miércoles, 12 de agosto de 2015

“LAS CUETAS” SEGÚN EL HISTORIADOR LUCAS JURADO Y AGUILAR*

 Nuevos hallazgos sobre la vida y obra de las Hermanas Cueto y Enríquez de Arana

Portada del libro sobre Las Cuetas, editado por el
Excmo. Ayuntamiento de Montilla en el año 2000.
Este mes de Septiembre nos trae recuerdos a la memoria de un año ya pasado desde que se celebrara la exposición homenaje a las escultoras y paisanas popularmente conocidas por “Las Cuetas”. Una actividad que asemejó a la antigua iglesia de San Juan de Dios (hoy salón de actos) su ser primitivo y natural, donde se concentraron una selección de imágenes religiosas debidas a las manos de éstas artistas.

Con la publicación de un libro-catálogo en el mes de diciembre del pasado año, titulado María y Luciana de Cueto y Enríquez de Arana, Las Cuetas donde todos los documentos encontrados hasta la fecha fueron publicados, se culminó este proyecto donde también se recogió la obra documentada y atribuida de estas artistas.

La incesante investigación en torno a la historia de nuestra ciudad, ha seguido dando sus frutos con la aparición de nuevos documentos, que nos dan a conocer la obra escultórica de estas mujeres (que han sido calificadas de aficionadas) alcanzando notoriedad en la escuela artística de nuestra ciudad durante el siglo XVIII.

En las visitas realizadas a la biblioteca de Manuel Ruiz Luque, hemos podido consultar una Historia de Montilla manuscrita por D. Lucas Jurado y Aguilar, con fecha de 1763 y dividida en tres extensos tomos. Su autor, el Sr. Jurado y Aguilar, nace en Montilla en 1690, fue mayordomo y hermano mayor de la cofradía de Ntra. Sra. del Rosario de la Parroquial de Santiago Apóstol, cargo que ejerció desde 1725[1] hasta 1775, año en que fallece. Sus restos mortales descansan en paz en la cripta funeraria de dicha capilla junto con los de su esposa Dª María Castellano Castro y Luque (1686 – 1765). En la lápida de éste se puede leer: “INCIDIT INFO/ VEAM Q3 FECIT. 9m7/ Dn. LVCAS JVRADO Y AGVI/LAR. MAIORDº D ESTA Stª COFRA/Dª. HOMBRE PARA MVCHO Y PA/RA MVCHOS. MVRIO A CINCO DE/ OCTVBe. DE 1775 A LOS 86 Añs. R·I·P·A·”[2]

Sepulturas de Lucas Jurado y su esposa, María
Castellano, cuyos restos reposan en la cripta de
la capilla del Rosario de la Parroquia de Santiago
Este historiador, en su inédito manuscrito tiene un capítulo dedicado a personas ilustres de Montilla, donde aparecen “Las Cuetas”, artistas que éste insigne montillano conoció personalmente, ya que estas mujeres junto con su padre y demás familia eran cofrades y devotos de Ntra. Sra. del Rosario; y realizaron varios trabajos para la cofradía. Entre ellos podemos citar los ya documentados en los libros de cuentas de la misma: una talla de la imagen de la Stma. Virgen del Rosario (en la actualidad desaparecida), la Virgen de la Candelaria, y cuatro ángeles, que fueron contratados y pagados por Jurado en su función de mayordomo, según la relación de los manuscritos conservados en el Archivo Parroquial de Santiago[3].

Lucas Jurado hace reseña de María de Cueto (1691 – 1766) y su hermana Luciana (1694 – 1775) cuando ambas artistas todavía viven. De ellas referencia lo siguiente: Las Señoras Cuetas, son y han sido tan famosas en las dos Andalucias y aun tierras más remotas, por sus bellas y peregrinas esculturas, tan perfectas y agraciadas, que compiten con las mejores de Nápoles. Entrar en su oratorio es hacerlo en un retrato del Cielo. Se puede en mi concepto hazer viaje por admirar su grande Imaginería. Y entre las tres en comparar, del niño Dios sobre el mundo y la serpiente, del niño peregrino y del Salvador amarrado a la Columna. Que el martirio y relaxado dará mil gracias al cielo, al ver que unas mujeres de muy arreglada vida, saquen (quizá por esto) tan arregladas a su original las copias[4].

De las tres imágenes que nos habla Lucas Jurado, dos tenemos constancia de que se conservan en el Monasterio de Santa Ana (el Niño Dios sobre el Mundo y la Serpiente y el Niño Peregrino), junto con las demás que estaban en su oratorio como ya publicamos  en  dicho libro-catálogo, así que esta reseña nos confirma que la imaginería del oratorio de “Las Cuetas”, en su casa en la calle Don Gonzalo, fue trasladada a dicho monasterio tras la expulsión de la Compañía de Jesús de Montilla en 1767, ya que éstas mujeres habían legado en su testamento estas obras al templo jesuita de La Encarnación. La tercera imagen (el Salvador amarrado a la Columna) no tenemos constancia de su existencia, posiblemente esté desaparecida o sea de colección particular.

Niño Jesús de Pasión.
Convento de Santa Ana, Montilla.
Otro gran erudito en el mundo del arte, Fernando García Gutiérrez, sacerdote jesuita, tuvo el honor de hacer el prólogo del libro-catálogo publicado el pasado año. Desde su cátedra de la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla escribió dicho preámbulo comparando el arte de Las Cuetas con la misma Luisa Roldán, conocida universalmente por “La Roldana”, imaginera e hija del artista barroco sevillano Pedro Roldán. Del prólogo cabe destacar las halagadoras palabras hacia Las Cuetas: El intimismo y lirismo de La Roldana es lo que encuentro en las obras de Las Cuetas. Aparecen en ellas su fuerte personalidad femenina, que les da una calidad delicada y profunda al mismo tiempo

Prosiguiendo con la lectura del valioso manuscrito que nos dejó este historiador montillano, también podemos leer en el capítulo que describe la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol curiosos datos sobre la fundación de la misma, pues el mayordomo de la Cofradía del Rosario conoció personalmente el desmontaje del primitivo retablo mayor del templo, ocurrido en 1719, describiendo que detrás del mismo apareció una inscripción donde estaba tallada la siguiente frase: “ACABOSE DE HAZER EN EL AÑO DE 1464”[5]. Es por ello que Jurado señale la fundación del templo, por lógica, diez años antes de la fecha aparecida en el retablo, explicando que ya estaría terminada la construcción del mismo. Estas fechas se acercan a las aparecidas en un documento del Archivo de la Catedral de Córdoba, donde se conserva una carta del Obispo de la Diócesis dirigida a la Iglesia del Señor Santiago con fecha de 15 de julio de 1437[6].

Virgen de la Candelaria, 1740.
Parroquia de Santiago, Montilla.
Volviendo de nuevo a nuestro tema central, el cofrade Jurado y Aguilar nos describe detalladamente el templo Parroquial por capillas. Estando en la nave del evangelio, cita la capilla y retablo dedicado al Cristo Amarrado a la Columna, en el que nos dice que tiene en sus dos entre calles, dos peregrinas Imágenes, obras de las Niñas Cuetas tan conocidas en las dos Andaluzias, la una, la de San Francisco de Asís, la otra de Sº Antonio de Padua[7].Estas imágenes en la actualidad están desaparecidas, igual que la de Cristo Amarrado a la Columna, que bajo la advocación de la Misericordia presidía el retablo. Era una obra anónima de mediados del siglo XVI. El retablo fue realizado en 1720 por el tallista montillano Juan Villegas y dorado en 1731 por el granadino  José de Palacios[8]. Entre estas dos últimas fechas serían realizadas las dos imágenes por Las Cuetas.

Como podemos observar, estas artistas montillanas  conocían a los artistas de la época, trabajando conjuntamente con ellos en proyectos de retablos, realizando la imaginería de la cual estaba compuesta la obra. El pasado año ya constatamos su amistad y relación profesional con Gaspar Lorenzo de los Cobos, tallista sevillano afincado en Montilla que destacó en su obra retablística en madera, de la cual se conserva gran parte en nuestra ciudad.

En la antigua capilla de El Nacimiento de la Parroquial de Santiago Apóstol, Lucas Jurado nos dice: La cuarta es de Ntra. Sra. de Belén  o del Nacimiento y propiamente de Jesús, María y Joseph, desbastadas y encarnadas por Las Cuetas tan bellas y Peregrinas las tres Imágenes santas que es menester violentarse para dejar de mirarlas[9]. Las tres obras se conservan en dicho templo, aunque el primitivo retablo fue suprimido por el actual (de imaginería valenciana de principios del Siglo XX). La antigua capilla fue fundada por el Ldo. Francisco Rodríguez Valderrama, letrado de Cámara de los Exmos. Sres. Marqueses de Priego y Regidor de sus Estados, que falleció en 1633, y sus restos mortales descansan delante de la mesa de altar.  La restauración llevada a cabo en el siglo XVIII fue costeada por Juan Antonio Bustamante, que renovó el retablo e imaginería del mismo[10], llevando a buen fin dicho trabajo las hermanas Cueto. 
Niño Jesús "Buen Pastor".
Convento de Santa Ana, Montilla.
Estas tres obras aparecen en el libro-catálogo publicado el año pasado como atribuidas a estas artistas, ahora podemos afirmar que su autoría gracias al historiador Jurado y Aguilar.  Tanto estas imágenes como las anteriores, han recobrado un valor artístico y cultural para la obra escultórica de Las Cuetas y para el patrimonio artístico de nuestra ciudad, a la vez que el nombre de estas mujeres va apareciendo con cierta importancia y regularidad durante el siglo XVIII montillano.

Si ese siglo es llamado en Historia por el Siglo de las Luces, estas insólitas paisanas son un buen ejemplo esclarecido para ilustrar la Montilla dieciochesca. En el ámbito histórico Lucas Jurado y Aguilar (historiador, militar y persona relevante de la ciudad), y en el artístico las hermanas María y Luciana de Cueto y Enríquez de Arana, mujeres que desde la evocación de este joven investigador buscan un hueco en el callejero de nuestra ciudad, a la que tanto arte dieron desde el pintoresco “Rincón de las Beatas” de la calle Alta y Baja,  para ser recordadas como ilustres paisanas y como mujeres relevantes en la sociedad del siglo XVIII.

*Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, en septiembre de 2001.

FUENTES


[1] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Escribanía 2ª. Leg. 311, f. 262.
[2]  Sus restos mortales descansan en la cripta funeraria de la Capilla de Ntra. Sra. del Rosario, junto con su mujer y otros tantos devotos y hermanos insignes de la cofradía.
[3] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L.: Las Cuetas, Montilla, 2000.
[4] JURADO Y AGUILAR, L.: Historia de Montilla (ms), año 1763. Vol. II, f. 442 v.
[5] Ibíd., f. 450.
[6] AA.VV.: Montilla, aportaciones para su historia. Lucena, 1982. En: NIETO CUMPLIDO, M.: Aproximación a la historia de Montilla en los siglos XIV y XV, pág. 299.
[7] Ibíd., f. 450v.
[8] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L., Amarrado a la Columna... 400 años llevas. En la revista local Nuestro Ambiente, págs. 14 y 15. Abril, 2001.
[9] JURADO Y AGUILAR: op. cit.
[10] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla: Anuario de cultos de esta Parroquia, (ms, siglo XVIII), s.n.

lunes, 20 de julio de 2015

LAS HERMANAS CUETO, DOS IMAGINERAS DE MONTILLA*

La ciudad de Montilla, perteneciente a la provincia de Córdoba, es famosa por sus vinos de gran calidad, porque en ella nació Don Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido universalmente como “El Gran Capitán”. Esta tierra también fue madre de San Francisco Solano, Apóstol de las naciones hispanoamericanas; ciudad escogida por San Juan de Ávila, conocido como el Maestro de Santos, para fijar su residencia hasta la hora de su muerte, en su modesta casa escribió venerables cartas, epístolas, libros y  documentos que envió al Concilio de Trento que fueron de gran ayuda en la contrarreforma. Pero Montilla no es sólo esto, ya que esta noble ciudad fue durante los siglos XV al XVIII capital del estado de los Fernández de Córdoba, linaje que ostenta el Marquesado de Priego y Ducados de Feria y Medinaceli, entre otros.

Virgen del Carmen.
 Convento de Santa Clara, Montilla.
Esta familia, que gobierna las tierras de la campiña alta cordobesa, comienza a poblar de templos, monasterios y ermitas la entonces villa, comenzando así un movimiento artístico, cultural y espiritual que la eleva notablemente de las demás poblaciones del viejo reino de Córdoba. Gracias a estos mecenas, desde principios del siglo XVI en Montilla se comienzan a realizar las monumentales obras de los monasterios de San Lorenzo, Santa Clara, San Agustín, el colegio de la Compañía de Jesús y la gran reforma que se lleva a cabo en la parroquia mayor de Santiago Apóstol. En este tiempo, Montilla es punto de referencia para artesanos y artistas que ven en ésta un esperanzador futuro, a la cual emigran desde tierras sevillanas, granadinas y cordobesas. De entre estos artistas podemos citar algunos, en el siglo XVI  fijan su residencia los hermanos Francisco y Juan de Castillejo, el primero pintor y dorador, y el segundo carpintero, ambos procedentes de Córdoba, también  llegan de esta ciudad otros dos hermanos, Pedro y Francisco Delgado, ambos pintores; otro cordobés es el carpintero Juan de Mesa “el Mozo” del que se conservan varias obras documentadas. En el siglo XVII trabaja en Montilla el escultor portugués Rodrigo de Mexía, el sevillano Pedro Roldán, maestro del montillano Cristóbal de Guadix e, igualmente, el imaginero granadino Pedro de Mena recibe encargos de la casa ducal.

En el último tercio del siglo XVII llega a la ciudad el tallista y artesano Jorge de Cueto y Figueroa procedente de Córdoba, fija su residencia en la calle de La Enfermería donde conoce a su futura esposa, Inés Mª Pantoja y Enríquez de Arana, montillana, que nació en 1663. Años más tarde contraen matrimonio en el convento de las Religiosas de la Concepción de Córdoba. Fruto de este enlace nacen seis niñas y un varón. En 1682 nace su primogénita, Inés Francisca, a la que la seguiría Josefa, la tercera se llamaría María Feliz –que habría de ser notable imaginera– nació  el 17 de mayo de 1691, le siguió Luciana –dotada de idéntica sensibilidad artística– que vino al mundo el 8 de enero de 1694, la quinta hija fue Francisca Xaviera, nacida en 1697; cinco años mas tarde llegaría Ignacia Mª y finalmente Jorge Alonso en 1704. Todos fueron bautizados en la iglesia parroquial de Santiago.

Comienzan a despuntar sus dotes artísticas en el taller de su padre, donde colaboraron con éste en sus trabajos. La muerte le sorprende a Jorge de Cueto en 1722, estando entonces en plena madurez profesional. Tras el óbito, las hermanas María y Luciana se hacen cargo del taller del padre trasladándose a la calle Alta y Baja, a una casa cercana al denominado Rincón de las Beatas donde pasarían la mayor parte de su vida junto con su madre y sus hermanas Josefa y Francisca Xaviera, que posiblemente colaboraban en la preparación de los materiales para los trabajos, e incluso realizando las vestiduras de las imágenes de canastilla o candelero. No fue fácil el comienzo de estas artistas ya que en esta época las mujeres estaban supeditadas a los menesteres del hogar y exentas de capacidad jurídica propia. Sus primeros trabajos documentados hasta ahora datan de 1727 en las que son nombradas como “las niñas de Jorge de Cueto”.

Niño Jesús, "Tendidito". Convento de Santa Clara, Montilla.

Pronto comienzan a crear un estilo propio dentro de la imaginería barroca, realizando todo tipo de imágenes de diferentes tamaños y técnicas de ejecución, cargadas todas de adornos florales y vegetales, plenas de espiritualidad y dulzura, que las hermanas Cueto y Enríquez de Arana imprimieron un llamativo carácter femenino. Durante toda su vida trabajaron en Montilla, donde se conserva la mayor parte de su obra artística. Los vecinos comenzaron a llamarlas con el sobrenombre de Las Cuetas, apareciendo así en numerosos documentos. Con el paso del tiempo se alcanzan cierto prestigio artístico dentro de los dominios del ducado, realizando trabajos para los pueblos de Aguilar de la Frontera, La Rambla y Moriles, entre otros.

Las Señoras Cuetas conocieron a otros artistas contemporáneos suyos, trabajaron conjuntamente con el tallista sevillano afincado en Montilla Gaspar Lorenzo de los Cobos, que realizó gran parte de los retablos del siglo XVIII en la ciudad, colaborando las hermanas Cueto con la imaginería de los mismos. También, recibieron muchos encargos de casas particulares y, sobre todo, de familiares de novicias que ingresaban en los conventos de clausura. En 1759 fallece Inés, su madre, la cual recuerda en su testamento con palabras de alabanza a sus hijas, declarando: “mis cuatro hijas han hecho y costeado con la industria y trabajo de sus manos toda la ropa y alhajas de su uso y adorno de sus personas y la mayor parte de las alhajas de la casa”.

Niño Jesús, "Sentadito".
Convento de Santa Clara, Montilla.
Años más tarde, en 1766, moriría Dª María, la mayor de las hermanas, rompiéndose así la unión de trabajo mantenida durante decenios en el taller familiar de Las Cuetas. Una década después, en 1775 falleció Dª Luciana, la menor de las imagineras. En su prestigioso taller se habían pintado, tallado y modelado incontables obras de arte, que siglos después guardan celosamente los templos y monasterios de la campiña alta cordobesa, y que es una buena muestra y ejemplo de la tradición plástica montillana del siglo XVIII. A modo de ejemplo, citaremos las palabras de un contemporáneo, el presbítero e historiador Antonio Jurado y Aguilar, quien en su Historia de Montilla (manuscrita en 1776) afirma: “…como son y fueron las señoras Cuetas, que en la escultura, perfección, simetría de las imágenes apenas se le encuentra cotejo en las dos Andalucías, llenas ambas de prodigiosas hechuras de sus virtuosas manos”.

Este pasado año de 2000, el Exmo. Ayuntamiento de Montilla, ha rendido un merecido homenaje a estas paisanas e hijas de la ciudad. Comenzando el día 8 de marzo dedicándole un Pleno Extraordinario; posteriormente, en septiembre, se organizó una exposición antológica que fue visitada por miles de cordobeses; para colofón de estos actos conmemorativos se ha publicado en el mes de diciembre un libro, que pretende ser a la vez catálogo de sus obras en el que se recogen todos los datos y documentos encontrados hasta ahora, relacionados con la biografía e iconografía que estas mujeres dejaron por testigo de su presencia en el Arte y la Historia de su tierra natal.

*Publicado en la revista ESCUELA DE IMAGINERÍA. Año VIII, nº 28. Primer trimestre, 2001.

domingo, 5 de julio de 2015

SAN FRANCISCO SOLANO Y SUS HOMÓNIMOS MONTILLANOS*

El misionero San Francisco Solano.
Óleo/lienzo que se conserva en el oratorio San Luis.
Los archivos históricos de Montilla han tenido durante siglos el privilegio de registrar entre sus legajos nombres y apellidos que han trascendido de los límites del viejo reino de Córdoba, y que hoy los podemos encontrar citados en la extensa historiografía española. Uno de ellos es el párvulo Francisco, hijo de Mateo Sánchez Solano y Ana Ximénez Hidalgo, que fuera inscrito el 10 de marzo de 1549 en el libro segundo de bautismos de la Parroquial de Santiago. Tras su ingreso en la Orden Franciscana, los ecos de santidad que perseguían al asceta Fray Francisco Solano –nombre y apellido– se vieron incrementados cuando el recoleto fraile decidió poner rumbo a las Indias Occidentales, para llevar a los naturales de aquel Nuevo Mundo el Evangelio y el Crucifijo. A los quince días de su fallecimiento, acaecido en Lima el 14 de julio de 1610, se abriría su proceso de beatificación, comenzando así su peregrinaje hacia los altares y la popular consideración de santo y protector.
Solano, apellido originario de Navarra, no sólo ha dado vástagos montillanos a la religión sino que también podemos encontrar este ilustre apellido en otros paisanos que sobresalieron en las ciencias, las artes, las letras o las armas.

Tal es el caso de Juan del Barranco Solano, que nació en la calle del Sotollón en diciembre de 1658 y tras servir a la corona española durante varios años en Sicilia, –y al igual que Fray Francisco Solano– embarcó rumbo al Nuevo Mundo. Partió en 1693 como ayudante de teniente de Maestre de Campo General, y su brillante trayectoria le hizo alcanzar años después la Capitanía General y Gobernación de Isla Española (en la actualidad República Dominicana y Haití), como también regentó la presidencia de la Audiencia y Real Chancillería de Santo Domingo, su capital. Juan del Barranco Solano, regresaría a Montilla en 1710, falleciendo nueve años más tarde.

También cabe recordar otro Solano de apellido que dio luz a la intelectualidad científica europea en plena ilustración, como fuera el caso de Antonio Pablo Fernández Solano, que naciera en 1744 y muriera en 1823 en su casa solariega de la calle San Juan de Dios. Antonio Pablo inició su carrera académica en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz. Más tarde ocuparía la cátedra de Física Experimental de los Reales Estudios de San Isidro de Madrid. Pensionado por el Gobierno español, se traslada a Londres y París, donde participó en varios congresos científicos, en los que su popularidad entre los círculos intelectuales europeos le hizo ganarse el sobrenombre de “Sabio Andaluz”. Tras su regreso a España, fue nombrado profesor de Fisiología e Higiene del Real Colegio de San Carlos de Madrid, magisterio que ejerció hasta su retiro en 1796, por enfermedad, a su tierra natal.

Estos son claros ejemplos de la trascendencia del apellido Solano en Montilla, que con el correr del tiempo y la beatificación del seráfico Francisco Solano el 25 de enero de 1675, el apellido pasó a utilizarse como nombre compuesto. Ese mismo año, en el mes de agosto, se bautizaría en la Parroquial de Santiago el primer niño con el nombre de “Francisco Solano” y la primera fémina en 1708, signo evidente de la veneración que los montillanos profesaban por su paisano.

Es a partir de esta fecha cuando el nombre de Solano eclipsa al apellido, hasta tal punto que en muchas de las familias de la ciudad se bautizarán a uno de los hijos con el nombre del Santo Patrono.

Varios han sido los montillanos insignes que han llevado este nombre. Podemos traer a la memoria al doctor Francisco Solano de Luque (1684 – 1738), incansable investigador médico, que fuera renombrado como “El Pulsista” por sus dilatadas observaciones, descubrimientos y publicaciones sobre el pulso. Como también al catedrático de la Imperial Universidad de Granada, Francisco Solano Ruiz Polonio, que escribiera en verso la Vida del clarísimo Sol Montillano y la publicara en 1789.

Y asimismo podemos evocar al artista decimonónico Francisco Solano Requena de Algaba, que ejerció como Jefe del equipo de restauración del Museo Provincial de Sevilla y también Profesor en la Escuela de Bellas Artes y Oficios Artísticos de la capital hispalense, ocasión por la cual tuteló los primeros pasos de la vida y formación académica en las artes plásticas a José Santiago Garnelo y Alda, otro gran solanista en cuya obra de temática religiosa dejó plasmada su devoción por San Francisco Solano. Al pincel del profesor Requena debemos el conocido lienzo que representa al Patrono de Montilla evangelizando a los nativos del Perú, que se encuentra en el Ayuntamiento de nuestra ciudad.

Todos estos Solanos –de apellido o de nombre– guardan en común la bendita gracia de haber recibido las aguas bautismales en la misma pila donde la recibiera el hijo de Mateo Sánchez y Ana Ximénez.

*Artículo publicado en el Diario Córdoba, separata especial Feria de El Santo de 2009.

lunes, 8 de junio de 2015

LA DEVOCIÓN ROMERA A NTRA. SRA. DE LA CABEZA EN MONTILLA*


Las tierras béticas se vieron invadidas por los árabes en el siglo VIII, los cuales impusieron su religión y cultura a los nativos y descendientes hijos de aquella Hispania que comenzó a cristianizar el Apóstol Santiago El Mayor (Patrono de España). La cristiandad se tuvo que refugiar en el norte de la Península Ibérica llevándose consigo sus recuerdos y dejando escondidos otros para que no fueran profanados por los invasores musulmanes.

Pintura en óleo sobre lienzo de finales del XVII que se conserva en
el museo del Santuario de la Virgen de la Cabeza en Sierra Morena.
Tras la reconquista del monarca castellano Fernando III, El Santo, a los pueblos y villas del valle del Guadalquivir jienense, en 1224 toma la ciudad de Andújar, donde tres años más tarde en la madrugada del 11 al 12 de agosto un pastor llamado Juan de Rivas, natural de Colomera, pueblo que estaba bajo el dominio musulmán del reino de Granada del cual había huido por ser perseguido por sus creencias; éste encontró entre peñas y matorrales en un cerro que llamaban del Cabezo, una pequeña imagen de Nuestra Señora, la cual le dijo entre otras palabras: “No temas, siervo de Dios, sino llégate a Andújar y dirás cómo ha venido el tiempo en que la divina voluntad se ejecute, haciéndome en este sitio donde estoy un templo, en que se han de obrar portentos y maravillas en beneficio de las gentes”[1].

Tras estos milagrosos hechos, la imagen de la Stma. Virgen se comienza a venerar en la ciudad de Andújar hasta que una vez alejada la frontera de la reconquista cristiana de aquellas tierras, se construye una pequeña ermita de estilo gótico en la cumbre del cerro donde se apareció, entre los años 1287 y 1304. Durante siglos posteriores, la devoción a esta imagen va creciendo llegándose a formar una cofradía en el siglo XV, para organizar la romería el segundo domingo de abril; en 1505 son aprobados sus primeros estatutos[2]. Una vez organizada la romería comienzan a constituirse cofradías filiales en los pueblos y ciudades cercanas, cuyo radio devocional se irá ampliando por todo el país con el paso de los años, situando el foco principal de su devoción entre los pueblos de las campiñas de Córdoba y Jaén. Tal fue el auge de popularidad de la romería que hasta el propio Miguel de Cervantes Saavedra le dedica varias líneas en su Persiles y Segismunda, durante su estancia por las tierras jiennenses en 1592.

Vista del Santuario de Ntra. Sra. de la Cabeza en Sierra Morena,
donde peregrinaba la cofradía filial montillana en romería para
sumarse junto a las demás cofradías del Reino el último domingo
de abril. En la actualidad, superados los conflictos sociales de los
siglos XIX y primera mitad del XX, esta romería vuelve a ser una
de las manifestaciones marianas más celebradas de España.
La primitiva ermita tuvo que ser sustituida por un santuario –de estilo renacentista– realizado en la segunda mitad del siglo XVI, el cual existió en buen estado de conservación hasta 1936, año que fue asediado y posteriormente reducido a escombros por la aviación y artillería del ejército republicano, durante la última Guerra civil española. Años más tarde sería reconstruido el conjunto artístico y arquitectónico del Santuario por la Dirección General de Regiones Desbastadas, bajo la dirección del arquitecto Francisco Prieto Moreno, que siguió fielmente el trazado original de la fábrica primitiva demolida[3].

LA COFRADÍA FILIAL MONTILLANA

La cofradía montillana se instaura en la Parroquia Mayor de Santiago Apóstol, la primera referencia oficial que se conoce de ésta, data del día 15 de Mayo de 1591 cuando el visitador general del obispado de Córdoba, Don Pedro Fernández de Valenzuela solicita al mayordomo de la cofradía Marcos Ruiz de Alba, comparecer ante él para tomar cuenta de los ingresos y gastos de dicha cofradía. En la relación de limosnas de trigo y aceite que hace el pueblo a la cofradía, el notario del obispado Alonso Pérez describe su reciente nacimiento: “...y se fundó la cofradía que es nueva [...] por el pueblo entre los vecinos de El como paresció por un libro...”. Dicha cuenta, muestra los gastos de la cofradía en ese año, donde ésta adquiere los enseres y ornamentos necesarios para la romería, “...ochocientos y noventa reales que pago a Juan Batista de Espinosa bordador vecino de Cordova a quenta de un estandarte que esta haziendo de terciopelo carmesí bordado de oro y en una corona de plata para Nuestra  Señora, cuatro cetros dorados y estofados, cera, misal y salario del munidor e ir a Anduxar a Nuestra Señora de la Caveça a la fiesta y otros gastos como paresció por la relación de su libro en partidas.”[4]

De la imagen de la Virgen no alude el documento nada, posiblemente fuera costeada y donada por un devoto particular. El primer hermano mayor o prioste de la cofradía fue Francisco Rodríguez Aparicio desde su fundación hasta 1594, año que le sucede en el cargo Antón Ximénez Mercader.

Detalle del Cuadrante de Cultos y 
Fiestas que celebraba la cofradía 
filial montillana en el siglo XVII.
Por referencias del Archivo Municipal de la ciudad, sabemos que el año de 1600 el depositario del consistorio Juan Mora descarga “414 ½ reales a favor de la cofradía de Ntra. Sra. de la Cabeza para tafetán y seda y hechura de la bandera” que se hizo para dicha cofradía, ya que ésta había cedido su primitivo estandarte por solicitud del Concejo para los soldados de la milicia montillana que fueron al socorro de Cádiz. Más tarde, en 1639 el entonces hermano mayor de dicha cofradía, Juan López del Mármol, solicita ayuda económica para arreglar una tienda que la cofradía tenía en la Plaza, ya que ésta había sufrido daños con las lluvias invernales de ese año[5].

En los años de su fundación, la cofradía filial montillana hace un pequeño altar a su titular en el templo parroquial en la nave de la epístola entre la torre y campanario y la puerta baja, que da salida a la calle de la Yedra. Este retablo estaba introducido poco más de un metro en la pared, enmarcado por un arco apuntado o gótico (en la actualidad esta tapiado y sobre él un lienzo de grandes dimensiones dedicado a San Francisco Solano, obra del genial pintor José Santiago Garnelo y Alda).

El 30 de diciembre de 1694 el que fuera hermano mayor o prioste de esta cofradía, Miguel de Luque Flores, acuerda con el hermano mayor de la cofradía de Ntra. Sra. del Rosario, Francisco Ximénez Rubio, en cambiar los altares de ambas imágenes, ya que Ntra. Sra. del Rosario recibía culto en otro retablo similar que estaba en la misma nave de la epístola, pero éste lo enmarcaba un arco de medio punto que está entre la capilla de San Andrés y la antigua capilla del Sagrario[6].

Este cambio de altares fue a causa del comienzo del alzado de la capilla y sacristía barroca de Ntra. Sra. del Rosario que hoy conocemos, ya que esta cofradía toma gran relevancia durante este siglo. En la escritura de permuta, el hermano mayor de ésta  solicita hacer la nueva capilla si el obispado da permiso para hacer una cripta funeraria para que se puedan enterrar los cofrades difuntos de la misma.

La cofradía de Ntra. Sra. de la Cabeza tenía en propiedad una casa a los pies del Santuario en Sierra Morena, que llamaban “tienda” donde se hospedaban durante los cultos romeros del último domingo de abril[7]. Pero en 1773 la romería sufriría un duro golpe, ya que el monarca Carlos III decretó la disolución de todas las cofradías de la Virgen de la Cabeza y prohibió la romería. La cofradía filial montillana soportó –intramuros– durante nueve años su anulación oficial pero siguió dando culto a su imagen en Montilla hasta que nuevamente el mismo monarca derogó el decreto volviendo los romeros a visitar cada año el Santuario de La Morenita. En los primeros años del siglo XIX, se volvió a suspender la romería por una epidemia que asoló Andalucía y por la invasión francesa de 1809 que por seguridad de la imagen, la cofradía matriz trasladó a Andújar.

LOS CULTOS CELEBRADOS POR LA COFRADÍA

Los cultos anuales que celebra esta cofradía, comienzan con la visita en romería que hacían al santuario de la Virgen de la Cabeza en el término de la ciudad de Andújar por los montes de la Sierra Morena el último domingo de Abril, como tenía instituido la cofradía matriz. Aparte, la filial montillana también organizaba sus cultos en la Parroquia de Santiago. Uno de ellos estaba dedicado a la Gloriosa Resurrección de Jesucristo, que comprendía de un triduo en su honor, comenzando el Domingo de Resurrección.

Comenzaba este día con el toque de Maitines a las cuatro de la madrugada, empezando después la misa cantada presidida por el Preste acompañado del personal de la parroquia que esa noche dormían en la casa del Sacristán. Este día aparecía el templo parroquial vestido con el terno blanco de tisú, seis velas en el Altar Mayor y cuatro para el Señor Resucitado que estaba en su trono para la procesión claustral. Además, organizaba la Cofradía le dedicaba el Triduo durante este día y los dos posteriores, el cual comenzaba con el repique de campanas al Alba y seguidamente la santa misa, que el primer día era Misa Mayor con música en Vísperas, el día segundo con música de órgano y el tercer día con Sermón. Durante los tres días el templo parroquial estaba abierto hasta las diez y media de la mañana[8].

Virgen de la Cabeza que se venera en el Santuario de Sierra Morena,
término de Andújar. La actual imagen es obra del escultor granadino
José Navas Parejo, realizada a comienzos de los años 40, copia de
la original bizantina, desaparecida en los sucesos de la Guerra Civil.
Otra de las celebraciones organizadas por la cofradía tenía lugar el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, Pentecostés, donde ésta celebraba una función solemne en honor de su titular. Los años que no iban en romería a Sierra Morena procesionaban a su imagen de la Virgen de la Cabeza por las calles de nuestra ciudad, recorriendo el mismo itinerario que la procesión de la Octava del Corpus[9], por las calles: Iglesia, Torrecilla (Gran Capitán), Llano del Palacio de los Duques de Medinaceli, Monasterio de Santa Clara,  Oratorio y calle de San Luis, La Tercia (San Juan de Avila), Plaza de La Rosa, La Cárcel (Arcipreste Fernández Casado), Iglesia y vuelta al templo Parroquial. La procesión se realizó con regularidad desde 1773 (año que se prohíbe la romería) hasta 1785, según los registros del Archivo Parroquial de Santiago.

Otro culto que celebraba la cofradía era una fiesta solemne en los días de la Navidad, cuando organizaba la primera misa del día 26 de diciembre, conocido popularmente como el día de El Aguinaldo[10].

De la cofradía filial montillana no conocemos datos de su existencia ya en el siglo XIX, donde es probable que desapareciera en la primera década decimonónica, tras los hechos antes citados. Tampoco queda ningún vestigio –que conozcamos– del estandarte con el que peregrinaban en romería hasta Sierra Morena, el cual en la delantera llevaba plasmada una pintura la Virgen de la Cabeza y en su reverso el escudo de armas de Montilla. La imagen titular está desaparecida, y sólo sabemos que el arco y hornacina del templo parroquial donde se veneró fue ocupado por la imagen del Ecce Homo en 1809, cuando la cofradía de la Vera Cruz se traslada desde su ermita, obligada por los sucesos napoleónicos.

Como testimonio de su existencia nos quedan los documentos citados que han servido para componer este artículo y a su vez enriquecer el patrimonio cofrade que goza nuestra ciudad, y así dar a conocer una de las diferentes formas de veneración y culto a la Virgen Santísima que los montillanos hemos tenido con el paso de los siglos, superando una vez tras otra las vicisitudes y cambios sociales que ha sufrido nuestra ciudad.

*Artículo publicado en la revista local "Verde y Oro", en Septiembre de 2001.

FUENTES DOCUMENTALES


[1] VV.AA. Andújar y la romería de la Virgen de la Cabeza. León, 1982. 
[2] FRIAS MARÍN, R. Las cofradías y el santuario de Ntra. Sra. de la Cabeza en el siglo XVI,
 Marmolejo, 1997.
[3] VV. AA. Andújar y la...
[4] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro 2º de capellanías, f. 308.
[5] DE CASTRO PEÑA, I.: Archivo Histórico Municipal de Montilla. Cofradías (Presentación),
 Montilla, 2000, p., 18.
[6] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla, Leg. 282, fols. 333 – 335 v.
[7] LORENZO MUÑOZ, F de B. Historia de Montilla (MS, 1779). p. 45.
[8] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L., La liturgia en la Semana Santa montillana del siglo XVIII. En “Una Estrella en el camino”, pp. 23 – 27. Montilla, 2001. 
[9] APSM. Cuadrante de cultos parroquiales, s.f.
[10] APSM. Arancel y Decretos, s.f. Año de 1645.

domingo, 19 de abril de 2015

DE CABALLERO A CABALLERO. EL GRAN CAPITÁN EN LAS PÁGINAS DEL QUIJOTE.

Nos encontramos inmersos en la conmemoración el V centenario de la muerte de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que sin lugar a dudas es el vástago de mayor proyección que ha dado Montilla a la Historia.

Su influencia sobre la sociedad moderna y contemporánea la evidencian sus gestas militares y dotes de estadista, patentes en la numerosa bibliografía que desde sus primeras campañas italianas, en las postrimerías del siglo XV, ha venido produciendo a través de los tiempos el inagotable halo del personaje.

Insólito retrato del Gran Capitán, incluido en la obra
"Ilustración del Renombre de Grande", impresa en 1638.
(Biblioteca Nacional de España)

El Gran Capitán ha sido objeto de estudio de incontables intelectuales, desde el humanista italiano Paolo Jovio –coetáneo de Gonzalo– hasta historiadores actuales como Ruiz-Domènec o Calvo Poyato. Del mismo modo, su nombre, gloria y posterior olvido han sido utilizados por grandes autores como recurso narrativo en sus obras literarias.

Uno de ellos es el gran capitán de las letras Miguel de Cervantes Saavedra. Un desventurado soldado de los tercios españoles –de los que fue su precursor Gonzalo de Córdoba– cuya azarosa vida castrense le hace permanecer en la Italia hispánica más de cinco años. Durante este periodo, estuvo alistado en los Tercios de Moncada y Figueroa respectivamente, y participará en varias expediciones por el Mediterráneo siendo la de mayor resonancia la batalla naval de Lepanto. No obstante, pasará largas temporadas acuartelado en la bella ciudad de Nápoles, capital española en la península itálica cuyo reino había sido incorporado apenas medio siglo atrás por Gonzalo Fernández de Córdoba a la monarquía hispánica, del que fue su primer Virrey y Condestable.

En pleno siglo XVI el Gran Capitán es un mito para los italianos y para la milicia europea en general, dados sus triunfos en el campo de batalla y sus logros diplomáticos. El soldado aventajado Miguel de Cervantes se impregna de todo este escenario al que no es ajeno durante su estancia en la ciudad del Vesubio, como quedará reflejado en su producción literaria.

Tal es el caso que nos ocupa, ya que en la primera parte de su obra más universal, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicada en 1605, el Manco de Lepanto hace referencia a Gonzalo Fernández de Córdoba hasta en siete ocasiones, cinco de ellas en el capítulo 32, una en el capítulo 35 y, por último, en el capítulo 49.

Portada de la edición príncipe de la primera
parte del Quijote, donde Cervantes hace
alusión al Gran Capitán hasta en siete ocasiones
(Biblioteca Nacional de España)
El capítulo 32 forma parte de la segunda salida del Caballero de la Triste Figura y “trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote” en Sierra Morena. Allí, el iletrado ventero “sacó una maletilla, cerrada con una cadenilla” que dijo ser de un huésped que la dejó olvidada, “y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos a mano. El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia; y el otro, de Félixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes.”

Después de inspeccionar el cura los libros, mandó llevar a la chimenea los dos primeros por “cismáticos”, a lo que el ventero en desacuerdo replica al clérigo: “Mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y de ese Diego García”. Entonces, el cura le argumentó que aquellos eran libros “mentirosos y están llenos de disparates y devaneos”, y por el contrario “este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo merecido”. Tras una breve discusión, el ventero, inflamado y enfurecido, increpó a los presentes con: “¡Dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice!”, y objetó al clérigo que había de guardarlos por si el huésped volvía a por la maleta.

El libro al que hace referencia Cervantes se trata de la Cronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar: en la qual se contienen las dos conquistas del Reyno de Napoles… con la vida del famoso cauallero Diego Garcia de Paredes nueuamente añadida a esta historia. Esta obra, anónima, fue impresa en Sevilla en 1580 y 1582 por Andrea Pescioni, y posteriormente vio la luz en Alcalá de Henares, en 1584, gracias al impresor Hernán Ramírez (de cuya edición se conservan dos ejemplares en la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque).

Portada de la Crónica del Gran Capitán,
con la vida de Diego García de Paredes.
Edición de 1584 en Alcalá de Henares.
(Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque)
Retomando el hilo cervantino de aquella “maletilla, cerrada con una cadenilla”, en su interior se hallaban “unos papeles de muy buena letra, escritos a mano”, que resultaron ser las novelas Rinconete y Cortadillo (Cap. 47) y El Curioso impertinente, esta última leída en voz alta a los alojados en la posada andaluza después de la disputa entre el cura y el ventero, cuya narración ocupa los tres capítulos siguientes del Quijote. Y decimos esto, porque la trama del relato acontece en Italia y en el desenlace de la misma (Cap. 35) nuevamente aparece Don Gonzalo –ahora como general invicto– dado que uno de los protagonistas, Lotario, “había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles”.

Una vez más, Cervantes manifiesta conocer de primera mano la vida y hechos italianos del Gran Capitán, recurso que utiliza para enrolar ficticiamente a Lotario en el bando francés bajo las órdenes del joven Odet de Foix, señor de Lautrec que, efectivamente, fue vencido en la memorable batalla de Ceriñola por las tropas españolas al mando de nuestro gran Gonzalo, un siglo antes de que la primera entrega del Quijote saliera de la imprenta de Juan de la Cuesta.

Por último, en el capítulo 49, Miguel de Cervantes recurre al diálogo entre el canónigo y don Quijote donde el primero aconseja al caballero andante que para recobrar la cordura debe olvidar los libros de caballerías “que son todos mentira y liviandad, […] falsos y embusteros”, y le anima a centrar sus lecturas en aquellas “que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra”. Para ello, le propone leer las historias de los grandes nombres que ha dado el arte de la guerra, “que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes”.

Entonces, Cervantes –en palabras del canónigo– introduce una loable nómina de grandes estrategas a quien propone como ejemplo a seguir al trastornado Alonso Quijano: “Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago; un Alejandro, Grecia; un Conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya lección de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren”.

Como vemos, nuestro paisano fue uno de los más venerados personajes del  veterano soldado Miguel de Cervantes, quien ofrece en su Quijote fervientes testimonios de admiración y respeto al que después de sus campañas italianas fuera duque de Santángelo, Terranova, Sessa, Andría, Montalto, Torre-mayor, y marqués de Bitonto, entre otras distinciones.

Gonzalo Fernández de Córdoba entra victorioso en Nápoles tras ganar la célebre batalla de Ceriñola

Aunque, es muy probable que la admiración por el Gran Capitán surgiera de Cervantes durante su infancia, en tierras cordobesas. Como es conocido, la ascendencia paterna del escritor lo retrata. Sus abuelos, Juan de Cervantes y Leonor Fernández de Torreblanca, nacen y fallecen en Córdoba. Su padre, Rodrigo, nace en Alcalá de Henares porque la familia se desplaza en función de los cargos oficiales que desempeña el abogado Juan de Cervantes, quien estuvo al servicio del Real Fisco de la Inquisición, de la Corona, del Duque del Infantado y, a partir de 1541 del III Duque de Sessa, Gonzalo Fernández de Córdoba y Fernández de Córdoba, nieto y heredero del Gran Capitán que –al igual que su abuelo– ocupó altos cargos de Estado durante la hegemonía hispánica en Italia.

En 1541 el licenciado Juan de Cervantes es nombrado Alcalde Mayor de sus estados de Baena, condado de Cabra y vizcondado de Iznájar. Tras asumir el nuevo cargo, la familia Cervantes se traslada a Cabra, donde Juan será varios años Alcalde Mayor, oficio que después ejercerá su hijo Andrés durante varias décadas, cuya rama familiar se establece definitivamente en aquella jurisdicción señorial.

Sin embargo, el otro hijo varón del licenciado no corrió igual suerte que su familia asentada en tierras cordobesas, Rodrigo y su prole deambuló por Alcalá, Madrid y Valladolid. Huyendo de sus deudas volvió al viejo Reino de Córdoba, donde su padre era un autorizado jurista de la Corona y su hermano Andrés alcalde en la noble villa egabrense. Son los años de la infancia de Miguel, etapa oscura de su vida que no pocos cervantistas sitúan junto a su parentela cordobesa.

La figura del Gran Capitán perdura en la retina del vecindario cordobés, sus ancestros descansan en la Real Colegiata de San Hipólito y, además, Gonzalo fue hermano y benefactor de la Hermandad de la Santa Caridad, en cuyo hospital ejercerá Rodrigo de Cervantes como médico-cirujano.

Ni que decir tiene, que si el nombre del Gran Capitán resplandecía en la capital, en los señoríos del sur del viejo reino aún más notable era su recuerdo, ya que los titulares de aquellos vastos feudos eran Fernández de Córdoba. Si, como indican algunos cervantistas, Miguel de Cervantes pasó su infancia al calor del abuelo paterno, no sólo hay que ubicarlo a orillas del Guadalquivir sino que cabe la probabilidad de que pasara ciertas temporadas en Baena y Cabra, donde el apellido Cervantes era querido y respetado –como muestra la documentación publicada–, cuyos miembros (Juan y Andrés) ejercieron el poder señorial en nombre del único nieto varón del Gran Capitán.

Pero la relación de Miguel de Cervantes con el III Duque de Sessa no acaba aquí. Anecdóticamente, varios de los documentos conocidos sobre su vida castrense fueron rubricados por el citado noble, el cual también hizo sus tanteos en el campo literario de la poesía.

Miguel de Cervantes retratado por
Célestin Nanteuil. Siglo XIX.
(Biblioteca Nacional de España)
A finales de 1574 en Palermo se le paga al soldado aventajado Miguel de Cervantes cierta cantidad atrasada por sus servicios, por orden del Duque de Sessa. Al año siguiente, cuando los hermanos Miguel y Rodrigo se disponían a volver a su tierra natal la galera en la que viajaban, El Sol, fue apresada por unos corsarios berberiscos que la conducen hasta Argel, lo que supondrá a Miguel cinco años de cautiverio africano. Llevaba consigo dos cartas de recomendación, una de Don Juan de Austria y otra del Duque de Sessa, lo que hizo suponer a sus captores la importancia del personaje y, por ende, su elevado rescate.

Conocedora su madre, Leonor de Cortinas, del secuestro de sus hijos inició una serie de trámites en 1578 para su liberación, fundamentados en un documento otorgado a su favor por el ya anciano Duque Sessa en Madrid, donde certifica la conducta y servicios de Miguel de Cervantes. Este documento será vital para que el rey Felipe II autorice la tramitación de su rescate. Finalmente, el cautivo de Argel será liberado por los padres trinitarios en 1580 y vuelve a España.

Sus grandes valedores, Juan de Austria y el Duque de Sessa, habían fallecido en octubre y diciembre de 1578 respectivamente, agotándose así la protección que la casa ducal ofreció en tantas ocasiones a la familia Cervantes. Aunque Miguel parece mantener cierta amistad con los cortesanos del desaparecido noble, ya que en los preliminares de sus Novelas Ejemplares (1613) aparecen cuatro poemas laudatorios, de los cuales el segundo de ellos está firmado por “Fernando Bermúdez y Carvajal, camarero del Duque de Sessa”.

El veterano soldado de Lepanto dejará patente a lo largo y ancho de su obra las vicisitudes que le acompañaron en sus días, pero ello no fue óbice para sentirse orgulloso de haber formado parte de aquellos temidos Tercios que ensancharon las fronteras hispánicas por la vieja Europa, cuyo origen tuvo lugar en Italia gracias al ingenio de Gonzalo Fernández de Córdoba, el cual, en palabras del mismo Cervantes, “por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo merecido”.


BIBLIOGRAFÍA:

ASTRANA MARÍN, Luis: Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. 7 vols. Madrid: Reus, 1948-58.
CANAVAGGIO, Jean: Cervantes. Madrid: Espasa Calpe, 1997.
CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de: Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario de la primera parte. Madrid: RAE/Alfaguara, 2005.
RUIZ-DOMÈNEC, José Enrique: El Gran Capitán, retrato de una época. Barcelona: Península, 2002.