viernes, 23 de diciembre de 2011

JUAN DE ÁVILA Y LA EXCELENCIA DE NUESTRO AYUNTAMIENTO


En los documentos y bibliografía podemos encontrar la razón de muchas de las singularidades actuales de nuestra ciudad. La herencia histórica que los montillanos atesoramos a través de los siglos no sólo está materializada en el patrimonio artístico e histórico que hoy disfrutamos. También existe un legado intangible que nos fue concedido en tiempos pretéritos por las autoridades de otras épocas, que ejercían sistemas de gobierno distintos a los actuales. No por ello, hoy día continuamos utilizando estos títulos como derecho propio de ese legado histórico que a través de los tiempos cada comunidad ha venido acopiando en los anales de su particular pasado, y aunque la mayoría de las veces desconozcamos su origen y dimensión, posiblemente sea la nota singular que la caracteriza del resto de sus poblaciones vecinas.

En Montilla tenemos varios ejemplos. Podemos citar, entre otros, el título de Ciudad, otorgado por el monarca Felipe IV el 21 de marzo de  1630, previa solicitud del Cabildo Municipal, o los tratamientos de Muy Noble y Muy Leal, que también posee desde hace siglos. Aunque, en esta ocasión nos vamos a referir a la dignidad de Excelencia que le fue concedida al Ayuntamiento de Montilla a finales del siglo XIX. ¿Por qué es Excelentísima la Corporación Municipal?, ¿cuándo, cómo y quién otorgó esta merced a la ciudad que hoy habitamos?

El título de Excelentísimo lo ostenta el Ayuntamiento montillano desde el día 8 de mayo de 1894, día en que la Reina Regente, María Cristina de Austria, en nombre de su hijo Alfonso XIII firmaba el Real Decreto que le presentaba el Ministro de la Gobernación, Alberto Aguilera y Velasco[1]. Este nombramiento había sido solicitado al Gobierno de la Nación por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Montilla en fechas  anteriores a través de Antonio Aguilar y Correa, Marqués de la Vega de Armijo,  Diputado del Distrito que por entonces era también Presidente del Congreso de los Diputados. 

Aunque la fecha de su concesión no es casual, ya que el Marqués de la Vega de Armijo aceleró la solicitud de los montillanos ante el Ministro de la Gobernación, argumentando la reciente beatificación del Maestro Juan de Ávila, así como las repercusiones que este nombramiento iba a tener sobre Montilla[2], población que lo había acogido durante los últimos años de su vida hasta el 10 de mayo de 1569 día en que fallece, no sin antes haber declarado su deseo de reposar eternamente en el templo jesuita de nuestra ciudad.

La noticia de la concesión Real se difundió a través de la prensa nacional, como reseñaron el día siguiente a la firma del Decreto los periódicos madrileños El imparcial, El Día y La Correspondencia de España, así como también  el barcelonés La Vanguardia.

El 15 de abril de 1894 el Maestro Ávila había sido elevado a los altares por el pontífice León XIII en el Vaticano, para tal ocasión se trasladaron hasta Roma más de siete mil españoles, entre los que había varios montillanos. Tras conocer la noticia, las activas autoridades locales junto con el vecindario crearon una “Comisión Organizadora” el día 22 de abril, que estaba presidida por el arcipreste José de los Ángeles y Salas y el alcalde Miguel Márquez del Real.

La beatificación del Venerable Maestro Juan de Ávila fue celebrada en Montilla entre los días 10 y 12 de mayo de 1894 con gran magnificencia. Durante los días previos a la misma, la Comisión Organizadora se reunía a diario para componer las siete comisiones que se encargaron de preparar el ornato extraordinario de la ciudad, las fiestas religiosas y populares, y el envío de invitaciones y comunicaciones de los festejos a las autoridades religiosas, civiles y militares de Andalucía, y muy especialmente al Duque de Medinaceli y a la Familia Real, que designó por R.O. de 28 de abril como Delegado Regio a Francisco de Alvear y Ward, Conde de la Cortina.

La población fue bellamente adornada bajo la dirección de José Morte Molina, especialmente los lugares avilistas, las fachadas de la iglesia de San Francisco de Asís y la ermita de Ntra. Sra. de la Paz, como también, las calles San Juan de Dios y Corredera, en cuyos extremos se colocaron dos arcos triunfales.

El, ya, Excelentísimo Ayuntamiento se unió, en sesión de 28 de abril de 1894, “a los sentimientos de entusiasmo que se han manifestado en este vecindario”, “sin tener en cuenta sus apuros en el año que acabamos de atravesar, y el estado de sus arcas completamente vacías” acordó destinar doscientas pesetas para limosna de pan para los pobres, cambiar la  nomenclatura de las antiguas calles Tercia, Sotollón, y Torrecilla, por las nuevas rotulaciones de Beato Juan de Ávila, San Francisco Solano y Gran Capitán respectivamente y, asimismo autorizar a la Comisión Organizadora la colocación de una lápida conmemorativa en la casa del Maestro Ávila[3].

Del mismo modo, el Conde de la Cortina, como Delegado Regio, donó durante los días festivos “mil libras de pan a los pobres, ciento veinte y cinco pesetas a cada uno de los conventos de señora Santa Clara, y de señora Santa Ana, tres pesetas a cada uno de los enfermos del Hospital de Beneficencia, y de los acogidos en el Asilo de ancianos de Ntra. Sra. de los Dolores, y por último, una comida el día 10 para los presos de esta cárcel.”[4]

La inauguración y clausura de las fiestas estuvo a cargo del clérigo montillano Miguel Riera de los Ángeles, Arcipreste de la Catedral de Sevilla, con una función religiosa en la Parroquia de Santiago. Fueron tres jornadas festivas en Montilla, donde visitaron los restos de San Juan de Ávila numerosas autoridades de todos los estamentos. Hubo grandes funciones religiosas y procesiones, así como actividades teatrales, literarias, musicales, corridas de toros y  demás animaciones populares en toda la ciudad.

Fueron, tres días inolvidables para aquellos que las vivieron y participaron in situ, como fue el caso de José Morte Molina, que fue el corresponsal de las mismas, enviando noticias de las celebraciones a varios rotativos de tirada nacional, en los que relata el entusiasmo popular que los montillanos habían mostrado con su asistencia a los actos, como también la solemnidad de las funciones religiosas, que a pesar de estar amenazadas por los anarquistas, que habían hecho circular el terror con el aviso de atentado de bomba, se desarrollaron con la normalidad y brillantez que estaban previstas.


También ha llegado hasta nuestros días la memoria que Dámaso Delgado López, cronista de la ciudad, tuvo el acierto de escribir bajo el título: Crónica de los festejos en Montilla por la Beatificación del V. Maestro Juan de Ávila y la Vida del mismo y su Proceso, que fue impresa en el establecimiento tipográfico montillano “El Progreso” y publicada el año siguiente. En sus 148 páginas, Dámaso Delgado incluyó, además de una detallada recopilación de lo acontecido en aquellos días, un estudio preliminar sobre el marquesado de Priego y Montilla, una biografía de Juan de Ávila, un análisis histórico sobre el sepulcro del nuevo Beato y las distintas aperturas que había tenido hasta esa fecha, una síntesis del Proceso del Venerable Maestro además de una traducción del Decreto de Beatificación por León XIII, una relación de los huéspedes más ilustres, y como epílogo, recopila una selección de poesías que durante aquellas fiestas habían recitado los mejores rapsodas la ciudad.

Con ocasión de la Beatificación del Maestro Ávila el nombre de la ciudad de Montilla fue leído y conocido dentro y fuera de nuestras fronteras. Los montillanos de finales del siglo XIX vieron en aquel acontecimiento la oportunidad de dar a conocer su ciudad a los miles de peregrinos que se acercaron hasta el sepulcro del Apóstol de Andalucía a venerar sus reliquias, conocer los lugares avilistas y leer las obras de una de las mejores plumas ascetas y místicas españolas del siglo en el que mejor se ha escrito en el idioma de Cervantes. Ahora, 112 años después, San Juan de Ávila vuelve a ofrecer su nombre, su casa, sus obras, su santidad y su figura histórica y universal a los montillanos del siglo XXI, esperemos que esta ocasión también favorezca la difusión y el desarrollo de la ciudad que guarda celosamente sus restos, sus huellas y su memoria.

NOTAS

[1] Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Correspondencia. Caja 791-A. Exp. 6.
[2] DELGADO LÓPEZ, Dámaso: Crónica de los festejos en Montilla por la Beatificación del V. Maestro Juan de Ávila y la Vida del mismo y su Proceso. Montilla, 1895.
[3] AHMM. Actas Capitulares, 1894. Nº 191, fols. 61 y 62.
[4] DELGADO LÓPEZ. Op. Cit.

martes, 22 de noviembre de 2011

JOSÉ GRACIA BENÍTEZ. Un montillano testigo del infierno de Annual.

El pasado mes de septiembre dedicamos nuestras páginas al malogrado teniente Francisco Gracia Benítez, muerto en Marruecos en el Desastre de Annual. No fue éste el único montillano que participó en aquella adversa campaña militar, donde sucumbieron más de diez mil vidas españolas en apenas unos días de implacable calor africano. Otro paisano nuestro fue José Gracia Benítez, hermano menor de Francisco, que tuvo la fortuna de sobrevivir al infierno de Annual.

Dada la interesante documentación escrita y gráfica que la familia Gracia me ha proporcionado, como anunciamos en la última colaboración, en esta ocasión vamos a dedicar estas páginas a los sucesos vividos por el joven oficial de infantería en Marruecos, dignos, en algunos casos, de las mejores páginas de una novela histórica.

José Gracia Benítez, nace el 3 de marzo de 1897, siendo bautizado cinco días después en la Parroquia de Santiago con el nombre de “José Emérito Celedonio de los Sagrados Corazones” (Lib. 111, f. 374). Desde su infancia toma como modelo a su hermano Francisco, tres años mayor que él, de quien también adopta su vocación castrense. Ya finalizada su formación básica en Montilla, el hijo menor de Francisco Gracia Malagón y Elena Benítez Aguilar-Tablada obtiene plaza en la Academia de Infantería de Toledo el 6 de agosto de 1915, donde ingresa como alumno un mes más tarde. Después de superar los tres cursos de cadete, alcanza el empleo de Alférez en julio de 1918. 

El cadete José Gracia Benítez, en la Academia de Infantería de Toledo
En su primer año de oficial es destinado en el Regimiento de Infantería “Castilla”, con base en Badajoz, y en el Regimiento de Infantería “Segovia”. En agosto de 1919 se integra en el Regimiento de Infantería “África” nº 68, de guarnición en Melilla, ciudad a la que llega el 30 de dicho mes para incorporarse a la 4ª Compañía del 3er Batallón. A partir de entonces, José Gracia Benítez formará parte de distintas columnas que serán organizadas por la Comandancia General de la plaza africana, con el objetivo de ocupar y pacificar el territorio marroquí de protectorado español, en virtud de los acuerdos internacionales rubricados por España.

Según informa su brillante Hoja de Servicios, entre los meses de septiembre de 1920 y julio del año siguiente, el joven oficial de Infantería vive in situ las operaciones militares (toma y control, servicios de seguridad y defensa de convoyes, aguadas,  caminos, ferrocarriles, fortificaciones y avanzadillas) llevadas a cabo en las posesiones de San Juan de las Minas, Ishafen, Nador, Monte Arruit, Arreyen-Lao, Zoco El T'latzal, Segangan, Kandusi, Batel, Hamara, Tamasusin, Karra-Midar, Azru, Tafersit, Dar Drius, Bu Hafera, Axdir, Igueriben e Izumar.
           
Fueron unos meses de jornadas interminables y marchas forzadas, en las que la mayoría de estas plazas fueron ocupadas y pobladas pacíficamente por las tropas españolas, aunque a partir de junio de 1921 comenzó la resistencia de las tribus rifeñas. El día 14 de ese mes José Gracia obtiene su ascenso a Teniente, y dos días después de estrenar la segunda estrella de seis puntas en su uniforme recibe su bautismo de fuego, en una escaramuza protagonizada en la Loma de Árboles los insurgentes marroquíes sorprenden al convoy español, que protegido por la Compañía del oficial montillano en repliegue hacia Izumar, trasladaban a soldados fallecidos y heridos en combate.

Durante la segunda quincena de julio de 1921 se produce el conocido Desastre de Annual, hecho en el que sucumbieron más de diez mil militares y civiles españoles, como ya nos referimos en el trabajo anterior. Oficialmente, el teniente José Gracia Benítez está desaparecido desde el día 22 de julio hasta que el 15 de octubre, fecha en que la Comandancia General de Melilla comunica a su familia que se halla prisionero en una cabila de Axdir. A partir de esta fecha, el teniente montillano inicia una irregular correspondencia con sus familiares y con su paisano el, también, teniente Federico Cabello de Alba Martínez, destinado en Melilla, donde les narra lo acaecido durante los días del Desastre y su posterior cautiverio. Una vez liberado, en febrero de 1923 concede dos entrevistas, a la revista local Montilla Agraria y al periódico provincial Diario de Córdoba.

A través del epistolario inédito, conformado por una treintena de misivas, y las entrevistas publicadas por la prensa, podemos reconstruir la dantesca etapa de que hubo de soportar el teniente José Gracia desde el asedio de Annual y la posterior evacuación hasta llegar a Monte Arruit, así como el sitio y rendición de aquella plaza después de agotar los víveres y el armamento, hecho que desencadenó para los pocos supervivientes de aquella tragedia la prisión y hacinamiento en cabilas durante más de dieciocho meses hasta su rescate.

Aunque, en la mayoría de las cartas el teniente Gracia elude contar los hechos vividos a su familia para restarles sufrimiento, y sólo se limita a comunicar su buen estado de salud y pedir el envío de productos básicos para subsistir, en una extensa carta confidencial dirigida a su hermano Antonio relata el terrible testimonio de los sucesos acontecidos durante las infernales jornadas de julio y agosto en el abrupto territorio del Rif, a las que recuerda con “grandísima impresión y a algunas de las escenas que tengo en mente y no las olvidaré mientras viva”.

El día 22 de julio José Gracia Benítez se encuentra destinado en Annual. La vecina población de Igueriben había caído en manos rifeñas tras cinco días de resistencia, por lo que el mando ordena la evacuación de Annual hasta Dar Drius, lugar más seguro y cercano a Melilla, ante el inminente asedio de la insurgencia liderada por Abd el-Krim. En el transcurso de aquella retirada el acoso de los rifeños sumado a la traición de la policía indígena, convierte el repliegue en una desbandada, que a su vez desemboca en una auténtica carnicería, como lo describe Gracia: “huyeron y en su desenfrenada carrera pasaron por encima de nosotros siendo muchos los que quedaron en el campo atropellados por sus caballos siendo imposible recogerlos ni atender sus desconsoladores gritos al verse heridos y abandonados para caer en manos de los enemigos que los martirizaban horriblemente rematándoles a pedradas, todo eran voces de socorro que nadie atendía por que todos necesitábamos de él, las balas llovían por todas partes y en este horrible drama, le iba llegando la hora todos, únicamente algunos haciendo un supremo esfuerzo seguimos adelante sufriendo más que los que tenían la suerte de que bala les cortase la existencia”.

José Gracia cae herido y es traslado al hospital de Batel, donde obtiene la baja médica y su traslado a Melilla. Pero llega la noticia de la desesperada situación en que se encuentra el destacamento de Monte Arruit y el teniente montillano no lo duda, se suma a una columna al mando del General Felipe Navarro que parte la para la asediada plaza, desestimando su evacuación a Melilla. Durante la marcha, paran en Tistutin donde nuevamente repelen una emboscada de las harcas rebeldes.

El día 23 llegan a Monte Arruit, plaza que resistía gracias a los heroicos episodios que habían escrito, con su sangre, los jinetes del Regimiento de Caballería Alcántara.

Apenas unas horas después de llegar al recinto de Arruit, la plaza era rodeada y atacada por las harcas rifeñas. Los prometidos refuerzos nunca llegaron, y las municiones y aprovisionamientos menguaban conforme pasaban las horas. El agua, salobre, había que conseguirla fuera del parapeto en un arroyo cercano, por la noche se organizaban aguadas que costaban demasiadas bajas, “hasta el punto de que un día salimos tres guerrillas, una de las cuales mandaba yo, y los moros atrincherados en el río nos hizo una serie de descargas de granadas de mano y de fusilería, y de 31 hombres que llevaba sólo me quedé con 10”, escribe Gracia. Era tal sed de los soldados que “algunos, sin poder resistirse, metieron dentro la cabeza y tanto quisieron tomar que luego sin poder levantarse quedaron allí para siempre”.

Los hermanos José y Francisco Gracia Benítez en Melilla

Las tropas españolas sitiadas en Monte Arruit resistieron hasta el 9 de agosto, día en que se agotaron las municiones y los víveres, después de haberse alimentado de la carne de los caballos, mulos y burros. Durante aquellos dieciocho días infernales, donde solían morir más de cincuenta hombres cada jornada, José Gracia fue nuevamente herido en el transcurso de un ataque enemigo, cuando “una granada cayó en la parte que yo estaba y me hirió en una pierna y en la cabeza, mató a tres soldados e hirió a doce más y a todos nos sacaron de entre los escombros pues fue grandísima la cantidad de piedras que nos cayó encima”, entonces fue trasladado a la enfermería, “un barracón bastante amplio, al que llamaban así por tener allí los heridos, pero no existía ningún medicamento y ni siquiera agua para lavar los heridos”.

Así hasta el día 9, fecha en que el General Navarro se ve obligado a negociar la rendición de la plaza. Tras acordar el desarme y el respeto a la vida de los soldados españoles, una vez entregado el armamento las harcas rifeñas –obviando lo pactado– acribillan a la mayoría de la tropa, respetando sólo la vida de algunos de los oficiales, en los que vieron un sustancioso botín a cambio de su liberación.

La resistencia numantina protagonizada por el ejército español en Monte Arruit evitó el avance de las harcas de Abd el-Krim, cuyo objetivo final era la invasión de  Melilla, ciudad que durante aquellos días fue guarnecida con tropas llegadas de Ceuta y la península.

Gracia Benítez fue hecho prisionero y conducido descalzo hasta una cabila, donde permanece 15 días, en los que “me bautizaron poniéndome Mesau y a los tres días me querían casar con una mora”. Tras conocer aquella –cómica– situación, los cabecillas rifeños le trasladan a otra cabila en Axdir, donde pasó su cautiverio en una situación infrahumana soportando todo tipo de vejaciones, hasta que fue liberado junto al resto de españoles el 28 de enero de 1923, previo pago del rescate por parte del Estado Español.

Una vez en la península, llega a Montilla los primeros días de febrero, donde disfruta de varios meses de permiso junto a su familia. Durante ese tiempo, solicita su ingreso en el instituto de la Guardia Civil, que obtiene el 6 de diciembre de ese año, donde desarrollará el resto de su carrera militar. En el plano personal, se desposa con Mª Soledad Naranjo López el 20 de agosto de 1925, de cuyo matrimonio nacen sus ocho hijos: Francisco, Soledad, José María, Elena, Rafael, María de la Cabeza, Amparo y Dolores.

Ostentando ya el empleo de Coronel, pasa a la reserva en 1961. Como aparece en su haber curricular de su Hoja de Servicios, le fueron concedidas: la Medalla Militar de Marruecos con pasador Melilla (1920), la Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo (1921), la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo (1925), la Medalla de sufrimientos por la Patria y la Medalla de la Paz de Marruecos (1928), la Medalla de la Campañas con el pasador de Marruecos (1933), la Cruz de la Orden Militar de San Hermenegildo (1937), la Cruz Roja y Medalla de la Campaña (1940) y la Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo (1944).

José Gracia Benítez fallece el 9 de enero de 1984 en su casa de la calle Puerta de Aguilar, no sin antes haberse labrado en su etapa de empresario la fundación de la Fábrica de Aceites “El Carril” y de las Bodegas “Gracia”, cuyo patio principal está rotulado con su nombre, y donde duermen las soleras del amontillado Montearruit, cuyos cálidos aromas aún evocan el recuerdo de una gesta marginada por la frágil memoria española.

Nota: Agradezco, nuevamente, a Rafael Gracia Naranjo y a Lucía Gracia Madrid-Salvador su ayuda, sin la cual no hubiera sido posible la publicación de este trabajo.

sábado, 24 de septiembre de 2011

MORIR AL PIE DEL CAÑÓN. Breve semblanza de Francisco Gracia Benítez, noventa años después del Desastre de Annual.

El teniente montillano Francisco Gracia Benítez, 1894 - 1921.
Son varias, las generaciones de montillanos que han conocido la principal vía pública de la ciudad bajo la denominación de “Teniente Gracia”. Muchos conocerán el motivo de esta rotulación que mantuvo la calle Corredera durante más de siete décadas en el pasado siglo XX. Este año se cumple el 90 aniversario de la trágica y épica muerte de este montillano en tierras africanas, y aunque fue motivo de varios homenajes póstumos tras la noticia de su óbito, pronto pasó a engrosar la larga lista de paisanos ignorados y olvidados.

Corría el año 1920, cuando las tropas españolas al mando del General Manuel Fernández Silvestre hacían su incursión en el norte de África, ocupando la práctica totalidad del territorio del Rif en apenas catorce meses. Aquella operación militar estaba respaldada por los acuerdos de 1906 firmados en la Conferencia Internacional de Algeciras, y ratificados seis años después mediante un Tratado Hispano-Francés, donde ambos países revalidaron ejercer su protectorado en el norte y sur del territorio marroquí respectivamente, tomando así parte en el panorama político planteado por las potencias mundiales, que convinieron la colonización y reparto del continente africano.

Aquella nueva situación significaba para España una sólida actuación en la abrupta región del Rif, donde debía lograr su definitiva pacificación. Pero la rápida y precipitada incursión militar protagonizada por el General Silvestre iba a tener fatales consecuencias. En los meses de julio y agosto de 1921 varias cabilas rifeñas al mando del cabecilla Abd el-Krim lanzaron un feroz ataque sobre todas las posiciones españolas, que se saldaron con más de diez mil muertes y la pérdida de cuantioso material bélico. Aquel fatal desenlace, que significó uno de los episodios más nefastos de la historia militar española, provocó una profunda crisis política en la nación, que a la postre será recordado como el Desastre de Annual.

En este fatídico episodio se vieron envueltos numerosos jóvenes oficiales y miles de soldados de cuota, que desprovistos de preparación y equipamiento militar adecuado, sucumbieron ante las curtidas y encolerizadas milicias rifeñas. Entre los miles de héroes anónimos caídos en aquella encarnizada batalla se encontraba el teniente Francisco Gracia Benítez.

Hijo de Francisco Gracia Malagón y Elena Benítez Aguilar-Tablada, nace el 29 de abril de 1894 en la casa familiar de la calle Gran Capitán, siendo bautizado tres días después en la Parroquia de Santiago, con los nombres de “Francisco Solano Vidal de los Sagrados Corazones de Jesús y María” (Lib. 110, f. 306). “Paquito”, como era llamado en familia, pasa una tranquila infancia en su tierra natal en la que realiza sus estudios primarios. Su vocación castrense inclina su futuro hacia la carrera militar, lo que le lleva a presentarse a las pruebas de acceso de la Academia del arma de Artillería, cuyos exámenes de ingreso con plaza aprueba el 29 de julio de 1914 en Segovia, obteniendo el número 8 de la promoción. Después de superar los cinco años preceptivos, obtiene la graduación de Oficial y es promovido a Teniente el 13 de julio de 1919.

Aquel mismo año recibe su primer destino en Granada, incorporándose en el Regimiento 4º ligero de Artillería de aquella provincia. En 1920 es destinado a la Comandancia de Artillería de Melilla donde participa en la ocupación del Protectorado español en Marruecos, siendo protagonista de la toma y control de las posesiones de Azib de Midar, Issen-Lazen y, más tarde, en mayo de 1921 de la plaza de Afrau, cerca de Annual, de la que es nombrado Jefe de la tropa permanente en la posición avanzada.

Durante este tiempo la paz parecía lograda, pero a partir de los primeros días de julio de ese año comenzó una inesperada ofensiva de las tribus rifeñas, que contaban con más de veinticinco mil efectivos. A lo largo de la segunda quincena de dicho mes cayeron en manos de las harcas moras las posesiones de Igueriben, Annual, Nador, Zeluán, y Monte Arruit, entre otras, donde sucumbieron millares de soldados españoles, como hemos apuntado antes.

La posición de Afrau, que mandaba Francisco Gracia, comenzó a ser hostigada por las cábilas rifeñas el día 21 de julio. Las noticias de lo sucedido en aquel montañoso paraje africano cercano a la costa de Alhucemas, fueron recopiladas y descritas por los redactores de la revista montillana Oro y Oropel (Año I, nº 8) dedicado a Gracia Benítez. La crónica, narrada con todo tipo de detalles y el fervor patrio de la época, hemos considerado transcribirla literalmente dado su interés histórico:
“El día 23, por la mañana, grandes contingentes moros cercaron la posición intentando penetrar en ella varias veces, pero, merced al valeroso ardimiento del teniente Gracia, el enemigo fue rechazado haciéndole sufrir considerables bajas.
Una avanzadilla de la posición, situada a un kilómetro próximamente de distancia e integrada por unos veinte infantes, se vio acosada e impotente para resistir el violento empuje del enemigo, por lo cual el jefe, viéndola en peligro, ordenó el repliegue de la avanzadilla hacia la posición, protegiendo su retirada con cuatro piezas de artillería que sacaron fuera del parapeto.
Bajo un fuego intenso, logró llegar la avanzadilla a la posición, seguida de cerca por la fuerzas enemigas, que acometían cada vez con más violencia. Los cañones eran retirados hacia la posición con riesgo temerario y bajo una verdadera lluvia de balas.
Ya se habían retirado tres piezas y parecía imposible salvar la última, que estaba fuera del parapeto, más el valeroso teniente, no queriendo dejar caer el cañón en poder del enemigo, se lanzó por él y una bala mora le atravesó el pecho, hiriéndole de muerte… y, agónico ya, decía a sus soldados: “no es nada, no es nada” y siguió arengándolos hasta salvar el cañón, y así murió el valeroso teniente Gracia, siendo su último suspiro para la patria […].
Después de la muerte del teniente don Francisco Gracia, la posición resistió en Afrau hasta el día 27 [de julio], en que recibió orden del Comandante General de Melilla, de retirarse a los barcos de guerra que fueron en su auxilio. […]”

En 1924 las Autoridades ofrecieron a su heróico paisano un gran homenaje.
Los sucesos acaecidos en Marruecos consternan a la sociedad española. Los primeros días de agosto la familia Gracia Benítez recibe la noticia de la muerte de Francisco combatiendo en la defensa de la posición de Afrau. La admirable actitud demostrada por el teniente montillano, le hace ser propuesto por el Comandante General de Melilla para recibir la Cruz Laureada de San Fernando, máxima distinción concedida por el Ejercito Español.

La prensa provincial también se hace eco el día 3 de agosto de aquel memorable episodio. Además, la revista Blanco y Negro, suplemento dominical de ABC, en su edición de 16 de octubre de 1921 publica la fotografía de Francisco Gracia que ilustra este artículo, junto a otros siete oficiales muertos en aquella campaña. El cuerpo sin vida del teniente Gracia Benítez nunca será hallado, a pesar de ello los montillanos celebraron el 8 de agosto unas solemnes y multitudinarias honras fúnebres en memoria de los caídos en África en la Parroquia de Santiago, que habían sido anunciadas en la revista Montilla Agraria.

La Corporación Municipal, presidida en 1924 por el alcalde Francisco Oliva Tejero, en la sesión celebrada el 13 de enero, que contó con la asistencia del Delegado Gubernativo José Fréyre Conradi, acordaba, a petición de éste, homenajear al heroico artillero montillano con la colocación de una lápida en su casa natal de la calle Gran Capitán que recordara su efeméride, y la rotulación de la popular calle Corredera con el nombre de  “Teniente Gracia”, que había sido propuesto con anterioridad por Agustín Jiménez-Castellanos y Alvear.

El cumplimiento de este acuerdo se hizo efectivo en un acto público celebrado el domingo 19 de marzo de aquel mismo año, donde las autoridades civiles y militares de la ciudad, junto con la presencia del Delegado Gubernativo de la provincia, se congregaron para descubrir tres placas de mármol blanco rotulado en negro, dos de ellas colocadas en los extremos de la Corredera, más una tercera, más grande y artística, en el solar nato de Gracia Benítez. Esta última centró el acto de homenaje que Montilla rendía a su valeroso hijo con los discursos del citado Delegado, el Alcalde, el Capitán de la Guardia Civil y de Cristóbal Gracia, hermano del homenajeado.

En 1925 la llamada Guerra de Marruecos tocaba a su fin tras el brillante desembarco de Alhucemas. El éxito de la operación anfibia Hispano-Francesa sobre el Rif consolidó el dominio español en el Protectorado en apenas ocho meses.

La instauración de la segunda República trajo consigo un nuevo gobierno municipal. En las primeras actuaciones de la nueva corporación, de mayoría radical-socialista, se aprobó en la sesión ordinaria del 13 de junio de 1931 el cambio de rotulación de aquellas vías públicas relacionadas con la Monarquía y la Religión Católica “en armonía con el espíritu de los nuevos tiempos” (Ac. Cap. f. 158). En aquella misma sesión, se acordó cambiar el nombre de la calle Teniente Gracia, por otro que designara la nueva Corporación republicana. En la sesión siguiente, celebrada el 20 de junio, el concejal Antonio Villegas Arjona propuso cambiar la denominación de la calle Teniente Gracia y dedicarla al político socialista Jaime Vera. La moción fue desestimada por la presidencia, que era ejercida por el primer teniente de alcalde, Santiago Navarro Alcaide, argumentando su disconformidad por ser Gracia Benítez un montillano “cuya memoria debía perpetuarse” (Ibíd. f. 162).

Frustrado el intento de retirar la designación de “Teniente Gracia” a la Corredera en 1931 la calle continuó llamándose igual hasta 1979. Con la llegada de la primera corporación constitucional, de mayoría comunista y presidida por José Luque Naranjo, se retira la rotulación de “Teniente Gracia” a la calle Corredera, que recupera su denominación primitiva. En este acuerdo, tomado en la sesión ordinaria de 24 de agosto, se argumenta la retirada de los nombres políticos de las calles y la recuperación de su denominación original y popular. El único de los treinta nombres cambiados que no era “de significado político” ni tenía vinculación alguna con la Guerra Civil y el posterior Régimen Franquista, fue el del Teniente Gracia.

¿Confusión, ignorancia, oportunismo? El caso es que ningún miembro de la Corporación intervino para aclarar aquella omisión que hizo desaparecer la memoria y homenaje póstumo que el pueblo montillano tributó a Francisco Gracia Benítez en 1924.

Lápida conmemorativa que fue colocada en su casa natal, calle Gran Capitán actual nº 23.

Aunque su casa natal tampoco se conserva aún sobrevive a los avatares de la desmemoria colocada en el nuevo edificio construido sobre aquel solar la placa que recuerda la heroica acción que cortó la vida de aquel joven teniente de 27 años, hace ahora nueve décadas y un posterior olvido.

Pero, no sólo este montillano protagonizó gestas dignas de mención en la Guerra del Rif. Su hermano, José Gracia Benítez, corrió mejor suerte y salvó la vida. Fue hecho prisionero y tras soportar un penoso cautiverio de dieciocho meses es repatriado a la península. A su aventura africana dedicaremos próximamente otro trabajo, gracias a la documentación que me facilitado su hijo Rafael Gracia Naranjo.

viernes, 12 de agosto de 2011

MONTILLA, CIUDAD AVILISTA

Retrato anónimo del Maestro Juan de Ávila
Todo personaje en la historia está identificado con aquel de los lugares donde acontece alguno de los episodios más importantes de su vida. Hay quienes se aferran a la cuna familiar, como también los que son recordados en la ciudad donde desarrollaron sus artes o dejaron los mejores frutos de su producción vital y, del mismo modo, los que están íntimamente unidos a la tierra que los albergó en su retiro y los abrazó en su muerte.

En la conjunción de las dos últimas opciones expuestas, podemos ubicar la dilecta relación de San Juan de Ávila con Montilla. Aquella villa de la diócesis de Córdoba,  repoblada tras la reconquista por colonos llegados principalmente de los reinos de Castilla, León y Navarra, que durante el siglo XVI experimentó un inusitado crecimiento demográfico y cultural bajo el gobierno de Catalina Fernández de Córdoba (1517 – 1569), en el que San Juan de Ávila tiene un papel trascendental, como consejero de la segunda Marquesa de Priego.

En 1535 el presbítero de Almodóvar del Campo se incardina en el Obispado de Córdoba. Hasta ese año, Juan de Ávila ha estudiado Leyes y Teología en las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares respectivamente, urbes intelectuales donde toma contacto con las corrientes reformistas del clero español, que pretenden actualizar el obsoleto modelo eclesiástico medieval. Uno de los defensores de esta alternativa es Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla en 1526, que troca los deseos de Juan de Ávila de pasar a Nueva España y le invita a desplegar el ministerio apostólico y propósito reformador en Andalucía.

Este cambio de rumbo abre una nueva etapa para Juan de Ávila, que predica por las poblaciones de la diócesis hispalense con gran fervor y éxito, hasta tal punto que sus fervientes pláticas despiertan las envidias de algunos de sus coetáneos, que lo denuncian ante el Tribunal de la Inquisición. Procesado y absuelto, durante sus dos años de cautiverio descubre sus aptitudes literarias en la redacción del Audi Filia, uno de los tratados espirituales, dirigido a la vida religiosa, más influyente de la ascética española del Siglo de Oro.

Viajero impenitente, la fama se apodera de su persona y comienza a ser llamado por el pueblo Apóstol de Andalucía. Catequiza sin desmayo por multitud de poblaciones, reside temporalmente en Granada, donde alterna sus estudios superiores de Teología con las exhortaciones públicas, tales como las que escucharon y convirtieron a la vida religiosa al librero Juan de Dios y al noble Francisco de Borja, que a la postre serán canonizados.

Como resultado de su intensa e itinerante labor apostólica por los más recónditos pueblos andaluces emprende un gran proyecto educativo, ayudado de sus discípulos y mecenas. Crea una escuela sacerdotal en Córdoba, como también tres colegios clericales en Granada, Evora, y la ciudad califal. Igualmente, funda una quincena de colegios, tres de estudios superiores, en Baeza, Jerez y Córdoba, y once de primeras letras, en Sevilla, Écija, Beas, Úbeda, Huelma, Cazorla, Andújar, Priego, Jerez, Cádiz y Alcalá de Henares. Hombre de espíritu renacentista, inventa una serie de máquinas hidromecánicas –que patenta ante notario– con las que pretende obtener beneficios económicos para el mantenimiento de sus colegios.

En 1548 tiene sus primeros contactos con la Compañía de Jesús, orden religiosa fundada catorce años antes, que se encuentra en plena expansión con un proyecto misional y modelo pedagógico reformador, de características similares al emprendido por Juan de Ávila en Andalucía. A partir de entonces nace un fuerte vínculo espiritual con los jesuitas, a los cuales quedará unido emocionalmente, hasta tal punto que les entregará sin reservas todos sus centros educativos.

Aliviado ya de sus peregrinajes andaluces, es llamado por los Condes de Feria, para quienes ejerce de director espiritual y consejero, acompañándoles temporalmente por Córdoba, Montilla, Zafra, Constantina y Priego, y coincidiendo con el místico dominico fray Luis de Granada, con el que traba una gran amistad.

En 1552 se sucede la repentina muerte del conde de Feria, Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, hijo de la marquesa de Priego, hecho que vuelve a tornar el destino de Juan de Ávila. Tras permanecer unos meses en Córdoba, se traslada a Montilla donde ubica su definitiva residencia hasta su óbito, acaecido el 10 de mayo de 1569.

Pero antes del fin de sus días, Juan de Ávila vive una etapa de madurez, sosiego y retiro en la tranquila villa de Montilla. Cerca de palacio, en una recoleta casa cedida por la marquesa de Priego, el Padre Maestro encuentra la paz y la luz idóneas para corregir sus escritos de juventud, redactar los Memoriales para el Concilio ecuménico de Trento, y las Advertencias a los diocesanos de Toledo y Granada, como también las Pláticas para los sínodos de Córdoba. Son años de abundante producción literaria, en los que escribe los Comentarios Bíblicos, los Tratados del Amor de Dios y Sobre el sacerdocio, junto a casi un centenar Sermones y otros escritos menores, sin olvidar la traducción de la Imitación de Cristo.

Rúbrica del Maestro Juan de Ávila
Entretanto, recibe innumerables visitantes de todos los estamentos y lugares, que peregrinan hasta su morada montillana en busca de confesión o consejo, a la par que mantiene correspondencia con los personajes más notables de la mística y ascética española: Ignacio de Loyola, Pedro de Alcántara, Francisco de Borja, Juan de Rivera, Juan de la Cruz, Juan de Dios, Leopoldo de Austria, Pedro Guerrero, o la misma Teresa de Jesús, a la que corrige su autobiografía a solicitud de la propia santa, llegando a conformar un corpus epistolar –conocido hasta la fecha– superior a las doscientas sesenta cartas.

El asesoramiento que el Maestro Juan de Ávila ejerce sobre la Casa de Priego se ve refrendado en la dirección espiritual de la condesa viuda de Feria, Ana de la Cruz Ponce de León, que toma el hábito de Santa Clara e ingresa en el convento montillano. Incide favorablemente en las fundaciones de los colegios jesuitas de Córdoba y Montilla, en cuyas aulas de ésta última imparte docencia a los alumnos. En 1560 se bendice el nuevo templo de la Compañía, situado en la calle Corredera, cuya homilía panegiriza el Apóstol de Andalucía. Del mismo modo, asiste al resto las iglesias montillanas, especialmente a la conventual de Santa Clara y a la parroquial de Santiago, donde asiduamente confiesa y predica.

Una y otra vez rechaza las ofertas que le llegan para cambiar su residencia montillana, con sugerentes ofertas de mitras y capelos, pretextando su frágil salud y longevidad. Su última voluntad es reposar eternamente en la iglesia jesuita de la Encarnación, para lo que la marquesa de Priego, patrona de todos los templos montillanos, le cede el lugar reservado para su linaje, el colateral de Evangelio de la capilla mayor del desaparecido templo.

A partir de entonces, Montilla se convertirá en el epicentro avilista. Lugar de peregrinación, donde pasó los últimos quince años de su vida; relicario de su cuerpo,  visitado por todos aquellos que han quedado cautivados de su virtuosa vida y obra; archivo y biblioteca de sus escritos, conservados por los jesuitas hasta su expulsión; museo de sus recuerdos y objetos personales, entre los que predomina su austera casa, que gracias al trabajo callado de tantas generaciones ha llegado hasta nuestros días.
 
Casa del Maestro Juan de Ávila y ermita de Ntra. Sra. de la Paz, h. 1927
Como último dato –estadístico– de la dimensión que tuvo la dilecta relación de San Juan de Ávila con Montilla, utilizaremos la reciente edición del Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila (Biblioteca de Autores Cristianos, 2006). En ella se publican todas las declaraciones tomadas a los testigos que conocieron directa o indirectamente al Apóstol de Andalucía. Los interrogatorios se llevaron a cabo en Madrid, Almodóvar del Campo, Córdoba, Granada, Montilla, Jaén, Baeza y Andújar, entre los años 1623 – 1628, y han quedado recopilados en 918 páginas, de las cuales 352 corresponden sólo a los testimonios tomados en nuestra ciudad.

Todo lo reseñado refrenda a Montilla para que bien pueda ostentar el honorífico título de “Ciudad Avilista”. Aquella tranquila villa del siglo XVI acogió en su seno al Maestro Juan de Ávila, le ofreció la luz y la paz necesarias para que interpretara la sabiduría que guardan las Sagradas Escrituras, y los textos de San Pablo, San Agustín, San Bernardo, o Santo Tomás, entre otros, escritos que serían plasmados en centenares de pliegos llegados hasta nosotros impresos. Desde su publicación, sus eruditas obras vienen influyendo en la sociedad cristiana que lo elevó a la santidad y ha encaminado a la pronta y esperada declaración por parte de la Santa Sede como Doctor de la Iglesia Universal.

sábado, 23 de julio de 2011

ANA XIMÉNEZ, LA HIDALGA

Muchos son los trabajos biográficos dedicados a la excelsa figura de San Francisco Solano. En algunos de ellos, encontramos interesantes noticias sobre su ascendencia, y aunque históricamente los investigadores se han dejado llevar por la vía paterna del patrono de Montilla, de la que hereda el apellido por el que será universalmente conocido, nosotros queremos dedicar este breve apunte biográfico a la mujer que engendró en su vientre al “mejor de los montillanos”.

La ascendencia de Ana Ximénez Hidalgo se hunde en las raíces de los primeros pobladores de Montilla. Si partimos de la base predominante en la historiografía actual, que sitúa la repoblación del casco urbano alrededor de la fortaleza en la mitad del siglo XIV, las primeras noticias fehacientes se localizan a partir de esos años. Buena muestra de ello da Manuel Nieto Cumplido en su Aproximación a la historia de Montilla en los siglos XIV y XV, ponencia pronunciada en las primeras Jornadas de Historia de Montilla (1982), donde el canónigo cordobés presenta una relación de documentos fundamentales para conocer los primeros años de vida de la actual Montilla. 

Pila bautismal de la Parroquia de Santiago
De este riguroso trabajo de investigación, podemos extraer varios datos que revelan la presencia del apellido Ximénez entre los primeros vecinos de la villa. Testimonio de ello, lo encontramos en un pleito de 1352, que trata sobre las actuaciones de deslinde del término municipal, y entre los montillanos responsables aparece Juan Ximénez, como Alguacil de la Villa. En la centuria posterior, sobre la primera noticia conocida de la existencia de la iglesia parroquial de Santiago, fechada en 1437, aparece ocupando el cargo de sacristán de la misma, Gonzalo Ximénez, hijo de García Ximénez. Asimismo, en otro pleito interpuesto por el obispado de Córdoba en 1453, donde el clero reclama el pago del diezmo a varios montillanos que labraban ciertas fincas rústicas de propiedad eclesiástica, entre ellos hallamos a un labriego llamado Antón Ximénez. Valorando estos datos, cabe la probabilidad de que Ana Ximénez proceda de la estirpe de alguno de estos vecinos de la Montiella medieval. La madre de San Francisco Solano nace en 1519, fruto del matrimonio formado entre Gonzalo Ximénez Hidalgo e Inés Gómez de Varea, vecinos de la calle Guillén de Fuentes, que también tuvieron por hijos a Gonzalo, Antón, Pedro, Bartolomé, Leonor, los cuales utilizaron los mismos apellidos del padre, y Juana Martín.

Del padre, hay constancia documental sobre su hacendada progenie familiar de cristianos viejos, lo que le permite manifestar públicamente su condición de Hijodalgo y Caballero de Premia. Esta situación social le posibilita acceder al gobierno municipal de la villa en 1533, y a la mayordomía de la insigne cofradía de los Caballeros Cuantiosos, cuyo titular es el apóstol Santiago.

Su condición de hacendado se evidencia en la posesión de varias fincas rústicas en el cerro y cañada del Mimbre. Como hombre religioso, próximo a su fallecimiento otorga sus últimas voluntades en febrero de 1546, donde establece tres Memorias perpetuas de misas por su ánima, la de su mujer Inés Gómez y la de su hija Juana, que muere doncella, las cuales dota económicamente con el producto de un olivar de seis celemines que tenía en la parte de la Huerta Nueva, en el pago del cerro del Mimbre, y cuyo cumplimiento recae sobre sus hijos y descendientes varones.

Su hija, Ana Ximénez Hidalgo se desposa en noviembre de 1538 con Mateo Sánchez Solano, hijo del médico Francisco Sánchez Solano y Mencía Pérez Navarro. El día 17 de dicho mes, los contrayentes rubrican ante escribano público la dote y arras matrimoniales, que suman la cantidad de 45.000 maravedís. El nuevo matrimonio se instala en la conocida calle del Sotollón, en una casa principal compuesta por un cuerpo de palacio y portal de alta y baja planta con sus cámaras, un amplio patio con pozo, que daba entrada y servidumbre a la cocina, al corral, al lagar y a la bodega. 

Ana pronto comenzó a dar retoños a la familia, entre 1540 y 1545 es probable que diera a luz a sus hijos, Diego Ximénez Solano e Inés Gómez de Varea y cuatro años más tarde nacerá Francisco, que es bautizado por el presbítero Hernando Alonso, el domingo 10 de marzo de 1549, en la parroquial de Santiago, siendo apadrinado por Marcos García Panadero y su segunda esposa Leonor López de Madrid, y Gonzalo Ximénez Maqueda junto con su mujer María Sánchez. 

Los padrinos tenían parentesco en común, e incluso eran vecinos del nuevo barrio del Sotollón, que por esas fechas se creaba entre los solares aledaños al camino de Lucena. Gonzalo Ximénez –deudo de Ana– había comprado el 5 de mayo de 1539, a Juan Ruiz de Aguilar, la casa de su residencia, colindante a la de Mateo Sánchez. La relación de amistad se deja entrever en varios documentos de la época, cuando Maqueda dispone sus últimas voluntades, cosa que hace dos veces, a finales de 1552 y a mediados del año siguiente, en ambas ocasiones nombra entre sus albaceas a Mateo Sánchez Solano.

Mateo Sánchez y Ana Ximénez son propietarios de varias hazas y majuelos heredados en distintos puntos del término municipal, que con el paso de los años van permutando a la par que adquieren terrenos en una misma zona, que consiguen centralizar en el pago de Huelma. Muestra de ello, existen varias actas notariales, como la otorgada días antes del alumbramiento de Francisco, el 4 de febrero de 1549, en que Mateo y Ana comparecen en las escribanías de Juan Rodríguez junto con el clérigo Francisco Fernández, que les entrega en préstamo diez mil maravedíes al 10% anual, abalado por los productos de una parte de la huerta de las Minas. Igualmente, en 1552 venden a censo redimible siete fanegas y media de tierra, que poseen en la cañada de Antón Sánchez, en el pago del Prado, en tres partes iguales a varios vecinos de Montilla y Espejo.

Con el correr del tiempo la familia Sánchez Ximénez prospera social y económicamente, fruto del trabajo, el esfuerzo y las relaciones públicas de ambos cónyuges. Mateo Sánchez compatibiliza las labores agrícolas con el cargo de Alcalde Ordinario de la Villa, para el que es elegido en dos ocasiones, en 1562 y 1571. Por su parte, Ana Ximénez es llamada por la III marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba, para que se ocupara de la educación de su primogénito, Pedro, que nace en Montilla el último día de 1563, y que a la postre será el IV marqués de Priego y I de Montalbán.

Desaparecido caserío de la Huerta de las Minas, propiedad familiar de Mateo Sánchez Solano.

Son años prósperos para la familia, en los que hemos encontrado varios asientos que nos revelan la posesión de otra vivienda en Montilla, situada en la calle del Peso de la Harina, adyacente a la actual plazuela de la Inmaculada. De ello, nos dan cuenta dos contratos de alquiler de la misma otorgados en 1560 y 1564.

Mateo Sánchez fallece el 24 de diciembre de 1579 y redacta sus últimas voluntades el 2 de mayo de ese año. Entre las cláusulas testamentarias, distribuye los bienes familiares a tres partes iguales entre su esposa, a la que restituye la cuantía de la dote matrimonial, y sus hijos Diego e Inés, sus legítimos herederos. 

Como era costumbre en la época, la viuda otorgó testamento poco después de heredar, cosa que hizo el 9 de octubre de 1580. La lectura de esta escritura denota la cercana presencia de fray Francisco Solano, que reside en Montilla durante los dos años postreros a la muerte de su padre, como también la esperanza que Ana Ximénez mantiene en que sea definitiva su estancia en el monasterio de San Lorenzo, ya que la madre manifiesta su voluntad de ser enterrada en dicho convento revestida con la estameña franciscana y, además, entre sus herederos incluye a su hijo pequeño, cuya cláusula extraemos literalmente de dicho testamento: “mando que los hayan y hereden y partan por iguales partes Inés Gómez mujer de Alonso López Nieto y Diego Ximénez y Fray Francisco Solano de la horden de San Francisco a los quales dejo e instituyo por mis legítimos y universales herederos de dicho remanente como tales mis hijos e hija legítimos”.

Fray Francisco Solano se traslada al convento de San Francisco del Monte en 1583, para ocupar la vicaría y cátedra del noviciado. Unos meses antes de la partida del santo fraile, su hermana Inés, casada con Alonso López Nieto, le agracia con la protección espiritual del cuarto de sus hijos, al que bautiza con el nombre de Francisco.

Ya en ausencia del hijo menor, Ana Ximénez vuelve a testar el 17 de julio de 1584. Modifica varias estipulaciones, manifiesta su deseo de ser sepultada junto a sus padres en la parroquial de Santiago, y designa como herederos sólo a sus hijos Diego e Inés, a la que mejora por estar a su cuidado.
A finales de 1588, Ana Ximénez, afectada ya por la ceguera, recibe la visita de su hijo fray Francisco Solano, que vuelve a Montilla para despedirse de su madre, familia y conocidos, ya que unos meses después embarcará para el Nuevo Mundo.

Ana Ximénez sobrevive a su hijo Diego, que muere el 23 de abril de 1596. Esta situación le obliga nuevamente a modificar su testamentaría, para ello comparece el 9 de octubre de 1597 ante la escribanía de Alonso Alviz de la Cruz y otorgar así su “última y determinada voluntad”, donde reitera su deseo de ser enterrada “en la iglesia mayor desta villa en la sepultura de mis padres y mi entierro sea solemne de misa y vigilia”, e igualmente mejora a su hija Inés “el tercio y quinto del remanente de todos mis bienes derechos y acciones lo cual le mando por el amor y buena voluntad que le tengo en la mejor vía y forma de derecho”. A la hora de nombrar sus herederos, cita a todos los hijos vivos de Diego y a Inés. Apenas dos meses más seguirá latiendo el corazón de Ana, que expira el 19 de diciembre de ese año, a los 78 años de edad.

Su nombre ha quedado inmortalizado en varios lugares públicos de nuestra ciudad, el Excmo. Ayuntamiento de Montilla le dedicó una calle en el nuevo barrio de la Casas Nuevas, hacia 1945, y el centro de educación infantil ubicado en la Ronda de Curtidores, construido sobre 1975. Además, el nombre de la madre de San Francisco Solano titula la Asociación local de Amas de Casa, que decidió adoptarle en 1996.

NOTA: La bibliografía utilizada y las noticias históricas reseñadas en este artículo han sido extraídas de la comunicación presentada el pasado año en el XVI Curso de Franciscanismo celebrado en Montilla, bajo el título: Una visión de la familia de San Francisco Solano a través de los archivos montillanos, cuyas Actas serán publicadas próximamente por la Asociación Hispánica de Estudios Franciscanos.