miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL CULTO Y VENERACIÓN A LA SANTA CRUZ EN MONTILLA*

Pocas ciudades aún de las más populosas igualaran la de Montilla, en la fe, devoción y esmero con que celebran y festejan el Stmo. Arbol de la Cruz, apenas hay calle y casa donde no se le dé culto conforme a las facultades y poder de cada uno. [Antonio  Jurado y Aguilar, 1776]


En los orígenes de la cristiandad, los primeros seguidores de Jesucristo relegaron rememorar la pasión y muerte de éste porque la veían como algo atroz, y fundamentalmente porque Cristo había resucitado que era el verdadero misterio de la trágica y última semana de vida terrenal del “Salvador”.

En el primer tercio del siglo IV d. C. el bajo imperio romano estaba en constantes instigaciones entre los emperadores Constantino y Majencio (de occidente) y Licinio (de oriente), el primero fue proclamado augusto a la muerte de su padre en el año 306, desde sus comienzos como emperador suspendió las persecuciones a que estaban sometidos los primitivos cristianos  a los que se acercó con una política tolerante, también inició una lenta unificación del imperio de occidente que concluiría en una decisiva batalla contra Majencio, que fue derrotado a pesar de estar en superioridad de efectivos bélicos. Entonces, Constantino se encomendó “al Dios de los cristianos cuyo poder no ignoraba” y entonces “vio en mitad del aire una resplandeciente cruz más brillante que el mismo sol orlada de una inscripción con caracteres de luz que decía así: In hoc signo vinces: vencerás en virtud de esta señal”. El emperador dio orden de que todos sus tercios llevasen un estandarte con la señal de la Cruz que él había visto, tomando el nombre de “Lábaros”, y que sus soldados grabasen el monograma del “chrismon” en sus escudos. Tras la victoria de la contienda por sus tropas, éste quedó como único emperador de occidente, erigiendo un monumento a la Santa Cruz en Roma.

En el año de 313 hubo unos acuerdos entre los augustos de occidente y oriente, en los cuales se permitiría el régimen de paz para la iglesia, la libertad de culto y la necesidad de devolver a los cristianos los bienes que en oriente les habían confiscado durante las persecuciones. Aunque en el año 325 el incumplimiento de lo pactado por parte de Licinio, desencadenó un enfrentamiento entre éstos, ya que éste iba tomando una actitud más intransigente hacia los cristianos a quienes expulsó de la corte y la administración, violando así la paz alcanzada entre ambos. El enfrentamiento se saldó con la victoria de Constantino que restableció la paz y la unidad política del imperio[1]. Tras este nuevo triunfo ordenó edificar el templo del Santo Sepulcro en Jerusalén, demoliendo un templo pagano que allí habían construido los romanos a Júpiter en desagravio a los cristianos.

La festividad de tal efemérides señaló el 3 de Mayo con la advocación de Invención de la Santa Cruz, primer día libre después de la Pascua, que nunca puede pasar del segundo de dicho mes, con el fin de acercarla todo lo posible a la memoria de la Pasión y Muerte de Cristo y a la Adoración de la Cruz que es el Viernes Santo[2].

La emperatriz Santa Elena, madre del emperador Constantino, se convierte al cristianismo, ésta comienza a peregrinar a Tierra Santa, donde visitó los lugares por donde había predicado el “Rey de los Judíos”. Una vez allí ve como todos los Lugares Santos fueron profanados y sepultados durante las persecuciones y sobre alguno ellos la autoridad romana  había construido, como en el monte Gólgota un templo a la diosa Venus. Con autorización de su hijo, ésta comenzó a restaurarlos, volviéndolos a su ser primitivo. Tras la demolición del templo profano del Gólgota y posterior retirada de los cimientos del mismo, aparecieron varios pedazos de maderos de similares características, tras el hallazgo intervino el obispo de Jerusalén San Macario dando instrucciones de cómo se debería de identificar en la que murió Cristo. Entonces, entre otras pruebas en la que hizo de testigo el pueblo, se colocó a un enfermo agonizante en cada uno de los hallazgos y sanando en uno de ellos, el cual fue tomado como el verdadero. La mitad del sagrado madero fue enviado a Roma y la otra mitad se quedó en Jerusalén en el lugar de su aparición donde la Emperatriz mandó construir un templo dedicado a éste que fue consagrado el día 14 de Septiembre de 326, día que quedó instituida la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz[3].

La primera reliquia de la Cruz fue enviada a España por el pontífice San Gregorio I al monarca godo Recaredo, durante su reinado (586 – 601) en afecto a la decisión de instituir la religión católica como la oficial del reino; como lo manifestara  el mismo soberano: “por fin podré entregar a la gran mayoría de mi pueblo la unidad religiosa tan necesaria para el buen discurrir de nuestro reino. A partir de ahora los godos seremos católicos[4].

Las festividades a la Santa Cruz se establecieron en la entonces Hispania goda durante  el XIV Concilio de Toledo celebrado en Noviembre de 684 bajo el reinado del monarca Ervigio (680 – 687), el cual expidió un decreto por el que se instituía  el culto a la Santa Cruz en todos sus dominios. Aunque poco duraría este intento de expandir la devoción al sagrado madero en tierras hispánicas, ya que en julio del 711 comenzaría la invasión musulmana, suspendiéndose así más de tres siglos y medio de cultura occidental en la península ibérica.

Pero el culto al Sagrado Madero tendría un papel importante durante la reconquista, evocando los triunfos del emperador Constantino acompañado del “signo de la Cruz”, los monarcas cristianos, las ordenes militares, la nobleza y el pueblo llano tomarían este símbolo en la resistencia contra los invasores musulmanes, colocándolo en banderas, estandartes, escudos, ropajes y armaduras, con el fin de que la Cruz fuera nuevamente invicta.

En una de las batallas cruciales de la reconquista, nuevamente se manifestaría la veneración a la Santa Cruz, tendría lugar en los llanos de las Navas de Tolosa (La Carolina, Jaén), donde los monarcas de los estados cristianos de la península Alfonso VIII de Castilla, Pedro I de Aragón y Sancho VII de Navarra, con apoyos de estados  ultrapireinaicos y del pontífice Inocencio III, unirían sus fuerzas contra el ejército del califa almohade  Muhammad al-Nasir quien fue derrotado el 16 de julio de 1212. En la contienda  destacó “el Arzobispo de Toledo D. Rodrigo con la cruz arzobispal, quien intervino alentando a las huestes cristianas quienes vieron en medio del combate como apareció suspendida en el aire una resplandeciente cruz de varios colores, que al paso que esforzaba a los cristianos, llenaba con su vista de terror a los infieles (...) esta victoria, así como fue llorada por los enemigos, dando a los cristianos un triunfo milagroso, de que no había ejemplar en las historias”[5]. Causa de este hecho durante el pontificado de Gregorio XIII (1572 – 85) se instituyó en España la fiesta del Triunfo de la Santa Cruz el 16 de julio en acción de gracias a la intercesión divina.

La devoción popular al sagrado madero en el que vio la muerte Cristo, llega a Montilla en la mitad del siglo XVI. Bajo el mandato del obispo de Leopoldo de Austria (1541-57) se fundan en la diócesis de Córdoba la mayoría de las cofradías de la Santa Vera Cruz de la provincia, este fenómeno es causado por las indulgencias dadas por el pontífice Paulo III en 1536 a la cofradía de la Vera Cruz de Toledo y las concedidas en 1538 a la cofradía homónima de Córdoba[6].

Gracias a estos beneficios espirituales y a la propagación de esta devoción por parte de los frailes franciscanos, que se establecieron en Montilla a partir de 1512 por voluntad del I marques de Priego, se arraiga fuertemente la veneración popular a la Santa Cruz que protagonizaría la génesis de nuestra Semana Santa y el culto a las tres festividades de la Cruz que el calendario litúrgico contempla y que hemos querido reflejar una breve reseña de sus orígenes.

En Montilla, tenemos constancia del culto y veneración a la Santa Cruz desde los primeros lustros de la edad moderna, en la que comienzan a hablar los archivos de la ciudad.

La primera y más importante reliquia de la pasión y muerte del “Nazareno” llega a nuestra entonces villa por una donación que hace el Cardenal Presidente del concilio de Trento  al Duque de Feria D. Gómez de Figueroa como consta en su auténtica conservada en el convento  de Santa Clara que por su importancia hemos creído conveniente transcribirla integra: “Indulgencia de la Sacro Santa Espina / En el tiempo que se celebraba el Sto. Concilio de Trento, el Sr. Cardenal Dn. / Christobal Madrutio Presidente del, concedió y donó la sacrosanta Espina al Sr. Dn. Gomez de Figueroa Duque de Feria / La cual espina como original y verdadera de la Corona de / Jesuchristo N. R. Había antes puesto en la Catedral de Trento el / Emperador Federico II. / Da de todo esto en esta Bulla del dicho Sr. Cardenal / el día que la donó en Trento al dicho Dn. Gomez / de Figueroa fue a 6 de Junio de mil y quinientos / y cinquenta y uno. / Concediole una indulgencia perpetua de cien días de perdón / a todo los que visitaren la Iglesia adonde esta en / cinco días de todos los años./ El día de la Natividad de N. S. Jesuchristo. / El día de la Asumpsión de Nuestra Señora. / El Viernes Santo. / El día de la Invención de la Cruz. / El día de la Exaltación de la Cruz./  Para seguir dichas indulgencias pide solamente el haber confesado”[7].

Los cultos tenían lugar en la Parroquia de Santiago Apóstol, templo donde se celebraba diariamente las festividades litúrgicas; la ermita de la Santa Vera Cruz, donde estaba erigida la cofradía homónima; el convento de San Agustín donde residen las cofradías de Nra. Sra. de la Soledad y de Jesús Nazareno; y en el convento de Santa Clara, donde estaba fundada el grupo de los Esclavos de la Cruz.

Eran originarios de distintas fundaciones, la litúrgica que era la primitiva y estaba designada por la Santa Sede y a su vez por el obispado de Córdoba, según estos días manaban las veneraciones populares que eran las escogidas por las cofradías para sus fiestas de regla, misas por sus difuntos, etc.; y a raíz de ésta se comienzan a fundar por devotos particulares y cofrades, capellanías, memorias y obras pías perpetuas, según la magnitud de los bienes donados para las mismas, de las cuales las cofradías y fábrica parroquial eran beneficiarias directas junto con el capellán y patrono de las mismas, y los beneficiarios indirectos eran los vecinos de la ciudad que tenían la posibilidad de arrendar casas y tierras de calidad a bajo costo, de por vida y sin impuestos reales ya que eran bienes pertenecientes a la Iglesia.

La Invención

La festividad del 3 de mayo era bien homenajeada en la localidad, en la ermita de la Santa Vera Cruz su cofradía celebraba por la mañana en el altar mayor que presidía el Santo Cristo de Zacatecas, su Fiesta de Regla con procesión, vísperas, sermón y misa cantada por la capilla de música de la Parroquial, en cuyos cantorales que aún se conservan existe el que recoge dichas partituras, y en su final aparece una inscripción de su transcriptor y fecha que dice: “Acabose en 4 de Março de 1609 por Joan Prieto del Mármol cura desta iglesia de Señor Santiago de Montilla”[8]. Por la tarde tenían sus vigilias[9]. Al día siguiente tenían un aniversario llano por los cofrades difuntos y una memoria perpetua que había instituido en la ermita  el hermano Bartolomé Sánchez Carreta, para la cual dejó por dote para su sustento las casas que en posesión tenía la cofradía junto a la ermita.

Alonso Cameros de Cueva que fuera hermano mayor de la dicha cofradía, encomendó a su hijo Alonso en su testamento dado el 21 de julio de 1638 erigir una perpetua memoria de 52 misas anuales ante el altar del Santo Cristo de Zacatecas dejando por dote “unas casas principales en que hago mi morada (...) libres de censo y de todo gravamen para que sean suyas propias con tal carga y condición que perpetuamente para siempre jamás el dicho mi hijo y los demás que le sucedieren sean obligados a decir o hacer decir en cada viernes del año una misa rezada en la Santa Vera Cruz de esta ciudad por mi anima y las de mis difuntos  y bienhechores y de la del Sr. Cuellar medico mi tío”[10]. Antes de su muerte, éste hace codicilo donde incrementa la dote de la memoria que  gozaría su hijo, a la cual aportó “una haza de tierra de siete fanegas de cuerda que tengo a la parte de la Peña del Cuervo en la campiñuela de Piedra Luenga termino desta ciudad” con fecha de 21 de septiembre del mismo año.

Mas tarde, el 18 de enero de 1643 a estos cultos se suma una Causa Pía fundada por Salvador Ximénez de Aguilar, vecino de la calle Valsequillo, en la que se tenía que decir una misa llana por su ánima el día de la Invención[11].

Dos decenios después, el 26 de abril de 1664 se erige una capellanía en la dicha ermita fundada por el matrimonio de Juan Grande y Antonia de Notal, él natural de Villanueva de Córdoba y ella de Montoro, ambos vecinos de Montilla, a la cual dejan por primer capellán a su hijo Juan que era clérigo, y por dote “una haza de tierra de pan sembrar de veinte fanegas de cuerda de medida mayor que nosotros tenemos propia en el término de la dicha villa de Villanueva de Córdoba (...) otra haza de tierra de ochenta fanegas de sembradura en el término de la dicha villa (...) y un cercado que sirve de aportar ganado y de sembrar y esta dividido en dos cercados con fresnos y membrillos con su pozo y pila” con cargo de decir seis misas rezadas cada año perpetuamente[12].

Una montillana ausente, Elvira Ordóñez “estante al presente en el Colegio Real de Nuestra Sra. Santa María de Parraces que es en la tierra y jurisdicción de la noble ciudad de Segovia” envía a su hermano Alonso Pérez de Santa Cruz una carta en la que dona al susodicho la “parte que yo tengo en las casas que fueron de nuestros padres Juan López de Santa Cruz e Mayor Ximénez que son en gloria   que son en la dicha villa de Montilla en la calle de señor san Agustín” con la condición de que fuere  “obligado  a decir en cada un año para siempre jamás doce misas una en principio de cada mes quatro de la Anunciación de nuestra señora y las cuatro de la Santa Cruz y las quatro de difuntos (...) las quales dichas misas se digan en la Yglesia Mayor de Santiago de la dicha villa de Montilla donde están las sepulturas de nuestros pasados”. La carta fue remitida a Montilla con fecha de “treinta días del mes de junio año del nacimiento de nuestro salvador Jesuxpto de mil y quinientos y setenta e un años”[13].

El clero secular de la Parroquial también deja recogido en sus testamentarías la veneración viva a la Santa Cruz que existía en Montilla, muestra de ello hemos localizado dos clérigos montillanos devotos de la Santa Cruz. El primero y más antiguo fue el Presbítero Lorenzo de Luque, el cual dejó recogido en su testamento otorgado el 22 de septiembre de 1579 una cláusula donde manda que “de una haza de tierra que tengo a la parte de la fuente del pez que es de ocho fanegas de tierra de cuerda se tome la mitad de ellas que son cuatro fanegas (...) luego que yo fallezca se de y la haya María de los Reyes mi sobrina hija de Diego Sánchez Cardador mi hermano y goze de ella todos los días de su vida con tal cargo que la susodicha cada un año de los que viviere haga que se digan en la dicha iglesia de señor Santiago (...) una fiesta de la Ynvención de la Cruz”.

Otro sacerdote que deja reflejada su devoción al Sagrado Madero es el Lcdo. Diego Pérez de Aguilar, hijo del Lcdo. Cristóbal Ruiz de Aguilar juez de apelaciones del estado de Priego y de la casa de Aguilar, y de Dª Isabel de Aguilar. Este clérigo en su testamento otorgado en 1619, deja por voluntad propia ser enterrado junto a sus padres en el altar de Santa María Magdalena en la Parroquial, y en una cláusula del mismo deja todos sus bienes a su hermano Alonso Fernández de Aguilar  para que “sea obligado a decir por los días de su vida de hacer decir por mi anima y las de mis padres, hermanos y difuntos cuatro fiestas solemnes la una de la limpia Concepción de Ntra. Sra. la Virgen María y las otras tres de las tres festividades de la Santa Cruz en sus días de la invención, triunfo y exaltación”[14].

En la Parroquial de Santiago esta festividad también era celebrada en el altar del Santo Cristo de la Tabla que se hallaba en la capilla de las Animas, gracias a una memoria fundada por Luisa Granados de Bonilla mujer de Pedro Antonio Melero y Varo fallecida de 4 de julio de 1725, la cual dejó recogido en su testamento la voluntad “de ser enterrada en caja con hábito de religiosa carmelita en la capilla de Ntra. Sra. de la Soledad sita en la iglesia de San Agustín en la sepultura que allí tengo de mi linaje”, en dicho testamento da una cláusula donde manda “a Dn. Pedro Melero mi hijo y del dicho mi marido, clérigo de menores ordenes vecino de esta ciudad una haza de tres fanegas de tierra calma de cuerda mayor (...) en el sitio de la Navilla de Cortijo Blanco término de esta ciudad (...) para que la haya y goce el dicho mi hijo en propiedad y posesión, y con cargo de una misa de fiesta solemne que sea de decir en cada un año perpetuamente para siempre en el día de la Invención de la Santa Cruz en la  capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla sita en la dicha iglesia parroquial de Sr. Santiago”[15]. Dicho arbitrio se celebraba en la Parroquial con repique a medio día y noche, vísperas, procesión claustral de cuatro capas hasta la capilla de las Ánimas con música de órgano, una vez allí comenzaba la misa con diáconos, concluyendo con la lectura de los actos de fe.

El Triunfo

Una vez descritos los cultos de mayor celebridad de “la Cruz de Mayo”, seguimos con los cultos de la fiesta que se dedicaba en Julio, estos nunca llegaron a alcanzar la notoriedad de las otras dos por la fecha en que eran celebrados, ya que el día 16 estaba la ciudad en plenos cultos con su patrono San Francisco Solano y con los cultos a la Virgen del Carmen en tiempos posteriores. A pesar de tal coincidencia ya hemos visto que el Lcdo. Diego Pérez instituyó una fiesta este día, que también era celebrada en la Parroquial de Santiago, comenzando el día anterior con repique de campanas al medio día y al anochecer, que tenían las vísperas con dos clérigos revestidos con capas, al día siguiente por la mañana misa mayor con diáconos y órgano, para la cual daba la cera la fábrica y dotaba dicha fiesta por el año 1769 Dª Juana de Cea.

La Exaltación

La última de las festividades se conmemoraba en Septiembre como antes hemos apuntado, es la única que hasta la fecha en Montilla conservamos gracias a las madres Clarisas que año tras año continúan organizando la novena en honor al crucificado tridentino conocido popularmente por “El Padre de Familias” que más adelante citaremos.

“La Cruz de Septiembre” tiene en Montilla la misma antigüedad que la de Mayo, ya que en un principio era la cofradía de la Santa Vera Cruz la encargada de celebrar tal solemnidad, desde su fundación y hasta 1658 dicha cofradía organizaba una procesión y misa en la ermita el día 14, del que vamos a recordar que esta jornada del año 1576 en que fue trasladada a la ermita la imagen del Santo Cristo de Zacatecas desde la casa de su donante y cofrade el indiano Andrés de Mesa que residía en la calle del Capitán Alonso de Vargas. Cada año, dos días más tarde tenían un aniversario llano por los cofrades difuntos, y otros dos después una misa por la religiosa María de Gálvez, la cual otorgó su testamento en 1625 en el que dejó una  cláusula ordenando “a la Cofradía de la Santa Vera Cruz de esta villa de diez mil maravedís de principal que tengo contra la persona y bienes de Alonso de Castro sastre con obligación de que cada año por el día de la Santa Vera Cruz  o su octava se me diga una misa rezada de la misma festividad en su Ermita por mi ánima y de mis difuntos perpetuamente para siempre jamás”[16].

En la Parroquia Matriz comenzaban los cultos el día anterior Víspera de la fiesta, con repique a medio día y noche, a las dos y media a Vísperas en las que cantaba la capilla de música y asistían dos clérigos revestidos con capas. A las ocho de la noche se tocaba a Ánimas y una hora más tarde el toque de “la queda”, ambos toques se continuaban hasta “la Cruz de Mayo”. Al siguiente día se tocaba a misa mayor, la cual comenzaba a las ocho y media de la mañana, mas tarde el clero parroquial asistía a la procesión de la Santa Vera Cruz con dos capas, preste y diáconos, capilla de música, cruz y ciriales.

Estos cultos se verían transformados a partir de 1658, año en que la cofradía de la Vera Cruz deja de organizarlos para que la comunidad de Clarisas franciscanas iniciara la solemne novena al Crucificado “de poco más o menos que una vara habiendo traído consigo los Padres del Concilio de Trento” que el Obispo Fray Payo Afán de Rivera, regaló a su hermana Sor Ana de la Cruz Rivera (1606 – 1650) como consta en un manuscrito conservado en el monasterio de Santa Clara con fecha de 30 de enero de 1633. Junto con la imagen también envió dicho Obispo una reliquia del “Lignum Crucis” que se sumó a la ya existente en el monasterio y perteneciente a la Condesa de Feria. Coincidentes las fechas tomadas, y sabedores de la gran devoción que este crucificado tuvo y tiene en nuestra ciudad, cabe pensar la favorable la tesis antes expuesta sobre la translación del culto de la Exaltación de la Santa Cruz, avalándola los indefinidos casos portentosos que dicho crucifijo contempla en la tradición local, junto con el fomento que hizo Ana de la Cruz a la devoción al sagrado madero entre sus compañeras y que poco más tarde se propagara entre los vecinos de Montilla, en la que se llegó a instituir el grupo de los Esclavos de la Cruz.

En la otra extremidad de la villa, en el cerro de San Cristóbal donde se habían instalado los Agustinos, a finales del siglo XVI se fundan otras dos cofradías de Pasión, la primera titulada de “la Soledad y Angustia de Nuestra Señora” que según nos describe el visitador general  del obispado de Córdoba, el Doctor Lope de Rivera, recogiendo en su visita a Montilla  “Esta cofradía es nueva y se fundo en el año de ochenta y ocho en el mes de mayo e después acá el mayordomo el dicho Fernán Rodríguez y en este tiempo pareció escrito en el libro de la cofradía”[17].

Dos años más tarde se fundaría la cofradía de “los Nazarenos”, como ya exaltara en su pregón de Semana Santa del año 2001 nuestro paisano Miguel Aguilar Portero, quien bebiendo de la misma fuente documental de las visitas generales y comparando su fundación con las cofradías restantes de la diócesis, aclara la dudosa fecha de 1538 en la que se creía estar erigida tal cofradía, tesis que se a derrumbado tras el hallazgo publicado por tal pregonero y amante de nuestras tradiciones, en la que se puede leer: “En la villa de Montilla  en quince días del mes de mayo de mil y quinientos y noventa y un años don Pedro Fernández de Valenzuela  canónigo de la Santa Yglesia Catedral de Cordova visitador general deste  obispado hallo que en esta villa se avía fundado y levantado una cofradía de los nazarenos de la qual era mayordomo Pedro Delgado vecino desta villa al qual mando parecer ante si”[18].

La cofradía de Jesús Nazareno desde su génesis comienza a organizar sus cultos en torno a la devoción de San Nicolás de Tolentino por consejo de los frailes moradores del convento, los cuales “le dieron un arco de la yglesia de su convento donde fabricaron una capilla de la dicha cofradía con que habían de tener por su patrón al glorioso San Nicolás de Tolentino y hacer y fabricar un altar y en cada un año hacerle una fiesta y porque conforme a la constitución la habían  de hacer en el domingo primero siguiente después de su día”. Pero los problemas llegan cuando en Roma se dispone que las fiestas no se trasladaran de su día  establecido, ante este decreto los cofrades comunican al prior y frailes del dicho convento que “no podían acudir con el acompañamiento y lo demás que se requiere por ser día de trabajo y ellos han de acudir a su hacienda” solicitando el cambio de su fiesta de regla para celebrar “la de la Cruz del mes de Septiembre desde este presente año en adelante sin que precepto sea visto altar ningún día del que tienen adquirido a el dicho arco y capilla que tienen fabricada y acorde mas arcos y altares y ornamentos que la dicha cofradía tiene hechos y puniendo en ejecución”, relegando estos al patronazgo de San Nicolás “y desde luego se obligaron de hazer la dicha fiesta de la exaltación de la Cruz en el mes de Septiembre de la forma y manera que se hace en las reglas de su cofradía y por razón de ella queden libres de la que hacían del glorioso Santo” a lo que otorgaron escritura Fr. Baltasar de Aguilar y demás frailes junto con el hermano mayor Bartolomé Ruiz Gil y los oficiales Luis Mayo de Alba, Mateo de la Leña, Cristóbal Rodríguez Burgueño y Tomás López, el sábado 19 de Abril de 1598[19].

A raíz de esta festividad, en el convento agustino la devoción a Jesús Nazareno se va incrementando durante el siglo XVII, llegando a transformarse su primitiva capilla en la que en la actualidad conocemos, ejecutada su estructura arquitectónica entre 1677 y 1686, patrocinada por Francisco Fernández de Córdoba y Figueroa[20]. En ella se instituyeron dos memorias perpetuas de devotos del “Nazareno” las cuales vamos a reseñar.

La primera, fue fundada el 13 de marzo de 1668 a devoción de Juan López de Arroyo, vecino de la calle Fuente Álamo, el cual utilizando unos censos que tenía impuestos en unas casas de la calle San Roque y siete fanegas y media de tierra calma de medida mayor a la parte de la Fuente de la Higuera “ de la cuales dichas tierras y censo fundó una memoria de legos para quales poseedores della cada uno en su tiempo en cada un año para siempre jamás perpetuamente hagan decir y digan seis misas reçadas en la capilla de Jesus de Naçareno que esta en la iglesia del convento de Sr. San Agustín de esta ciudad”, el mismo en su testamento también “mando que mi cuerpo sea sepultado con el abito y cuerda de Sr. San Francisco en la capilla de Jesús Nazareno”[21]. Falleciendo “en diez y ocho días del mes de enero de mil seiscientos setenta y nueve años”[22].

Poco tiempo después, se  sumaría al engrandecimiento de los cultos y la veneración de las dos capillas de pasión de instituidas bajo el amparo agustino, la capellanía  fundada por Dª María de Arroyo, doncella y vecina de la ciudad, en su testamentaría otorgada el 4 de mayo de 1682, deja una cláusula en que “por la presente fundo y erijo una perpetua capellanía de misas que sea de servir en el convento del Sr. San Agustín de esta ciudad en la capilla de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Soledad sitas en dicho convento después de los días de mi vida” obligando a los capellanes que la nutriesen a decir “veinte misas que se an de decir perpetuamente las diez en la capilla de Jesús Nazareno y las otras diez el la capilla de Nuestra Sra. de la Soledad”, para el mantenimiento de tal piadosa fundación dejó por dote una buena partida, “sobre una haza de seis fanegas a la parte del Carrascal (...) y sobre otra haza de tres fanegas de tierra calma el dicho sitio (...) y sobre otra haza de dos fanegas y un celemín de tierra en el dicho sitio linde con el camino que por la huerta del Arroyo va a el dicho cortijo del Carrascal”[23].

No sólo estas fundaciones fueron las únicas que se fundaron, si que son las primitivas, durante el siglo XVIII se siguen instituyendo en los distintos templos citados, donde también aportaron en menor medida las distintas generaciones de cofrades que ante tales imágenes mandaban enterrarse con encargo de misas de cuerpo presente y rezadas, donde aparecen asiduamente en los testamentos consultados de esta época y como tal no pueden ser reseñados por no engrosar este trabajo.

Con este breve estudio pretendemos dar a conocer a los montillanos la veneración que nuestros antepasados mantuvieron al Sagrado Madero generación tras generación, desde la llegada del catolicismo a nuestra ciudad. Hoy mantenemos una minúscula reminiscencia de tales fiestas religioso-populares, en las que se mezclaban la fe y la cultura de la población, mejor dicho la crónica de una ciudad noble, como fue nuestra Montilla.

 *Artículo publicado en la revista local “Nuestro Ambiente”, en Septiembre de 2002.

FUENTES:
[1] Historia Universal, Tomo III (Roma y la Antigüedad), p. 113. Espasa Calpe. España, 2001.
[2] CROISSET S.I., J.: Año Cristiano, Tomo del mes de Mayo, pp. 50-56. Barcelona, 1853.
[3] CROISSET: Año Cristiano, Tomo del mes de Septiembre, pp. 279-284. Barcelona, 1854.
[4] CEBRIÁN, J. A.: La aventura de los Godos, p. 135. Madrid, 2002.
[5] CROISSET: Año Cristiano, Tomo del mes Julio, pp. 297-306. Barcelona, 1854.
[6] ARANDA DONCEL, J.: Las cofradías de la Santa Vera Cruz, p. 616. Sevilla, 1995.
[7] Archivo del Monasterio de Santa Clara. (A MSC). Tabla de indulgencias.
[8] APSM. Libro tercero. “In festo, inventionis, Sacte Crucis, duplex, ad vesperas” y “Oratio, in exaltationis Sacte Crucis”. Año de 1609.
[9] APSM. Libro cuadrante de cultos parroquiales, año 1619. s/f.
[10] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla (ANPM). Nª 5ª. Leg. 818, fols. 250-254. 
[11] ANPM. Nª 2ª. Leg. 242,  f. 28 v. 
[12] APSM. Libro 5º de memorias y capellanías, fº 103.
[13] APSM. Libro 3º de memorias y capellanías, fº 411 – 417 v.
[14] ANPM. Escribano Francisco Escudero. Nª 1ª. Leg. 52, fols. 303-319 v. 
[15] ANPM. Nª 3ª. Leg. 491, fols. 64 – 66 v.  
[16] APSM. Libro 3º de memorias y capellanías, fº 250 v.
[17] APSM. Libro 2º de visitas generales, fº 143 v.
[18] APSM. op. cit. fº 301 v.
[19] ANPM. Escribano Alonso Albiz Cruz, fº 526. Año 1598.
[20] JURADO Y AGUILAR, A.: Ulía Ilustrada y fundación de Montilla, fº 227. Año 1776. (Manuscrito que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Montilla.)
[21] ANPM. Nª 5ª. Leg. 846, fols. 85-88 v. 
[22] APSM. Libro de Testamentos nº 23, f. 165.
[23] APSM. Libro 5º de memorias y capellanías, fols. 412 - 416 v.


lunes, 11 de agosto de 2014

MIGUEL NÚÑEZ DE PRADO Y SUSBIELAS. EL HÉROE OLVIDADO*

Paseando la inquietud propia de querer conocer a aquellos paisanos más notables de nuestro pasado más presente, desde hace varios meses venimos indagando en la vida y profesión de un paisano cuya biografía, lamentablemente, ha vagado en la desmemoria de la ciencia histórica por distintas causas. Sirvan por tanto estas líneas como breve noticia para recordar al militar montillano Miguel Núñez de Prado y Susbielas.

Hablar sobre el apellido Núñez de Prado en Montilla es remontarse al siglo XVIII, donde ya lo encontramos vinculado a la casa de los Fernández de Córdoba, donde varias generaciones se ocuparon de la administración municipal de los feudos del ducado. Como familia adelantada de la floreciente capital del estado de Medinaceli, su solariega casa estaba ubicada intramuros del extenso contorno del palacio ducal, concretamente en la calle San Luis, confluencia con la calle San Juan de Dios, edificio que sobrevivió hasta el último tercio del pasado siglo XX.

Durante el siglo XIX, esta casa sería cuna y escuela de varios de sus vástagos que cobraron mayor renombre dentro del ámbito nacional en el panorama político, militar, social y cultural del período decimonónico.

Con tan sólo veintiséis años, el joven capitán de Caballería, Miguel Núñez de Prado y Rodríguez contrae matrimonio con la cordobesa María Concepción Susbielas y Sans, el 26 de agosto de 1880[1]. Fruto del enlace nace su primogénito, el 30 de mayo de 1882, siendo bautizado un día más tarde con el nombre de Miguel Fernando Juan Rafael de la Santísima Trinidad en la Parroquia de Santiago.[2]

Desde muy joven, “Miguelito Núñez como le llaman aquí muchos”, al igual que su padre y abuelos, declara su vocación militar y, heredando así la tradición familiar, se enrola en el arma de Caballería. Desde sus comienzos en la milicia, el joven oficial se halla en la vanguardia española del ejército de África, formando parte del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas. El 14 de mayo de 1912 cae por primera vez herido cuando participa, como teniente de un tabor de Caballería, en la ocupación del Aduar de Haddu Al-Lal Kaddur.

Durante el fatídico verano de 1921, un episodio de los vividos en la campaña de Annual es escrito con el heroísmo y la sangre derramada por una columna comandada por el ya teniente coronel de Regulares nº 2 de Melilla, donde vuelve a ser gravemente herido. Así lo narra Hernández Mir en su libro Del Desastre a la Victoria (1921 – 1926). Ante las hordas del Rif:

 “[Día 16 de julio de 1921] Durante dos horas, las mías, que han reaccionado vigorosamente se mantienen firmes ante la puja de los jarqueños; pero como la situación es crítica sale de Annual una fuerte columna mandada por el teniente coronel Núñez de Prado, que en duro combate derrota completamente a los jarqueños, los bate en la retirada, los rechaza nuevamente en un momento que reaccionan y les causa considerable número de bajas, siendo también importantes las de nuestros efectivos.

[…] El día 17 lleva Núñez de Prado un convoy, desde Annual, sin que se le hostilice, porque las jarkas se dedican con preferencia a la labor de construir trincheras en los sitios más adecuados para dar efectividad al que proyectan. […] Y, en efecto, se organizan en Annual tres columnas de socorro, al mando respectivamente del comandante Alfaro, del teniente coronel Núñez de Prado y del comandante Romero. Las tres baten con denuedo y tratan de cumplir la misión que se les confía; pero la desgracia es firme compañera de aquel ejército tan duramente puesto a prueba; son heridos Núñez de Prado y Romero, mueren los capitanes Zapino y Nuevo, y tenemos en total ocho bajas de jefes y oficiales y 152 de tropa.”[3]

Tras ser herido en un brazo y perder gran cantidad de sangre, Núñez de Prado es evacuado a un hospital de Melilla, donde es intervenido y consigue recuperarse. La noticia llega a Montilla, y su padre, ya General de División retirado, se traslada a Melilla para visitarlo.[4] El día 23 de ese mismo mes, muere defendiendo la posición de Afrau otro montillano: el teniente de Artillería Francisco Gracia Benítez.[5]

Miguel Núñez de Prado, con uniforme del Grupo de Fuerzas Regulares, luce la Medalla Militar Individual

Una vez recuperado totalmente continúa destinado en Melilla. Por Real Orden de 25 de enero de 1923, el Rey Alfonso XIII “concede al teniente coronel de Caballería D. Miguel Núñez de Prado y Susbielas, jefe del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla núm. 2, quien recibió la Medalla Militar Individual por su labor de conjunto en el mando de tropas en el territorio de Melilla y, especialmente, por el intento de abastecimiento a Igueriben realizado el 19 de julio de 1921”. La medalla le fue impuesta el 11 de enero de 1923, en el campamento de Dar Drius, a la par que al comandante Francisco Franco.

En 1924, el Ayuntamiento de Montilla organiza un ardoroso homenaje a sus valerosos paisanos que han participado en la guerra de África. Al fallecido teniente Francisco Gracia Benítez se le inmortaliza con la colocación de una lápida en su casa natal de la calle Gran Capitán y la rotulación con su nombre de la principal arteria de la ciudad, la Corredera. Asimismo, el ya ascendido coronel Núñez de Prado y Susbielas es nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad, haciéndole entrega de un bastón de mando por parte de la Corporación Municipal.[6]

Miguel Núñez de Prado asciende a General de Brigada en 1925 y la noticia se hace pública en nuestra ciudad a través de la revista “Montilla Agraria”, como también se hace eco del acuerdo municipal para rotular la calle Fuente Álamo con su nombre y grado castrense, pasando a llamarse General Núñez de Prado y Susbielas.[7]

El Directorio de Primo de Rivera, nombra en 1926 al militar montillano gobernador de la Guinea Española, cargo que desarrolló hasta 1930. Durante estos cuatro años de su tutela sobre las posesiones españolas en el trópico africano, Núñez de Prado organiza y gestiona un creciente desarrollo que acontece a la colonia hispana en su devenir histórico. Sus trabajos son recogidos por el escritor Julio Arija, en su libro La Guinea Española y sus riquezas. Estudios coloniales, editado por Espasa Calpe en 1930. En su capítulo sexto, titulado El presente colonial, Arija diserta sobre los avances acaecidos durante el gobierno de Núñez de Prado, de los cuales hemos tomado algunas de sus reseñas más significativas.

“Nuestra magnífica colonia de Guinea se encuentra actualmente en período de progresiva evolución, en los inicios de su franco desarrollo y florecimiento. Esta evolución, este impulso inicial de su resurgimiento, data de mediados del año 1926, pocos meses después de haberse hecho cargo de la gobernación de aquellos territorios el general Núñez de Prado y ocupar la Dirección General de Marruecos y Colonias, entonces creada, el general Gómez Jordana.

[…] Desde el momento de su arribo, el general Núñez de Prado, primer numen colonista llegado con cargo oficial a aquellas latitudes, hombre de inteligencia despierta, gran capacidad y verdadero patriotismo, apreciando en seguida el inmenso valor potencial de aquellos territorios integrantes del último resto colonial que conserva España; percatado prontamente de los complejos problemas que, planteados desde tiempo viejo, era imperioso resolver con toda premura para redimir de una vez y ¡al fin!, a la hermosa Guinea española que yacía postrada en el más injusto y desdeñoso olvido nacional, concibió un programa mínimo que, elevado al Gobierno, tuvo la virtud de despertar la atención de los Poderes públicos sobre aquellas posesiones, hasta obtener una eficaz cooperación económica.

De toda la obra, muy discutible, realizada por la Dictadura, sálvese como un completo acierto la protección otorgada a la colonia, concediéndole en 1926 un crédito extraordinario que ascendía a 22.785.000 pesetas para las obras públicas más apremiantes: carreteras y caminos; obras y señales marítimas; estaciones radiotelegráficas y redes telefónicas; embarcaderos, barcas de paso y dragas; construcción de hospitales a la moderna en Santa Isabel, San Carlos y Benito; fundación de una escuela graduada con internado para indígenas; escuelas en todo el territorio; pabellones para funcionarios; instalación de una granja agrícola con laboratorios y campos de experimentación, etc., etc.

[…] En cosa de un año, todos los ramos de la administración pública quedaron reorganizados, debidamente atendidos los servicios, dignificados los cargos y Astrea tuvo su templo en la colonia, ocupado hasta entonces por las Euménides, erigidas en poder. Y entre las grandes y radicales mejoras que gradualmente fue implantando Núñez de Prado en la colonia encaminadas a su necesario resurgimiento y desarrollo natural, pronto le llegó el turno a la Sanidad, cuyos servicios venían adoleciendo de carencia de efectividad, pues ni se tenía plan alguno definido, ni se la tuvo jamás al nivel que las circunstancias exigían en un país virgen de clima tropical.

[…] Poliforme y amplísima la actuación de Núñez de Prado, ayudado en todo momento por la Dirección General de Marruecos y Colonias, ningún extremo de interés verdaderamente colonizador se escapó a su estudio y a su más rápida solución.

[…]Evinayón, fue lugar elegido por Núñez de Prado para instalar la capital política de la colonia. […] A más de esto, acudiendo en sentido humanitario a ayudar a los indígenas a elevarse poco a poco en la escala de la civilización, de acuerdo con la Dirección General de Colonias, ha reorganizado Núñez de Prado el Patronato de Indígenas, corporación oficial con plena personalidad jurídica, patrimonio propio y capacidad suficiente para poseer, adquirir y enajenar bienes de todas clases…”[8]

Tras su prestigiosa etapa colonial vuelve a la Península en 1931, donde participa activamente en la creación del nuevo modelo de Estado republicano para la nación. En 1933 es promovido a General de División. Un año más tarde, ocupa una de las tres inspectorías generales del Ejército. En enero de 1936 es nombrado Inspector General de Aeronáutica, por lo que algunos historiadores lo llaman el “padre de la Aviación Española”. El 17 de julio, tras conocer el alzamiento del ejército de Marruecos, es llamado por Casares Quiroga, presidente del Gobierno republicano, para nombrarlo Inspector General del Ejército, y así intentar hacerse cargo de la grave situación militar del momento. Durante la madrugada del día siguiente el ejecutivo no reacciona, Núñez de Prado realiza varias gestiones para que la aviación no se sume a la sublevación. Horas más tarde, decide trasladarse en avión a Zaragoza para sustituir al general Cabanellas y tomar posesión de la 5ª División Orgánica. Tras una entrevista con el gobernador civil, se dirige al cuartel general, donde intenta convencer al general Cabanellas para que no se subleve. Es detenido y trasladado a Pamplona, donde es puesto a disposición del general Mola, quien ordena su fusilamiento.[9]

Miguelito Núñez, el hijo predilecto, héroe africano, gobernador de la Guinea, inspector general del Ejército, es olvidado. En el capítulo ordinario del 12 de septiembre de 1936, la Comisión Gestora Municipal decide por unanimidad cambiar la rotulación de la calle General Núñez de Prado, antigua Fuente Álamo, y dedicársela al General Franco. En la actualidad, setenta años después de su trágica desaparición, en ninguno de los monolitos públicos, de ambos bandos, que recuerdan a los caídos montillanos en la Guerra Civil, aparece el nombre de nuestro paisano Miguel Núñez de Prado y Susbielas.

*Artículo publicado en julio de 2006, en la revista local "La Corredera", nº 50.

FUENTES


[1] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro nº 38 de matrimonios, f. 140 v.
[2] APSM. Libro nº 103 de bautismos, f. 24 v.
[3] HERNÁNDEZ MIR, F.: Del Desastre a la Victoria (1921 – 1926). Ante las hordas del Rif. Imprenta Hispánica. Madrid, 1926. ps. 51 – 58.
[4] Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque (FBMRL). Revista Montilla Agraria. Año III, nº 40, p. 8.
[5] Del Desastre a la Victoriap. 121.
[6] FBMRL. Montilla Agraria. Año V, nº 103, ps. 4 – 5.
[7] Montilla Agraria. Año VI, nº 133, p. 8.
[8] ARIJA, J. La Guinea Española y sus riquezas. (Estudios coloniales). Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1930.
[9] VV.AA. La Guerra Civil española mes a mes. Tomo II. p. 121. Unidad Editorial, S.A. Madrid, 2005.

viernes, 25 de julio de 2014

DON DIEGO DE ALVEAR Y ESCALERA

En la actualidad, el apellido Alvear está alcanzando una resonancia internacional sin precedentes, motivada por el episodio naval de la Fragata "Ntra. Sra. de las Mercedes" en 1804. Su protagonista, Don Diego de Alvear y Ponce de León, hubo soportar la pérdida de casi toda su familia, el fruto de su trabajo y su fortuna.

Por tal motivo, traemos hasta el blog un artículo escrito a principios de 2007 para la revista VERA+CRUX, boletín informativo de la cofradía homónima montillana. En aquella ocasión, dimos unas pinceladas biográficas del primer Alvear establecido en Montilla, Don Diego, abuelo y benefactor del marino, e hicimos público el devoto vínculo que manifestó a lo largo de su vida hacia el Cristo de Zacatecas, de cuya cofradía fue Hermano Mayor y Mayordomo.


Escribir de la familia Alvear, es escribir de la historia de Montilla. Ambas cosas pretendemos con este breve trabajo biográfico dedicado al primer vástago de este noble linaje que se estableció en nuestra ciudad, Don Diego de Alvear y Escalera, centrándonos en la vinculación que mantuvo con sus vecinos y en la defensa de sus libertades, así como en la especial devoción que profesó al Santo Cristo de Zacatecas.

El linaje Alvear

Los orígenes de los Alvear se pierden en los comienzos de la reconquista cristiana de España. Según los genealogistas que lo han estudiado, los primeros varones insignes portadores de este apellido y armas proceden de las montañas burgalesas del Valle de Aras, donde aparecen sus antiguos escudos presidiendo las principales casas solariegas, siendo éste el lugar de donde arrancan las distintas ramas de los Alveares.

La ascendencia paterna de Diego la encontramos establecida en tierras riojanas. Su abuelo Sebastián García de Alvear y Medinilla fue Gobernador del Estado ducal de Nájera y su padre Juan García de Alvear y Garnica nació en esa ciudad en 1657, trasladándose por motivos de trabajo hasta Córdoba, donde ejerció en la administración de la Hacienda Real. Fue en esta ciudad donde contrajo matrimonio con Francisca de Rajadel y Castillejo, hija de José Rajadel y Escalera, secretario del Santo Oficio de la Inquisición en el antiguo reino de Córdoba.

Diego nace en Fuente Obejuna en 1697, villa donde su padre desempeñaba el cargo de Administrador de la renta de millones. Al amparo de familia materna, pasa su juventud en Córdoba y su consiguiente formación académica. Es en esta ciudad donde contrae matrimonio con María Margarita de Morales y Navarro el 2 de mayo de 1719 en la Parroquia del Sagrario de la catedral cordobesa. De esta unión nacen sus dos hijos. El primero, Santiago María, nace en Córdoba en 1725, ciudad donde primeramente se establece el joven matrimonio; su hermano, Juan Nicolás, ya es montillano, y es bautizado en la Parroquia de Santiago el 12 de diciembre de 1729, siendo su madrina su abuela paterna.[1]

Los Alvear en Montilla

A partir de este año encontramos a Don Diego instalado en Montilla como Gentilhombre de cámara del Duque de Medinaceli y Tesorero General de Rentas del marquesado de Priego. Con el paso del tiempo su primogénito, Santiago María, contrae matrimonio el 6 de marzo de 1746 en la Parroquial de esta ciudad, con Escolástica Fernández-Ponce de León y Arnedo-Rivera, natural del Puerto de Santa María e hija del Ldo. Juan Luis Fernández Ponce de León, Abogado de los Reales Consejos y Corregidor de Montilla, y de Inés de Rivera-Pérez y Mendoza.[2] En cambio su segundo hijo, Juan Nicolás, se dedica a la religión, siendo presbítero y ejerciendo como capellán en Montilla durante el resto de sus días.

Don Diego de Alvear pronto aparece en la vida comercial montillana, sus negocios con el mundo vinícola los deja entrever una escritura notarial dada el 8 de enero de 1745, donde “Alonso González y Francisco López de Luque se obligaron a que prontamente y sin detención a sacar de las casas y bodegas de D. Diego de Alvear y Escalera 800 arrobas de vino añejo y 600 de vino nuevo importando todo 1600 reales que se obligan a pagar”.[3]

Como único heredero por línea materna, fue poseedor de dos vínculos dotados de censos y casas en Córdoba, y patrono de cuatro Capellanías de fundación familiar generosamente dotadas y, como las anteriores, otorgadas en la ciudad califal. Con los beneficios de la redención de una de ellas, la erigida por su pariente el Capitán Juan Rodríguez de Morales, en “septiembre de mil setecientos y cincuenta en el cual se compró en el término de esta ciudad de Montilla al pago que dizen del Prado de la Villa y llano del mesto… la Hazienda que en casa llamamos de la Capellanía” la cual remoza, plantándola de olivos, reformando su caserío y construyendo un molino de aceite.[4]

Defensor de las libertades de los montillanos

Durante estos años, la familia Alvear está plenamente integrada en la sociedad montillana, especialmente con las élites ilustradas y los hacendados, que quieren hacer frente a la política feudal de Duque de Medinaceli, y que llevan más de un siglo pleiteando a éste por la abusiva política de tributos y privilegios estancos que ejerce en la ciudad y que son jurisdicción de la Corona. Don Diego de Alvear se suma a sus vecinos en el litigio, ante la prohibición que le hace el Consejo de Justicia y Regimiento de la ciudad para producir aceite en su finca sin permiso expreso del Duque.

En el siglo XVIII la economía montillana se mantenía básicamente de los productos agrícolas, de su transformación y su posterior comercio. La Casa Ducal mantiene monopolizados los molinos de trigo, los hornos de cocer pan, los mesones y tabernas, las almonas de jabón y, sobre todo, los molinos de aceituna. Asimismo ejercía un férreo control de alcabalas e impuestos sobre la carne, el pescado, el vino, el vinagre, y el aceite. Hastiados los vecinos de este sumiso sistema que no hace desarrollarse a la ciudad, deciden tomar el camino de la Justicia Real, donde interponen al Duque varias demandas en la Chancillería de Granada. Todos estos procesos judiciales fueron encabezados, en nombre de los vecinos por Don Diego de Alvear, quien se gana la confianza y popularidad de todos aquellos que ven en él a la persona que pretende dar solución a una situación que tiene sumida a la mayoría de la población en la carencia de alimentos básicos para subsistir.[5]

Su holgada economía, procedente de rentas familiares, le permite hacer frente al poder feudal establecido durante el transcurso de este largo pleito, que finalmente fue ganado por el vecindario, aunque Don Diego nunca llegaría a conocer su resultado, ya que falleció antes.

Mayordomo del Santo Cristo de Zacatecas

Don Diego de Alvear y Escalera descendía de una familia profundamente religiosa, como queda confirmado en la gran cantidad de bienes y vínculos que sus predecesores legaron a la iglesia cordobesa. Más aún, cuando el segundo de sus hijos, Juan Nicolás, decide dedicarse al sacerdocio, ejerciendo su presbiterio en la Parroquia de Santiago de nuestra ciudad.

Desde su llegada a Montilla, Don Diego se vincula con Cofradía de la Vera Cruz, ejerciendo de Hermano Mayor y Mayordomo del Santo Cristo de Zacatecas. Son muy escasas las noticias que revelan su labor como administrador de los bienes de la Cofradía, ya que no ha llegado hasta nosotros el archivo de la misma.

En el Archivo General del Obispado de Córdoba, se conserva una petición remitida al titular de la Diócesis, donde los cofrades solicitan su autorización para la venta de un solar, y así poder sufragar los gastos que van a ocasionar la construcción de un nuevo retablo para la imagen del Señor de la Cena, que formaba parte del cortejo procesional de la Vera Cruz en la tarde del Jueves Santo. La misiva, con fecha de 10 de octubre de 1773, expone lo siguiente:

“Iltmo. Señor. El Mayordomo y cofrades de la cofradía del Stmo. Cristo de Zacatecas, sita en la Ermita de la Sta. Vera Cruz de esta ciudad de Montilla, con su mayor respeto hacen presente a V.S.I. que han deseado días hace fabricar un retablo pequeño a la Stma. Imagen del Señor de la Cena cofradía de la misma Ermita su bovedilla correspondiente, y al presente se está trastechando a costa del Excmo. Sr. Duque de Medinaceli a que este templo y era ocasión de dicho retablo y bóveda, y para su ejecución tienen determinado vender un solar de casa en la calle de Ortega de este pueblo, que sin de mi poco o nada y para proceder a la venta por pregón y en el mejor postor. // Suplicamos a V.S.I. se sirva concedernos su licencia que será muy del agrado del Señor por el culto a aquella sagrada Imagen favor que agradecemos a V.S.I. // Dn. Diego de Albear y Escalera. Manuel Hidalgo de Luque. Juan de Ariza [rúbricas].” [6]

El prelado cordobés solicita información al vicario de Montilla, Pedro Fernández del Villar, quien el 29 de dicho mes le responde con un escrito donde expone la situación de las hermandades y su postura hacia dicha solicitud: “En obedecimiento del supremo mandato de V.S.I. retroescripto, bien informado, y entendido el contenido del memorial adjunto, que, ente informe de delusivo a V.S.I. debo decir: que la Cofradía principal sita en la enunciada ermita es, y se denomina de la Cena. Ay otros varios pasos con respectivos hermanos y jefes, y entre ellos es uno el del Santo Crucifijo de Zacatecas, que le trajeron de la Provincia de la América septentrional parte de la nueva Galicia en el México, según el Diccionario de Lorenzo Echard, inglés, la cual Imagen que esta en el altar mayor es la de mayor devoción de todas las de la referida ermita, y a ella se le donó el solar de que se trata y solicita licencias para venderlo y con su producto hacer un retablito al Santo Cristo de la Cena, que esta en un Arco de la ermita, como lo esta en otro el mencionado Crucifijo, que reside en el primer lugar. Dicho solar vale de 500 a 600 maravedíes de renta cada año 15. Ay varios que por linderos le quieren y en estos términos soy de parecer no ser justo que siendo del Señor de Zacatecas, se despoje de su propiedad, transfiriendo su producto a beneficio de otra imagen, por siempre se a dicho, no serlo, y el insolidun que tributare, como de Derecho Notarial a todo ente abraza y transciende: a que se junta no tener retablo dicho Crucificado, y siempre, que la devoción le quiere podrá incluirse con el producto de dicho solar. De aquí concluyo que o no se vende ínterin no se proporciona ocasión de hacer el retablo o si se vende su imposición ponga en el Arca de Capitales, ínterin se le haga el retablo que por ahora lo veo difícil por el año no hará poco en darnos pan, y así aun debo pensar que respecto de que reditúe mejor será tenerlo en ser hasta la forzosa de hacerle retablo. Este dictamen juzgo será agradable a los devotos del Santo Cristo, y no parecerá mal a V.S.I. cuyo supremo juicio es sobre todos. La bovedilla se hizo que de la obra que costeó su Excelencia con otra de esta Parroquial, de San Roque y de San Agustín porque el Excelentísimo es sumamente piadoso y limosnero y como tiene un contador tan justificado, cuanto le pide se logra en virtud de los buenos informes que Dn. Pedro Matías le da”.[7]

Como trasluce la contestación y opinión del Vicario, la venta del solar no fue autorizada, salvo que fuera para la construcción de un retablo al propio Cristo de Zacatecas. Esta segunda iniciativa sí que estuvo presente entre los cofrades del crucificado indiano, ya que Don Diego de Alvear dejó constancia en su testamentaría de la devoción que profesaba al Señor de Zacatecas, única imagen sagrada a la que alude en su última voluntad y a la que lega parte de sus bienes. Recogemos este párrafo de su testamento “Y t. mando al Santísimo Christo de Zacatecas, sito en la Ermita de la Santa Bera Cruz de esta ciudad, ciento y cincuenta reales de vellón por una vez para ayuda al retablo o repisa o cualquiera otra obra de adorno que se dispusiere para el culto de dicha Santísima Imagen”.

Don Diego de Alvear y Escalera fallece el 19 de febrero de 1776. En su testamentaría dispuso su entierro, ordenando “que mi cuerpo sea amortajado con el Abito de Ntro. Padre Sn. Fco. Sepultado en el convento de Sr. San Agustín de esta Ciudad, en sepultura propia que allí tengo, y dejo a disposición de mis Albaceas el orden y forma de mi entierro, que suplico sea con la mayor humildad y ajeno de toda vanidad, convirtiendo en sufragios lo que había de servir de pompa”. [8]

Sus descendientes continuaron vinculados con la sagrada imagen y centenaria Cofradía a la que había pertenecido su progenitor. En los inventarios efectuados en 1842 a raíz de la desamortización emprendida por Mendizábal, encontramos a su nieto Miguel de Alvear y Ponce de León, como administrador de los censos que aún poseía la Cofradía del Santo Cristo de Zacatecas, ya establecida en la Parroquia de Santiago.

FUENTES


[1] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Lib. 42, f. 102.
[2] APSM. Lib. 19, f. 49 v.
[3] ZEJALBO MARTÍN, J. Comercio exterior de vinos y aceites en Cabra en 1730. Cosecheros y pleitos antiseñoriales. En las actas de Encuentros de Historia Local. La Subbética. pp. 271 – 286. Cabra / Priego, 1990.
[4] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla (ANPM). Escribano Tomás López de Casas, f. 361 – 370 v. Nª 1ª. Lib. 144.
[5] Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque. Memorial Ajustado. Nº 15800.
[6] Archivo General del Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho ordinario del obispado. Fila 54. Leg. 35. Caja 2ª. s/f.
[7] AGOC. Ibídem.
[8] ANPM. Escribano Tomás López de Casas 

miércoles, 9 de julio de 2014

LA PILA BAUTISMAL DE SAN FRANCISCO SOLANO*

Pila bautismal de la Parroquia de Santiago
Centenaria es la costumbre que los montillanos mantienen cuando bautizan a sus vástagos en la pila de la Parroquia matriz de Santiago. Ello obedece a que en este vaso pétreo de cristianar recibió las benditas aguas el patrón de la localidad, San Francisco Solano. La universal fama de santidad del seráfico Solano, hizo que todo aquello que recordase o tuviese vinculación alguna con su estancia en la villa que lo vio nacer, fuera un preciado testimonio y valiosa reliquia para sus paisanos y devotos.
Así lo entendió el arcipreste Luis Fernández Casado (1872 – 1953) quien, tras varios intentos fallidos de dignificar la ubicación del baptisterio parroquial, aprovechó unas obras de urgencia que se acometieron en el muro lateral izquierdo de la capilla de San Miguel Arcángel que amenazaba con desplomarse hacia la calle Escuchuela.

Para emprender tal proyecto, el docto párroco organizó una comisión compuesta por el sacerdote Amador Rodríguez, el diputado provincial José Cuesta, el conde de la Cortina Francisco de Alvear, el profesor y escultor Manuel Garnelo y el médico Antonio Cabello de Alba, así como por los recordados montillanos Rafael Gracia, Francisco Salas, Rafael Luque y Félix Valderrama, los cuales se reunieron por vez primera en la sacristía de la desaparecida iglesia de San Francisco de Asís el miércoles 13 de septiembre de 1916. 

El arcipreste Luis Fernández expuso a los asistentes su idea de cambiar de ubicación de la pila bautismal desde su emplazamiento original (a la entrada de la nave de la Epístola, junto a la puerta de la torre y campanario) y su traslado a la citada capilla de San Miguel, que estaba reconstruyéndose, ampliando así el espacio para celebrar el sacramento del bautismo y decorando el nuevo establecimiento con motivos solanistas que recordaran y enaltecieran la valiosa pieza gótica donde fuera cristianizado el hijo de Mateo Sánchez y Ana Ximénez, el 10 de marzo de 1549. Tras la explicación de la propuesta, se acordó encargar un proyecto al artista Manuel Garnelo y Alda, allí presente, para que recogiera todas las inquietudes tratadas en la reunión.

A la semana siguiente volvió a reunirse la comisión, en la que Manuel Garnelo presentó su proyecto y presupuesto aproximado de las obras, que ascendía a 5.793 pesetas. Según el diseño del escultor montillano, el nuevo baptisterio iba a significar un santuario de exaltación solanista, al objeto de que toda la ornamentación y decoración estuviera ligada a pasajes de la vida y milagros del patrón de la ciudad.

Las obras se comenzaron con 2.000 pesetas que fueron concedidas por el Ministerio de Gracia y Justicia. A esta cantidad se le sumaron 1.000 pesetas que aportó Manuel Garnelo, en concepto de cuatro medallones de escultura en relieve que formaban parte del proyecto. Para sufragar el resto de los gastos, la comisión decidió abrir una suscripción popular creando una lista de donativos, encabezada por el mismo arcipreste con la entrega de 100 pesetas. El total del coste se tardó varios meses en alcanzarlo y como podemos apreciar en la revista dominical Eco Parroquial, órgano de las parroquias de Montilla, fueron muchos los montillanos que sumaron su donativo y su nombre a la citada suscripción.

Meses después, el proyecto diseñado por Manuel Garnelo fue una realidad. La atención que siempre tuvo el artista con su pueblo quedó patente por la gran cantidad de iniciativas culturales montillanas de las que fue partícipe. De hecho, siempre que sus obligaciones se lo permitían, pasaba en su cuidad natal las vacaciones estivales y las festividades anuales, que aprovechaba para visitar a sus familiares y amigos.

 La decoración del baptisterio es una exaltación a la vida y obra de San Francisco Solano.
En la actualidad, podemos contemplar en la Parroquia de Santiago –solar garneliano por excelencia– las obras y remodelaciones que se llevaron a cabo entre los años 1916 y 1918 a iniciativa del celoso y culto arcipreste Luis Fernández y que fueron sufragadas por suscripción popular “ya que a todos toca el interés de conservar dignamente la pila de San Francisco Solano, y todos deben sentir el aplauso o la censura del forastero que encontrándose en Montilla sienta la sana curiosidad de ver lo importante de la ciudad entre cuyos monumentos notables se encuentra la repetida pila”.

El escultor Manuel Garnelo

Manuel Garnelo y Alda (1878 - 1941)
Manuel, hijo de José Ramón Garnelo y Josefa Dolores Alda, nace en Montilla el 1 de enero de 1878. Su enseñanza básica la recibe en la localidad de la Campiña Sur, si bien con doce años se traslada a Roma de la mano de su hermano José Santiago, que estaba pensionado en la Academia Española. 
Desde sus primeros pasos en el arte se decanta por la escultura, asignatura que cursa durante dos años en la Ciudad Eterna, impartida por el insigne Aniceto Marinas. En 1892 –con sólo catorce años– recibe su primera mención honorífica en la Exposición Nacional de Madrid, con su obra Tota pulcra est María. Completa su formación artística en la Escuela Superior de Bellas Artes de la capital española. En 1899 consigue una plaza, por oposición, de pensionado en Roma, donde continúa los cuatro años siguientes con sus estudios de Dibujo y Escultura.

Tras terminar su etapa formativa, obtuvo la plaza de profesor numerario de Carpintería Artística en la Escuela de Bellas Artes de Granada, donde desarrollará toda su trayectoria profesional.

Sus obras de académico fueron premiadas y elogiadas por la crítica coetánea, la mayoría de las cuales fueron llevadas a exposiciones nacionales y adquiridas por el Estado. En Montilla se conserva una buena muestra de sus trabajos escultóricos y decorativos, repartidos por las distintas iglesias, edificios públicos y casas particulares de nuestra ciudad.

Manuel Garnelo y Alda falleció el 4 de mayo de 1941 en Loja (Granada), ciudad natal de su segunda esposa, y el mismo lugar donde pasó los últimos años de su vida otro montillano ilustre: Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán.

*Artículo publicado en el Diario Córdoba, el 11 de julio de 2007.