miércoles, 9 de julio de 2014

LA PILA BAUTISMAL DE SAN FRANCISCO SOLANO*

Pila bautismal de la Parroquia de Santiago
Centenaria es la costumbre que los montillanos mantienen cuando bautizan a sus vástagos en la pila de la Parroquia matriz de Santiago. Ello obedece a que en este vaso pétreo de cristianar recibió las benditas aguas el patrón de la localidad, San Francisco Solano. La universal fama de santidad del seráfico Solano, hizo que todo aquello que recordase o tuviese vinculación alguna con su estancia en la villa que lo vio nacer, fuera un preciado testimonio y valiosa reliquia para sus paisanos y devotos.
Así lo entendió el arcipreste Luis Fernández Casado (1872 – 1953) quien, tras varios intentos fallidos de dignificar la ubicación del baptisterio parroquial, aprovechó unas obras de urgencia que se acometieron en el muro lateral izquierdo de la capilla de San Miguel Arcángel que amenazaba con desplomarse hacia la calle Escuchuela.

Para emprender tal proyecto, el docto párroco organizó una comisión compuesta por el sacerdote Amador Rodríguez, el diputado provincial José Cuesta, el conde de la Cortina Francisco de Alvear, el profesor y escultor Manuel Garnelo y el médico Antonio Cabello de Alba, así como por los recordados montillanos Rafael Gracia, Francisco Salas, Rafael Luque y Félix Valderrama, los cuales se reunieron por vez primera en la sacristía de la desaparecida iglesia de San Francisco de Asís el miércoles 13 de septiembre de 1916. 

El arcipreste Luis Fernández expuso a los asistentes su idea de cambiar de ubicación de la pila bautismal desde su emplazamiento original (a la entrada de la nave de la Epístola, junto a la puerta de la torre y campanario) y su traslado a la citada capilla de San Miguel, que estaba reconstruyéndose, ampliando así el espacio para celebrar el sacramento del bautismo y decorando el nuevo establecimiento con motivos solanistas que recordaran y enaltecieran la valiosa pieza gótica donde fuera cristianizado el hijo de Mateo Sánchez y Ana Ximénez, el 10 de marzo de 1549. Tras la explicación de la propuesta, se acordó encargar un proyecto al artista Manuel Garnelo y Alda, allí presente, para que recogiera todas las inquietudes tratadas en la reunión.

A la semana siguiente volvió a reunirse la comisión, en la que Manuel Garnelo presentó su proyecto y presupuesto aproximado de las obras, que ascendía a 5.793 pesetas. Según el diseño del escultor montillano, el nuevo baptisterio iba a significar un santuario de exaltación solanista, al objeto de que toda la ornamentación y decoración estuviera ligada a pasajes de la vida y milagros del patrón de la ciudad.

Las obras se comenzaron con 2.000 pesetas que fueron concedidas por el Ministerio de Gracia y Justicia. A esta cantidad se le sumaron 1.000 pesetas que aportó Manuel Garnelo, en concepto de cuatro medallones de escultura en relieve que formaban parte del proyecto. Para sufragar el resto de los gastos, la comisión decidió abrir una suscripción popular creando una lista de donativos, encabezada por el mismo arcipreste con la entrega de 100 pesetas. El total del coste se tardó varios meses en alcanzarlo y como podemos apreciar en la revista dominical Eco Parroquial, órgano de las parroquias de Montilla, fueron muchos los montillanos que sumaron su donativo y su nombre a la citada suscripción.

Meses después, el proyecto diseñado por Manuel Garnelo fue una realidad. La atención que siempre tuvo el artista con su pueblo quedó patente por la gran cantidad de iniciativas culturales montillanas de las que fue partícipe. De hecho, siempre que sus obligaciones se lo permitían, pasaba en su cuidad natal las vacaciones estivales y las festividades anuales, que aprovechaba para visitar a sus familiares y amigos.

 La decoración del baptisterio es una exaltación a la vida y obra de San Francisco Solano.
En la actualidad, podemos contemplar en la Parroquia de Santiago –solar garneliano por excelencia– las obras y remodelaciones que se llevaron a cabo entre los años 1916 y 1918 a iniciativa del celoso y culto arcipreste Luis Fernández y que fueron sufragadas por suscripción popular “ya que a todos toca el interés de conservar dignamente la pila de San Francisco Solano, y todos deben sentir el aplauso o la censura del forastero que encontrándose en Montilla sienta la sana curiosidad de ver lo importante de la ciudad entre cuyos monumentos notables se encuentra la repetida pila”.

El escultor Manuel Garnelo

Manuel Garnelo y Alda (1878 - 1941)
Manuel, hijo de José Ramón Garnelo y Josefa Dolores Alda, nace en Montilla el 1 de enero de 1878. Su enseñanza básica la recibe en la localidad de la Campiña Sur, si bien con doce años se traslada a Roma de la mano de su hermano José Santiago, que estaba pensionado en la Academia Española. 
Desde sus primeros pasos en el arte se decanta por la escultura, asignatura que cursa durante dos años en la Ciudad Eterna, impartida por el insigne Aniceto Marinas. En 1892 –con sólo catorce años– recibe su primera mención honorífica en la Exposición Nacional de Madrid, con su obra Tota pulcra est María. Completa su formación artística en la Escuela Superior de Bellas Artes de la capital española. En 1899 consigue una plaza, por oposición, de pensionado en Roma, donde continúa los cuatro años siguientes con sus estudios de Dibujo y Escultura.

Tras terminar su etapa formativa, obtuvo la plaza de profesor numerario de Carpintería Artística en la Escuela de Bellas Artes de Granada, donde desarrollará toda su trayectoria profesional.

Sus obras de académico fueron premiadas y elogiadas por la crítica coetánea, la mayoría de las cuales fueron llevadas a exposiciones nacionales y adquiridas por el Estado. En Montilla se conserva una buena muestra de sus trabajos escultóricos y decorativos, repartidos por las distintas iglesias, edificios públicos y casas particulares de nuestra ciudad.

Manuel Garnelo y Alda falleció el 4 de mayo de 1941 en Loja (Granada), ciudad natal de su segunda esposa, y el mismo lugar donde pasó los últimos años de su vida otro montillano ilustre: Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán.

*Artículo publicado en el Diario Córdoba, el 11 de julio de 2007.






martes, 24 de junio de 2014

LA PONTIFICIA Y CLERICAL COFRADÍA DE SAN PEDRO AD VINCULA

Este artículo fue publicado en la revista local Nuestro Ambiente, en su número de diciembre del año 2000, período en el cual su autor iniciaba la laboriosa singladura de buscar en los archivos y bibliotecas una respuesta a ciertos aspectos de nuestro pasado, armado -eso sí- de paciencia, ingenuidad e ilusión. Surgían así las primeras colaboraciones en la prensa montillana, hace ya tres lustros. Trabajos que –con ligeras variaciones– ahora rescatamos para que vuelvan a la luz en este portal, donde estén a disposición de aquellos interesados en la historia y el patrimonio montillano.


En la vieja y primitiva iglesia parroquial del Señor Santiago, se instaura una peculiar cofradía compuesta por el clero de la villa para dar culto a San Pedro “ad vincula” que traducido a nuestra lengua castellana se denomina “encadenado”. Esta devoción pertenece a un pasaje de la vida del apóstol recogido en los Hechos de los Apóstoles (12,1-19), en la que se describe las persecuciones a la iglesia cristiana que llevó a cabo el rey Herodes, en las que degolló a Santiago el Mayor y prendió y encadenó a San Pedro para asesinarlo como al anterior. Estando bien custodiado por soldados el apóstol, esa noche se le presentó un ángel y lo liberó cayéndose las cadenas que habían trabado sus piernas.

La cofradía montillana fue fundada en 1592 y aprobadas sus primeras constituciones el 9 de Abril de ese mismo año por el provisor de Córdoba Cristóbal de Mesa Cortés[1], siendo su primer abad mayor Pedro Ruiz de Berrio y mayordomo Miguel Pérez Cañasveras. Organizaron esta cofradía los sacerdotes del clero secular que ejercían en Montilla, algunos de ellos discípulos del Maestro Juan de Ávila (1500-1569) que los influenció a la devoción del Señor San Pedro como queda recogido en las obras completas de su biografía, en la que sus discípulos le preguntaban: ¿maestro, nosotros de que orden somos? Y él le contestaba: nosotros somos de la orden del Señor San Pedro.

En las cuentas parroquiales del año de su fundación hay constancia de la ejecución de una imagen de talla del Apóstol por los artistas Juan de Mesa y Juan Ramiro, que presentan carta de pago “por acentar el herraxe y adobar la imagen de San Pedro” aunque no podemos afirmar que este trabajo fuera destinado a la nueva cofradía.

Mesa, conocido como El Mozo, también realiza otros trabajos para la parroquia de Santiago: En 1591 “se descargan dos ducados que pago a Juan de Mesa carpintero de esta villa porque ajustó y aderezó las vidrieras de la iglesia e hizo otros adobios de madera” y en 1592 “se le descargan treinta reales que le costaron diez y ocho tablillas que compró para apagar las velas de tinieblas de Juan de Mesa carpintero como constó por carta de pago”.

La cofradía de San Pedro se instaló en la antigua capilla de la Encarnación de la iglesia parroquial, la cual fue fundada el 1518 por el entonces rector de la parroquia Martín Ruiz que la dotó de una capellanía en la que “el capellán que la sirviese fuese obligado a la decir en el altar de la Encarnación de nuestro Señor y otra de réquiem por las ánimas del Purgatorio y la otra de las llagas de nuestro Señor Jesucristo y en fin de cada misa detrás un responso sobre su sepultura”. Esta fundación, en 1571 fue ampliada por su sobrino Pedro Ruiz, también sacerdote, que “le adjudicó a esta capellanía cierta dote con cargo de otra misa cada semana”.

El retablo de la capilla fue costeado por su fundador, como dejó tallado en el mismo “MANDO HAZER ESTA OBRA EL R. MARTIN RUIZ SIENDO CAPELLAN DE ESTA IGLESIA. ACABOSE A 23 DE MARZO DE 1518. REEDIFICOSE AÑO 1576”[2].

El 13 de septiembre de 1614 recibe esta cofradía la confirmación pontificia de sus constituciones por su Santidad Pablo V, que concede una Bulla con indulgencias que más tarde revisaría el tribunal de la Santa Cruzada en 12 de mayo de 1615.[3]

La primitiva capilla de la Encarnación sufre una gran remodelación en 1662 como se puede leer en los muros exteriores de la antigua puerta de la calle de la Yedra, que dice así: HIÇO ESTA CAPILLA EL LDº ANTº MARTIN DE MADRID SOLANO AÑO DE 1662[4]

Estas reformas fueron costeadas por el Abad Mayor, donde se suplió el primitivo retablo por otro que estaba dividido en tres calles, la central la ocupaba la imagen del titular de la cofradía, y ambos lados dos pinturas de óleo sobre lienzo, una representando a San Antonio Abad y la otra a Santa María Magdalena, ambas fechadas en su parte posterior en el año de 1664[5]. Rematando el ático de dicho retablo una pequeña imagen de Cristo Crucificado. El Sr. Antonio Martín de Madrid convino con la cofradía del Stmo. Sacramento la obligación de ésta a reparar y dar lo oportuno a la capilla de San Pedro siempre que fuese necesario.

El retablo de la capilla de San Pedro fue realizado en 1664,
aunque después sufrió una reforma en los primeros años del siglo XX.


Tras colocar a la imagen  de San Pedro en el nuevo retablo que le dedicó el Abad Mayor que costeó la reforma, la cofradía adquiere relevancia y cierto prestigio, como traslucen los escasos documentos que existen de ella. En 5 de abril de 1699 el Pontífice Inocencio XII concede una nueva Bulla en la que los cofrades y devotos se verían recompensados de varias indulgencias, tal como lo detalla dicho documento, del que extractamos los siguientes párrafos:

“A todos sea por todo orbe notorio, que el año mil seiscientos y noventa y nueve de la natividad de Nº. Sr. Jesuchristo, en la indicación séptima, a los cinco del mes de Abril y del Pontificado del Ssmo. en Christo  Padre y Sr. Nº. el Sr. Inocencio, por la Divina providencia Papa duodezimo de este nombre en su año octavo.[...]

Como había llegado a nuestra noticia que en la Ygª. Parroquial de Santiago Apóstol, de la ziudad de Montilla, del obispado de Cordova ay una piadosa Cofradía de los fieles de Christo de uno y otro sexo (religiosas), la qual tiene su vocación de S. Pedro de ad vincula, y esta es canónicamente eregida y con reglas y estatutos fundada no por sugetos de un solo ante en alavanza y honor de Dios [...].

Cuyos cofrades de la referida cofradía se exercitan en muchas obras de piedad, caridad y misericordia [...] Confiados en la misericordia de Dios omnipotente y en la autoridad de los bienavanturados  Apóstoles S. Pº y S. Pablo, por apostólica autoridad perpetua mente conzedemos indulgenzia Plenaria y Remission de todos los pecados a todos y quales quier fieles christianos de ambos sexos, que verdadera mente penitentes y confesados, y también rezivido el Ssmo. Sacramentº de la Eucharistia de aquí adelante entraren en dicha Cofradía en el día primero de su entrada. Y la misma indulgencia Plenaria y remission de sus pecados conzedemos a todos los cofrades que ahora lo son y en adelante lo fueren de dicha Cofradía [...] y  visitaren devotamente la Ygª. Referida en el día de la fiesta de S. Pedro ad vincula desde las primeras vísperas hasta el día de dicha fiesta puesto el sol [...].”

La Bulla también recoge el hermanamiento de la cofradía montillana con la archicofradía de Roma, en la que la cofradía de nuestra ciudad tomaría el título de Pontificia, como se detalla en la misma:

“Las quales nuestras letras queremos sean perpetuas y dieren para siempre jamás y es nuestra voluntad que si dicha Cofradía esta agregada a una archicofradía o si aquí se agregase o también si se uniese  o de cualquier suerte si instituiere Cofradía por qual quier otra razón o causa para lograr sus indulgencias o partizipar de ellas por esta unión, institución o agregazion sin otra causa las primeras letras o otras antes de estas habidas de ninguna suerte le aproveche a dicha cofradía sino desde luego sean nulas [...] Dadas en Roma en Sta. María la Mayor”.[6]

El 30 de diciembre del mismo año la cofradía obtuvo licencia del obispado para publicar  dichas indulgencias, cuya gestión lo llevó a cabo el mayordomo Don Antonio Muñoz  Recio de León.

Tras terminar las obras de la capilla la cofradía comenzó la decoración, adquiriendo enseres y objetos para el culto de la misma como lo detalla un inventario de 1710, en el que ya ostentaba:

“Una lámpara de plata que alumbra al Sr. San Pedro en su capilla, que se hizo en el año de 1682 siendo Abad mayor el Lcdo. Juan del Árbol y Mayordomo Lidº Alonso López de Sotomayor [...]. -Una diadema de plata que tiene el Santo, que hizo Juan Luque. -Unas llaves de plata que hizo D. Pedro Zamora. -Unas cadenas de plata con piedras azules. -Un rótulo de plata con letras doradas. -Unas esposas de plata para y una guirnalda del Angel. -Una cruz de cristal engastada de plata sobredorada con una colonia blanca de oro de Milán. -Un cetro de plata para las procesiones que hizo D. José Aguayo. -Dos bullas apostólicas concediendo ciertas indulgencias. -Cuatro libros grandes de cabildos i asiento de los hermanos de dicha cofradía, y uno pequeño de constituciones de ella en que esta una escritura de un censo de 110 ducados de principal que al presente lo paga Juan Ruiz Urbano que data de 7 de Octubre de 1636.”[7]

Existe otro inventario de 1726 en el que se recogen los bienes adquiridos en esa fecha: “Tiene mas la cofradía. -Unas andas doradas con tres tornillos que hizo D. Juan Polanco. -Cuatro almohadillas de raso para los varales y cuatro horquillas”. También tenía en propiedad la cofradía una campana en la torre parroquial con la que aparte de servir para los toques comunes de ésta, también servía para llamar a los cofrades para asistir a los cabildos, como se aprecia en los libros de la cofradía en los que las actas de los mismos nos recuerdan: “estando en la sacristía mayor de la parrochial del Sr. Santiago de esta ziudad es a saber la Cofradía de Ntro. P. S. Pedro juntos al son de Campana tañida como lo han de costumbre hizieron cabildo...”

La campana, que en la actualidad se conserva en la bella torre de la Parroquia no presenta su estado primitivo puesto que fue refundida en la funesta restauración que sufrió este monumento en 1990. Conserva una inscripción –que dudamos sea la original– que dice así: - SANTE PETRE ET PAULE ORATE PRO NOVIS -SANCTA MARIA-.

Escudo de la Cofradía de San Pedro, 1715.
Este año de 1726 la cofradía comienza a procesionar al primer pontífice dos veces al año, en la festividad del Corpus Christi junto con la cofradía del Santísimo Sacramento[8] y el 28 de junio, víspera de San Pedro y San Pablo, “el Abad Mayor del dicho Santo deberá venir para adornar con Llaves Pectoral Cadena y flores para ponerlo en medio de la Yglª. En andas con todo lo demás &ª  adornará el Altar con terno mejor encarnado atrileras y púlpito. Repique a medio día y a la noche y Alba y alas 3 de la Tarde [...] al día siguiente fiesta con tercia música Procesión  Sermón de tabla [...] también 4 velas para el día del Santo Sr. San Pedro tenga luces por la tarde y noche que viene el Pueblo a Rezar para las Yndulgencias que el dicho Santo tiene”.

Estos cultos se celebraban durante el siglo XVIII por la cofradía y el pueblo durante todo el día 29 de junio concluyendo las fiestas en honor a dicho apóstol con la solemne procesión por las calles de nuestra ciudad en la que “el Abad mayor convida para llevar a el Santo en la Procesión a el Padre Vicario Prior de San Agustín que asiste de Prelado a el Padre Rector y Abad Mayor en la Primer Posa y en las demás los Sr. Presbíteros como también 4 capas que lleven las hachas en la Procesión”.

El día segundo de agosto se festeja la liberación del Ángel a San Pedro de su presidio y encadenamiento, en la que esta cofradía montillana tenía por advocación este sagrado misterio, así pues este citado día dedicaba ésta solemnes cultos al “Sr. San Pedro de Advincula, las vísperas, repique a medio día noche y alba, se repica una ora hasta las quatro y se entra en el coro a las 5 ó 5 ½  asiste el clero a dichas vísperas con SSmo. 4 capas y música, la fiesta de toda solemnidad con Procesión con el Santo que esta puesto en el Altar Mayor, Ssmo. capas, misa y música con sermón, pone la cofradía 50 Luces en el Altar”.

Durante los siglos XVII y XVIII la cofradía de clérigos vivió su etapa más esplendorosa hasta la entrada del siglo XIX, en que España sufrió grandes crisis políticas, sociales y religiosas, clausurándose muchas asociaciones de este ámbito. Los documentos más recientes que se conservan de esta cofradía datan del día 11 de agosto de 1847 en el que fallecieron los presbíteros Manuel de la Cruz y José Conde hermanos de la misma.

En 1916 se reforma la capilla de San Pedro, se adapta el retablo del Apóstol a una nueva imagen de San José, colocando a la centenaria imagen de San Pedro en un nicho del lateral derecho de la capilla (espacio que ha ocupado hasta fechas recientes). En la cornisa de la bóveda se puede leer: EDIFICADA A DEVOCION DE Dª LUISA CARMONA SANCHEZ  -1916-.





[1] LORENZO MUÑOZ, F de B.: Historia de Montilla (ms. 1779),  f. 44.
[2] JURADO Y AGUILAR, A.: Ulia ilustrada y fundación de Montilla (ms. 1776), f. 222.
[3] Ibíd.
[4] Inscripción que se conserva en los muros exteriores de la actual capilla, reformada en 1916.
[5] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L.: La ermita y cofradía de Ntra. Sra. de la Rosa, p. 12. Revista “Nuestro Ambiente”, noviembre, 1999.
[6] Archivo Parroquia de Santiago: Libro de cuentas de la cofradía del Sr. San Pedro ad vincula, (1699-1833) f. 2, 3 y 4.
[7] Ibíd.  f, 33.
[8] LORENZO MUÑOZ, F de B.: Historia de Montilla…

domingo, 20 de abril de 2014

FUNDACIONES Y COFRADÍAS DEDICADAS A LA CARIDAD EN MONTILLA ENTRE LOS SIGLOS XVI – XIX.

Una de las prácticas fundamentales que el cristianismo ha llevado a cabo a lo largo de su dilatada historia es la caridad y la asistencia a los más desprotegidos de la sociedad. Para ello, la Iglesia Católica se ha valido de asociaciones, grupos, hermandades y cofradías, u obras pías particulares, fundadas en el ejercicio del mensaje evangélico «Deus caritas est» del latín: Dios es Amor.

Tras la reconquista del reino de Córdoba en el siglo XIII y su posterior repoblación nace la villa de Montilla, que con el paso de los años llegaría a ser sede señorial del marquesado de Priego, entre los siglos XV al XVIII. Durante esta época, conocida como Edad Moderna, la religión tuvo un papel fundamental en la sociedad española, no sólo en la evangelización y doctrina del pueblo sino también con el impulso de otros valores sociales cristianos tales como la educación, la hospitalidad, la caridad y la beneficencia.

Hospitales, colegios y patronatos benéficos

Para dar cobertura a los más desprotegidos de la sociedad montillana, se crearon en el siglo XVI los hospitales de la Virgen de los Remedios, de curación de enfermos, y de La Encarnación, dedicado al hospedaje de pobres transeúntes, lugar éste donde estuvo alojado el escritor Miguel de Cervantes en 1591, como relata en su novela ejemplar El coloquio de los perros. Estos hospitales fueron administrados por la Orden de San Juan de Dios a partir de 1601, y posteriormente unificados en 1664 en el Convento dedicado al santo hospitalario, cuyo edificio alberga hoy la sede del Excmo. Ayuntamiento.

No obstante, también se fundaron otros establecimientos benéficos en la localidad por iniciativa particular, como fue el creado y dotado por el sacerdote Luis Pérez Crespo en 1693, que bajo el título de Ntra. Sra. de la Asunción destinó al alojamiento de enfermos  incurables, ubicado en la calle Doñas Marías (actual Sánchez-Molero). O la llamada Casa Cuna de recogimiento y lactancia de niños expósitos, erigida por voluntad del vicario parroquial Antonio Aguilar y Aguayo en 1696, y ubicada en el inicio de la calle Santa Brígida en su confluencia con la de Gran Capitán.

Calle San Juan de Dios, frente a las casas del Chantre y del
Maestro Juan de Ávila se encontraba la ermita que fue sede
de la cofradía de la Caridad
Con el mismo propósito, hubo montillanos que instituyeron patronatos o capellanías con un claro objetivo social muy expandido en esta época, como era la dotación económica a mujeres, generalmente pobres o huérfanas, sin medios para poder contraer matrimonio. Durante estos siglos fueron creados en Montilla seis patronatos, sobresaliendo por su asignación económica el fundado por el indiano Juan García y Ahumada en 1571, que  labró una considerable fortuna como comerciante en Panamá, además de mandar construir la capilla de San Juan Bautista, en la parroquial de Santiago. Aunque con una renta inferior, también ayudaron a paliar la penuria de las huérfanas montillanas las Obras Pías fundadas por Francisco de Toro en 1596 sobre la renta de su huerta del Chorrillo; el Dr. Alonso Ortiz de Castilforte, el presbítero misionero Juan Gómez Urbano, o el hacendado Juan de los Reyes que cargó la dotación de su piadosa fundación sobre la renta de su huerta de la Alameda en 1644; así como la capellanía y patronato de Luis Gómez Granado «Pan Benito», que junto a su mujer, fundaron en el convento de San Agustín en el año de 1600.

Tampoco hemos de olvidar que desde 1672 viene funcionando el Colegio de Niñas Huérfanas, fundado por el sacerdote  Alonso Fernández de Toro, a imitación del colegio de huérfanas de la Piedad de Córdoba. Se erigió bajo título de San Ildefonso al que se agregó posteriormente el de San Luis, cuando asumió su patronazgo el Marqués de Priego. En la actualidad está regentado por la Congregación de hermanas terciarias franciscanas del Rebaño de María.

Al margen de estos establecimientos, no hay que olvidar la función social que desarrollaban las cofradías con sus hermanos y familias. Entre todos los componentes existía la obligación de proteger y ayudar económicamente a los hermanos y cofrades que podían caer en riesgo de exclusión social por causas de enfermedad, así como acompañar y dar entierro digno en la capilla de su imagen titular a los que fallecían.

Además de esta protección corporativa, existían hermandades y cofradías su función primordial era la filantrópica actividad de practicar la caridad y la labor asistencial a los más desprotegidos de la sociedad.

San Juan de Ávila, inspirador de cofradías y hermandades

Hemos de recordar, que un gran impulsor de este modelo social amparado en cofradías es San Juan de Ávila. El Maestro y Doctor de la Iglesia así lo aconseja en la redacción de sus Advertencias al Concilio provincial de Toledo, donde indica a los obispos españoles que uno de los cauces para remediar la pobreza era la fundación de cofradías en cada uno de los pueblos que aún no la tuviere, y recomienda que “den particular oficio y principal asunto de entender y conocer los pobres envergonzantes y la necesidad y calidad de cada unos de ellos; y, sabida, se encarguen de procurar limosnas, por las vías posibles, o de los mismos cofrades o de otras partes, lo uno y lo otro juntamente, como suelen hacer los cofrades, que suelen tomar a cargo un hospital para curar los pobres que a él vinieren, pues ésta es [la] más heroica obra”[1].

Del mismo modo, el «Apóstol de Andalucía» invita a los prelados españoles a que erijan cofradías en sus respectivas diócesis para que asistan a los necesitados de la cárcel, así como para el cuidado de los niños expósitos, y recomienda que se denominaran bajo la advocación del Nombre de Jesús.

En Montilla, la entidad asistencial de mayor antigüedad fue la cofradía de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, la cual encontramos ya establecida en 1550, como lo atestigua una escritura notarial concertada por Pedro Ximénez Hidalgo (tío materno de San Francisco Solano) con Diego López Toledano y Martín García de Morales, a la sazón hermano mayor y mayordomo de la cofradía de la Caridad, en la cual el primero se compromete a favorecer a la cofradía con quinientos maravedíes anuales, impuestos a censo sobre su casa situada en la calle Puerta de Córdoba, que habrán de pagar sus descendientes y herederos tras su muerte[2].

En la calle Escuelas estuvo ubicado el último hospital y capilla de la Caridad, entre los años 1802 y 1836.
Sus fines fueron la protección de los más desvalidos de la sociedad; los enfermos, viandantes, pobres, niños expósitos y huérfanos, viudas, fallecidos sin familia que los reclamara. En definitiva, todos aquellos que se llamaban a la puerta del hospital de la Caridad, del cual tenemos constancia documental que en 1580 ya estaba en plena actividad, y era visitado anualmente por la Autoridad Diocesana[3].

La cofradía montillana veneraba por titular un Cristo Crucificado, también llamado de la Caridad. En su dilatada historia, la cofradía y hospital tuvo varias ubicaciones: la ermita de San Juan de Dios (en la calle del mismo nombre), la plaza de la Rosa, y la ermita de la Vera Cruz a partir de 1758. Así lo relata el historiador local Francisco de Borja Lorenzo Muñoz en su manuscrito de 1779: “dedicose a el uso de ella en consuelo de todos los pobres, especialmente los enfermos transeúntes, y entierro de todos los desvalidos. A este fin tienen banderola, féretro y faroles, hacen demanda y tenían en la plaza una corta ermita que se deterioró y luego se dio a la nueva iglesia de N. Señora de la Rosa, con cuyo modo se gobierna por uno de los señores presbíteros que la radicó en la iglesia de la Santa Vera Cruz.”[4] Asimismo, el historiador recuerda que en la nave derecha de la desaparecida ermita de la Vera Cruz existía una sepultura para inhumar el cadáver de los desgraciados y ajusticiados, cuyo sepelio asumía la caridad[5].

En 1798, ante el progresivo deterioro de parte de la ermita de la Vera Cruz, la cofradía de la Caridad decide construir un hospital y oratorio propios, que consiguió sufragar con el beneficio de quince corridas de toros organizadas para tal fin en los siguientes cuatro años. El nuevo establecimiento, ubicado en la calle Escuelas, contaba con dos enfermerías, oficinas y capilla, y estuvo funcionando hasta 1836, año en que un Real Decreto ordena unificar la gestión de la caridad y asistencia pública en una Junta Municipal de Beneficencia[6].

La hermandad de la Misericordia estaba erigida en la iglesia 
conventual de San Agustín. Tomó por titular a Santo Tomás de 
Villanueva, imagen que en el siglo XIX fue colocado 
en el lateral izquierdo del ático del retablo mayor


En 1667 se creó en el convento de San Agustín la Ilustre Hermandad de la Misericordia, que protegida por el Marqués de Priego sólo contaba de 35 hermanos que habían de ser hijosdalgos, cuya limpieza de sangre tenían que probar para ser admitidos. La corporación, tomó por su titular y modelo al santo agustino Tomás de Villanueva, popularmente llamado “El padre de los pobres”. Sus fines eran esencialmente sociales, en sus constituciones se obligaban a sustentar y alimentar a los presos de la cárcel y a las viudas pobres, dar atuendo y calzado a los huérfanos, y entierro digno a los condenados a la horca. Para poder desarrollar más y mejor estos fines se hermanaron con los frailes hospitalarios de San Juan de Dios[7].

Por aquellos años se fundaba en nuestra ciudad la Santa Escuela de Cristo, cuyo origen fue el Hospital de Italianos de Madrid. Fue instaurada en la ermita de la Vera Cruz en 1671, y desde sus inicios estuvo dirigida espiritualmente por los franciscanos residentes en el convento de San Lorenzo. Entre sus fines caritativos, realizaban una limosna general cada vez que se reunían sus 72 componentes, cuyo fin era socorrer a los hermanos enfermos. También se obligaron de atender a los pobres forasteros y desvalidos que morían en el hospital, en la calle o el campo sin familiar alguno que se hiciere cargo del cadáver, proporcionándole una mortaja, funeral y sepultura dignos con misa de cuerpo presente[8].

Aunque expuesto de forma sucinta, con todos los hospitales, colegios, patronatos, obras pías, cofradías y hermandades, la sociedad montillana de la Edad Moderna procuraba dar asistencia a los más desprotegidos. Al guardar relación con la Iglesia Católica, estas sociedades benéficas se vieron afectadas por las distintas Desamortizaciones emprendidas por el Estado, principalmente en el primer tercio del siglo XIX, siendo la aplicada con mayor severidad la impulsada por el ministro Juan Álvarez Mendizábal en 1836.

Al igual que la hermandad de la Caridad de Córdoba, la 
montillana veneraba por titular un Crucificado en su hospital, 

el "Señor de la Caridad".

Por todos es bien conocido, que el siglo XIX fue una de las etapas más duras que hubo de soportar el ámbito cofrade, ya que las hermandades fueron desposeídas de sus bienes y privadas de gran parte de sus actividades públicas.

Como hemos referido antes, el año de 1836 se crea la Junta Municipal de Beneficencia, que asume todos los bienes expropiados a los hospitales, obras pías, cofradías y hermandades, para destinarlos a un solo hospital de beneficencia, que vino a suplir el vacío asistencial que habían dejado los establecimientos suprimidos por orden gubernativa. Aquel hospital de beneficencia fue llamado de San Juan de Dios y su primera sede fue el desamortizado convento de frailes hospitalarios (hoy Ayuntamiento), siendo trasladado años después a las dependencias del –también desamortizado– convento de San Agustín.

A partir de entonces, las hermandades de la Misericordia y de la Caridad, despojadas de sus bienes y fines originarios se ven abocadas a la desaparición, y con ellas más de tres siglos de labor caritativa y asistencial en favor de los más desprotegidos, siempre bajo el cristiano lema de «Deus caritas est». 

NOTAS:


[1] ÁVILA, (San) JUAN DE: Obras Completas II, BAC. Madrid 2001, págs. 668-670.
[2] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Siglo XVI. Leg. 71, f. 375.
[3] Archivo General del Obispado de Córdoba. Sig. 6275. Leg. 15. Visita General, 1580.
[4] LORENZO MUÑOZ, F de B.: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, MS-54, p. 179.
[5] Ibídem, p. 108.
[6] CASTRO PEÑA, I. de: “La Hermandad de la Caridad y la asistencia de pobres y enfermos”. Nuestro Ambiente, Año XXIII, nº 254 (2000), págs. 46-47.
[7] PINEDA, M. de: Sermon en la celebre solemnidad, que la nobleza de la ciudad de Montilla ... consagra al glorioso Sancto Thomas de Villanueua, Padre de pobres: en el Conuento ... de ... San Augustin de la mesma ciudad. Córdoba, 1668. Biblioteca Provincial de Córdoba. Signatura: 35/56 (18).
[8] JIMÉNEZ BARRANCO, A. L.: La ermita de la Vera Cruz de Montilla casa de la Venerable y Santa Escuela de Cristo en Montilla. En Actas del IV Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías de la Santa Vera Cruz. Zamora 2008, págs. 903-910.







martes, 1 de abril de 2014

UNA VISIÓN DE LA COFRADÍA DE LA VERA CRUZ DE MONTILLA A TRAVÉS DE UN INVENTARIO DE 1617

Hace unos años publicábamos en este blog varias de las primeras noticias fehacientes halladas –hasta la fecha– sobre los orígenes de la cofradía de la Santa Vera Cruz montillana. El documento guía fue un minucioso inventario realizado en 1567, que apoyado por otras referencias de aquellos lustros nos situaron sobre los primeros pasos del movimiento cofrade penitencial en nuestra ciudad.

En esta ocasión, vamos a dar a la luz otra serie de escritos relativos a la cofradía, fechados en los últimos años del siglo XVI y primeros del XVII, donde tendremos oportunidad de comprobar la evolución surgida en el cambio de siglo y la introducción de la estética propia del período barroco.

Nuevamente, nuestro documento principal será un inventario, realizado en 1617 por orden del Visitador General que ese año se trasladó hasta Montilla para inspeccionar la situación económica y patrimonial del estamento eclesiástico. Dirigió la causa el presbítero montillano Cristóbal de Luque Ayala, nombrado juez de la comisión, que ordenó al prioste y hermano mayor de la cofradía de la Vera Cruz, Alonso Cameros de la Cueva, la recopilación de los bienes raíces y muebles el 3 de abril de ese año. El máximo responsable de la corporación pasionista presentaría al juez el inventario solicitado ocho días después.

Cabecera del inventario realizado en 1617

Para su mejor explicación, hemos modificado el orden original del elenco de bienes, agrupándolos temáticamente, facilitando así su lectura y conocimiento. Comenzaremos recopilando las imágenes de culto, que por aquellas fechas se veneraban en la ermita: “Un Cristo grande crucificado [Zacatecas] / Otro Cristo amarrado a la columna / Otro Cristo Ecce Homo / Otro Cristo resucitado / Una imagen de nuestra Señora de bulto [Socorro] / Dos capas de tafetán, una rosada y otra carmesí del Ecce Homo”[1].

Cabe destacar el amplio ajuar que la antigua Virgen del Socorro poseía, que por su variedad y colorido se intuye que recibía culto en las distintas festividades marianas: “Un vestido grande de brocado verde y naranjado / Un manto de requemado / Una saya de tafetán llano negro / Una ropa de tafetán realzado negro / Un manto de burato / Una saya de tafetán de picote de seda tornasolada con molinillos / Otra saya de tafetán amarillo cretado que es para hacer una casulla / Una ropa de terciopelo negro con pasamanos de oro / Dos jubones de nuestra Señora azules de telilla de Flandes azul / Tocas y valonas de nuestra Señora / Un velo de lienzo negro”[2].

Del mismo modo, el registro de bienes recopila los vasos sagrados, libros y ornamentos que la cofradía poseía para el uso litúrgico: “Un misal / Ara / Atril / Un cáliz y patena / Dos pañuelos de cálices, uno verde y otro colorado / Una bolsa con corporales / Dos albas para decir misa / Amito y cíngulo / Dos casullas una negra y otra de color / Estolas y manípulos / Dos mesas de manteles de los altares / Dos cornialtares / Dos bulas del Jubileo / Una tabla de las indulgencias”[3].

También quedaron recogidos los paños y candelería de los altares, haciendo mención especial al mayor donde se veneraba el Cristo de Zacatecas, así como el de la Virgen y demás imágenes: “Un frontal de damasco azul y naranjado que se hizo de una saya que dio doña María Castil mujer de Juan López Vanda / Otro frontal de damasco azul que está en el altar del Cristo / En el altar de nuestra Señora un frontal carmesí y amarillo / Otro negro de tafetán / Dos candeleros / Cuatro blandones de hierro”[4].

Asimismo, la ermita estaba equipada con: “Un arca grande / Otra pequeña / Una mesa de torno / Y una carpeta / Tres bancos de la iglesia / Una campana de tañer a misa / Otra de munir / Otra de alzar / Otra arquilla pequeña” donde la cofradía guardaba, entre otros, sus documentos: “Un libro de cuentas / Otro de cabildos / Otro de ordenanzas”[5].

Modo de portar al Santo Cristo en las procesiones, que perduró hasta principios del siglo XX.
Y cómo no, en el inventario aparecen los enseres propios del guión procesional, tales  eran: “Vara y manga de terciopelo negro / Una cruz grande dorada / Otra cruz verde con fajas de oro alrededor / Unas andas doradas de nuestra Señora / Otras andas llanas negras / Tres pares de parillas / Tornillos para todas la insignias / Dos varales del Cristo / Cuatro varales de colgar con sus cordeles / Un palio de tafetán negro para el Cristo el Jueves Santo con ocho varas / Once cetros / Otro [pendón] de damasco carmesí y naranjado para las fiestas / Ciento y treinta albas con sus azotes con sus rosetas para los hermanos de Jueves Santo que están en poder de Nicolás Martín / Tres bacías de azófar para pedir limosna y cuatro de madera”[6].

Uno de los fines sociales más significativos de las cofradías era dar sepultura a sus hermanos y devotos, y para ello la Vera Cruz contaba con: “Un Cristo crucificado pequeño para la cruz de los entierros / Un pendón morado de tafetán con cruz colorada para entierros / Un lecho de difuntos grande / Otro pequeño”[7].

De este inventario llama la atención varios de los bienes, que denota la hegemonía social de la cofradía crucera entre el vecindario montillano, a pesar de estar ya erigidas las hermandades de la Soledad y Angustia de Nuestra Señora (1588), y la de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén (1590) respectivamente, en el convento de San Agustín.

Entre las adquisiciones más señaladas, aparecen ya las nuevas imágenes de Cristo, Ecce Homo (contratado en 1597), Amarrado a la Columna (contratado en 1601), y Resucitado, cuya fecha de adquisición desconocemos, aunque sí se conserva la talla original. Con el hallazgo de esta escultura en fecha tan temprana dentro del acervo patrimonial de la Vera Cruz, bien podemos refrendar el testimonio del historiador local, Francisco de Borja Lorenzo, que alude en su descripción de la ermita y cofradía en 1779 lo siguiente: “la otra procesión se hace el Domingo de Pascua de Resurrección, sale solo una imagen del Señor que llaman Resucitado”[8].

También merece resaltar, dentro de los enseres del guión procesional, el palio negro de ocho varas que cubría al Señor de Zacatecas, cuya cruz era portada en posición vertical por tres hermanos portantes, privilegio reservado al linaje Cortés de Mesa. En el centro, uno portaba la cruz, cuya parte inferior del palo vertical –stipes– se embutía en una bandolera; y a ambos lados del mismo, en los extremos del palo horizontal del madero –patibulum– se anclaban dos varales que ayudaban a mantener el equilibrio y el peso del Crucificado.

En la procesión de la sangre, como era llamada, cada Jueves Santo se ejercía la penitencia mediante el rito disciplinante del flagelo. Como se reseña en el inventario, la Vera Cruz a principios del siglo XVII practicaba este tipo de contrición, y para ello contaba en propiedad con “ciento y treinta albas con sus azotes con sus rosetas para los hermanos”, un número considerable de penitentes, si tenemos en cuenta que en 1593 la cofradía estaba integrada por cuatrocientos miembros[9], y la población de Montilla rondaba los dos mil vecinos[10].

Aunque el inventario que nos ocupa es bastante completo no alcanza la precisión del realizado en 1567, si hacemos una comparación entre ambos en el descrito en este trabajo se evidencia la falta de no pocas piezas cuya existencia era indudable. Su ausencia puede deberse a que en estas fechas la ermita de la Vera Cruz se encontraba inmersa en una profunda remodelación y ampliación, siendo posible que estuviese cerrada al culto ocasionalmente, y sus bienes se encontraran depositados en casa de algunos hermanos de la cofradía.

Estas obras comenzaron en 1614, como refleja el convenio que suscribió Juan de Aguilar Carreta, Juan Ruiz Martín y Agustín de los Reyes con Alonso Cameros de la Cueva, hermano mayor de la cofradía, el 7 de diciembre de aquel año. En el mismo, éstos se obligaron a sacar mil cargas de piedra “de la marca ordinaria buena piedra que se ha de dar y recibir”[11] de la cantera de la fuente de El Álamo y transportarlas hasta el llano de la ermita en el plazo de cuatro meses. También informa de estas obras el historiador Francisco de Borja Lorenzo, que en su manuscrita Historia de Montilla desvela la existencia de una lápida, en una de las naves laterales de la ermita, donde aparecía inscrita la reedificación de la misma en 1615[12].

Alonso Cameros de la Cueva hizo constar al final del inventario una deuda pendiente de amortizar por los herederos de Andrés Fernández de Mesa, donante que fuera del Santo Cristo de Zacatecas en 1576 y después hermano mayor de la cofradía. Ésta formaba parte de la testamentaría del indiano, y consistía en la donación de “sesenta ducados para hacer una lámpara de plata” que en 1617 aún “debe Melchor Cortés de Mesa como heredero del Lcdo. Luis de Vesga su hermano”[13], encargado de cumplir la última voluntad de su padre.

A raíz de la declaración de la deuda contraída por Melchor Cortés de Mesa, como heredero de su padre y hermano, el juez de la causa abre un nuevo proceso para esclarecer el paradero de la cuantía donada por Andrés de Mesa para labrar una lámpara de plata que alumbrase al Crucificado mejicano. Tras tomar declaración a las partes, Melchor Cortés de Mesa acató la sentencia de la justicia eclesiástica y el 16 de julio de dicho año entregaba al hermano mayor, Alonso Cameros de la Cueva, los sesenta ducados para la fabricación de la lámpara, siendo testigos de dicho proceso los oficiales de la misma, que en aquel momento eran Luís Fernández de Córdoba, Juan Márquez Venegas, Bartolomé Fernández Castil, Gonzalo de Arana y Juan Colín de Roa. La cofradía, a su vez, se erigía como depositaria de la suma económica y se obligaba a ejecutar la voluntad testamentaria de Andrés de Mesa en un plazo máximo de dos años.

En esta instantánea podemos ver al Cristo de Zacatecas colocado sobre la "cruz de los portantes", madero plano de escaso grosor donde se pueden apreciar las empuñaduras de cogida en la parte inferior del palo vertical, y las argollas para los varales en los extremos del horizontal.

Para ello, el 24 de marzo de 1619 elevaban escritura pública ambas partes, acordando  encargar la –tan traída y llevada– lámpara de plata en Córdoba, sumando a los sesenta ducados iniciales otros cuarenta más, que habrían de poner Alonso Cameros y Juan Colín en nombre de la cofradía (30 ducados), y Melchor Cortés en nombre de su otro hermano Lorenzo Miranda (10 ducados). Este convenio tuvo su final diez años después, cuando el 23 de marzo de 1629 se colocaba la lámpara en la capilla mayor de la ermita de la Vera Cruz[14].

El afanoso hermano mayor Cameros de la Cueva manifestó durante su mandato, y el resto de sus días, una gran veneración hacia el Santo Cristo de Zacatecas. Muestra de ello quedó patente en su última voluntad, donde dejó reflejada su infinita devoción al Crucificado titular de la Santa Vera Cruz, en cuyo altar señaló la fundación de una Memoria de 52 misas rezadas anuales, que se habrían de decir cada viernes por su ánima y la de sus familiares y bienhechores, siendo sufragadas por su hijo Alonso que  heredaría para ello “unas casas principales en que hago mi morada”, ubicadas en la calle de la Enfermería, además de “una haza de tierra de siete fanegas de cuerda que tengo a la parte de la Peña del Cuervo en la campiñuela de Piedra Luenga término desta ciudad”[15].

Imagen de Cristo Resucitado que recibió culto en la ermita de la Vera Cruz. 
Su fisonomía recuerda a las obras del maestro Pedro Freila de Guevara.
A modo de conclusión, hemos pretendido exponer, a través de varios documentos, la evolución que sufre la cofradía con la llegada del movimiento barroco, donde se incluyen nuevas imágenes representativas de la pasión de Cristo, a las que a la postre se unirán otras tantas, además de celebrar la Resurrección del Señor. Esta evolución estética va integrándose en la cofradía sin que la misma perdiera su concepción primitiva, propia del pensamiento medieval, como era la flagelación: imitación de los sufrimientos padecidos por Jesucristo en los momentos previos a su crucifixión. La inclusión de nuevos pasos iconográficos de la pasión incrementaría el número de hermanos, consecuencia de la ampliación de la ermita de la Vera Cruz y la intensificación de los cultos propios a dichas imágenes, que ya en la segunda mitad del XVII se organizarán en hermandades autónomas de la cofradía matriz, viviendo así una larga etapa de esplendor prolongada hasta el último tercio del siglo XVIII, en que las hermandades de disciplinantes son suprimidas por la ideología ilustrada.


NOTAS


[1] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro 4º de Visitas y Capellanías, fols. 705 – 719 v.
[2] Ibídem.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] LORENZO MUÑOZ, Francisco de Borja: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Año 1779, pp. 57 -  61. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque. Ms. 54.
[9] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APNM). Nª 1ª. Leg. 17. f. 593 v. Escritura donde Fernán Martín de Baena es nombrado cobrador de las limosnas de los hermanos de la Vera Cruz pagan a la cofradía. Se obliga a recaudar anualmente 4.000 maravedís, 10 por cada hermano, y entregárselos al hermano mayor que fuere. 
[10] CALVO POYATO, José: Guía Histórica de Montilla, p. 41.
[11] APNM. Nª 1ª. Leg. 38, f. 546.
[12] LORENZO MUÑOZ: Loc. cit.
[13] APSM. Libro 4º de Visitas…
[14] APNM. Nª 4ª. Leg. 623, fols. 193 v. - 195.
[15] APNM. Nª 5ª. Leg. 818. fols. 250 - 254. Véase ítem: APSM. Lib. 3º de Memorias, f. 418.