domingo, 19 de abril de 2015

DE CABALLERO A CABALLERO. EL GRAN CAPITÁN EN LAS PÁGINAS DEL QUIJOTE.

Nos encontramos inmersos en la conmemoración el V centenario de la muerte de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que sin lugar a dudas es el vástago de mayor proyección que ha dado Montilla a la Historia.

Su influencia sobre la sociedad moderna y contemporánea la evidencian sus gestas militares y dotes de estadista, patentes en la numerosa bibliografía que desde sus primeras campañas italianas, en las postrimerías del siglo XV, ha venido produciendo a través de los tiempos el inagotable halo del personaje.

Insólito retrato del Gran Capitán, incluido en la obra
"Ilustración del Renombre de Grande", impresa en 1638.
(Biblioteca Nacional de España)

El Gran Capitán ha sido objeto de estudio de incontables intelectuales, desde el humanista italiano Paolo Jovio –coetáneo de Gonzalo– hasta historiadores actuales como Ruiz-Domènec o Calvo Poyato. Del mismo modo, su nombre, gloria y posterior olvido han sido utilizados por grandes autores como recurso narrativo en sus obras literarias.

Uno de ellos es el gran capitán de las letras Miguel de Cervantes Saavedra. Un desventurado soldado de los tercios españoles –de los que fue su precursor Gonzalo de Córdoba– cuya azarosa vida castrense le hace permanecer en la Italia hispánica más de cinco años. Durante este periodo, estuvo alistado en los Tercios de Moncada y Figueroa respectivamente, y participará en varias expediciones por el Mediterráneo siendo la de mayor resonancia la batalla naval de Lepanto. No obstante, pasará largas temporadas acuartelado en la bella ciudad de Nápoles, capital española en la península itálica cuyo reino había sido incorporado apenas medio siglo atrás por Gonzalo Fernández de Córdoba a la monarquía hispánica, del que fue su primer Virrey y Condestable.

En pleno siglo XVI el Gran Capitán es un mito para los italianos y para la milicia europea en general, dados sus triunfos en el campo de batalla y sus logros diplomáticos. El soldado aventajado Miguel de Cervantes se impregna de todo este escenario al que no es ajeno durante su estancia en la ciudad del Vesubio, como quedará reflejado en su producción literaria.

Tal es el caso que nos ocupa, ya que en la primera parte de su obra más universal, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicada en 1605, el Manco de Lepanto hace referencia a Gonzalo Fernández de Córdoba hasta en siete ocasiones, cinco de ellas en el capítulo 32, una en el capítulo 35 y, por último, en el capítulo 49.

Portada de la edición príncipe de la primera
parte del Quijote, donde Cervantes hace
alusión al Gran Capitán hasta en siete ocasiones
(Biblioteca Nacional de España)
El capítulo 32 forma parte de la segunda salida del Caballero de la Triste Figura y “trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote” en Sierra Morena. Allí, el iletrado ventero “sacó una maletilla, cerrada con una cadenilla” que dijo ser de un huésped que la dejó olvidada, “y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos a mano. El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia; y el otro, de Félixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes.”

Después de inspeccionar el cura los libros, mandó llevar a la chimenea los dos primeros por “cismáticos”, a lo que el ventero en desacuerdo replica al clérigo: “Mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y de ese Diego García”. Entonces, el cura le argumentó que aquellos eran libros “mentirosos y están llenos de disparates y devaneos”, y por el contrario “este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo merecido”. Tras una breve discusión, el ventero, inflamado y enfurecido, increpó a los presentes con: “¡Dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice!”, y objetó al clérigo que había de guardarlos por si el huésped volvía a por la maleta.

El libro al que hace referencia Cervantes se trata de la Cronica del gran capitan Gonçalo Hernandez de Cordova y Aguilar: en la qual se contienen las dos conquistas del Reyno de Napoles… con la vida del famoso cauallero Diego Garcia de Paredes nueuamente añadida a esta historia. Esta obra, anónima, fue impresa en Sevilla en 1580 y 1582 por Andrea Pescioni, y posteriormente vio la luz en Alcalá de Henares, en 1584, gracias al impresor Hernán Ramírez (de cuya edición se conservan dos ejemplares en la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque).

Portada de la Crónica del Gran Capitán,
con la vida de Diego García de Paredes.
Edición de 1584 en Alcalá de Henares.
(Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque)
Retomando el hilo cervantino de aquella “maletilla, cerrada con una cadenilla”, en su interior se hallaban “unos papeles de muy buena letra, escritos a mano”, que resultaron ser las novelas Rinconete y Cortadillo (Cap. 47) y El Curioso impertinente, esta última leída en voz alta a los alojados en la posada andaluza después de la disputa entre el cura y el ventero, cuya narración ocupa los tres capítulos siguientes del Quijote. Y decimos esto, porque la trama del relato acontece en Italia y en el desenlace de la misma (Cap. 35) nuevamente aparece Don Gonzalo –ahora como general invicto– dado que uno de los protagonistas, Lotario, “había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles”.

Una vez más, Cervantes manifiesta conocer de primera mano la vida y hechos italianos del Gran Capitán, recurso que utiliza para enrolar ficticiamente a Lotario en el bando francés bajo las órdenes del joven Odet de Foix, señor de Lautrec que, efectivamente, fue vencido en la memorable batalla de Ceriñola por las tropas españolas al mando de nuestro gran Gonzalo, un siglo antes de que la primera entrega del Quijote saliera de la imprenta de Juan de la Cuesta.

Por último, en el capítulo 49, Miguel de Cervantes recurre al diálogo entre el canónigo y don Quijote donde el primero aconseja al caballero andante que para recobrar la cordura debe olvidar los libros de caballerías “que son todos mentira y liviandad, […] falsos y embusteros”, y le anima a centrar sus lecturas en aquellas “que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra”. Para ello, le propone leer las historias de los grandes nombres que ha dado el arte de la guerra, “que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes”.

Entonces, Cervantes –en palabras del canónigo– introduce una loable nómina de grandes estrategas a quien propone como ejemplo a seguir al trastornado Alonso Quijano: “Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago; un Alejandro, Grecia; un Conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya lección de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren”.

Como vemos, nuestro paisano fue uno de los más venerados personajes del  veterano soldado Miguel de Cervantes, quien ofrece en su Quijote fervientes testimonios de admiración y respeto al que después de sus campañas italianas fuera duque de Santángelo, Terranova, Sessa, Andría, Montalto, Torre-mayor, y marqués de Bitonto, entre otras distinciones.

Gonzalo Fernández de Córdoba entra victorioso en Nápoles tras ganar la célebre batalla de Ceriñola

Aunque, es muy probable que la admiración por el Gran Capitán surgiera de Cervantes durante su infancia, en tierras cordobesas. Como es conocido, la ascendencia paterna del escritor lo retrata. Sus abuelos, Juan de Cervantes y Leonor Fernández de Torreblanca, nacen y fallecen en Córdoba. Su padre, Rodrigo, nace en Alcalá de Henares porque la familia se desplaza en función de los cargos oficiales que desempeña el abogado Juan de Cervantes, quien estuvo al servicio del Real Fisco de la Inquisición, de la Corona, del Duque del Infantado y, a partir de 1541 del III Duque de Sessa, Gonzalo Fernández de Córdoba y Fernández de Córdoba, nieto y heredero del Gran Capitán que –al igual que su abuelo– ocupó altos cargos de Estado durante la hegemonía hispánica en Italia.

En 1541 el licenciado Juan de Cervantes es nombrado Alcalde Mayor de sus estados de Baena, condado de Cabra y vizcondado de Iznájar. Tras asumir el nuevo cargo, la familia Cervantes se traslada a Cabra, donde Juan será varios años Alcalde Mayor, oficio que después ejercerá su hijo Andrés durante varias décadas, cuya rama familiar se establece definitivamente en aquella jurisdicción señorial.

Sin embargo, el otro hijo varón del licenciado no corrió igual suerte que su familia asentada en tierras cordobesas, Rodrigo y su prole deambuló por Alcalá, Madrid y Valladolid. Huyendo de sus deudas volvió al viejo Reino de Córdoba, donde su padre era un autorizado jurista de la Corona y su hermano Andrés alcalde en la noble villa egabrense. Son los años de la infancia de Miguel, etapa oscura de su vida que no pocos cervantistas sitúan junto a su parentela cordobesa.

La figura del Gran Capitán perdura en la retina del vecindario cordobés, sus ancestros descansan en la Real Colegiata de San Hipólito y, además, Gonzalo fue hermano y benefactor de la Hermandad de la Santa Caridad, en cuyo hospital ejercerá Rodrigo de Cervantes como médico-cirujano.

Ni que decir tiene, que si el nombre del Gran Capitán resplandecía en la capital, en los señoríos del sur del viejo reino aún más notable era su recuerdo, ya que los titulares de aquellos vastos feudos eran Fernández de Córdoba. Si, como indican algunos cervantistas, Miguel de Cervantes pasó su infancia al calor del abuelo paterno, no sólo hay que ubicarlo a orillas del Guadalquivir sino que cabe la probabilidad de que pasara ciertas temporadas en Baena y Cabra, donde el apellido Cervantes era querido y respetado –como muestra la documentación publicada–, cuyos miembros (Juan y Andrés) ejercieron el poder señorial en nombre del único nieto varón del Gran Capitán.

Pero la relación de Miguel de Cervantes con el III Duque de Sessa no acaba aquí. Anecdóticamente, varios de los documentos conocidos sobre su vida castrense fueron rubricados por el citado noble, el cual también hizo sus tanteos en el campo literario de la poesía.

Miguel de Cervantes retratado por
Célestin Nanteuil. Siglo XIX.
(Biblioteca Nacional de España)
A finales de 1574 en Palermo se le paga al soldado aventajado Miguel de Cervantes cierta cantidad atrasada por sus servicios, por orden del Duque de Sessa. Al año siguiente, cuando los hermanos Miguel y Rodrigo se disponían a volver a su tierra natal la galera en la que viajaban, El Sol, fue apresada por unos corsarios berberiscos que la conducen hasta Argel, lo que supondrá a Miguel cinco años de cautiverio africano. Llevaba consigo dos cartas de recomendación, una de Don Juan de Austria y otra del Duque de Sessa, lo que hizo suponer a sus captores la importancia del personaje y, por ende, su elevado rescate.

Conocedora su madre, Leonor de Cortinas, del secuestro de sus hijos inició una serie de trámites en 1578 para su liberación, fundamentados en un documento otorgado a su favor por el ya anciano Duque Sessa en Madrid, donde certifica la conducta y servicios de Miguel de Cervantes. Este documento será vital para que el rey Felipe II autorice la tramitación de su rescate. Finalmente, el cautivo de Argel será liberado por los padres trinitarios en 1580 y vuelve a España.

Sus grandes valedores, Juan de Austria y el Duque de Sessa, habían fallecido en octubre y diciembre de 1578 respectivamente, agotándose así la protección que la casa ducal ofreció en tantas ocasiones a la familia Cervantes. Aunque Miguel parece mantener cierta amistad con los cortesanos del desaparecido noble, ya que en los preliminares de sus Novelas Ejemplares (1613) aparecen cuatro poemas laudatorios, de los cuales el segundo de ellos está firmado por “Fernando Bermúdez y Carvajal, camarero del Duque de Sessa”.

El veterano soldado de Lepanto dejará patente a lo largo y ancho de su obra las vicisitudes que le acompañaron en sus días, pero ello no fue óbice para sentirse orgulloso de haber formado parte de aquellos temidos Tercios que ensancharon las fronteras hispánicas por la vieja Europa, cuyo origen tuvo lugar en Italia gracias al ingenio de Gonzalo Fernández de Córdoba, el cual, en palabras del mismo Cervantes, “por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo «Gran Capitán», renombre famoso y claro, y de él solo merecido”.


BIBLIOGRAFÍA:

ASTRANA MARÍN, Luis: Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. 7 vols. Madrid: Reus, 1948-58.
CANAVAGGIO, Jean: Cervantes. Madrid: Espasa Calpe, 1997.
CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de: Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario de la primera parte. Madrid: RAE/Alfaguara, 2005.
RUIZ-DOMÈNEC, José Enrique: El Gran Capitán, retrato de una época. Barcelona: Península, 2002.

miércoles, 25 de marzo de 2015

ANTONIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ «EL TALLISTA» (1917 - 1993). UNA PRIMERA APROXIMACIÓN A SU VIDA Y OBRA.

En su tarjeta de presentación rezaba: “Antonio González Martínez – Tallista / Escultor / Dorador Restaurador – Sánchez Molero, 6 – Montilla”. Un membrete cuyas tres líneas pueden resumirse a una sola palabra: Artista.

Se cumplen ahora 70 años del estreno del anterior trono que portó al Señor de Zacatecas y Nuestra Señora del Socorro por las calles de nuestra ciudad. Fue el Martes Santo de 1945 cuando los montillanos presenciaron el gran trabajo ejecutado por el joven hermano de la cofradía, Antonio González, que un año antes le encargara el hermano mayor, Francisco Ruz Salas.

La hermandad de los Carpinteros en la sacristía de San José,
junto a su consiliario D. Antonio León, en 1956. De pie,
el tercero por la izquierda, encontramos al joven Antonio
González. (Foto cedida por Manuel Leiva Ponferrada)
Con motivo de tal aniversario la redacción ha dedicado la portada de este número de la revista a uno de los escasos testimonios gráficos de aquel día. Del mismo modo, queremos rendir tributo a su autor, el olvidado Antonio González «El Tallista».

Nacido el 1 de enero de 1917 en Morón de la Frontera (Sevilla), Antonio es fruto del matrimonio de Manuel González Clavijo y Josefa Martínez Muñoz[1]. Muy pronto se traslada a Sevilla para iniciar su formación en la Escuela de Artes y Oficios, en la que cursa dos años, y más tarde ingresará en la Academia de Bellas Artes, destacándose en las asignaturas de Dibujo Artístico y Lineal.

Con tan solo 10 años compagina los estudios reglados con el aprendizaje del oficio en el taller de carpintería del hispalense Rafael Blanco durante cuatro años. Cumplidos los 18 años y tras cuatro años como ayudante de tallista, en 1935, alcanza la categoría de oficial de taller.

Un año después irrumpe la Guerra Civil. Avanzada la contienda, Antonio González es llamado a filas por la Comandancia de Morón, su pueblo natal, para incorporarse al servicio militar, siendo destinado al Regimiento de Infantería de Cádiz nº 33. Dada la situación estratégica en que Montilla queda tras los primeros compases de la guerra, nuestra ciudad alberga gran cantidad de tropas que se dirigen al frente. Una de las unidades que permanece es el Regimiento en el que se halla destinado nuestro biografiado. Precisamente, durante sus días montillanos conoce a la que será su esposa y madre de sus ocho hijos, la joven montillana María Josefa Polonio Luque.

Finalizada su etapa castrense, Antonio es licenciado en diciembre de 1939 y regresa a Sevilla donde vuelve a ocupar su puesto de trabajo, el cual le había sido reservado. Allí continúa hasta septiembre de 1940, fecha en que decide marchar a Montilla para formar una familia junto a su prometida, con la que había iniciado una relación antes de que su regimiento abandonase nuestra ciudad.

El paso de la Virgen de los Dolores fue el primero, en 1942,
 de los numerosos que realizaría Antonio González para
Montilla y toda la comarca.
Una vez en Montilla, se instala en un hostal de la calle antigua Mesones (hoy Hermanos Garnelo) y comienza a trabajar en la carpintería de Alberto Leiva Garrido, quien le ofrece todo tipo de facilidades y es acogido como uno más de la familia. Leiva le ofrece un banco de trabajo en su propio taller de la calle Enfermería, donde nuestro joven maestro acomete sus primeros trabajos artísticos.

El 7 de diciembre de 1941, en la Parroquia de Santiago, contrae matrimonio con María Josefa, hija de Rafael Polonio y Francisca Luque, que, como hemos referido antes, será la madre de su numerosa prole[2]. El matrimonio fijará su hogar familiar primero en la calle Don Gonzalo y después en la calle Sánchez Molero nº 6, el mismo edificio donde ubica su propio taller.

La posguerra fue un período de exaltación religiosa, habida cuenta del precedente republicano en que la fe católica fue oprimida y perseguida. Fueron los años del retorno de la religiosidad popular a la vida pública, cuya consecuencia se reflejará en las cofradías y hermandades, que recomponen, renuevan e incrementan su patrimonio.

Son lustros de infinitas horas de lápiz, papel, carboncillo y gubia en el taller de Antonio González, como ahora iremos desgranando. Dados los numerosos encargos, el maestro no duda en introducir en su taller a varios aprendices, llegando a crear, con el tiempo, una verdadera escuela.

El estilo de sus dibujos se fundamenta en las formas emanadas de la tradición barroca andaluza, si bien bucea en otros estilos anteriores (p. ej., el Gótico), tal como lo prueba uno de sus primeros trabajos en nuestra ciudad, cual es la tapa de la pila bautismal de la Parroquia de Santiago, que talla en 1941, completando así la laboriosa carpintería de la pieza realizada por su mentor, el montillano Alberto Leiva.

A partir de entonces se prodiga el buen hacer de gubias, escoplos y cinceles. De esta manera, se abre en su trayectoria profesional una larga etapa donde predominan los tronos y pasos para las cofradías montillanas y de la provincia. En todos ellos quedarán plasmados sus inconfundibles altorrelieves, donde el artista materializa su dominio de la proporción, el equilibrio y la anatomía.

En nuestra ciudad trabajará primeramente para la hermandad de Jesús Nazareno, en la talla y dorado del paso de palio de la Virgen de Dolores, estrenado en 1942. Un año después realiza la cruz, el trono y faroles para el Cristo de la Yedra, además de restaurar las imágenes del Señor Rescatado, Jesús Nazareno y San Juan.

Antonio González fue galardonado en numerosas ocasiones.
Aquí le vemos recogiendo un premio de manos del concejal
Julián Ramírez, en una de las ediciones celebradas de Arte,
Industria y Artesanía. (Foto cedida por
 Antonio Manuel González Polonio)
Asimismo, la hermandad de Jesús de las Prisiones le encomendará la restauración de Jesús en la Oración del Huerto en 1944, mismo año en que realiza la talla del nuevo paso y varas de palio de la Virgen de la Esperanza, policromado en verde y pan de plata. Aunque el sello más personal de Antonio González Martínez en la hermandad de El Prendimiento se puede contemplar al inicio del cortejo procesional del Jueves Santo, ya que también realizó la cruz de guía.


Como antes anunciamos, para la cofradía del Cristo de Zacatecas –de la que era hermano– realizó la cruz arbórea, el trono, faroles y vara del hermano mayor, todo para ser estrenado el Martes Santo de 1945. La suspensión de esta procesión en 1954 hizo que su patrimonio recalara en otras cofradías de la localidad. En la actualidad la cruz soporta al exánime Cristo del Perdón, el trono porta a Jesús Recatado la mañana del Viernes Santo y la vara del hermano mayor está desaparecida.


Al año siguiente de de la fundación de la hermandad de Cristo Resucitado (1948), Antonio González realizó el trono de su titular, siendo la cartela que preside el frontal del paso (busto de Dolorosa) uno de los elementos más sobresaliente de este trabajo, digno de su maestría. Pasados algunos años, la cofradía le encomendaría la restauración del titular, que presentaba problemas estructurales en su parte inferior.

El Santo Cristo de Zacatecas y la antigua imagen de Ntra.
Sra. del Socorro, el Martes Santo de 1945 horas antes
de iniciar la estación de penitencia, en la que se
estrena el nuevo trono tallado por Antonio González
(Autor de la foto: González)
Sin embargo, una de sus principales obras se materializó para la cofradía de Nuestra Señora del Rosario: nos referimos a los respiraderos del trono procesional, reciclados como basamento del tabernáculo sito en la zona presbiteral de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol en la actualidad. En ello, el artista desplegará toda su sabiduría, desarrollando en sus cartelas, con destreza, los quince misterios del rosario, ornamentadas por una exuberante talla barroca llena de curvas, hojarascas, volutas y rocallas, resueltas con soberbios golpes de gubia, limpios y certeros, consiguiendo así solventar el horror vacui propio del barroco. Por su parte, en las esquinas del paso el maestro recurre a una imaginada sucesión vertical de nubes y querubines entrelazados a óvalos y hojas de acanto.

Al parecer, el paso estaba concebido para ser dorado, pero la falta de presupuesto impidió la realización de esta fase, lo cual no fue óbice para plantear una alternativa estética por parte de González Martínez, cual fue la cubrición de la talla con una base estucada en marfil envejecido y el realce de las cartelas iconográficas mediante su policromía. Finalmente, el paso fue estrenado en el año 1949.

Tras el éxito obtenido con aquel soberbio encargo, los trabajos de González para la cofradía mariana no cesarán en este punto, ya que, pronto, se le encomendará la restauración de su valioso camarín, joya dieciochesca del artista lucentino Pedro de Mena Gutiérrez.

Los trabajos de factura propia de su taller fueron alternándose con los de restauración que llevó a cabo en varias de las iglesias montillanas. Así pues, con motivo de la segunda venida de la Compañía de Jesús, recibe el encargo de Francisco de Alvear, conde de la Cortina, de la restauración y adecuación de los bienes muebles de la antigua iglesia, popularmente llamada de San Francisco, en 1943. Al concluir las obras del nuevo templo de La Encarnación –hoy basílica menor– le fue confiada la tarea de trasladar los retablos, imágenes, cuadros y demás moblaje a la nueva iglesia, que será consagrada en 1949.

Para los jesuitas también realizará el paso del Sagrado Corazón de Jesús, que después fuera adquirido por la hermandad de la Santa Cena, en el que aún sigue procesionando por las calles de Montilla.

Una de sus obras magistrales fue la cruz tallada y calada que ejecutara para la imagen de Jesús Caído de Aguilar de la Frontera en 1945, a lo que siguió el encargo del trono dos años después. (Foto cedida por la Cofradía de Jesús Caído. Autor: González)

En 1955 la antigua ermita de San Sebastián, que estaba cerrada al culto, fue rehabilitada integralmente para convertirla en parroquia. En este caso, Antonio González acomete la restauración de los retablos e imaginería, desmontó el retablo mayor y una vez saneado lo volvió a ensamblar. Entre tanto, su buen amigo, el pintor Ildefonso Jiménez Delgado, restauró las pinturas murales del presbiterio.

Antonio González también trabajó para el colegio salesiano. En la iglesia, acometió la decoración del camarín de María Auxiliadora y realizó la peana de la Virgen, tallada y sobredorada, a la que acompañan dos ángeles de bulto redondo, donde dejó retratados a sus dos hijos mayores.

Como hemos señalado antes, Antonio González no sólo trabajó para Montilla pues su notoriedad en la restauración y en la talla le hizo recibir encargos de toda la provincia. En Aguilar de la Frontera, realizó para la imagen de Jesús Caído una de magnífica cruz totalmente tallada y calada, en 1945, donde da  muestra –una vez más– de su maestría y dominio con la gubia, y dos años después la misma cofradía le encargará el trono para su titular. Dado su éxito en la vecina población, le serán contratados los pasos de la Virgen de los Remedios en 1950 y de Nuestra Señora de la Amargura en 1953. Aunque carecemos de soporte documental, es probable que también interviniera en el trono del Cristo de la Expiración.

«El Tallista», como era popularmente conocido, también llevó a cabo una importante intervención en la vecina población de Santaella. Allí acometerá en 1953 la restauración del retablo mayor del santuario de Nuestra Señora del Valle, donde  sufrirá una caída del andamio de la que milagrosamente sale indemne. Tan portentoso hecho, hizo que nuestro biografiado viese la intercesión divina en su favor, lo que le llevó, como gesto de desagravio, a bautizar a una de sus hijas -nacida días después- con el nombre de María del Valle, tal como se advoca la patrona de Santaella.

Además del ámbito religioso, Antonio González abordó numerosos trabajos de talla para carpinteros y ebanistas de toda la provincia, entre los que hay que destacar el ornato de muebles domésticos, así como para oficinas, bufetes y bibliotecas de aristócratas, abogados, médicos, etc… En este sentido, cabe recordar el despacho elaborado en madera de olivo por el ebanista Joaquín Salido y tallado por nuestro protagonista, que fue obsequiado por la localidad de Castro del Río al entonces Jefe del Estado, Francisco Franco.

Los años del desarrollismo fueron duros para el viejo gremio de artistas y artesanos, ya que el nuevo sistema económico y mercantil evoluciona hacia la fabricación industrial, donde la artesanía parece no tener cabida.

Como tantos andaluces, Antonio González y su familia se ven obligados a emigrar. De nada sirvieron los numerosos méritos y reconocimientos logrados en exposiciones y muestras de arte, industria y artesanía. En 1962 se traslada a Madrid, allí se instala y abre un nuevo taller en sociedad con el tallista Abel Díaz, en la calle Antonio López, donde llevará a cabo numerosos trabajos hasta su jubilación.

Sus últimos años los pasa en Madrid, ciudad en la que fallece el 21 de febrero de 1993. Sus restos mortales fueron trasladados a Montilla, y descansan en el cementerio de San Francisco Solano, donde recibieron cristiana sepultura tras el funeral oficiado en la Parroquia de Santiago al día siguiente de su óbito[3].

El paso de la Virgen del Rosario, estrenado en 1949, es acaso la obra de ámbito cofrade de mayor calidad artística de todas las realizadas por Antonio González para Montilla.

Agotada la vida del artista nos queda su legado, que aún forma parte del patrimonio de nuestra Semana Santa, principalmente. Dada su sencillez y humildad, el maestro no acostumbraba a firmar sus trabajos, aunque la mejor rúbrica está en la calidad y la personalidad de los mismos.

Sirva esta primera aproximación para abrir una ventana a la Historia del Arte y evitar que la extensa labor de Antonio González Martínez caiga en el olvido. Parte de ella ha sido aquí enumerada, pero es preciso ampliar su biografía, catalogar la obra dispersa y estudiarla en su conjunto, ya que este trabajo sólo pretende ser el proyecto de un gran edificio.

Esperemos que a la lectura de este breve andamiaje sobre el que se sustenta su memoria surja el interés de profesionales, especialistas e instituciones para recuperar la figura de este «oceánico» artista. La primera piedra ya está colocada.

Nota: Este breve artículo no está terminado sin dejar constancia de mi agradecimiento a los hijos del biografiado, Pepi y Antonio Manuel González Polonio, y asimismo a Manuel Leiva Ponferrada, José Galisteo Martínez y Antonio Maestre Ballesteros, por sus testimonios y el material gráfico cedido.

FUENTES


[1] Archivo Parroquial de Santiago Apóstol de Montilla (APSM). Expedientes matrimoniales de 1941.
[2] APSM. Libro 44 de matrimonios, f. 200 v. nº 589.
[3] APSM. Libro 43 de sepelios, f. 134 v. nº 802.

lunes, 16 de marzo de 2015

DISCREPANCIAS COFRADES EN 1742 POR LAS DEMANDAS DE TRIGO Y ACEITE*

Desde el siglo XVI la manifestación religiosa popular en Montilla se incrementa considerablemente, no sólo hablamos de la Semana Santa sino de todo el tiempo litúrgico. Como se puede observar en nuestra historia sacra, las cofradías de mayor relevancia no sólo eran las de pasión como en la actualidad, por aquellos años las cofradías de gloria lo eran aún más.

En 1595 la entonces capital del marquesado de Priego superaba en pocos habitantes los dos millares y ya contaba con 15 cofradías, de las cuales 3 eran de pasión (Santa Vera Cruz, Soledad y Angustia de Ntra. Sra., y Jesús Nazareno) y 11 de gloria[1] (Stmo. Sacramento, Ntra. Sra. del Rosario, Ntra. Sra. de la Cabeza, Santa Catalina, Ntra. Sra. de Gracia, Santiago de los Caballeros, Santa Ana, Ánimas del Purgatorio, San Sebastián, Santa Brígida, y San Pedro Ad Vincula). La cofradía de la Santa Caridad se dedicaba a la beneficencia y amparo de los niños expósitos.

Portada del libro “Oficio de Semana
Santa”, editado en Amberes, 1739.
La evolución cofrade se acrecienta aún más en pocos años, en 1631 aumenta el número de montillanos que componen nuevas cofradías, en este periodo nacen las de, El  Santo Angel Custodio (o de la Guarda), San Roque, San José, Limpia Concepción, Ntra. Sra. de la Sierra[2], y la de Los Apóstoles[3].

Ya en la segunda mitad del XVII algunas cofradías desaparecen, otras se fusionan o se disgregan, como fue el caso de la Soledad y Angustias. A comienzos del nuevo siglo la a primitiva cofradía del Rosario de la parroquial de Santiago, fundada en 1580, le aparecen dos filiales más, expandiéndose esta devoción a las nuevas cofradías del Rosario de la ermita de San Antonio, fundada en 1720, y que tras un largo pleito pasaría a llamarse en 1735 de la Rosa; y la cofradía del Rosario de la iglesia de San Francisco Solano, fundada en 1703, pasando a titularse de la Aurora en 1714.

Con esta ebullición cofrade en nuestra ciudad comienzan los problemas a la hora de repartir los donativos de sus devotos paisanos. Muestra de ello lo podemos apreciar en este pleito llevado a cabo en el cuarto decenio del siglo XVIII, donde las cofradías de Ntra. Sra. del Rosario y Ntra. Sra. de las Angustias acuerdan solicitar a la Audiencia Episcopal de Córdoba la regulación de las limosnas y demandas de las cofradías montillanas.

Según el argumento de éstas, las nuevas cofradías y hermandades hacen uso incontrolado de los derechos otorgados para cumplir las demandas de trigo y aceite que se pedían a los vecinos de la ciudad, con las que se mantenía el culto y patrimonio de las mismas, y que según estaba estipulado cada día le pertenecía a una cofradía, comenzando por la más antigua.

Los mayordomos de las centenarias cofradías del Rosario y de Las Angustias, Lucas Jurado y Aguilar y José de Luque Avila respectivamente, informaron a los procuradores de la Audiencia Episcopal de Córdoba, Juan Ruiz Aragonés y Antonio Moreno Calatrava, delegados para todos sus pleitos y causas judiciales.

Así, representando al Señor Provisor del Obispado, dichos mayordomos les informaron  de “...que de tiempo inmemorial a esta parte las dichas cofradías y las demás desta ciudad están en posesión de hazer sus demandas de Trigo y Azeyte al tiempo de las cosechas por sus Antigüedades tomando cada una el día que le corresponde siendo la primera la del Santísimo Sacramento que se sirve en la dicha Parrochial de Señor Santiago, y siguiendo después las demás por su orden, y  de poco tiempo a esta parte por algunos oficiales de otras cofradías con el pretexto de mas zelo y devoción se han adelantado a hacer sus demandas en otros días antes de el que les corresponde juntándose en las calles dos y tres cofradías de que se han seguido grandes desazones entre los cofrades y menos cabos de las demandas, lo que no es justo...”.

Portada de la Novena a María Stma. de
los Dolores, reimpresa en Montilla en 1856
 por Francisco de Paula Moreno.
Tras varias entrevistas con los clérigos cordobeses encargados de dicho tema, éstos dan poder al Vicario de la ciudad para que resuelva el proceso con todos los “pedimientos, escrituras, testimonios, comisiones, letras y bullas con que requieran y hagan requerir y en prueba presenten testigos y todo genero de probanzas, tachen jueces, abogados, notarios, escribanos y todo genero de ministros...” a fin de solucionar el problema “arreglándose a la antigüedad de cada cofradía y la orden que observa en las letanías, prozesiones, y demás actos a que asisten, y se les haga saber a los mayordomos para que los observen y guarden...”.

Otro problema que por aquellos tiempos contaba la ciudad también era que pedían estas demandas “cofradías de Imágenes de forasteros” lo cual agravaba más la situación.

Tras la presentación el día 30 de enero de 1742 al Vicario General del Obispado, el Dr. Francisco Moreno, el cual aprueba que dicho pleito sea resuelto por el Vicario de Montilla, Juan José Polanco y Baquerizo, al que se presentaron Manuel Rodríguez de la Cruz, en nombre de la cofradía de las Angustias, y Lucas Jurado y Aguilar, por la cofradía del Rosario, para presentar testigos y dar la información correcta y así examinar el ruidoso conflicto.

Prestaron declaración de los sucesos cinco personas el día 3 de febrero de ese año, en las que se encontraban D. Damián del Puerto y Mesa, cura de la Iglesia Parroquial de Señor Santiago, de 68 años de edad; D. Manuel Félix de Oliveros, presbítero de la ciudad, de 58 años de edad; D. Bernardo Cuadrado Velarde, presbítero de la ciudad, de más de 50 años; D. Diego Joseph Solano, vecino de la ciudad, de 52 años de edad; y Lucas Villegas de Aguilar, vecino de esta ciudad y sacristán de la parroquial de Santiago, de 57 años de edad.

Sus declaraciones –muy similares en su contenido– nos exponen que “de tiempo inmemorial las cofradías, congregaciones y obras pías observan la costumbre de pedir las limosnas de Trigo y Azeite en los tiempos correspondientes de sus cosechas guardando el orden de sus antigüedades tomando cada una el día que le toca observando el orden que llevan en las prozeciones generales a que asisten según su antigüedad lo que siempre han observado sin repugnanzia alguna, empezando la primera  la cofradía del Santísimo Sacramento que se sirve en la parrochial de Señor Santiago desta ciudad, y prosiguiendo la del Santo Cristo, de la Vera Cruz, Nuestra Señora de Gracia, Ánimas Benditas, Nuestra Sra. del Rosario y así las demás; hasta que de poco tiempo a esta parte algunos Mayordomos de las cofradías restantes por su propia autoridad se han adelantado y han salido a hazer sus demandas en otros días que no les toca encontrándose con las demandas de aquel día causando desazones de que  ha resultado algún escándalo en el pueblo y turbación en los devotos con enfado de ver llegar a un tiempo muchas demandas juntas a sus puertas por lo qual se desea en esta ciudad por las personas piadosas se ponga remedio en este desorden de demandas arreglándolas a las costumbres que siempre á habido”.

Ilustración interior de la Novena
a María Stma. de los Dolores, en la
que se aprecia una imagen de la
dolorosa ¿montillana? del siglo pasado
Estas declaraciones fueron enviadas al Provisor del Obispado, certificadas por el Notario Mayor, Pedro Prieto Pizarro, recibiéndose en Córdoba cinco días después.

Tras las diligencias, el Provisor envió al delegado de la jurisdicción eclesiástica, D. Pedro Pareja, para “...que cite a todos los hermanos mayores y mayordomos de las cofradías de esta ciudad para que el jueves por la tarde que se contaran quinze de este presente mes se junten en la Iglesia Parrochial de esta ciudad para que manifestando cada uno la antigüedad de su cofradía, y la posesión en que se halla según el lugar que lleva en las prozeciones generales, se le asigne día ô mantenga en el que tiene... y para que este acto sea mas solemne y se prevenga qualquier tope que se pueda ofrezer, su merzed mando se imbie recado cortesano a los reverendos Prelados de los Conventos de esta ciudad para que se hallen presentes”.

Una vez citados todos representantes de las cofradías, se reunieron dicho día del mes de febrero “en la sacristía de la cofradía de Nra. Señora del Rosario que se venera en la Parrochial de Sr. Santiago de esta dicha ciudad, presente el Sr. Lizdo. D. Juan Joseph de Polanco y Vaquerizo Vicario de las Iglesias de ella, el M.R.P. Fr. Martín del Arroyo Guardián del Convento de san Laurencio extramuros de esta ciudad, el M.R.P. Fr. Sebastián de Molina comisario Visitador de la Venerable Orden Tercera de Penitencia de N. Sco. P. S. Francisco, juntos y convocados los hermanos mayores y mayordomos de las cofradías, hermandades y obras pías de esta ciudad que los que se hallan presentes son en la forma siguiente:

Ilustración de Cristo Crucificado del libro
“Oficio de Semana Santa” arriba citado
Por la cofradía del Santísimo Sacramento no pareció hermano mayor, ni mayordomo, por la cofradía del Santo Cristo de la Vera Cruz, D. Ignacio Madrid Salvador y Aguilar, por la cofradía de las Benditas Ánimas, Don Joseph Xavier Prieto Presbítero Maymº. Por la de Nuestra Señora de Gracia no asistió hermano alguno. Por la cofradía de Nuestra Señora del Rosario D. Andrés de Aguilar Tablada hermano mayor, y Lucas Jurado de Aguilar, mayordomo. Por la cofradía de Nra. Señora de las Angustias D. Manuel Rodríguez de la Cruz y Muñoz hermano mayor, y D. Joseph de Luque Avila Maymº. Por la cofradía de Nra. Señora de la Soledad D. Antonio de Aguilar Tablada hermano mayor y D. Pedro Ignacio Melero mayordomo. Por la cofradía de Jesús Nazareno Don Alonso de Toro Flores Sotomayor clérigo capellán Alguacil mayor del Santo oficio, mayordomo. Por la hermandad de San Nicolás de Tolentino D. Bernabé Antonio Cabezas escribano del  número desta ciudad, hermano mayor. Por la hermandad de Nra. Señora de Belén, Francisco Márquez, calle la Feria, hermano mayor. Por la hermandad de Señor San Joseph Juan Villegas, por la hermandad de Santa Brígida no asistió hermano alguno, por la hermandad de San Sebastián, Francisco de Raya Madrid mayordomo. Por la hermandad de Nuestra Señora de la Sierra y San Roque no asistió hermano alguno. Por San Francisco Solano no asistió su maymº. Por el colegio de Niñas Huérfanas no asistió su administrador. Por la cofradía de Nuestra Señora de la Aurora D. Joseph Xavier Prieto Presbítero hermano mayor y D. Agustín Chaparro Maraver, mayordomo. Por la cofradía de Nra. Señora de la Rosa no asistió hermano alguno. Por la hermandad de Santa Rita, Agustín de Córdova; y finalmente por la Venerable Orden Tercera de Nuestro Padre San Francisco asistió D. Antonio de Alba Cabello regidor, Padre general de Menores y ministro de dicha orden. Por la hermandad de la Misericordia que cuida de los pobres encarzelados asistió D. Pedro de Toro Gallardo, hermano mayor”.

Una vez expuestos todos los puntos a tratar en este cabildo extraordinario se decidieron los días que correspondían a cada cofradía según su antigüedad, la cual tuvo que ser demostrada por cada representante asistente de la misma. Todos y cada uno de los presentes y en común acuerdo compusieron una tabla de las cofradías por orden cronológico comenzando la más antigua que empezaría a pedir sus demandas de trigo y aceite un lunes.

1 – La cofradía del Santísimo Sacramento de la Parrochial tiene el primer día.
2 – La cofradía del Santo Cristo, de la Vera Cruz, segundo día.
3 – La cofradía de San Miguel y benditas Animas de purgatorio, tercero día.
4 – La cofradía de Nuestra Señora de Gracia que se sirve en San Agustín, quarto día.
5 – La cofradía de Nuestra Señora del Rosario de la Parrochial de Santiago, quinto día.
6 – La cofradía de Nuestra Señora de las Angustias que se venera en San Agustín, sexto día.
7 – La cofradía de Nuestra Señora de la Soledad de dicha Iglesia y Convento, séptimo día.
8 – La cofradía de Nra. Señora de la Concepción que está en San Juan de Dios, octavo día.
9 – La cofradía de Jesús Nazareno que esta en San Agustin, día nueve.
10 – La de San Nicolás de Tolentino que está en dicho convento, día diez.
11 – La cofradía de Nuestra Señora de Belén el día onze.
12 – La cofradía de Señor San Joseph día doze.
13 – La cofradía de Santa Brígida, día treze.
14 – La cofradía de San Sebastián, día catorze.
15 – La cofradía de Nuestra Señora de la Sierra y San Roque, Día quinze.
16 – Al Señor San Francisco Solano, día diez y seis.
17 – Al colegio de Niñas huérfanas, días diez y siete.
18 – A la cofradía de Nuestra Señora de la Aurora, día diez y ocho.
19 – A la cofradía de Nuestra Señora de la Rosa, día diez y nueve.
20 – La hermandad de Santa Rita, día veinte.

“Y en esta forma y con este orden se repartieron los días para las demandas de trigo y azeite de cada año[4], y la Venerable Orden Tercera de Nuestro Padre San Francisco y hermandad de la Misericordia no tomaron ni se les asigno día alguno y quedo a su discrezión pedir en día y ocasión que no embarazasen a las demás demandas”.

Actuó de notario “de los Autos que se siguieron por parte de las cofradías de N. Sª del Rosario, y la de las Angustias desta ciudad de Montilla, sobre arreglar estas y las demás de esta ciudad a los días que cada una perteneze según se antigüedad para las demandas de Trigo y Azeite” el clérigo capellán D. Juan González Hidalgo[5].

[*]Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, en marzo de 2002.

FUENTES


[1]Archivo Parroquial de Santiago (APS). Libro 2º de Visitas Pastorales. op. cit.
[2] APS. Libro de Visitas Pastorales de 1631. s. f.
[3] APS. Libro Cuadrante de los cultos de 1631. s/f.
[4] La cofradía de Santiago de los Caballeros curiosamente no se cita a este cabildo extraordinario, pero si podemos confirmar que en este año está activa. Es posible que hiciera demandas de limosna al estar conformada por hijodalgos.
[5] APS. Traslado de los Autos  que siguieron las cofradías... Notario: Juan Gonzalez Hidalgo. Año 1742.

sábado, 28 de febrero de 2015

EL CRISTO DE LA HUMILDAD Y PACIENCIA Y LA COFRADÍA DE LA CONCEPCIÓN DOLOROSA, (SIGLOS XVII – XVIII)*

Hoy vamos recordar la existencia de una cofradía inmaculista y pasionista radicada en Montilla entre los siglos XVII – XIX, que dio origen a la veneración del Señor de la Humildad y Paciencia, cuya cofradía actual observa el espíritu franciscano y está hermanada con la que rinde culto a nuestros patronos, y que tiene a bien editar esta publicación.

Los hermanos de San Juan de Dios, el voto y la cofradía

La instauración de los hospitalarios en Montilla fue una realidad el 8 de mayo de 1601, tras haber sido aprobada una provisión por el obispo de Córdoba y la autorización del Marqués de Priego. Con este documento se presentó el hermano Diego Arias “del hábito de la capucha Instituto de Juan de Dios” ante el alcalde ordinario de la villa, el domingo veinte de dicho mes, para tomar posesión de la administración de los hospitales de los Remedios y de la Encarnación, de pobres enfermos el primero y de pobres viandantes el segundo, junto con la ermita de Santa Catalina para la asistencia religiosa. 

Aspecto que presentaba el antiguo hospital e iglesia de
San Juan de Dios a mediados del siglo pasado.
La ermita de Santa Catalina, fue el templo que ve nacer en 1625 la cofradía de la Limpia Concepción de Nuestra Señora. El 9 de junio de ese año, llegaron al convento hospitalario las Constituciones y Ordenanzas aprobadas por el obispado. Esta cofradía penitencial, era cronológicamente la cuarta que se instauraba en la Semana Santa local, que pasó a procesionar la tarde del Miércoles Santo.

Si nos remontamos al origen de la Semana Mayor montillana, nuestra atención debe ponerse en los extramuros del castillo del Gran Capitán, donde a principios del siglo XVI ya existe la ermita de la Vera Cruz, años más tarde, hacia 1540, se erige en ese desaparecido oratorio la cofradía que diera culto a esta primitiva advocación cristiana, haciendo su estación penitencial la tarde noche del Jueves Santo. Medio siglo después se sumaron las cofradías de la Soledad y Angustia de Ntra. Sra. en 1588, que pasó a realizar su estación de penitencia la noche del Viernes Santo, y dos años después la cofradía de los Nazarenos, que lo hacía en la madrugada del mismo día, ambas erigidas en el convento de San Agustín.

La devoción a la Inmaculada Concepción estuvo muy presente en todos los estamentos sociales de la ciudad a lo largo del siglo XVII. El 4 de diciembre de 1628 el Concejo de Justicia y Regimiento (hoy Ayuntamiento), acordó celebrar anualmente una fiesta solemne en el convento de Santa Ana en honor de Ntra. Sra. de la Concepción, en la onomástica de su festividad con cargo a las arcas públicas. A este importante patrocinio oficial, se sumó el voto y juramento de la defensa del Misterio de la Purísima Concepción de María, que a iniciativa de los Marqueses de Priego y con la asistencia de todo el clero y el pueblo, se suscribió el 12 de diciembre de 1650 en el convento de Santa Clara.

La hermandad del Señor de la Humildad y Paciencia

Por su parte, la Cofradía de la Pura y Limpia Concepción vivió sus primeros años con gran esplendor. En la segunda mitad del siglo XVII se sumaron a ella dos hermandades dependientes de sus reglas y ordenanzas. La primera fue la Hermandad del Santo Cristo de la Humildad y Paciencia, fundada por el médico Juan Bernabé de Arroyo, donante de la imagen titular, la cual este mismo adquirió en la ciudad de Granada –posiblemente en un taller del círculo de Alonso de Mena– y según historiadores de la época, veneró en su casa varios años, y a propuesta de la junta de oficiales de la cofradía de la Limpia Concepción les fue donada, agregándola al patrimonio veneracional de ésta.

Llegada de Granada, la imagen del Señor de la Humildad y Paciencia fue
donada por el médico Juan Bernabé de Arroyo, a mediados del siglo XVII.
Tras la donación de la imagen y la colocación en un altar de la desaparecida iglesia de Ntra. Sra. de los Remedios, Juan Bernabé solicitó sepultura propia para sí y sus descendientes, ante la imagen y altar de Jesús  de la Humildad y Paciencia, a lo que accedió el Padre General de la Orden Hospitalaria, Fray Francisco de San Antonio quien autorizó la construcción del enterramiento en gratitud a su mecenazgo.

Como hemos referido anteriormente, Juan Bernabé de Arroyo adquiere la imagen del Señor de la Humildad en Granada, ciudad donde está fuertemente arraigada esta iconografía pasional. Ejemplo de ello, es el número de iconos humildes que se veneran en la ciudad nazarí, hasta ocho encontramos en sus iglesias y conventos. El más popular se encuentra en una pequeña hornacina en la entrada del Hospital de San Juan de Dios, popularmente conocido por el Cristo de Puerta Real, que curiosamente fue donado en el siglo XVII por un noble llamado Francisco Fernández de Córdoba, caballero granadino familiar de los marqueses de Priego, que la dotó con su lámpara de aceite para que ardiera día y noche.

La fervorosa devoción a la Concepción Dolorosa y al Señor de la Humildad llevó al generoso médico montillano a fundar una capellanía el 9 de julio de 1659, dotándola para su mantenimiento con los beneficios de sus fincas rústicas, localizadas en los pagos de Benavente, Cuesta Blanca y Huerta de los Limones, todos ellos del término de la ciudad, los cuales rentaban anualmente un censo de 700 ducados, que iba destinado a sufragar los gastos de la celebración de diez misas anuales en la capilla de la cofradía, que entre otras fueron dedicadas a las festividades de la Virgen y una de ellas de pasión, al santo Cristo de la Humildad y Paciencia la tarde del Miércoles Santo antes de la estación penitencial,  aplicadas todas por la intención de sus ánimas y de sus difuntos.

Capilla y cultos de la cofradía

La ermita de Santa Catalina fue erigida en 1512 a iniciativa de Diego Pérez, capellán de la II Marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba, y fue esta misma cedida a los hospitalarios en su venida. En 1619 fue ampliada, pasando a denominarse iglesia de Ntra. Sra. de los Remedios. En su interior se erige la capilla de Ntra. Señora de la Concepción, imagen dolorosa adquirida por la comunidad hospitalaria en Granada, fundándose su cofradía seis años mas tarde, como ya hemos señalado anteriormente.

La capilla contaba con un retablo barroco de tres hornacinas, la central la presidía la dolorosa de la Concepción y ambos lados las imágenes de Cristo. Este retablo, fue tallado por el artífice Mateo Primo en 1733. Este entallador provenía de un linaje de artistas de origen jiennense, y su campo de trabajo fueron las provincias de Jaén, Málaga y Córdoba. La lámpara de plata que alumbraba día y noche la capilla, fue donada y enviada en 1702 por el militar montillano Salvador del Barranco, Capitán General, durante su desempeño de la gobernación de Santa Marta y Riohacha, provincia de Tierra Firme, Reino de Nueva Granada (hoy Colombia).

La capilla, también contaba con ocho sepulturas para el enterramiento de los hermanos. En un cabildo celebrado en 1698, se reparten las sepulturas con ocasión del traslado del Cristo de la Humildad a la misma. La primera cripta de la derecha fue cedida a los herederos del gobernador Salvador del Barranco, la inmediata a su izquierda a los sucesores de Pedro de Aguayo, y la siguiente, que estaba bajo el altar del Cristo de la Humildad fue donada a los herederos del doctor Juan Bernabé, las cinco restantes quedaron libres para los hermanos de la cofradía.

En esta capilla, la cofradía celebraba anualmente todos sus cultos y cabildos, como bien se recoge en el encabezamiento de cada uno de ellos, que comienzan diciendo: “estando juntos y congregados al son de la campana tañida con lo han uso y costumbre los hermanos de Limpia y Pura Concepción”, campana que hoy aún se conserva anecdóticamente en la torre de esta iglesia patronal de San Francisco Solano, y que su inscripción en bronce, nos recuerda su procedencia.

Los hermanos celebraban sus cultos en diciembre, el domingo infraoctavo de la festividad de la Inmaculada, con una misa solemne con toda la comunidad hospitalaria y la presidencia del clero parroquial de Santiago. También la cofradía tenía costumbre de celebrar una misa con sermón antes de la estación penitencial la tarde del miércoles santo. Asimismo, cuando un hermano fallecía, la cofradía asistía al funeral con doce hachas de cera acompañando al difunto, ofreciéndoseles a sus familiares la sepultura de la capilla.

La iglesia de Ntra. Sra. de los Remedios comenzó a quedarse pequeña para la asistencia religiosa de los frailes. El Marqués de Priego emprendió la edificación de un nuevo templo que se concluyó en 1772, colocando la cofradía su antiguo retablo en la capilla que costearon, añadiéndole dos nuevos retablos, tallados y dorados para la ocasión, que fueron colocados en los laterales de la misma, uno para el Señor de la Oración en el Huerto y otro para el Señor de la Humildad y Paciencia. También se colocaron nuevas lámparas y una reja de hierro para la central, se colocó una imagen de San Pedro, que llegó a ser muy popular en la calle Puerta de Aguilar, cuyos vecinos dedicaban todos los años una verbena en su honor en los últimos días de junio.

Procesión del Miércoles Santo

Esta cofradía, realizaba estación de penitencia la tarde del Miércoles Santo. Según las primeras constituciones y ordenanzas aprobadas en 1625, en su cuarto punto se ordena a los hermanos participantes en la estación penitencial “que el Miércoles Santo antes de las Completas, todos los oficiales y cofrades de esta Santa Cofradía, estén juntos en esta iglesia, vestidos con sus túnicas y capirotes blancos de penitente y escapularios azules, y en ellos la insignia de Ntra. Sra. de la Limpia Concepción, y todos los mas que pudiesen sean de Sangre y los demás de luz”.

Antes de las tres de la tarde, el campanero de la torre de Santiago hacía llegar a todos los rincones de la campiña el toque de Completas. Tras la señal, varios miembros de la cofradía, llamados alquilones se dirigían con sus hachas desde el hospital a la Parroquia de Santiago, para recoger y alumbrar a la cruz y clero parroquial que acompañaba la procesión.

Una vez en San Juan de Dios, sobre las tres y media de la tarde, hora solar, comenzaba la estación penitencial abierta por la cruz guiona, que iba portada en unas andas y alumbrada por cuatro hachas por el gremio de los alfareros. Tras de sí, los hortelanos, que formaban cuarenta hermanos de luz, encabezados por su estandarte de damasco azul, en cuyo centro llevaba pintada una estampa de su titular, tras ellos, abriendo camino el paso de Jesucristo en la Oración en el Huerto, que era portado en los hombros de diez hermanos que a su vez llevaban su correspondiente horquilla. Todo este tramo era coordinado por los cuatro cabos de la corporación, que llevaban los bordones de madera con sus tarjetas de hierro.

El rostro del Señor recuerda al quehacer del círculo granadino de
 Alonso de Mena, lamentablemente muy intervenido en el siglo XX. 
Tras esta hermandad, el estandarte de la imagen de Cristo de la Humildad y Paciencia, los hermanos de luz con sus hachas de cera, y dos cabos con sus bordones. En el siguiente paso, Jesús aparece sentado sobre una roca, descansa de su subida con la Cruz a cuestas al monte Calvario, Humilde y Paciente, coronado de espinas espera su crucifixión y muerte. El Señor de la Humildad, iba sobre un trono dorado portado por diez hermanos, a ambos lados de la efigie dos azucenas de plata que hacían las veces de pebeteros perfumados, yendo todo el misterio cubierto con un palio sustentado por ocho varas. En las esquinas del trono iban cuatro hermanos con su hacha de un tamaño superior a las restantes, para alumbrar el misterio.

Tras esta hermandad, el cortejo de la Concepción Dolorosa, que abría su guión procesional de tafetán azul y que iba portado por el Marqués de Priego o sustituido por su Contador, en caso de que no se hallara en Montilla. Tras él, los hermanos de luz y sangre revestidos con sus túnicas y capirotes blancos, y sus escapularios azules de la Inmaculada Concepción, precediendo al paso de la Dolorosa, portado por seis hermanos. La imagen de la Santísima Virgen, vestida con saya de damasco y manto de felpa azul con estrellas de plata de martillo y corona de plata. Toda ella cubierta por un palio de tafetán azul con ocho varas de madera de haya, y perfumada por dos pebeteros en forma de azucena. Tras la Madre de Dios, la comunidad hospitalaria, el clero parroquial, la capilla de música de Santiago, y la junta de oficiales presidida por su hermano mayor, que en muchas de las ocasiones era el alcalde ordinario de la ciudad.

Una vez en la calle, la procesión se dirigía a la Parroquia de Santiago para hacer estación en el templo mayor, tras los rezos y cantos pasionistas volvían camino del Convento de San Juan de Dios, por las calles de nuestra ciudad.

Esta es, una síntesis documental de la fundación, evolución y protocolo de la Cofradía de la Concepción Dolorosa, desde su creación hasta finales del siglo XVIII, donde estaba integrado el Señor de la Humildad, y donde su pujanza y esplendor quedan reflejados en los documentos, imágenes y enseres que aún se conservan como testimonios del pasado.

Como quedara patente, en el segundo tercio del siglo XX los montillanos vivieron in situ la lenta agonía, como templo cristiano, de la barroca iglesia de San Juan de Dios, hasta su definitivo cierre. Parte de su patrimonio se trasladó a la parroquia de San Francisco Solano, tal como la imagen del Cristo de la Humildad, último vestigio de una antigua hermandad erradicada en el templo hospitalario.

Este breve boceto histórico, que aporta alguna luz sobre el pasado de esta sagrada efigie, en la actualidad –providencialmente– goza de gran veneración cofrade y franciscana entre sus hermanos y devotos en el templo patronal montillano.

Fotos: RUQUEL, Rafael Guijarro.

*Artículo publicado en la revista "Hermandad Patronal". Año II, nº 2. Diciembre de 2007.