miércoles, 27 de diciembre de 2017

Dª CATALINA FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y ENRÍQUEZ (1495-1569). Breve silueta biográfica.

Los días 10 y 11 del pasado mes de noviembre, en Alcalá La Real tuvo lugar el Encuentro de Investigadores “Los Fernández de Córdoba. Nobleza, hegemonía y fama”, organizado por el Ayuntamiento de aquella histórica ciudad, en homenaje al catedrático D. Manuel Peláez del Rosal.

Cuando, tiempo atrás, fui invitado a participar en este congreso, consideré oportuno aprovechar la ocasión para presentar la figura femenina de doña Catalina Fernández de Córdoba y Enríquez de Luna (1495-1569), primogénita del primer marqués de Priego, don Pedro Fernández de Córdoba, Señor de la Casa de Córdoba y Aguilar, Alcalde Mayor de Córdoba, de Alcalá la Real y Antequera, a quien los Reyes Católicos concedieron el marquesado en 1501 tras la batalla de Sierra Bermeja, donde murió su padre, don Alonso de Aguilar, y él cayó gravemente herido.

Este año se ha cumplido el V centenario de la muerte de don Pedro y, en consecuencia, del ascenso al gobierno del marquesado de su hija Catalina. Como indican los genealogistas de la época, este hecho tuvo un significado trascendental ya que después de nueve generaciones y más de tres siglos la línea troncal de los Fernández de Córdoba perdía la varonía del linaje, y su jefatura recaerá en una joven que, contra todo pronóstico, se convirtió en gobernadora efectiva de su estado señorial durante medio siglo, llegando a ser considerada la mujer más influyente de la nobleza andaluza de su tiempo.

Firma de Dña. Catalina Fernández de Córdoba
El hecho de ser mujer, permitió a doña Catalina permanecer en sus feudos, ya que en esa época los servicios a la Corona eran prestados generalmente por los varones nobles en la Corte o en los campos de batalla.

A lo largo de ese medio siglo doña Catalina transformó e incrementó sus dominios, a los que dotó de conventos, hospitales, iglesias, colegios, e infraestructuras públicas con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de los vecinos de Aguilar, Montilla, Puente de Don Gonzalo, Cañete de las Torres, Santa Cruz, Priego, Carcabuey, Montalbán y Monturque, además de adquirir a la Corona Villafranca y Castro del Río.

De todas estas poblaciones, la que experimenta un mayor crecimiento urbano será Montilla. La pequeña villa medieval que heredó en 1517 –con su fortaleza y muralla arruinadas– fue la elegida por la segunda marquesa para establecer su definitiva residencia y capital de su estado, lo cual le permitirá convertirse en una urbe moderna y de espíritu humanístico. Esta elección no fue casual, ya que los señores de Aguilar habían situado su residencia habitual en el castillo montillano a principios del siglo XV. A ello se sumó la voluntad de su padre, el primer marqués, de erigir el panteón del linaje y mayorazgo en el convento franciscano que se estaba construyendo a la hora de su muerte.

Durante los años centrales del siglo XVI Montilla incrementó su población en ocho mil habitantes, pasando a ser el núcleo más poblado de la diócesis cordobesa después de la capital y Lucena. La villa fue dotada de una plaza mayor, edificios públicos para su Regimiento, Justicia y Abastecimiento. A la par, la marquesa procuró equipar a la administración de su Estado de varios edificios que se levantaron en las inmediaciones de su monumental palacio, en torno a una plaza rectangular de líneas renacentistas.

Bajo su patrocinio también se instalaron las órdenes religiosas de San Francisco (1512), San Agustín (1520) y Santa Clara (1525); se construyeron los hospitales de la Caridad y la Encarnación, que a la postre serán el germen de la llegada de la Orden de San Juan de Dios.

Aunque quizá el episodio por el que su figura es más recordada por la Historia es por su decidida protección para introducir en Andalucía a la joven Compañía de Jesús, que gracias a sus gestiones fundará su primer colegio en la ciudad de Córdoba en 1552 y tres años después en Montilla.

El palacio de Montilla fue la residencia más utilizada por Dña. Catalina Fernández de Córdoba, lugar en el que murió el 14 de julio de 1569.

A mediados del siglo XVI la capital del marquesado y su población crecían a la vez que su perímetro urbano. Los centros religiosos citados acogieron a grandes personalidades en letras y en santidad que elevaron la cultura montillana a las altas esferas del Siglo de Oro hispánico: san Juan de Ávila, san Alonso Orozco, san Francisco de Borja, santo Tomás de Villanueva, fray Luis de Granada o fray Domingo de Baltanás fueron, entre otros tantos, habituales residentes en la villa.

En el aspecto familiar, doña Catalina casó con el III Conde de Feria, Lorenzo Suárez de Figueroa, de quien concibió cinco varones y una niña. Esta prolija descendencia le permitió afianzar su mayorazgo y concertar un doble matrimonio con la Casa de Arcos para unir ambos linajes. En 1542, Pedro, el primogénito, casará Ana Ponce de León, y su hermana María de Toledo lo hará con Luis Cristóbal Ponce de León, Duque de Arcos.

Los restos de Catalina Fernández de Córdoba y varios de sus
familiares descansan en la Basílica de San Juan de Ávila
Este tipo de alianzas entre la nobleza andaluza reforzará el papel de los Fernández de Córdoba en la corte imperial de Carlos V y su hijo Felipe II. Muestra de ello son los cargos de confianza que ocuparon sus hijos junto a estos monarcas, a los cuales acompañaron en sus viajes y campañas militares por el Sacro Imperio Germánico, por los Países Bajos o en la Jornada de Argel. Como premio a los servicios prestados los hijos de la marquesa ganaron prestigio militar, nuevos títulos y prebendas reales. Su primogénito, Pedro de Córdoba y Figueroa, recibirá del emperador el Collar de la Orden del Toisón de Oro (1545), siendo el primer Fernández de Córdoba de la dinastía que lo ostentará. El segundo hijo, Gómez Suárez de Figueroa, obtendrá del rey prudente el marquesado de Villalba, la dignidad ducal de Feria y la Grandeza de España (1567). Alonso ganará el marquesado de Villafranca (1574); Antonio, será rector de la Universidad de Salamanca (1549), primer rector del colegio jesuita de Córdoba, y el rey solicitará para él un capelo cardenalicio. Y por último Fray Lorenzo será prior del convento de San Pablo de Córdoba, Maestro de Sagrada Teología y en 1579 será nombrado Obispo de Sigüenza.


En resumen, esta sencilla aportación pretende rescatar del olvido la figura de una mujer que, como ya anuncié, contra todo pronóstico, tomó las riendas de un señorío medieval y lo transformó siguiendo las directrices renacentistas y humanísticas que llegaban de Europa. La gran beneficiada fue la entonces villa de Montilla que, en palabras de un cronista de la época “desde entonces comenzó a aumentarse esta villa y a tomar el lustre y grandeza que ahora tiene”.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

viernes, 14 de julio de 2017

SAN FRANCISCO SOLANO Y EL MARQUESADO DE PRIEGO

A lo largo de este año Montilla está volcada en recuperar la figura de doña Catalina Fernández de Córdoba y Enríquez de Luna, II marquesa de Priego, dado que se cumple el V centenario de la muerte de su padre, don Pedro, el primer marqués y, en consecuencia, el ascenso al gobierno de la nobiliaria Casa de Aguilar y Córdoba de esta gran mujer que asentó los cimientos de la actual ciudad que hoy disfrutamos.

Conocidos son los esfuerzos de doña Catalina por convertir la pequeña villa medieval que heredó en 1517 –con su fortaleza y muralla arruinadas– en una urbe moderna y de espíritu humanístico. Numerosos conventos, hospitales, iglesias y colegios fueron patrocinados por ella, centros que acogieron a grandes personalidades de letras y santidad que elevaron la cultura montillana a las altas esferas del Siglo de Oro hispánico. La pequeña villa se configuraba en capital del marquesado y su población crecía a la par de su perímetro urbano.

La vida y gloria de San Francisco Solano transitará inmersa en ese tiempo y espíritu. No en vano, aparece salpicada de numerosas referencias al marquesado de Priego que, por otra parte, suelen pasar inadvertidas en las biografías del Apóstol de América.

La familia de Solano estuvo muy ligada a palacio. Su padre, Mateo Sánchez Solano, fue en dos ocasiones Alcalde Ordinario, cargo otorgado por la marquesa. De igual modo, su madre, Ana Ximénez Hidalgo, estuvo entregada durante largos años a la educación de los hijos de la III marquesa, también llamada Catalina, nieta de la anterior, que había casado con su tío paterno, Alonso Fernández de Córdoba y Figueroa, I marqués de Villafranca.

A sus veinte años, Francisco Solano ingresa en el noviciado del convento de San Lorenzo en abril de 1569 año en que muere la II marquesa de Priego, casualmente, el día 14 de julio. El joven fray Solano participó en su multitudinario funeral, al igual que toda la comunidad franciscana de Montilla, aún sin imaginar que esa misma fecha será la elegida por la providencia para su justa hora suprema.

Detalle de un plano de la Ciudad de Lima realizado hacia el año 1700, en cuyo ángulo inferior derecho reproduce la imagen de San Francisco Solano, sobre el escudo de la ciudad que le votó por patrono en 1629. (BNE)

La fama ascética y taumatúrgica del seráfico Francisco Solano le granjeará la estima de los nobles montillanos. Tal fue el caso que la III marquesa de Priego, Catalina “la joven”, que en su temprana partida (1574) fue amortajada con un sayal del propio fray Solano.

Y así, son inagotables los testimonios que a lo largo de los siglos ha dado la noble Casa de Priego y Feria en pro del santo astro de la Hispanidad. Fomento de su proceso de canonización, construcción de templos e iconos en su honor, impresión de hagiografías, dotación de cultos, etc. Sin olvidar aquel histórico momento en el cual Luis Ignacio Fernández de Córdoba, VI marqués, acompañado de toda su familia y séquito le votaba por patrono de Montilla y de todo su Estado feudal en 1647, sólo treinta y siete años después de morir en Lima (Perú) en olor de santidad.

viernes, 7 de julio de 2017

EL FRANCISCANO MIGUEL DE AGUILAR (1655-1729), BREVE SEMBLANZA DE UN ESCRITOR MONTILLANO.

El pasado año fueron publicadas las Actas del curso y congreso de Franciscanismo celebrados en 2014 y 2015, bajo la dirección y edición del Dr. Manuel Peláez del Rosal, presidente de la Asociación Hispánica de Estudios Franciscanos.

En el primero de ellos, presentamos una comunicación con el propósito de aproximarnos a la vida y obra de un paisano desconocido, el seráfico fray Miguel de Aguilar –teólogo, profesor, biblista y prestigioso predicador– de quien traemos hasta estas páginas una breve semblanza con el fin de divulgar su existencia y obra localizada.

A modo de avance biográfico, podemos adelantar una serie de datos y fechas de nuestro personaje y su familia. Miguel nace en Montilla en 1655, siendo el primogénito de Alonso Pérez de Aguilar y Antonia de Robles, quienes celebraron su bautizo en la Parroquia de Santiago el miércoles 13 de octubre de aquel año(1), para el que fue su padrino Don Ramiro de Barnuevo, caballero del hábito de Santiago(2). El joven matrimonio había verificado sus esponsales el 25 de noviembre de 1654 en el mismo templo(3).

La familia Pérez de Aguilar y Robles creció con tres hijos más: Alonso, Luis y María. Vecinos en la calle Horno Nuevo (en la actualidad c/ Médico Cabello), desde la cuna la prole gozó de un ambiente religioso muy cercano, pues el padre tenía dos hermanos clérigos, y uno de ellos, Fray Lorenzo, ocupó el priorato del convento de San Agustín de Montilla. 

Poco sabemos de la infancia y juventud de Miguel, que no hubo de ser muy dispar a la de la mayoría de sus contemporáneos. Probablemente recibiera su educación primaria en el Colegio de los Jesuitas, para después pasar al Colegio de Córdoba. De vuelta en Montilla, percibiría la llamada de Francisco de Asís, cuyo sayal tomará en el noviciado del convento observante de su tierra natal.

Es muy posible que influyeran en tal decisión dos acontecimientos cardinales en la vida del joven Miguel. El primero, familiar, cuando en febrero de 1673 muere repentinamente Dª Antonia de Robles. El segundo toca al ámbito espiritual, ya que el 25 de enero de 1675 el pontífice Clemente X beatifica al venerable Fray Francisco Solano, momento muy esperado y festejado en Montilla.

Ese mismo año Miguel cumple los veinte años, edad en que ya se podía ingresar en el noviciado. Los montillanos celebran por todo lo alto el ascenso a los altares de su paisano misionero, a quien los Marqueses de Priego ya habían votado protector de la ciudad y de todo el señorío el 14 de marzo de 1647, voto que es ratificado once días después por el cabildo municipal(4). Las autoridades locales volvieron a invocar la protección de Solano en el cabildo de 13 de enero de 1681, una vez beatificado y por indicación de los Marqueses de Priego, además de dotarle una fiesta anual en su honor(5). 

Es más que probable que en este período Fray Miguel de Aguilar se encontrase en el convento montillano ya profeso, completando su formación teológica, para luego culminar sus estudios mayores hasta alcanzar el ministerio sacerdotal años después en Sevilla o Granada.

En febrero de 1682 su padre, ahora llamado Alonso Pérez Navarro, decide ordenar sus últimas voluntades bajo testamento. Después de entregar su alma a Dios, su cuerpo a la sepultura familiar de la iglesia conventual de San Agustín y enviar las limosnas oportunas a sus devociones y obras pías, recoge una serie de cláusulas donde especifica cómo destinar y repartir su herencia. 

  
Portada del Enchiridion Predicable, una obra
de apoyo al teólogo para el estudio de la Biblia.
 Fue la primera obra escrita por Fr. Miguel
de Aguilar, publicada en 1706.
A través de la escritura notarial es posible seguir la pista a los hijos del viudo Alonso, quien estipula y declara que “tengo por mis hijos legítimos a fray Miguel de Aguilar del orden de mi padre san Francisco de Asís, y a fray Luis de Aguilar del Orden del Sr. San Agustín los quales son religiosos profesos y al tiempo de sus profesiones renunciaron en mí sus legítimas paterna y materna por lo qual no son ya interesados a mis bienes y hacienda”(6). El testador no indica el lugar de residencia de sus hijos, lo que manifiesta que eran moradores en los conventos de su ciudad natal(7).

Por tanto, los herederos de sus bienes serán sus hijos “D. Alonso de Aguilar, que está sirviendo a Su Majestad en el ducado de Milán” y su hermana Doña María de Aguilar, a la que encomienda la parte de su hermano ausente hasta “que el susodicho vuelva a estos reinos la dicha su hermana tenga en su propiedad los bienes que le tocaren de la dicha mi hacienda”(8).

Poco más sabemos de Fr. Miguel de Aguilar hasta 1704. El 25 de octubre de aquel año tiene lugar en Córdoba el capítulo de la Orden, donde Fr. Miguel ya es Lector Jubilado y resulta elegido Definidor de la provincia franciscana de Granada(9). Como tal, adquiere gran fama de teólogo y predicador apostólico, lo que le hace viajar por el extenso territorio andaluz.

Por la publicación de sus escritos y sermones, sabemos que en 1706 se halla en Alcalá la Real, al año siguiente en Alcaudete y dos años después está de nuevo en Córdoba.

Nuevamente lo hallamos en la ciudad de Acisclo y Victoria, donde asiste al capítulo provincial de 1711, del cual saldrá elegido para ocupar el cargo de Provincial, cuyo mandato no estuvo exento de discordia y dificultades(10). Durante los tres años que está al frente del privincialato Fr. Miguel de Aguilar impulsa la reforma de los conventos de Baena “cuya mayor parte fabricó de nuevo” y de Priego.

Tras un paréntesis de tres años que Fr. Miguel pasa a predicar en la provincia la Provincia franciscana de los Ángeles (que ocupaba la vega del Guadalquivir y parte norte de los territorios de Córdoba, Sevilla, así como se adentraba en Extremadura y algunas poblaciones de Castilla), en el trienio posterior nuevamente resulta elegido Custodio de la Provincia de Granada, cuyo capítulo fue celebrado el día 23 de octubre de 1717 en el convento de San Esteban de Priego(11).

  
Portada de Luz Seraphica, libro de obligada
 lectura para los miembros del Venerable
 Orden Tercera. Vio la luz en 1709.
Desde su vuelta, Fr. Miguel de Aguilar situó su residencia definitiva en el convento de San Esteban de Priego, donde pasará el resto de sus días hasta que fallece sobre el mes de junio de 1729, cuando la Orden Franciscana celebraba su Capítulo General en la ciudad de Milán.

Antes de morir, el ya septuagenario franciscano tuvo el gozo de conocer y festejar la canonización de su paisano y referente espiritual, San Francisco Solano, de quien el cronista de la Orden, Laín y Rojas, dice tras reseñar el óbito de Fr. Miguel: “Por estos tiempos se celebraban con particulares regocijos en la Provincia de Granada las canonizaciones de varios santos de la orden, especialmente de su ilustre hijo San Francisco Solano, natural de Montilla, profeso de aquel mismo convento, maestro de novicios y guardián de San Francisco del Monte, apóstol del Perú canonizado por el señor Benedicto XIII”(12).

APORTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

La obra literaria de Fr. Miguel de Aguilar –localizada hasta la fecha– es meramente de materia religiosa. Hemos hallado cuatro obras, todas impresas en la primera década del siglo XVIII. Su notoriedad como eminente teólogo le llevó a escribir un manual complementario para el estudio de la Sagrada Escritura y un compendio de la historia, reglas, observaciones e indulgencias para el ejercicio de los miembros del Venerable Orden Tercero. Además, dada su fama de gran predicador, sus fervorosos seguidores patrocinaron la edición de dos sermones, lo que nos hace prever que fueran más las obras de este tipo llevadas a la imprenta.

En 1706 ve la luz la primera de ellas, bajo el título de Enchiridion Predicable, un manual destinado a los teólogos, que complementa y ayuda al mejor conocimiento y estudio de la Biblia. El libro, del que sólo conocemos una edición, fue estampado en la Imprenta de su Ilustrísima, de Alcalá la Real, por Francisco de Ochoa en 1706, a expensas Gonzalo Antonio de Padilla Pacheco Guardiola y Solís, Caballero de la Orden de Calatrava. Comprende un total de 224 páginas en octavo(13).

En 1707 Fr. Miguel de Aguilar predica en el convento de Santa Clara de Alcaudete, de cuyas lecciones hemos localizado dos sermones impresos. El primero de ellos tiene lugar el día 25 de marzo, viernes de cuaresma, como indica el título del opúsculo de 32 páginas que carece de pie de imprenta, aunque la Aprobación Eclesiástica fue dada en Alcalá la Real(14). Su contenido versa sobre la actualidad del momento histórico, donde el franciscano proclama una abierta defensa a favor de la causa de Felipe V, cuyo reinado comenzó con la Guerra de Sucesión (1701-1715). 

Unos meses después vuelve a subir al púlpito del convento de las clarisas con ocasión de declamar la acción de gracias que la villa de Alcaudete ofreció a San Francisco de Asís por el natalicio del príncipe Luis I de España, primogénito de Felipe V, manifestando una vez más su adhesión a la causa borbónica en plena guerra. El panegírico, de 24 páginas, fue estampado en Córdoba en la imprenta episcopal por los tipógrafos Diego de Valverde y Leyva, y Acisclo Cortés de Rivera(15).

 
Sermón predicado por  Fr. Miguel de Aguilar
en la villa de Alcaudete, que fue impreso en 1707.
Por último, en 1709 aparece la obra más conocida de Fr. Miguel de Aguilar(16), cuyo título resume su contenido: Luz seraphica: breve compendio del venerable Orden Tercero de Penitencia de N. Seraphico P. S. Francisco y de sus principales indulgencias, siendo auspiciada por el licenciado Gregorio de Leyva y Martos, sacerdote de Alcaudete miembro de la Orden Tercera. Y, aunque carece de pie de imprenta, su publicación está aprobada por el Ordinario de Córdoba, lo que induce a algunos bibliógrafos a señalar como su lugar de impresión(17).

A MODO DE CONCLUSIÓN

A través de esta breve aportación, que se puede consultar en su versión completa en las Actas del Congreso El Franciscanismo: Identidad y Poder(18), podemos percibir un capítulo más del esplendor cultural montillano emergido durante los siglos barrocos. Pues, como es sabido, desde el siglo XVI existió en nuestra ciudad un sustrato intelectual que dedicó parte de su vida a plasmar sobre el papel los amplios conocimientos de la materia que dominaron, entre los cabe citar a San Juan de Ávila, San Alonso de Orozco, el Inca Garcilaso de la Vega, o los jesuitas Martín de Roa y Alonso Rodríguez. 

A este elenco de famosos escritores que proyectaron el nombre de Montilla gracias a su relevancia y prestigio social hay que sumar otros tantos que subyacen bajo el título de sus obras literarias, olvidadas en los fondos antiguos de las bibliotecas y superadas por la evolución del pensamiento, pero no debemos olvidar que fueron muy empleadas en su época. Tal fue el caso del protagonista de este estudio, un fraile mendicante, seguidor de las huellas de Francisco de Asís, teólogo, profesor, biblista y predicador de prestigio que ocupó los máximos grados del solar franciscano andaluz y elevó su oratoria en incontables púlpitos de nuestra región, como demuestra el interés por editar sus panegíricos.

Del mismo modo, sus obras fueron muy utilizadas en aulas de seminarios y universidades  como fuera el caso del Enchiridion predicable, un manual de apoyo al estudio de la Biblia –el libro más publicado de la historia– que en el Siglo de Oro era exclusivo de grandes teólogos. Tampoco hemos de olvidar su Luz Seraphica, un volumen de lectura obligada para los miembros de la Orden Tercera, una de las entidades religiosas de carácter laico más propagadas del orbe católico, ya que fue instaurada en la práctica totalidad de los conventos franciscanos masculinos y femeninos e incluso integrada dentro otros grupos como hermandades y cofradías. Esta obra sirvió posteriormente de base a otros autores que la ampliaron e incluso la llegaron a publicar con el mismo título dado por el fraile montillano.

De su vasta erudición han llegado hasta nosotros las cuatro obras impresas que hemos tratado, lo que nos hace pensar en la probable existencia de impresiones de más obras morales de características similares a los sermones hallados. Por ello, no debemos de dejar de profundizar en la vida y obra de hombres como Miguel de Aguilar si queremos en el futuro conocer algo más y mejor nuestro pasado y sus protagonistas.

FUENTES:
(1) Por la fecha de su bautismo intuimos que el día de su nacimiento pudo ser el 29 de septiembre, festividad de San Miguel arcángel.
(2) Archivo Parroquial de Santiago de Montilla (APSM). Libro 23 de bautismos, f. 333.
(3) APSM. Libro 6 de desposorios (pequeño), f. 16. Ítem: Libro 8 de velaciones y desposorios, f. 85.
(4)Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Actas Capitulares, Libro 14, f. 67 v.
(5)DE CASTRO PEÑA, I.: La Orden Franciscana y San Francisco Solano en la documentación del Archivo Municipal de Montilla, págs. 55-71. En: “XVI Curso de Verano El Franciscanismo en Andalucía. San Francisco Solano en la Historia, Arte y Literatura de España y América”. Córdoba, 2011.
(6) Archivo de Protocolos Notariales de Montilla. Escribanía 3ª. Leg. 464, f. 91. Véase ítem: APSM. Libro nº 23 de testamentarías, f. 318.
(7) Esta deducción podemos confirmarla en su hijo Fr. Luis, morador del convento de San Agustín de Montilla, donde predica uno de los días del solemne Octavario celebrado con motivo de la colocación de la imagen de Jesús Nazareno en su nueva capilla de la iglesia agustina, en enero de 1689.  Biblioteca Nacional de España (BNE). Sig. R/34986/1.
(8) Ibíd.
(9) LAÍN Y ROJAS, S.: Historia de la Provincia de Granada de los frailes menores de N.P.S. Francisco, pág. 460. Martos, 2011.
(10) Ibídem, pág. 462.
(11) Ibíd., p. 476.
(12) Ibíd., p. 486.
(13) Los ejemplares que hemos manejado se hallan en la Biblioteca Diocesana de Córdoba, con las signaturas: R18/10732 y R18/12695.
(14) Sermon (dia veinte y cinco de marzo) tres de los seis, que en las seis tardes de los Vierness [sic] de la Quaresma de este presente Año de 1707 /predico (tomando por temas las cartas, que el Evangelista S. Juan escribiò à los Obispos de el Asia) en el Convento de Santa Clara de la Villa de Alcaudete... P.F. Miguel de Aguilar... sacale a luz Don Miguel Gonzalez de Lara.  [s.n., s.a.]. 32 p. ; 4º. Biblioteca Provincial de Cádiz. Sig: Folletos CXXVII-32.
(15) Sermon de accion de gracias a N.S.P.S. Francisco por el natal del serenissimo principe de las Asturias Luis Primero de España en la especial fiesta que a esse fin hicieron sus tres órdenes de la villa de Alcaudete en el Convento de la Gloriosa V.S. Clara de dicha villa / lo saca a luz ... Diego Sanchez Esteban de Leon ... ; predicolo el R.P. fr. Miguel de Aguilar ... de N.S.P.S. Francisco. Impresso en Cordova : en la Imprenta de Dign. Episc., por Diego de Valverde y Leyva y Acisclo Cortés de Ribera, [s.a.]. [6], 18 p. 4º. Biblioteca del Convento de los Padres Capuchinos de Antequera (Málaga), Sig. 4101 (2).
(16) Este volumen es el único de los escritos por Fr. Miguel de Aguilar que aparece en la bibliografía del siglo XX: VALDENEBRO, n. 310. / RAMÍREZ DE ARELLANO, nº 8 – II [Copia la referencia de Valdenebro, aunque toma equivocadamente la fecha]. / PALAU, n. 3624.
(17) Para este trabajo hemos consultado dos ejemplares que existen en la Biblioteca Provincial de Córdoba (Fondo Antiguo, Sig. 13-34 y 14-24), procedentes del convento franciscano de San Lorenzo de Montilla, así como un ejemplar en la Biblioteca Diocesana de Córdoba (Sig. R-18/11572), procedente del Colegio de la Compañía de Jesús de Montilla.
(18) JIMÉNEZ BARRANCO, A.L.: “El franciscano Miguel de Aguilar (1655-1729), semblanza biográfica de un predicador y escritor montillano”. En: El Franciscanismo: Identidad y Poder. Córdoba, 2016; págs. 559-567.

martes, 4 de abril de 2017

EL MARQUÉS DE MONTALBÁN, HERMANO MAYOR DE LA COFRADÍA DE LA VERA CRUZ*

Los archivos nunca dejarán de sorprendernos. Decimos esto porque ellos son los guardianes de la historia, sin interpretaciones coyunturales ni barnices teñidos; máxime cuando se da el caso de la cofradía de la Vera Cruz montillana que apenas conserva fuentes documentales directas (reglas, inventarios, libros de cabildo, cuentas, etc.), dado que estuvo inactiva en algunos periodos, además de su mudanza de sede canónica en 1809, por orden episcopal.

El hecho de no contar a día de hoy con la documentación producida por la cofradía en tiempos pasados nos limita su conocimiento y evolución interna, sus pormenores, su anual devenir y la coexistencia e integración social que mantuvo en la Montilla señorial de la modernidad. Para llenar este vacío histórico sólo nos queda utilizar las noticias que proporcionan los archivos públicos y eclesiásticos que, si bien no guardan la intimidad y regularidad de lo particular, conservan numerosas referencias que nos permiten reconstruir –de algún modo– las actividades de la cofradía donde se requería la intervención de la autoridad diocesana o la validación legal de la «fe pública».

Por ello, los archivos de protocolos son un venero inagotable de noticias dormidas entre los legajos notariales donde se registraron contratos, compras, ventas, convenios, donaciones, mandas, fundaciones de obras pías, etcétera, en los que la cofradía actúa como una de las partes.

Detalle de la escritura notarial donde el mayordomo de la Vera Cruz alude al Marqués de Montalbán como hermano mayor de la cofradía penitencial.

Tal es el caso que traemos hoy hasta estas páginas, pues se trata de una escritura de venta otorgada por la cofradía de la Vera Cruz a favor de Francisco Martín Márquez, en 1661. Por suerte para nosotros, dicha escritura contiene anexado el expediente informativo que reúne todos los trámites que la cofradía hubo de salvar para conseguir su objetivo, lo cual multiplica la información ofrecida en el expediente, un recorrido procesal que va desde el consentimiento por parte de la autoridad religiosa hasta los agentes que intervinieron.

Por lo que se desprende del citado instrumento, la corporación de la Vera Cruz tenía “entre sus bienes suyos propios dos olivares que el uno está en el pago de el Cuadrado linde con olivares de el licenciado Ignacio de Carmona y tierras del Lcdo. Diego de Ayala que tiene treinta olivos, y el otro a la parte del navazo de Juan Zapatero lindo con olivar de Lázaro Martín Hidalgo y de olivares del Lcdo. Bartolomé del Baño que tiene sesenta pies”[1], los cuales anduvieron en manos de varios arrendadores que los descuidaron hasta convertirlos en improductivos. Ante tal situación, los cofrades acordaron desprenderse de ellos y solicitar a la autoridad diocesana su venta a censo (una modalidad de transacción parecida al préstamo hipotecario actual), fórmula con la que aspiraban a lograr rentas más fiables y tener menos quebraderos de cabeza.

Toda la gestión del proceso recaerá en la figura del mayordomo (gerente) de la cofradía, que en ese período es José de Montemayor Rico “Familiar del Santo Oficio y vecino de esta ciudad”. Cuál es nuestra sorpresa, cuando leemos una petición ológrafa y fechada en 31 de enero de 1661 en la que solicita al obispo de Córdoba “en nombre de su Excª el Sr. Marqués de Montalbán mi señor hermano mayor de dicha cofradía y por los demás cofrades de ella”[2] la debida autorización para enajenar los citados olivares.

La solicitud continuó su cauce y en el resto del expediente ya sólo aparece el mayordomo como representante de la cofradía. Fue recibida la instancia en palacio por el Vicario General, Carlos Muñoz de Castilblanque, quien requirió la opinión del Rector de la Parroquia de Santiago, Melchor de los Reyes Flores, el cual secundaba las intenciones de los cofrades de la Vera Cruz.

En 1650 el poeta barroco Francisco de Trillo y Figueroa
 enalteció con sus versos el nacimiento de Luis Mauricio
 Fernández de Córdoba, primogénito del marqués de Priego y,
en consecuencia, marqués de Montalbán desde su nacimiento.
A la sazón, el Vicario General designó “Juez comisionado” al Rector montillano para garantizar la transparencia del proceso. El primer paso  fue tomar declaración a cuatro testigos, dos clérigos y dos seglares[3], presentados por la cofradía para confirmar la propiedad, linderos y estado en que se encontraban sendos olivares. Una vez obtenidos los testimonios, el Rector emitió un informe favorable sobre la oportuna venta de los bienes rústicos.

Cinco días después, el Vicario General dio licencia para iniciar el proceso de venta en almoneda pública, mediante pregón en la plaza mayor. A partir del día 22 de febrero, el pregonero local Bartolomé Morquecho a diario hacía pública la oferta hasta en cuarenta y nueve ocasiones, durante las cuales pujaron cuatro interesados. Finalmente, el remate tuvo lugar el día 18 de abril, fecha en la que el citado Francisco Martín Márquez elevó la postura a 650 reales, adjudicándose la adquisición de los olivares.

La venta a censo fue registrada el día 24 de abril de aquel año, ante el escribano público Marcos Ortiz Navarro. En el acta notarial se recopilaron las condiciones propias de este tipo de contratos redimibles cuyos pagos eran semestrales, en los días de San Juan Bautista (24 de junio) y Navidad (25 de diciembre) hasta completar la cantidad acordada en la almoneda.

Al margen del interés que pueda suscitar el hallazgo de la compraventa de bienes rústicos de la cofradía, práctica habitual –por otra parte– en aquellos siglos en la hacienda del estamento eclesiástico, la principal noticia que nos desvela el expediente notarial es la conexión directa de un miembro de la nobleza montillana con una cofradía penitencial, máxime ocupando el cargo de Hermano Mayor, caso insólito que hasta la fecha no habíamos visto reflejado en la documentación manejada de la época de manera tan evidente.

Pero, ¿quién era el Marqués de Montalbán? Antes de adentrarnos en la persona que ostentaba el título nobiliario en aquel momento, hemos de  tener en cuenta una serie de premisas respecto al mismo, a su origen y aplicación.

El marquesado de Montalbán fue un título creado por el rey Felipe III el 19 de mayo de 1603, a favor de Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, IV marqués de Priego, para ser usado por los primogénitos o herederos de la Casa señorial de Priego (al igual que sucede con el Principado de Asturias en la Corona Española). De este modo el sucesor ostentaba este título hasta recibir la jefatura de la Casa, generalmente a la muerte de su predecesor.

En 1661 el marquesado de Montalbán recaía en Luis Mauricio Fernández de Córdoba y Figueroa. Era el quinto legatario que lo usaba. Había nacido en el palacio de Montilla el 22 de septiembre de 1650 (festividad de San Mauricio, mártir), fruto del matrimonio contraído entre Luis Ignacio Fernández de Córdoba, VI marqués de Priego, y Mariana Fernández de Córdoba Cardona y Aragón, hija del VII Duque de Sessa; quienes además tuvieron otros nueve retoños, todos nacidos en Montilla y bautizados en la Parroquia de Santiago por el Abad de Rute[4].


Escudo de armas que utilizó Luis Mauricio Fernández de Córdoba
a lo largo de su vida. Sostenido por el águila primigenia de los
Aguilar, aparece orlado por el collar de la Orden del Toisón
de Oro, timbrado por corona y terciado en faja, donde muestra
 los apellidos: (1) Fernández de Córdoba, (2) Figueroa,
Enríquez de Rivera, Manuel, (3) Ponce de León.
Luis Mauricio utilizó el título de marqués de Montalbán hasta 1665, año en que muere su padre; aunque lo mantiene hasta 1679, cuando nace su primogénito, Manuel Luis, fruto de su matrimonio con Feliche María de la Cerda y Aragón, hija mayor del VIII duque de Medinaceli.

Feliche María y Luis Mauricio celebraron sus esponsales en el Palacio Real de Madrid en 1675. A partir de entonces el marquesado de Priego traslada su residencia habitual a la Villa y Corte española, cuya situación se afianza una vez que recaen sobre la Casa de Priego los ducados de Medinaceli, Segorbe, Cardona y Alcalá de los Gazules, entre otros títulos, ante la falta de descendencia por línea de varón en el apellido de la Cerda[5].

Montilla pasará de ser la capital del Estado de Priego a una ciudad más de su extenso patrimonio, donde las competencias feudales en adelante fueron asumidas por sus subordinados –tales como el Contador mayor de la Casa– que también eran sus representantes en las ceremonias y actos públicos a los que los nobles tenían la costumbre de asistir.

Luis Mauricio fallece en Madrid en 1690, siendo el primero de los titulares del marquesado de Priego en ser inhumado fuera de Montilla. Ya entrada la centuria siguiente, en 1711, su hijo Nicolás se convertirá en el X duque de Medinaceli, reuniendo bajo su persona uno de los señoríos más grandes e influyentes de Europa. Los herederos de la casa ducal de Medinaceli continuarán la tradición de usar el título de marqués de Montalbán hasta mediados del siglo XIX.

*Artículo publicado en la revista Vera+Crux de Montilla. Cuaresma de 2017.

NOTAS:


(1) Archivo Notarial de Protocolos de Montilla. Escribanía 2ª. Leg. 260, fols. 409-429.
(2) Ibídem.
(3) Los testigos fueron: El Lcdo. Juan Bautista de Reina Pbro., el Lcdo. Andrés de Aguilar Granados Pbro., Andrés de Aguilar de Alba y Cristóbal de Aguilar Granados.
(4) LLAMAS Y AGUILAR, Miguel de: Árbol real de excelentísimos frutos cuyas ramas se han extendido por lo mejor del Orbe... siendo el mejor Príncipe Don Luis Fernández de Córdoba y Figueroa, Marqués VII de Priego, Duque VII de Feria… Biblioteca Nacional de España. MSS/18126.
(5) FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT, Francisco: Historia genealógica y heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España. Tomo VI. Madrid, 1905.






domingo, 26 de marzo de 2017

LA COFRADÍA DE JESÚS NAZARENO EN EL SIGLO XVII. APORTACIONES PARA SU HISTORIA.*

 A Jaime Luque, nazareno fiel y cofrade ejemplar.

El mes de marzo del año pasado vio la luz el libro de Actas del V Congreso Nacional de Cofradías bajo la advocación de Jesús Nazareno, que tuvo lugar en la vecina población de Puente Genil en febrero de 2014. El volumen ha sido editado por la Diputación Provincial de Córdoba bajo la dirección académica del Dr. Fermín Labarga García y la coordinación de D. Alejandro Reina Carmona.

El congreso fue organizado por la cofradía nazarena pontana bajo el epígrafe: «Camino del Calvario: rito, ceremonial y devoción. Cofradías de Jesús Nazareno y figuras bíblicas». Durante la sesión académica fueron presentadas ocho ponencias y una veintena de comunicaciones. Entre ellas se encuentra la enviada por quien escribe estas líneas, cuyo título es: La cofradía y hermandades de Jesús Nazareno de Montilla a través de sus constituciones y reglas. Siglos XVI – XVIII. De ella, hemos espigado algunos fragmentos referentes a la evolución que experimentó la cofradía a lo largo del siglo XVII; no sin antes ocuparnos de sus orígenes, a modo de introducción.

La popular calle Ancha (c.1913) coronada por la iglesia y convento de San Agustín, donde se erige la cofradía de los nazarenos en 1590, y se levanta la suntuosa capilla de Jesús, entre 1677 y 1689.













Las raíces de la «cofradía y hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de Montilla» se hunden en una fecha imprecisa del año 1590, como atestigua la documentación de la época. Durante su primera década de vida la cofradía de los nazarenos se organiza, adquiere sus primeras insignias y enseres, y acuerda con los frailes ermitaños de San Agustín su lugar de culto, derechos y deberes con la comunidad, para después ordenar sus primeras constituciones y reglas, que son aprobadas el día 5 de junio de 1598 y rubricadas por el provisor y vicario general Andrés de Rueda Rico(1).

La cofradía nazarena tiene una gran acogida entre los montillanos. Es la primera corporación pasionista cuya penitencia no es la flagelación sino imitar a su titular y, a su semejanza, portar una cruz a cuestas durante la estación de penitencia que hacen la mañana del Viernes Santo al templo mayor, la Parroquial de Santiago. Además, la hermandad incorpora una gran novedad en la piedad popular, pues también será la primera que posea por titular una efigie de Cristo vivo –lo que causa gran devoción entre los penitentes–, ya que hasta entonces sólo se habían venerado públicamente imágenes de Cristo crucificado (Vera Cruz) y yacente (Santo Sepulcro).

Es tal la pujanza que la cofradía adquiere en sus primeras décadas de vida que decide solicitar a la Santa Sede la confirmación pontificia de sus Constituciones y Reglas, gestión que, según el historiador Lucas Jurado de Aguilar, fue concedida el 25 de octubre de 1621 mediante Bulla papal expedida por Gregorio XV “en que les concede diferentes indulgencias y gracias, y en ella se previene que los hermanos que hubiesen de entrar en esta Cofradía hayan de hacer información de limpieza como se observó muchos años”(2).

Durante la segunda mitad del siglo XVII la cofradía se reordena jurídicamente en hermandades. Este proceso no es exclusivo, ya que también lo hacen el resto de corporaciones locales. A través del mismo, un grupo de hermanos nazarenos se obligan a desempeñar una función específica dentro del cortejo procesional del Viernes Santo, asumiendo la organización y gastos que conlleve. Así, el hermano mayor de la cofradía acepta en nombre de los oficiales tal compromiso, que se registra ante escribano público, donde se detallan los derechos y deberes adquiridos por la hermandad (hoy se llamaría  reglamento de régimen interno), que viene a cumplimentar las Reglas de la Cofradía, que quedan como Estatuto Marco.

El día 29 de marzo de 1668 el hermano mayor, Antonio Ruiz Lorenzo, acepta por escritura notarial una hermandad compuesta por setenta y ocho cofrades nazarenos, que otorgaron “y dijeron que por cuanto la dicha Cofradía en la procesión que hace viernes santo por la mañana a donde sale la imagen de Jesús Nazareno en este paso quieren salir por vía de hermandad todos los días y años de su vida y después sus descendientes y dar en cada un año sesenta hachas para que vayan alumbrando la santísima imagen solo por razón de llevarlo en sus hombros y el palio que saca”(3).

Jesús Nazareno, a su paso por el Coto, en 1934. En aquellos años
difíciles fue hermano mayor don Enrique Luque Sarramayor.
Asimismo, se obligaban por ellos y sus descendientes “para siempre jamás de sacar en sus hombros la dicha imagen de Jesús Nazareno y llevar las varas de el palio y dar sesenta hachas de cera para vayan alumbrando el Santo Cristo y toda la gente que fue necesario para ello con sus túnicas todo en cada año”, y recogían en cinco capítulos la organización y puestos en la procesión: “se han de hacer cinco cuadrillas, nombrando en cada una su cabo y señalando los puestos que ha de llevar cada una para lo cual se a de echar suertes todos los años”. Los derechos post mortem recibidos para sí y sus herederos: “si alguno de los hermanos de esta Hermandad muriere los hijos de los otorgantes o los que sucedieren en su lugar de cada uno han de tener precisa obligación de dar cada un o dos reales para que se le diga de misas por el ánima de el tal hermano difunto en esta dicha capilla y por los religiosos de el dicho convento”. Y los deberes y sanciones: “cualquiera de los hermanos de esta hermandad que faltare en la procesión de Jesús ha de pagar media libra de cera para esta hermandad como no tenga causa legítima para ello y este sin perjuicio que han de pagar prorrata de cera que le tocare de la que hubiere quemado las dichas sesenta hachas”.

Aparte de sus compromisos en la procesión del Viernes Santo con el paso de Jesús Nazareno, también se obligaron a organizar y financiar “todos los años perpetuamente para siempre jamás el día de la Ascensión de nuestro señor Jesucristo han de celebrar una fiesta en este dicho convento en la dicha capilla de Jesús por los religiosos del dicho convento y por ello se les ha de dar la limosna que se ajustare”(4). Por último, dicha escritura fue enviada a la Autoridad diocesana para su definitiva aprobación.

Más adelante, el 19 de septiembre de 1683, «los hermanos de cera» de esta hermandad reformaron el capítulo segundo de sus constituciones ante el hermano mayor de la cofradía, Pedro José Guerrero, “ahora reconociendo la estrechez de los tiempos y pobreza de los dichos hermanos”. El citado apartado trataba de la cuota que los mismos debían de aportar para sufragar las misas de los hermanos difuntos, y “que por uno y otro de algunos años a esta parte a encarecido el cumplimiento”, por ello “el reformar dicha condición como por esta escritura”(5). Así, acordaron junto con el mayordomo de la hermandad, Juan de Carmona Rubio, relajar dicho cumplimiento y con las limosnas que se recogieran celebrar cuantas misas alcanzase el peculio obtenido en fechas cercanas a la festividad de Todos los Santos.

Aunque la efigie titular de la cofradía era Jesús con la Cruz a cuestas, también gozaba de gran veneración la cotitular, llamada “Nuestra Señora Madre de Jesús”, que había sido renovada por la cofradía en 1623, cuya hechura encargaron al artista Pedro Freila de Guevara, que la ejecutó en su taller de Córdoba(6).

Al igual que los hermanos devotos del Nazareno, sus análogos de la Virgen Dolorosa se organizaron en hermandades. Así, el día 1º de marzo de 1671 cincuenta y ocho hermanos concurrieron al “convento de señor San Agustín desta ciudad, a la puerta de la capilla de Jesús Nazareno”, donde fueron recibidos por el Hermano Mayor, Pedro Albornoz(7), ante quien se comprometieron “en aquella mejor vía y forma que mejor haya lugar en derecho para honra y gloria de Dios nuestro señor fundar una hermandad para el paso de Nuestra Señora que sale en la procesión de Jesús Nazareno Viernes Santo por la mañana”(8). En la reunión, redactaron los once capítulos de los que constan las reglas, nombraron por hermano mayor de la Dolorosa a Bartolomé Sánchez Raigón y a ocho cabos para las cuadrillas. Además, se obligaron a portar el paso de María Magdalena.

En 1690, el 26 de marzo se reúnen ciento veintiún hermanos devotos de la Dolorosa Nazarena junto con el mayordomo de la cofradía, el Lcdo. D. Pedro de Toro Flores, para normalizar ante escritura pública una “hermandad de cera de nuestra señora que sale en la cofradía y procesión de nuestro Redentor Jesús Nazareno el Viernes Santo de la mañana de cada año” alegando en el texto notarial “no haber escritura ni forma donde sean obligados a sacar las hachas en forma de hermandad en dicha procesión ni por donde se les obligue a pagar el renuevo ni haber otro instrumento más que la devoción que les asiste queriendo para mayor estabilidad y firmeza de dicha hermandad darle forma por el tenor de la presente”(9), y para ello se obligaron a sacar cada año cien hachas de cera para alumbrar el paso de la Virgen y, además, acordaron ciertos derechos que habrían de tener los hermanos y descendientes que integrasen dicha hermandad, siendo admitidos por el mayordomo.

Según relata el historiador local Francisco de Borja Lorenzo, en 13 de mayo de 1694 los componentes de esta hermandad reunidos en cabildo instituyeron los cultos propios a la imagen de la Virgen Dolorosa, coincidiendo con la festividad mariana del Patrocinio de Nuestra Señora, el segundo domingo de noviembre, “con sermón y música”(10).

Todo este insólito fervor nazareno quedará patentado con la construcción de una nueva capilla en el convento agustino, gracias al patrocinio de los marqueses de Priego y Duques de Feria. Para ello, en 1677 hubieron de rebajar la primitiva capilla, de reducidas dimensiones(11), sobre la que será levantada la actual, que se concluye e inaugura solemnemente en los primeros días de 1689, en torno a la festividad de la Epifanía del Señor.

Portada del opúsculo impreso que recopila
 los cantos escritos para la inauguración
de la capilla nazarena en 1689. (BNE)
Para tal efeméride, la Casa Ducal y la Cofradía organizaron una fastuosa Octava predicada por los más grandes oradores de la diócesis, cuyos panegíricos fueron impresos, al igual que las coplas escritas ex profeso para tal solemnidad(12).

La traza barroca de la capilla, de planta de cruz latina, fue levantada, diseñada y decorada con ricas yeserías por el maestro hispalense Pedro de Borja (autor asimismo de la iglesia del Sagrario de la catedral de Sevilla), bajo el patrocinio de Francisco Bernabé Fernández de Córdoba –precursor de la obra– hermano del VI Marqués de Priego, Caballero profeso de la Orden de San Juan de Jerusalén (Malta), Maestre de Campo y Capitán General que fue de varias provincias en Italia y España(13).

Una vez terminado el edificio nazareno la cofradía se encargó de ornamentarlo. El retablo mayor fue ejecutado por Cristóbal de Guadix, artista montillano afincado en Sevilla discípulo de Pedro Roldán, que lo talló en aquella ciudad entre 1702 y 1703. Los retablos laterales, dedicados a la Virgen Dolorosa y a San Juan, fueron realizados en nuestra ciudad por Gaspar Lorenzo de los Cobos, el primero de ellos es contratado el 17 de julio de 1707 donde el entallador “se obligó de hacer el retablo que la cofradía de Jesús Nazareno sita en la iglesia del convento del Sr. San Agustín della pretende se haga por el altar de Nuestra Señora de Jesús que está en su capilla en tiempo de once meses que han de correr desde primero de agosto que vendrán deste presente año de la data por el precio de quinientos ducados vellón dándole a dicho retablo ocho varas y media de alto y de ancho seis menos cuarta comenzando desde el suelo en la conformidad que le tiene planteado”(14). Posteriormente, ejecutaría el segundo y los marcos de los lienzos del Apostolado(15), cuyas pinturas fueron adquiridas en Sevilla. El historiador Lucas Jurado indica que la capilla estaba completamente adornada en 1718(16).

Aparte de la protección económica del marquesado de Priego, la cofradía nazarena recibió durante este período (1675-1730) una serie de donaciones testamentarias y herencias, con las que afrontó la decoración de la capilla, la posterior construcción del camarín adosado a ella, el exorno de sus imágenes titulares y, por otra parte, le permitió ampliar sus rentas anuales a través de la concesión de censos y el arrendamiento de las fincas rústicas y urbanas que los devotos habían legado a Jesús Nazareno. Un ámbito –el financiero– que aún está sin estudiar, pero que merece un trabajo independiente, ya que sin los piadosos donativos recibidos por la cofradía no se hubieran materializado proyectos tales como la majestuosa capilla nazarena, que felizmente ha sido restaurada y vuelta al culto en estos últimos años. Acertada iniciativa que ha recuperado el sanctum sanctorum de la religiosidad popular montillana.

* Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, marzo de 2017.

NOTAS

(1) Antonio Luis JIMÉNEZ BARRANCO: Establecimiento y Regla de la Cofradía y Hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de Montilla. Montilla, 2008.
(2) Lucas JURADO DE AGUILAR: Manuscrito histórico-genealógico de Montilla [fotocopia de MS]. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, de Montilla (FBMRL), MS-298, pp. 41-43.
(3) APNM. Escribanía 1ª. Leg. 90, f. 382.
(4) Ibíd.
(5) APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1052, f. 288.
(6) APNM. Escribanía 4ª. Leg. 627, f. 557.
(7) Según relata dicha escritura notarial, Pedro de Albornoz había costeado un nuevo manto y falda a la Virgen Dolorosa.
(8) APSM. Escribanía 1ª. Leg. 93, f. 286.
(9)     APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1058, f. 214.
(10) Francisco de Borja LORENZO MUÑOZ: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Año 1779. MS 54. pp. 97-103. FBMRL.
(11)  JURADO DE AGUILAR, op. cit.
(12) Joseph MARTÍNEZ ESPINOSA DE LOS MONTEROS: Letras de los villancicos, que se han de cantar en la... Octaua que se celebra en esta ciudad de Montilla en la colocación de la... Imagen de Jesús Nazareno, en su nueva capilla, dedicados a los... Señores Don Luis Mauricio Fernández de Córdoba, y Figueroa... y Doña Felicha de la Cerda Córdoba y Aragón... Córdoba, 1689. Biblioteca Nacional de España (BNE). Sig. R/34986/1.
(13)  JURADO DE AGUILAR, op. cit.
(14)  APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1075, f. 361.
(15)  LORENZO MUÑOZ. Op. cit.
(16)  JURADO DE AGUILAR., p. 42.


lunes, 13 de marzo de 2017

MARÍA DE LA ENCARNACIÓN, LA «LLENA DE GRACIA»*

La última década del siglo XX resultó ser para la religiosidad popular montillana una verdadera revolución. Nuevas hermandades introdujeron en nuestra ciudad un soplo de aire fresco en el vetusto mundo cofrade local, cuyo espejo fue la sin par ciudad de Sevilla. Para muchos todo era novedoso, porque todo partía de la imaginación de una prole de cofrades deseosos de estrenar una mayoría de edad que les permitiera dar un nuevo significado a la añeja Semana Santa de su tierra natal.

María Stma. de la Encarnación, obra de Antonio Bernal, 1994.

Aquel insólito fervor hizo recalar en Montilla iniciativas que colmaron el ambiente cuaresmal de cultos y actividades que no tenían precedente. Las cofradías, poco a poco, se iban haciendo de un ajuar sacro cuyo punto de partida era la hechura de las que iban a ser en adelante sus imágenes titulares. Y esta hermandad no pudo elegir mejor, apostando por un joven Antonio Bernal que ya despuntaba en Córdoba.

Otro de los grandes aciertos que la bisoña corporación tuvo fue la de escuchar los sabios consejos de sus consiliarios, los sacerdotes Juan Valdés Sancho y Cristóbal Gómez Garrido, cuya pasión cofrade no podían ocultar.

Comenzaba la hermandad su andadura en 1993, aunque será en los años siguientes cuando apuntalen su existencia vital una vez fuese realidad tangible la veneración a sus «amantísimos» titulares, que vendrían a representar el trance evangélico en que Cristo muerto es desclavado y descendido de la Cruz, ante la rota presencia de su madre la Virgen María.

Quien escribe estas líneas, sin saberlo, se iba a convertir en testigo privilegiado de uno de aquellos episodios iniciales que se hallarán impresos en la memoria de los hermanos fundadores. Corrían los días otoñales de 1994 cuando una tarde me acerqué hasta el hogar de Cristóbal Gómez para empaparme de su infinita sabiduría. Aquella casa era muchas cosas además de vivienda familiar: confesionario, consultorio histórico, lugar de encuentro, sede de tertulias cofrades, etc… pero sobre todo era un hospital sacro, con su taller-enfermería, donde aquel virtuoso sacerdote sacaba el artista innato que escondía para restaurar a cuantas obras religiosas arribaban a sus aposentos.

Y como tal, aquel edificio no podía estar mejor situado en el callejero montillano, pues –como es sabido– configura la esquina de dos calles que la ciudad dedicó siglos atrás a santos enfermeros, San Luis de Tolosa y San Juan de Dios. Nada escapa a la providencia divina, porque aquel refugio de iconos religiosos heridos por el paso del tiempo que esperaban pacientes ser sanados por las manos de Cristóbal se iba a convertir en la primera «posada» montillana donde se hospedara la nueva imagen mariana de la hermandad jesuítica, hasta la llegada del día de su bendición.

Como era costumbre aquel sacerdote recibía las visitas en una sala que había a la derecha cuya ventana se abría a la citada calle San Juan de Dios. Allí, nos hallábamos cuando, echada ya la noche, de repente alguien llama a la puerta. El sacerdote se encamina hacia el zaguán. Al punto, una voz grave prorrumpió: –Padre Cristóbal, buenas noches, ya estamos aquí.

Entraron varios hombres que portaban un cuerpo envuelto en sábanas blancas. Él les indicó la sala donde habían de colocarlo, una habitación que estaba a mano izquierda de la entrada, junto a la escalera. Me acerqué para intentar ayudar, pero pronto me percaté de que no era necesario.

Una vez retiradas las telas apareció la bella silueta de una Virgen dolorosa. El rostro de aquellos cofrades lo decía todo, invadía el ambiente de aquella recoleta estancia la emoción contenida de un júbilo interior que atestiguaban sus brillosas pupilas. Para romper el silencio, el hermano mayor agradecía al consiliario su hospitalidad y todos coincidían en la excelencia artística y calidad humana del autor de la obra.

En aquel momento comprendí que había llegado a Montilla una nueva interpretación en la iconografía dolorosa de la Madre de Dios, un soplo de aire fresco que habría de ser el punto de inflexión en el panorama cofrade de la ciudad. María Santísima de la Encarnación, una inspirada creación de sublime expresividad barroca que aquella primera noche atraparía todas las miradas de quienes allí nos citó la providencia, una imagen «llena de gracia» que estaba llamada a cautivar los corazones de muchos cristianos. Desde entonces, el mío es uno de ellos.

* Artículo publicado en la revista Cruz de Guía, marzo 2017.