos como “La Semana Trágica”.
Con la llegada de Don Luis Fernández Casado para suplir la plaza de Arcipreste de Montilla y Párroco de Santiago, éste da un nuevo impulso a  la Cofradía con la creación de la Asociación del Rosario Perpetuo, facilitando el ingreso de mujeres a la antigua institución. Su primera presidenta fue Felisa Valderrama Martínez, una mujer muy popular en la ciudad y mecenas de la Parroquia. La nueva presidenta adquiere una nueva imagen de Ntra. Sra. del Rosario en 1909, procedente de los talleres de Sarriá (Barcelona). Restaura los frescos de la capilla donde interviene el pintor José Garnelo y Alda con el diseño de los mismos y con la pintura de la Stma. Virgen que está sobre la puerta de su sacristía, su diseño fue ejecutado por el pintor Juan  Antonio Torres Luque.

Desde la nueva Asociación se da un nuevo impulso a la procesión, donde desfilaban quince estandartes representando cada uno de ellos un misterio del Santo Rosario concluyendo con el de la Stma. Virgen que fue realizado por José Garnelo y Alda. Se adquiere también una nueva peana para la imagen en los talleres valencianos de "Hermanos Bellido" y un nuevo trono obra del tallista sevillano afincado en Montilla Antonio González Martínez (que se puede calificar como uno de sus mejores trabajos que conservamos en la ciudad) policromado por el pintor Ildefonso Jiménez Delgado, que se estrena en octubre de 1949.

En 1963 deja de procesionar la Virgen del Rosario por las calles de nuestra ciudad. En 1972 la Cofradía restaura los frescos de pintura de las paredes de la capilla, trabajo realizado por Cristóbal Gómez Garrido quien suplantó la pintura encolada por pintura plástica para su mayor duración. Un año más tarde se coloca en el arco de entrada de la capilla un marco de madera sobredorada[17].

Hasta nuestros días ha llegado esta cofradía realizando sus cultos en la primera semana de Octubre, donde cada año se rememora la devoción al Santo Rosario que tiene Montilla desde hace más de cuatro siglos, y gracias a la veneración de la Stma. Virgen se han ido entroncando devoción, tradición, historia y patrimonio artístico, para el gozo y protección de esta joya que los montillanos podemos apreciar en nuestra Parroquia Mayor de Santiago Apóstol.

*Artículo publicado en la revista local "Nuestro Ambiente", en Octubre de 2001.

FUENTES DOCUMENTALES

[1] Archivo de Protocolos de Montilla. Escribanía 1ª. Leg. 13, fols. 889-896.
[2] Archivo Parroquial de Santiago (APS). Libro 2º de visitas, f. 175.
[3] APS. Anuario de cultos parroquiales. s.f.
[4] Ibíd. 
[5] APS. Cuentas de la Cofradía del Rosario. s.f.
[6] APS. Inventario de la Cofradía del Rosario de  1663. s.f.
[7] La Inmaculada Concepción fue patrona de Montilla hasta el siglo XIX, en la mayoría de los templos de la ciudad se le rendía culto este día por la mañana y la función principal era a las ocho de la tarde en el monasterio de Santa Ana, estos cultos estaban patrocinados por el Ayuntamiento, a los cuales asistían todas las autoridades civiles, religiosas y militares de la ciudad.
[8] APS. Cabildos de 1693. s.f.
[9] APS op. cit.
[10] Idíd.
[11] APS. Cuentas de 1739 - 44. s.f.
[12] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L.: Las Cuetas, Montilla, 2000.
[13] APS. op. cit.
[14] APS. Cuentas de 1776 – 83.
[15] APS. op. cit.
[16] Ibíd.  s.f.
[17] Archivo de la Asociación del Rosario Perpetuo. Libro  de Actas de 1964 – 73. s.f.