sábado, 5 de octubre de 2013

LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN. UN ESBOZO HISTÓRICO

La Orden de ermitaños de San Agustín se instala en Montilla gracias a Alonso Sánchez Recio de León, que en 1518 había construido una ermita en su finca extramuros de la villa, bendecida bajo la advocación de San Cristóbal el 17 de agosto por Cristóbal de Barrionuevo, obispo titular de Tagaste, auxiliar de Córdoba y racionero de la catedral.

 El 6 de septiembre de 1520 Alonso Sánchez dona el oratorio de San Cristóbal a los agustinos, y en los últimos años de su vida, entre 1550 y 1556, incrementa el legado sumando el olivar de 400 pies que circunda al convento y otras fincas rústicas más, entre las que cabe destacar la huerta de San Cristóbal.

En 1553 los agustinos emprenden un novedoso proyecto que cambiará para siempre la configuración urbana de nuestra ciudad, ya que parcelan el olivar heredado consiguiendo con ello vender, bajo la cómoda fórmula del censo redimible, numerosos solares donde construir nuevas casas, lo que a su vez atraerá al vecindario hasta los aledaños del cenobio, que aún se hallaba extramuros de la villa. De este replanteamiento urbanístico surgirán las calles Ancha, Silera y las Prietas.


Aspecto que presentaba la calle Ancha y el convento de San Agustín a principios del siglo XX

Con el producto de las parcelaciones y los frutos cosechados de las fincas heredadas, los agustinos emprendieron la construcción de la nueva iglesia. De una sola y espaciosa nave, está levantada sobre planta de cruz latina, en cuya cabecera se encuentra la capilla mayor. Su construcción se llevó a cabo entre 1556 y 1575, comenzando las obras por el crucero hasta llegar a la primitiva ermita de San Cristóbal, donde se delimitó la puerta principal del templo y sobre ella el coro. En la mitad del siglo XVIII experimenta su primera gran remodelación, cuando se le sustituye la primitiva techumbre y se le coloca la actual bóveda de cañón a la nave principal, rematando el crucero con una gran bóveda elíptica.

El templo se fue configurando conforme a la fundación de cofradías y hermandades que los agustinos promocionaron con el mismo fin que las parcelaciones de la finca, el atraer a la población montillana hasta su convento.

La cesión de los espacios a las hermandades se llevó a cabo por orden cronológico, las más antiguas ocuparon los espacios más próximos a la capilla mayor, que era privilegio de los marqueses de Priego. Así los laterales del crucero fueron ocupados por la cofradía de la Virgen de Gracia (en el lado del Evangelio) fundada en 1561, y en el opuesto (Epístola) se instaló la cofradía de Ntra. Sra. del Tránsito, fundada en 1582. A partir del arco toral continuarán las capillas de la cofradía de la Soledad y Angustias de Nuestra Señora, fundada en 1588, seguida de la cofradía de Jesús Nazareno en 1590, y San Nicolás de Tolentino en 1599. Ya en el siglo XVII se erigieron las hermandades de Ntra. Sra. de la Correa y Santa Rita de Casia, así como la ilustre cofradía de la Misericordia en 1674 (que rendía culto a Santo Tomás de Villanueva), y que ocuparán las arcadas del muro opuesto.

El fervor religioso surgido en el barroco se verá plasmado en el incremento del patrimonio artístico del templo. El patronato de los marqueses de Priego, junto a cofradías, hermandades, capellanías y demás obras pías lo proveerán de moblaje, retablos, esculturas, pinturas, orfebrería y enseres de los mejores creadores andaluces del momento. En su acervo artístico conserva obras de Rodrigo de Mexía,  Lope Medina Chirinos, Juan de Mesa y Velasco, Pedro de Borja, Cristóbal de Guadix, Gaspar Lorenzo de los Cobos y Francisco Morales, entre otros.

El patrimonio artístico es el reflejo del esplendor cultural y el vestigio de la riqueza intelectual que cobijaron los muros del cenobio agustino. Habitado ordinariamente por más de cincuenta frailes,  entre 1565 y 1644 tuvo noviciado propio, donde profesaron 113 frailes agustinos procedentes de  Andalucía y Castilla. Entre sus moradores más insignes cabe citar a Santo Tomás de Villanueva, San Alonso Orozco, los mártires beatos Fr. Pedro de Madrid y Fr. Fernando de San José Ayala; los venerables teólogos y filósofos montillanos Fr. Fernando de Ávila, Fr. Francisco Ramírez, Fr. Francisco Valenzuela, Fr. Luis de Cea, Fr. Francisco Javier Requena, Fr. José Juan González, que tuvieron la oportunidad de utilizar su célebre biblioteca que albergaba, entre otras joyas, la Crónica manuscrita del Gran Capitán.

lunes, 25 de marzo de 2013

LA VENERACIÓN AL SANTO CRISTO DE ZACATECAS EN EL SIGLO XX. ASPECTOS HISTÓRICOS


Tarjeta de hermano de la Cofradía del Cristo de Zacatecas, h. 1925
Se cumplen setenta años del retorno a las calles de Montilla del Señor de Zacatecas y Ntra. Sra. del Socorro. Qué mejor ocasión que este septuagenario para recordar aquel gran acontecimiento, desde la óptica histórica en que se desenvolvió tal hecho, condicionada a la particular situación social que imperaba. Para ubicarlo mejor también hemos de volver la mirada al periodo que abarca el antes, durante y después de aquella etapa en que el Crucificado y su bendita Madre conocieron más de tres lustros de un inusitado fervor religioso y tradicional en la mitad del siglo XX.

Antecedentes

Transcurría el primer tercio de la centuria pasada cuando se reactiva en España la religiosidad popular, especialmente en la esfera cofrade vinculada a la Semana Santa. En Montilla tenemos su reflejo en la reorganización de las hermandades de Jesús Nazareno y del Santo Entierro, así como la creación de la cofradía de Jesús de las Prisiones y la formación de la primera banda de Soldados Romanos, vinculada a la hermandad nazarena.

Por aquellos años la cofradía del Cristo de Zacatecas (que había perdido su primitiva denominación de la Vera Cruz al trasladarse de la desaparecida ermita, reconvertida en cementerio), era fusionada con la mermada hermandad de Ánimas Benditas, según nos indican los escasos documentos que han llegado hasta nosotros.

La “Cofradía de las Benditas Ánimas de Ntro. Padre Jesús de Zacatecas”, como era oficialmente denominada, celebraba en cuaresma un Quinario solemne a su titular, en Semana Santa el Sermón de las Siete Palabras y, con cierta irregularidad, el ejercicio del Vía Crucis la tarde del Viernes Santo por la calles de la feligresía parroquial.

Así corrieron los tiempos hasta llegar a “los felices años veinte” en que la Semana Mayor alcanzó cotas de fervor no vistas desde siglos atrás. Con la llegada de la II República, como es conocido, la religión católica atravesaría uno de los momentos más difíciles de su historia en España, y las cofradías no fueron ajenas a aquella dura realidad que, en muchas ocasiones, no les permitía cumplir con sus Reglas y procesionar a sus titulares. A pesar de ello, la hermandad del Señor de Zacatecas continuaba rindiendo culto –intramuros– al Crucificado indiano. La prensa provincial se hace eco, en febrero de 1932, del concurrido Quinario al Señor de Zacatecas “que su piadosa cofradía le consagra anualmente en estos días, habiendo sermón todas las noches”[1].

Los años de postguerra
Con esta convocatoria al Quinario de 1943 los excombatientes explicaban a los montillanos que se hacían cargo de la organización de los cultos del Cristo de Zacatecas
Aquella opresión antirreligiosa vivida en España durante los años republicanos produce un efecto pendular en la sociedad tras la Guerra Civil, con el resurgimiento de un nuevo movimiento cofrade. Al término de la contienda, los nuevos gobernantes del bando vencedor restituyen a la Iglesia Católica el tradicional espacio que había ocupado, reanudándose, de este modo, públicamente la celebración de las fiestas religiosas.

El mundo cofrade experimentó un nuevo auge, esta vez influido por el nuevo escenario  social cimentado en el recién instaurado régimen político basado en el nacional-catolicismo. Dentro de este contexto se crea la Delegación Nacional de Excombatientes, que instituida en agosto de 1939 tiene como objetivo agrupar y amparar a los excombatientes, excautivos y mutilados de la guerra. Este organismo oficial estaba vertebrado por delegaciones provinciales y hermandades locales.

Aquellas hermandades, de marcado carácter corporativo, fundan cofradías de Semana Santa o asumen el gobierno de las ya existentes, a las que les suman el apelativo de “Hermandad de Excombatientes”.

Este fenómeno se implantó y propagó por todo el territorio nacional. La primera en fundarse como tal fue la hermandad del Stmo. Cristo de Victoria y Ntra. Sra. de la Paz, de Sevilla, en 1939. A ésta le siguieron las análogas de Madrid, Zamora, Córdoba, Guadalajara, Huelva, Huesca, Ciudad Real, Mérida, Cuenca, Salamanca, Cáceres… y así una larga nómina de ciudades y pueblos.

En Montilla, un grupo de jóvenes vecinos que habían participado en el bando defensor de la enseña roja y gualda, organizaron una hermandad de excombatientes y mutilados, en 1943. Según informaba la revista de Semana Santa del año siguiente a la fundación, la iniciativa partió de Francisco Velasco Rodríguez, Agustín Cuello Salas y Rafael Vilaplana Riobóo

Martes Santo de 1945, el Cristo de Zacatecas y Ntra. Sra. del Socorro estrenan nuevo trono, obra del tallista sevillano Antonio González

La primera Junta Directiva estuvo presidida por el primero de ellos durante los primeros meses, aunque tuvo que renunciar al tener que marcharse de nuestra ciudad. Le sustituyó en el cargo Francisco Ruz Salas, ocupando la secretaría Francisco Solano Maraver Sotelo y la tesorería el ya citado Vilaplana Riobóo. Además, contaba con los vocales siguientes: el antedicho Cuello Salas, Francisco Carmona Luque, José Mª Berral Raigón, José Portero Luque, Trinidad Saavedra Requena, Antonio Ceballos Pineda, Miguel Córdoba Repiso, Manuel Luque Velasco, Manuel Velasco Herrador, Ángel Gaya Sisternes, Rafael Ortiz Ortiz, Santiago Navarro Sánchez, Juan Coleto Osuna, José Pedraza Ponferrada, Francisco Enríquez Ortega y Mariano Ruz Requena. La dirección espiritual estuvo a cargo del Rvdo. Rafael Madueño Canales (recientemente fallecido), y Francisca Curiel, esposa de Ángel Gaya, ejercía de Camarera de las imágenes titulares[2].

La primera de las medidas que tomó la Junta Directiva fue asumir la organización de los cultos mantenidos por la cofradía, como especifica la convocatoria editada, que ilustra este trabajo. Tomó como día de salida procesional el Martes Santo (el miércoles había sido ocupado dos años antes por la hermandad del Cristo del Amor). La primera salida procesional se verificó el mismo año de 1943, aunque, según testimonios de la época aquel Martes Santo la lluvia se hizo presente, por lo que optaron por salir la tarde del Viernes Santo junto al Santo Entierro[3].

En 1944 la cofradía contaba con más de 400 hermanos, según informaba la revista de Semana Santa de aquel año, que también avanzaba los proyectos que la Directiva tenía previsto llevar a cabo, tales como “la construcción de un nuevo paso para su Titular, que, según nuestra noticias, ha de construir una verdadera obra de arte”[4].

Aquel año ya pudo salir el día establecido, a las 11 de la noche, y se estrenó el toque de campanas fúnebre que había compuesto el popular campanero Francisco Gómez Vela “Frasquito El Ciego”, al que tituló “Semidoble del Señor de Zacatecas”. El cortejo procesional estuvo acompañado por “el Excmo. Ayuntamiento, Jerarquías y representación de todas las cofradías montillanas”[5].

El estandarte, obra de terciopelo negro bordado en oro, estaba presidido por una pintura al óleo de nuestro paisano Ildefonso Jiménez Delgado. El nuevo trono fue realizado por Antonio González Martínez, tallista hispalense afincado en nuestra ciudad. Para ejecutar todos estos proyectos el hermano mayor Francisco Ruz Salas solicitaba al Ayuntamiento “un donativo con destino a sufragar los gastos de dicha cofradía”, acordando la Corporación Municipal conceder una subvención de 500 pesetas[6].

En la revista de Semana Santa de 1945 se anunciaba para el Martes Santo, “en un afán digno de superación, estrenará la Hermandad para su paso, un hermoso y magnífico trono tallado”[7].

En 1947, fue restaurada la Virgen del Socorro en Sevilla “por un experto imaginero”[8]. Asimismo, apreciamos, en la documentación y bibliografía consultada, que la Cofradía deja de utilizar públicamente el apelativo de “hermandad de excombatientes”, apareciendo en adelante sólo el nombre de los Sagrados Titulares. Este cambio probablemente fuera un intento de abrir la misma a todos los montillanos que se sintieran devotos del Señor Crucificado y la Virgen Dolorosa, sin que fuera óbice  filiación alguna.

En aquella etapa, la Junta Directiva no llegó a establecer hábito o túnica alguna, asistiendo los hermanos y costaleros con traje oscuro y corbata negra. El itinerario seguido por la Cofradía cambió en varias ocasiones, acompañaba al paso cada Martes Santo la banda de Soldados Romanos de la hermandad de Jesús Nazareno, y el cortejo procesional lo iniciaba la misma Cruz de Guía que en la actualidad lo hace.

Hoja de la revista de Semana Santa montillana de 1946, dedicada a la Cofradía del Señor de Zacatecas
El Cristo de Zacatecas y Ntra. Sra. del Socorro seguirán saliendo anualmente en procesión hasta 1954, aunque el Quinario Solemne su honor se mantiene hasta 1957, año en que se suprimen todos los cultos cuaresmales de nuestra ciudad para ser agrupados en un solo ejercicio religioso organizado por todas las cofradías, y consistía  en unos Ejercicios Espirituales y Quinario General[9].

Del esplendor a la ausencia

La ausencia del Crucificado indiano y de la dolorosa del Socorro en los días de la Semana Santa montillana queda patente en las continuas evocaciones que quedaron impresas en la prensa local. Autores como Pilar Jiménez Duque, Francisco Morilla o José María Portero Castellano, rubricaron en la década de los 50 y 60 sendos artículos donde reivindican la vuelta a las calles de nuestra ciudad de las advocaciones más antiguas de la esfera cofrade pasionista.

En 1964 se producen en iglesia parroquial de Santiago una serie de reformas que cambiarán el aspecto interior del templo, para adecuarlo a la nueva liturgia decretada por el Concilio Vaticano II, pasando el Cristo de Zacatecas a presidir el altar mayor.

El primer Pregón de Semana Santa de Montilla, celebrado en el teatro Garnelo el Domingo de Ramos de 1973, fue pronunciado por Julián Ramírez Pino, quien lamentaba la desaparición del Crucificado de Zacatecas en la Semana Mayor, y argumentaba el ocaso de aquella cofradía por su vínculo corporativista, lo cual condicionó negativamente su futuro.

Ramírez Pino lo expresaba así: “Pero el error, visto por supuesto a treinta años de distancia, fue el hacerla de los excombatientes, pues las hermandades necesitan savia nueva y constante. No se puede taponar la entrada de nuevos hermanos porque no hubiesen estado en la guerra o por el hecho de haber pertenecido al otro bando. […] La Hermandad del Cristo de Zacatecas debe resucitar de nuevo, pues la tradición del Cristo y la parroquia que lo alberga, merecen este esfuerzo de los montillanos.”

Cortejo fúnebre en el entierro del Arcipreste Fernández Casado (1953), donde se aprecia el estandarte de la Cofradía del Cristo de Zacatecas, pintado por Ildefonso Jiménez Delgado.
Del mismo modo, proponía el pregonero: “que esta Hermandad debe resucitar y que no fuera de excombatientes ni de excautivos, ni de ningún otro bando que recordara la lucha entre hermanos, sino que fuera del Cristo Padre de todos, del Cristo de la unión de los hombres de Montilla.”[10]

En los lustros siguientes hubo varios conatos para recuperar la cofradía, e incluso de integrar la imagen del Crucificado en el cortejo procesional del Jueves Santo, que no llegaron a prosperar.

A pesar de los continuos recuerdos y nostálgicos llamamientos para rescatar dicha devoción y cofradía del olvido, habrá que esperar hasta el siglo XXI para ver restablecidos los cultos y procesión del Cristo de Zacatecas y Ntra. Sra. del Socorro. En esta ocasión se recobrará igualmente la primitiva denominación de la Santa Vera Cruz, a cuya hermandad debemos los primeros pasos de la Semana Santa.

NOTAS

[1] AMADOR. En: El Defensor de Córdoba. Año XXXIV, nº 10881. Publicado el 17/02/1932.
[2] Revista Semana Santa de Montilla 1946. s/p.
[3] JIMÉNEZ BARRANCO, A.L.: El Santo Cristo de Zacatecas. Tradición, historia y devoción de dos pueblos. En: Nuestro Ambiente. Año XXIII, nº 254, pp. 41-43. Marzo, 2000.
[4] Revista Semana Santa de Montilla 1944. s/p.
[5] Circular emitida por la Cofradía a los hermanos en la cuaresma de 1944.
[6] Archivo Histórico Municipal. Actas de Comisión Permanente, p. 65. Sesión de 23/03/1944.
[7] Revista Semana Santa de Montilla 1945. s/p.
[8] Revista Semana Santa de Montilla 1947. s/p.
[9] Munda. Año III. Nº 45, p. 2. Publicado el 16/03/1957.
[10] RAMÍREZ PINO, J.: Pregón de la Semana Santa montillana, págs. 7 - 8. Montilla, 1973.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

JOSÉ MARÍA SÁNCHEZ-MOLERO Y LLETGET

Busto dedicado al ingeniero militar José Mª Sánchez-Molero
El pasado 3 de agosto tuvo lugar en el Jardín de la Casa de las Aguas un homenaje a José María Sánchez-Molero (1836-1874), ingeniero militar, arqueólogo e historiador, iniciador del Servicio de Abastecimiento de Aguas de Montilla en 1871.
 
El acto, que contó con la presencia de los descendientes, consistió en el descubrimiento del busto que estuvo ubicado en el Paseo de las Mercedes, ahora trasladado a una pequeña glorieta en el Jardín de la Casa de las Aguas y acompañado de una placa conmemorativa, así como la inauguración de una Exposición Bibliográfica dedicada al homenajeado, donde se exhibieron importantes documentos relativos a la creación del Servicio y Distribución de las Aguas de la Fuente del Cuadrado, manuscritos, libros y otros testimonios.

Hijo de Francisco y Dolores, José María Sánchez-Molero nace en Madrid, el 18 de noviembre de 1836. A los dieciocho años ingresa en el Ejército como alumno de la Escuela Especial del Cuerpo de Estado Mayor, donde se gradúa de Teniente de E.M.

En 1859 comienza su brillante carrera militar. Enrolado en el Ejército de África a las órdenes del general Leopoldo O’Donnell, participa en el conflicto bélico hispano marroquí, batiéndose en aquel peligroso avispero en que se había convertido las alturas del Serrallo, Sierra Bullones y Triut, en las inmediaciones de Ceuta.

De allí saldría, un año después, ascendido a Capitán de Estado Mayor para formar parte en 1863 de la Comisión facultada para realizar el Itinerario Descriptivo Militar de España y el alzado del Mapa Itinerario Militar de España, participando en la elaboración de varias rutas entre las provincias de Guadalajara, Soria, Zaragoza y La Rioja, cuyos trabajos serán publicados en 1866. Igualmente, formará parte de la Comisión para el reconocimiento de la línea del Ferrocarril del norte de España, que se estaba construyendo.

Estos importantes trabajos le facultaron para ingresar en la Comisión Topográfica de Andalucía, constituida por Orden Gubernamental en 1864 para atender las peticiones del Emperador de los franceses, Napoleón III, que en esa época redactaba su Historia de Julio César y precisaba de los datos e informaciones relativos a la campaña de Munda. Este motivo condujo a Sánchez-Molero hasta Montilla, donde se halló durante ese año reconociendo el término municipal en busca del posible escenario bélico romano, cuyas informaciones, especialmente las topográficas, referentes a las campañas de César en Córdoba fueron redactadas por él.


Portada del poemario dedicado a Sánchez-Molero
Tres años más tarde regresa a Montilla para completar el levantamiento de planos, así como las prospecciones arqueológicas realizadas bajo la orientación del barón Stoffel. Fruto de sus investigaciones, el ya Comandante Sánchez-Molero publicó simultáneamente en Madrid y en París, en 1867, su obra Breve reseña de las campañas de Cayo Julio César en España y examen crítico de la situación de Munda, que contribuyó decisivamente a esclarecer algunos puntos sobre la exacta localización de Munda.

El privilegiado conocimiento del terreno donde se sitúa Montilla, le impulsa a proponer a la Corporación Municipal, en 1867, el primer proyecto de traída de aguas a la ciudad, procedentes del manantial del Cuadrado, proyecto que se hará realidad cuatro años más tarde, tras complejas obras de conducción hasta la Casa de las Aguas, palacete adyacente a los depósitos que reconstruye para instalar su residencia. En los citados años también adquiere varias fincas rústicas e inicia, con su propia financiación, la ejecución del proyecto ya aprobado por el Gobierno y Diputación Provincial de Córdoba.
Finalmente el 16 de julio de 1871, último día de las fiestas patronales, se inauguran y bendicen las instalaciones de la empresa del “Servicio de Abastecimiento de Aguas de Montilla”, con las que la ciudad disfrutaría de un servicio esencial para el bienestar y la salud de sus ciudadanos.

Ante el entusiasmo y júbilo del vecindario, las autoridades municipales acuerdan declarar hijos adoptivos de Montilla a José María Sánchez-Molero y a su esposa María de los Dolores Moreno, como muestra de gratitud y reconocimiento.

A la par, su trayectoria militar continuaba imparable. Fue nombrado Oficial de la Sección de Guerra y Marina del Consejo de Estado, y asciende a Teniente Coronel de E.M. y Coronel del Ejército. En Madrid, destinado en la Capitanía General de Castilla la Nueva, en 1874 cae enfermo y paulatinamente empeora su salud, hasta encontrar la muerte el 21 de septiembre de ese año, a la edad de 38 años.

José María Sánchez-Molero, con uniforme de Estado Mayor
Su viuda mandó realizar un busto en mármol blanco un retrato en óleo sobre lienzo (conservado en la Casa del Inca), que sus descendientes donaron a Excmo. Ayuntamiento a fin de perpetuar su memoria y su vínculo con Montilla. Sobre la guerrera del uniforme de Estado Mayor que viste en ambos retratos, luce los méritos y condecoraciones alcanzados en su corta –pero fecunda– carrera militar, que truncada por una prematura muerte nos recuerda su participación en los siguientes hechos históricos de nuestra nación: Cruz de San Fernando de 1ª clase por el combate de Sierra Bullones (1859), Medalla de África y Declaración de Benemérito de la Patria por las Cortes (1860), Cruz de 1ª clase del Mérito Militar por los trabajos en la Comisión del Ferrocarril del Norte (1865), Cruz de 2ª clase del Mérito Militar para “premiar servicios especiales” por los prestados en el levantamiento del Mapa y Manual itinerario militar de España (1867), y Encomienda de la Orden de Isabel la Católica (1871).
 
Entrado ya el siglo XX, la Corporación Municipal montillana acordó rotular la antigua calle Doñas Marías (por la que se tenía acceso a los depósitos y oficinas de la empresa suministradora) como “Sánchez Molero” en memoria y homenaje póstumo del ingeniero militar.
 
En el año 2000 el Excmo. Ayuntamiento adquirió el palacete neoclásico que levantara en la calle San Fernando, popularmente conocido como Casa de las Aguas,  para convertirlo en un centro cultural de primer orden, ubicando en el mismo el Museo Garnelo, la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque y el Archivo Histórico de Protocolos Notariales.

domingo, 9 de diciembre de 2012

EL MAESTRO JUAN DE ÁVILA Y LAS PRIMERAS EDICIONES DE SUS OBRAS (III)



Las primeras ediciones generales de las Obras del Maestro Juan de Ávila

Retrato del Maestro Ávila, grabado por Juan Bernabé Palomino (s. XVIII)
Tras la publicación de la biografía del Maestro Ávila, Juan Díaz continúa con su incesante labor editorial entre la villa y corte y las urbes universitarias cercanas a ella. En estos enclaves intelectuales cuenta con el apoyo de los jesuitas, además de ser el ámbito más adecuado para la lectura y difusión de las obras avilistas, propagándose así su conocimiento y estudio con mayor facultad y erudición.

En los últimos días de 1593 el anciano Juan de Villarás redacta y rubrica su última carta de poder destinada a Juan Díaz, que residente en Madrid le permitirá en adelante publicar todas las obras que dejara escritas el Venerable Maestro Ávila y que Villarás había heredado.

La misiva es verificada ante escribano público ya en el preludio del nuevo año y, en ella, el fiel discípulo y morador de la casa del Maestro Ávila cede todos sus derechos editoriales al clérigo Díaz. Dado su interés, por la cantidad de datos que ofrece la reproducimos íntegra:

“Sepan quantos esta carta de Poder vieren como yo Jhoan de Villarás clérigo presvítero vecino que soy en esta villa de Montilla otorgo y conozco por el tenor de la presente carta como heredero universal que soy del Maestro Jhoan de Ávila Predicador en el Andalucía que es en gloria  que doy e otorgo todo mi poder cumplido bastante quanto del derecho se requiere a Jhoan Díaz clérigo presvítero estante en la villa de Madrid  que esta ausente para que para el mismo y en su mismo fecho y causa propia pueda imprimir quales quier libros y tratados de los scriptos que dexó el dicho Maestro Jhoan de Avila de cosas del Santísimo Sacramento y de ntra. Señora y de las bien aventuranzas y de los evangelios y avisos para confesores predicadores y obispos y en raçón dello pueda pedir al Rey ntro. Señor y los Señores de su Real Consejo quales quier previlejio y previlejios y en raçón de la dicha impresión pueda hacer quales quier conciertos con quales quier libreros en la cantidad  de la manera que le pareciere y para que pueda vender los libros que ansi se imprimieren por los precios y según que fueren tasados y recivir los maravedis porque los vendiere y hacer y disponer de todo ello como de cosa propia suya que para todo ello y en raçón dello hacer todas las demás diligencias que convengan y fueren necesarias para que tenga cumplido efecto lo susodicho le doy poder bastante y le cedo todos mis derechos y acciones y lo establezco procurador en su mismo hecho y causa propia y según y de la misma manera que yo lo pudiera hacer sin limitación alguna y para firmeça dello obligo mis bienes avidos y por aver y doy poder a las justicias para su execución y cumplimiento como por sentencia pasada en cosa juzgada y renuncio las leyes de mi defensa y la general del derecho y en testimonio dello lo otorgue ante el escribano y testigos y uso scriptos en cuyo registro lo firmo de mi nombre que es fecha y otorgada en la dicha villa de Montilla en veinte y nuebe días del mes de diciembre de mil y quinientos y noventa y tres años siendo testigos presentes a lo que dicho es Baltasar de los Reyes criado del dicho Juan de Villarás y Pedro Martínez de Rivera y Juan Pérez del Campo hijo de mi el escribano vecinos desta villa e yo el escribano ynfraescripto doy fe que conozco al dicho otorgante. Terminado dezia y en cuanto al nacimiento de Ntro. Savaldor y redentor Jesuxpto de mill y quinientos y noventa y quatro años. Juan de Villarás [rúbrica] Jerónimo Pérez escribano público y del Cabildo [rúbrica].”[1]

Tras llegar la epístola a manos de Juan Díaz, éste comienza a componer los textos avilistas y a unirlos bajo el título general de Obras del Padre Maestro Juan de Ávila que, debido a su extensión, divide en tres partes.

Por estas fechas, el impresor madrileño Luis Sánchez ultima una reimpresión del Audi, filia. Una vez concluida, comienza a estampar los primeros pliegos de la primera y segunda parte de las esperadas Obras, que ven la luz en 1595 en un solo volumen. Entre tanto, su vecino y análogo Pedro Madrigal compone su máquina impresora para plasmar la tercera parte de la producción espiritual del Maestro Ávila, que aparece en un solo tomo un año después en la villa y corte de Felipe II.

Portada de la obra "Dos Pláticas hechas a sacerdotes", impresa en 1601
Al mismo tiempo que las Obras generales del Padre Ávila se editan conjuntamente en Madrid, también se siguen imprimiendo sus escritos menores de forma independiente en otras ciudades de la vieja Europa. En la afamada imprenta Plantiniana de Amberes se estampa Reglas de bien vivir en versión castellana y francesa.

En aquel fecundo año (1595) de divulgación de los tratados avilistas, ve la luz por vez primera Dos pláticas hechas a sacerdotes, folleto impreso en Córdoba en el taller de Andrés Barrera. Un lustro después, este opúsculo se reimprime en Roma por Esteban Paulino en castellano e italiano. Al año siguiente es el tipógrafo Luys de Paz  quien lo prensa en su taller de Santiago de Compostela. Al mismo tiempo, en Florencia se vuelve a editar el Epistolario espiritual en italiano, siendo estampado por Cosimo Giunti en 1602.

En este periodo Juan Díaz se encontraba en Andalucía, acaso pudiera haberse trasladado hasta Montilla para asistir a los funerales de Juan de Villarás, que fallece el 6 de marzo de 1602[2]. En los sucesivos meses reside en Sevilla, donde prepara la segunda edición general de las Obras, que son impresas en los talleres tipográficos de Bartolomé Gómez y Francisco Pérez en 1603 y 1604 respectivamente. Tras esta edición hispalense, los escritos del Apóstol de Andalucía serán publicados reiteradamente en varios idiomas por toda Europa hasta nuestros días, añadiendo nuevas epístolas y tratados menores que el Maestro Ávila había dirigido a sus discípulos.

Una vez publicadas la mayor y más importante parte de las obras avilistas, la Congregación de Sacerdotes Naturales de Madrid inicia en 1623 el Proceso para la beatificación del Venerable Maestro Ávila. Este será el primer peldaño de un largo y continuo ascenso de siglos, donde las palabras predicadas en los púlpitos andaluces, ya impresas, le conducirán hacia la gloria de los altares y al reconocimiento apostólico de su ascética y docta pluma por parte de la Santa Sede.

NOTAS

[1] ANPM. Escribanías S. XVI. Leg. 41, fols. 1221 y vuelto.
[2] APSM. Abecedario de entierros, s/f. Año, 1602.