domingo, 23 de octubre de 2016

LAS COFRADÍAS Y HERMANDADES DEL ROSARIO EN MONTILLA Y SU PROYECCIÓN SOCIO-RELIGIOSA Y ARTÍSTICA.

Notas para la comunicación presentada en el Congreso Nacional de Priego.


El pasado 24 de junio tuvo lugar en Priego de Córdoba la celebración del Congreso Nacional "Historia, cultura y tradición de las hermandades y cofradías del Rosario de la Aurora" organizado por la Venerable Hermandad de Ntra. Sra. de la Aurora y San Nicasio de la bella ciudad de la Subbética cordobesa, mirador del mejor barroco que conserva la provincia.

El congreso contó con el respaldado de numerosas instituciones, asociaciones y empresas locales y provinciales, las sesiones se celebraron en el antiguo convento de San Francisco, hoy rehabilitado en hospedería, y fueron dirigidas por el Doctor y Académico don Manuel Peláez del Rosal.

Como en ocasiones anteriores fui invitado a participar por el director académico. En esta última, me propuse exponer la riqueza histórica que Montilla guarda en relación a las hermandades, cofradías y movimiento popular rosariano desde las postrimerías del siglo XVI hasta nuestros días.

Para el breve tiempo de intervención que disponíamos preparé un escueto guión donde insertar los aspectos esenciales reseñados en el título de la comunicación, que serán las líneas básicas de un trabajo más extenso y documentado que formará parte de las actas futuras del citado congreso.

Dado que nos hallamos en octubre –mes rosariano por excelencia– creo oportuno compartir con los lectores montillanos aquellas líneas leídas entre los seráficos muros priegenses, donde sucintamente los congresistas escucharon la importante presencia de la devoción al rezo del Rosario en Montilla, ciudad muy vinculada durante la edad moderna a Priego que contó hasta con cuatro corporaciones rosarianas, y fueron  protagonistas de numerosos capítulos de la historia religiosa de la población que vio nacer a San Francisco Solano.

Antigua estampa de la actual Virgen del Rosario,
que suplió en 1909 a la realizada por las hermanas
Cueto en 1740. (Foto González)
Como es sabido, la práctica del rezo del Rosario fue difundida por los frailes dominicos, a tenor de las directrices que su fundador, Santo Domingo de Guzmán, dejó reflejadas en las constituciones de la mendicante Orden de Predicadores, allá por el siglo XIII. Aunque hay que esperar hasta el último tercio del siglo XVI para que la advocación del Rosario se popularice, gracias en parte a la llegada del dominico Pío V al trono pontificio. Este sucesor de Pedro asimismo fue el precursor de la Liga Santa que protagonizó la victoria naval de Lepanto, que al decir de Miguel de Cervantes fue “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.

Aquel triunfo de la Europa cristiana sobre el imparable imperio otomano fue atribuido a la intercesión de la Stma. Virgen, gracias a las plegarias elevadas a través del rezo del Rosario por toda la cristiandad en las vísperas de aquella batalla que cambiaría el rumbo de la historia. De ahí que la festividad de Ntra. Sra. del Rosario fuera instituida el 7 de octubre de 1571, en conmemoración de aquella efeméride.

A raíz de aquel acontecimiento, Pío V otorgó sugestivas gracias espirituales que fueron refrendadas por su sucesor, Gregorio XIII, lo que incentivó la proliferación de cofradías del Rosario, cuyos hermanos y devotos serán los beneficiaros directos de tales indulgencias.

Estas medidas tienen su mayor resonancia en la diócesis cordobesa durante el episcopado del también dominico fray Martín de Córdoba y Mendoza, que ocupó la silla de Osio entre los años 1578 y 1581. En Montilla se funda la primera cofradía del Rosario el 22 de agosto de 1580, fruto de la misión celebrada en la Parroquia de Santiago por el dominico fray Diego Núñez del Rosario, morador del convento de San Pedro Mártir de Marchena, quien tomó a la antigua imagen mariana titulada del Socorro y la volvió a bautizar del Rosario, como especifica el acta fundacional.

A finales del siglo XVII nacen en Sevilla los rosarios públicos, manifestación popular que poco después trasciende a todos los rincones de Andalucía, gracias a los frailes predicadores que incluyen en sus misiones el rezo comunitario del Rosario por las calles de la población. Tal fue el caso de Montilla, donde la cofradía matriz del Rosario se verá desbordada ante la difusión de los rosarios públicos en la ciudad, producto de unas misiones dirigidas por los capuchinos que conllevó a la creación de una nueva hermandad en la recién acabada iglesia dedicada al entonces Beato Francisco Solano, construida sobre el solar de su casa familiar.

Así nace la cofradía del Santo Rosario de Ntra. Sra. de Aurora en 1698. La nueva corporación contará con el patrocinio de la Casa Ducal de Medinaceli y con la aprobación del Cardenal fray Pedro de Salazar y Toledo, entonces obispo de Córdoba, que sancionará sus Reglas y concederá generosas indulgencias a todos los fieles que asistan a los rosarios públicos organizados por esta cofradía desde su templo hasta la ermita de la Vera Cruz.

Sin embargo, los primeros lustros del siglo XVIII fueron de tal fervor rosariano en nuestra ciudad que tras unas misiones populares celebradas en 1719 en la ermita de San Antonio los participantes acordaron constituirse en cofradía, cuyas reglas fueron aprobadas por el mitrado cordobés, Marcelino Siuri Navarro, que mandó sentarse por hermano. Nace así la cofradía de Ntra. Sra. del Santo Rosario de Antonio.

Por si no fuera suficiente, a mediados del siglo XVIII encontramos establecida en el convento de San Agustín a la hermandad del Santo Rosario de Ntra. Sra. de la Soledad, que no dejaba de ser una extensión de la Cofradía pasionista de la Soledad y Santo Entierro de Cristo. De ella, sólo sabemos que practicaban el rezo del Rosario dentro del templo y es posible que tuviera cierta relación con las corporaciones servitas de la diócesis.

Imagen de Ntra. Sra. de la Aurora, realizada en Granada
en 1698. La talla está vinculada al taller del
artífice Diego de Mora. (Foto González)
El florecimiento de las cofradías y hermandades rosarianas de Montilla durante la centuria dieciochesca quedará patente en el incremento de su patrimonio material y artístico. La cofradía matriz de la Parroquia de Santiago, construyó entre 1693 y 1789 una nueva capilla, con camarín, cripta y sacristía, donde intervinieron artistas como los hermanos Pedro José y Gaspar Lorenzo de los Cobos, que se encargaron de la ejecución del retablo, el tallista lucentino Pedro de Mena Gutiérrez, que proyectó la decoración del camarín, y las hermanas Cueto Enríquez de Arana, autoras de la nueva imagen titular, realizada en 1740, y de la Candelaria, un año después.

La cofradía de la Aurora no escatimó en gastos y rivalizó con la matriz. La imagen de la titular fue realizada en Granada en 1699  –cuyas formas recuerdan a la gubia de Diego de Mora– y su primer retablo fue realizado por Cristóbal de Guadix en 1705. Ya entrado el siglo, entre los años 1721 y 1745 acometieron la ampliación de la capilla, incorporando un  nuevo camarín, cripta y sacristía. Para ello, renovaron el retablo que fue contratado con el maestro jienense Mateo Primo.

Por su parte, la Cofradía de Ntra. Sra. del Rosario de la ermita de San Antonio, encargó la hechura de su titular al prestigioso artista hispalense Pedro Duque Cornejo en 1720, y dadas las modestas proporciones de su primera sede, entre 1758 y 1763 los cofrades se decidieron a levantar una nueva ermita de mayores dimensiones en la plaza mayor de la ciudad.

Pero la rivalidad entre las cofradías rosarianas no se quedó en el campo de las artes y la parafernalia barroca, sino que afectó también al terreno devocional, dado que la cofradía matriz no estaba dispuesta a compartir el derecho de primacía que decía tener sobre la advocación del Rosario. Tal justificación obligó a la cofradía radicada en la iglesia de San Francisco Solano a cambiar la advocación de su titular, que pasó a denominarse «de la Aurora» en 1714 sin mayores consecuencias.

El problema llegó cuando la joven cofradía rosariana establecida en la ermita de San Antonio se negó a variar el apellido de su titular, lo que provocará la interposición de un pleito por parte de la corporación matriz que recorrerá todas las instancias de la justicia civil y canónica hasta desembocar en el tribunal de la Rota Romana. Tras quince años de gravosos litigios, la razón prevaleció sobre la pasión y ambas cofradías se reunieron en cabildo extraordinario para buscar una solución más rápida y coherente. Así sucedió, y finalmente salió elegido el título de Rosa Mística para la imagen que tallara Duque Cornejo, en alusión a la letanía lauretana. Corría el año de 1735.

En cuanto a los cultos que las cofradías rendían a sus titulares, «la cofradía de la parroquial» celebraba las festividades marianas de la Purificación, Anunciación, Asunción, Natividad y Concepción de la Stma. Virgen, aparte de su fiesta principal en octubre con su octavario y procesión.

Una vez concluidos los cultos principales de la cofradía matriz, a la semana siguiente se iniciaban los de la Virgen de la Aurora con la fiesta principal, procesión y octava.

Majestuosos altares de cultos fueron levantados para las
glorias de Ntra. Sra. de la Rosa durante los primeros años
del siglo XX, como prueba esta antigua instantánea de época.
La tercera y última, la Virgen de la Rosa, centró sus cultos principales en torno a la festividad del Patrocinio de Nuestra Señora, el segundo domingo de noviembre, y al igual que sus predecesoras celebraban por todo lo alto su fiesta principal, procesión y octava.

La popularidad de estas corporaciones en Montilla fue tal que cada una de ellas llegó a contar entres sus filas con más de millar de hermanos. Y como recuerdan los historiadores del siglo XVIII organizaban rosarios públicos casi a diario, al anochecer y al alba, amén de las fiestas principales.

Aquellas manifestaciones populares se complementaron con cantos y coplas que, en el caso de Montilla, dejaron de practicarse en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque los cultos intramuros continuaron organizándose y la devoción popular se mantuvo en el interior de los templos hasta la llegada de tiempos más propicios.

Así lo demuestra, por ejemplo, la veneración a la Virgen de la Aurora, que fue considerada copatrona de la ciudad a partir de 1878. En los albores del siglo XX se reorganizaron las cofradías de la Rosa y del Rosario a iniciativa del arcipreste Luis Fernández Casado, quien agregó a esta última la Asociación del Rosario Perpetuo.

Muestra del gran arraigo que nuestra ciudad manifiesta hacia las advocaciones rosarianas es la gran cantidad de mujeres montillanas que aún hoy llevan por nombre Rosario, Rosa o Aurora, fiel reflejo del indisoluble fervor que Montilla guarda con su pasado.

lunes, 12 de septiembre de 2016

MARÍA DE BUENO Y NÚÑEZ DE PRADO. Correcciones históricas para una biografía*

Los que indagamos en el bagaje cultural de nuestra ciudad, vemos cómo Montilla aparece en libros de tirada y repercusión nacional. Este es el caso de un libro recopilatorio de una serie de documentos privados de Antonio Machado, aparecido en 1994. La edición, realizada por Giancarlo Depretis, acopia y ensaya las 36 cartas que, entre 1929 y 1930, el poeta hispalense escribió desde su residencia de Segovia a su musa “Guiomar”.

Tras muchos años de silencio machadiano, en la década de los sesenta del pasado siglo aparecen los primeros vestigios certeros sobre la mujer que escondía su identidad bajo el sobrenombre de “Guiomar” en la obra escrita del poeta. La musa resultó ser Pilar Valderrama, quien atestiguó la relación amorosa sacando a la luz pública una serie de cartas que conservó tras su refugio en Portugal en vísperas de la Guerra Civil española, como ella misma afirmó en su autobiografía, en la que también reseñó su afincamiento en Montilla desde los primeros años de su vida[1].

Cubierta del libro que recopila el epistolario cruzado
entre Antonio Machado y Pilar Valderrama
Las 36 cartas existentes escritas por el poeta a Pilar Valderrama están ordenadas cronológicamente por Depretis. En la catalogada con el número 22, Antonio Machado comenta con su musa amontillada un artículo que ella misma le envía en su carta anterior, escrito por su amiga María de Bueno y Núñez de Prado. Antonio Machado escribe textualmente sobre la escritora montillana: “Día feliz fue el viernes para mí, puesto que, después de verte, encontré tu carta que me enviaron de Segovia, y que debió llegar allá el Jueves. He leído con toda atención el artículo de María de Bueno. Está escrito con cariño y discreción. Ya tiene esa señora todas mis simpatías[2].

La amistad entre las escritoras Pilar Valderrama y María de Bueno surge en Montilla, según Giancarlo Depretis, que afirma: “Es posible que Pilar Valderrama hubiera conocido a María de Bueno en Montilla siendo aún joven. Allí, de hecho, donde residían sus abuelos y tíos paternos, Pilar Valderrama vivió durante algunos años en su infancia, después de que su padre tuviera que abandonar Zaragoza por motivos de salud[3].

Los primeros datos biográficos que se publican sobre la periodista María de Bueno y Núñez de Prado son publicados en el Catálogo de Periodistas Españoles del siglo XX, escrito por Antonio López de Zuazo Algar, impreso en Madrid en 1981, en el que su autor cita a la escritora montillana[4].

Estos mismos datos son tomados por Giancarlo Depretis, que los aporta en el anexo documental de su libro Cartas a Pilar; datos que, sin pretensión de plagio, recopilamos textualmente y que ofrecen datos sobre la trayectoria profesional de la escritora montillana: “María de Bueno Núñez de Prado, periodista, nacida en Montilla (Córdoba) en 1894, siendo aún joven se fue a vivir a Buenos Aires donde se licenció en Filosofía y Letras. Colaboradora de El Diario y La Razón de Buenos Aires, más tarde llegó a ser redactora de El Diario del Plata de Montevideo. Fundó y dirigió la revista La Nación de Tenerife. En el período comprendido entre 1935 y 1938 fue a su vez directora de la Gaceta de Tenerife. En 1939 trasladó su residencia a Burgos[5].

En el año 2001, a solicitud de una asociación montillana, el Ayuntamiento de la ciudad ofrece un homenaje a María de Bueno con motivo del Día de la Mujer Trabajadora. Esta asociación aportó un informe basado en los datos publicados por Depretis en su libro Cartas a Pilar, en 1994. Finalmente, la concejalía de la Mujer tuvo la feliz iniciativa de editar estos datos biográficos –junto a los de otras montillanas notables– el pasado mes de marzo de 2003.

En una de tantas charlas entre amigos afines a la historia local salió el tema de la dormida y desconocida biografía de María de Bueno, montillana de nacimiento que en los momentos de su descanso como periodista también ejerció la faceta de novelista.

En 1912, residiendo en Madrid, publicó su único libro conocido, que lleva por título A través de la Vida, prologado por el escritor Antonio Zozaya, quien profundiza en su  personalidad femenina: “…mujer admirada, dueña de cuanto constituye la felicidad, joven, bella, independiente y artista, lleva en sus ojos enormes el fulgor de lo extraño. […] María de Bueno es una de esas almas que se pliegan sobre sí mismas ante la hostilidad del ambiente...”[6].

Portada del libro publicado por María de Bueno
Núñez de Prado, en la editorial valenciana de
Francisco Sempere, año de 1912.
Como podemos ver, María de Bueno era una persona consagrada dentro de la intelectualidad madrileña, pero nos extrañó que con tan sólo dieciocho años de vida hubiera escrito un libro de una calidad y consonancia propias de una experiencia más madura.

En efecto, nos pusimos a investigar la verdadera fecha de nacimiento de la escritora montillana. Tras consultar en los fondos locales de nacimientos y bautismos del año 1894, no hallamos ningún vestigio certero del nacimiento de María de Bueno. Entonces, retrocedimos en fechas, año tras año, hasta que nos tropezamos con la verdadera fecha de nacimiento de la periodista montillana.

Ciertamente, María de Bueno y Núñez de Prado nace en Montilla. Según la partida bautismal, localizada en el Archivo Parroquial de Santiago, María “nacía a las cuatro y media de la mañana del día 4 de marzo de 1882, hija legítima de Don Emilio Bueno de la Vega, natural de la ciudad de Málaga, Comandante de Infantería, de Dª María de los Remedios Núñez de Prado y Rodríguez, natural de Montilla, [siendo bautizada en el citado templo parroquial tres días más tarde con] el nombre de María Emilia Casimira, asistiendo sus abuelos paternos D. José Bueno y Dª María del Carmen de la Vega, naturales de Málaga, y los maternos D. Miguel Núñez de Prado y Dª Amalia Rodríguez, naturales de Montilla. Fueron sus padrinos D. José María Amador de la Cuesta, Alcalde Presidente de Montilla y su esposa Dª María de los Ángeles Núñez de Prado[7].

Como podemos contrastar en el registro bautismal conservado en el citado archivo montillano, la fecha de 1894 está mal tomada desde que se publicara por primera vez. A causa de los escollos que presentan las investigaciones tan extensas, como es el caso del Catálogo de Periodistas Españoles del siglo XX, su autor tomó una fecha equivocada de algún registro. Tras esta publicación, los investigadores e investigadoras que posteriormente han citado a la periodista montillana, han bebido de esas fuentes bibliográficas y cuando ha llegado la hora de enfatizar la vida y obra de María de Bueno y Núñez de Prado sus autores han caído en la cómoda versión biográfica que ya se conocía desde 1981 inicialmente y 1994 después, sin contrastar las fechas en los archivos de nuestra ciudad. Grave error que desde estas páginas intentamos subsanar –sin ánimo hagiográfico– para una futura y justa biografía de una montillana de la grandeza de María de Bueno y Núñez de Prado.

*Artículo publicado en la revista La Corredera, en julio de 2004.


[1] VALDERRAMA, PILAR DE.: Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida. Barcelona, 1981.
[2] MACHADO, ANTONIO.: Cartas a Pilar. (Edición y prólogo de Giancarlo Depretis). Salamanca, 1994. p. 213.
[3] Ibíd., p. 215.
[4] LÓPEZ DE ZUAZO ALGAR, ANTONIO.: Catálogo de Periodistas Españoles del siglo XX. Madrid, 1981. p. 89.
[5] MACHADO, ANTONIO.: Cartas a Pilar…
[6] BUENO NÚÑEZ DE PRADO, MARÍA DE.: A través de la vida. Valencia, 1912.
[7] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla. Libro 102 de bautismos, f. 359 vuelto, nº 648.







sábado, 16 de julio de 2016

EL CRISTO DE LA YEDRA, SAN JUAN DE ÁVILA Y SU «SANTO CRUCIFIJO»

Retrato de San Juan de Ávila que ocupó el centro
 del mausoleo de jaspe costeado por el canónigo
hispalense Mateo Vázquez de Leca. Hoy se halla en
la Basílica Menor de Montilla. (Foto Rafa Salido)
Como ya apuntamos en los artículos publicados en los meses pasados, al Cristo de la Yedra le fue atribuido un pasado inexacto. Esta suposición parece tener su origen a mediados del siglo pasado, tras la publicación del libro La Compañía de Jesús en Montilla (Málaga, 1944), escrito por el jesuita Bernabé Copado, artífice de la segunda venida de los hijos de San Ignacio a nuestra ciudad.

En su obra, Copado maneja abundante documentación y bibliografía. No en vano, tuvo a su disposición la biblioteca y archivo del Obispado de Córdoba y la magnífica biblioteca del Conde de la Cortina, entre otros fondos documentales. Aunque si hacemos una lectura detenida de su libro, podemos comprobar las reiteradas alusiones a los escritos de sus homólogos Martín de Roa y Juan de Santibáñez, autores del siglo XVII que recopilaron gran cantidad de noticias relativas a Montilla y a la fundación del Colegio de la Encarnación en sus obras. Y, aunque son de gran valor e importancia, a la luz de la investigación no dejan de ser fuentes indirectas.

Ciñéndonos en el tema que nos concierne, Copado reproduce a la letra las noticias dadas por Santibáñez en su Historia de la Provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús. Así, en la página 106 encontramos lo siguiente: “Ahora diremos dos palabras de las reliquias que se guardaban en el Noviciado de Montilla que también contribuyeron al buen espíritu y fervor del Noviciado. Lo tomaremos del P. Santibáñez que a su vez lo toma del P. Martín de Roa.
 «Aquí se venera, como preciosa reliquia, un devoto Crucifijo de estatura grande, que es tradición era del santo Padre Maestro Juan de Ávila, y el mismo que le habló un día, certificándole de su predestinación. En los pies de este Crucifijo ponía él, las manos, y pegaba sus labios, y derramaba con lágrimas, su corazón. De aquí cogió, como de tierra bendita y fértil, copiosos consuelos, grandes ilustraciones y extraordinarios favores.
Tienen a esta santa reliquia, tan antigua y afectuosa devoción los vecinos de Montilla, que les parece no cumplen con la devoción de fieles, si saliesen de nuestro templo, no habiendo hecho oración al Santo Cristo, a quien acuden como a fiel patrocinio en sus necesidades; y experimentan extraordinarios favores de que se pudieran especificar milagrosos sucesos»[1]. Creemos se trata del Santo Cristo de la Yedra”, añade Copado sin mayor aclaración.

Más adelante, en la página 195, vuelve a recopilar unas líneas de la obra de Santibáñez. En esta ocasión, motivado por el traslado del sepulcro del Maestro Juan de Ávila a un lugar más espacioso del templo, a lo que refiere: “Hasta el año 1643, aquí se conservó este sagrado tesoro. Mudóse a más desahogado sitio y más público, este año. Colocado, se venera en un espacioso arco que mira por frente a la Capilla que llaman del Santo Cristo y es el mismo que hizo compañía al V. Maestro, en cuyos pies ponía él su boca, y oraba y comunicaba sus cuidados y empresas, y de donde, como de fuente, bebía hasta hartarse”[2]. Sin embargo, en esta ocasión Copado no introduce aclaración alguna.

Con estas referencias, es lógico vaticinar que Copado estaba en lo cierto y que el Crucificado de la Yedra fuera el mismo que describe el jesuita Santibáñez en su manuscrita obra.

No obstante, Bernabé Copado también utilizó el voluminoso expediente titulado Sobre el destino y aplicación del Colegio, Iglesia y Temporalidades de los Regulares expulsos de dicha ciudad, que se conserva en el Archivo del Obispado de Córdoba, como señala en varias ocasiones. Nosotros hemos tenido la oportunidad de manejar este interesante corpus documental que compila, entre otros documentos de gran interés, dos inventarios de la antigua iglesia de La Encarnación realizados en 1767 y 1773. Ambos nos describen los “vasos sagrados, ornamentos, imágenes, y demás alhajas que resultan inventariadas en la Iglesia, Sacristía y Capilla del dicho Colegio”[3].

Pequeño retrato de la Virgen María con el Niño
Jesús, que se conserva en la Basílica montillana.
 En su reverso, conserva el texto que hemos incluido
abajo, que dice: “Esta lámina era la que tenía en su cuarto,
y cabecera el Benerable Padre Maestro Juan de Ávila”.
 ¿Se tratará de la imagen de Nuestra Señora del Pópulo
mencionada en el Proceso informativo? (Foto Rafa Salido)
El primero de ellos, más detallado en su descripción material y topográfica, fue realizado por el Corregidor Antonio Serrano y Ortega junto con el Vicario Pedro Fernández del Villar y Oliveros, en los días siguientes a la expulsión de los Jesuitas. En la descripción de la capilla mayor del templo aparece “En el altar y retablo colateral de mano izquierda una imagen de Jesús Crucificado de cuerpo entero, que llaman de la Yedra, en el nicho principal. / Una Corona y tres potencias de plata, cincelada, sobre la cabeza del Ssmo. Xpto. de la Yedra. / Dos arañas de plata cinceladas con tres candeleros cada una en el Altar de dicho Ssmo. Xpto. de la Yedra. / En la capilla colateral de mano izquierda, y Altar del Ssmo. Xpto. de la Yedra, dos imágenes de vestir, como de una vara de alto, la una de Ntra. Señora de la Soledad con Diadema y rayos con estrellas pequeña, y en el pecho un escudito de plata, en forma de corazón con siete cuchillos, y la otra de San Juan Evangelista, con diadema también de plata”[4].

El inventario continúa recopilando los bienes del cuerpo de iglesia, el coro y la sacristía, aunque en sus últimas hojas se detecta cierto descuido por ubicar los enseres y ornamentos descritos. Para nuestra sorpresa, en el recto de su último folio nos tropezamos con la siguiente referencia: “Una imagen de Jesús Crucificado, como de tres quartas, de bulto, con Dosel de Raso negro y blanco, y cortina de gasa, con una tarjeta al pie que dize Era del Venerable Pe Mtro. Juan de Ávila”[5].

Consultado el inventario de 1773, éste nos confirma tales referencias, tanto al Crucificado de la Yedra: “Otra [imagen] de cuerpo entero de Jesús Crucificado que llaman de la Yedra en el Altar y retablo colateral de mano Izquierda con una corona y tres potencias de plata cincelada sobre su cabeza”, como más adelante también hallamos: “Una Imagen de Jesús Crucificado de bulto, como de tres quartas, con dosel de Raso negro y blanco, y cortina de gasa con una tarjeta al pie en que dice Era del Venerable Pe Mtro. Juan Dávila”[6].

Nos sorprende que ambas referencias no fueran percibidas por Bernabé Copado, aunque también hemos de tener en cuenta las condiciones en que el misionero jesuita hubo de escribir su obra, en plena posguerra y al frente de la dirección de la vuelta de la Orden ignaciana a Montilla.

Las reseñas signadas por ambos inventarios contradicen las suposiciones de Copado, acerca de lo narrado por Santibáñez, salvo que el Crucificado del Venerable Pe Mtro. Juan de Ávila, de tres cuartas de vara (0,627 metros), se hallara igualmente al culto en la capilla del Ayo, orlado con su dosel de raso negro y blanco, y colocado en el lateral izquierdo de la misma frente al arco que la comunicaba con la iglesia y, a su vez, con el mausoleo del Apóstol de Andalucía.


Aposento de la casa de San Juan de Ávila a principios
del siglo XX. En ella aparece el sillón utilizado por el
Maestro y su “Vera Efigies”, la cual desapareció durante
la Guerra Civil en Ciudad Real.
(Foto cedida por D. Agustín Jiménez-Castellanos)
La existencia de esta imagen se ve ratificada por un inventario existente en el Archivo Parroquial de Santiago, templo en el que arribó el Crucificado junto a otros tantos bienes jesuíticos. Dicho inventario lo sitúa en la capilla de la Purísima Concepción, cuyo retablo e imágenes proceden de la iglesia de la Encarnación y su traslado fue sufragado por el Pbro. D. Luis de Cañete y Cea “con la condición que la Imagen de Ntra. Sra. de la Concepción que se veneraba en la Iglesia de la Compañía de Jesús propia de la Casa de dicho D. Luis se colocase en primer lugar lo que se ejecutó con sus licencias competentes”[7].

Es más que probable que el sacerdote Cañete y Cea fuera el promotor del traslado del Crucificado del Maestro Ávila a la Parroquial de Santiago, dado que fue ubicado en su capilla junto a la entrada de la sacristía mayor[8], como así se describe: “Este sitio era coro alto de tiempo inmemorial y desde el año de 1780 está la Imagen de Xpto. Crucificado que está en el testero, es su advocación el Ssmo. Xpto. del Perdón que fue el que según tradición de muchos era donde oraba de continuo el Ve. Pe. Mtro. Juan de Ávila Presbº. Misionero Apcº. de la Andalucía el que logró que le hablase dicha Santa Imagen diciéndole; Maestro tus pecados son perdonados, como consta en los escritos de su Vida. Está este Señor colocado en el sitial plateado de madera tallado que servía en Manifestar a Xpto. Sacramentado en la Iglesia que fue de los Padres de la Compañía”[9].

Este inventario –que lamentablemente está incompleto– además de corroborar la existencia del Crucificado nos revela su advocación «del Perdón», en memoria de las divinas palabras dirigidas al Maestro de Santos en sus continuadas oraciones.

En el año 2004 la Biblioteca de Autores Cristianos publicó el Proceso de Beatificación del Maestro Juan de Ávila, un enjundioso volumen –cercano a las mil páginas– que recopila los testimonios reunidos por la comisión encargada del Proceso informativo llevado a cabo por la Venerable Congregación del apóstol San Pedro de presbíteros de Madrid, entre los años 1623 y 1628.

Este excelente volumen se halla repleto de pasajes y pormenores de la vida y costumbres del Maestro Juan de Ávila, no en vano fue la fuente básica que utilizaron sus biógrafos, los licenciados Luis Muñoz y Martín Ruiz de Mesa.

Rúbrica del Padre Juan de Villarás, discípulo que
acompañó al Maestro Juan de Ávila en los últimos
veinte años de su vida, y a quien dejó por
heredero universal de sus bienes.
La noticia de los bienes que el Padre Ávila tenía en el oratorio de su casa la refiere el testigo Antonio Jiménez del Arcediano, ermitaño del hábito de San Pablo, natural y vecino de La Rambla, que en referencia a Juan de Villarás expone: “este testigo le conoció en las casas del dicho Venerable Padre Maestro Juan de Ávila que están en la Villa de Montilla, en tanta veneración, y estima como lugar donde vivía y murió Varón tan santo… de modo que vivía en la misma Celda y tenía el mismo oratorio, con un Christo en campo negro y una imagen de Nuestra Señora del Pópulo y todo en el modo de cama, alajas y modo de vivir del dicho Venerable Padre Juan de Ávila”[10].

Jiménez del Arcediano nos habla de “un Christo en campo negro y una imagen de Nuestra Señora del Pópulo” aunque no ofrece más datos acerca de ambos iconos. Para conocer algo más de ellos, nos tenemos que trasladar hasta los interrogatorios practicados en Montilla donde declararon 37 testigos. Varios de ellos dijeron haber conocido al Maestro Ávila, aunque la mayoría sabían de las virtudes del varón apostólico a través de sus discípulos, especialmente de Juan de Villarás (que le sobrevivió 33 años).

De los declarantes montillanos, doce de ellos[11] mencionan en su testimonio el milagroso pasaje de las divinas palabras ante el Crucificado. Por la proximidad a nuestro personaje merece especial interés la declaración del Lcdo. Hernán Sánchez de Avendaño, clérigo presbítero, natural y vecino de Montilla, que “conoció en esta Villa al Venerable Padre Maestro Juan de Ávila”. El mismo afirma que Ávila “fue muy dado a la oración mental, contemplación y trato con Dios, y en estos ejercicios era su mayor ocupación… y oyó decir este testigo a personas fidedignas que se lo pagaba nuestro Señor, con muchas y particulares mercedes en la oración, y que la hacía mayormente cuando había de predicar, asido con ambas manos al clavo de los pies de un santo Crucifijo que tenía en su oratorio, y hoy esta santa imagen en el Colegio de la compañía de Jesús de esta Villa. / Y así se le rebelaban altos misterios que predicaba. Y demás desto oyó afirmar a algunos de sus discípulos, y criados este testigo, que una vez le había hablado un santo Crucifijo, diciendo, Joannes, remittunttur tibi peccatta tua, y es cosa muy notoria en esta Villa, y las demás partes donde asistió este siervo de Dios”[12].

Retablo mayor de la antigua iglesia de La Encarnación, trasladado
a la Parroquia de Santiago en 1780 junto con el Santo Crucifijo
del Perdón, que fue colocado en el espacio que ahora ocupa el lienzo
de San Francisco Solano, obra de José Garnelo. (Foto Arribas, h. 1960)
No menos interesante deja de ser la versión del testigo Hernando Rodríguez del Campo “vecino y natural desta Villa de Montilla, y que en ella conoció desde que vino a esta Villa hasta que en ella murió al Venerable Maestro Juan de Ávila, clérigo presbítero, en cuya casa tuvo mucho trato, y comunicación”. Al igual que el declarante anterior “también supo este testigo que cuando había de predicar el dicho Maestro Ávila, la noche antes estaba en oración, asidas ambas manos al clavo de los pies de un santo Crucifijo, y que allí se le rebelaban altos misterios que declaraba en sus sermones, muchos de los cuales le oyó este testigo, como dirá adelante. Y así mismo, oyó decir que le había hablado un santo Crucifijo, diciéndole, Juan, perdonados son tus pecados, y en ésta lo decían muchas personas, así sus discípulos, y criados, como otros eclesiásticos, amigos y familiares suyos.”[13]

Con la familiaridad que presume tener, Hernando Rodríguez también declara que “vio un día, pasando por cerca de su oratorio, en oración al dicho Maestro Ávila, arrobado, alto del suelo, en el aire más de una vara, fijos los ojos en un santo Crucifijo, elevado, que parecía inmóvil, lo cual dijo este testigo a su cuñado, cuyo nombre dirá más adelante, que estaba en su servicio, el cual le respondió, esos raptos y arrobos son muy ordinarios en nuestro santo Maestro Ávila, porque yo le he visto así muchas veces, yendo a darle aviso de algunas cosas, y llamándole no responderme, y llegándole estaba inmóvil, y en el aire de rodillas.”[14]

Otro valioso testimonio lo presta el Lcdo. Juan de Vargas, vecino y natural de La Rambla, presbítero discípulo del Padre Ávila, el cual nos revela una insólita información sobre el tema que seguimos, ya que detalla el tamaño del «santo Crucifijo». Así, aludiendo a la costumbre del Maestro Ávila en su oración continuada antes de sus homilías, puntualiza: “que todos los sermones que hacía, no los escribía sino en tanto papel como un doblez de carta poniendo solos los puntos que había de tratar conforme al evangelio, hincándose de rodillas delante de un Cristo pequeño que este testigo vio muchas veces y le tuvo en sus manos, y que gastaba en oración dos horas antes por la noche y dos a la mañana y salía de allí a decir Misa”[15].

Como podemos observar en la documentación aportada, procedente de testimonios de primera mano, a partir de ella es posible cimentar la biografía de una pequeña imagen de Cristo Crucificado, cuyas medidas no sobrepasan los 65 cm, tamaño apropiado para  un oratorio particular, y el similar al que es representado en sus retratos[16]. A la muerte de Juan de Villarás (acaecida el 6 de marzo de 1602) pasó al Colegio de los Jesuitas como ya lo había hecho la biblioteca y demás bienes del Gran Ávila. Una vez allí, al igual que hicieron con sus libros, signaron la procedencia del «santo Crucifijo» con una cartela a sus pies. La devoción pública hizo lo demás, había que titular a tan sagrada reliquia y cual mejor que «del Perdón», en memoria de las divinas palabras que salieron de su interior para reconfortar las plegarias de quien era conocido en Roma como «el Apóstol Español».

Con estos mimbres es difícil sostener la romántica tradición que adjudica al Cristo de la Yedra tan íntimos vínculos con San Juan de Ávila, como que fuera de su propiedad y residiera en el oratorio de su recoleta casa. Sin embargo, no hemos de obviar la especial relación que el Apóstol de Andalucía mantuvo en sus últimos años con la Compañía de Jesús y con el Comendador Jerónimo Fernández de la Lama, Ayo de los marqueses de Priego; y hasta imaginar que el Doctor de la Iglesia Universal pudo rezar y celebrar Misa ante el singular Crucificado que procesiona la mañana del Viernes Santo[17].

El Cristo de la Yedra en procesión bajando la calle Gran Capitán una mañana de Viernes Santo, h. 1960. El arcipreste Antonio León Ortiz tenía la costumbre de acompañar al Crucificado durante su carrera.

En cuanto al «santo Crucifijo del Perdón» aún no hemos localizado su actual paradero. El último testimonio que hasta ahora conocemos es el facilitado por el inventario de 1780. En la actualidad, en la Parroquia de Santiago existe un pequeño Crucificado de unas dimensiones similares a las descritas en los inventarios realizados tras la expulsión de los Jesuitas, aunque ello no es razón determinante para afirmar que estemos ante la misma efigie. Tampoco hemos de olvidar que la Parroquia de Santiago sufrió una gran remodelación a finales del siglo XVIII y principios del siguiente. ¿Se reubicó el «santo Crucifijo» en cualquier otro espacio del templo parroquial y perdió la tarjeta que le acompañaba?

NOTAS


[1] SANTIBÁÑEZ: “El cuidado de todo, la superintendencia, gasto de la obra i disposición de el edificio encomendado a el Comendador Gerónimo de Lama, hombre de muncho caudal, de entendimiento, gobierno, solicitud, y de tan buena voluntad para con la Compañía, que a sus inteligencias debe en gran parte nuestra Provincia la fundación de este colegio. […] Labró para sí (con gusto y licencia de la Marquesa) la capilla que está a un lado fuera de la mayor; i es la que llamaron siempre de el Ayo. Allí yace enterrado su cuerpo desde el año de 1567 en que murió. Aquí se venera como preciosa reliquia un devoto crucifijo de estatura grande, que es tradición era de el santo maestro Juan de Ávila; y el mesmo que le habló un día, certificándole de su predestinación. En los pies de este Cristo ponía él sus manos, pegaba sus labios, y derramaba entre copiosas lágrimas su corazón.” T. II. Cap. 25, fols. 86-87. 
[2] SANTIBÁÑEZ: “Hasta el año de 1642 aquí se conservó este sagrado tesoro. Mudose a más desahogado sitio, y más público este año. Colocado se venera en un espacioso arco, que mira por frente la capilla, que llaman de el santo Cristo, y es el mesmo que hizo compañía a el venerable maestro, en cuyos pies ponía él su boca, oraba y comunicaba sus cuidados, sus empresas; de donde, como de fuente, bebía hasta hartar su sed.” T. III. Cap. 49, fols. 175-176.
[3] Archivo General del Obispado de Córdoba (AGOC): Órdenes religiosas masculinas (Jesuitas). Sig. 7003/03.
[4] Ibídem.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Distribución por meses de lo que se debe hacer en esta Iglesia y Sacristía según sus obligaciones y cargas en todo el año. s/f.
[8] Espacio que hoy ocupa el lienzo de gran formato dedicado por José Garnelo a San Francisco Solano en 1910.
[9] Ibídem.
[10] MARTÍNEZ GIL, J.L. (ed.): Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila. (BAC). Madrid 2004. Proceso en Almodóvar del Campo. Testigo Antonio Jiménez del Arcediano, p. 135.
[11] Los testigos son: Cristóbal de Luque Ayala Pbro., Pedro Sánchez Arriero, Miguel Lozano albañil, Acisclo Muñoz Cañasveras, Pedro García de Molina, Juan Gómez del Baño, Gonzalo Cabrera Chirinos, Hernán Sánchez de Avendaño Pbro., Juan Pérez Cabello, Diego Pérez de Aguilar Pbro., Pedro Luis de León y Hernando Rodríguez del Campo.
[12] Proceso en Montilla. Testigo Hernán Sánchez de Avendaño. p. 524.
[13] Proceso en Montilla. Testigo Hernando Rodríguez del Campo. p. 594.
[14] Ibídem.
[15] Proceso en Madrid. Testigo Lcdo. Juan de Vargas, p. 26.
[16] Un interesante estudio iconográfico de San Juan de Ávila fue realizado por Laureano Castán Lacoma en sus Destellos Sacerdotales (Zaragoza, 1947), Cap. XXXVII: En busca de la “Vera Efigies”.
[17] Esta relación también parece confundir al vicario Juan José Polanco Vaquerizo, que testificó en el Proceso de miraculis in genere del V. M. Juan de Ávila, en 1748, en que declara que “en cierta ocasión que le habló un crucifijo, que le parece al testigo es el Santo Christo que oi llaman de la Yedra”. Vid: ARJONA ZURERA, J.L./ NIEVA GARCÍA, J.A.: Documentos de la Causa de beatificación de San Juan de Ávila en el Archivo Diocesano de Córdoba. Córdoba, 2014.

miércoles, 1 de junio de 2016

EL INCA GARCILASO DE LA VEGA, CON LA ESPADA, LA PLUMA… Y LA ESPUELA.

Se cumple este año el IV centenario de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega y de Miguel de Cervantes, eminentes hombres de letras que dejaron en su obra  patente su amor por los caballos. Del autor del Quijote baste recordar que fue el padre de uno de los alazanes más famosos de la literatura universal: «Rocinante», al que el hidalgo de La Mancha "cuatro días se le pasaron en imaginar que nombre le pondría... y así después de muchos nombres que formó borró y quitó, añadió, dezhizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo". Y sobre él cabalgó Alonso Quijano durante su delirada vida de aventuras creyendo que "ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban".

Pero la realidad del caballo andaluz estaba más cercana. Córdoba, cuna de la familia Cervantes, será la ciudad elegida por el rey Felipe II para crear una nueva estirpe de caballos, que a la postre será conocida como la Pura Raza Española. Así, en 1567 el monarca disponía todo lo necesario para comenzar este proyecto, en la pretensión de aumentar la calidad morfológica de la especie hasta alcanzar el caballo perfecto, un animal imprescindible en aquella época, no sólo para el paseo, la agricultura o el transporte, sino también para la guerra, cuyo escenario era una constante en el devenir de la Monarquía Hispánica de los Austrias.

Caballerizas Reales de Córdoba, mandadas construir
en 1567 por el rey Felipe II. En ellas se gestó el caballo
de Pura Raza Española. 
Al año siguiente se comenzó a construir el edificio de las Caballerizas Reales y se designaron las dehesas de Córdoba la Vieja y las Gamonosas, entre otras, para alimentar las más de mil doscientas cabezas de yeguas y sementales que adquirió la Corona de las ganaderías más afamadas de la nobleza andaluza. El cordobés Diego López de Haro, familiar de la Casa del Carpio, tuvo la gloria y el desvelo de ser el primer Caballerizo Mayor nombrado por el Rey Prudente, que será el precursor de la cría caballar y remonta.

Por aquellos lustros ya eran famosas las caballerías del Marqués de Priego “y fue siempre su casa señalada en hacer criar los mejores caballos de España, para servir con ellos a sus reyes”. Por ello, es lógico pensar que el Señor de Montilla aportara parte de aquellos primeros équidos de las razas ibérica, bereber y árabe sobre las que se fundamentara la estirpe del Caballo Español.

Para conseguir tales ejemplares, los capitulares del Concejo montillano elaboraban cada año por el mes de febrero un censo de las yeguas existentes en el término municipal, y en marzo organizaban un concurso hípico donde una comisión compuesta por regidores y albéitares que elegían varios corceles de los presentados por los vecinos hijosdalgo de la villa. De aquellos, seis eran los escogidos sementales para fecundar a las veinticinco yeguas que habitaban cada una de las serenas dehesas de Piedra Luenga, Santa Cruz, el Carrascal, el Prado, las Lagunillas y Panchía.

En 1579 resultará elegido “el caballo castaño de Garcilaso de la Vega, dos pies calzados y una lista en la frente… de edad de cuatro años” que le fue asignada la dehesa “del Carrascal”.

Según el diplomático e historiador Raúl Porras Barrenechea “La apacibilidad del ambiente montillano es únicamente interrumpida por el trote alegre de los caballos en las calles de la villa. Garcilaso es, desde su niñez en el Cuzco, un amante del arte de la equitación. En Montilla acendra esta afición de tan pura cepa andaluza. […] Sabrosa y directa erudición equina, que habría de relucir más tarde en La Florida y en los Comentarios Reales, al describir con delectación los caballos de la conquista y de las guerras civiles.”

El mestizo Garcilaso de la Vega, antes llamado Gómez Suárez de Figueroa, había nacido en Cuzco en 1539, siendo hijo del capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega y la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo. Con 21 años, por expreso deseo de su padre, se traslada a España para continuar con sus estudios. Finalmente se establece en Montilla en 1561 al amparo de su tío paterno, el capitán Alonso de Vargas.

Casa del capitán Alonso de Vargas, tío de Garcilaso
de la Vega. En ella vivió el Inca treinta años y construyó
una caballeriza.
Si trajo consigo la pasión por la hípica del Virreinato del Perú, en la solariega casa de su tío Alonso desarrollará esta antigua afición, pues a poco de residir en ella el joven mestizo construyó unas caballerizas a su costa, convirtiéndose en un acreditado criador de caballos, como declaran los vetustos legajos que guardan la historia montillana.

No es de extrañar que Garcilaso fuera animado por su tío Alonso, ya retirado de la milicia imperial, colmado de experiencias y conocimientos ecuestres, pues el viejo Capitán había pasado su vida como jinete al servicio de la Caballería Real de Carlos V y Felipe II, a los que acompañó en sus viajes a los feudos del Sacro Imperio a lomos de aquellos admirables corceles que inmortalizaran los pinceles de Tiziano y Rubens.

Pero Garcilaso no sólo había heredado la genética castrense de sus mayores, sino que también la literaria. «Con la espada y con la pluma» reza la leyenda que orla su blasón nobiliario. Y así, llenará el vacío de las horas en la inquietud de cultivar su intelecto al pupitre de los mejores teólogos, ascetas y humanistas moradores del colegio de los Jesuitas y los conventos montillanos, maestros y amigos que le despejaron el sendero de las letras y le animaron a traducir y a escribir la vieja historia del Nuevo Mundo, desconocida hasta entonces en Europa.

En 1591 Garcilaso se trasladará a Córdoba, donde toma los hábitos clericales, completa sus estudios y publica su última obra, la Historia General de Perú. Allí muere en 1616 siendo enterrado en la privilegiada capilla de las Ánimas de la mezquita-catedral, a orillas del Guadalquivir y a escasos metros de las Caballerizas Reales, por cuyo entorno pasearía durante su ocaso cordobés añorando su mocedad montillana al contemplar y disfrutar de la cría y doma de aquellos primeros caballos que los siglos bautizaron de Pura Raza Española.