sábado, 24 de septiembre de 2011

MORIR AL PIE DEL CAÑÓN. Breve semblanza de Francisco Gracia Benítez, noventa años después del Desastre de Annual.

El teniente montillano Francisco Gracia Benítez, 1894 - 1921.
Son varias, las generaciones de montillanos que han conocido la principal vía pública de la ciudad bajo la denominación de “Teniente Gracia”. Muchos conocerán el motivo de esta rotulación que mantuvo la calle Corredera durante más de siete décadas en el pasado siglo XX. Este año se cumple el 90 aniversario de la trágica y épica muerte de este montillano en tierras africanas, y aunque fue motivo de varios homenajes póstumos tras la noticia de su óbito, pronto pasó a engrosar la larga lista de paisanos ignorados y olvidados.

Corría el año 1920, cuando las tropas españolas al mando del General Manuel Fernández Silvestre hacían su incursión en el norte de África, ocupando la práctica totalidad del territorio del Rif en apenas catorce meses. Aquella operación militar estaba respaldada por los acuerdos de 1906 firmados en la Conferencia Internacional de Algeciras, y ratificados seis años después mediante un Tratado Hispano-Francés, donde ambos países revalidaron ejercer su protectorado en el norte y sur del territorio marroquí respectivamente, tomando así parte en el panorama político planteado por las potencias mundiales, que convinieron la colonización y reparto del continente africano.

Aquella nueva situación significaba para España una sólida actuación en la abrupta región del Rif, donde debía lograr su definitiva pacificación. Pero la rápida y precipitada incursión militar protagonizada por el General Silvestre iba a tener fatales consecuencias. En los meses de julio y agosto de 1921 varias cabilas rifeñas al mando del cabecilla Abd el-Krim lanzaron un feroz ataque sobre todas las posiciones españolas, que se saldaron con más de diez mil muertes y la pérdida de cuantioso material bélico. Aquel fatal desenlace, que significó uno de los episodios más nefastos de la historia militar española, provocó una profunda crisis política en la nación, que a la postre será recordado como el Desastre de Annual.

En este fatídico episodio se vieron envueltos numerosos jóvenes oficiales y miles de soldados de cuota, que desprovistos de preparación y equipamiento militar adecuado, sucumbieron ante las curtidas y encolerizadas milicias rifeñas. Entre los miles de héroes anónimos caídos en aquella encarnizada batalla se encontraba el teniente Francisco Gracia Benítez.

Hijo de Francisco Gracia Malagón y Elena Benítez Aguilar-Tablada, nace el 29 de abril de 1894 en la casa familiar de la calle Gran Capitán, siendo bautizado tres días después en la Parroquia de Santiago, con los nombres de “Francisco Solano Vidal de los Sagrados Corazones de Jesús y María” (Lib. 110, f. 306). “Paquito”, como era llamado en familia, pasa una tranquila infancia en su tierra natal en la que realiza sus estudios primarios. Su vocación castrense inclina su futuro hacia la carrera militar, lo que le lleva a presentarse a las pruebas de acceso de la Academia del arma de Artillería, cuyos exámenes de ingreso con plaza aprueba el 29 de julio de 1914 en Segovia, obteniendo el número 8 de la promoción. Después de superar los cinco años preceptivos, obtiene la graduación de Oficial y es promovido a Teniente el 13 de julio de 1919.

Aquel mismo año recibe su primer destino en Granada, incorporándose en el Regimiento 4º ligero de Artillería de aquella provincia. En 1920 es destinado a la Comandancia de Artillería de Melilla donde participa en la ocupación del Protectorado español en Marruecos, siendo protagonista de la toma y control de las posesiones de Azib de Midar, Issen-Lazen y, más tarde, en mayo de 1921 de la plaza de Afrau, cerca de Annual, de la que es nombrado Jefe de la tropa permanente en la posición avanzada.

Durante este tiempo la paz parecía lograda, pero a partir de los primeros días de julio de ese año comenzó una inesperada ofensiva de las tribus rifeñas, que contaban con más de veinticinco mil efectivos. A lo largo de la segunda quincena de dicho mes cayeron en manos de las harcas moras las posesiones de Igueriben, Annual, Nador, Zeluán, y Monte Arruit, entre otras, donde sucumbieron millares de soldados españoles, como hemos apuntado antes.

La posición de Afrau, que mandaba Francisco Gracia, comenzó a ser hostigada por las cábilas rifeñas el día 21 de julio. Las noticias de lo sucedido en aquel montañoso paraje africano cercano a la costa de Alhucemas, fueron recopiladas y descritas por los redactores de la revista montillana Oro y Oropel (Año I, nº 8) dedicado a Gracia Benítez. La crónica, narrada con todo tipo de detalles y el fervor patrio de la época, hemos considerado transcribirla literalmente dado su interés histórico:
“El día 23, por la mañana, grandes contingentes moros cercaron la posición intentando penetrar en ella varias veces, pero, merced al valeroso ardimiento del teniente Gracia, el enemigo fue rechazado haciéndole sufrir considerables bajas.
Una avanzadilla de la posición, situada a un kilómetro próximamente de distancia e integrada por unos veinte infantes, se vio acosada e impotente para resistir el violento empuje del enemigo, por lo cual el jefe, viéndola en peligro, ordenó el repliegue de la avanzadilla hacia la posición, protegiendo su retirada con cuatro piezas de artillería que sacaron fuera del parapeto.
Bajo un fuego intenso, logró llegar la avanzadilla a la posición, seguida de cerca por la fuerzas enemigas, que acometían cada vez con más violencia. Los cañones eran retirados hacia la posición con riesgo temerario y bajo una verdadera lluvia de balas.
Ya se habían retirado tres piezas y parecía imposible salvar la última, que estaba fuera del parapeto, más el valeroso teniente, no queriendo dejar caer el cañón en poder del enemigo, se lanzó por él y una bala mora le atravesó el pecho, hiriéndole de muerte… y, agónico ya, decía a sus soldados: “no es nada, no es nada” y siguió arengándolos hasta salvar el cañón, y así murió el valeroso teniente Gracia, siendo su último suspiro para la patria […].
Después de la muerte del teniente don Francisco Gracia, la posición resistió en Afrau hasta el día 27 [de julio], en que recibió orden del Comandante General de Melilla, de retirarse a los barcos de guerra que fueron en su auxilio. […]”

En 1924 las Autoridades ofrecieron a su heróico paisano un gran homenaje.
Los sucesos acaecidos en Marruecos consternan a la sociedad española. Los primeros días de agosto la familia Gracia Benítez recibe la noticia de la muerte de Francisco combatiendo en la defensa de la posición de Afrau. La admirable actitud demostrada por el teniente montillano, le hace ser propuesto por el Comandante General de Melilla para recibir la Cruz Laureada de San Fernando, máxima distinción concedida por el Ejercito Español.

La prensa provincial también se hace eco el día 3 de agosto de aquel memorable episodio. Además, la revista Blanco y Negro, suplemento dominical de ABC, en su edición de 16 de octubre de 1921 publica la fotografía de Francisco Gracia que ilustra este artículo, junto a otros siete oficiales muertos en aquella campaña. El cuerpo sin vida del teniente Gracia Benítez nunca será hallado, a pesar de ello los montillanos celebraron el 8 de agosto unas solemnes y multitudinarias honras fúnebres en memoria de los caídos en África en la Parroquia de Santiago, que habían sido anunciadas en la revista Montilla Agraria.

La Corporación Municipal, presidida en 1924 por el alcalde Francisco Oliva Tejero, en la sesión celebrada el 13 de enero, que contó con la asistencia del Delegado Gubernativo José Fréyre Conradi, acordaba, a petición de éste, homenajear al heroico artillero montillano con la colocación de una lápida en su casa natal de la calle Gran Capitán que recordara su efeméride, y la rotulación de la popular calle Corredera con el nombre de  “Teniente Gracia”, que había sido propuesto con anterioridad por Agustín Jiménez-Castellanos y Alvear.

El cumplimiento de este acuerdo se hizo efectivo en un acto público celebrado el domingo 19 de marzo de aquel mismo año, donde las autoridades civiles y militares de la ciudad, junto con la presencia del Delegado Gubernativo de la provincia, se congregaron para descubrir tres placas de mármol blanco rotulado en negro, dos de ellas colocadas en los extremos de la Corredera, más una tercera, más grande y artística, en el solar nato de Gracia Benítez. Esta última centró el acto de homenaje que Montilla rendía a su valeroso hijo con los discursos del citado Delegado, el Alcalde, el Capitán de la Guardia Civil y de Cristóbal Gracia, hermano del homenajeado.

En 1925 la llamada Guerra de Marruecos tocaba a su fin tras el brillante desembarco de Alhucemas. El éxito de la operación anfibia Hispano-Francesa sobre el Rif consolidó el dominio español en el Protectorado en apenas ocho meses.

La instauración de la segunda República trajo consigo un nuevo gobierno municipal. En las primeras actuaciones de la nueva corporación, de mayoría radical-socialista, se aprobó en la sesión ordinaria del 13 de junio de 1931 el cambio de rotulación de aquellas vías públicas relacionadas con la Monarquía y la Religión Católica “en armonía con el espíritu de los nuevos tiempos” (Ac. Cap. f. 158). En aquella misma sesión, se acordó cambiar el nombre de la calle Teniente Gracia, por otro que designara la nueva Corporación republicana. En la sesión siguiente, celebrada el 20 de junio, el concejal Antonio Villegas Arjona propuso cambiar la denominación de la calle Teniente Gracia y dedicarla al político socialista Jaime Vera. La moción fue desestimada por la presidencia, que era ejercida por el primer teniente de alcalde, Santiago Navarro Alcaide, argumentando su disconformidad por ser Gracia Benítez un montillano “cuya memoria debía perpetuarse” (Ibíd. f. 162).

Frustrado el intento de retirar la designación de “Teniente Gracia” a la Corredera en 1931 la calle continuó llamándose igual hasta 1979. Con la llegada de la primera corporación constitucional, de mayoría comunista y presidida por José Luque Naranjo, se retira la rotulación de “Teniente Gracia” a la calle Corredera, que recupera su denominación primitiva. En este acuerdo, tomado en la sesión ordinaria de 24 de agosto, se argumenta la retirada de los nombres políticos de las calles y la recuperación de su denominación original y popular. El único de los treinta nombres cambiados que no era “de significado político” ni tenía vinculación alguna con la Guerra Civil y el posterior Régimen Franquista, fue el del Teniente Gracia.

¿Confusión, ignorancia, oportunismo? El caso es que ningún miembro de la Corporación intervino para aclarar aquella omisión que hizo desaparecer la memoria y homenaje póstumo que el pueblo montillano tributó a Francisco Gracia Benítez en 1924.

Lápida conmemorativa que fue colocada en su casa natal, calle Gran Capitán actual nº 23.

Aunque su casa natal tampoco se conserva aún sobrevive a los avatares de la desmemoria colocada en el nuevo edificio construido sobre aquel solar la placa que recuerda la heroica acción que cortó la vida de aquel joven teniente de 27 años, hace ahora nueve décadas y un posterior olvido.

Pero, no sólo este montillano protagonizó gestas dignas de mención en la Guerra del Rif. Su hermano, José Gracia Benítez, corrió mejor suerte y salvó la vida. Fue hecho prisionero y tras soportar un penoso cautiverio de dieciocho meses es repatriado a la península. A su aventura africana dedicaremos próximamente otro trabajo, gracias a la documentación que me facilitado su hijo Rafael Gracia Naranjo.

viernes, 12 de agosto de 2011

MONTILLA, CIUDAD AVILISTA

Retrato anónimo del Maestro Juan de Ávila
Todo personaje en la historia está identificado con aquel de los lugares donde acontece alguno de los episodios más importantes de su vida. Hay quienes se aferran a la cuna familiar, como también los que son recordados en la ciudad donde desarrollaron sus artes o dejaron los mejores frutos de su producción vital y, del mismo modo, los que están íntimamente unidos a la tierra que los albergó en su retiro y los abrazó en su muerte.

En la conjunción de las dos últimas opciones expuestas, podemos ubicar la dilecta relación de San Juan de Ávila con Montilla. Aquella villa de la diócesis de Córdoba,  repoblada tras la reconquista por colonos llegados principalmente de los reinos de Castilla, León y Navarra, que durante el siglo XVI experimentó un inusitado crecimiento demográfico y cultural bajo el gobierno de Catalina Fernández de Córdoba (1517 – 1569), en el que San Juan de Ávila tiene un papel trascendental, como consejero de la segunda Marquesa de Priego.

En 1535 el presbítero de Almodóvar del Campo se incardina en el Obispado de Córdoba. Hasta ese año, Juan de Ávila ha estudiado Leyes y Teología en las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares respectivamente, urbes intelectuales donde toma contacto con las corrientes reformistas del clero español, que pretenden actualizar el obsoleto modelo eclesiástico medieval. Uno de los defensores de esta alternativa es Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla en 1526, que troca los deseos de Juan de Ávila de pasar a Nueva España y le invita a desplegar el ministerio apostólico y propósito reformador en Andalucía.

Este cambio de rumbo abre una nueva etapa para Juan de Ávila, que predica por las poblaciones de la diócesis hispalense con gran fervor y éxito, hasta tal punto que sus fervientes pláticas despiertan las envidias de algunos de sus coetáneos, que lo denuncian ante el Tribunal de la Inquisición. Procesado y absuelto, durante sus dos años de cautiverio descubre sus aptitudes literarias en la redacción del Audi Filia, uno de los tratados espirituales, dirigido a la vida religiosa, más influyente de la ascética española del Siglo de Oro.

Viajero impenitente, la fama se apodera de su persona y comienza a ser llamado por el pueblo Apóstol de Andalucía. Catequiza sin desmayo por multitud de poblaciones, reside temporalmente en Granada, donde alterna sus estudios superiores de Teología con las exhortaciones públicas, tales como las que escucharon y convirtieron a la vida religiosa al librero Juan de Dios y al noble Francisco de Borja, que a la postre serán canonizados.

Como resultado de su intensa e itinerante labor apostólica por los más recónditos pueblos andaluces emprende un gran proyecto educativo, ayudado de sus discípulos y mecenas. Crea una escuela sacerdotal en Córdoba, como también tres colegios clericales en Granada, Evora, y la ciudad califal. Igualmente, funda una quincena de colegios, tres de estudios superiores, en Baeza, Jerez y Córdoba, y once de primeras letras, en Sevilla, Écija, Beas, Úbeda, Huelma, Cazorla, Andújar, Priego, Jerez, Cádiz y Alcalá de Henares. Hombre de espíritu renacentista, inventa una serie de máquinas hidromecánicas –que patenta ante notario– con las que pretende obtener beneficios económicos para el mantenimiento de sus colegios.

En 1548 tiene sus primeros contactos con la Compañía de Jesús, orden religiosa fundada catorce años antes, que se encuentra en plena expansión con un proyecto misional y modelo pedagógico reformador, de características similares al emprendido por Juan de Ávila en Andalucía. A partir de entonces nace un fuerte vínculo espiritual con los jesuitas, a los cuales quedará unido emocionalmente, hasta tal punto que les entregará sin reservas todos sus centros educativos.

Aliviado ya de sus peregrinajes andaluces, es llamado por los Condes de Feria, para quienes ejerce de director espiritual y consejero, acompañándoles temporalmente por Córdoba, Montilla, Zafra, Constantina y Priego, y coincidiendo con el místico dominico fray Luis de Granada, con el que traba una gran amistad.

En 1552 se sucede la repentina muerte del conde de Feria, Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, hijo de la marquesa de Priego, hecho que vuelve a tornar el destino de Juan de Ávila. Tras permanecer unos meses en Córdoba, se traslada a Montilla donde ubica su definitiva residencia hasta su óbito, acaecido el 10 de mayo de 1569.

Pero antes del fin de sus días, Juan de Ávila vive una etapa de madurez, sosiego y retiro en la tranquila villa de Montilla. Cerca de palacio, en una recoleta casa cedida por la marquesa de Priego, el Padre Maestro encuentra la paz y la luz idóneas para corregir sus escritos de juventud, redactar los Memoriales para el Concilio ecuménico de Trento, y las Advertencias a los diocesanos de Toledo y Granada, como también las Pláticas para los sínodos de Córdoba. Son años de abundante producción literaria, en los que escribe los Comentarios Bíblicos, los Tratados del Amor de Dios y Sobre el sacerdocio, junto a casi un centenar Sermones y otros escritos menores, sin olvidar la traducción de la Imitación de Cristo.

Rúbrica del Maestro Juan de Ávila
Entretanto, recibe innumerables visitantes de todos los estamentos y lugares, que peregrinan hasta su morada montillana en busca de confesión o consejo, a la par que mantiene correspondencia con los personajes más notables de la mística y ascética española: Ignacio de Loyola, Pedro de Alcántara, Francisco de Borja, Juan de Rivera, Juan de la Cruz, Juan de Dios, Leopoldo de Austria, Pedro Guerrero, o la misma Teresa de Jesús, a la que corrige su autobiografía a solicitud de la propia santa, llegando a conformar un corpus epistolar –conocido hasta la fecha– superior a las doscientas sesenta cartas.

El asesoramiento que el Maestro Juan de Ávila ejerce sobre la Casa de Priego se ve refrendado en la dirección espiritual de la condesa viuda de Feria, Ana de la Cruz Ponce de León, que toma el hábito de Santa Clara e ingresa en el convento montillano. Incide favorablemente en las fundaciones de los colegios jesuitas de Córdoba y Montilla, en cuyas aulas de ésta última imparte docencia a los alumnos. En 1560 se bendice el nuevo templo de la Compañía, situado en la calle Corredera, cuya homilía panegiriza el Apóstol de Andalucía. Del mismo modo, asiste al resto las iglesias montillanas, especialmente a la conventual de Santa Clara y a la parroquial de Santiago, donde asiduamente confiesa y predica.

Una y otra vez rechaza las ofertas que le llegan para cambiar su residencia montillana, con sugerentes ofertas de mitras y capelos, pretextando su frágil salud y longevidad. Su última voluntad es reposar eternamente en la iglesia jesuita de la Encarnación, para lo que la marquesa de Priego, patrona de todos los templos montillanos, le cede el lugar reservado para su linaje, el colateral de Evangelio de la capilla mayor del desaparecido templo.

A partir de entonces, Montilla se convertirá en el epicentro avilista. Lugar de peregrinación, donde pasó los últimos quince años de su vida; relicario de su cuerpo,  visitado por todos aquellos que han quedado cautivados de su virtuosa vida y obra; archivo y biblioteca de sus escritos, conservados por los jesuitas hasta su expulsión; museo de sus recuerdos y objetos personales, entre los que predomina su austera casa, que gracias al trabajo callado de tantas generaciones ha llegado hasta nuestros días.
 
Casa del Maestro Juan de Ávila y ermita de Ntra. Sra. de la Paz, h. 1927
Como último dato –estadístico– de la dimensión que tuvo la dilecta relación de San Juan de Ávila con Montilla, utilizaremos la reciente edición del Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila (Biblioteca de Autores Cristianos, 2006). En ella se publican todas las declaraciones tomadas a los testigos que conocieron directa o indirectamente al Apóstol de Andalucía. Los interrogatorios se llevaron a cabo en Madrid, Almodóvar del Campo, Córdoba, Granada, Montilla, Jaén, Baeza y Andújar, entre los años 1623 – 1628, y han quedado recopilados en 918 páginas, de las cuales 352 corresponden sólo a los testimonios tomados en nuestra ciudad.

Todo lo reseñado refrenda a Montilla para que bien pueda ostentar el honorífico título de “Ciudad Avilista”. Aquella tranquila villa del siglo XVI acogió en su seno al Maestro Juan de Ávila, le ofreció la luz y la paz necesarias para que interpretara la sabiduría que guardan las Sagradas Escrituras, y los textos de San Pablo, San Agustín, San Bernardo, o Santo Tomás, entre otros, escritos que serían plasmados en centenares de pliegos llegados hasta nosotros impresos. Desde su publicación, sus eruditas obras vienen influyendo en la sociedad cristiana que lo elevó a la santidad y ha encaminado a la pronta y esperada declaración por parte de la Santa Sede como Doctor de la Iglesia Universal.

sábado, 23 de julio de 2011

ANA XIMÉNEZ, LA HIDALGA

Muchos son los trabajos biográficos dedicados a la excelsa figura de San Francisco Solano. En algunos de ellos, encontramos interesantes noticias sobre su ascendencia, y aunque históricamente los investigadores se han dejado llevar por la vía paterna del patrono de Montilla, de la que hereda el apellido por el que será universalmente conocido, nosotros queremos dedicar este breve apunte biográfico a la mujer que engendró en su vientre al “mejor de los montillanos”.

La ascendencia de Ana Ximénez Hidalgo se hunde en las raíces de los primeros pobladores de Montilla. Si partimos de la base predominante en la historiografía actual, que sitúa la repoblación del casco urbano alrededor de la fortaleza en la mitad del siglo XIV, las primeras noticias fehacientes se localizan a partir de esos años. Buena muestra de ello da Manuel Nieto Cumplido en su Aproximación a la historia de Montilla en los siglos XIV y XV, ponencia pronunciada en las primeras Jornadas de Historia de Montilla (1982), donde el canónigo cordobés presenta una relación de documentos fundamentales para conocer los primeros años de vida de la actual Montilla. 

Pila bautismal de la Parroquia de Santiago
De este riguroso trabajo de investigación, podemos extraer varios datos que revelan la presencia del apellido Ximénez entre los primeros vecinos de la villa. Testimonio de ello, lo encontramos en un pleito de 1352, que trata sobre las actuaciones de deslinde del término municipal, y entre los montillanos responsables aparece Juan Ximénez, como Alguacil de la Villa. En la centuria posterior, sobre la primera noticia conocida de la existencia de la iglesia parroquial de Santiago, fechada en 1437, aparece ocupando el cargo de sacristán de la misma, Gonzalo Ximénez, hijo de García Ximénez. Asimismo, en otro pleito interpuesto por el obispado de Córdoba en 1453, donde el clero reclama el pago del diezmo a varios montillanos que labraban ciertas fincas rústicas de propiedad eclesiástica, entre ellos hallamos a un labriego llamado Antón Ximénez. Valorando estos datos, cabe la probabilidad de que Ana Ximénez proceda de la estirpe de alguno de estos vecinos de la Montiella medieval. La madre de San Francisco Solano nace en 1519, fruto del matrimonio formado entre Gonzalo Ximénez Hidalgo e Inés Gómez de Varea, vecinos de la calle Guillén de Fuentes, que también tuvieron por hijos a Gonzalo, Antón, Pedro, Bartolomé, Leonor, los cuales utilizaron los mismos apellidos del padre, y Juana Martín.

Del padre, hay constancia documental sobre su hacendada progenie familiar de cristianos viejos, lo que le permite manifestar públicamente su condición de Hijodalgo y Caballero de Premia. Esta situación social le posibilita acceder al gobierno municipal de la villa en 1533, y a la mayordomía de la insigne cofradía de los Caballeros Cuantiosos, cuyo titular es el apóstol Santiago.

Su condición de hacendado se evidencia en la posesión de varias fincas rústicas en el cerro y cañada del Mimbre. Como hombre religioso, próximo a su fallecimiento otorga sus últimas voluntades en febrero de 1546, donde establece tres Memorias perpetuas de misas por su ánima, la de su mujer Inés Gómez y la de su hija Juana, que muere doncella, las cuales dota económicamente con el producto de un olivar de seis celemines que tenía en la parte de la Huerta Nueva, en el pago del cerro del Mimbre, y cuyo cumplimiento recae sobre sus hijos y descendientes varones.

Su hija, Ana Ximénez Hidalgo se desposa en noviembre de 1538 con Mateo Sánchez Solano, hijo del médico Francisco Sánchez Solano y Mencía Pérez Navarro. El día 17 de dicho mes, los contrayentes rubrican ante escribano público la dote y arras matrimoniales, que suman la cantidad de 45.000 maravedís. El nuevo matrimonio se instala en la conocida calle del Sotollón, en una casa principal compuesta por un cuerpo de palacio y portal de alta y baja planta con sus cámaras, un amplio patio con pozo, que daba entrada y servidumbre a la cocina, al corral, al lagar y a la bodega. 

Ana pronto comenzó a dar retoños a la familia, entre 1540 y 1545 es probable que diera a luz a sus hijos, Diego Ximénez Solano e Inés Gómez de Varea y cuatro años más tarde nacerá Francisco, que es bautizado por el presbítero Hernando Alonso, el domingo 10 de marzo de 1549, en la parroquial de Santiago, siendo apadrinado por Marcos García Panadero y su segunda esposa Leonor López de Madrid, y Gonzalo Ximénez Maqueda junto con su mujer María Sánchez. 

Los padrinos tenían parentesco en común, e incluso eran vecinos del nuevo barrio del Sotollón, que por esas fechas se creaba entre los solares aledaños al camino de Lucena. Gonzalo Ximénez –deudo de Ana– había comprado el 5 de mayo de 1539, a Juan Ruiz de Aguilar, la casa de su residencia, colindante a la de Mateo Sánchez. La relación de amistad se deja entrever en varios documentos de la época, cuando Maqueda dispone sus últimas voluntades, cosa que hace dos veces, a finales de 1552 y a mediados del año siguiente, en ambas ocasiones nombra entre sus albaceas a Mateo Sánchez Solano.

Mateo Sánchez y Ana Ximénez son propietarios de varias hazas y majuelos heredados en distintos puntos del término municipal, que con el paso de los años van permutando a la par que adquieren terrenos en una misma zona, que consiguen centralizar en el pago de Huelma. Muestra de ello, existen varias actas notariales, como la otorgada días antes del alumbramiento de Francisco, el 4 de febrero de 1549, en que Mateo y Ana comparecen en las escribanías de Juan Rodríguez junto con el clérigo Francisco Fernández, que les entrega en préstamo diez mil maravedíes al 10% anual, abalado por los productos de una parte de la huerta de las Minas. Igualmente, en 1552 venden a censo redimible siete fanegas y media de tierra, que poseen en la cañada de Antón Sánchez, en el pago del Prado, en tres partes iguales a varios vecinos de Montilla y Espejo.

Con el correr del tiempo la familia Sánchez Ximénez prospera social y económicamente, fruto del trabajo, el esfuerzo y las relaciones públicas de ambos cónyuges. Mateo Sánchez compatibiliza las labores agrícolas con el cargo de Alcalde Ordinario de la Villa, para el que es elegido en dos ocasiones, en 1562 y 1571. Por su parte, Ana Ximénez es llamada por la III marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba, para que se ocupara de la educación de su primogénito, Pedro, que nace en Montilla el último día de 1563, y que a la postre será el IV marqués de Priego y I de Montalbán.

Desaparecido caserío de la Huerta de las Minas, propiedad familiar de Mateo Sánchez Solano.

Son años prósperos para la familia, en los que hemos encontrado varios asientos que nos revelan la posesión de otra vivienda en Montilla, situada en la calle del Peso de la Harina, adyacente a la actual plazuela de la Inmaculada. De ello, nos dan cuenta dos contratos de alquiler de la misma otorgados en 1560 y 1564.

Mateo Sánchez fallece el 24 de diciembre de 1579 y redacta sus últimas voluntades el 2 de mayo de ese año. Entre las cláusulas testamentarias, distribuye los bienes familiares a tres partes iguales entre su esposa, a la que restituye la cuantía de la dote matrimonial, y sus hijos Diego e Inés, sus legítimos herederos. 

Como era costumbre en la época, la viuda otorgó testamento poco después de heredar, cosa que hizo el 9 de octubre de 1580. La lectura de esta escritura denota la cercana presencia de fray Francisco Solano, que reside en Montilla durante los dos años postreros a la muerte de su padre, como también la esperanza que Ana Ximénez mantiene en que sea definitiva su estancia en el monasterio de San Lorenzo, ya que la madre manifiesta su voluntad de ser enterrada en dicho convento revestida con la estameña franciscana y, además, entre sus herederos incluye a su hijo pequeño, cuya cláusula extraemos literalmente de dicho testamento: “mando que los hayan y hereden y partan por iguales partes Inés Gómez mujer de Alonso López Nieto y Diego Ximénez y Fray Francisco Solano de la horden de San Francisco a los quales dejo e instituyo por mis legítimos y universales herederos de dicho remanente como tales mis hijos e hija legítimos”.

Fray Francisco Solano se traslada al convento de San Francisco del Monte en 1583, para ocupar la vicaría y cátedra del noviciado. Unos meses antes de la partida del santo fraile, su hermana Inés, casada con Alonso López Nieto, le agracia con la protección espiritual del cuarto de sus hijos, al que bautiza con el nombre de Francisco.

Ya en ausencia del hijo menor, Ana Ximénez vuelve a testar el 17 de julio de 1584. Modifica varias estipulaciones, manifiesta su deseo de ser sepultada junto a sus padres en la parroquial de Santiago, y designa como herederos sólo a sus hijos Diego e Inés, a la que mejora por estar a su cuidado.
A finales de 1588, Ana Ximénez, afectada ya por la ceguera, recibe la visita de su hijo fray Francisco Solano, que vuelve a Montilla para despedirse de su madre, familia y conocidos, ya que unos meses después embarcará para el Nuevo Mundo.

Ana Ximénez sobrevive a su hijo Diego, que muere el 23 de abril de 1596. Esta situación le obliga nuevamente a modificar su testamentaría, para ello comparece el 9 de octubre de 1597 ante la escribanía de Alonso Alviz de la Cruz y otorgar así su “última y determinada voluntad”, donde reitera su deseo de ser enterrada “en la iglesia mayor desta villa en la sepultura de mis padres y mi entierro sea solemne de misa y vigilia”, e igualmente mejora a su hija Inés “el tercio y quinto del remanente de todos mis bienes derechos y acciones lo cual le mando por el amor y buena voluntad que le tengo en la mejor vía y forma de derecho”. A la hora de nombrar sus herederos, cita a todos los hijos vivos de Diego y a Inés. Apenas dos meses más seguirá latiendo el corazón de Ana, que expira el 19 de diciembre de ese año, a los 78 años de edad.

Su nombre ha quedado inmortalizado en varios lugares públicos de nuestra ciudad, el Excmo. Ayuntamiento de Montilla le dedicó una calle en el nuevo barrio de la Casas Nuevas, hacia 1945, y el centro de educación infantil ubicado en la Ronda de Curtidores, construido sobre 1975. Además, el nombre de la madre de San Francisco Solano titula la Asociación local de Amas de Casa, que decidió adoptarle en 1996.

NOTA: La bibliografía utilizada y las noticias históricas reseñadas en este artículo han sido extraídas de la comunicación presentada el pasado año en el XVI Curso de Franciscanismo celebrado en Montilla, bajo el título: Una visión de la familia de San Francisco Solano a través de los archivos montillanos, cuyas Actas serán publicadas próximamente por la Asociación Hispánica de Estudios Franciscanos.

jueves, 16 de junio de 2011

UN NUEVO DOCUMENTO AVILISTA. EL ACTA NOTARIAL DE LA ENTREGA DE UNA RELIQUIA ÓSEA DEL MAESTRO DE SANTOS PARA ALMODÓVAR DEL CAMPO, EN 1637.


Son días de fervor avilista en Montilla, que vive el retorno de varias de las reliquias del Patrono del Clero Secular extraídas de su sepulcro en 1894, con motivo del examen forense que se llevó a cabo de sus restos, en cumplimiento de la normativa para el proceso de beatificación. Por ello, no queremos dejar pasar la ocasión para hacer público íntegramente un documento inédito hasta la fecha, relativo a la apertura oficial de la urna del –entonces– Venerable Maestro Juan de Ávila, para extraer una reliquia ósea con destino a su tierra natal, Almodóvar del Campo.

Antiguo Sepulcro del Maestro Juan de Ávila
Tras su muerte, el 10 de mayo de 1569, la casa y sepulcro de Padre Ávila eran visitados por multitud de devotos, que anhelantes de conseguir un recuerdo o reliquia suya solicitaban alguno los escasos bienes que legó al clérigo Juan de Villarás, su heredero universal. Entre estos peregrinos, en 1606 visita Montilla el Arcediano de Carmona, Mateo Vázquez de Leca, que dona una importante suma económica para aderezar un mausoleo digno del Apóstol de Andalucía. Dos años después, concluida la obra en jaspe y mármol, hubo que descubrir la primitiva ubicación de la sepultura del Maestro Ávila, para ajustar el monumento fúnebre en el lado del Evangelio de la capilla mayor de la iglesia de la Encarnación, cuyos restos son posteriormente traslados a la nueva urna. Durante este proceso, varios testigos e historiadores afirman la sustracción de algunas reliquias (no óseas), a pesar de la negativa del Rector del Colegio[1].

Entre 1623 y 1628, se realiza el proceso informativo para la beatificación del Maestro Ávila a iniciativa de la Congregación de Sacerdotes naturales de Madrid. En esa época las obras y biografía de Juan de Ávila corren impresas en varios idiomas por toda Europa, y su fama de santidad es imparable[2].

Conocedores de su espiritualidad, los compatriotas del Maestro Ávila aspiraban a poseer una reliquia de su ilustre y venerable vecino en la población que le vio nacer. Para conseguir tal objetivo, iniciaron los trámites ante las instituciones, y una vez reunidos todos los permisos, nombraron emisario de aquellas diligencias a su paisano, y sobrino del Maestro Ávila, el padre trinitario Fr. Miguel de los Ángeles, que llegaba a Montilla en febrero de 1637 con todas las autorizaciones pertinentes para obtener una preciada reliquia destinada a Almodóvar del Campo[3].

Entre la documentación aportada, hizo presente los poderes notariales otorgados en su favor unos días antes por los cabildos civiles y eclesiásticos de la población del Campo de Calatrava, las licencias dadas por el Padre General de la Compañía, Mutio Vitelleschi, y la autorización de la Marquesa de Priego, Juana Enríquez de Rivera y Girón, esposa y apoderada del quinto Marqués, Alonso Fernández de Córdoba, el Mudo.

La apertura del sepulcro se efectuó el día 20 de febrero de dicho año. Tras acreditar los documentos suscritos, además de fray Miguel de los Ángeles, se hallaban presentes en la capilla mayor de la antigua iglesia de la Encarnación, el Provincial de Andalucía, Juan de Casarrubios, el Rector del Colegio montillano, Bernardo de Ocaña[4], los jesuitas José de Montemayor y Martín de Roa[5], y el escribano público de la ciudad, Francisco Escudero Villaseñor y Figueroa.
Este último levanta acta notarial de la apertura del mausoleo “habiendo quitado las piedras de jaspe y descubierto el dicho sepulcro”, y describe como ocurrió la extracción de “un hueso largo que se dijo y parecía ser de canilla de brazo pierna o muslo”, narrando igualmente la cesión del mismo, que “con veneración lo entregó a el dicho Padre fray Miguel de los Ángeles el cual lo recibió y dijo que recibía por reliquia del cuerpo del dicho venerable Padre maestro Juan de Ávila para llevarlo a la dicha villa de Almodóvar del Campo”.

Tras la entrega, el escribano certifica el cierre del sepulcro y declara la asistencia de los religiosos citados, que rubricaron –de su puño y letra– el acta del proceso de  exhumación del hueso extraído. Al día siguiente, el trinitario manchego solicitaba una copia del oficio notarial, que autenticara la procedencia de la reliquia en su destino final, Almodóvar del Campo.
 
Autógrafos de los testigos que presenciaron la apertura del Sepulcro de San Juan de Ávila, entre los que aparece el historiador jesuita Martín de Roa


Dada la relevancia que viene recobrando la vida y obra de San Juan de Ávila, con motivo del próximo nombramiento de Doctor de la Iglesia Católica, y la importancia que ello implica sobre cualquier nuevo testimonio documental que aún no se haya publicado, como es el caso de esta escritura, consideramos oportuno transcribir íntegramente este Acta Notarial, que, sin duda, aportará luz a los incesantes estudios avilistas que se llevan a cabo para conocer más y mejor al Maestro de Santos.

“TESTIMONIO DE LAS RELIQUIAS DEL VENERABLE P. JUAN DE ÁVILA. Francisco Escudero Villaseñor y Figueroa escribano del Rey nuestro Señor público del número de esta ciudad de Montilla doy fe que hoy día de la fecha de éste estando en la capilla mayor de la iglesia del colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad el Padre Bernardo de Ocaña rector de este dicho colegio dijo que el Padre Juan de Casarrubios Provincial de la misma Compañía de Jesús en esta provincia del Andalucía que de presente está en este colegio le a dado orden en virtud de la que a tenido de Roma del Padre General de la misma Compañía de Jesús y asimismo a intervenido la licencia y permisión de la Excma. Sª marquesa de Priego duquesa de Feria gobernadora de estos estados, para abrir el sepulcro donde está el cuerpo del venerable Padre maestro Juan de Ávila de gloriosa memoria y sacar una reliquia de su cuerpo y entregarlo al Padre fray Miguel de los Ángeles religioso descalzo de la Santísima Trinidad que está presente, su deudo que dijo ser, para llevarla a la villa de Almodóvar del Campo de donde fue natural el dicho venerable Padre maestro Ávila en virtud de los poderes que para ello a traído de los cabildos eclesiástico y seglar de la dicha villa que parece le otorgaron ante Eugenio de Heredia escribano público de ella en veinte y nueve y en treinta días de enero pasado de este año en cuya virtud y para el dicho efecto el dicho Padre rector hizo abrir un sepulcro que está en la dicha capilla mayor de esta iglesia donde dijo  y es cosa notoria se dice /f. 49r está el cuerpo del dicho venerable Padre maestro Juan de Ávila de gloriosa memoria y habiendo quitado las piedras de jaspe y descubierto el dicho sepulcro el dicho Padre rector sacó de él un hueso largo que se dijo y parecía ser de canilla de brazo pierna o muslo y con veneración lo entregó a el dicho Padre fray Miguel de los Ángeles el cual lo recibió y dijo que recibía por reliquia del cuerpo del dicho venerable Padre maestro Juan de Ávila para llevarlo a la dicha villa de Almodóvar del Campo en virtud de los poderes y licencias que para ello a traído y se le han dado para tener en la dicha villa la dicha reliquia con la veneración y decencia de tal y así quedó entregado en ella y se volvió a cerrar el dicho sepulcro a que se hallaron presentes los padre Martín de Roa y Joseph de Montemayor religiosos de la misma Compañía que aquí firmaron con el dicho Padre rector de cuyo pedimiento y de el dicho fray Miguel de los Ángeles según se ha nombrado que aquí firmó que han asistido a todo lo referido conmigo el escribano di el presente en Montilla en veinte días del mes de febrero del año de mil y seiscientos y treinta y siete.
Bernardo de Ocaña, Martín de Roa, Joseph de Montemayor, Fr. Miguel de los Ángeles, Francisco Escudero escribano público, [rúbricas]. /f. 49v

[Nota marginal que aparece en el folio 49 r]: En veinte y uno días del dicho mes e año saqué traslado de este testimonio en pliego del quinto sello para entregarlo a el dicho padre fr. Miguel de los Ángeles y de ello doy fe. Francisco Escudero escribano público [rúbrica].
[Nota del transcriptor: Oficio escrito en papel oficial sellado con escudo real y leyenda impresa en tipografía gótica, que dice]: PHILIPO IIII, el Grande, Rey de las Españas. Año XV de su Reynado. Sello Quarto. X mrs. para el año de MDCXXXVII.”[6]

FUENTES

[1] GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Antonio (S.J.): El sepulcro y el cuerpo de San Juan de Ávila, pp. 26 – 29. Montilla, 1986.
[2] Proceso de Beatificación del Maestro Juan de Ávila. BAC Maior. Madrid, 2006.
[3] GIMÉNEZ, op. cit., pp. 35 – 36. Este autor toma la noticia de la apertura de 1637 de la Historia Montuliense de fray Francisco de la Asunción, manuscrito fechado en 1740.
[4] El jesuita Bernardo de Ocaña fue rector del Colegio de Montilla entre 1635 y 1639.
[5] Hemos de recordar que el jesuita Martín de Roa, escritor e historiador cordobés, había ingresado en la Compañía de Jesús el 11 de noviembre de 1577 en el Colegio de Montilla, donde realiza sus estudios de novicio y permanece hasta el 15 de noviembre de 1579, fecha en que recibe los votos. Tras una brillante trayectoria profesional, erudita y literaria, se retira a la residencia montillana y fallece el 5 de abril de 1637, a los 76 años de edad, y apenas unos días después de presenciar y rubricar la apertura del sepulcro del Maestro Ávila.
[6] Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Montilla. Escribanía 1ª, Leg. 61, fols. 49 y vuelto.

lunes, 23 de mayo de 2011

JOSÉ RAMÓN GARNELO, UN MÉDICO HUMANISTA EN LA MONTILLA DECIMONÓNICA


Hace un siglo, tal día como el 1 de abril, fallecía en su casa de la calle Corredera el médico José Ramón Garnelo Gonzálvez, y aunque es citado en decenas de trabajos de investigación como el padre de los artistas Eloísa, José y Manuel Garnelo, también merece ser recordado por la indeleble trayectoria profesional y cultural que no sólo imprime a sus hijos en el ámbito familiar, sino también en la esfera ilustrada de la sociedad montillana y cordobesa del último tercio del siglo XIX, como veremos en adelante a través de este boceto biográfico que le dedicamos.

Nacido en la villa valenciana de Enguera el 16 de mayo de 1830, José Ramón es el segundo hijo del artesano Manuel Garnelo y Josefa Gonzálvez. Recibe la enseñanza básica en su tierra natal, desde donde se traslada hasta la capital levantina para cursar sus estudios superiores de Medicina en la Universidad de Valencia, donde se licencia, a  la par que asiste a la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de esa ciudad, para recibir  clases de pintura.
José Ramón Garnelo, inmortalizado por el magistral pincel de su hijo José Santiago.

Una vez titulado en Medicina, retorna a su pueblo natal, donde concilia sus obligaciones facultativas con su vocación artística y literaria. Durante estos años colabora en la prestigiosa revista de difusión nacional El Museo Universal, a la que envía textos e ilustraciones sobre las inundaciones acaecidas en Valencia en 1864. Del mismo modo, escribe obras teatrales y poemarios de corte localista para el pueblo que le vio nacer. Por aquella época conoce a la que será su primera esposa, Josefa de la Cruz Aparicio Sarrión, montillana de raíces enguerinas, hija de comerciantes que, instalados en nuestra ciudad, se dedican a la distribución y venta de género textil procedente de la pujante industria implantada en aquella población levantina.

Ya unidos en matrimonio, deciden establecer su hogar en Enguera, donde nacen sus hijas Elena y Eloísa en 1860 y 1863 respectivamente, aunque en varias ocasiones se trasladan hasta Montilla para visitar a los abuelos maternos. En uno de estos viajes Josefa de la Cruz cae enferma y poco después fallece.

Hacia 1865 se desposa en segundas nupcias con su paisana Josefa Dolores Alda Moliner, quien le da su primer hijo varón, José Santiago, el 25 de julio de 1866. La renovada brisa sensitiva que transita por los sentimientos del médico le abre una nueva etapa de inspiración artística, y ese mismo año presenta en la Exposición Nacional de Bellas Artes dos obras pictóricas: La muerte de Lucano y Labradoras valencianas. De igual modo, retoma su faceta literaria y escribe varios artículos y poemas costumbristas sobre su lugar de origen.

Son tiempos de constantes cambios en el joven doctor Garnelo Gonzálvez, que decide trasladarse hasta Montilla en busca de un porvenir prometedor que su pueblo no le ofrece. En 1867 José Ramón instala su consulta médica en Montilla, y pronto confraterniza con el ambiente artístico y literario cordobés. Al año siguiente concurre a los Juegos Florales de Córdoba, organizados por el Círculo de la Amistad, en la que presenta su composición poética titulada Alonso de Aguilar, en la modalidad de Asunto Histórico, que le hace alcanzar el primer premio.

A partir de entonces, los siguientes natalicios de sus hijos tienen lugar en nuestra ciudad, Manuel de los Dolores en 1868 (que fallece a los tres años), Enrique Segundo en 1870, Lola un año después, Teresa en 1874 y, el menor de la prole, Manuel, el primer día de 1878.

Durante la próxima década su popularidad se extiende por la capital cordobesa, donde es conocido, entre otras, por sus colaboraciones poéticas en el semanario literario provincial El Tesoro. El 9 de junio de 1871 es nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba y toma posesión en la sesión de 25 de mayo del año siguiente, apadrinado por el historiador Dámaso Delgado. Como discurso de ingreso dona a esta institución cultural un retrato de Antonio Pablo Fernández Solano, El Sabio Andaluz. Este año también participará con varios poemas en las Fiestas celebradas en Montilla con motivo de la inauguración de las Fuentes Públicas, bajo el proyecto del Teniente Coronel Ingeniero José María Sánchez-Molero, artífice y patrocinador de la traída y suministro de agua potable a la población.

Son años fecundos en la creación literaria de José Ramón Garnelo, que publica en la Revista de Andalucía, editada en Málaga, un ensayo sobre La Filosofía y la Pintura en España, en 1875, y el poema titulado A Pablo de Céspedes, canto, tres años después, dedicado a su buen amigo, y también poeta y académico, Dámaso Delgado López. En 1876, ya aparece como miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Córdoba. El año siguiente gana el primer premio en los Juegos Florales de Granada, organizados por el Casino Literario de la ciudad nazarita, por su oda La Conquista de Granada.

En el ámbito local también son reconocidas sus cualidades facultativas y artísticas, que conciliará a lo largo de toda su vida. En 1875 es nombrado Médico Municipal por el Ayuntamiento de Montilla, al tiempo que son estrenados con gran éxito sus dramas teatrales La voz del desengaño, en 1872, y Justicia Providencial, siete años después. Recibe el encargo de diseñar el nuevo trazado y decorado para los jardines del actual paseo de Cervantes, llamado en aquella época de Las Rosas, que es inaugurado en 1878.

La conjunción de varios eruditos en nuestra ciudad, permite que se reorganice en 1880 la Sociedad Económica del Amigos del País de Montilla, que había dejado de funcionar cuatro décadas atrás. A iniciativa de Dámaso Delgado López, José Sánchez Castellano, José Morte Molina, Francisco Salas Arjona y el mismo José Ramón Garnelo, que junto a otros versados del momento, emprenden la etapa más prolífica de esta institución ilustrada, cuyos fines fundamentales fueron el estudio de la situación social e industrial y la búsqueda de soluciones a favor de la promoción y el desarrollo económico de la ciudad, que en esta época se distinguirá por su labor asistencial, educativa y cultural.

En 1881 la Sociedad Económica organiza un gran homenaje a Calderón de la Barca, con motivo del bicentenario de su muerte, donde el doctor Garnelo presenta varios poemas dedicados al celebrado poeta barroco, a asuntos históricos y a edificios notables montillanos, que fueron ilustrados con dibujos de su joven hijo José Santiago, quien tan sólo contaba 14 años.

Este mismo año, José Ramón Garnelo se implica en la creación de una nueva asociación cultural, el Liceo Montillano, una sociedad “lírico-dramática” cuyos propósitos y finalidades pasaban por la organización de actividades literarias y representaciones teatrales, cuyos beneficios eran destinados a la asistencia de los más necesitados. En su sede ofrecerá numerosos recitales poéticos y conferencias literarias.

En 1882 dirige las obras de rehabilitación del desamortizado convento-hospital de San Juan de Dios, edificio que a partir de ese año albergará la Audiencia de lo Criminal durante varios lustros, en el cual hoy se ubica el Excmo. Ayuntamiento.

Estampa familiar plasmada por José Garnelo, donde aparecen sus padres, José Ramón Garnelo y Josefa Dolores Alda, al cuidado de la nieta Lola, hija de Manuel. (Museo Garnelo).

Al año siguiente, instala una imprenta en su casa de la calle Corredera, que será regentada por su hijo Enrique. Bajo la dirección de José Ramón, desde este taller será editado y estampado el semanario La Campiña, que se publicará entre julio de ese año y enero de 1884. Tras un paréntesis de siete meses, vuelve a editar otro periódico titulado El Anunciador Montillano, cuya existencia perece en marzo del año siguiente.

En 1885 edita su obra El hombre ante la estética o Tratado de antropología artística, siendo ilustrada por su hijo José Santiago, y estampada en el taller tipográfico de Adolfo Ruiz de Castroviejo, en Madrid.

A partir de esta fecha, se abre una etapa en la vida del doctor Garnelo. Su agitada vida pública disminuye paulatinamente a favor de la cohesión familiar que a partir de ahora emprenderá como consejero de sus hijos Eloísa, José y Manuel, que destacan ya en las aulas de Bellas Artes como futuras promesas del panorama artístico español.

En 1887 José Ramón Garnelo colabora en la Revista de España, con un extenso artículo sobre la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada ese año. En esta edición del prestigioso evento cultural, su hijo José Santiago –con tan sólo 19 años– participa por vez primera, y presenta el lienzo titulado La muerte de Lucano, obra que es premiada con una Segunda Medalla, a la par que obtiene una calurosa acogida por la crítica artística en la prensa nacional.

Durante 1888 dirige las obras de construcción del nuevo Asilo montillano de Ntra. Sra. de los Dolores, por encargo de su fundadora Doña Dolores Moreno Sánchez, viuda del referido Sánchez-Molero. Para la ocasión, trabajan conjuntamente bajo la tutela del médico sus hijos Eloísa y José, que ejecutan varias pinturas murales de temática religiosa, plasmadas sobre las neoclásicas trazas de la capilla diseñada por el padre.

Un año más tarde viaja a París junto con su hijo José Santiago, con motivo de la Exposición Universal. Durante este periplo galo, su laureado vástago concibe una de sus obras maestras de juventud: El Duelo interrumpido.

En la última década del siglo XIX apenas tenemos noticias de José Ramón Garnelo involucrado en la vida cultural y social montillana; su avanzada edad invita al médico a vivir en un ambiente apacible y familiar, entre su domicilio de la calle Corredera núm. 11 y la huerta de los Olivares, finca de su propiedad que había denominado “San José”, donde recibe periódicamente la correspondencia de sus hijos unida a las noticias publicadas en la prensa de los diversos puntos de la geografía europea, sobre los meritorios éxitos internacionales que Eloísa, José y Manuel cosechan por sus trabajos artísticos y por su continua investigación pedagógica sobre las Bellas Artes.

Las últimas rimas publicadas por José Ramón Garnelo son escritas para la beatificación del Venerable Maestro Juan de Ávila en 1894, que han quedado impresas en el Boletín Eclesiástico del Obispado de Córdoba (Año XXXVII, núm. 10) y en la Crónica de los Festejos que Montilla le tributó al Apóstol de Andalucía, recopilado por el cronista Dámaso Delgado López, quien alude a su premiado hijo José (pág. 130) en uno de los versos escogidos, donde detalla su natalicio, que tomamos a la letra: “No nació en Montilla; pero vino a ella a los pocos meses de nacer: esta es su patria, aquí se educó y viven sus padres”.

Rodeado de sus familiares, fallece en su casa de la calle Corredera el día 1 de abril de 1911, recibiendo cristiana sepultura sus restos mortales en la cripta familiar que los Garnelo poseen bajo la capilla de la Inmaculada Concepción en la parroquia de Santiago Apóstol de Montilla.

Como se puede apreciar en este breve apunte biográfico, D. José Ramón  consagró los años más fértiles de su producción artística y literaria a Montilla, donde se ganó el sobrenombre de “El Culto”. Su gran vocación hacia las Bellas Artes la transmitió a sus hijos, creando así una nueva dinastía artística en Andalucía, cuyos frutos redimensionaron el nombre de Montilla en la esfera cultural española, y cuyas letras han quedado grabadas para siempre junto al apellido Garnelo en los anales de la Historia del Arte.

BIBLIOGRAFÍA:

ALBIÑANA SANZ: José María: La dinastía artística de los Garnelo. José Ramón Garnelo Gonzálvez. En: Revista J. Garnelo, núm. 2. pp. 90 – 97. Montilla, 2007. 
CALVO POYATO, José: Guía histórica de Montilla. Córdoba, 1987.
DELGADO LÓPEZ, Dámaso: Crónica de los Festejos en Montilla por la Beatificación del V. Maestro Juan de Ávila. Montilla, 1895. 
MORTE MOLINA, José: Montilla, apuntes históricos de esta ciudad. Montilla, 1888. 
ROMERO RUIZ, Jesús María: La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Montilla. En: Noticias Históricas de Montilla, II Ciclo de conferencias sobre Historia de Montilla, pp. 151 – 190. Córdoba, 1988.

viernes, 15 de abril de 2011

UN PASEO POR EL ANTIGUO BARRIO DEL SOTOLLÓN


No hay en Montilla barrio más cofrade que el viejo barrio del Sotollón. Y esta rigurosa afirmación la manifiesta la memoria indeleble de nuestra ciudad. Os invito a dar un paseo por esta singular y popular barriada en el que vamos a conocer algo mejor las iglesias, humilladeros, capillas y cruceros que durante siglos fueron objeto de veneración por los vecinos de sus calles.

En los contornos del camino Real de Lucena, su arteria principal, durante el siglo XVI emerge y se desarrolla uno de los barrios más poblados y dinámicos de la naciente villa cabecera del marquesado de Priego, que despertaba de un letargo medieval con el espíritu laborioso y renacentista de sus convecinos. La vía principal, llamada desde sus orígenes Sotollón y Fuente Álamo, toma esta denominación por el tránsito del itinerario natural que se dirige a Monturque, y que dicha calzada cruza por la citada fuente y más adelante por el pago y molino del Sotollón que, cercano al río Cabra, deslinda las últimas heredades del término montillano con las del aguilarense.

La centenaria calle Fuente Álamo, hacia 1915, arteria principal del barrio del Sotollón

La antigua calle del Sotollón tuvo su origen en la plazoleta del mismo nombre, que hoy corresponde a la confluencia de las calles Santa Ana, Enfermería, Ballén y San Francisco Solano. Continuó creciendo hacia el sur, donde los nuevos vecinos construirán sus viviendas en los solares aledaños a la calzada hasta alcanzar la ermita de San Roque, que fuera levantada extramuros de la villa por aquellos años como escudo espiritual de las epidemias. Desde su fundación, esta ermita albergó una cofradía que rendía culto y fiesta el día 16 de agosto al santo peregrino, e igualmente veneraba cada año una imagen filial de Nuestra Señora de la Sierra de Cabra.

Con el paso de los años, a la vía principal comenzaron a brotarle calles aledañas, que a su vez se entramaron con el barrio de San Sebastián al levante, y con el barrio de la Puerta de Aguilar al poniente. Estas últimas fueron denominadas: Ramos y después Rosales, a la que le seguía la de Muñiz, donde existió una capilla dedicada a Nuestra Señora de Antequera, las confluentes de Aparicio, Ortega, y Horno Nuevo, que junto a la calle Parra –también conocida por Cantarería– y Santiago no llegaron a cubrirse de viviendas hasta los primeros lustros del siglo XX.

En las calles con salida al campo (Fuente Álamo, Parra, Santiago y Puerta de Aguilar) en su puerta o portillo –como eran denominadas las entradas de inferior importancia a la villa– existía una capilla, crucero o triunfo de la Cruz, generalmente con pedestal de piedra y aspa de hierro, simulando una salvaguardia espiritual sobre la población, cuyo vecindario se congregaba en hermandad cada 4 de mayo para celebrar la festividad de la Invención de la Santa Cruz alrededor del monolito, que adornaban e iluminaban en su víspera y donde un presbítero se acercaba para exaltar las gracias y protección vital de la señal inequívoca de la cristiandad.

Por el lado opuesto, con el paso de los años se configuraba el barrio de San Sebastián, que ascendía por la calle de la morada del alguacil mayor de la villa Juan Colín que desembocaba en la Silera del marqués de Priego. Hasta la misma plaza donde se guardaban los granos y semillas, subía desde el Sotollón la calle de la Sala de la Silera, cuyo nombre obedece a la vivienda y oficina del administrador del citado granero.

También comunican la vía principal con la de Juan Colín, la calle Alamillos y su continuación con la de Pavón, apelativo alusivo al acaudalado vecino Andrés López Pavón, fundador de la capilla de San Andrés de la parroquial de Santiago en 1562, y que más tarde pasó a rotularse de la Almona, en recuerdo la fábrica de jabón instalada en aquel lugar por los señores de Montilla y marqueses de Priego.

A su vez, éstas se comunican por la Gavia con la calle Fuentes, patronímico que nos recuerda a uno de sus más populares y antiguos vecinos, el francés Guillén de Fuentes; asimismo residió en esta calle la familia materna de nuestro patrono San Francisco Solano, donde estaba ubicada la casa del hijodalgo y alcalde ordinario Gonzalo Ximénez Hidalgo, abuelo del Apóstol de América.

Cercana a la silera del marqués, en el altozano de San Cristóbal, existió una ermita dedicada al santo portador de Cristo, que levantada entre olivos su propietario, Alonso Sánchez Recio de León, donaba a la Orden de San Agustín en 1519, para que sobre ella y la finca circundante fundaran un convento. Así fue, y un año más tarde ya moraban los primeros frailes ermitaños, que bajo la protección del marquesado de Priego construyeron en los sucesivos lustros el actual complejo desamortizado de la iglesia y convento que dedicaron a su fundador.

Fueron los agustinos los verdaderos artífices y promotores del gran crecimiento del barrio del Sotollón. Dieron origen a las calles Ancha y La Prieta, ya que los terrenos que ocupaban las mismas era un olivar propiedad del convento, que en 1553 los frailes acordaron parcelar y ofrecer la adquisición de los solares resultantes bajo la cómoda fórmula del censo, cuya cuantía económica era redimida mediante pagos anuales, lo que  provocó que el cerro de San Cristóbal se poblara rápidamente.

A este establecimiento material de la población, los agustinos añadieron un acercamiento espiritual de los montillanos con la creación de cinco cofradías en su iglesia durante las últimas cuatro décadas del siglo XVI, con las que ofrecían servicios religiosos y sociales –tales como limosna en caso de enfermedad y entierro digno a su muerte– a todos aquellos que ingresaran en sus filas. A la sazón fueron fundadas las corporaciones de Ntra. Sra. de Gracia en 1561, Ntra. Sra. del Tránsito en 1582, Soledad y Angustias de Ntra. Sra. en 1588 –encargada de escenificar el acto del Descendimiento en el atrio conventual–, Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén en 1590, y San Nicolás de Tolentino en 1599. Ya en el siglo XVII se erigieron las hermandades de Ntra. Sra. de la Correa, Santa Rita de Casia, y la ilustre cofradía de la Misericordia en 1674, que rendía culto a Santo Tomás de Villanueva y auxiliaba a los presos de la cárcel.

La calle del Sotollón pasó a llamarse "San Francisco Solano" en 1894
En su devenir, la popular calle del Sotollón tenía reservada una de las páginas más importantes de la historia religiosa de la ciudad. En marzo de 1549 nace en una de sus casas el que a la postre será San Francisco Solano, hijo de Mateo Sánchez Solano y Ana Ximénez Hidalgo, que residían en esta calle desde la formalización de su matrimonio once años antes. Para que sirva como apunte y muestra del fervor cofradiero de este barrio, hemos de recordar que Mateo Sánchez fue hermano de las cofradías del Santísimo  Sacramento, de las Benditas Ánimas, de Ntra. Sra. de Gracia y de la Santa Vera Cruz, en la que hacía penitencia la noche del Jueves Santo, revestido con su propia “túnica con su capirote y cordón”. Igualmente, su esposa Ana Ximénez en sus últimas voluntades confiesa su veneración por Ntra. Sra. del Rosario y  Ntra. Sra. del Tránsito, imágenes titulares de sendas hermandades.

El nombre del mejor de los montillanos reemplazó al Sotollón en la rotulación de la vía en 1894, y la casa del Santo Solano se convirtió en santuario para los habitantes de la ciudad, que comenzaron a construir en su honor a partir de 1681, tras la beatificación del franciscano, montillano y universal. Con el paso de los años, en este templo se crearon corporaciones de fieles en torno a nuevas advocaciones. Desde los inicios, radica la Obra Pía de San Francisco Solano, en 1700 se funda la cofradía de Ntra. Sra. de la Aurora, también tuvo su sede la Orden Tercera de San Francisco, que se trasladó del oratorio de San Luis ya en el siglo XVIII, y por último se estableció en el templo solanista la Hermandad del Señor de la Humildad y Paciencia y María Stma. de la Caridad en 1994.

Como se puede apreciar en este breve paseo por la memoria del antiguo barrio del Sotollón, desde sus orígenes ha mantenido una intensa vitalidad cofrade y religioso-popular en sus distintas iglesias, ermitas, capillas y humilladeros repartidos por su entramado urbano, cuya arteria principal este año acoge en su seno a la Hermandad del Sagrado Descendimiento, que en cabildo general de hermanos celebrado el día 20 de febrero de 2010 decidió construir una casa y templo para honrar a sus Sagrados Titulares en el corazón de este noble y afanoso barrio, que a buen seguro su vecindario prohijará como tantas veces lo ha hecho durante sus cinco siglos de historia.