miércoles, 11 de mayo de 2016

LAS CONFERENCIAS DE SAN VICENTE DE PAÚL. CARIDAD Y ACCIÓN SOCIAL EN MONTILLA DESDE 1864.

San Vicente de Paul. Óleo/lienzo, firmado por
Luisa de Alvear y Cisneros en 1865, quien "Lo
regala a su Presidenta". En la actualidad se
conserva en la parroquia de San Fco. Solano.
La Sociedad de San Vicente de Paúl se crea en Francia en el año 1833. La iniciativa parte de un grupo de jóvenes estudiantes católicos que deciden fundar la “Conferencia de la Caridad” en París, para luchar contra las injusticias y desigualdades sociales de su época.
Los fundadores tomaron por patrón a San Vicente de Paul porque en sus inicios orientaron sus servicios a los necesitados que tenían acogidos la Compañía de las Hijas de la Caridad en su hospicio de París. Esta congregación fue fundada por el santo francés en 1633, cuyo espíritu caló entre los jóvenes de la Conferencia, hasta tal punto que encauzaron sus fines a favor de las personas más desprotegidas, recobrando aquel modelo –organizado y eficiente– que ya estableciera Vicente de Paul en el siglo XVII.

Entre los primeros vicentinos destaca Federico Ozanam (1813-1853), intelectual católico, considerado precursor de la doctrina social de la Iglesia, de la democracia cristiana, así como de la participación de los laicos en la vida de la Iglesia. Su vida fue una entrega total los necesitados, a través de la propagación de la Sociedad de San Vicente de Paul, que se extendió rápidamente por todo el mundo. En 1997 fue beatificado por Juan Pablo II.

A España llegó a través de Santiago Masarnau Fernández, que conoció el funcionamiento de la institución en Francia y decidió fundar la primera Conferencia en Madrid, en 1849. Pronto se propagó la fundación de la Sociedad por todo el territorio nacional. En 1859 se funda la Conferencia en Córdoba y cinco años después en Montilla.

Será día 2 de febrero de 1864 en la sacristía de la iglesia de San Francisco Solano donde se reúnan por vez primera los montillanos fundadores de la Sociedad de San Vicente de Paul. Allí acordarán constituir una conferencia para practicar la caridad cristiana según los postulados de Federico Ozanam. Tomarán por patrona a Ntra. Sra. de la Aurora se gobernarán por el Reglamento General de la Sociedad, cuyos miembros deberán “observar una vida cristiana, ayudándose mutuamente con sus ejemplos y buenos consejos: visitar a los pobres en sus casas, llevarles socorros en especie y darles consuelos religiosos; dedicarnos, según nuestras facultades y el tiempo que podamos disponer, a la instrucción elemental y cristiana de los niños pobres, libres o presos; distribuir libros morales y religiosos; dedicarnos a toda clase de obras de caridad en cuanto alcancen nuestros recursos, no siendo contrarias al fin principal de la Asociación, y siempre que ésta nos estimule a practicarlas.”

La Conferencia se regirá por la Mesa (o Junta de Gobierno), se reúnen semanalmente donde tratan los casos de pobreza que los socios hayan detectado en el vecindario. Para ello, el callejero montillano fue divido en ocho cuarteles (o zonas) visitados regularmente por parejas de vicentinos. Al término de cada reunión se hace una colecta entre los asistentes, cuyos fondos recogidos serán distribuidos por la Mesa según las necesidades planteadas en las reuniones.

La primera Junta de Gobierno fue presidida por D. Mariano Villalba. Aquella primera época trabajó incansablemente por los pobres montillanos, llegando a invertir en socorros más de 180.000 ptas. Pero pronto llegaron los problemas, pues en octubre de 1868, tras el triunfo de la Revolución llamada “La Gloriosa” la Junta revolucionaria de Montilla acordó disolver la Conferencia, en aplicación de una orden ministerial.

La Conferencia permanecerá suspendida hasta la restauración borbónica de Alfonso XII. En marzo de 1876 se restablece y comienza a funcionar con cierta regularidad, reuniéndose en la sacristía de la iglesia de San Juan de Dios. En septiembre de ese año resulta elegido presidente D. Francisco Solano de Alvear y Ward, coronel de Artillería, que ocupará el cargo hasta su muerte, ocurrida el 24 de junio de 1894.

Francisco Solano de Alvear y Ward (1817-1894), con uniforme
de coronel de Artillería. Fue presidente de la Conferencia de
 San Vicente de Paul montillana durante dieciocho años.
Durante su presidencia logró aumentar los fondos de la Sociedad para dar cobertura a las necesidades que imperaban en aquel período. Incrementó el número de socios, a partir de 1879 comenzó a colaborar el Ayuntamiento con el pago de varios panes al mes. En 1882 crea una Asociación auxiliar llamada “Caja de San José”, que se dedicaba a la recogida de ropa usada y su posterior redistribución entre los pobres acogidos. Además, a partir de esta época se comienza a suministrar extraordinariamente lotes de alimentos en las fiestas de Navidad y Semana Santa.

En 1885 encontramos ya establecida una Conferencia de señoras, cuya primera presidenta será María del Valle de la Puerta y Fernández de Córdoba. Esta sección se dedicará ex profeso a atender a mujeres y niños, especialmente a aquellas que tras el parto se encuentran en período de lactancia, además de las que han quedado viudas y tienen que hacer frente a cargas familiares. Asimismo, centrarán su atención en la alimentación y educación de los huérfanos.

A partir de entonces, la Conferencia de caballeros –como era denominada– centrará su atención en los parados, enfermos y ancianos, aunque también asumirá gastos como los derivados de los esponsales de novios sin recursos, y de los funerales de pobres de solemnidad.

Tras la muerte de D. Francisco de Alvear, es elegido presidente D. José Córdoba y Aguilera, maestro de escuela, que estará al frente de la Mesa hasta 1907, año en que es traslado en su ocupación docente. Durante este período la Conferencia amplia su labor social, en 1896 proyectan establecer una “Cocina económica” en el Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados (ubicado por aquel entonces en la actual Casa de Caritas). Ese mismo año acuerdan abrir una “Tienda Asilo” gracias a un donativo de mil pesetas procedente de las últimas voluntades del sacerdote Luis Rubio Jordano, que vendrá a ser un economato para facilitar los alimentos básicos a los vecinos más necesitados.

En 1897, año previo al desastre colonial español, la Conferencia montillana acuerda que “todos los soldados enfermos que regresan a este pueblo de los ejércitos de Cuba y Filipinas les visite una comisión a su llegada, dando cuenta en la sesión inmediata de aquellos que estuviesen necesitados”. Ese mismo año también gestionan el traslado e ingreso de varios leprosos en el Hospital de crónicos de Granada.

El 26 de enero de 1908 resulta elegido nuevo presidente de la Conferencia D. Francisco de Alvear y Gómez de la Cortina, Conde de la Cortina, que ostentará el cargo hasta 1949, año en que presenta su renuncia por edad.

En diciembre de 1909 se establece en Montilla la Cruz Roja, cuyos fundadores son todos miembros de la Conferencia. En 1913, a iniciativa del arcipreste Fernández Casado, se crea un nuevo grupo femenino de la Conferencia bajo la denominación de “El Ropero de Ntra. Sra. del Rosario”, que se regirá por el reglamento del Ropero de la Sagrada Familia de Córdoba, siendo su primera presidenta María de la Paz Rivera Gómez. Esta nueva sección centrará sus esfuerzos en colaborar con las conferencias masculina y femenina, y se dedicarán a reunir ropa para los enfermos ingresados en el Hospital y el Asilo.

A partir de 1917 la Conferencia cambia de sede y se establece en la iglesia de San Francisco de Asís, donde habían situado el Ropero las jóvenes solidarias de la Virgen del Rosario.

Junta Directiva de la Conferencia en 1933. Entre otros, aparecen: los sacerdotes Rafael Castaño, Florencio Sánchez y Antonio Jiménez. El presidente, Francisco de Alvear, Mariano Requena, José y Ángel Gómez, Ramón y Antonio Luque, Francisco Ruz Salas, Gabriel Pedraza y Miguel Navarro.
A finales de 1918 se expande por toda España una pandemia de gripe que tendría consecuencias fatales en todo el mundo. A través de las actas de la conferencia podemos comprobar la preocupación del arcipreste Fernández Casado “se expuso a la Conferencia el tristísimo espectáculo que ofrece el considerable número de niños que están quedando huérfanos en este pueblo, con motivo de la epidemia gripal reinante, muchos de los cuales quedan en el mayor desamparo por haber perdido a su padre y a su madre... Que ante tanta miseria había pensado en la imperiosa necesidad de constituir una Junta Benéfica que, llamando a la Caridad del pueblo entero, pudieran mitigar en lo posible los sufrimientos y penalidades de esos desvalidos, llevándoles el consuelo moral y material de que carecen”. La Conferencia se adhirió a la idea del Sr. Vicario y propusieron a la Corporación Municipal la creación de la Junta Benéfica, como así sucedió días después.

Con la llegada de la II República, la corporación municipal retira su colaboración a las Conferencias, dado su carácter católico. En 1933 ambas conferencias celebran el centenario de la fundación de la matriz en París, para lo que organizan una serie de actos y cultos extraordinarios, además de una comida para sus acogidos que tendrá lugar en el Colegio Salesiano. La crítica situación que se vive en los días previos al inicio de la guerra queda patente en las actas, donde los socios solicitan la protección de la autoridad local durante sus reuniones semanales.

Durante la Guerra Civil (1936-1939) cuatro de los socios vicentinos montillanos pierden la vida en el desarrollo de la contienda, a saber: José María de Alvear y Abaurrea, Antonio Gómez Salas, Antonio Navarro Villa-Zeballos y Miguel Navarro Requena.

En 1938 la Conferencia entró a formar parte de la Junta Local de Beneficencia. A la sangrienta guerra se sumó la dura posguerra. Una vez más en su historia la Conferencia trabajó incansablemente a favor de los más desfavorecidos. A lo largo de la década siguente se sumaron en el ejercicio de la caridad las cofradías y hermandades (Hdad. de Jesús de las Prisiones, Hdad. de Labradores, Hdad. del Stmo. Cristo de Zacatecas, Hdad. de Jesús Nazareno, Hdad. del Cristo del Amor, Hdad. de San Francisco Solano), la Asociación de AA. AA. Salesianos, las autoridades locales, así como varias empresas y comercios que entregaron sumas económicas y vales o bonos de pan para que las Conferencias los repartiera entre sus acogidos. Hasta la Policía Municipal hizo entrega de varios donativos procedentes de multas, como fue el caso de la obtenida en marzo de 1940, en que “se recibe el donativo de 100 pesetas procedente de una sanción impuesta a los panaderos por ciertas irregularidades en la confección del pan”.

Con la segunda venida de la Compañía de Jesús a Montilla en 1943 las Conferencias vuelven a cambiar de sede, trasladándose definitivamente a la Parroquia de Santiago. Un año después inicia su colaboración con la Junta Local de Protección a menores. En 1946 llegará a invertir en socorros más de nueve mil pesetas. En 1949 entran a formar parte del Secretariado Diocesano de la Caridad. Ese mismo año, en julio, resulta elegido por nuevo presidente D. Carlos Navarro Villa-Zavallos.

Almuerzo extraordinario ofrecido por las conferencias a sus acogidos en 1933, con motivo del centenario de la fundación de la sociedad matriz en París.
En enero de 1950 se organiza una nueva Conferencia en la Parroquia de San Francisco Solano. En 1953 la, ya, conferencia de la Parroquia de Santiago colabora estrechamente con una organización creada por los Jesuitas cuyo fin era sufragar el pago de los medicamentos a los necesitados. Para su puesta en marcha la conferencia aportará mil quinientas pesetas.

En 1958 las Conferencias montillanas acuerdan constituir un Consejo Particular en la ciudad que vertebre el funcionamiento de todas. En aquella sesión será votado por Presidente D. Mariano Requena Cordón. La primera misión del Consejo será la constitución de nuevas en Conferencias en las recién creadas parroquias de San Sebastián y de la Asunción. En agosto de 1962 acordaron distinguir como “Secretario Honorario” a su socio más longevo, Antonio Luque Navarro, que había ingresado en la Sociedad en 1899, sumándose así al caluroso homenaje que le ofrecieron sus vecinos y amigos con motivo de haberle sido concedida la Medalla al Mérito en el Trabajo.

En diciembre de ese mismo año se funda “Caritas Montillana” como organismo interparroquial, cuyo primer cometido será el reparto de la “ayuda americana”. A partir de entonces, las conferencias han venido trabajando estrechamente con Caritas, aunque manteniendo su propia identidad. De esta última etapa –la cual no vamos a tratar– cabe  destacar la unión de las conferencias masculinas y femeninas. Y en el aspecto social, la ayuda ofrecida a la comunidad de religiosas del convento de Santa Clara y al Hogar “Madre Encarnación” de las Hermanas Terciarias Franciscanas del Rebaño de María, en el Colegio de San Luis.

Para concluir este breve estudio de la labor vicentina en Montilla, advertimos que son tantos los nombres de las personas que con sus donativos y su dedicación hicieron posible mitigar las necesidades y enfermedades de sus vecinos más desfavorecidos, que hemos decidido no citar a ninguno. Aunque sí cabe subrayar la labor altruista de los médicos que ofrecieron sus servicios de forma gratuita a los acogidos de las conferencias, como fueron Antonio Cabello de Alba (padre e hijo), Luis Armenta, Antonio Blasco, Miguel Moreno y Manuel García Velasco, que aparecen reseñados en los libros de actas.

Las Conferencias de San Vicente de Paul continúan en la actualidad trabajando en la pastoral social de cada una de las parroquias montillanas, cuya labor comparten con Caritas. Labor que deseamos continúen desarrollando con el ejemplo de su amor al prójimo y el mensaje evangélico de que "Deus caritas est".

martes, 26 de abril de 2016

EL CRISTO DE LA YEDRA Y LA DEVOCIÓN DEL COMENDADOR*

Como atestigua esta instantánea, el Cristo de la Yedra formó parte
del elenco artístico que fue exhibido en una de las Exposiciones 
Nacionales de Arte, Industria y Artesanía, que tuvieron lugar
en los años centrales del siglo XX en nuestra ciudad. (Foto González)
Al hilo del artículo anterior, en el que tratamos la veneración de la que gozó el Cristo de la Yedra en las postrimerías del siglo XVII y toda la centuria siguiente gracias a la Congregación del Espíritu Santo, vamos a continuar profundizando en el pasado de este singular Crucificado que recorre las calles montillanas la mañana del Viernes Santo.
En esta ocasión, para conocer los orígenes del Santo Cristo de la Yedra nos adentraremos en los años de la fundación del Colegio Jesuita en Montilla y la implicación que tuvo en los prolegómenos de aquel acontecimiento Jerónimo de la Lama «el Ayo», a quien la II marquesa de Priego confió la tarea de asentar a los Jesuitas en el antiguo hospital de La Encarnación, personaje a quien está intrínsecamente ligada la hechura del Crucificado, según evidencian los documentos que hemos utilizado.
Por ello, antes de ocuparnos de la veneración y vicisitudes que rodearon al Santo Cristo jesuítico, cabe preguntarse quién fue «el Ayo» y su relación con la noble Casa de Priego y sus circunstancias históricas, donde coincidió con la figura esencial del Maestro Juan de Ávila.
El nombre completo del Ayo –como era conocido entre los montillanos– era Jerónimo Fernández de la Lama y Flores. Castellano de cuna, nace en Segovia hacia el año 1500, fruto de una relación extramatrimonial de la hidalga Juana de Flores con Gabriel Fernández de la Lama y Suazo, regidor de Segovia y Maestresala del rey Enrique IV de Castilla (hermano mayor de Isabel la Católica). En su adolescencia fue mayordomo del Obispo de Córdoba y de ahí pasó al servicio de la II marquesa de Priego, ya viuda del III conde de Feria, que lo designó preceptor de su primogénito, D. Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa[1].

En 1535 Jerónimo de la Lama fue armado Caballero de la Orden de Alcántara, y en 1543 recibe la encomienda alcantarina de la puebla de San Juan de Toro (Zamora), en el  Reino de León. Tras la repentina muerte del IV Conde de Feria, ocurrida en agosto de  1552, el Ayo quedará por consejero y curador de la marquesa Dª Catalina. Es por ello que la noble montillana le confiara la gestión de la reforma del antiguo hospital de La Encarnación para adecuarlo a residencia jesuita, así como para la edificación de la primitiva iglesia, ejecutada entre los años 1555 y 1558.

El cáliz del Comendador, una interesante pieza
 manierista de plata labrada, fechado en 1560, 
que se conserva en la Parroquia de Santiago 
procedente de los bienes jesuíticos que arribaron
a este templo tras la expulsión. (Foto Rafa Salido)
La gran afinidad que se fraguó entre los primeros Jesuitas y el Comendador fue clave para que éste decidiera construir una capilla y sepultura propias en el edificio de la calle Corredera. Con la autorización de la marquesa, la capilla fue alzada contigua y paralela al nuevo templo, con el que se comunicaba a través de un pequeño arco[2], quedando ubicada entre la iglesia y la sacristía. Debió estar en pleno uso en 1560, como atestigua el cáliz manierista de plata labrada realizado para el uso litúrgico de la misma y que aún se conserva en la Parroquia de Santiago. La valiosa pieza está profusamente decorada con motivos pasionistas y contiene en su basamento el escudo de armas de Fernández de la Lama y una leyenda que dice: «A/1560/MAN-DOLO-HAZER-ELCO-MEN-DA-DOR»[3].

Como es razonable, el Comendador ornamentó la capilla (única en la iglesia) con los bienes y enseres necesarios para el rezo y el culto litúrgico. Según la documentación manejada (que se expone más adelante), el Santo Cristo de la Yedra estaba ubicado en aquella capilla, por lo que no deja lugar a dudas considerar a Jerónimo de la Lama como persona que adquirió la hechura del Crucificado, con destino a presidir el altar de la que habría de ser su tumba, y que en adelante será usada como capilla sacramental por los Jesuitas.

Como relacionamos en el artículo anterior, la imagen guarda analogía con el taller del artista flamenco Roque Balduque ocupado por esos años en la construcción del retablo del Sagrario de la Parroquia de San Juan Bautista de Marchena, lugar donde pudieran haber coincidido el escultor y el Comendador, ya que en esta villa residía Dª María de Toledo, hija de la marquesa de Priego y esposa del II Duque de Arcos, Luis Cristóbal Ponce de León, señor de aquella población y patrono de sus iglesias. Además, hemos de recordar que Dª María de Toledo fue la fundadora del Colegio de los Jesuitas de Marchena (también llamado de La Encarnación), cuyas obras comenzaron en 1556.

Jerónimo de la Lama fallece en 1567. En sus últimas voluntades legó a los Jesuitas parte de sus bienes y un sustancioso donativo, como recoge el libro de la fundación del Colegio de Montilla, que se conserva en la Biblioteca Nacional de España: “Es digno de memoria en esta obra el Ilustre Caballero Hierónimo de la Lama Comendador y ayo que fue del Ilmo. Conde don Pedro hijo mayor de la marquesa el cual con el grande amor y afición que tuvo a la Compañía ayudó grandemente a la fundación y obra de este Colegio y como era administrador de la hacienda de la Marquesa y fiaba mucho de él pudo ayudar mucho en esta parte; y así lo hizo todo el tiempo que vivió, el cual está enterrado en la capilla que está junto a la sacristía; dejó a este Colegio en su testamento su tapicería y 200 ducados con muchas muestras del grande amor que en vida tuvo a la Compañía, por el cual debe este Colegio hacer memoria en sus oraciones y sacrificios como a tan benefactor de él. Murió este caballero el año de 1567”[4].

Tras la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, la capilla
del Ayo (también conocida como de Los Terceros), fue utilizada
 como oratorio de los maestros que asumieron la docencia
 de las escuelas jesuitas. Para ello, reubicaron el retablo
 de la Inmaculada, que se encontraba en la clausurada iglesia.
Allí permaneció hasta 1973, año en que fue trasladado a la
Parroquia de Santiago. (Foto Arribas)
Otro aspecto que no debemos olvidar es la familiaridad existente entre Jerónimo de la Lama y San Juan de Ávila, ya que ambos fueron consejeros de Dª Catalina y de sus descendientes, en lo temporal y en lo espiritual, como lo dejó escrito su coetáneo el franciscano Francisco de Angulo: “Tenía la Marquesa dos consiliarios hombres de gran valor, el uno el ayo Hierónimo de [la] Lama caballero noble y comendador de S. Juan, y el otro el Maestro Juan de Ávila religiosísimo por extremo. El primero gobernaba la hacienda y también, que era llamado comúnmente Padre de todos, y aun la misma Marquesa que se halló conmigo a su muerte me dijo que la sentía mucho porque había sido padre de sus hijos. El segundo le predicaba y trataba las cosas de su conciencia, espíritu y oración, para prueba de la gran virtud de entre ambos no es menester otro testimonio sino que con haber sido el uno señor absoluto de toda la hacienda y estado por muchos años murió más pobre que cuando lo tomó a cargo. Y el otro que si quisiera algo la medida fuera su boca acabó contento con el día y vilo en una pobre celdilla”[5].

La amistad existente entre ambos “consiliarios” quedó patente en la memoria del vecindario, que confiaba sus esperanzas al Santo Cristo ante adversidades tales como epidemias y sequías, como reflejan las actas del Concejo y de la Congregación en los siglos XVII y XVIII.

Los primeros testimonios de rogativas los encontramos en la epidemia de peste acaecida entre 1648 y 1651. En enero del último año los capitulares del concejo montillano  deciden “hacer una fiesta solemne con misa y sermón y música a el Santo Cristo que está en la iglesia de la Compañía de Jesús en la capilla que dicen del ayo donde hacía su oración el santo padre maestro Ávila, y no se ha cumplido con esta promesa conviene cumplirla y dar gracias a nuestro Señor que hizo merced a esta ciudad de librarle del contagio y espera que lo hará en adelante usando de su misericordia…”[6].

Como manifiesta este revelador testimonio, uno de los primeros devotos del Crucificado fue el propio maestro Juan de Ávila, residente en el Colegio jesuita durante varias temporadas en sus últimos años de vida, y gran amigo del Comendador. No es de extrañar que tanto el Maestro Ávila, como otros muchos sacerdotes se retirasen a ejercitar sus oraciones personales ante el Santo Cristo, máxime cuando a los pies de la Cruz se hallaba la urna sacramental que custodiaba el pan consagrado y, por tanto, la presencia real de Dios. En referencia a ello, tomamos el relato del historiador Fco. de Borja Lorenzo Muñoz: “El referido Señor de la Yedra, es una Sagrada imagen de Ntro. bien Jesucristo pendiente del Sacro Santo Madero de la Cruz, estaba en capilla propia de los Regulares, en ella fundaron una Congregación de (...). Y servía con fervor y devoción, su Majestad favoreció a cuantos contritos le claman y ha hecho muchos portentos y milagros, habiendo tradición de haberle hablado a distintos de sus siervos”[7].

Nuevos tiempos de sequía y estío amenazaban a los montillanos, por ello el Concejo de Justicia y Regimiento solicitaba a los Jesuitas la celebración de rogativas para que el Crucificado intercediera a favor de la población. Así volvió a suceder en marzo de 1683, cuando los capitulares acordaron solicitar “por los justos juicios de Dios Nuestro Sr. se adelantado el agua y de presente hace suma falta a los panes y sembrados y para que nuestro Sr. se apiade de nosotros el Colegio de la Compañía de Jesús desta ciudad con el piadoso celo que acostumbra deseamos se saque en procesión a el Santo Cristo de la Yedra del dicho Colegio a la Iglesia Mayor de esta ciudad el domingo que viene que se contarán veinte y ocho del corriente por la tarde a cuya procesión esta Ciudad a de asistir con sus luces”[8].

Firma ológrafa de Jerónimo Fernández de la Lama y Flores (1500? – 1567),
Ayo del IV Conde de Feria, Caballero y Comendador de la Orden de Alcántara.
Del mismo modo, existen noticias de las rogativas que se hicieron al Cristo de la Yedra ante los meses áridos padecidos en el invierno y primavera de 1698, durante los cuales se celebraron dos novenarios en el mes de mayo, el primero sufragado por la Congregación del Espíritu Santo y el segundo por el Ayuntamiento. Para la celebración de estos cultos extraordinarios “el Secretario de la Congregación fue de parecer, que se pidiese licencia al Padre Rector (que era el P. Francisco de Vides) para que el Sto. Xto. se colocase en el altar mayor” y una vez concluidos fue “colocado en su altar, y todo él y la capilla compuestos para hacerle fiesta el día siguiente”. Según describe el secretario de la Congregación, durante todo el mes de mayo no dejó de llover “se mejoraron los campos, y aseguró la cosecha”[9].

En 1703, ante la inclemente sequía padecida, se volvió a implorar la lluvia al Crucificado, se organizó un novenario de misas de Pasión y otras tantas misas votivas cantadas que se prolongaron entre los días 11 y 31 de mayo. Para la ocasión “la Congregación del Espíritu Santo pidieron al Padre Rector de este Colegio que el Sto. Xto. de la Yedra se colocase en el altar mayor, y habiendo este consultado con los Padres, vino en que se colocase, y así se hizo. […] En dichos días estuvo el Señor (el Sto. Xto.) descubierto por la mañana, tarde, y noche hasta las 8, o 8 y media, se rezaba el Rosario, y Letanía mayor. Y el día 31 del mismo mes se volvió a colocar en su capilla, y el viernes, 1º día de junio, se le hizo fiesta en ella”[10].

Dado el gran fervor que impregnó en la población, los Jesuitas decidieron colocar al Cristo de la Yedra en la iglesia de forma permanente y así acercarlo más a los devotos y congregantes. Como ya indicamos en el anterior artículo, entre 1703 y 1706 se construyó un excelente retablo barroco que ocuparía el privilegiado colateral de la epístola en la capilla mayor. El mismo año de su nueva ubicación las autoridades locales, ante la falta de lluvias, vuelven a solicitar a los Jesuitas unas rogativas con la celebración de una fiesta de misa y sermón al Crucificado[11].

Ya entrado el siglo XVIII, en abril de 1734 los montillanos volvieron a solicitar la intercesión divina del Cristo de la Yedra para hacer frente a la endémica sequía que asolaba la campiña cordobesa. En esta ocasión el Crucificado salió en procesión por las calles de la ciudad, a solicitud  de “Dn. Juan de Pineda, Corregidor, Dn. Josef de Herrera Quintanilla, Contador Mayor, y otras personas, con grande instancia pidieron, que el día siguiente sacásemos el Sto. Xto. en la Doctrina; y habiendo parecido conveniente el concederlo, se determinó, que sin alguna de las formalidades de Procesión, y sin que se permitiesen ir nazarenos, ni otros con públicas penitencias, saliese la Doctrina en la misma forma que siempre, y se llevase el Señor cerrando la Doctrina: y así se ejecutó, yendo en el último tercio de ella 1º el estandarte de la misma Doctrina, que llevaba el Corregidor, acompañado del Contador, y Capitulares. […] Así se hizo esta Doctrina, día 11 de abril, con gran concurso de todos el pueblo: y concluida, se volvió el Señor a poner con las andas al lado derecho del altar mayor, donde estuvo con luces hasta la mañana del jueves 15, y cerca de medio día se restituyó a su altar”[12].

Al mismo tiempo que tenían lugar estos cultos extraordinarios de misiones populares y rogativas, el Cristo de la Yedra gozaba de varias fundaciones y memorias religiosas perpetuas dotadas por devotos particulares, que legaron al Crucificado ignaciano parte de su patrimonio para el cumplimento de sus intenciones.

Así, hallamos en noviembre de 1667 en el testamento de Antonio de Aguilar Cabello, alcalde ordinario de Montilla y fundador del Colegio de la Concepción, una cláusula que recoge el deseo de fundar “otra fiesta solemne con su misa y música que se ha de decir en la capilla y altar del Santo Cristo que está en el Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad en uno de los días de Pascua del Espíritu Santo de cada un año perpetuamente para siempre jamás lo cual se a servir si se pudiere en el siguiente día de Pascua referida y a de asistir como dicho es la música de cantores y el dicho nuestro heredero ha de pagar al Colegio de la Compañía de Jesús en cada un año perpetuamente para que más bien se cumpla dicha fiesta”[13].

Año de 1940, el Cristo de la Yedra por la Puerta de Aguilar nos recuerda una de las estampas típicas del Viernes Santo montillano, donde aún era procesionado sobre sus primitivas andas.

Otra importante dotación fue fundada por Dª María de Rojas, vecina de la calle Escuelas, en junio de 1673, donde asienta en escritura pública su voluntad de: “Que por cuanto para más bien servir a Dios Ntro. Señor y que vaya en aumento de su culto divino ha sido y es voluntad de dotar una misa cantada con su música perpetua para siempre jamás que se ha de decir en el altar del Santo Cristo crucificado que está en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad en su capilla el último día de los siete Reviernes por cuya limosna se ha de dar y pagar a el dicho Colegio cien ducados por una vez”[14].

Una tercera obra pía será instituida en enero de 1734 gracias a la viuda Dª Catalina de Toro, vecina de la calle Aleluya, que donó “una hazuela de tres celemines y medio de tierra libre de censo en el sitio de la cañada del corral arrimado a las casas de la salida de la calle Melgar, la cual mando al colegio de la Compañía de Jesús desta ciudad con la previa condición y calidad que dicho colegio ha de tener obligación todos los años de hacer decir por mi ánima e intención en el altar del Santo Cristo de la Yedra que se venera en dicho colegio una misa de réquiem cantada en el día de la conmemoración de los difuntos”[15].

Al igual que los devotos antes citados, el Santo Cristo de la Yedra recibió numerosos donativos de los montillanos a través de sus mandas testamentarias, unos destinados a la conservación de su altar y capilla o a colaborar en el pago de su nuevo retablo, y otros para el consumo de la cera en sus cultos o el aceite de su lámpara; cuyas citas literales de tales disposiciones omitiremos por motivos de espacio.

En el siguiente artículo trataremos sobre el «santo Crucifijo del Maestro Ávila», también llamado «Cristo del Perdón», y la confusión creada a partir de las imprecisas noticias y conjeturas ofrecidas por el jesuita Bernabé Copado en su libro La Compañía de Jesús en Montilla (Málaga, 1944), que –como ya anticipamos– atribuyó la propiedad del Cristo de la Yedra al Maestro de Santos. Como evidencia la documentación presentada en este estudio, el origen e historia del Crucificado que recorre las calles montillanas la mañana del Viernes Santo difiere de tales versiones.

*Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, abril de 2016. 




[1] Archivo Histórico Nacional (AHN). OM-CABALLEROS ALCANTARA, Exp. 771.
[2] A la llegada de los Franciscanos, en 1796, fue denominada “capilla de Los Terceros”. Según un inventario de 1914 su planta rectangular tenía unas medidas de 15,5 metros de largo por 4 de ancho, y poseía tres altares.
[3] Varios son las incógnitas que guarda el cáliz en su ornamentación a buril. En la base exhibe tres «T», ¿en referencia a los Terceros franciscanos o a los Teatinos jesuitas? Además, durante la sesión fotográfica que mi buen amigo Rafael Salido ha efectuado a la pieza, hemos detectado bajo el anillo estriado existente en el basamento una inscripción oculta por un rayado sucesivo, la cual hemos conseguido descifrar. El resultado ha sido otro nombre: «ANDRES PEREZ DE BUENROSTRO», ¿un posible orfebre o hace alusión al canónigo arcediano de la Catedral de Córdoba, coetáneo del Comendador?
[4] Biblioteca Nacional de España (BNE). Libro del origen y principio deste Colegio de Montilla y de las cosas dignas de memoria que en él han sucedido, y en el discurso de los tiempos fuere sucediendo lo qual ordena así la santa obediencia para consuelo de los presentes y venideros y para otros santos fines. Comenzose a escribir a ocho de Noviembre de 1578 años. Mss/8812.
[5] ANGULO, Fr. Francisco de: Fundaciones de los conventos de S. Esteuan de Priego y de Sant Lorenço de Montilla. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque de Montilla (FBMRL). Ms. 313, f. 199v.
[6] Archivo Histórico Municipal de Montilla. Actas Capitulares. Libro 14, fol. 215 v.
[7] LORENZO MUÑOZ, Francisco de Borja: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Año 1779. (FBMRL). Ms 54, pág. 45.
[8] Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Actas Capitulares. Libro 17, fol. 742 v.
[9] BNE. Libro del origen y principio deste Colegio de Montilla…
[10] Ibídem.
[11] AHMM. Libro 20, fols. 71 v - 72 r.
[12] BNE. Op. cit.
[13] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla (ANPM). Escribanía 5ª. Leg. 245, f. 773.
[14] ANPM. Escribanía 7ª. Leg. 1235, f. 654.
[15] ANPM. Escribanía 5ª. Leg. 891, fols. 9 v – 10 r. [Año 1734].

lunes, 4 de abril de 2016

EL SANTO CRISTO DE LA YEDRA Y LA CONGREGACIÓN DEL ESPÍRITU SANTO*

El Cristo de la Yedra comenzó a procesionar en la mañana
del Viernes Santo en 1926. Como podemos apreciar, en
aquellas primeras ocasiones fue ataviado con peluca y faldellín.
El próximo Viernes Santo se cumple el noventa aniversario de la primera salida procesional del Crucificado de la Yedra, dentro de la estación penitencial que organiza la cofradía de Jesús Nazareno y Ntra. Sra. de los Dolores.
Como recuerda la prensa de la época, fue en 1926 cuando la Junta Directiva de los nazarenos, presidida por José Ortiz Sánchez, decide ampliar su cortejo añadiendo el paso de Jesús en el Calvario, que esa mañana será acompañado por la música del Regimiento de Artillería de Córdoba[1].

Valiéndonos de esta efeméride, queremos dedicar varios artículos a este singular icono de nuestra Semana Santa, en los que aportar nueva documentación que nos acercará a conocer su verdadero pasado, cuya historia ha sido envuelta por el humo de confusas leyendas y atribuciones, surgidas –a nuestro entender– a raíz de las ambiguas noticias dadas por el jesuita Bernabé Copado en su libro La Compañía de Jesús en Montilla (Málaga, 1944).

La advocación «de la Yedra» parece tener su inicio en una ermita extramuros de Baeza, donde se veneraba un Crucificado cuyo origen se pierde en la nebulosa bajomedieval, asociado a la visita de San Vicente Ferrer a tierras jienenses. Después, esta advocación fue propagada por los Jesuitas en los siglos XVI y XVII, llegando hasta nuestros días no sólo en Montilla, sino que también está presente en otros muchos puntos de nuestra geografía como es el caso de Écija, Jerez de la Frontera, Vélez-Blanco, Valor y, principalmente, en Granada, donde ostenta el patronato de la comarca de La Alpujarra.

Nuestro Cristo de la Yedra es una imagen de sobresaliente factura, cuyos rasgos estilísticos recuerdan al quehacer del círculo creado por el escultor flamenco Roque Balduque, que establecido en Sevilla en el segundo tercio del siglo XVI llegó a crear una escuela artística identificada por su estética de transición entre el gótico final y el primer renacimiento.

Como es conocido, el Crucificado se venera en la actualidad en la iglesia de San Agustín, templo al que fue trasladado en 1810[2]. Ese año se produjo la primera exclaustración de los frailes agustinos por decreto del gobierno intruso de José I Bonaparte, apodado Pepe Botella. Ante el vacío pastoral que provocó aquella medida, la autoridad local afrancesada remitió un proyecto al Obispado con el objetivo de  reordenar la feligresía de la ciudad[3]. En el mismo, se contempló la posibilidad de convertir la iglesia agustina en Parroquia, por ello fue dotada de todo lo necesario para comenzar a funcionar en su nuevo cometido, el cual nunca llegará a consumarse dado que, una vez expulsadas las tropas francesas, en 1813 volvieron los recoletos agustinos a su morada conventual montillana.

En los años que duró la invasión, se trasladaron a la iglesia dedicada al docto obispo de Hipona las imágenes, ornamentos y enseres necesarios para el culto parroquial, entre los que arribó el Cristo de la Yedra procedente de la Parroquia de Santiago donde se encontraba desde 1774, año en que había pasado al templo mayor de la ciudad, junto con su retablo, trasladado desde la iglesia de La Encarnación[4], que había sido clausurada en 1767 a causa de la expulsión de la Compañía de Jesús decretada por el monarca Carlos III.

El citado año de 1774 se distribuyeron en varios templos de la diócesis los bienes de los Jesuitas de Montilla. Las imágenes que estaban dotadas de fundaciones piadosas y memorias particulares pasaron a la iglesia de Santiago, donde el clero secular asumió el cumplimiento de aquellos cultos[5]. Tal fue el caso del Cristo de la Yedra, que a partir de la segunda mitad del siglo XVII había recibido diferentes legados de devotos que le habían confiado su salvación eterna.

El Cristo de la Yedra titular de la Congregación del Espíritu Santo

Retrato del jesuita Tirso González de Santalla,
quien erigió en Montilla la Congregación del
Espíritu Santo tras la celebración de unas
misiones populares presididas por el Cristo
de la Yedra en 1672. Quince años después
fue elegido XIII Prepósito General
de la Compañía de Jesús.
En 1672 tienen lugar unas misiones populares predicadas por jesuita Tirso González de Santalla[6], que aprovechó el fervor despertado entre los montillanos para fundar en el Colegio de la calle Corredera la Congregación del Espíritu Santo. La nueva corporación tomó por titular a este Santo Cristo, que desde entonces fue llamado «de la Yedra».

La Congregación del Espíritu Santo se estableció en la mayoría de los colegios fundados por los Jesuitas, teniendo una gran difusión en el siglo XVII. En Montilla, en sus inicios estaba formada por sacerdotes y seglares varones pero en 1749 la iniciativa del rector José del Hierro hizo que se ampliara, abriendo sus puertas a mujeres “con motivo de haberse colocado la imagen de Ntra. Señora de los Dolores con los Corazones de Jesús y María en las manos, en el cuerpo de iglesia”[7].

Ese año se reformaron sus reglas, en las que se obligaban a asistir a la iglesia de La Encarnación todos los domingos por la tarde una hora y, ante el Santísimo descubierto, rezar el Rosario, la Letanía y la Salve, teniendo después de cada rezo quince minutos de oración personal para concluir con una Plática y una oración a Jesús y María.

Asimismo, la congregación se obligaba a encender dos velas en los altares de cada uno de sus titulares todos los viernes y días festivos del año. También, a celebrar una fiesta al Corazón de Jesús el viernes de la infraoctava del Corpus, y asistir a la fiesta que los Jesuitas celebraban en honor del Crucificado en la Pascua del Espíritu Santo. Además, los primeros viernes de cada mes debían oficiar una misa cantada en el altar del Corazón de Jesús.

Igualmente, los sacerdotes de la congregación se obligaban a arrodillarse ante el altar del Santo Cristo y rezar el himno Veni Creator Spiritus antes de comenzar la eucarística, para invocar al Espíritu Santo. El último domingo de cada mes se repartían los oficios entre los congregantes, cuyos cargos eran elegidos anualmente en la festividad de Pentecostés.

El antiguo retablo del Cristo de la Yedra, tallado hacia 1704,
se halla en la actualidad en la Parroquia de Santiago.
Desde el año 1810 alberga al Santo Cristo de Zacatecas.
Dada la gran devoción que el vecindario profesa al Cristo de la Yedra, en 1703 los Jesuitas y la Congregación deciden hacer un nuevo retablo al Crucificado, que en 1706 ya estará acabado y dorado[8]. Aunque no poseemos el contrato de su hechura, sus características trazas acusan la gubia del tallista Cristóbal de Guadix, que por esos años trabajó para la ciudad que le vio nacer[9].
La Congregación se mantuvo viva hasta la expulsión de los Jesuitas en 1767, año en que quedó disuelta. Gracias a los inventarios realizados tras la forzosa marcha de los regulares de la Compañía, sabemos que entre sus bienes raíces contaban con: “Una haza de tres celemines de tierra cala en el sitio del Madroño y cuadrado, ruedo de esta ciudad. Otra haza de tres fanegas y ocho celemines en el sitio de Tintín de este término. Unas casas en la calle Zarzuela Alta de esta dicha ciudad, sobre las cuales y la haza antecedente, resulta estar cargado un censo a favor del convento de San Pedro el Real, orden de Ntro. P. San Francisco de la ciudad de Córdoba, consistente en 3800 reales de capital. Un olivar de cincuenta y dos pies en este término que vendió a la dicha Congregación don Juan Gregorio Ruiz de Sotomayor de esta vecindad. Otro olivar de setenta y cuatro pies grandes, y diez y siete estacas, que vendieron a dicha Congregación Pedro de Toro Aguilar y su mujer, en este dicho término. Un censo de 624 reales y 4 maravedíes que impusieron a favor de dicha Congregación Don Esteban Manuel de Aguilar Pbro. y Agustín del Mármol de mancomún en el año pasado de 1690. Otro censo de 16000 maravedíes de principal, que mandó a la dicha Congregación Doña María de Ayala doncella, por su testamento y resulta que por los herederos de Nicolás Jurado se pagan sus réditos”[10].

La imagen de Ntra. Sra. de los Dolores, titular de
la rama femenina de la Congregación del Espíritu
 Santo, se venera desde 1772 en la iglesia
conventual de Santa Ana.
También se hizo inventario de los enseres, ornamentos y cera que guardaban en el Colegio para su uso ordinario, los cuales fueron repartidos entre las iglesias, ermitas y hospitales montillanos.

Las monjas del convento de Santa Ana solicitaron al Consejo de Castilla la imagen de Ntra. Sra. de los Dolores, con su retablo, lámpara y adorno. Justificaron su petición en la gran devoción que una de las monjas profesaba a la dolorosa antes de entrar en clausura, la cual le hizo algunas donaciones. Tras varios años de diligencias consiguieron su propósito, aunque no los bienes raíces que esta imagen tenía vinculados[11]. Desde entonces, esta magnífica talla de la Virgen dolorosa –que bien se puede atribuir al círculo de Pedro Duque Cornejo– se venera en la iglesia del convento concepcionista.

Además de todos los cultos aquí relacionados, el Cristo de la Yedra gozó de la dotación de varias fundaciones pías particulares, así como de la aplicación de rogativas públicas en períodos de epidemias y sequías, las cuales le granjearon entre los montillanos fama de milagroso. En el siguiente número trataremos estos desconocidos episodios de la historia del Crucificado.


* Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, marzo 2016.


[1] Revista Montilla Agraria. Año VII. Nº 151, p. 8.
[2] Esta decisión se toma porque en 1809 fue clausurada la ermita de la Vera Cruz, cuyas imágenes y demás patrimonio mueble fue reubicado por mandato episcopal a la parroquia de Santiago, ocasionando cierta saturación de imágenes en el templo matriz. El Vicario optó por colocar en el templo parroquial las efigies de mayor devoción y veneración, trasladando otras a diferentes iglesias de la ciudad. Caso este, por el cual el Cristo de la Yedra fue mudado sin su retablo, que pasó a ocupar el Cristo de Zacatecas, imagen que presidía la capilla mayor de la ermita de la Vera Cruz, y era el titular de aquella cofradía.
[3] Archivo General del Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho ordinario. Fila 54. Leg. 35. Caja 2ª. s/f.: Plan que demuestra el que debe formarse en esta Ciudad para el nuevo arreglo de sus Parroquias a fin de que no falte el Pasto Espiritual a su vecindario por la supresión de los conventos de regulares: Se erigirá en Parroquia la Iglesia que fue del Orden de San Agustín... 
[4] LORENZO MUÑOZ, F. de B.: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla, 1779. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque. MS, 54, pp. 45-46.
[5] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla: Cuadrante Annual espirituales que se cumplen por la ocupación de temporalidades, y antes estaban al cargo del Colegio que fue de los Regulares de la extinguida orden de la Compañía llamada de Jesús, asignadas a la Iglesia mayor Parroquial de Sr. Santiago, de orden del Real Consejo por el Ilmo. Sr. Dn. Francisco Garrido de la Vega, del Consejo de Su Majestad, obispo de la Ciudad de Córdoba, mi Señor, &.
[6] El jesuita Tirso González de Santalla (1624 – 1705), nace en Arganza (León), cursó estudios primarios en Villafranca del Bierzo, pasando después a las universidades de Oviedo, Valladolid y Salamanca. Alcanzó gran fama de predicador y organizó misiones populares en números puntos de la geografía española. Fue elegido XIII Prepósito General de la Compañía de Jesús en 1687, terminando sus días en Roma.
[7] Archivo Histórico Nacional (AHN). CLERO-JESUITAS. Leg. 808-46, fols. 26v-28v.: Fundación de la Congregazión de el Espíritu Santo, en la capilla del Santísimo Christo de la Yedra, en el mismo Colegio de Montilla.
[8] Archivo Histórico Municipal de Montilla. Actas Capitulares. Libro 20, fol. 61. En 18/04/1706 el padre Diego Arce pide limosna al Concejo para ayudar a pagar a los maestros que han dorado el retablo.
[9] En estos años Cristóbal de Guadix realiza el retablo de Jesús Nazareno y el primitivo de Ntra. Sra. de la Aurora, los cuales se conservan hoy en la iglesia de San Agustín.
[10] AGOC. Órdenes Religiosas Masculinas (Jesuitas). Sig. 7003/03. Fecha: 27/02/1772.
[11] AHN. CLERO-JESUITAS. Leg. 808-30. Expediente: Montilla, Año de 1771. La Abadesa y Religiosas de Sta. Ana, sobre que se les aplique un Retablo, Imagen de Ntra. Sra. de los Dolores, y una lámpara, que existen en el Colegio que fue de los Regulares.

jueves, 17 de marzo de 2016

DE NUEVO, UN MARTES SANTO.*

En la Semana Santa, las cofradías rememoran la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Desde sus orígenes, allá por el siglo XVI, en la Semana Mayor montillana han procesionado imágenes que reviven los momentos penitenciales que Jesucristo sufrió hasta su Muerte.

Todas ellas guardan una simbología en común: la Cruz, emblema primordial en la cristiandad y de condición muy especial, en los días de la Semana de Pasión. Todas las escenas que recogen  las últimas horas de vida de Cristo trascurren en torno a la Cruz.

De ahí el origen de las celebraciones litúrgicas de Semana Santa, donde, cada Viernes Santo la Iglesia dedica los oficios del Triduo Sacro a la Adoración de la Santa Cruz, único icono que los católicos adoramos el día en que dejó de palpitar el corazón del Nazareno.

Si hacemos memoria, vemos como la Semana Santa cofrade, nace para dar culto a la Cruz, a la Santa y Vera Cruz de Cristo, donde, la noche anterior a las celebraciones litúrgicas en honor al Sagrado Madero, los cofrades vivificaban los suplicios y penitencias a que fue condenado Jesucristo antes de su partida camino del Calvario.

Como sucede en otras muchas poblaciones de la geografía española, en nuestra ciudad existe una serie de imágenes que, generación tras generación, han sido referente veneracional de los sagrados días de la pasión y muerte de Cristo. Por esto, el acervo sacro local conserva un buen número de efigies que forman parte de la identidad de sus vecinos. Son imágenes que han calado en la fe de no pocas generaciones de montillanos y por ello son referente popular de nuestra Semana Santa.

¿Qué montillano no conoce a Jesús Preso, a Jesús Nazareno o a la Virgen de la Soledad? ¿Qué montillano ha sido indiferente a participar o contemplar estas imágenes por las calles un Jueves o Viernes Santo?. ¿Quién no ha querido vivir en primera fila El Prendimiento en la plaza de la Rosa, o la Bendición a los Campos en el paseo de Cervantes?

Este tipo de actos son propios de la identidad montillana, están por encima de toda moda y de toda situación social. Estas imágenes y sus procesiones son herencia del pasado, de la tradición y de la forma de ser de los montillanos. Porque sin ellas, no se concibe plasmar en las retinas de nuestra memoria una Semana Santa, que no es más que la huella y el testimonio de la fe y devoción que nos legaron nuestros mayores.

En Montilla, Cristo es prendido en la plaza de la Rosa, en San Agustín carga con la Cruz sobre sus hombros y es custodiado por los centuriones romanos, sale al campo a su paso por el Coto, y sube la calle de la Amargura, Juan Colín arriba. A la caída de la tarde, es trasladado para su Santo Entierro, estando en todo este tránsito, siempre acompañado de su Madre, traspasada de dolor.

Estas primitivas imágenes, recorrieron sobre andas y bajo palio de ocho varas, las calles de Montilla en los siglos pasados. Pero entre ellas lleva medio siglo faltando una, se trata del Santo Cristo de Zacatecas.

¿Quién no conoce en nuestra ciudad al Crucificado de Zacatecas? ¿Quién no ha escuchado de sus padres o abuelos el fiel testimonio del recuerdo de verlo en procesión por las calles montillanas en Semana Santa?

El monte Calvario está incompleto. Porque en Montilla, Cristo es crucificado en la parte alta de la ciudad, tras la muralla de la que fuera su fortaleza. En el templo matriz, expiró después de pronunciar sus últimas Siete Palabras. Desde 1576 la crucifixión de Cristo se ha rememorado en nuestra ciudad a través de esta imponente imagen.

En la retentiva de muchos paisanos y vecinos parece que fue ayer cuando vieron volver por la esquina de su calle al Crucificado mejicano, socorrido por su Madre, que a los pies de aquel madero, asistía impotente a la muerte de su unigénito.

Fue aquella la oscura noche de Martes Santo de 1954,  tan sólo  iluminada por la creciente luna de la pascua judía y por los cientos de cirios de los devotos que iluminaban el camino hacia el Gólgota. El Señor Zacatecas vería por última vez las empedradas y enlutadas calles montillanas, bendiciendo a su paso a aquellos benjamines, que boquiabiertos dirigían su sincera mirada al noble e impresionante rostro del Crucificado.

Aquellos infantes de ayer son hoy nuestros padres y abuelos, los que aún  mantienen en la retina de su memoria tantas y tantas costumbres y escenas perdidas ya en nuestros días de Semana Santa.

Este presente año, quizá recuerden con nostalgia aquellos días de chiquillería tras los romanos, tomados de los brazos de sus padres para ver El Prendimiento o para recibir las bendiciones del Nazareno. Nuestro deseo para que este año revivan su mismo pasado al ver por las calles de Montilla al Cristo de Zacatecas, de nuevo, un Martes Santo.

*Artículo publicado en la revista local Viernes Santo, año 2006.