lunes, 11 de agosto de 2014

MIGUEL NÚÑEZ DE PRADO Y SUSBIELAS. EL HÉROE OLVIDADO*

Paseando la inquietud propia de querer conocer a aquellos paisanos más notables de nuestro pasado más presente, desde hace varios meses venimos indagando en la vida y profesión de un paisano cuya biografía, lamentablemente, ha vagado en la desmemoria de la ciencia histórica por distintas causas. Sirvan por tanto estas líneas como breve noticia para recordar al militar montillano Miguel Núñez de Prado y Susbielas.

Hablar sobre el apellido Núñez de Prado en Montilla es remontarse al siglo XVIII, donde ya lo encontramos vinculado a la casa de los Fernández de Córdoba, donde varias generaciones se ocuparon de la administración municipal de los feudos del ducado. Como familia adelantada de la floreciente capital del estado de Medinaceli, su solariega casa estaba ubicada intramuros del extenso contorno del palacio ducal, concretamente en la calle San Luis, confluencia con la calle San Juan de Dios, edificio que sobrevivió hasta el último tercio del pasado siglo XX.

Durante el siglo XIX, esta casa sería cuna y escuela de varios de sus vástagos que cobraron mayor renombre dentro del ámbito nacional en el panorama político, militar, social y cultural del período decimonónico.

Con tan sólo veintiséis años, el joven capitán de Caballería, Miguel Núñez de Prado y Rodríguez contrae matrimonio con la cordobesa María Concepción Susbielas y Sans, el 26 de agosto de 1880[1]. Fruto del enlace nace su primogénito, el 30 de mayo de 1882, siendo bautizado un día más tarde con el nombre de Miguel Fernando Juan Rafael de la Santísima Trinidad en la Parroquia de Santiago.[2]

Desde muy joven, “Miguelito Núñez como le llaman aquí muchos”, al igual que su padre y abuelos, declara su vocación militar y, heredando así la tradición familiar, se enrola en el arma de Caballería. Desde sus comienzos en la milicia, el joven oficial se halla en la vanguardia española del ejército de África, formando parte del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas. El 14 de mayo de 1912 cae por primera vez herido cuando participa, como teniente de un tabor de Caballería, en la ocupación del Aduar de Haddu Al-Lal Kaddur.

Durante el fatídico verano de 1921, un episodio de los vividos en la campaña de Annual es escrito con el heroísmo y la sangre derramada por una columna comandada por el ya teniente coronel de Regulares nº 2 de Melilla, donde vuelve a ser gravemente herido. Así lo narra Hernández Mir en su libro Del Desastre a la Victoria (1921 – 1926). Ante las hordas del Rif:

 “[Día 16 de julio de 1921] Durante dos horas, las mías, que han reaccionado vigorosamente se mantienen firmes ante la puja de los jarqueños; pero como la situación es crítica sale de Annual una fuerte columna mandada por el teniente coronel Núñez de Prado, que en duro combate derrota completamente a los jarqueños, los bate en la retirada, los rechaza nuevamente en un momento que reaccionan y les causa considerable número de bajas, siendo también importantes las de nuestros efectivos.

[…] El día 17 lleva Núñez de Prado un convoy, desde Annual, sin que se le hostilice, porque las jarkas se dedican con preferencia a la labor de construir trincheras en los sitios más adecuados para dar efectividad al que proyectan. […] Y, en efecto, se organizan en Annual tres columnas de socorro, al mando respectivamente del comandante Alfaro, del teniente coronel Núñez de Prado y del comandante Romero. Las tres baten con denuedo y tratan de cumplir la misión que se les confía; pero la desgracia es firme compañera de aquel ejército tan duramente puesto a prueba; son heridos Núñez de Prado y Romero, mueren los capitanes Zapino y Nuevo, y tenemos en total ocho bajas de jefes y oficiales y 152 de tropa.”[3]

Tras ser herido en un brazo y perder gran cantidad de sangre, Núñez de Prado es evacuado a un hospital de Melilla, donde es intervenido y consigue recuperarse. La noticia llega a Montilla, y su padre, ya General de División retirado, se traslada a Melilla para visitarlo.[4] El día 23 de ese mismo mes, muere defendiendo la posición de Afrau otro montillano: el teniente de Artillería Francisco Gracia Benítez.[5]

Miguel Núñez de Prado, con uniforme del Grupo de Fuerzas Regulares, luce la Medalla Militar Individual

Una vez recuperado totalmente continúa destinado en Melilla. Por Real Orden de 25 de enero de 1923, el Rey Alfonso XIII “concede al teniente coronel de Caballería D. Miguel Núñez de Prado y Susbielas, jefe del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla núm. 2, quien recibió la Medalla Militar Individual por su labor de conjunto en el mando de tropas en el territorio de Melilla y, especialmente, por el intento de abastecimiento a Igueriben realizado el 19 de julio de 1921”. La medalla le fue impuesta el 11 de enero de 1923, en el campamento de Dar Drius, a la par que al comandante Francisco Franco.

En 1924, el Ayuntamiento de Montilla organiza un ardoroso homenaje a sus valerosos paisanos que han participado en la guerra de África. Al fallecido teniente Francisco Gracia Benítez se le inmortaliza con la colocación de una lápida en su casa natal de la calle Gran Capitán y la rotulación con su nombre de la principal arteria de la ciudad, la Corredera. Asimismo, el ya ascendido coronel Núñez de Prado y Susbielas es nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad, haciéndole entrega de un bastón de mando por parte de la Corporación Municipal.[6]

Miguel Núñez de Prado asciende a General de Brigada en 1925 y la noticia se hace pública en nuestra ciudad a través de la revista “Montilla Agraria”, como también se hace eco del acuerdo municipal para rotular la calle Fuente Álamo con su nombre y grado castrense, pasando a llamarse General Núñez de Prado y Susbielas.[7]

El Directorio de Primo de Rivera, nombra en 1926 al militar montillano gobernador de la Guinea Española, cargo que desarrolló hasta 1930. Durante estos cuatro años de su tutela sobre las posesiones españolas en el trópico africano, Núñez de Prado organiza y gestiona un creciente desarrollo que acontece a la colonia hispana en su devenir histórico. Sus trabajos son recogidos por el escritor Julio Arija, en su libro La Guinea Española y sus riquezas. Estudios coloniales, editado por Espasa Calpe en 1930. En su capítulo sexto, titulado El presente colonial, Arija diserta sobre los avances acaecidos durante el gobierno de Núñez de Prado, de los cuales hemos tomado algunas de sus reseñas más significativas.

“Nuestra magnífica colonia de Guinea se encuentra actualmente en período de progresiva evolución, en los inicios de su franco desarrollo y florecimiento. Esta evolución, este impulso inicial de su resurgimiento, data de mediados del año 1926, pocos meses después de haberse hecho cargo de la gobernación de aquellos territorios el general Núñez de Prado y ocupar la Dirección General de Marruecos y Colonias, entonces creada, el general Gómez Jordana.

[…] Desde el momento de su arribo, el general Núñez de Prado, primer numen colonista llegado con cargo oficial a aquellas latitudes, hombre de inteligencia despierta, gran capacidad y verdadero patriotismo, apreciando en seguida el inmenso valor potencial de aquellos territorios integrantes del último resto colonial que conserva España; percatado prontamente de los complejos problemas que, planteados desde tiempo viejo, era imperioso resolver con toda premura para redimir de una vez y ¡al fin!, a la hermosa Guinea española que yacía postrada en el más injusto y desdeñoso olvido nacional, concibió un programa mínimo que, elevado al Gobierno, tuvo la virtud de despertar la atención de los Poderes públicos sobre aquellas posesiones, hasta obtener una eficaz cooperación económica.

De toda la obra, muy discutible, realizada por la Dictadura, sálvese como un completo acierto la protección otorgada a la colonia, concediéndole en 1926 un crédito extraordinario que ascendía a 22.785.000 pesetas para las obras públicas más apremiantes: carreteras y caminos; obras y señales marítimas; estaciones radiotelegráficas y redes telefónicas; embarcaderos, barcas de paso y dragas; construcción de hospitales a la moderna en Santa Isabel, San Carlos y Benito; fundación de una escuela graduada con internado para indígenas; escuelas en todo el territorio; pabellones para funcionarios; instalación de una granja agrícola con laboratorios y campos de experimentación, etc., etc.

[…] En cosa de un año, todos los ramos de la administración pública quedaron reorganizados, debidamente atendidos los servicios, dignificados los cargos y Astrea tuvo su templo en la colonia, ocupado hasta entonces por las Euménides, erigidas en poder. Y entre las grandes y radicales mejoras que gradualmente fue implantando Núñez de Prado en la colonia encaminadas a su necesario resurgimiento y desarrollo natural, pronto le llegó el turno a la Sanidad, cuyos servicios venían adoleciendo de carencia de efectividad, pues ni se tenía plan alguno definido, ni se la tuvo jamás al nivel que las circunstancias exigían en un país virgen de clima tropical.

[…] Poliforme y amplísima la actuación de Núñez de Prado, ayudado en todo momento por la Dirección General de Marruecos y Colonias, ningún extremo de interés verdaderamente colonizador se escapó a su estudio y a su más rápida solución.

[…]Evinayón, fue lugar elegido por Núñez de Prado para instalar la capital política de la colonia. […] A más de esto, acudiendo en sentido humanitario a ayudar a los indígenas a elevarse poco a poco en la escala de la civilización, de acuerdo con la Dirección General de Colonias, ha reorganizado Núñez de Prado el Patronato de Indígenas, corporación oficial con plena personalidad jurídica, patrimonio propio y capacidad suficiente para poseer, adquirir y enajenar bienes de todas clases…”[8]

Tras su prestigiosa etapa colonial vuelve a la Península en 1931, donde participa activamente en la creación del nuevo modelo de Estado republicano para la nación. En 1933 es promovido a General de División. Un año más tarde, ocupa una de las tres inspectorías generales del Ejército. En enero de 1936 es nombrado Inspector General de Aeronáutica, por lo que algunos historiadores lo llaman el “padre de la Aviación Española”. El 17 de julio, tras conocer el alzamiento del ejército de Marruecos, es llamado por Casares Quiroga, presidente del Gobierno republicano, para nombrarlo Inspector General del Ejército, y así intentar hacerse cargo de la grave situación militar del momento. Durante la madrugada del día siguiente el ejecutivo no reacciona, Núñez de Prado realiza varias gestiones para que la aviación no se sume a la sublevación. Horas más tarde, decide trasladarse en avión a Zaragoza para sustituir al general Cabanellas y tomar posesión de la 5ª División Orgánica. Tras una entrevista con el gobernador civil, se dirige al cuartel general, donde intenta convencer al general Cabanellas para que no se subleve. Es detenido y trasladado a Pamplona, donde es puesto a disposición del general Mola, quien ordena su fusilamiento.[9]

Miguelito Núñez, el hijo predilecto, héroe africano, gobernador de la Guinea, inspector general del Ejército, es olvidado. En el capítulo ordinario del 12 de septiembre de 1936, la Comisión Gestora Municipal decide por unanimidad cambiar la rotulación de la calle General Núñez de Prado, antigua Fuente Álamo, y dedicársela al General Franco. En la actualidad, setenta años después de su trágica desaparición, en ninguno de los monolitos públicos, de ambos bandos, que recuerdan a los caídos montillanos en la Guerra Civil, aparece el nombre de nuestro paisano Miguel Núñez de Prado y Susbielas.

*Artículo publicado en julio de 2006, en la revista local "La Corredera", nº 50.

FUENTES


[1] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro nº 38 de matrimonios, f. 140 v.
[2] APSM. Libro nº 103 de bautismos, f. 24 v.
[3] HERNÁNDEZ MIR, F.: Del Desastre a la Victoria (1921 – 1926). Ante las hordas del Rif. Imprenta Hispánica. Madrid, 1926. ps. 51 – 58.
[4] Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque (FBMRL). Revista Montilla Agraria. Año III, nº 40, p. 8.
[5] Del Desastre a la Victoriap. 121.
[6] FBMRL. Montilla Agraria. Año V, nº 103, ps. 4 – 5.
[7] Montilla Agraria. Año VI, nº 133, p. 8.
[8] ARIJA, J. La Guinea Española y sus riquezas. (Estudios coloniales). Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1930.
[9] VV.AA. La Guerra Civil española mes a mes. Tomo II. p. 121. Unidad Editorial, S.A. Madrid, 2005.

viernes, 25 de julio de 2014

DON DIEGO DE ALVEAR Y ESCALERA

En la actualidad, el apellido Alvear está alcanzando una resonancia internacional sin precedentes, motivada por el episodio naval de la Fragata "Ntra. Sra. de las Mercedes" en 1804. Su protagonista, Don Diego de Alvear y Ponce de León, hubo soportar la pérdida de casi toda su familia, el fruto de su trabajo y su fortuna.

Por tal motivo, traemos hasta el blog un artículo escrito a principios de 2007 para la revista VERA+CRUX, boletín informativo de la cofradía homónima montillana. En aquella ocasión, dimos unas pinceladas biográficas del primer Alvear establecido en Montilla, Don Diego, abuelo y benefactor del marino, e hicimos público el devoto vínculo que manifestó a lo largo de su vida hacia el Cristo de Zacatecas, de cuya cofradía fue Hermano Mayor y Mayordomo.


Escribir de la familia Alvear, es escribir de la historia de Montilla. Ambas cosas pretendemos con este breve trabajo biográfico dedicado al primer vástago de este noble linaje que se estableció en nuestra ciudad, Don Diego de Alvear y Escalera, centrándonos en la vinculación que mantuvo con sus vecinos y en la defensa de sus libertades, así como en la especial devoción que profesó al Santo Cristo de Zacatecas.

El linaje Alvear

Los orígenes de los Alvear se pierden en los comienzos de la reconquista cristiana de España. Según los genealogistas que lo han estudiado, los primeros varones insignes portadores de este apellido y armas proceden de las montañas burgalesas del Valle de Aras, donde aparecen sus antiguos escudos presidiendo las principales casas solariegas, siendo éste el lugar de donde arrancan las distintas ramas de los Alveares.

La ascendencia paterna de Diego la encontramos establecida en tierras riojanas. Su abuelo Sebastián García de Alvear y Medinilla fue Gobernador del Estado ducal de Nájera y su padre Juan García de Alvear y Garnica nació en esa ciudad en 1657, trasladándose por motivos de trabajo hasta Córdoba, donde ejerció en la administración de la Hacienda Real. Fue en esta ciudad donde contrajo matrimonio con Francisca de Rajadel y Castillejo, hija de José Rajadel y Escalera, secretario del Santo Oficio de la Inquisición en el antiguo reino de Córdoba.

Diego nace en Fuente Obejuna en 1697, villa donde su padre desempeñaba el cargo de Administrador de la renta de millones. Al amparo de familia materna, pasa su juventud en Córdoba y su consiguiente formación académica. Es en esta ciudad donde contrae matrimonio con María Margarita de Morales y Navarro el 2 de mayo de 1719 en la Parroquia del Sagrario de la catedral cordobesa. De esta unión nacen sus dos hijos. El primero, Santiago María, nace en Córdoba en 1725, ciudad donde primeramente se establece el joven matrimonio; su hermano, Juan Nicolás, ya es montillano, y es bautizado en la Parroquia de Santiago el 12 de diciembre de 1729, siendo su madrina su abuela paterna.[1]

Los Alvear en Montilla

A partir de este año encontramos a Don Diego instalado en Montilla como Gentilhombre de cámara del Duque de Medinaceli y Tesorero General de Rentas del marquesado de Priego. Con el paso del tiempo su primogénito, Santiago María, contrae matrimonio el 6 de marzo de 1746 en la Parroquial de esta ciudad, con Escolástica Fernández-Ponce de León y Arnedo-Rivera, natural del Puerto de Santa María e hija del Ldo. Juan Luis Fernández Ponce de León, Abogado de los Reales Consejos y Corregidor de Montilla, y de Inés de Rivera-Pérez y Mendoza.[2] En cambio su segundo hijo, Juan Nicolás, se dedica a la religión, siendo presbítero y ejerciendo como capellán en Montilla durante el resto de sus días.

Don Diego de Alvear pronto aparece en la vida comercial montillana, sus negocios con el mundo vinícola los deja entrever una escritura notarial dada el 8 de enero de 1745, donde “Alonso González y Francisco López de Luque se obligaron a que prontamente y sin detención a sacar de las casas y bodegas de D. Diego de Alvear y Escalera 800 arrobas de vino añejo y 600 de vino nuevo importando todo 1600 reales que se obligan a pagar”.[3]

Como único heredero por línea materna, fue poseedor de dos vínculos dotados de censos y casas en Córdoba, y patrono de cuatro Capellanías de fundación familiar generosamente dotadas y, como las anteriores, otorgadas en la ciudad califal. Con los beneficios de la redención de una de ellas, la erigida por su pariente el Capitán Juan Rodríguez de Morales, en “septiembre de mil setecientos y cincuenta en el cual se compró en el término de esta ciudad de Montilla al pago que dizen del Prado de la Villa y llano del mesto… la Hazienda que en casa llamamos de la Capellanía” la cual remoza, plantándola de olivos, reformando su caserío y construyendo un molino de aceite.[4]

Defensor de las libertades de los montillanos

Durante estos años, la familia Alvear está plenamente integrada en la sociedad montillana, especialmente con las élites ilustradas y los hacendados, que quieren hacer frente a la política feudal de Duque de Medinaceli, y que llevan más de un siglo pleiteando a éste por la abusiva política de tributos y privilegios estancos que ejerce en la ciudad y que son jurisdicción de la Corona. Don Diego de Alvear se suma a sus vecinos en el litigio, ante la prohibición que le hace el Consejo de Justicia y Regimiento de la ciudad para producir aceite en su finca sin permiso expreso del Duque.

En el siglo XVIII la economía montillana se mantenía básicamente de los productos agrícolas, de su transformación y su posterior comercio. La Casa Ducal mantiene monopolizados los molinos de trigo, los hornos de cocer pan, los mesones y tabernas, las almonas de jabón y, sobre todo, los molinos de aceituna. Asimismo ejercía un férreo control de alcabalas e impuestos sobre la carne, el pescado, el vino, el vinagre, y el aceite. Hastiados los vecinos de este sumiso sistema que no hace desarrollarse a la ciudad, deciden tomar el camino de la Justicia Real, donde interponen al Duque varias demandas en la Chancillería de Granada. Todos estos procesos judiciales fueron encabezados, en nombre de los vecinos por Don Diego de Alvear, quien se gana la confianza y popularidad de todos aquellos que ven en él a la persona que pretende dar solución a una situación que tiene sumida a la mayoría de la población en la carencia de alimentos básicos para subsistir.[5]

Su holgada economía, procedente de rentas familiares, le permite hacer frente al poder feudal establecido durante el transcurso de este largo pleito, que finalmente fue ganado por el vecindario, aunque Don Diego nunca llegaría a conocer su resultado, ya que falleció antes.

Mayordomo del Santo Cristo de Zacatecas

Don Diego de Alvear y Escalera descendía de una familia profundamente religiosa, como queda confirmado en la gran cantidad de bienes y vínculos que sus predecesores legaron a la iglesia cordobesa. Más aún, cuando el segundo de sus hijos, Juan Nicolás, decide dedicarse al sacerdocio, ejerciendo su presbiterio en la Parroquia de Santiago de nuestra ciudad.

Desde su llegada a Montilla, Don Diego se vincula con Cofradía de la Vera Cruz, ejerciendo de Hermano Mayor y Mayordomo del Santo Cristo de Zacatecas. Son muy escasas las noticias que revelan su labor como administrador de los bienes de la Cofradía, ya que no ha llegado hasta nosotros el archivo de la misma.

En el Archivo General del Obispado de Córdoba, se conserva una petición remitida al titular de la Diócesis, donde los cofrades solicitan su autorización para la venta de un solar, y así poder sufragar los gastos que van a ocasionar la construcción de un nuevo retablo para la imagen del Señor de la Cena, que formaba parte del cortejo procesional de la Vera Cruz en la tarde del Jueves Santo. La misiva, con fecha de 10 de octubre de 1773, expone lo siguiente:

“Iltmo. Señor. El Mayordomo y cofrades de la cofradía del Stmo. Cristo de Zacatecas, sita en la Ermita de la Sta. Vera Cruz de esta ciudad de Montilla, con su mayor respeto hacen presente a V.S.I. que han deseado días hace fabricar un retablo pequeño a la Stma. Imagen del Señor de la Cena cofradía de la misma Ermita su bovedilla correspondiente, y al presente se está trastechando a costa del Excmo. Sr. Duque de Medinaceli a que este templo y era ocasión de dicho retablo y bóveda, y para su ejecución tienen determinado vender un solar de casa en la calle de Ortega de este pueblo, que sin de mi poco o nada y para proceder a la venta por pregón y en el mejor postor. // Suplicamos a V.S.I. se sirva concedernos su licencia que será muy del agrado del Señor por el culto a aquella sagrada Imagen favor que agradecemos a V.S.I. // Dn. Diego de Albear y Escalera. Manuel Hidalgo de Luque. Juan de Ariza [rúbricas].” [6]

El prelado cordobés solicita información al vicario de Montilla, Pedro Fernández del Villar, quien el 29 de dicho mes le responde con un escrito donde expone la situación de las hermandades y su postura hacia dicha solicitud: “En obedecimiento del supremo mandato de V.S.I. retroescripto, bien informado, y entendido el contenido del memorial adjunto, que, ente informe de delusivo a V.S.I. debo decir: que la Cofradía principal sita en la enunciada ermita es, y se denomina de la Cena. Ay otros varios pasos con respectivos hermanos y jefes, y entre ellos es uno el del Santo Crucifijo de Zacatecas, que le trajeron de la Provincia de la América septentrional parte de la nueva Galicia en el México, según el Diccionario de Lorenzo Echard, inglés, la cual Imagen que esta en el altar mayor es la de mayor devoción de todas las de la referida ermita, y a ella se le donó el solar de que se trata y solicita licencias para venderlo y con su producto hacer un retablito al Santo Cristo de la Cena, que esta en un Arco de la ermita, como lo esta en otro el mencionado Crucifijo, que reside en el primer lugar. Dicho solar vale de 500 a 600 maravedíes de renta cada año 15. Ay varios que por linderos le quieren y en estos términos soy de parecer no ser justo que siendo del Señor de Zacatecas, se despoje de su propiedad, transfiriendo su producto a beneficio de otra imagen, por siempre se a dicho, no serlo, y el insolidun que tributare, como de Derecho Notarial a todo ente abraza y transciende: a que se junta no tener retablo dicho Crucificado, y siempre, que la devoción le quiere podrá incluirse con el producto de dicho solar. De aquí concluyo que o no se vende ínterin no se proporciona ocasión de hacer el retablo o si se vende su imposición ponga en el Arca de Capitales, ínterin se le haga el retablo que por ahora lo veo difícil por el año no hará poco en darnos pan, y así aun debo pensar que respecto de que reditúe mejor será tenerlo en ser hasta la forzosa de hacerle retablo. Este dictamen juzgo será agradable a los devotos del Santo Cristo, y no parecerá mal a V.S.I. cuyo supremo juicio es sobre todos. La bovedilla se hizo que de la obra que costeó su Excelencia con otra de esta Parroquial, de San Roque y de San Agustín porque el Excelentísimo es sumamente piadoso y limosnero y como tiene un contador tan justificado, cuanto le pide se logra en virtud de los buenos informes que Dn. Pedro Matías le da”.[7]

Como trasluce la contestación y opinión del Vicario, la venta del solar no fue autorizada, salvo que fuera para la construcción de un retablo al propio Cristo de Zacatecas. Esta segunda iniciativa sí que estuvo presente entre los cofrades del crucificado indiano, ya que Don Diego de Alvear dejó constancia en su testamentaría de la devoción que profesaba al Señor de Zacatecas, única imagen sagrada a la que alude en su última voluntad y a la que lega parte de sus bienes. Recogemos este párrafo de su testamento “Y t. mando al Santísimo Christo de Zacatecas, sito en la Ermita de la Santa Bera Cruz de esta ciudad, ciento y cincuenta reales de vellón por una vez para ayuda al retablo o repisa o cualquiera otra obra de adorno que se dispusiere para el culto de dicha Santísima Imagen”.

Don Diego de Alvear y Escalera fallece el 19 de febrero de 1776. En su testamentaría dispuso su entierro, ordenando “que mi cuerpo sea amortajado con el Abito de Ntro. Padre Sn. Fco. Sepultado en el convento de Sr. San Agustín de esta Ciudad, en sepultura propia que allí tengo, y dejo a disposición de mis Albaceas el orden y forma de mi entierro, que suplico sea con la mayor humildad y ajeno de toda vanidad, convirtiendo en sufragios lo que había de servir de pompa”. [8]

Sus descendientes continuaron vinculados con la sagrada imagen y centenaria Cofradía a la que había pertenecido su progenitor. En los inventarios efectuados en 1842 a raíz de la desamortización emprendida por Mendizábal, encontramos a su nieto Miguel de Alvear y Ponce de León, como administrador de los censos que aún poseía la Cofradía del Santo Cristo de Zacatecas, ya establecida en la Parroquia de Santiago.

FUENTES


[1] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Lib. 42, f. 102.
[2] APSM. Lib. 19, f. 49 v.
[3] ZEJALBO MARTÍN, J. Comercio exterior de vinos y aceites en Cabra en 1730. Cosecheros y pleitos antiseñoriales. En las actas de Encuentros de Historia Local. La Subbética. pp. 271 – 286. Cabra / Priego, 1990.
[4] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla (ANPM). Escribano Tomás López de Casas, f. 361 – 370 v. Nª 1ª. Lib. 144.
[5] Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque. Memorial Ajustado. Nº 15800.
[6] Archivo General del Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho ordinario del obispado. Fila 54. Leg. 35. Caja 2ª. s/f.
[7] AGOC. Ibídem.
[8] ANPM. Escribano Tomás López de Casas 

miércoles, 9 de julio de 2014

LA PILA BAUTISMAL DE SAN FRANCISCO SOLANO*

Pila bautismal de la Parroquia de Santiago
Centenaria es la costumbre que los montillanos mantienen cuando bautizan a sus vástagos en la pila de la Parroquia matriz de Santiago. Ello obedece a que en este vaso pétreo de cristianar recibió las benditas aguas el patrón de la localidad, San Francisco Solano. La universal fama de santidad del seráfico Solano, hizo que todo aquello que recordase o tuviese vinculación alguna con su estancia en la villa que lo vio nacer, fuera un preciado testimonio y valiosa reliquia para sus paisanos y devotos.
Así lo entendió el arcipreste Luis Fernández Casado (1872 – 1953) quien, tras varios intentos fallidos de dignificar la ubicación del baptisterio parroquial, aprovechó unas obras de urgencia que se acometieron en el muro lateral izquierdo de la capilla de San Miguel Arcángel que amenazaba con desplomarse hacia la calle Escuchuela.

Para emprender tal proyecto, el docto párroco organizó una comisión compuesta por el sacerdote Amador Rodríguez, el diputado provincial José Cuesta, el conde de la Cortina Francisco de Alvear, el profesor y escultor Manuel Garnelo y el médico Antonio Cabello de Alba, así como por los recordados montillanos Rafael Gracia, Francisco Salas, Rafael Luque y Félix Valderrama, los cuales se reunieron por vez primera en la sacristía de la desaparecida iglesia de San Francisco de Asís el miércoles 13 de septiembre de 1916. 

El arcipreste Luis Fernández expuso a los asistentes su idea de cambiar de ubicación de la pila bautismal desde su emplazamiento original (a la entrada de la nave de la Epístola, junto a la puerta de la torre y campanario) y su traslado a la citada capilla de San Miguel, que estaba reconstruyéndose, ampliando así el espacio para celebrar el sacramento del bautismo y decorando el nuevo establecimiento con motivos solanistas que recordaran y enaltecieran la valiosa pieza gótica donde fuera cristianizado el hijo de Mateo Sánchez y Ana Ximénez, el 10 de marzo de 1549. Tras la explicación de la propuesta, se acordó encargar un proyecto al artista Manuel Garnelo y Alda, allí presente, para que recogiera todas las inquietudes tratadas en la reunión.

A la semana siguiente volvió a reunirse la comisión, en la que Manuel Garnelo presentó su proyecto y presupuesto aproximado de las obras, que ascendía a 5.793 pesetas. Según el diseño del escultor montillano, el nuevo baptisterio iba a significar un santuario de exaltación solanista, al objeto de que toda la ornamentación y decoración estuviera ligada a pasajes de la vida y milagros del patrón de la ciudad.

Las obras se comenzaron con 2.000 pesetas que fueron concedidas por el Ministerio de Gracia y Justicia. A esta cantidad se le sumaron 1.000 pesetas que aportó Manuel Garnelo, en concepto de cuatro medallones de escultura en relieve que formaban parte del proyecto. Para sufragar el resto de los gastos, la comisión decidió abrir una suscripción popular creando una lista de donativos, encabezada por el mismo arcipreste con la entrega de 100 pesetas. El total del coste se tardó varios meses en alcanzarlo y como podemos apreciar en la revista dominical Eco Parroquial, órgano de las parroquias de Montilla, fueron muchos los montillanos que sumaron su donativo y su nombre a la citada suscripción.

Meses después, el proyecto diseñado por Manuel Garnelo fue una realidad. La atención que siempre tuvo el artista con su pueblo quedó patente por la gran cantidad de iniciativas culturales montillanas de las que fue partícipe. De hecho, siempre que sus obligaciones se lo permitían, pasaba en su cuidad natal las vacaciones estivales y las festividades anuales, que aprovechaba para visitar a sus familiares y amigos.

 La decoración del baptisterio es una exaltación a la vida y obra de San Francisco Solano.
En la actualidad, podemos contemplar en la Parroquia de Santiago –solar garneliano por excelencia– las obras y remodelaciones que se llevaron a cabo entre los años 1916 y 1918 a iniciativa del celoso y culto arcipreste Luis Fernández y que fueron sufragadas por suscripción popular “ya que a todos toca el interés de conservar dignamente la pila de San Francisco Solano, y todos deben sentir el aplauso o la censura del forastero que encontrándose en Montilla sienta la sana curiosidad de ver lo importante de la ciudad entre cuyos monumentos notables se encuentra la repetida pila”.

El escultor Manuel Garnelo

Manuel Garnelo y Alda (1878 - 1941)
Manuel, hijo de José Ramón Garnelo y Josefa Dolores Alda, nace en Montilla el 1 de enero de 1878. Su enseñanza básica la recibe en la localidad de la Campiña Sur, si bien con doce años se traslada a Roma de la mano de su hermano José Santiago, que estaba pensionado en la Academia Española. 
Desde sus primeros pasos en el arte se decanta por la escultura, asignatura que cursa durante dos años en la Ciudad Eterna, impartida por el insigne Aniceto Marinas. En 1892 –con sólo catorce años– recibe su primera mención honorífica en la Exposición Nacional de Madrid, con su obra Tota pulcra est María. Completa su formación artística en la Escuela Superior de Bellas Artes de la capital española. En 1899 consigue una plaza, por oposición, de pensionado en Roma, donde continúa los cuatro años siguientes con sus estudios de Dibujo y Escultura.

Tras terminar su etapa formativa, obtuvo la plaza de profesor numerario de Carpintería Artística en la Escuela de Bellas Artes de Granada, donde desarrollará toda su trayectoria profesional.

Sus obras de académico fueron premiadas y elogiadas por la crítica coetánea, la mayoría de las cuales fueron llevadas a exposiciones nacionales y adquiridas por el Estado. En Montilla se conserva una buena muestra de sus trabajos escultóricos y decorativos, repartidos por las distintas iglesias, edificios públicos y casas particulares de nuestra ciudad.

Manuel Garnelo y Alda falleció el 4 de mayo de 1941 en Loja (Granada), ciudad natal de su segunda esposa, y el mismo lugar donde pasó los últimos años de su vida otro montillano ilustre: Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán.

*Artículo publicado en el Diario Córdoba, el 11 de julio de 2007.






martes, 24 de junio de 2014

LA PONTIFICIA Y CLERICAL COFRADÍA DE SAN PEDRO AD VINCULA

Este artículo fue publicado en la revista local Nuestro Ambiente, en su número de diciembre del año 2000, período en el cual su autor iniciaba la laboriosa singladura de buscar en los archivos y bibliotecas una respuesta a ciertos aspectos de nuestro pasado, armado -eso sí- de paciencia, ingenuidad e ilusión. Surgían así las primeras colaboraciones en la prensa montillana, hace ya tres lustros. Trabajos que –con ligeras variaciones– ahora rescatamos para que vuelvan a la luz en este portal, donde estén a disposición de aquellos interesados en la historia y el patrimonio montillano.


En la vieja y primitiva iglesia parroquial del Señor Santiago, se instaura una peculiar cofradía compuesta por el clero de la villa para dar culto a San Pedro “ad vincula” que traducido a nuestra lengua castellana se denomina “encadenado”. Esta devoción pertenece a un pasaje de la vida del apóstol recogido en los Hechos de los Apóstoles (12,1-19), en la que se describe las persecuciones a la iglesia cristiana que llevó a cabo el rey Herodes, en las que degolló a Santiago el Mayor y prendió y encadenó a San Pedro para asesinarlo como al anterior. Estando bien custodiado por soldados el apóstol, esa noche se le presentó un ángel y lo liberó cayéndose las cadenas que habían trabado sus piernas.

La cofradía montillana fue fundada en 1592 y aprobadas sus primeras constituciones el 9 de Abril de ese mismo año por el provisor de Córdoba Cristóbal de Mesa Cortés[1], siendo su primer abad mayor Pedro Ruiz de Berrio y mayordomo Miguel Pérez Cañasveras. Organizaron esta cofradía los sacerdotes del clero secular que ejercían en Montilla, algunos de ellos discípulos del Maestro Juan de Ávila (1500-1569) que los influenció a la devoción del Señor San Pedro como queda recogido en las obras completas de su biografía, en la que sus discípulos le preguntaban: ¿maestro, nosotros de que orden somos? Y él le contestaba: nosotros somos de la orden del Señor San Pedro.

En las cuentas parroquiales del año de su fundación hay constancia de la ejecución de una imagen de talla del Apóstol por los artistas Juan de Mesa y Juan Ramiro, que presentan carta de pago “por acentar el herraxe y adobar la imagen de San Pedro” aunque no podemos afirmar que este trabajo fuera destinado a la nueva cofradía.

Mesa, conocido como El Mozo, también realiza otros trabajos para la parroquia de Santiago: En 1591 “se descargan dos ducados que pago a Juan de Mesa carpintero de esta villa porque ajustó y aderezó las vidrieras de la iglesia e hizo otros adobios de madera” y en 1592 “se le descargan treinta reales que le costaron diez y ocho tablillas que compró para apagar las velas de tinieblas de Juan de Mesa carpintero como constó por carta de pago”.

La cofradía de San Pedro se instaló en la antigua capilla de la Encarnación de la iglesia parroquial, la cual fue fundada el 1518 por el entonces rector de la parroquia Martín Ruiz que la dotó de una capellanía en la que “el capellán que la sirviese fuese obligado a la decir en el altar de la Encarnación de nuestro Señor y otra de réquiem por las ánimas del Purgatorio y la otra de las llagas de nuestro Señor Jesucristo y en fin de cada misa detrás un responso sobre su sepultura”. Esta fundación, en 1571 fue ampliada por su sobrino Pedro Ruiz, también sacerdote, que “le adjudicó a esta capellanía cierta dote con cargo de otra misa cada semana”.

El retablo de la capilla fue costeado por su fundador, como dejó tallado en el mismo “MANDO HAZER ESTA OBRA EL R. MARTIN RUIZ SIENDO CAPELLAN DE ESTA IGLESIA. ACABOSE A 23 DE MARZO DE 1518. REEDIFICOSE AÑO 1576”[2].

El 13 de septiembre de 1614 recibe esta cofradía la confirmación pontificia de sus constituciones por su Santidad Pablo V, que concede una Bulla con indulgencias que más tarde revisaría el tribunal de la Santa Cruzada en 12 de mayo de 1615.[3]

La primitiva capilla de la Encarnación sufre una gran remodelación en 1662 como se puede leer en los muros exteriores de la antigua puerta de la calle de la Yedra, que dice así: HIÇO ESTA CAPILLA EL LDº ANTº MARTIN DE MADRID SOLANO AÑO DE 1662[4]

Estas reformas fueron costeadas por el Abad Mayor, donde se suplió el primitivo retablo por otro que estaba dividido en tres calles, la central la ocupaba la imagen del titular de la cofradía, y ambos lados dos pinturas de óleo sobre lienzo, una representando a San Antonio Abad y la otra a Santa María Magdalena, ambas fechadas en su parte posterior en el año de 1664[5]. Rematando el ático de dicho retablo una pequeña imagen de Cristo Crucificado. El Sr. Antonio Martín de Madrid convino con la cofradía del Stmo. Sacramento la obligación de ésta a reparar y dar lo oportuno a la capilla de San Pedro siempre que fuese necesario.

El retablo de la capilla de San Pedro fue realizado en 1664,
aunque después sufrió una reforma en los primeros años del siglo XX.


Tras colocar a la imagen  de San Pedro en el nuevo retablo que le dedicó el Abad Mayor que costeó la reforma, la cofradía adquiere relevancia y cierto prestigio, como traslucen los escasos documentos que existen de ella. En 5 de abril de 1699 el Pontífice Inocencio XII concede una nueva Bulla en la que los cofrades y devotos se verían recompensados de varias indulgencias, tal como lo detalla dicho documento, del que extractamos los siguientes párrafos:

“A todos sea por todo orbe notorio, que el año mil seiscientos y noventa y nueve de la natividad de Nº. Sr. Jesuchristo, en la indicación séptima, a los cinco del mes de Abril y del Pontificado del Ssmo. en Christo  Padre y Sr. Nº. el Sr. Inocencio, por la Divina providencia Papa duodezimo de este nombre en su año octavo.[...]

Como había llegado a nuestra noticia que en la Ygª. Parroquial de Santiago Apóstol, de la ziudad de Montilla, del obispado de Cordova ay una piadosa Cofradía de los fieles de Christo de uno y otro sexo (religiosas), la qual tiene su vocación de S. Pedro de ad vincula, y esta es canónicamente eregida y con reglas y estatutos fundada no por sugetos de un solo ante en alavanza y honor de Dios [...].

Cuyos cofrades de la referida cofradía se exercitan en muchas obras de piedad, caridad y misericordia [...] Confiados en la misericordia de Dios omnipotente y en la autoridad de los bienavanturados  Apóstoles S. Pº y S. Pablo, por apostólica autoridad perpetua mente conzedemos indulgenzia Plenaria y Remission de todos los pecados a todos y quales quier fieles christianos de ambos sexos, que verdadera mente penitentes y confesados, y también rezivido el Ssmo. Sacramentº de la Eucharistia de aquí adelante entraren en dicha Cofradía en el día primero de su entrada. Y la misma indulgencia Plenaria y remission de sus pecados conzedemos a todos los cofrades que ahora lo son y en adelante lo fueren de dicha Cofradía [...] y  visitaren devotamente la Ygª. Referida en el día de la fiesta de S. Pedro ad vincula desde las primeras vísperas hasta el día de dicha fiesta puesto el sol [...].”

La Bulla también recoge el hermanamiento de la cofradía montillana con la archicofradía de Roma, en la que la cofradía de nuestra ciudad tomaría el título de Pontificia, como se detalla en la misma:

“Las quales nuestras letras queremos sean perpetuas y dieren para siempre jamás y es nuestra voluntad que si dicha Cofradía esta agregada a una archicofradía o si aquí se agregase o también si se uniese  o de cualquier suerte si instituiere Cofradía por qual quier otra razón o causa para lograr sus indulgencias o partizipar de ellas por esta unión, institución o agregazion sin otra causa las primeras letras o otras antes de estas habidas de ninguna suerte le aproveche a dicha cofradía sino desde luego sean nulas [...] Dadas en Roma en Sta. María la Mayor”.[6]

El 30 de diciembre del mismo año la cofradía obtuvo licencia del obispado para publicar  dichas indulgencias, cuya gestión lo llevó a cabo el mayordomo Don Antonio Muñoz  Recio de León.

Tras terminar las obras de la capilla la cofradía comenzó la decoración, adquiriendo enseres y objetos para el culto de la misma como lo detalla un inventario de 1710, en el que ya ostentaba:

“Una lámpara de plata que alumbra al Sr. San Pedro en su capilla, que se hizo en el año de 1682 siendo Abad mayor el Lcdo. Juan del Árbol y Mayordomo Lidº Alonso López de Sotomayor [...]. -Una diadema de plata que tiene el Santo, que hizo Juan Luque. -Unas llaves de plata que hizo D. Pedro Zamora. -Unas cadenas de plata con piedras azules. -Un rótulo de plata con letras doradas. -Unas esposas de plata para y una guirnalda del Angel. -Una cruz de cristal engastada de plata sobredorada con una colonia blanca de oro de Milán. -Un cetro de plata para las procesiones que hizo D. José Aguayo. -Dos bullas apostólicas concediendo ciertas indulgencias. -Cuatro libros grandes de cabildos i asiento de los hermanos de dicha cofradía, y uno pequeño de constituciones de ella en que esta una escritura de un censo de 110 ducados de principal que al presente lo paga Juan Ruiz Urbano que data de 7 de Octubre de 1636.”[7]

Existe otro inventario de 1726 en el que se recogen los bienes adquiridos en esa fecha: “Tiene mas la cofradía. -Unas andas doradas con tres tornillos que hizo D. Juan Polanco. -Cuatro almohadillas de raso para los varales y cuatro horquillas”. También tenía en propiedad la cofradía una campana en la torre parroquial con la que aparte de servir para los toques comunes de ésta, también servía para llamar a los cofrades para asistir a los cabildos, como se aprecia en los libros de la cofradía en los que las actas de los mismos nos recuerdan: “estando en la sacristía mayor de la parrochial del Sr. Santiago de esta ziudad es a saber la Cofradía de Ntro. P. S. Pedro juntos al son de Campana tañida como lo han de costumbre hizieron cabildo...”

La campana, que en la actualidad se conserva en la bella torre de la Parroquia no presenta su estado primitivo puesto que fue refundida en la funesta restauración que sufrió este monumento en 1990. Conserva una inscripción –que dudamos sea la original– que dice así: - SANTE PETRE ET PAULE ORATE PRO NOVIS -SANCTA MARIA-.

Escudo de la Cofradía de San Pedro, 1715.
Este año de 1726 la cofradía comienza a procesionar al primer pontífice dos veces al año, en la festividad del Corpus Christi junto con la cofradía del Santísimo Sacramento[8] y el 28 de junio, víspera de San Pedro y San Pablo, “el Abad Mayor del dicho Santo deberá venir para adornar con Llaves Pectoral Cadena y flores para ponerlo en medio de la Yglª. En andas con todo lo demás &ª  adornará el Altar con terno mejor encarnado atrileras y púlpito. Repique a medio día y a la noche y Alba y alas 3 de la Tarde [...] al día siguiente fiesta con tercia música Procesión  Sermón de tabla [...] también 4 velas para el día del Santo Sr. San Pedro tenga luces por la tarde y noche que viene el Pueblo a Rezar para las Yndulgencias que el dicho Santo tiene”.

Estos cultos se celebraban durante el siglo XVIII por la cofradía y el pueblo durante todo el día 29 de junio concluyendo las fiestas en honor a dicho apóstol con la solemne procesión por las calles de nuestra ciudad en la que “el Abad mayor convida para llevar a el Santo en la Procesión a el Padre Vicario Prior de San Agustín que asiste de Prelado a el Padre Rector y Abad Mayor en la Primer Posa y en las demás los Sr. Presbíteros como también 4 capas que lleven las hachas en la Procesión”.

El día segundo de agosto se festeja la liberación del Ángel a San Pedro de su presidio y encadenamiento, en la que esta cofradía montillana tenía por advocación este sagrado misterio, así pues este citado día dedicaba ésta solemnes cultos al “Sr. San Pedro de Advincula, las vísperas, repique a medio día noche y alba, se repica una ora hasta las quatro y se entra en el coro a las 5 ó 5 ½  asiste el clero a dichas vísperas con SSmo. 4 capas y música, la fiesta de toda solemnidad con Procesión con el Santo que esta puesto en el Altar Mayor, Ssmo. capas, misa y música con sermón, pone la cofradía 50 Luces en el Altar”.

Durante los siglos XVII y XVIII la cofradía de clérigos vivió su etapa más esplendorosa hasta la entrada del siglo XIX, en que España sufrió grandes crisis políticas, sociales y religiosas, clausurándose muchas asociaciones de este ámbito. Los documentos más recientes que se conservan de esta cofradía datan del día 11 de agosto de 1847 en el que fallecieron los presbíteros Manuel de la Cruz y José Conde hermanos de la misma.

En 1916 se reforma la capilla de San Pedro, se adapta el retablo del Apóstol a una nueva imagen de San José, colocando a la centenaria imagen de San Pedro en un nicho del lateral derecho de la capilla (espacio que ha ocupado hasta fechas recientes). En la cornisa de la bóveda se puede leer: EDIFICADA A DEVOCION DE Dª LUISA CARMONA SANCHEZ  -1916-.





[1] LORENZO MUÑOZ, F de B.: Historia de Montilla (ms. 1779),  f. 44.
[2] JURADO Y AGUILAR, A.: Ulia ilustrada y fundación de Montilla (ms. 1776), f. 222.
[3] Ibíd.
[4] Inscripción que se conserva en los muros exteriores de la actual capilla, reformada en 1916.
[5] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L.: La ermita y cofradía de Ntra. Sra. de la Rosa, p. 12. Revista “Nuestro Ambiente”, noviembre, 1999.
[6] Archivo Parroquia de Santiago: Libro de cuentas de la cofradía del Sr. San Pedro ad vincula, (1699-1833) f. 2, 3 y 4.
[7] Ibíd.  f, 33.
[8] LORENZO MUÑOZ, F de B.: Historia de Montilla…

domingo, 20 de abril de 2014

FUNDACIONES Y COFRADÍAS DEDICADAS A LA CARIDAD EN MONTILLA ENTRE LOS SIGLOS XVI – XIX.

Una de las prácticas fundamentales que el cristianismo ha llevado a cabo a lo largo de su dilatada historia es la caridad y la asistencia a los más desprotegidos de la sociedad. Para ello, la Iglesia Católica se ha valido de asociaciones, grupos, hermandades y cofradías, u obras pías particulares, fundadas en el ejercicio del mensaje evangélico «Deus caritas est» del latín: Dios es Amor.

Tras la reconquista del reino de Córdoba en el siglo XIII y su posterior repoblación nace la villa de Montilla, que con el paso de los años llegaría a ser sede señorial del marquesado de Priego, entre los siglos XV al XVIII. Durante esta época, conocida como Edad Moderna, la religión tuvo un papel fundamental en la sociedad española, no sólo en la evangelización y doctrina del pueblo sino también con el impulso de otros valores sociales cristianos tales como la educación, la hospitalidad, la caridad y la beneficencia.

Hospitales, colegios y patronatos benéficos

Para dar cobertura a los más desprotegidos de la sociedad montillana, se crearon en el siglo XVI los hospitales de la Virgen de los Remedios, de curación de enfermos, y de La Encarnación, dedicado al hospedaje de pobres transeúntes, lugar éste donde estuvo alojado el escritor Miguel de Cervantes en 1591, como relata en su novela ejemplar El coloquio de los perros. Estos hospitales fueron administrados por la Orden de San Juan de Dios a partir de 1601, y posteriormente unificados en 1664 en el Convento dedicado al santo hospitalario, cuyo edificio alberga hoy la sede del Excmo. Ayuntamiento.

No obstante, también se fundaron otros establecimientos benéficos en la localidad por iniciativa particular, como fue el creado y dotado por el sacerdote Luis Pérez Crespo en 1693, que bajo el título de Ntra. Sra. de la Asunción destinó al alojamiento de enfermos  incurables, ubicado en la calle Doñas Marías (actual Sánchez-Molero). O la llamada Casa Cuna de recogimiento y lactancia de niños expósitos, erigida por voluntad del vicario parroquial Antonio Aguilar y Aguayo en 1696, y ubicada en el inicio de la calle Santa Brígida en su confluencia con la de Gran Capitán.

Calle San Juan de Dios, frente a las casas del Chantre y del
Maestro Juan de Ávila se encontraba la ermita que fue sede
de la cofradía de la Caridad
Con el mismo propósito, hubo montillanos que instituyeron patronatos o capellanías con un claro objetivo social muy expandido en esta época, como era la dotación económica a mujeres, generalmente pobres o huérfanas, sin medios para poder contraer matrimonio. Durante estos siglos fueron creados en Montilla seis patronatos, sobresaliendo por su asignación económica el fundado por el indiano Juan García y Ahumada en 1571, que  labró una considerable fortuna como comerciante en Panamá, además de mandar construir la capilla de San Juan Bautista, en la parroquial de Santiago. Aunque con una renta inferior, también ayudaron a paliar la penuria de las huérfanas montillanas las Obras Pías fundadas por Francisco de Toro en 1596 sobre la renta de su huerta del Chorrillo; el Dr. Alonso Ortiz de Castilforte, el presbítero misionero Juan Gómez Urbano, o el hacendado Juan de los Reyes que cargó la dotación de su piadosa fundación sobre la renta de su huerta de la Alameda en 1644; así como la capellanía y patronato de Luis Gómez Granado «Pan Benito», que junto a su mujer, fundaron en el convento de San Agustín en el año de 1600.

Tampoco hemos de olvidar que desde 1672 viene funcionando el Colegio de Niñas Huérfanas, fundado por el sacerdote  Alonso Fernández de Toro, a imitación del colegio de huérfanas de la Piedad de Córdoba. Se erigió bajo título de San Ildefonso al que se agregó posteriormente el de San Luis, cuando asumió su patronazgo el Marqués de Priego. En la actualidad está regentado por la Congregación de hermanas terciarias franciscanas del Rebaño de María.

Al margen de estos establecimientos, no hay que olvidar la función social que desarrollaban las cofradías con sus hermanos y familias. Entre todos los componentes existía la obligación de proteger y ayudar económicamente a los hermanos y cofrades que podían caer en riesgo de exclusión social por causas de enfermedad, así como acompañar y dar entierro digno en la capilla de su imagen titular a los que fallecían.

Además de esta protección corporativa, existían hermandades y cofradías su función primordial era la filantrópica actividad de practicar la caridad y la labor asistencial a los más desprotegidos de la sociedad.

San Juan de Ávila, inspirador de cofradías y hermandades

Hemos de recordar, que un gran impulsor de este modelo social amparado en cofradías es San Juan de Ávila. El Maestro y Doctor de la Iglesia así lo aconseja en la redacción de sus Advertencias al Concilio provincial de Toledo, donde indica a los obispos españoles que uno de los cauces para remediar la pobreza era la fundación de cofradías en cada uno de los pueblos que aún no la tuviere, y recomienda que “den particular oficio y principal asunto de entender y conocer los pobres envergonzantes y la necesidad y calidad de cada unos de ellos; y, sabida, se encarguen de procurar limosnas, por las vías posibles, o de los mismos cofrades o de otras partes, lo uno y lo otro juntamente, como suelen hacer los cofrades, que suelen tomar a cargo un hospital para curar los pobres que a él vinieren, pues ésta es [la] más heroica obra”[1].

Del mismo modo, el «Apóstol de Andalucía» invita a los prelados españoles a que erijan cofradías en sus respectivas diócesis para que asistan a los necesitados de la cárcel, así como para el cuidado de los niños expósitos, y recomienda que se denominaran bajo la advocación del Nombre de Jesús.

En Montilla, la entidad asistencial de mayor antigüedad fue la cofradía de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, la cual encontramos ya establecida en 1550, como lo atestigua una escritura notarial concertada por Pedro Ximénez Hidalgo (tío materno de San Francisco Solano) con Diego López Toledano y Martín García de Morales, a la sazón hermano mayor y mayordomo de la cofradía de la Caridad, en la cual el primero se compromete a favorecer a la cofradía con quinientos maravedíes anuales, impuestos a censo sobre su casa situada en la calle Puerta de Córdoba, que habrán de pagar sus descendientes y herederos tras su muerte[2].

En la calle Escuelas estuvo ubicado el último hospital y capilla de la Caridad, entre los años 1802 y 1836.
Sus fines fueron la protección de los más desvalidos de la sociedad; los enfermos, viandantes, pobres, niños expósitos y huérfanos, viudas, fallecidos sin familia que los reclamara. En definitiva, todos aquellos que se llamaban a la puerta del hospital de la Caridad, del cual tenemos constancia documental que en 1580 ya estaba en plena actividad, y era visitado anualmente por la Autoridad Diocesana[3].

La cofradía montillana veneraba por titular un Cristo Crucificado, también llamado de la Caridad. En su dilatada historia, la cofradía y hospital tuvo varias ubicaciones: la ermita de San Juan de Dios (en la calle del mismo nombre), la plaza de la Rosa, y la ermita de la Vera Cruz a partir de 1758. Así lo relata el historiador local Francisco de Borja Lorenzo Muñoz en su manuscrito de 1779: “dedicose a el uso de ella en consuelo de todos los pobres, especialmente los enfermos transeúntes, y entierro de todos los desvalidos. A este fin tienen banderola, féretro y faroles, hacen demanda y tenían en la plaza una corta ermita que se deterioró y luego se dio a la nueva iglesia de N. Señora de la Rosa, con cuyo modo se gobierna por uno de los señores presbíteros que la radicó en la iglesia de la Santa Vera Cruz.”[4] Asimismo, el historiador recuerda que en la nave derecha de la desaparecida ermita de la Vera Cruz existía una sepultura para inhumar el cadáver de los desgraciados y ajusticiados, cuyo sepelio asumía la caridad[5].

En 1798, ante el progresivo deterioro de parte de la ermita de la Vera Cruz, la cofradía de la Caridad decide construir un hospital y oratorio propios, que consiguió sufragar con el beneficio de quince corridas de toros organizadas para tal fin en los siguientes cuatro años. El nuevo establecimiento, ubicado en la calle Escuelas, contaba con dos enfermerías, oficinas y capilla, y estuvo funcionando hasta 1836, año en que un Real Decreto ordena unificar la gestión de la caridad y asistencia pública en una Junta Municipal de Beneficencia[6].

La hermandad de la Misericordia estaba erigida en la iglesia 
conventual de San Agustín. Tomó por titular a Santo Tomás de 
Villanueva, imagen que en el siglo XIX fue colocado 
en el lateral izquierdo del ático del retablo mayor


En 1667 se creó en el convento de San Agustín la Ilustre Hermandad de la Misericordia, que protegida por el Marqués de Priego sólo contaba de 35 hermanos que habían de ser hijosdalgos, cuya limpieza de sangre tenían que probar para ser admitidos. La corporación, tomó por su titular y modelo al santo agustino Tomás de Villanueva, popularmente llamado “El padre de los pobres”. Sus fines eran esencialmente sociales, en sus constituciones se obligaban a sustentar y alimentar a los presos de la cárcel y a las viudas pobres, dar atuendo y calzado a los huérfanos, y entierro digno a los condenados a la horca. Para poder desarrollar más y mejor estos fines se hermanaron con los frailes hospitalarios de San Juan de Dios[7].

Por aquellos años se fundaba en nuestra ciudad la Santa Escuela de Cristo, cuyo origen fue el Hospital de Italianos de Madrid. Fue instaurada en la ermita de la Vera Cruz en 1671, y desde sus inicios estuvo dirigida espiritualmente por los franciscanos residentes en el convento de San Lorenzo. Entre sus fines caritativos, realizaban una limosna general cada vez que se reunían sus 72 componentes, cuyo fin era socorrer a los hermanos enfermos. También se obligaron de atender a los pobres forasteros y desvalidos que morían en el hospital, en la calle o el campo sin familiar alguno que se hiciere cargo del cadáver, proporcionándole una mortaja, funeral y sepultura dignos con misa de cuerpo presente[8].

Aunque expuesto de forma sucinta, con todos los hospitales, colegios, patronatos, obras pías, cofradías y hermandades, la sociedad montillana de la Edad Moderna procuraba dar asistencia a los más desprotegidos. Al guardar relación con la Iglesia Católica, estas sociedades benéficas se vieron afectadas por las distintas Desamortizaciones emprendidas por el Estado, principalmente en el primer tercio del siglo XIX, siendo la aplicada con mayor severidad la impulsada por el ministro Juan Álvarez Mendizábal en 1836.

Al igual que la hermandad de la Caridad de Córdoba, la 
montillana veneraba por titular un Crucificado en su hospital, 

el "Señor de la Caridad".

Por todos es bien conocido, que el siglo XIX fue una de las etapas más duras que hubo de soportar el ámbito cofrade, ya que las hermandades fueron desposeídas de sus bienes y privadas de gran parte de sus actividades públicas.

Como hemos referido antes, el año de 1836 se crea la Junta Municipal de Beneficencia, que asume todos los bienes expropiados a los hospitales, obras pías, cofradías y hermandades, para destinarlos a un solo hospital de beneficencia, que vino a suplir el vacío asistencial que habían dejado los establecimientos suprimidos por orden gubernativa. Aquel hospital de beneficencia fue llamado de San Juan de Dios y su primera sede fue el desamortizado convento de frailes hospitalarios (hoy Ayuntamiento), siendo trasladado años después a las dependencias del –también desamortizado– convento de San Agustín.

A partir de entonces, las hermandades de la Misericordia y de la Caridad, despojadas de sus bienes y fines originarios se ven abocadas a la desaparición, y con ellas más de tres siglos de labor caritativa y asistencial en favor de los más desprotegidos, siempre bajo el cristiano lema de «Deus caritas est». 

NOTAS:


[1] ÁVILA, (San) JUAN DE: Obras Completas II, BAC. Madrid 2001, págs. 668-670.
[2] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Siglo XVI. Leg. 71, f. 375.
[3] Archivo General del Obispado de Córdoba. Sig. 6275. Leg. 15. Visita General, 1580.
[4] LORENZO MUÑOZ, F de B.: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, MS-54, p. 179.
[5] Ibídem, p. 108.
[6] CASTRO PEÑA, I. de: “La Hermandad de la Caridad y la asistencia de pobres y enfermos”. Nuestro Ambiente, Año XXIII, nº 254 (2000), págs. 46-47.
[7] PINEDA, M. de: Sermon en la celebre solemnidad, que la nobleza de la ciudad de Montilla ... consagra al glorioso Sancto Thomas de Villanueua, Padre de pobres: en el Conuento ... de ... San Augustin de la mesma ciudad. Córdoba, 1668. Biblioteca Provincial de Córdoba. Signatura: 35/56 (18).
[8] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L.: La ermita de la Vera Cruz de Montilla casa de la Venerable y Santa Escuela de Cristo en Montilla. En Actas del IV Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías de la Santa Vera Cruz. Zamora 2008, págs. 903-910.