lunes, 20 de julio de 2015

LAS HERMANAS CUETO, DOS IMAGINERAS DE MONTILLA*

La ciudad de Montilla, perteneciente a la provincia de Córdoba, es famosa por sus vinos de gran calidad, porque en ella nació Don Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido universalmente como “El Gran Capitán”. Esta tierra también fue madre de San Francisco Solano, Apóstol de las naciones hispanoamericanas; ciudad escogida por San Juan de Ávila, conocido como el Maestro de Santos, para fijar su residencia hasta la hora de su muerte, en su modesta casa escribió venerables cartas, epístolas, libros y  documentos que envió al Concilio de Trento que fueron de gran ayuda en la contrarreforma. Pero Montilla no es sólo esto, ya que esta noble ciudad fue durante los siglos XV al XVIII capital del estado de los Fernández de Córdoba, linaje que ostenta el Marquesado de Priego y Ducados de Feria y Medinaceli, entre otros.

Virgen del Carmen.
 Convento de Santa Clara, Montilla.
Esta familia, que gobierna las tierras de la campiña alta cordobesa, comienza a poblar de templos, monasterios y ermitas la entonces villa, comenzando así un movimiento artístico, cultural y espiritual que la eleva notablemente de las demás poblaciones del viejo reino de Córdoba. Gracias a estos mecenas, desde principios del siglo XVI en Montilla se comienzan a realizar las monumentales obras de los monasterios de San Lorenzo, Santa Clara, San Agustín, el colegio de la Compañía de Jesús y la gran reforma que se lleva a cabo en la parroquia mayor de Santiago Apóstol. En este tiempo, Montilla es punto de referencia para artesanos y artistas que ven en ésta un esperanzador futuro, a la cual emigran desde tierras sevillanas, granadinas y cordobesas. De entre estos artistas podemos citar algunos, en el siglo XVI  fijan su residencia los hermanos Francisco y Juan de Castillejo, el primero pintor y dorador, y el segundo carpintero, ambos procedentes de Córdoba, también  llegan de esta ciudad otros dos hermanos, Pedro y Francisco Delgado, ambos pintores; otro cordobés es el carpintero Juan de Mesa “el Mozo” del que se conservan varias obras documentadas. En el siglo XVII trabaja en Montilla el escultor portugués Rodrigo de Mexía, el sevillano Pedro Roldán, maestro del montillano Cristóbal de Guadix e, igualmente, el imaginero granadino Pedro de Mena recibe encargos de la casa ducal.

En el último tercio del siglo XVII llega a la ciudad el tallista y artesano Jorge de Cueto y Figueroa procedente de Córdoba, fija su residencia en la calle de La Enfermería donde conoce a su futura esposa, Inés Mª Pantoja y Enríquez de Arana, montillana, que nació en 1663. Años más tarde contraen matrimonio en el convento de las Religiosas de la Concepción de Córdoba. Fruto de este enlace nacen seis niñas y un varón. En 1682 nace su primogénita, Inés Francisca, a la que la seguiría Josefa, la tercera se llamaría María Feliz –que habría de ser notable imaginera– nació  el 17 de mayo de 1691, le siguió Luciana –dotada de idéntica sensibilidad artística– que vino al mundo el 8 de enero de 1694, la quinta hija fue Francisca Xaviera, nacida en 1697; cinco años mas tarde llegaría Ignacia Mª y finalmente Jorge Alonso en 1704. Todos fueron bautizados en la iglesia parroquial de Santiago.

Comienzan a despuntar sus dotes artísticas en el taller de su padre, donde colaboraron con éste en sus trabajos. La muerte le sorprende a Jorge de Cueto en 1722, estando entonces en plena madurez profesional. Tras el óbito, las hermanas María y Luciana se hacen cargo del taller del padre trasladándose a la calle Alta y Baja, a una casa cercana al denominado Rincón de las Beatas donde pasarían la mayor parte de su vida junto con su madre y sus hermanas Josefa y Francisca Xaviera, que posiblemente colaboraban en la preparación de los materiales para los trabajos, e incluso realizando las vestiduras de las imágenes de canastilla o candelero. No fue fácil el comienzo de estas artistas ya que en esta época las mujeres estaban supeditadas a los menesteres del hogar y exentas de capacidad jurídica propia. Sus primeros trabajos documentados hasta ahora datan de 1727 en las que son nombradas como “las niñas de Jorge de Cueto”.

Niño Jesús, "Tendidito". Convento de Santa Clara, Montilla.

Pronto comienzan a crear un estilo propio dentro de la imaginería barroca, realizando todo tipo de imágenes de diferentes tamaños y técnicas de ejecución, cargadas todas de adornos florales y vegetales, plenas de espiritualidad y dulzura, que las hermanas Cueto y Enríquez de Arana imprimieron un llamativo carácter femenino. Durante toda su vida trabajaron en Montilla, donde se conserva la mayor parte de su obra artística. Los vecinos comenzaron a llamarlas con el sobrenombre de Las Cuetas, apareciendo así en numerosos documentos. Con el paso del tiempo se alcanzan cierto prestigio artístico dentro de los dominios del ducado, realizando trabajos para los pueblos de Aguilar de la Frontera, La Rambla y Moriles, entre otros.

Las Señoras Cuetas conocieron a otros artistas contemporáneos suyos, trabajaron conjuntamente con el tallista sevillano afincado en Montilla Gaspar Lorenzo de los Cobos, que realizó gran parte de los retablos del siglo XVIII en la ciudad, colaborando las hermanas Cueto con la imaginería de los mismos. También, recibieron muchos encargos de casas particulares y, sobre todo, de familiares de novicias que ingresaban en los conventos de clausura. En 1759 fallece Inés, su madre, la cual recuerda en su testamento con palabras de alabanza a sus hijas, declarando: “mis cuatro hijas han hecho y costeado con la industria y trabajo de sus manos toda la ropa y alhajas de su uso y adorno de sus personas y la mayor parte de las alhajas de la casa”.

Niño Jesús, "Sentadito".
Convento de Santa Clara, Montilla.
Años más tarde, en 1766, moriría Dª María, la mayor de las hermanas, rompiéndose así la unión de trabajo mantenida durante decenios en el taller familiar de Las Cuetas. Una década después, en 1775 falleció Dª Luciana, la menor de las imagineras. En su prestigioso taller se habían pintado, tallado y modelado incontables obras de arte, que siglos después guardan celosamente los templos y monasterios de la campiña alta cordobesa, y que es una buena muestra y ejemplo de la tradición plástica montillana del siglo XVIII. A modo de ejemplo, citaremos las palabras de un contemporáneo, el presbítero e historiador Antonio Jurado y Aguilar, quien en su Historia de Montilla (manuscrita en 1776) afirma: “…como son y fueron las señoras Cuetas, que en la escultura, perfección, simetría de las imágenes apenas se le encuentra cotejo en las dos Andalucías, llenas ambas de prodigiosas hechuras de sus virtuosas manos”.

Este pasado año de 2000, el Exmo. Ayuntamiento de Montilla, ha rendido un merecido homenaje a estas paisanas e hijas de la ciudad. Comenzando el día 8 de marzo dedicándole un Pleno Extraordinario; posteriormente, en septiembre, se organizó una exposición antológica que fue visitada por miles de cordobeses; para colofón de estos actos conmemorativos se ha publicado en el mes de diciembre un libro, que pretende ser a la vez catálogo de sus obras en el que se recogen todos los datos y documentos encontrados hasta ahora, relacionados con la biografía e iconografía que estas mujeres dejaron por testigo de su presencia en el Arte y la Historia de su tierra natal.

*Publicado en la revista ESCUELA DE IMAGINERÍA. Año VIII, nº 28. Primer trimestre, 2001.

domingo, 5 de julio de 2015

SAN FRANCISCO SOLANO Y SUS HOMÓNIMOS MONTILLANOS*

El misionero San Francisco Solano.
Óleo/lienzo que se conserva en el oratorio San Luis.
Los archivos históricos de Montilla han tenido durante siglos el privilegio de registrar entre sus legajos nombres y apellidos que han trascendido de los límites del viejo reino de Córdoba, y que hoy los podemos encontrar citados en la extensa historiografía española. Uno de ellos es el párvulo Francisco, hijo de Mateo Sánchez Solano y Ana Ximénez Hidalgo, que fuera inscrito el 10 de marzo de 1549 en el libro segundo de bautismos de la Parroquial de Santiago. Tras su ingreso en la Orden Franciscana, los ecos de santidad que perseguían al asceta Fray Francisco Solano –nombre y apellido– se vieron incrementados cuando el recoleto fraile decidió poner rumbo a las Indias Occidentales, para llevar a los naturales de aquel Nuevo Mundo el Evangelio y el Crucifijo. A los quince días de su fallecimiento, acaecido en Lima el 14 de julio de 1610, se abriría su proceso de beatificación, comenzando así su peregrinaje hacia los altares y la popular consideración de santo y protector.
Solano, apellido originario de Navarra, no sólo ha dado vástagos montillanos a la religión sino que también podemos encontrar este ilustre apellido en otros paisanos que sobresalieron en las ciencias, las artes, las letras o las armas.

Tal es el caso de Juan del Barranco Solano, que nació en la calle del Sotollón en diciembre de 1658 y tras servir a la corona española durante varios años en Sicilia, –y al igual que Fray Francisco Solano– embarcó rumbo al Nuevo Mundo. Partió en 1693 como ayudante de teniente de Maestre de Campo General, y su brillante trayectoria le hizo alcanzar años después la Capitanía General y Gobernación de Isla Española (en la actualidad República Dominicana y Haití), como también regentó la presidencia de la Audiencia y Real Chancillería de Santo Domingo, su capital. Juan del Barranco Solano, regresaría a Montilla en 1710, falleciendo nueve años más tarde.

También cabe recordar otro Solano de apellido que dio luz a la intelectualidad científica europea en plena ilustración, como fuera el caso de Antonio Pablo Fernández Solano, que naciera en 1744 y muriera en 1823 en su casa solariega de la calle San Juan de Dios. Antonio Pablo inició su carrera académica en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz. Más tarde ocuparía la cátedra de Física Experimental de los Reales Estudios de San Isidro de Madrid. Pensionado por el Gobierno español, se traslada a Londres y París, donde participó en varios congresos científicos, en los que su popularidad entre los círculos intelectuales europeos le hizo ganarse el sobrenombre de “Sabio Andaluz”. Tras su regreso a España, fue nombrado profesor de Fisiología e Higiene del Real Colegio de San Carlos de Madrid, magisterio que ejerció hasta su retiro en 1796, por enfermedad, a su tierra natal.

Estos son claros ejemplos de la trascendencia del apellido Solano en Montilla, que con el correr del tiempo y la beatificación del seráfico Francisco Solano el 25 de enero de 1675, el apellido pasó a utilizarse como nombre compuesto. Ese mismo año, en el mes de agosto, se bautizaría en la Parroquial de Santiago el primer niño con el nombre de “Francisco Solano” y la primera fémina en 1708, signo evidente de la veneración que los montillanos profesaban por su paisano.

Es a partir de esta fecha cuando el nombre de Solano eclipsa al apellido, hasta tal punto que en muchas de las familias de la ciudad se bautizarán a uno de los hijos con el nombre del Santo Patrono.

Varios han sido los montillanos insignes que han llevado este nombre. Podemos traer a la memoria al doctor Francisco Solano de Luque (1684 – 1738), incansable investigador médico, que fuera renombrado como “El Pulsista” por sus dilatadas observaciones, descubrimientos y publicaciones sobre el pulso. Como también al catedrático de la Imperial Universidad de Granada, Francisco Solano Ruiz Polonio, que escribiera en verso la Vida del clarísimo Sol Montillano y la publicara en 1789.

Y asimismo podemos evocar al artista decimonónico Francisco Solano Requena de Algaba, que ejerció como Jefe del equipo de restauración del Museo Provincial de Sevilla y también Profesor en la Escuela de Bellas Artes y Oficios Artísticos de la capital hispalense, ocasión por la cual tuteló los primeros pasos de la vida y formación académica en las artes plásticas a José Santiago Garnelo y Alda, otro gran solanista en cuya obra de temática religiosa dejó plasmada su devoción por San Francisco Solano. Al pincel del profesor Requena debemos el conocido lienzo que representa al Patrono de Montilla evangelizando a los nativos del Perú, que se encuentra en el Ayuntamiento de nuestra ciudad.

Todos estos Solanos –de apellido o de nombre– guardan en común la bendita gracia de haber recibido las aguas bautismales en la misma pila donde la recibiera el hijo de Mateo Sánchez y Ana Ximénez.

*Artículo publicado en el Diario Córdoba, separata especial Feria de El Santo de 2009.

lunes, 8 de junio de 2015

LA DEVOCIÓN ROMERA A NTRA. SRA. DE LA CABEZA EN MONTILLA*


Las tierras béticas se vieron invadidas por los árabes en el siglo VIII, los cuales impusieron su religión y cultura a los nativos y descendientes hijos de aquella Hispania que comenzó a cristianizar el Apóstol Santiago El Mayor (Patrono de España). La cristiandad se tuvo que refugiar en el norte de la Península Ibérica llevándose consigo sus recuerdos y dejando escondidos otros para que no fueran profanados por los invasores musulmanes.

Pintura en óleo sobre lienzo de finales del XVII que se conserva en
el museo del Santuario de la Virgen de la Cabeza en Sierra Morena.
Tras la reconquista del monarca castellano Fernando III, El Santo, a los pueblos y villas del valle del Guadalquivir jienense, en 1224 toma la ciudad de Andújar, donde tres años más tarde en la madrugada del 11 al 12 de agosto un pastor llamado Juan de Rivas, natural de Colomera, pueblo que estaba bajo el dominio musulmán del reino de Granada del cual había huido por ser perseguido por sus creencias; éste encontró entre peñas y matorrales en un cerro que llamaban del Cabezo, una pequeña imagen de Nuestra Señora, la cual le dijo entre otras palabras: “No temas, siervo de Dios, sino llégate a Andújar y dirás cómo ha venido el tiempo en que la divina voluntad se ejecute, haciéndome en este sitio donde estoy un templo, en que se han de obrar portentos y maravillas en beneficio de las gentes”[1].

Tras estos milagrosos hechos, la imagen de la Stma. Virgen se comienza a venerar en la ciudad de Andújar hasta que una vez alejada la frontera de la reconquista cristiana de aquellas tierras, se construye una pequeña ermita de estilo gótico en la cumbre del cerro donde se apareció, entre los años 1287 y 1304. Durante siglos posteriores, la devoción a esta imagen va creciendo llegándose a formar una cofradía en el siglo XV, para organizar la romería el segundo domingo de abril; en 1505 son aprobados sus primeros estatutos[2]. Una vez organizada la romería comienzan a constituirse cofradías filiales en los pueblos y ciudades cercanas, cuyo radio devocional se irá ampliando por todo el país con el paso de los años, situando el foco principal de su devoción entre los pueblos de las campiñas de Córdoba y Jaén. Tal fue el auge de popularidad de la romería que hasta el propio Miguel de Cervantes Saavedra le dedica varias líneas en su Persiles y Segismunda, durante su estancia por las tierras jiennenses en 1592.

Vista del Santuario de Ntra. Sra. de la Cabeza en Sierra Morena,
donde peregrinaba la cofradía filial montillana en romería para
sumarse junto a las demás cofradías del Reino el último domingo
de abril. En la actualidad, superados los conflictos sociales de los
siglos XIX y primera mitad del XX, esta romería vuelve a ser una
de las manifestaciones marianas más celebradas de España.
La primitiva ermita tuvo que ser sustituida por un santuario –de estilo renacentista– realizado en la segunda mitad del siglo XVI, el cual existió en buen estado de conservación hasta 1936, año que fue asediado y posteriormente reducido a escombros por la aviación y artillería del ejército republicano, durante la última Guerra civil española. Años más tarde sería reconstruido el conjunto artístico y arquitectónico del Santuario por la Dirección General de Regiones Desbastadas, bajo la dirección del arquitecto Francisco Prieto Moreno, que siguió fielmente el trazado original de la fábrica primitiva demolida[3].

LA COFRADÍA FILIAL MONTILLANA

La cofradía montillana se instaura en la Parroquia Mayor de Santiago Apóstol, la primera referencia oficial que se conoce de ésta, data del día 15 de Mayo de 1591 cuando el visitador general del obispado de Córdoba, Don Pedro Fernández de Valenzuela solicita al mayordomo de la cofradía Marcos Ruiz de Alba, comparecer ante él para tomar cuenta de los ingresos y gastos de dicha cofradía. En la relación de limosnas de trigo y aceite que hace el pueblo a la cofradía, el notario del obispado Alonso Pérez describe su reciente nacimiento: “...y se fundó la cofradía que es nueva [...] por el pueblo entre los vecinos de El como paresció por un libro...”. Dicha cuenta, muestra los gastos de la cofradía en ese año, donde ésta adquiere los enseres y ornamentos necesarios para la romería, “...ochocientos y noventa reales que pago a Juan Batista de Espinosa bordador vecino de Cordova a quenta de un estandarte que esta haziendo de terciopelo carmesí bordado de oro y en una corona de plata para Nuestra  Señora, cuatro cetros dorados y estofados, cera, misal y salario del munidor e ir a Anduxar a Nuestra Señora de la Caveça a la fiesta y otros gastos como paresció por la relación de su libro en partidas.”[4]

De la imagen de la Virgen no alude el documento nada, posiblemente fuera costeada y donada por un devoto particular. El primer hermano mayor o prioste de la cofradía fue Francisco Rodríguez Aparicio desde su fundación hasta 1594, año que le sucede en el cargo Antón Ximénez Mercader.

Detalle del Cuadrante de Cultos y 
Fiestas que celebraba la cofradía 
filial montillana en el siglo XVII.
Por referencias del Archivo Municipal de la ciudad, sabemos que el año de 1600 el depositario del consistorio Juan Mora descarga “414 ½ reales a favor de la cofradía de Ntra. Sra. de la Cabeza para tafetán y seda y hechura de la bandera” que se hizo para dicha cofradía, ya que ésta había cedido su primitivo estandarte por solicitud del Concejo para los soldados de la milicia montillana que fueron al socorro de Cádiz. Más tarde, en 1639 el entonces hermano mayor de dicha cofradía, Juan López del Mármol, solicita ayuda económica para arreglar una tienda que la cofradía tenía en la Plaza, ya que ésta había sufrido daños con las lluvias invernales de ese año[5].

En los años de su fundación, la cofradía filial montillana hace un pequeño altar a su titular en el templo parroquial en la nave de la epístola entre la torre y campanario y la puerta baja, que da salida a la calle de la Yedra. Este retablo estaba introducido poco más de un metro en la pared, enmarcado por un arco apuntado o gótico (en la actualidad esta tapiado y sobre él un lienzo de grandes dimensiones dedicado a San Francisco Solano, obra del genial pintor José Santiago Garnelo y Alda).

El 30 de diciembre de 1694 el que fuera hermano mayor o prioste de esta cofradía, Miguel de Luque Flores, acuerda con el hermano mayor de la cofradía de Ntra. Sra. del Rosario, Francisco Ximénez Rubio, en cambiar los altares de ambas imágenes, ya que Ntra. Sra. del Rosario recibía culto en otro retablo similar que estaba en la misma nave de la epístola, pero éste lo enmarcaba un arco de medio punto que está entre la capilla de San Andrés y la antigua capilla del Sagrario[6].

Este cambio de altares fue a causa del comienzo del alzado de la capilla y sacristía barroca de Ntra. Sra. del Rosario que hoy conocemos, ya que esta cofradía toma gran relevancia durante este siglo. En la escritura de permuta, el hermano mayor de ésta  solicita hacer la nueva capilla si el obispado da permiso para hacer una cripta funeraria para que se puedan enterrar los cofrades difuntos de la misma.

La cofradía de Ntra. Sra. de la Cabeza tenía en propiedad una casa a los pies del Santuario en Sierra Morena, que llamaban “tienda” donde se hospedaban durante los cultos romeros del último domingo de abril[7]. Pero en 1773 la romería sufriría un duro golpe, ya que el monarca Carlos III decretó la disolución de todas las cofradías de la Virgen de la Cabeza y prohibió la romería. La cofradía filial montillana soportó –intramuros– durante nueve años su anulación oficial pero siguió dando culto a su imagen en Montilla hasta que nuevamente el mismo monarca derogó el decreto volviendo los romeros a visitar cada año el Santuario de La Morenita. En los primeros años del siglo XIX, se volvió a suspender la romería por una epidemia que asoló Andalucía y por la invasión francesa de 1809 que por seguridad de la imagen, la cofradía matriz trasladó a Andújar.

LOS CULTOS CELEBRADOS POR LA COFRADÍA

Los cultos anuales que celebra esta cofradía, comienzan con la visita en romería que hacían al santuario de la Virgen de la Cabeza en el término de la ciudad de Andújar por los montes de la Sierra Morena el último domingo de Abril, como tenía instituido la cofradía matriz. Aparte, la filial montillana también organizaba sus cultos en la Parroquia de Santiago. Uno de ellos estaba dedicado a la Gloriosa Resurrección de Jesucristo, que comprendía de un triduo en su honor, comenzando el Domingo de Resurrección.

Comenzaba este día con el toque de Maitines a las cuatro de la madrugada, empezando después la misa cantada presidida por el Preste acompañado del personal de la parroquia que esa noche dormían en la casa del Sacristán. Este día aparecía el templo parroquial vestido con el terno blanco de tisú, seis velas en el Altar Mayor y cuatro para el Señor Resucitado que estaba en su trono para la procesión claustral. Además, organizaba la Cofradía le dedicaba el Triduo durante este día y los dos posteriores, el cual comenzaba con el repique de campanas al Alba y seguidamente la santa misa, que el primer día era Misa Mayor con música en Vísperas, el día segundo con música de órgano y el tercer día con Sermón. Durante los tres días el templo parroquial estaba abierto hasta las diez y media de la mañana[8].

Virgen de la Cabeza que se venera en el Santuario de Sierra Morena,
término de Andújar. La actual imagen es obra del escultor granadino
José Navas Parejo, realizada a comienzos de los años 40, copia de
la original bizantina, desaparecida en los sucesos de la Guerra Civil.
Otra de las celebraciones organizadas por la cofradía tenía lugar el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, Pentecostés, donde ésta celebraba una función solemne en honor de su titular. Los años que no iban en romería a Sierra Morena procesionaban a su imagen de la Virgen de la Cabeza por las calles de nuestra ciudad, recorriendo el mismo itinerario que la procesión de la Octava del Corpus[9], por las calles: Iglesia, Torrecilla (Gran Capitán), Llano del Palacio de los Duques de Medinaceli, Monasterio de Santa Clara,  Oratorio y calle de San Luis, La Tercia (San Juan de Avila), Plaza de La Rosa, La Cárcel (Arcipreste Fernández Casado), Iglesia y vuelta al templo Parroquial. La procesión se realizó con regularidad desde 1773 (año que se prohíbe la romería) hasta 1785, según los registros del Archivo Parroquial de Santiago.

Otro culto que celebraba la cofradía era una fiesta solemne en los días de la Navidad, cuando organizaba la primera misa del día 26 de diciembre, conocido popularmente como el día de El Aguinaldo[10].

De la cofradía filial montillana no conocemos datos de su existencia ya en el siglo XIX, donde es probable que desapareciera en la primera década decimonónica, tras los hechos antes citados. Tampoco queda ningún vestigio –que conozcamos– del estandarte con el que peregrinaban en romería hasta Sierra Morena, el cual en la delantera llevaba plasmada una pintura la Virgen de la Cabeza y en su reverso el escudo de armas de Montilla. La imagen titular está desaparecida, y sólo sabemos que el arco y hornacina del templo parroquial donde se veneró fue ocupado por la imagen del Ecce Homo en 1809, cuando la cofradía de la Vera Cruz se traslada desde su ermita, obligada por los sucesos napoleónicos.

Como testimonio de su existencia nos quedan los documentos citados que han servido para componer este artículo y a su vez enriquecer el patrimonio cofrade que goza nuestra ciudad, y así dar a conocer una de las diferentes formas de veneración y culto a la Virgen Santísima que los montillanos hemos tenido con el paso de los siglos, superando una vez tras otra las vicisitudes y cambios sociales que ha sufrido nuestra ciudad.

*Artículo publicado en la revista local "Verde y Oro", en Septiembre de 2001.

FUENTES DOCUMENTALES


[1] VV.AA. Andújar y la romería de la Virgen de la Cabeza. León, 1982. 
[2] FRIAS MARÍN, R. Las cofradías y el santuario de Ntra. Sra. de la Cabeza en el siglo XVI,
 Marmolejo, 1997.
[3] VV. AA. Andújar y la...
[4] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro 2º de capellanías, f. 308.
[5] DE CASTRO PEÑA, I.: Archivo Histórico Municipal de Montilla. Cofradías (Presentación),
 Montilla, 2000, p., 18.
[6] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla, Leg. 282, fols. 333 – 335 v.
[7] LORENZO MUÑOZ, F de B. Historia de Montilla (MS, 1779). p. 45.
[8] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L., La liturgia en la Semana Santa montillana del siglo XVIII. En “Una Estrella en el camino”, pp. 23 – 27. Montilla, 2001. 
[9] APSM. Cuadrante de cultos parroquiales, s.f.
[10] APSM. Arancel y Decretos, s.f. Año de 1645.

domingo, 19 de abril de 2015

DE CABALLERO A CABALLERO. EL GRAN CAPITÁN EN LAS PÁGINAS DEL QUIJOTE.

Nos encontramos inmersos en la conmemoración el V centenario de la muerte de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que sin lugar a dudas es el vástago de mayor proyección que ha dado Montilla a la Historia.

Su influencia sobre la sociedad moderna y contemporánea la evidencian sus gestas militares y dotes de estadista, patentes en la numerosa bibliografía que desde sus primeras campañas italianas, en las postrimerías del siglo XV, ha venido produciendo a través de los tiempos el inagotable halo del personaje.

Insólito retrato del Gran Capitán, incluido en la obra
"Ilustración del Renombre de Grande", impresa en 1638.
(Biblioteca Nacional de España)

El Gran Capitán ha sido objeto de estudio de incontables intelectuales, desde el humanista italiano Paolo Jovio –coetáneo de Gonzalo– hasta historiadores actuales como Ruiz-Domènec o Calvo Poyato. Del mismo modo, su nombre, gloria y posterior olvido han sido utilizados por grandes autores como recurso narrativo en sus obras literarias.

Uno de ellos es el gran capitán de las letras Miguel de Cervantes Saavedra. Un desventurado soldado de los tercios españoles –de los que fue su precursor Gonzalo de Córdoba– cuya azarosa vida castrense le hace permanecer en la Italia hispánica más de cinco años. Durante este periodo, estuvo alistado en los Tercios de Moncada y Figueroa respectivamente, y participará en varias expediciones por el Mediterráneo siendo la de mayor resonancia la batalla naval de Lepanto. No obstante, pasará largas temporadas acuartelado en la bella ciudad de Nápoles, capital española en la península itálica cuyo reino había sido incorporado apenas medio siglo atrás por Gonzalo Fernández de Córdoba a la monarquía hispánica, del que fue su primer Virrey y Condestable.

En pleno siglo XVI el Gran Capitán es un mito para los italianos y para la milicia europea en general, dados sus triunfos en el campo de batalla y sus logros diplomáticos. El soldado aventajado Miguel de Cervantes se impregna de todo este escenario al que no es ajeno durante su estancia en la ciudad del Vesubio, como quedará reflejado en su producción literaria.

Tal es el caso que nos ocupa, ya que en la primera parte de su obra más universal, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicada en 1605, el Manco de Lepanto hace referencia a Gonzalo Fernández de Córdoba hasta en siete ocasiones, cinco de ellas en el capítulo 32, una en el capítulo 35 y, por último, en el capítulo 49.

Portada de la edición príncipe de la primera
parte del Quijote, donde Cervantes hace
alusión al Gran Capitán hasta en siete ocasiones
(Biblioteca Nacional de España)
El capítulo 32 forma parte de la segunda salida del Caballero de la Triste Figura y “trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote” en Sierra Morena. Allí, el iletrado ventero “sacó una maletilla, cerrada con una cadenilla” que dijo ser de un huésped que la dejó olvidada, “y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos a mano. El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia; y el otro, de Félixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes.”

Después de inspeccionar el cura los libros, mandó llevar a la chimenea los dos primeros por “cismáticos”, a lo que el ventero en desacuerdo replica al clérigo: “Mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y de ese Diego García”. Entonces, el cura le argumentó que aquellos eran libros “mentirosos y están llenos de disparates y devaneos”, y por el contrario “este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo merecido”. Tras una breve discusión, el ventero, inflamado y enfurecido, increpó a los presentes con: “¡Dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice!”, y objetó al clérigo que había de guardarlos por si el huésped volvía a por la maleta.

El libro al que hace referencia Cervantes se trata de la Cronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar: en la qual se contienen las dos conquistas del Reyno de Napoles… con la vida del famoso cauallero Diego Garcia de Paredes nueuamente añadida a esta historia. Esta obra, anónima, fue impresa en Sevilla en 1580 y 1582 por Andrea Pescioni, y posteriormente vio la luz en Alcalá de Henares, en 1584, gracias al impresor Hernán Ramírez (de cuya edición se conservan dos ejemplares en la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque).

Portada de la Crónica del Gran Capitán,
con la vida de Diego García de Paredes.
Edición de 1584 en Alcalá de Henares.
(Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque)
Retomando el hilo cervantino de aquella “maletilla, cerrada con una cadenilla”, en su interior se hallaban “unos papeles de muy buena letra, escritos a mano”, que resultaron ser las novelas Rinconete y Cortadillo (Cap. 47) y El Curioso impertinente, esta última leída en voz alta a los alojados en la posada andaluza después de la disputa entre el cura y el ventero, cuya narración ocupa los tres capítulos siguientes del Quijote. Y decimos esto, porque la trama del relato acontece en Italia y en el desenlace de la misma (Cap. 35) nuevamente aparece Don Gonzalo –ahora como general invicto– dado que uno de los protagonistas, Lotario, “había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles”.

Una vez más, Cervantes manifiesta conocer de primera mano la vida y hechos italianos del Gran Capitán, recurso que utiliza para enrolar ficticiamente a Lotario en el bando francés bajo las órdenes del joven Odet de Foix, señor de Lautrec que, efectivamente, fue vencido en la memorable batalla de Ceriñola por las tropas españolas al mando de nuestro gran Gonzalo, un siglo antes de que la primera entrega del Quijote saliera de la imprenta de Juan de la Cuesta.

Por último, en el capítulo 49, Miguel de Cervantes recurre al diálogo entre el canónigo y don Quijote donde el primero aconseja al caballero andante que para recobrar la cordura debe olvidar los libros de caballerías “que son todos mentira y liviandad, […] falsos y embusteros”, y le anima a centrar sus lecturas en aquellas “que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra”. Para ello, le propone leer las historias de los grandes nombres que ha dado el arte de la guerra, “que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes”.

Entonces, Cervantes –en palabras del canónigo– introduce una loable nómina de grandes estrategas a quien propone como ejemplo a seguir al trastornado Alonso Quijano: “Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago; un Alejandro, Grecia; un Conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya lección de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren”.

Como vemos, nuestro paisano fue uno de los más venerados personajes del  veterano soldado Miguel de Cervantes, quien ofrece en su Quijote fervientes testimonios de admiración y respeto al que después de sus campañas italianas fuera duque de Santángelo, Terranova, Sessa, Andría, Montalto, Torre-mayor, y marqués de Bitonto, entre otras distinciones.

Gonzalo Fernández de Córdoba entra victorioso en Nápoles tras ganar la célebre batalla de Ceriñola

Aunque, es muy probable que la admiración por el Gran Capitán surgiera de Cervantes durante su infancia, en tierras cordobesas. Como es conocido, la ascendencia paterna del escritor lo retrata. Sus abuelos, Juan de Cervantes y Leonor Fernández de Torreblanca, nacen y fallecen en Córdoba. Su padre, Rodrigo, nace en Alcalá de Henares porque la familia se desplaza en función de los cargos oficiales que desempeña el abogado Juan de Cervantes, quien estuvo al servicio del Real Fisco de la Inquisición, de la Corona, del Duque del Infantado y, a partir de 1541 del III Duque de Sessa, Gonzalo Fernández de Córdoba y Fernández de Córdoba, nieto y heredero del Gran Capitán que –al igual que su abuelo– ocupó altos cargos de Estado durante la hegemonía hispánica en Italia.

En 1541 el licenciado Juan de Cervantes es nombrado Alcalde Mayor de sus estados de Baena, condado de Cabra y vizcondado de Iznájar. Tras asumir el nuevo cargo, la familia Cervantes se traslada a Cabra, donde Juan será varios años Alcalde Mayor, oficio que después ejercerá su hijo Andrés durante varias décadas, cuya rama familiar se establece definitivamente en aquella jurisdicción señorial.

Sin embargo, el otro hijo varón del licenciado no corrió igual suerte que su familia asentada en tierras cordobesas, Rodrigo y su prole deambuló por Alcalá, Madrid y Valladolid. Huyendo de sus deudas volvió al viejo Reino de Córdoba, donde su padre era un autorizado jurista de la Corona y su hermano Andrés alcalde en la noble villa egabrense. Son los años de la infancia de Miguel, etapa oscura de su vida que no pocos cervantistas sitúan junto a su parentela cordobesa.

La figura del Gran Capitán perdura en la retina del vecindario cordobés, sus ancestros descansan en la Real Colegiata de San Hipólito y, además, Gonzalo fue hermano y benefactor de la Hermandad de la Santa Caridad, en cuyo hospital ejercerá Rodrigo de Cervantes como médico-cirujano.

Ni que decir tiene, que si el nombre del Gran Capitán resplandecía en la capital, en los señoríos del sur del viejo reino aún más notable era su recuerdo, ya que los titulares de aquellos vastos feudos eran Fernández de Córdoba. Si, como indican algunos cervantistas, Miguel de Cervantes pasó su infancia al calor del abuelo paterno, no sólo hay que ubicarlo a orillas del Guadalquivir sino que cabe la probabilidad de que pasara ciertas temporadas en Baena y Cabra, donde el apellido Cervantes era querido y respetado –como muestra la documentación publicada–, cuyos miembros (Juan y Andrés) ejercieron el poder señorial en nombre del único nieto varón del Gran Capitán.

Pero la relación de Miguel de Cervantes con el III Duque de Sessa no acaba aquí. Anecdóticamente, varios de los documentos conocidos sobre su vida castrense fueron rubricados por el citado noble, el cual también hizo sus tanteos en el campo literario de la poesía.

Miguel de Cervantes retratado por
Célestin Nanteuil. Siglo XIX.
(Biblioteca Nacional de España)
A finales de 1574 en Palermo se le paga al soldado aventajado Miguel de Cervantes cierta cantidad atrasada por sus servicios, por orden del Duque de Sessa. Al año siguiente, cuando los hermanos Miguel y Rodrigo se disponían a volver a su tierra natal la galera en la que viajaban, El Sol, fue apresada por unos corsarios berberiscos que la conducen hasta Argel, lo que supondrá a Miguel cinco años de cautiverio africano. Llevaba consigo dos cartas de recomendación, una de Don Juan de Austria y otra del Duque de Sessa, lo que hizo suponer a sus captores la importancia del personaje y, por ende, su elevado rescate.

Conocedora su madre, Leonor de Cortinas, del secuestro de sus hijos inició una serie de trámites en 1578 para su liberación, fundamentados en un documento otorgado a su favor por el ya anciano Duque Sessa en Madrid, donde certifica la conducta y servicios de Miguel de Cervantes. Este documento será vital para que el rey Felipe II autorice la tramitación de su rescate. Finalmente, el cautivo de Argel será liberado por los padres trinitarios en 1580 y vuelve a España.

Sus grandes valedores, Juan de Austria y el Duque de Sessa, habían fallecido en octubre y diciembre de 1578 respectivamente, agotándose así la protección que la casa ducal ofreció en tantas ocasiones a la familia Cervantes. Aunque Miguel parece mantener cierta amistad con los cortesanos del desaparecido noble, ya que en los preliminares de sus Novelas Ejemplares (1613) aparecen cuatro poemas laudatorios, de los cuales el segundo de ellos está firmado por “Fernando Bermúdez y Carvajal, camarero del Duque de Sessa”.

El veterano soldado de Lepanto dejará patente a lo largo y ancho de su obra las vicisitudes que le acompañaron en sus días, pero ello no fue óbice para sentirse orgulloso de haber formado parte de aquellos temidos Tercios que ensancharon las fronteras hispánicas por la vieja Europa, cuyo origen tuvo lugar en Italia gracias al ingenio de Gonzalo Fernández de Córdoba, el cual, en palabras del mismo Cervantes, “por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo merecido”.


BIBLIOGRAFÍA:

ASTRANA MARÍN, LUIS: Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. 7 vols. Madrid: Reus, 1948-58.
CANAVAGGIO, JEAN: Cervantes. Madrid: Espasa Calpe, 1997.
CERVANTES SAAVEDRA, MIGUEL DE: Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario de la primera parte. Madrid: RAE/Alfaguara, 2005.
RUIZ-DOMÈNEC, JOSÉ ENRIQUE: El Gran Capitán, retrato de una época. Barcelona: Península, 2002.

miércoles, 25 de marzo de 2015

ANTONIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ «EL TALLISTA» (1917 - 1993). UNA PRIMERA APROXIMACIÓN A SU VIDA Y OBRA.

En su tarjeta de presentación rezaba: “Antonio González Martínez – Tallista / Escultor / Dorador Restaurador – Sánchez Molero, 6 – Montilla”. Un membrete cuyas tres líneas pueden resumirse a una sola palabra: Artista.

Se cumplen ahora 70 años del estreno del anterior trono que portó al Señor de Zacatecas y Nuestra Señora del Socorro por las calles de nuestra ciudad. Fue el Martes Santo de 1945 cuando los montillanos presenciaron el gran trabajo ejecutado por el joven hermano de la cofradía, Antonio González, que un año antes le encargara el hermano mayor, Francisco Ruz Salas.

La hermandad de los Carpinteros en la sacristía de San José,
junto a su consiliario D. Antonio León, en 1956. De pie,
el tercero por la izquierda, encontramos al joven Antonio
González. (Foto cedida por Manuel Leiva Ponferrada)
Con motivo de tal aniversario la redacción ha dedicado la portada de este número de la revista a uno de los escasos testimonios gráficos de aquel día. Del mismo modo, queremos rendir tributo a su autor, el olvidado Antonio González «El Tallista».

Nacido el 1 de enero de 1917 en Morón de la Frontera (Sevilla), Antonio es fruto del matrimonio de Manuel González Clavijo y Josefa Martínez Muñoz[1]. Muy pronto se traslada a Sevilla para iniciar su formación en la Escuela de Artes y Oficios, en la que cursa dos años, y más tarde ingresará en la Academia de Bellas Artes, destacándose en las asignaturas de Dibujo Artístico y Lineal.

Con tan solo 10 años compagina los estudios reglados con el aprendizaje del oficio en el taller de carpintería del hispalense Rafael Blanco durante cuatro años. Cumplidos los 18 años y tras cuatro años como ayudante de tallista, en 1935, alcanza la categoría de oficial de taller.

Un año después irrumpe la Guerra Civil. Avanzada la contienda, Antonio González es llamado a filas por la Comandancia de Morón, su pueblo natal, para incorporarse al servicio militar, siendo destinado al Regimiento de Infantería de Cádiz nº 33. Dada la situación estratégica en que Montilla queda tras los primeros compases de la guerra, nuestra ciudad alberga gran cantidad de tropas que se dirigen al frente. Una de las unidades que permanece es el Regimiento en el que se halla destinado nuestro biografiado. Precisamente, durante sus días montillanos conoce a la que será su esposa y madre de sus ocho hijos, la joven montillana María Josefa Polonio Luque.

Finalizada su etapa castrense, Antonio es licenciado en diciembre de 1939 y regresa a Sevilla donde vuelve a ocupar su puesto de trabajo, el cual le había sido reservado. Allí continúa hasta septiembre de 1940, fecha en que decide marchar a Montilla para formar una familia junto a su prometida, con la que había iniciado una relación antes de que su regimiento abandonase nuestra ciudad.

El paso de la Virgen de los Dolores fue el primero, en 1942,
 de los numerosos que realizaría Antonio González para
Montilla y toda la comarca.
Una vez en Montilla, se instala en un hostal de la calle antigua Mesones (hoy Hermanos Garnelo) y comienza a trabajar en la carpintería de Alberto Leiva Garrido, quien le ofrece todo tipo de facilidades y es acogido como uno más de la familia. Leiva le ofrece un banco de trabajo en su propio taller de la calle Enfermería, donde nuestro joven maestro acomete sus primeros trabajos artísticos.

El 7 de diciembre de 1941, en la Parroquia de Santiago, contrae matrimonio con María Josefa, hija de Rafael Polonio y Francisca Luque, que, como hemos referido antes, será la madre de su numerosa prole[2]. El matrimonio fijará su hogar familiar primero en la calle Don Gonzalo y después en la calle Sánchez Molero nº 6, el mismo edificio donde ubica su propio taller.

La posguerra fue un período de exaltación religiosa, habida cuenta del precedente republicano en que la fe católica fue oprimida y perseguida. Fueron los años del retorno de la religiosidad popular a la vida pública, cuya consecuencia se reflejará en las cofradías y hermandades, que recomponen, renuevan e incrementan su patrimonio.

Son lustros de infinitas horas de lápiz, papel, carboncillo y gubia en el taller de Antonio González, como ahora iremos desgranando. Dados los numerosos encargos, el maestro no duda en introducir en su taller a varios aprendices, llegando a crear, con el tiempo, una verdadera escuela.

El estilo de sus dibujos se fundamenta en las formas emanadas de la tradición barroca andaluza, si bien bucea en otros estilos anteriores (p. ej., el Gótico), tal como lo prueba uno de sus primeros trabajos en nuestra ciudad, cual es la tapa de la pila bautismal de la Parroquia de Santiago, que talla en 1941, completando así la laboriosa carpintería de la pieza realizada por su mentor, el montillano Alberto Leiva.

A partir de entonces se prodiga el buen hacer de gubias, escoplos y cinceles. De esta manera, se abre en su trayectoria profesional una larga etapa donde predominan los tronos y pasos para las cofradías montillanas y de la provincia. En todos ellos quedarán plasmados sus inconfundibles altorrelieves, donde el artista materializa su dominio de la proporción, el equilibrio y la anatomía.

En nuestra ciudad trabajará primeramente para la hermandad de Jesús Nazareno, en la talla y dorado del paso de palio de la Virgen de Dolores, estrenado en 1942. Un año después realiza la cruz, el trono y faroles para el Cristo de la Yedra, además de restaurar las imágenes del Señor Rescatado, Jesús Nazareno y San Juan.

Antonio González fue galardonado en numerosas ocasiones.
Aquí le vemos recogiendo un premio de manos del concejal
Julián Ramírez, en una de las ediciones celebradas de Arte,
Industria y Artesanía. (Foto cedida por
 Antonio Manuel González Polonio)
Asimismo, la hermandad de Jesús de las Prisiones le encomendará la restauración de Jesús en la Oración del Huerto en 1944, mismo año en que realiza la talla del nuevo paso y varas de palio de la Virgen de la Esperanza, policromado en verde y pan de plata. Aunque el sello más personal de Antonio González Martínez en la hermandad de El Prendimiento se puede contemplar al inicio del cortejo procesional del Jueves Santo, ya que también realizó la cruz de guía.


Como antes anunciamos, para la cofradía del Cristo de Zacatecas –de la que era hermano– realizó la cruz arbórea, el trono, faroles y vara del hermano mayor, todo para ser estrenado el Martes Santo de 1945. La suspensión de esta procesión en 1954 hizo que su patrimonio recalara en otras cofradías de la localidad. En la actualidad la cruz soporta al exánime Cristo del Perdón, el trono porta a Jesús Recatado la mañana del Viernes Santo y la vara del hermano mayor está desaparecida.


Al año siguiente de de la fundación de la hermandad de Cristo Resucitado (1948), Antonio González realizó el trono de su titular, siendo la cartela que preside el frontal del paso (busto de Dolorosa) uno de los elementos más sobresaliente de este trabajo, digno de su maestría. Pasados algunos años, la cofradía le encomendaría la restauración del titular, que presentaba problemas estructurales en su parte inferior.

El Santo Cristo de Zacatecas y la antigua imagen de Ntra.
Sra. del Socorro, el Martes Santo de 1945 horas antes
de iniciar la estación de penitencia, en la que se
estrena el nuevo trono tallado por Antonio González
(Autor de la foto: González)
Sin embargo, una de sus principales obras se materializó para la cofradía de Nuestra Señora del Rosario: nos referimos a los respiraderos del trono procesional, reciclados como basamento del tabernáculo sito en la zona presbiteral de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol en la actualidad. En ello, el artista desplegará toda su sabiduría, desarrollando en sus cartelas, con destreza, los quince misterios del rosario, ornamentadas por una exuberante talla barroca llena de curvas, hojarascas, volutas y rocallas, resueltas con soberbios golpes de gubia, limpios y certeros, consiguiendo así solventar el horror vacui propio del barroco. Por su parte, en las esquinas del paso el maestro recurre a una imaginada sucesión vertical de nubes y querubines entrelazados a óvalos y hojas de acanto.

Al parecer, el paso estaba concebido para ser dorado, pero la falta de presupuesto impidió la realización de esta fase, lo cual no fue óbice para plantear una alternativa estética por parte de González Martínez, cual fue la cubrición de la talla con una base estucada en marfil envejecido y el realce de las cartelas iconográficas mediante su policromía. Finalmente, el paso fue estrenado en el año 1949.

Tras el éxito obtenido con aquel soberbio encargo, los trabajos de González para la cofradía mariana no cesarán en este punto, ya que, pronto, se le encomendará la restauración de su valioso camarín, joya dieciochesca del artista lucentino Pedro de Mena Gutiérrez.

Los trabajos de factura propia de su taller fueron alternándose con los de restauración que llevó a cabo en varias de las iglesias montillanas. Así pues, con motivo de la segunda venida de la Compañía de Jesús, recibe el encargo de Francisco de Alvear, conde de la Cortina, de la restauración y adecuación de los bienes muebles de la antigua iglesia, popularmente llamada de San Francisco, en 1943. Al concluir las obras del nuevo templo de La Encarnación –hoy basílica menor– le fue confiada la tarea de trasladar los retablos, imágenes, cuadros y demás moblaje a la nueva iglesia, que será consagrada en 1949.

Para los jesuitas también realizará el paso del Sagrado Corazón de Jesús, que después fuera adquirido por la hermandad de la Santa Cena, en el que aún sigue procesionando por las calles de Montilla.

Una de sus obras magistrales fue la cruz tallada y calada que ejecutara para la imagen de Jesús Caído de Aguilar de la Frontera en 1945, a lo que siguió el encargo del trono dos años después. (Foto cedida por la Cofradía de Jesús Caído. Autor: González)

En 1955 la antigua ermita de San Sebastián, que estaba cerrada al culto, fue rehabilitada integralmente para convertirla en parroquia. En este caso, Antonio González acomete la restauración de los retablos e imaginería, desmontó el retablo mayor y una vez saneado lo volvió a ensamblar. Entre tanto, su buen amigo, el pintor Ildefonso Jiménez Delgado, restauró las pinturas murales del presbiterio.

Antonio González también trabajó para el colegio salesiano. En la iglesia, acometió la decoración del camarín de María Auxiliadora y realizó la peana de la Virgen, tallada y sobredorada, a la que acompañan dos ángeles de bulto redondo, donde dejó retratados a sus dos hijos mayores.

Como hemos señalado antes, Antonio González no sólo trabajó para Montilla pues su notoriedad en la restauración y en la talla le hizo recibir encargos de toda la provincia. En Aguilar de la Frontera, realizó para la imagen de Jesús Caído una de magnífica cruz totalmente tallada y calada, en 1945, donde da  muestra –una vez más– de su maestría y dominio con la gubia, y dos años después la misma cofradía le encargará el trono para su titular. Dado su éxito en la vecina población, le serán contratados los pasos de la Virgen de los Remedios en 1950 y de Nuestra Señora de la Amargura en 1953. Aunque carecemos de soporte documental, es probable que también interviniera en el trono del Cristo de la Expiración.

«El Tallista», como era popularmente conocido, también llevó a cabo una importante intervención en la vecina población de Santaella. Allí acometerá en 1953 la restauración del retablo mayor del santuario de Nuestra Señora del Valle, donde  sufrirá una caída del andamio de la que milagrosamente sale indemne. Tan portentoso hecho, hizo que nuestro biografiado viese la intercesión divina en su favor, lo que le llevó, como gesto de desagravio, a bautizar a una de sus hijas -nacida días después- con el nombre de María del Valle, tal como se advoca la patrona de Santaella.

Además del ámbito religioso, Antonio González abordó numerosos trabajos de talla para carpinteros y ebanistas de toda la provincia, entre los que hay que destacar el ornato de muebles domésticos, así como para oficinas, bufetes y bibliotecas de aristócratas, abogados, médicos, etc… En este sentido, cabe recordar el despacho elaborado en madera de olivo por el ebanista Joaquín Salido y tallado por nuestro protagonista, que fue obsequiado por la localidad de Castro del Río al entonces Jefe del Estado, Francisco Franco.

Los años del desarrollismo fueron duros para el viejo gremio de artistas y artesanos, ya que el nuevo sistema económico y mercantil evoluciona hacia la fabricación industrial, donde la artesanía parece no tener cabida.

Como tantos andaluces, Antonio González y su familia se ven obligados a emigrar. De nada sirvieron los numerosos méritos y reconocimientos logrados en exposiciones y muestras de arte, industria y artesanía. En 1962 se traslada a Madrid, allí se instala y abre un nuevo taller en sociedad con el tallista Abel Díaz, en la calle Antonio López, donde llevará a cabo numerosos trabajos hasta su jubilación.

Sus últimos años los pasa en Madrid, ciudad en la que fallece el 21 de febrero de 1993. Sus restos mortales fueron trasladados a Montilla, y descansan en el cementerio de San Francisco Solano, donde recibieron cristiana sepultura tras el funeral oficiado en la Parroquia de Santiago al día siguiente de su óbito[3].

El paso de la Virgen del Rosario, estrenado en 1949, es acaso la obra de ámbito cofrade de mayor calidad artística de todas las realizadas por Antonio González para Montilla.

Agotada la vida del artista nos queda su legado, que aún forma parte del patrimonio de nuestra Semana Santa, principalmente. Dada su sencillez y humildad, el maestro no acostumbraba a firmar sus trabajos, aunque la mejor rúbrica está en la calidad y la personalidad de los mismos.

Sirva esta primera aproximación para abrir una ventana a la Historia del Arte y evitar que la extensa labor de Antonio González Martínez caiga en el olvido. Parte de ella ha sido aquí enumerada, pero es preciso ampliar su biografía, catalogar la obra dispersa y estudiarla en su conjunto, ya que este trabajo sólo pretende ser el proyecto de un gran edificio.

Esperemos que a la lectura de este breve andamiaje sobre el que se sustenta su memoria surja el interés de profesionales, especialistas e instituciones para recuperar la figura de este «oceánico» artista. La primera piedra ya está colocada.

Nota: Este breve artículo no está terminado sin dejar constancia de mi agradecimiento a los hijos del biografiado, Pepi y Antonio Manuel González Polonio, y asimismo a Manuel Leiva Ponferrada, José Galisteo Martínez y Antonio Maestre Ballesteros, por sus testimonios y el material gráfico cedido.

FUENTES


[1] Archivo Parroquial de Santiago Apóstol de Montilla (APSM). Expedientes matrimoniales de 1941.
[2] APSM. Libro 44 de matrimonios, f. 200 v. nº 589.
[3] APSM. Libro 43 de sepelios, f. 134 v. nº 802.