martes, 7 de octubre de 2014

LA COFRADÍA DEL ROSARIO DE MONTILLA. APUNTES PARA SU HISTORIA*

Fundación y Cultos

La cofradía del Rosario se instaura en la entonces villa gracias a la visita de fray Diego Núñez del Rosario, dominico morador del convento de San Pedro mártir de la ciudad de Marchena (Sevilla). Éste, tras mostrar los permisos de Martín de Córdoba y Mendoza, Obispo de Córdoba, y del general de la Orden de Predicadores de Santo Domingo, el Cardenal fray Vicente Justiniano, el 22 de agosto de 1580 acordó con el vicario de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol, Alonso Ruiz Mazuela y el rector de la misma, Antonio de Cárdenas, y varias personas devotas de la Stma. Virgen erigir y fundar en este templo dicha Cofradía, señalando una antigua imagen de Ntra. Sra. del Socorro como nueva advocación del Rosario, bendiciéndola y dando un sermón donde exaltó los quince misterios del Rosario. Tras este acto, bendijo varios rosarios y dio instrucciones de cómo redactar las reglas y constituciones de la nueva Cofradía[1].

Desde su fundación y hasta 1582 fue su hermano mayor el propio Vicario, sucediéndole en el cargo el Rector hasta 1589, año en que se aprueban sus primeros estatutos. Desde esta fecha el cargo de hermano mayor duraba dos años, el primero fue Bartolomé Ruiz Gil[2], sucediéndole Pedro Rodríguez Hidalgo, a este, Juan Pérez de Hernán Ruiz, después en 1596 ostenta el cargo Juan Ruiz, y así sucesivamente. Este cargo era meramente representativo, ya que todo el peso de la Cofradía recaía en el Mayordomo, persona que hacía de gerente y administrador de los bienes y gastos de la misma. Este cargo estaba pagado por la Cofradía y su duración podía ser vitalicia.

Según la escritura fundacional de la Cofradía, ésta se obligaba a organizar los cultos de la Purificación, Anunciación, Asunción, Natividad y Concepción de la Stma. Virgen, aparte de su fiesta principal que viene celebrándose el primer domingo de octubre con su octavario.

La festividad de la Purificación, popularmente conocida como La Candelaria, se celebra el 2 de febrero, día que la Cofradía concertaba con la de San José la venida en procesión del Santo Patriarca desde su ermita, a la llegada de éste al templo parroquial la imagen pequeña de la cofradía del Rosario lo esperaba en la puerta bajo palio con un repique solemne de campanas y cohetes, la imagen de la Virgen llevaba en su brazo izquierdo al Niño Jesús y en el derecho una vela y una bolsa con azúcar; San José portaba en su brazo derecho su vara de plata y en el izquierdo una rosca de pan.

Una vez en el templo entraban en procesión hasta el altar mayor, la Cofradía que daba a los asistentes una ramita de romero y cuando las andas llagaban al presbiterio se iniciaba la misa solemne, a su término se bendecían las roscas que habían llevado los vecinos de la ciudad y los cofrades repartían a la salida bizcochos a los asistentes[3].

En la festividad de la Anunciación (25 de marzo), Asunción (15 de agosto), y Natividad de la Stma. Virgen (8 de septiembre), la Cofradía organizaba los cultos junto con la fábrica parroquial, que eran similares en su protocolo. La jornada anterior a la fiesta, a medio día se repicaba solemnemente, por la noche y al amanecer del día siguiente se tocaban Vísperas. Los cultos eran por la mañana, comenzaban con procesión claustral de cuatro sacerdotes revestidos con capa, que se dirigían hasta la capilla de Ntra. Sra. del Rosario mientras el órgano parroquial entonaba la Salve para que la cantaran los asistentes; una vez en dicha capilla se incensaba la imagen pequeña que estaba preparada en sus andas para agregarse a la comitiva y ser trasladada hasta el altar mayor donde se comenzaba la misa solemne, cuando ésta concluía la imagen se volvía hasta su capilla[4].


El pontífice Pío V, artífice de la propagación del rezo
del Rosario a través de la fundación de cofradías
La Cofradía celebraba su fiesta principal conmemorando la victoria de la batalla naval de Lepanto, ganada por los reinos cristianos al imperio otomano el 7 de octubre de 1571. La devoción al Santo Rosario fue impulsada por el dominico Miguel Ghistieri, que ascendiera al trono pontificio con el nombre de Pío V, éste organizó entre los reinos de España y Venecia conjuntamente con los Estados Pontificios, la Liga Santa, rogando el pontífice a la cristiandad que se encomendaran a la Stma. Virgen con el rezo del Santo Rosario para que intercediera por la protección de la contienda naval dirigida por Don Juan de Austria.

Desde aquel mismo año esta devoción se expandiría por todo el imperio de Felipe II gracias a los frailes dominicos, que predicaban las indulgencias que tenían concedidas a sus devotos por la milagrosa intervención de Ntra.  Sra. del Rosario en la gloriosa efemérides de aquel domingo de otoño.

En nuestra ciudad era muy celebraba dicha jornada, desde el amanecer se repicaba para la misa mayor de la mañana, donde aparecía el templo parroquial con la Virgen del Rosario y Santo Domingo en sus tronos delante de los púlpitos del altar mayor exornados con macetas florales, cirios y pebeteros; las columnas revestidas con colgaduras, se consumían ocho docenas de cohetes y la torre se iluminaba con luminarias. El primer domingo de octubre, como era costumbre, a medio día se tocaban vísperas, a las cuatro se repicaba para la procesión donde alumbraban en ésta 50 cofrades con velas y 4 con hachas acompañando a la Madre de Dios y Señora del Rosario que procesionaba bajo palio y escoltada por una compañía militar de soldados, los cuales recibían cuatro libras de pólvora para la procesión[5].

A mediados del siglo XVII la Cofradía contaba para sus cultos y procesiones entre otros con nueve rosarios para la Virgen y el Niño de pedrería y plata, ocho de Santo Domingo, dos coronas de plata  y otras dos de plata sobredorada con esmaltes azules y verdemar, varias camisas, tocas,  mantos, sayas, ocho almohadillas y ocho horquillas para los tronos, tres cetros, una bagineta de plata con una imagen de Ntra. Sra. para pedir, un palio de damasco rosado y blanco con sus flecos de seda con seis varas, dos pebeteros de hierro sobredorados, un mosquete y frascos pequeñitos de latón para el Niño, un estandarte de damasco rosado con sus borlas, vara, cordeles, cruz y cinco campanitas de plata[6].

Otra fecha celebrada por esta Cofradía era la Inmaculada Concepción de la Stma. Virgen el día 8 de diciembre, se repicaba a mediodía y a la puesta del sol en vísperas, y por la mañana para la procesión claustral con la asistencia de cuatro sacerdotes revestidos con capa, comenzando en la sacristía, hasta la capilla de Ntra. Sra. del Rosario donde se cantaba la salve con el órgano y se incensaba a la Stma. Virgen[7].

Veneración y Ornamentación

La veneración a las diferentes imágenes que ha tenido la cofradía del Rosario, ha observado a lo largo de sus más de cuatro siglos de historia diferentes cambios de emplazamiento de su titular, que por varias circunstancias se ha ido transformando su aspecto primitivo hasta llegar al actual, felizmente mejorado gracias a la veneración que esta advocación mariana a conservado en nuestra ciudad, a la cual desde el siglo XVII se ha visto dotada de donaciones testamentarias de censos, casas, olivares, etc.

Capilla de Ntra. Sra. del Rosario, en la iglesia parroquial de Santiago
Tras la fundación de la Cofradía en 1580, -como hemos documentado anteriormente- se toma una antigua imagen y retablo de Ntra. Sra. del Socorro y se vuelve a bendecir con la advocación del Rosario, ésta se veneraba en el templo parroquial y estaba situada en un arco de medio punto con una profundidad de un metro situado en la nave de la epístola entre la capilla de San Andrés y la del Santísimo o Sagrario, que existió hasta 1964. En la actualidad se venera en dicho sitio, una imagen de San Antonio de Padua procedente del convento franciscano de San Lorenzo, colocada sobre dos columnas de madera imitadas en piedra de jaspe.

En este lugar estuvo la primitiva imagen del Rosario hasta finales del siglo XVII. Según un inventario de 1663 este altar ya ostentaba un retablo de madera sobredorado con la imagen de talla de Ntra. Sra. con su niño en brazos y a ambos lados dos imágenes de talla, de Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Paula. También tenía cinco frontales para la mesa del altar de distintos colores y tipos de tela, un atril de madera, dos candeleros y cruz, dos lámparas de plata a ambos lados, debajo de éstas dos tablas con las indulgencias concedidas a la Cofradía y en la mesa de altar otras dos con las palabras de la Consagración y el evangelio de San Juan.

En 1693, el entonces hermano mayor de la Cofradía, Francisco Ximénez Rubio, solicita licencia a los Marqueses de Priego y Duques de Feria para labrar la nueva capilla y poderse hacer en el arco que estaba entre la  puerta de la calle de la Yedra y la torre y campanario. En ese momento estaba ocupado por la cofradía de Ntra. Sra. de la Cabeza, la cual sería permutada por el primitivo arco del Rosario como habían acordado en un cabildo entre ambas cofradías con la asistencia del obrero mayor Don Juan Hurtado y presidido por Don Alonso Domínguez del Monte, provisor general del obispado, a quien la cofradía del Rosario solicitaría también hacer una sepultura en la nueva capilla para los cofrades. Este acuerdo sería recogido ante el escribano Juan Manuel Talero un año más tarde en papel sellado, el cual recibió veintinueve reales por dicha escritura.  El intercambio de los retablos e imágenes se llevó a cabo por el carpintero Juan del Villar[8].

Las obras se realizaron en tres fases, se comenzó con la capilla, que llevó desde 1693 hasta 1708, después se continuó con el camarín y cripta funeraria entre los años 1738 – 1765, y finalmente se ejecutó la actual sacristía y dependencia entre los años 1778 – 1822. Entre estos espacios de tiempo la Cofradía adquirió enseres y demás artículos para el culto para la ornamentación de la misma, que serán reseñados.

Comenzó la 1ª fase con el alzado de la planta de la nueva capilla, lo dirigió el maestro alarife Agustín Velasco, los sillares de piedra fueron traídos por los pedreros Juan Díaz Carretero y Juan Burgueño, y labrados por los maestros de cantería Pedro del Baño y Alonso Prieto, la madera de las vigas fue traída de la huerta del Arroyo.

La decoración interior de la capilla fue realizada por el pintor local Manuel Ramírez, quien pintó y doró la reja de la capilla, y al fresco la cúpula, el florón, las pechinas y las paredes de la misma, todo fue costeado por Francisco García Pulido[9]. El nuevo retablo fue realizado por el tallista sevillano Pedro José de los Cobos, se colocaron dos nuevas lámparas de plata aderezadas por el platero local Antonio Fernández del Valle que había realizado en 1686 la media luna de plata de la Virgen en la que se puede leer: “SE HCº ESTA MEDIA LVNA SIDº HER MAIOR JVº, PER HIDALGº AѺ 1686”.
Las vidrieras de la capilla fueron ensambladas y ajustadas por Francisco de León, vecino de Córdoba, la reja de la capilla fue realizada por el maestro herrero Juan López.

En la 2ª fase, era hermano mayor Andrés de Aguilar Tablada, estuvo dirigida por el mayordomo Lucas Jurado y Aguilar, el cual encargó a los maestros albañiles Manuel Benítez  y Francisco Martín de Benítez el alzado del camarín y cripta funeraria. La piedra procedía de las canteras de la Fuente del Álamo, de la de Belén y de varias casas de la Escuchuela propiedad de Mª de Sotomayor, ésta piedra fue cortada y labrada por Francisco Benítez. Las vigas de madera eran de álamo blanco de la Huerta de los Limones y del pinar del Cuadrado, las tejas de dicho camarín fueron donadas por Don Pedro Montenegro, los ladrillos alfajiados fueron comprados en el tejar de Santa María. Las puertas de la cripta fueron realizadas con madera de pino por el carpintero Nicolás Serrano. La veleta que corona dicho camarín, representa al arcángel San Rafael, está realizada con dos varas y media de chapa vizcaína adquirida en Sevilla, siendo aderezada por Matías García. Las puertas y cajoneras del camarín, de madera de nogal y flandes fueron realizadas por el carpintero Pedro de Toro, y las vidrieras de la ventana del camarín las compuso Sebastián Jurado.  El jaspe de la capilla  fue comprado en  Cabra de la cantera de Alonso de Orgaz. Se restauraron los frescos de la capilla por el pintor Miguel González de Arenas[10].

En esta obra trabajó el tallista sevillano Gaspar Lorenzo de los Cobos en desmontar el retablo de la capilla y después de la misma lo volvió a ensamblar y le añadió nuevas piezas decorativas que doró y restauró Miguel González de Arenas, también este entallador realizó el marco de la lámina del misterio del Stmo. Rosario pintada por el "Padre Ignacio" (sacerdote jesuita sacristán de la iglesia de la Compañía de Jesús de Montilla), también realizó Gaspar Lorenzo diversos trabajos de carpintería como una cajonera para el resguardo de la ropa y alhajas de Ntra. Sra., y otros trabajos de menor envergadura[11].

Otra gran aportación a la reforma de esta capilla estuvo en las manos de las hermanas Cueto, conocidas  por “Las Cuetas”, quienes realizaron la parte principal de ésta, con la incorporación de la nueva imagen de Ntra. Sra. del Rosario, una imagen de la Stma. Virgen para las fiestas claustrales (conocida popularmente como la Candelaria) y cuatro ángeles para la peana de las andas procesionales[12]

En estas fechas la Cofradía adquiere otros objetos nuevos para el culto, entre ellos podemos citar: dos candelabros de bronce, tres tablas de oraciones, seis candeleros de metal, siete varas de puntas de plata para componer nuevos ornamentos, un frontal de cuero estampado y dorado comprado en Cádiz. El platero local Sebastián Fernández realizó para la imagen pequeña una media luna y un rostrillo de plata, además de cuatro rosarios.

En 1741 la Cofradía organizó una corrida de toros para sufragar algunos gastos del camarín y panteón de la capilla. El maestro platero Francisco Fernández compuso dos nuevas lámparas de plata para el camarín, su hermano Sebastián realizó una lámpara de azófar para el panteón, siete enganches del rosario de la imagen pequeña y otros ocho de las guirnaldas de los cuatro ángeles de la peana[13]. El zócalo de jaspe del camarín fue realizado en Lucena por Vicente del Pino Ascanio y trasladado en piezas talladas para su colocación. En 1765 Francisco Martín Benítez, alarife del Consejo de la Ciudad, dirigió varios reparos en los tejados de la capilla, camarín y antigua sacristía.

Cúpula del camarín de Ntra. Sra. del Rosario, obra del entallador Pedro de Mena Gutiérrez

Años más tarde, en 1778 comienza la tercera fase que ultimó el estado muy similar al que hoy conocemos de dicha capilla. El entonces mayordomo de la Cofradía, Antonio Molina, contrató con el tallista lucentino Pedro de Mena Gutiérrez la hechura y tallado del camarín que había concertado Miguel Jurado y Aguilar, anterior mayordomo. La obra fue revisada  por el tallista José García, vecino de Ecija, que una vez terminada de carpintería, talla e imaginería, se congregaron en dicho camarín los hermanos de la Cofradía y el autor de la obra para darla por entregada, corría el día 10 de agosto de 1780[14]. Entre 1787 – 1789 fue dorado dicho camarín por Antonio Villegas, maestro del arte de la pintura y dorado, vecino de la ciudad.

En 1779 la Cofradía encarga al artífice Antonio Rafael de Santa Cruz, vecino de Córdoba, un corazón con su corona de oro, obra contrastada por su homólogo Juan de Luque y Leiva. En 1782 se encarga a este platero una corona y resplandor de plata sobredorada, esta vez contrastada por Mateo Martínez y Moreno, también cordobés[15].

El 20 de marzo de 1792 la imagen de la Ntra. Sra. del Rosario recibió la donación de un anillo de diamantes por Ana de Prieto, vecina de la calle Puerta de Aguilar. En 1804 se reanudan las obras de albañilería con la limpieza de los tejados y se loza el suelo del panteón, todo realizado por Antonio Benítez, siendo mayordomo de la Cofradía Pedro Molina y Angulo. En 1818, Juan Benítez, maestro alarife de la casa del duque de Medinaceli, lleva a cabo la obra en el patio de la sacristía donde se hace un nuevo panteón para la Cofradía. En 1822 se realizó la última obra de envergadura por la Cofradía, que encarga al maestro de albañilería de José de Vela revisar los tejados de la capilla, camarín y sacristía; y sacar la veleta para arreglarla.

A partir de entonces, la Cofradía centra sus gastos en la adquisición de objetos de culto y decoración. En 1828 el platero Manuel González restaura las coronas de plata de la Virgen. En 1830 José de Luque compone la cruz de la bandera de los entierros, que es dorada por Blas Requena y pintada por José Carbonero tres años mas tarde. Este mismo año se encarga al platero José Paniagua una lámpara para la capilla. En 1835 Blas Requena restaura el dorado del camarín,  y cinco años después pinta la bandera de Ntra. Sra. que sirve para las procesiones[16].

Recientemente, la actual Cofradía ha restaurado el bordón de la Presidencia, obra realizada en plata con punzones donde se distingue el león rampante dentro de un círculo y  "M. AGVILAR" (Manuel Aguilar y Guerrero), y "BEGA/13" perteneciente a su contraste (Diego de Vega y Torres) y año de ejecución, 1813.

El siglo XX y la Asociación del Rosario Perpetuo

En el siglo XIX la religiosidad popular española soportó los conflictos sociales que se manifestaron desde la Invasión Francesa (1809), la Desamortización de los bienes de la Iglesia (1835), y la Primera República (1873), que a muchas de ellas les llevó a desaparecer o reducirse al interior de los templos. La Cofradía del Rosario se vería afectada como una más, pasando por años difíciles a finales del siglo XIX.

Ntra. Sra. del Rosario, titular de la Cofradía y Asociación. Imagen
adquirida en los talleres Sarriá (Barcelona). Su llegada a Montilla
se retrasó a causa de los sucesos ocurridos en la ciudad condal en
julio y agosto de 1909 conocidos como “La Semana Trágica”.
Con la llegada de Don Luis Fernández Casado para suplir la plaza de Arcipreste de Montilla y Párroco de Santiago, éste da un nuevo impulso a  la Cofradía con la creación de la Asociación del Rosario Perpetuo, facilitando el ingreso de mujeres a la antigua institución. Su primera presidenta fue Felisa Valderrama Martínez, una mujer muy popular en la ciudad y mecenas de la Parroquia. La nueva presidenta adquiere una nueva imagen de Ntra. Sra. del Rosario en 1909, procedente de los talleres de Sarriá (Barcelona). Restaura los frescos de la capilla donde interviene el pintor José Garnelo y Alda con el diseño de los mismos y con la pintura de la Stma. Virgen que está sobre la puerta de su sacristía, su diseño fue ejecutado por el pintor Juan  Antonio Torres Luque.

Desde la nueva Asociación se da un nuevo impulso a la procesión, donde desfilaban quince estandartes representando cada uno de ellos un misterio del Santo Rosario concluyendo con el de la Stma. Virgen que fue realizado por José Garnelo y Alda. Se adquiere también una nueva peana para la imagen en los talleres valencianos de "Hermanos Bellido" y un nuevo trono obra del tallista sevillano afincado en Montilla Antonio González Martínez (que se puede calificar como uno de sus mejores trabajos que conservamos en la ciudad) policromado por el pintor Ildefonso Jiménez Delgado, que se estrena en octubre de 1949.

En 1963 deja de procesionar la Virgen del Rosario por las calles de nuestra ciudad. En 1972 la Cofradía restaura los frescos de pintura de las paredes de la capilla, trabajo realizado por Cristóbal Gómez Garrido quien suplantó la pintura encolada por pintura plástica para su mayor duración. Un año más tarde se coloca en el arco de entrada de la capilla un marco de madera sobredorada[17].

Hasta nuestros días ha llegado esta cofradía realizando sus cultos en la primera semana de Octubre, donde cada año se rememora la devoción al Santo Rosario que tiene Montilla desde hace más de cuatro siglos, y gracias a la veneración de la Stma. Virgen se han ido entroncando devoción, tradición, historia y patrimonio artístico, para el gozo y protección de esta joya que los montillanos podemos apreciar en nuestra Parroquia Mayor de Santiago Apóstol.

*Artículo publicado en la revista local "Nuestro Ambiente", en Octubre de 2001.

FUENTES DOCUMENTALES

[1] Archivo de Protocolos de Montilla. Escribanía 1ª. Leg. 13, fols. 889-896.
[2] Archivo Parroquial de Santiago (APS). Libro 2º de visitas, f. 175.
[3] APS. Anuario de cultos parroquiales. s.f.
[4] Ibíd. 
[5] APS. Cuentas de la Cofradía del Rosario. s.f.
[6] APS. Inventario de la Cofradía del Rosario de  1663. s.f.
[7] La Inmaculada Concepción fue patrona de Montilla hasta el siglo XIX, en la mayoría de los templos de la ciudad se le rendía culto este día por la mañana y la función principal era a las ocho de la tarde en el monasterio de Santa Ana, estos cultos estaban patrocinados por el Ayuntamiento, a los cuales asistían todas las autoridades civiles, religiosas y militares de la ciudad.
[8] APS. Cabildos de 1693. s.f.
[9] APS op. cit.
[10] Idíd.
[11] APS. Cuentas de 1739 - 44. s.f.
[12] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L.: Las Cuetas, Montilla, 2000.
[13] APS. op. cit.
[14] APS. Cuentas de 1776 – 83.
[15] APS. op. cit.
[16] Ibíd.  s.f.
[17] Archivo de la Asociación del Rosario Perpetuo. Libro  de Actas de 1964 – 73. s.f.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL CULTO Y VENERACIÓN A LA SANTA CRUZ EN MONTILLA*

Pocas ciudades aún de las más populosas igualaran la de Montilla, en la fe, devoción y esmero con que celebran y festejan el Stmo. Arbol de la Cruz, apenas hay calle y casa donde no se le dé culto conforme a las facultades y poder de cada uno. [Antonio  Jurado y Aguilar, 1776]


En los orígenes de la cristiandad, los primeros seguidores de Jesucristo relegaron rememorar la pasión y muerte de éste porque la veían como algo atroz, y fundamentalmente porque Cristo había resucitado que era el verdadero misterio de la trágica y última semana de vida terrenal del “Salvador”.

En el primer tercio del siglo IV d. C. el bajo imperio romano estaba en constantes instigaciones entre los emperadores Constantino y Majencio (de occidente) y Licinio (de oriente), el primero fue proclamado augusto a la muerte de su padre en el año 306, desde sus comienzos como emperador suspendió las persecuciones a que estaban sometidos los primitivos cristianos  a los que se acercó con una política tolerante, también inició una lenta unificación del imperio de occidente que concluiría en una decisiva batalla contra Majencio, que fue derrotado a pesar de estar en superioridad de efectivos bélicos. Entonces, Constantino se encomendó “al Dios de los cristianos cuyo poder no ignoraba” y entonces “vio en mitad del aire una resplandeciente cruz más brillante que el mismo sol orlada de una inscripción con caracteres de luz que decía así: In hoc signo vinces: vencerás en virtud de esta señal”. El emperador dio orden de que todos sus tercios llevasen un estandarte con la señal de la Cruz que él había visto, tomando el nombre de “Lábaros”, y que sus soldados grabasen el monograma del “chrismon” en sus escudos. Tras la victoria de la contienda por sus tropas, éste quedó como único emperador de occidente, erigiendo un monumento a la Santa Cruz en Roma.

En el año de 313 hubo unos acuerdos entre los augustos de occidente y oriente, en los cuales se permitiría el régimen de paz para la iglesia, la libertad de culto y la necesidad de devolver a los cristianos los bienes que en oriente les habían confiscado durante las persecuciones. Aunque en el año 325 el incumplimiento de lo pactado por parte de Licinio, desencadenó un enfrentamiento entre éstos, ya que éste iba tomando una actitud más intransigente hacia los cristianos a quienes expulsó de la corte y la administración, violando así la paz alcanzada entre ambos. El enfrentamiento se saldó con la victoria de Constantino que restableció la paz y la unidad política del imperio[1]. Tras este nuevo triunfo ordenó edificar el templo del Santo Sepulcro en Jerusalén, demoliendo un templo pagano que allí habían construido los romanos a Júpiter en desagravio a los cristianos.

La festividad de tal efemérides señaló el 3 de Mayo con la advocación de Invención de la Santa Cruz, primer día libre después de la Pascua, que nunca puede pasar del segundo de dicho mes, con el fin de acercarla todo lo posible a la memoria de la Pasión y Muerte de Cristo y a la Adoración de la Cruz que es el Viernes Santo[2].

La emperatriz Santa Elena, madre del emperador Constantino, se convierte al cristianismo, ésta comienza a peregrinar a Tierra Santa, donde visitó los lugares por donde había predicado el “Rey de los Judíos”. Una vez allí ve como todos los Lugares Santos fueron profanados y sepultados durante las persecuciones y sobre alguno ellos la autoridad romana  había construido, como en el monte Gólgota un templo a la diosa Venus. Con autorización de su hijo, ésta comenzó a restaurarlos, volviéndolos a su ser primitivo. Tras la demolición del templo profano del Gólgota y posterior retirada de los cimientos del mismo, aparecieron varios pedazos de maderos de similares características, tras el hallazgo intervino el obispo de Jerusalén San Macario dando instrucciones de cómo se debería de identificar en la que murió Cristo. Entonces, entre otras pruebas en la que hizo de testigo el pueblo, se colocó a un enfermo agonizante en cada uno de los hallazgos y sanando en uno de ellos, el cual fue tomado como el verdadero. La mitad del sagrado madero fue enviado a Roma y la otra mitad se quedó en Jerusalén en el lugar de su aparición donde la Emperatriz mandó construir un templo dedicado a éste que fue consagrado el día 14 de Septiembre de 326, día que quedó instituida la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz[3].

La primera reliquia de la Cruz fue enviada a España por el pontífice San Gregorio I al monarca godo Recaredo, durante su reinado (586 – 601) en afecto a la decisión de instituir la religión católica como la oficial del reino; como lo manifestara  el mismo soberano: “por fin podré entregar a la gran mayoría de mi pueblo la unidad religiosa tan necesaria para el buen discurrir de nuestro reino. A partir de ahora los godos seremos católicos[4].

Las festividades a la Santa Cruz se establecieron en la entonces Hispania goda durante  el XIV Concilio de Toledo celebrado en Noviembre de 684 bajo el reinado del monarca Ervigio (680 – 687), el cual expidió un decreto por el que se instituía  el culto a la Santa Cruz en todos sus dominios. Aunque poco duraría este intento de expandir la devoción al sagrado madero en tierras hispánicas, ya que en julio del 711 comenzaría la invasión musulmana, suspendiéndose así más de tres siglos y medio de cultura occidental en la península ibérica.

Pero el culto al Sagrado Madero tendría un papel importante durante la reconquista, evocando los triunfos del emperador Constantino acompañado del “signo de la Cruz”, los monarcas cristianos, las ordenes militares, la nobleza y el pueblo llano tomarían este símbolo en la resistencia contra los invasores musulmanes, colocándolo en banderas, estandartes, escudos, ropajes y armaduras, con el fin de que la Cruz fuera nuevamente invicta.

En una de las batallas cruciales de la reconquista, nuevamente se manifestaría la veneración a la Santa Cruz, tendría lugar en los llanos de las Navas de Tolosa (La Carolina, Jaén), donde los monarcas de los estados cristianos de la península Alfonso VIII de Castilla, Pedro I de Aragón y Sancho VII de Navarra, con apoyos de estados  ultrapireinaicos y del pontífice Inocencio III, unirían sus fuerzas contra el ejército del califa almohade  Muhammad al-Nasir quien fue derrotado el 16 de julio de 1212. En la contienda  destacó “el Arzobispo de Toledo D. Rodrigo con la cruz arzobispal, quien intervino alentando a las huestes cristianas quienes vieron en medio del combate como apareció suspendida en el aire una resplandeciente cruz de varios colores, que al paso que esforzaba a los cristianos, llenaba con su vista de terror a los infieles (...) esta victoria, así como fue llorada por los enemigos, dando a los cristianos un triunfo milagroso, de que no había ejemplar en las historias”[5]. Causa de este hecho durante el pontificado de Gregorio XIII (1572 – 85) se instituyó en España la fiesta del Triunfo de la Santa Cruz el 16 de julio en acción de gracias a la intercesión divina.

La devoción popular al sagrado madero en el que vio la muerte Cristo, llega a Montilla en la mitad del siglo XVI. Bajo el mandato del obispo de Leopoldo de Austria (1541-57) se fundan en la diócesis de Córdoba la mayoría de las cofradías de la Santa Vera Cruz de la provincia, este fenómeno es causado por las indulgencias dadas por el pontífice Paulo III en 1536 a la cofradía de la Vera Cruz de Toledo y las concedidas en 1538 a la cofradía homónima de Córdoba[6].

Gracias a estos beneficios espirituales y a la propagación de esta devoción por parte de los frailes franciscanos, que se establecieron en Montilla a partir de 1512 por voluntad del I marques de Priego, se arraiga fuertemente la veneración popular a la Santa Cruz que protagonizaría la génesis de nuestra Semana Santa y el culto a las tres festividades de la Cruz que el calendario litúrgico contempla y que hemos querido reflejar una breve reseña de sus orígenes.

En Montilla, tenemos constancia del culto y veneración a la Santa Cruz desde los primeros lustros de la edad moderna, en la que comienzan a hablar los archivos de la ciudad.

La primera y más importante reliquia de la pasión y muerte del “Nazareno” llega a nuestra entonces villa por una donación que hace el Cardenal Presidente del concilio de Trento  al Duque de Feria D. Gómez de Figueroa como consta en su auténtica conservada en el convento  de Santa Clara que por su importancia hemos creído conveniente transcribirla integra: “Indulgencia de la Sacro Santa Espina / En el tiempo que se celebraba el Sto. Concilio de Trento, el Sr. Cardenal Dn. / Christobal Madrutio Presidente del, concedió y donó la sacrosanta Espina al Sr. Dn. Gomez de Figueroa Duque de Feria / La cual espina como original y verdadera de la Corona de / Jesuchristo N. R. Había antes puesto en la Catedral de Trento el / Emperador Federico II. / Da de todo esto en esta Bulla del dicho Sr. Cardenal / el día que la donó en Trento al dicho Dn. Gomez / de Figueroa fue a 6 de Junio de mil y quinientos / y cinquenta y uno. / Concediole una indulgencia perpetua de cien días de perdón / a todo los que visitaren la Iglesia adonde esta en / cinco días de todos los años./ El día de la Natividad de N. S. Jesuchristo. / El día de la Asumpsión de Nuestra Señora. / El Viernes Santo. / El día de la Invención de la Cruz. / El día de la Exaltación de la Cruz./  Para seguir dichas indulgencias pide solamente el haber confesado”[7].

Los cultos tenían lugar en la Parroquia de Santiago Apóstol, templo donde se celebraba diariamente las festividades litúrgicas; la ermita de la Santa Vera Cruz, donde estaba erigida la cofradía homónima; el convento de San Agustín donde residen las cofradías de Nra. Sra. de la Soledad y de Jesús Nazareno; y en el convento de Santa Clara, donde estaba fundada el grupo de los Esclavos de la Cruz.

Eran originarios de distintas fundaciones, la litúrgica que era la primitiva y estaba designada por la Santa Sede y a su vez por el obispado de Córdoba, según estos días manaban las veneraciones populares que eran las escogidas por las cofradías para sus fiestas de regla, misas por sus difuntos, etc.; y a raíz de ésta se comienzan a fundar por devotos particulares y cofrades, capellanías, memorias y obras pías perpetuas, según la magnitud de los bienes donados para las mismas, de las cuales las cofradías y fábrica parroquial eran beneficiarias directas junto con el capellán y patrono de las mismas, y los beneficiarios indirectos eran los vecinos de la ciudad que tenían la posibilidad de arrendar casas y tierras de calidad a bajo costo, de por vida y sin impuestos reales ya que eran bienes pertenecientes a la Iglesia.

La Invención

La festividad del 3 de mayo era bien homenajeada en la localidad, en la ermita de la Santa Vera Cruz su cofradía celebraba por la mañana en el altar mayor que presidía el Santo Cristo de Zacatecas, su Fiesta de Regla con procesión, vísperas, sermón y misa cantada por la capilla de música de la Parroquial, en cuyos cantorales que aún se conservan existe el que recoge dichas partituras, y en su final aparece una inscripción de su transcriptor y fecha que dice: “Acabose en 4 de Março de 1609 por Joan Prieto del Mármol cura desta iglesia de Señor Santiago de Montilla”[8]. Por la tarde tenían sus vigilias[9]. Al día siguiente tenían un aniversario llano por los cofrades difuntos y una memoria perpetua que había instituido en la ermita  el hermano Bartolomé Sánchez Carreta, para la cual dejó por dote para su sustento las casas que en posesión tenía la cofradía junto a la ermita.

Alonso Cameros de Cueva que fuera hermano mayor de la dicha cofradía, encomendó a su hijo Alonso en su testamento dado el 21 de julio de 1638 erigir una perpetua memoria de 52 misas anuales ante el altar del Santo Cristo de Zacatecas dejando por dote “unas casas principales en que hago mi morada (...) libres de censo y de todo gravamen para que sean suyas propias con tal carga y condición que perpetuamente para siempre jamás el dicho mi hijo y los demás que le sucedieren sean obligados a decir o hacer decir en cada viernes del año una misa rezada en la Santa Vera Cruz de esta ciudad por mi anima y las de mis difuntos  y bienhechores y de la del Sr. Cuellar medico mi tío”[10]. Antes de su muerte, éste hace codicilo donde incrementa la dote de la memoria que  gozaría su hijo, a la cual aportó “una haza de tierra de siete fanegas de cuerda que tengo a la parte de la Peña del Cuervo en la campiñuela de Piedra Luenga termino desta ciudad” con fecha de 21 de septiembre del mismo año.

Mas tarde, el 18 de enero de 1643 a estos cultos se suma una Causa Pía fundada por Salvador Ximénez de Aguilar, vecino de la calle Valsequillo, en la que se tenía que decir una misa llana por su ánima el día de la Invención[11].

Dos decenios después, el 26 de abril de 1664 se erige una capellanía en la dicha ermita fundada por el matrimonio de Juan Grande y Antonia de Notal, él natural de Villanueva de Córdoba y ella de Montoro, ambos vecinos de Montilla, a la cual dejan por primer capellán a su hijo Juan que era clérigo, y por dote “una haza de tierra de pan sembrar de veinte fanegas de cuerda de medida mayor que nosotros tenemos propia en el término de la dicha villa de Villanueva de Córdoba (...) otra haza de tierra de ochenta fanegas de sembradura en el término de la dicha villa (...) y un cercado que sirve de aportar ganado y de sembrar y esta dividido en dos cercados con fresnos y membrillos con su pozo y pila” con cargo de decir seis misas rezadas cada año perpetuamente[12].

Una montillana ausente, Elvira Ordóñez “estante al presente en el Colegio Real de Nuestra Sra. Santa María de Parraces que es en la tierra y jurisdicción de la noble ciudad de Segovia” envía a su hermano Alonso Pérez de Santa Cruz una carta en la que dona al susodicho la “parte que yo tengo en las casas que fueron de nuestros padres Juan López de Santa Cruz e Mayor Ximénez que son en gloria   que son en la dicha villa de Montilla en la calle de señor san Agustín” con la condición de que fuere  “obligado  a decir en cada un año para siempre jamás doce misas una en principio de cada mes quatro de la Anunciación de nuestra señora y las cuatro de la Santa Cruz y las quatro de difuntos (...) las quales dichas misas se digan en la Yglesia Mayor de Santiago de la dicha villa de Montilla donde están las sepulturas de nuestros pasados”. La carta fue remitida a Montilla con fecha de “treinta días del mes de junio año del nacimiento de nuestro salvador Jesuxpto de mil y quinientos y setenta e un años”[13].

El clero secular de la Parroquial también deja recogido en sus testamentarías la veneración viva a la Santa Cruz que existía en Montilla, muestra de ello hemos localizado dos clérigos montillanos devotos de la Santa Cruz. El primero y más antiguo fue el Presbítero Lorenzo de Luque, el cual dejó recogido en su testamento otorgado el 22 de septiembre de 1579 una cláusula donde manda que “de una haza de tierra que tengo a la parte de la fuente del pez que es de ocho fanegas de tierra de cuerda se tome la mitad de ellas que son cuatro fanegas (...) luego que yo fallezca se de y la haya María de los Reyes mi sobrina hija de Diego Sánchez Cardador mi hermano y goze de ella todos los días de su vida con tal cargo que la susodicha cada un año de los que viviere haga que se digan en la dicha iglesia de señor Santiago (...) una fiesta de la Ynvención de la Cruz”.

Otro sacerdote que deja reflejada su devoción al Sagrado Madero es el Lcdo. Diego Pérez de Aguilar, hijo del Lcdo. Cristóbal Ruiz de Aguilar juez de apelaciones del estado de Priego y de la casa de Aguilar, y de Dª Isabel de Aguilar. Este clérigo en su testamento otorgado en 1619, deja por voluntad propia ser enterrado junto a sus padres en el altar de Santa María Magdalena en la Parroquial, y en una cláusula del mismo deja todos sus bienes a su hermano Alonso Fernández de Aguilar  para que “sea obligado a decir por los días de su vida de hacer decir por mi anima y las de mis padres, hermanos y difuntos cuatro fiestas solemnes la una de la limpia Concepción de Ntra. Sra. la Virgen María y las otras tres de las tres festividades de la Santa Cruz en sus días de la invención, triunfo y exaltación”[14].

En la Parroquial de Santiago esta festividad también era celebrada en el altar del Santo Cristo de la Tabla que se hallaba en la capilla de las Animas, gracias a una memoria fundada por Luisa Granados de Bonilla mujer de Pedro Antonio Melero y Varo fallecida de 4 de julio de 1725, la cual dejó recogido en su testamento la voluntad “de ser enterrada en caja con hábito de religiosa carmelita en la capilla de Ntra. Sra. de la Soledad sita en la iglesia de San Agustín en la sepultura que allí tengo de mi linaje”, en dicho testamento da una cláusula donde manda “a Dn. Pedro Melero mi hijo y del dicho mi marido, clérigo de menores ordenes vecino de esta ciudad una haza de tres fanegas de tierra calma de cuerda mayor (...) en el sitio de la Navilla de Cortijo Blanco término de esta ciudad (...) para que la haya y goce el dicho mi hijo en propiedad y posesión, y con cargo de una misa de fiesta solemne que sea de decir en cada un año perpetuamente para siempre en el día de la Invención de la Santa Cruz en la  capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla sita en la dicha iglesia parroquial de Sr. Santiago”[15]. Dicho arbitrio se celebraba en la Parroquial con repique a medio día y noche, vísperas, procesión claustral de cuatro capas hasta la capilla de las Ánimas con música de órgano, una vez allí comenzaba la misa con diáconos, concluyendo con la lectura de los actos de fe.

El Triunfo

Una vez descritos los cultos de mayor celebridad de “la Cruz de Mayo”, seguimos con los cultos de la fiesta que se dedicaba en Julio, estos nunca llegaron a alcanzar la notoriedad de las otras dos por la fecha en que eran celebrados, ya que el día 16 estaba la ciudad en plenos cultos con su patrono San Francisco Solano y con los cultos a la Virgen del Carmen en tiempos posteriores. A pesar de tal coincidencia ya hemos visto que el Lcdo. Diego Pérez instituyó una fiesta este día, que también era celebrada en la Parroquial de Santiago, comenzando el día anterior con repique de campanas al medio día y al anochecer, que tenían las vísperas con dos clérigos revestidos con capas, al día siguiente por la mañana misa mayor con diáconos y órgano, para la cual daba la cera la fábrica y dotaba dicha fiesta por el año 1769 Dª Juana de Cea.

La Exaltación

La última de las festividades se conmemoraba en Septiembre como antes hemos apuntado, es la única que hasta la fecha en Montilla conservamos gracias a las madres Clarisas que año tras año continúan organizando la novena en honor al crucificado tridentino conocido popularmente por “El Padre de Familias” que más adelante citaremos.

“La Cruz de Septiembre” tiene en Montilla la misma antigüedad que la de Mayo, ya que en un principio era la cofradía de la Santa Vera Cruz la encargada de celebrar tal solemnidad, desde su fundación y hasta 1658 dicha cofradía organizaba una procesión y misa en la ermita el día 14, del que vamos a recordar que esta jornada del año 1576 en que fue trasladada a la ermita la imagen del Santo Cristo de Zacatecas desde la casa de su donante y cofrade el indiano Andrés de Mesa que residía en la calle del Capitán Alonso de Vargas. Cada año, dos días más tarde tenían un aniversario llano por los cofrades difuntos, y otros dos después una misa por la religiosa María de Gálvez, la cual otorgó su testamento en 1625 en el que dejó una  cláusula ordenando “a la Cofradía de la Santa Vera Cruz de esta villa de diez mil maravedís de principal que tengo contra la persona y bienes de Alonso de Castro sastre con obligación de que cada año por el día de la Santa Vera Cruz  o su octava se me diga una misa rezada de la misma festividad en su Ermita por mi ánima y de mis difuntos perpetuamente para siempre jamás”[16].

En la Parroquia Matriz comenzaban los cultos el día anterior Víspera de la fiesta, con repique a medio día y noche, a las dos y media a Vísperas en las que cantaba la capilla de música y asistían dos clérigos revestidos con capas. A las ocho de la noche se tocaba a Ánimas y una hora más tarde el toque de “la queda”, ambos toques se continuaban hasta “la Cruz de Mayo”. Al siguiente día se tocaba a misa mayor, la cual comenzaba a las ocho y media de la mañana, mas tarde el clero parroquial asistía a la procesión de la Santa Vera Cruz con dos capas, preste y diáconos, capilla de música, cruz y ciriales.

Estos cultos se verían transformados a partir de 1658, año en que la cofradía de la Vera Cruz deja de organizarlos para que la comunidad de Clarisas franciscanas iniciara la solemne novena al Crucificado “de poco más o menos que una vara habiendo traído consigo los Padres del Concilio de Trento” que el Obispo Fray Payo Afán de Rivera, regaló a su hermana Sor Ana de la Cruz Rivera (1606 – 1650) como consta en un manuscrito conservado en el monasterio de Santa Clara con fecha de 30 de enero de 1633. Junto con la imagen también envió dicho Obispo una reliquia del “Lignum Crucis” que se sumó a la ya existente en el monasterio y perteneciente a la Condesa de Feria. Coincidentes las fechas tomadas, y sabedores de la gran devoción que este crucificado tuvo y tiene en nuestra ciudad, cabe pensar la favorable la tesis antes expuesta sobre la translación del culto de la Exaltación de la Santa Cruz, avalándola los indefinidos casos portentosos que dicho crucifijo contempla en la tradición local, junto con el fomento que hizo Ana de la Cruz a la devoción al sagrado madero entre sus compañeras y que poco más tarde se propagara entre los vecinos de Montilla, en la que se llegó a instituir el grupo de los Esclavos de la Cruz.

En la otra extremidad de la villa, en el cerro de San Cristóbal donde se habían instalado los Agustinos, a finales del siglo XVI se fundan otras dos cofradías de Pasión, la primera titulada de “la Soledad y Angustia de Nuestra Señora” que según nos describe el visitador general  del obispado de Córdoba, el Doctor Lope de Rivera, recogiendo en su visita a Montilla  “Esta cofradía es nueva y se fundo en el año de ochenta y ocho en el mes de mayo e después acá el mayordomo el dicho Fernán Rodríguez y en este tiempo pareció escrito en el libro de la cofradía”[17].

Dos años más tarde se fundaría la cofradía de “los Nazarenos”, como ya exaltara en su pregón de Semana Santa del año 2001 nuestro paisano Miguel Aguilar Portero, quien bebiendo de la misma fuente documental de las visitas generales y comparando su fundación con las cofradías restantes de la diócesis, aclara la dudosa fecha de 1538 en la que se creía estar erigida tal cofradía, tesis que se a derrumbado tras el hallazgo publicado por tal pregonero y amante de nuestras tradiciones, en la que se puede leer: “En la villa de Montilla  en quince días del mes de mayo de mil y quinientos y noventa y un años don Pedro Fernández de Valenzuela  canónigo de la Santa Yglesia Catedral de Cordova visitador general deste  obispado hallo que en esta villa se avía fundado y levantado una cofradía de los nazarenos de la qual era mayordomo Pedro Delgado vecino desta villa al qual mando parecer ante si”[18].

La cofradía de Jesús Nazareno desde su génesis comienza a organizar sus cultos en torno a la devoción de San Nicolás de Tolentino por consejo de los frailes moradores del convento, los cuales “le dieron un arco de la yglesia de su convento donde fabricaron una capilla de la dicha cofradía con que habían de tener por su patrón al glorioso San Nicolás de Tolentino y hacer y fabricar un altar y en cada un año hacerle una fiesta y porque conforme a la constitución la habían  de hacer en el domingo primero siguiente después de su día”. Pero los problemas llegan cuando en Roma se dispone que las fiestas no se trasladaran de su día  establecido, ante este decreto los cofrades comunican al prior y frailes del dicho convento que “no podían acudir con el acompañamiento y lo demás que se requiere por ser día de trabajo y ellos han de acudir a su hacienda” solicitando el cambio de su fiesta de regla para celebrar “la de la Cruz del mes de Septiembre desde este presente año en adelante sin que precepto sea visto altar ningún día del que tienen adquirido a el dicho arco y capilla que tienen fabricada y acorde mas arcos y altares y ornamentos que la dicha cofradía tiene hechos y puniendo en ejecución”, relegando estos al patronazgo de San Nicolás “y desde luego se obligaron de hazer la dicha fiesta de la exaltación de la Cruz en el mes de Septiembre de la forma y manera que se hace en las reglas de su cofradía y por razón de ella queden libres de la que hacían del glorioso Santo” a lo que otorgaron escritura Fr. Baltasar de Aguilar y demás frailes junto con el hermano mayor Bartolomé Ruiz Gil y los oficiales Luis Mayo de Alba, Mateo de la Leña, Cristóbal Rodríguez Burgueño y Tomás López, el sábado 19 de Abril de 1598[19].

A raíz de esta festividad, en el convento agustino la devoción a Jesús Nazareno se va incrementando durante el siglo XVII, llegando a transformarse su primitiva capilla en la que en la actualidad conocemos, ejecutada su estructura arquitectónica entre 1677 y 1686, patrocinada por Francisco Fernández de Córdoba y Figueroa[20]. En ella se instituyeron dos memorias perpetuas de devotos del “Nazareno” las cuales vamos a reseñar.

La primera, fue fundada el 13 de marzo de 1668 a devoción de Juan López de Arroyo, vecino de la calle Fuente Álamo, el cual utilizando unos censos que tenía impuestos en unas casas de la calle San Roque y siete fanegas y media de tierra calma de medida mayor a la parte de la Fuente de la Higuera “ de la cuales dichas tierras y censo fundó una memoria de legos para quales poseedores della cada uno en su tiempo en cada un año para siempre jamás perpetuamente hagan decir y digan seis misas reçadas en la capilla de Jesus de Naçareno que esta en la iglesia del convento de Sr. San Agustín de esta ciudad”, el mismo en su testamento también “mando que mi cuerpo sea sepultado con el abito y cuerda de Sr. San Francisco en la capilla de Jesús Nazareno”[21]. Falleciendo “en diez y ocho días del mes de enero de mil seiscientos setenta y nueve años”[22].

Poco tiempo después, se  sumaría al engrandecimiento de los cultos y la veneración de las dos capillas de pasión de instituidas bajo el amparo agustino, la capellanía  fundada por Dª María de Arroyo, doncella y vecina de la ciudad, en su testamentaría otorgada el 4 de mayo de 1682, deja una cláusula en que “por la presente fundo y erijo una perpetua capellanía de misas que sea de servir en el convento del Sr. San Agustín de esta ciudad en la capilla de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Soledad sitas en dicho convento después de los días de mi vida” obligando a los capellanes que la nutriesen a decir “veinte misas que se an de decir perpetuamente las diez en la capilla de Jesús Nazareno y las otras diez el la capilla de Nuestra Sra. de la Soledad”, para el mantenimiento de tal piadosa fundación dejó por dote una buena partida, “sobre una haza de seis fanegas a la parte del Carrascal (...) y sobre otra haza de tres fanegas de tierra calma el dicho sitio (...) y sobre otra haza de dos fanegas y un celemín de tierra en el dicho sitio linde con el camino que por la huerta del Arroyo va a el dicho cortijo del Carrascal”[23].

No sólo estas fundaciones fueron las únicas que se fundaron, si que son las primitivas, durante el siglo XVIII se siguen instituyendo en los distintos templos citados, donde también aportaron en menor medida las distintas generaciones de cofrades que ante tales imágenes mandaban enterrarse con encargo de misas de cuerpo presente y rezadas, donde aparecen asiduamente en los testamentos consultados de esta época y como tal no pueden ser reseñados por no engrosar este trabajo.

Con este breve estudio pretendemos dar a conocer a los montillanos la veneración que nuestros antepasados mantuvieron al Sagrado Madero generación tras generación, desde la llegada del catolicismo a nuestra ciudad. Hoy mantenemos una minúscula reminiscencia de tales fiestas religioso-populares, en las que se mezclaban la fe y la cultura de la población, mejor dicho la crónica de una ciudad noble, como fue nuestra Montilla.

 *Artículo publicado en la revista local “Nuestro Ambiente”, en Septiembre de 2002.

FUENTES:
[1] Historia Universal, Tomo III (Roma y la Antigüedad), p. 113. Espasa Calpe. España, 2001.
[2] CROISSET S.I., J.: Año Cristiano, Tomo del mes de Mayo, pp. 50-56. Barcelona, 1853.
[3] CROISSET: Año Cristiano, Tomo del mes de Septiembre, pp. 279-284. Barcelona, 1854.
[4] CEBRIÁN, J. A.: La aventura de los Godos, p. 135. Madrid, 2002.
[5] CROISSET: Año Cristiano, Tomo del mes Julio, pp. 297-306. Barcelona, 1854.
[6] ARANDA DONCEL, J.: Las cofradías de la Santa Vera Cruz, p. 616. Sevilla, 1995.
[7] Archivo del Monasterio de Santa Clara. (A MSC). Tabla de indulgencias.
[8] APSM. Libro tercero. “In festo, inventionis, Sacte Crucis, duplex, ad vesperas” y “Oratio, in exaltationis Sacte Crucis”. Año de 1609.
[9] APSM. Libro cuadrante de cultos parroquiales, año 1619. s/f.
[10] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla (ANPM). Nª 5ª. Leg. 818, fols. 250-254. 
[11] ANPM. Nª 2ª. Leg. 242,  f. 28 v. 
[12] APSM. Libro 5º de memorias y capellanías, fº 103.
[13] APSM. Libro 3º de memorias y capellanías, fº 411 – 417 v.
[14] ANPM. Escribano Francisco Escudero. Nª 1ª. Leg. 52, fols. 303-319 v. 
[15] ANPM. Nª 3ª. Leg. 491, fols. 64 – 66 v.  
[16] APSM. Libro 3º de memorias y capellanías, fº 250 v.
[17] APSM. Libro 2º de visitas generales, fº 143 v.
[18] APSM. op. cit. fº 301 v.
[19] ANPM. Escribano Alonso Albiz Cruz, fº 526. Año 1598.
[20] JURADO Y AGUILAR, A.: Ulía Ilustrada y fundación de Montilla, fº 227. Año 1776. (Manuscrito que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Montilla.)
[21] ANPM. Nª 5ª. Leg. 846, fols. 85-88 v. 
[22] APSM. Libro de Testamentos nº 23, f. 165.
[23] APSM. Libro 5º de memorias y capellanías, fols. 412 - 416 v.


lunes, 11 de agosto de 2014

MIGUEL NÚÑEZ DE PRADO Y SUSBIELAS. EL HÉROE OLVIDADO*

Paseando la inquietud propia de querer conocer a aquellos paisanos más notables de nuestro pasado más presente, desde hace varios meses venimos indagando en la vida y profesión de un paisano cuya biografía, lamentablemente, ha vagado en la desmemoria de la ciencia histórica por distintas causas. Sirvan por tanto estas líneas como breve noticia para recordar al militar montillano Miguel Núñez de Prado y Susbielas.

Hablar sobre el apellido Núñez de Prado en Montilla es remontarse al siglo XVIII, donde ya lo encontramos vinculado a la casa de los Fernández de Córdoba, donde varias generaciones se ocuparon de la administración municipal de los feudos del ducado. Como familia adelantada de la floreciente capital del estado de Medinaceli, su solariega casa estaba ubicada intramuros del extenso contorno del palacio ducal, concretamente en la calle San Luis, confluencia con la calle San Juan de Dios, edificio que sobrevivió hasta el último tercio del pasado siglo XX.

Durante el siglo XIX, esta casa sería cuna y escuela de varios de sus vástagos que cobraron mayor renombre dentro del ámbito nacional en el panorama político, militar, social y cultural del período decimonónico.

Con tan sólo veintiséis años, el joven capitán de Caballería, Miguel Núñez de Prado y Rodríguez contrae matrimonio con la cordobesa María Concepción Susbielas y Sans, el 26 de agosto de 1880[1]. Fruto del enlace nace su primogénito, el 30 de mayo de 1882, siendo bautizado un día más tarde con el nombre de Miguel Fernando Juan Rafael de la Santísima Trinidad en la Parroquia de Santiago.[2]

Desde muy joven, “Miguelito Núñez como le llaman aquí muchos”, al igual que su padre y abuelos, declara su vocación militar y, heredando así la tradición familiar, se enrola en el arma de Caballería. Desde sus comienzos en la milicia, el joven oficial se halla en la vanguardia española del ejército de África, formando parte del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas. El 14 de mayo de 1912 cae por primera vez herido cuando participa, como teniente de un tabor de Caballería, en la ocupación del Aduar de Haddu Al-Lal Kaddur.

Durante el fatídico verano de 1921, un episodio de los vividos en la campaña de Annual es escrito con el heroísmo y la sangre derramada por una columna comandada por el ya teniente coronel de Regulares nº 2 de Melilla, donde vuelve a ser gravemente herido. Así lo narra Hernández Mir en su libro Del Desastre a la Victoria (1921 – 1926). Ante las hordas del Rif:

 “[Día 16 de julio de 1921] Durante dos horas, las mías, que han reaccionado vigorosamente se mantienen firmes ante la puja de los jarqueños; pero como la situación es crítica sale de Annual una fuerte columna mandada por el teniente coronel Núñez de Prado, que en duro combate derrota completamente a los jarqueños, los bate en la retirada, los rechaza nuevamente en un momento que reaccionan y les causa considerable número de bajas, siendo también importantes las de nuestros efectivos.

[…] El día 17 lleva Núñez de Prado un convoy, desde Annual, sin que se le hostilice, porque las jarkas se dedican con preferencia a la labor de construir trincheras en los sitios más adecuados para dar efectividad al que proyectan. […] Y, en efecto, se organizan en Annual tres columnas de socorro, al mando respectivamente del comandante Alfaro, del teniente coronel Núñez de Prado y del comandante Romero. Las tres baten con denuedo y tratan de cumplir la misión que se les confía; pero la desgracia es firme compañera de aquel ejército tan duramente puesto a prueba; son heridos Núñez de Prado y Romero, mueren los capitanes Zapino y Nuevo, y tenemos en total ocho bajas de jefes y oficiales y 152 de tropa.”[3]

Tras ser herido en un brazo y perder gran cantidad de sangre, Núñez de Prado es evacuado a un hospital de Melilla, donde es intervenido y consigue recuperarse. La noticia llega a Montilla, y su padre, ya General de División retirado, se traslada a Melilla para visitarlo.[4] El día 23 de ese mismo mes, muere defendiendo la posición de Afrau otro montillano: el teniente de Artillería Francisco Gracia Benítez.[5]

Miguel Núñez de Prado, con uniforme del Grupo de Fuerzas Regulares, luce la Medalla Militar Individual

Una vez recuperado totalmente continúa destinado en Melilla. Por Real Orden de 25 de enero de 1923, el Rey Alfonso XIII “concede al teniente coronel de Caballería D. Miguel Núñez de Prado y Susbielas, jefe del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla núm. 2, quien recibió la Medalla Militar Individual por su labor de conjunto en el mando de tropas en el territorio de Melilla y, especialmente, por el intento de abastecimiento a Igueriben realizado el 19 de julio de 1921”. La medalla le fue impuesta el 11 de enero de 1923, en el campamento de Dar Drius, a la par que al comandante Francisco Franco.

En 1924, el Ayuntamiento de Montilla organiza un ardoroso homenaje a sus valerosos paisanos que han participado en la guerra de África. Al fallecido teniente Francisco Gracia Benítez se le inmortaliza con la colocación de una lápida en su casa natal de la calle Gran Capitán y la rotulación con su nombre de la principal arteria de la ciudad, la Corredera. Asimismo, el ya ascendido coronel Núñez de Prado y Susbielas es nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad, haciéndole entrega de un bastón de mando por parte de la Corporación Municipal.[6]

Miguel Núñez de Prado asciende a General de Brigada en 1925 y la noticia se hace pública en nuestra ciudad a través de la revista “Montilla Agraria”, como también se hace eco del acuerdo municipal para rotular la calle Fuente Álamo con su nombre y grado castrense, pasando a llamarse General Núñez de Prado y Susbielas.[7]

El Directorio de Primo de Rivera, nombra en 1926 al militar montillano gobernador de la Guinea Española, cargo que desarrolló hasta 1930. Durante estos cuatro años de su tutela sobre las posesiones españolas en el trópico africano, Núñez de Prado organiza y gestiona un creciente desarrollo que acontece a la colonia hispana en su devenir histórico. Sus trabajos son recogidos por el escritor Julio Arija, en su libro La Guinea Española y sus riquezas. Estudios coloniales, editado por Espasa Calpe en 1930. En su capítulo sexto, titulado El presente colonial, Arija diserta sobre los avances acaecidos durante el gobierno de Núñez de Prado, de los cuales hemos tomado algunas de sus reseñas más significativas.

“Nuestra magnífica colonia de Guinea se encuentra actualmente en período de progresiva evolución, en los inicios de su franco desarrollo y florecimiento. Esta evolución, este impulso inicial de su resurgimiento, data de mediados del año 1926, pocos meses después de haberse hecho cargo de la gobernación de aquellos territorios el general Núñez de Prado y ocupar la Dirección General de Marruecos y Colonias, entonces creada, el general Gómez Jordana.

[…] Desde el momento de su arribo, el general Núñez de Prado, primer numen colonista llegado con cargo oficial a aquellas latitudes, hombre de inteligencia despierta, gran capacidad y verdadero patriotismo, apreciando en seguida el inmenso valor potencial de aquellos territorios integrantes del último resto colonial que conserva España; percatado prontamente de los complejos problemas que, planteados desde tiempo viejo, era imperioso resolver con toda premura para redimir de una vez y ¡al fin!, a la hermosa Guinea española que yacía postrada en el más injusto y desdeñoso olvido nacional, concibió un programa mínimo que, elevado al Gobierno, tuvo la virtud de despertar la atención de los Poderes públicos sobre aquellas posesiones, hasta obtener una eficaz cooperación económica.

De toda la obra, muy discutible, realizada por la Dictadura, sálvese como un completo acierto la protección otorgada a la colonia, concediéndole en 1926 un crédito extraordinario que ascendía a 22.785.000 pesetas para las obras públicas más apremiantes: carreteras y caminos; obras y señales marítimas; estaciones radiotelegráficas y redes telefónicas; embarcaderos, barcas de paso y dragas; construcción de hospitales a la moderna en Santa Isabel, San Carlos y Benito; fundación de una escuela graduada con internado para indígenas; escuelas en todo el territorio; pabellones para funcionarios; instalación de una granja agrícola con laboratorios y campos de experimentación, etc., etc.

[…] En cosa de un año, todos los ramos de la administración pública quedaron reorganizados, debidamente atendidos los servicios, dignificados los cargos y Astrea tuvo su templo en la colonia, ocupado hasta entonces por las Euménides, erigidas en poder. Y entre las grandes y radicales mejoras que gradualmente fue implantando Núñez de Prado en la colonia encaminadas a su necesario resurgimiento y desarrollo natural, pronto le llegó el turno a la Sanidad, cuyos servicios venían adoleciendo de carencia de efectividad, pues ni se tenía plan alguno definido, ni se la tuvo jamás al nivel que las circunstancias exigían en un país virgen de clima tropical.

[…] Poliforme y amplísima la actuación de Núñez de Prado, ayudado en todo momento por la Dirección General de Marruecos y Colonias, ningún extremo de interés verdaderamente colonizador se escapó a su estudio y a su más rápida solución.

[…]Evinayón, fue lugar elegido por Núñez de Prado para instalar la capital política de la colonia. […] A más de esto, acudiendo en sentido humanitario a ayudar a los indígenas a elevarse poco a poco en la escala de la civilización, de acuerdo con la Dirección General de Colonias, ha reorganizado Núñez de Prado el Patronato de Indígenas, corporación oficial con plena personalidad jurídica, patrimonio propio y capacidad suficiente para poseer, adquirir y enajenar bienes de todas clases…”[8]

Tras su prestigiosa etapa colonial vuelve a la Península en 1931, donde participa activamente en la creación del nuevo modelo de Estado republicano para la nación. En 1933 es promovido a General de División. Un año más tarde, ocupa una de las tres inspectorías generales del Ejército. En enero de 1936 es nombrado Inspector General de Aeronáutica, por lo que algunos historiadores lo llaman el “padre de la Aviación Española”. El 17 de julio, tras conocer el alzamiento del ejército de Marruecos, es llamado por Casares Quiroga, presidente del Gobierno republicano, para nombrarlo Inspector General del Ejército, y así intentar hacerse cargo de la grave situación militar del momento. Durante la madrugada del día siguiente el ejecutivo no reacciona, Núñez de Prado realiza varias gestiones para que la aviación no se sume a la sublevación. Horas más tarde, decide trasladarse en avión a Zaragoza para sustituir al general Cabanellas y tomar posesión de la 5ª División Orgánica. Tras una entrevista con el gobernador civil, se dirige al cuartel general, donde intenta convencer al general Cabanellas para que no se subleve. Es detenido y trasladado a Pamplona, donde es puesto a disposición del general Mola, quien ordena su fusilamiento.[9]

Miguelito Núñez, el hijo predilecto, héroe africano, gobernador de la Guinea, inspector general del Ejército, es olvidado. En el capítulo ordinario del 12 de septiembre de 1936, la Comisión Gestora Municipal decide por unanimidad cambiar la rotulación de la calle General Núñez de Prado, antigua Fuente Álamo, y dedicársela al General Franco. En la actualidad, setenta años después de su trágica desaparición, en ninguno de los monolitos públicos, de ambos bandos, que recuerdan a los caídos montillanos en la Guerra Civil, aparece el nombre de nuestro paisano Miguel Núñez de Prado y Susbielas.

*Artículo publicado en julio de 2006, en la revista local "La Corredera", nº 50.

FUENTES


[1] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro nº 38 de matrimonios, f. 140 v.
[2] APSM. Libro nº 103 de bautismos, f. 24 v.
[3] HERNÁNDEZ MIR, F.: Del Desastre a la Victoria (1921 – 1926). Ante las hordas del Rif. Imprenta Hispánica. Madrid, 1926. ps. 51 – 58.
[4] Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque (FBMRL). Revista Montilla Agraria. Año III, nº 40, p. 8.
[5] Del Desastre a la Victoriap. 121.
[6] FBMRL. Montilla Agraria. Año V, nº 103, ps. 4 – 5.
[7] Montilla Agraria. Año VI, nº 133, p. 8.
[8] ARIJA, J. La Guinea Española y sus riquezas. (Estudios coloniales). Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1930.
[9] VV.AA. La Guerra Civil española mes a mes. Tomo II. p. 121. Unidad Editorial, S.A. Madrid, 2005.