martes, 26 de abril de 2016

EL CRISTO DE LA YEDRA Y LA DEVOCIÓN DEL COMENDADOR*

Como atestigua esta instantánea, el Cristo de la Yedra formó parte
del elenco artístico que fue exhibido en una de las Exposiciones 
Nacionales de Arte, Industria y Artesanía, que tuvieron lugar
en los años centrales del siglo XX en nuestra ciudad. (Foto González)
Al hilo del artículo anterior, en el que tratamos la veneración de la que gozó el Cristo de la Yedra en las postrimerías del siglo XVII y toda la centuria siguiente gracias a la Congregación del Espíritu Santo, vamos a continuar profundizando en el pasado de este singular Crucificado que recorre las calles montillanas la mañana del Viernes Santo.
En esta ocasión, para conocer los orígenes del Santo Cristo de la Yedra nos adentraremos en los años de la fundación del Colegio Jesuita en Montilla y la implicación que tuvo en los prolegómenos de aquel acontecimiento Jerónimo de la Lama «el Ayo», a quien la II marquesa de Priego confió la tarea de asentar a los Jesuitas en el antiguo hospital de La Encarnación, personaje a quien está intrínsecamente ligada la hechura del Crucificado, según evidencian los documentos que hemos utilizado.
Por ello, antes de ocuparnos de la veneración y vicisitudes que rodearon al Santo Cristo jesuítico, cabe preguntarse quién fue «el Ayo» y su relación con la noble Casa de Priego y sus circunstancias históricas, donde coincidió con la figura esencial del Maestro Juan de Ávila.
El nombre completo del Ayo –como era conocido entre los montillanos– era Jerónimo Fernández de la Lama y Flores. Castellano de cuna, nace en Segovia hacia el año 1500, fruto de una relación extramatrimonial de la hidalga Juana de Flores con Gabriel Fernández de la Lama y Suazo, regidor de Segovia y Maestresala del rey Enrique IV de Castilla (hermano mayor de Isabel la Católica). En su adolescencia fue mayordomo del Obispo de Córdoba y de ahí pasó al servicio de la II marquesa de Priego, ya viuda del III conde de Feria, que lo designó preceptor de su primogénito, D. Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa[1].

En 1535 Jerónimo de la Lama fue armado Caballero de la Orden de Alcántara, y en 1543 recibe la encomienda alcantarina de la puebla de San Juan de Toro (Zamora), en el  Reino de León. Tras la repentina muerte del IV Conde de Feria, ocurrida en agosto de  1552, el Ayo quedará por consejero y curador de la marquesa Dª Catalina. Es por ello que la noble montillana le confiara la gestión de la reforma del antiguo hospital de La Encarnación para adecuarlo a residencia jesuita, así como para la edificación de la primitiva iglesia, ejecutada entre los años 1555 y 1558.

El cáliz del Comendador, una interesante pieza
 manierista de plata labrada, fechado en 1560, 
que se conserva en la Parroquia de Santiago 
procedente de los bienes jesuíticos que arribaron
a este templo tras la expulsión. (Foto Rafa Salido)
La gran afinidad que se fraguó entre los primeros Jesuitas y el Comendador fue clave para que éste decidiera construir una capilla y sepultura propias en el edificio de la calle Corredera. Con la autorización de la marquesa, la capilla fue alzada contigua y paralela al nuevo templo, con el que se comunicaba a través de un pequeño arco[2], quedando ubicada entre la iglesia y la sacristía. Debió estar en pleno uso en 1560, como atestigua el cáliz manierista de plata labrada realizado para el uso litúrgico de la misma y que aún se conserva en la Parroquia de Santiago. La valiosa pieza está profusamente decorada con motivos pasionistas y contiene en su basamento el escudo de armas de Fernández de la Lama y una leyenda que dice: «A/1560/MAN-DOLO-HAZER-ELCO-MEN-DA-DOR»[3].

Como es razonable, el Comendador ornamentó la capilla (única en la iglesia) con los bienes y enseres necesarios para el rezo y el culto litúrgico. Según la documentación manejada (que se expone más adelante), el Santo Cristo de la Yedra estaba ubicado en aquella capilla, por lo que no deja lugar a dudas considerar a Jerónimo de la Lama como persona que adquirió la hechura del Crucificado, con destino a presidir el altar de la que habría de ser su tumba, y que en adelante será usada como capilla sacramental por los Jesuitas.

Como relacionamos en el artículo anterior, la imagen guarda analogía con el taller del artista flamenco Roque Balduque ocupado por esos años en la construcción del retablo del Sagrario de la Parroquia de San Juan Bautista de Marchena, lugar donde pudieran haber coincidido el escultor y el Comendador, ya que en esta villa residía Dª María de Toledo, hija de la marquesa de Priego y esposa del II Duque de Arcos, Luis Cristóbal Ponce de León, señor de aquella población y patrono de sus iglesias. Además, hemos de recordar que Dª María de Toledo fue la fundadora del Colegio de los Jesuitas de Marchena (también llamado de La Encarnación), cuyas obras comenzaron en 1556.

Jerónimo de la Lama fallece en 1567. En sus últimas voluntades legó a los Jesuitas parte de sus bienes y un sustancioso donativo, como recoge el libro de la fundación del Colegio de Montilla, que se conserva en la Biblioteca Nacional de España: “Es digno de memoria en esta obra el Ilustre Caballero Hierónimo de la Lama Comendador y ayo que fue del Ilmo. Conde don Pedro hijo mayor de la marquesa el cual con el grande amor y afición que tuvo a la Compañía ayudó grandemente a la fundación y obra de este Colegio y como era administrador de la hacienda de la Marquesa y fiaba mucho de él pudo ayudar mucho en esta parte; y así lo hizo todo el tiempo que vivió, el cual está enterrado en la capilla que está junto a la sacristía; dejó a este Colegio en su testamento su tapicería y 200 ducados con muchas muestras del grande amor que en vida tuvo a la Compañía, por el cual debe este Colegio hacer memoria en sus oraciones y sacrificios como a tan benefactor de él. Murió este caballero el año de 1567”[4].

Tras la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, la capilla
del Ayo (también conocida como de Los Terceros), fue utilizada
 como oratorio de los maestros que asumieron la docencia
 de las escuelas jesuitas. Para ello, reubicaron el retablo
 de la Inmaculada, que se encontraba en la clausurada iglesia.
Allí permaneció hasta 1973, año en que fue trasladado a la
Parroquia de Santiago. (Foto Arribas)
Otro aspecto que no debemos olvidar es la familiaridad existente entre Jerónimo de la Lama y San Juan de Ávila, ya que ambos fueron consejeros de Dª Catalina y de sus descendientes, en lo temporal y en lo espiritual, como lo dejó escrito su coetáneo el franciscano Francisco de Angulo: “Tenía la Marquesa dos consiliarios hombres de gran valor, el uno el ayo Hierónimo de [la] Lama caballero noble y comendador de S. Juan, y el otro el Maestro Juan de Ávila religiosísimo por extremo. El primero gobernaba la hacienda y también, que era llamado comúnmente Padre de todos, y aun la misma Marquesa que se halló conmigo a su muerte me dijo que la sentía mucho porque había sido padre de sus hijos. El segundo le predicaba y trataba las cosas de su conciencia, espíritu y oración, para prueba de la gran virtud de entre ambos no es menester otro testimonio sino que con haber sido el uno señor absoluto de toda la hacienda y estado por muchos años murió más pobre que cuando lo tomó a cargo. Y el otro que si quisiera algo la medida fuera su boca acabó contento con el día y vilo en una pobre celdilla”[5].

La amistad existente entre ambos “consiliarios” quedó patente en la memoria del vecindario, que confiaba sus esperanzas al Santo Cristo ante adversidades tales como epidemias y sequías, como reflejan las actas del Concejo y de la Congregación en los siglos XVII y XVIII.

Los primeros testimonios de rogativas los encontramos en la epidemia de peste acaecida entre 1648 y 1651. En enero del último año los capitulares del concejo montillano  deciden “hacer una fiesta solemne con misa y sermón y música a el Santo Cristo que está en la iglesia de la Compañía de Jesús en la capilla que dicen del ayo donde hacía su oración el santo padre maestro Ávila, y no se ha cumplido con esta promesa conviene cumplirla y dar gracias a nuestro Señor que hizo merced a esta ciudad de librarle del contagio y espera que lo hará en adelante usando de su misericordia…”[6].

Como manifiesta este revelador testimonio, uno de los primeros devotos del Crucificado fue el propio maestro Juan de Ávila, residente en el Colegio jesuita durante varias temporadas en sus últimos años de vida, y gran amigo del Comendador. No es de extrañar que tanto el Maestro Ávila, como otros muchos sacerdotes se retirasen a ejercitar sus oraciones personales ante el Santo Cristo, máxime cuando a los pies de la Cruz se hallaba la urna sacramental que custodiaba el pan consagrado y, por tanto, la presencia real de Dios. En referencia a ello, tomamos el relato del historiador Fco. de Borja Lorenzo Muñoz: “El referido Señor de la Yedra, es una Sagrada imagen de Ntro. bien Jesucristo pendiente del Sacro Santo Madero de la Cruz, estaba en capilla propia de los Regulares, en ella fundaron una Congregación de (...). Y servía con fervor y devoción, su Majestad favoreció a cuantos contritos le claman y ha hecho muchos portentos y milagros, habiendo tradición de haberle hablado a distintos de sus siervos”[7].

Nuevos tiempos de sequía y estío amenazaban a los montillanos, por ello el Concejo de Justicia y Regimiento solicitaba a los Jesuitas la celebración de rogativas para que el Crucificado intercediera a favor de la población. Así volvió a suceder en marzo de 1683, cuando los capitulares acordaron solicitar “por los justos juicios de Dios Nuestro Sr. se adelantado el agua y de presente hace suma falta a los panes y sembrados y para que nuestro Sr. se apiade de nosotros el Colegio de la Compañía de Jesús desta ciudad con el piadoso celo que acostumbra deseamos se saque en procesión a el Santo Cristo de la Yedra del dicho Colegio a la Iglesia Mayor de esta ciudad el domingo que viene que se contarán veinte y ocho del corriente por la tarde a cuya procesión esta Ciudad a de asistir con sus luces”[8].

Firma ológrafa de Jerónimo Fernández de la Lama y Flores (1500? – 1567),
Ayo del IV Conde de Feria, Caballero y Comendador de la Orden de Alcántara.
Del mismo modo, existen noticias de las rogativas que se hicieron al Cristo de la Yedra ante los meses áridos padecidos en el invierno y primavera de 1698, durante los cuales se celebraron dos novenarios en el mes de mayo, el primero sufragado por la Congregación del Espíritu Santo y el segundo por el Ayuntamiento. Para la celebración de estos cultos extraordinarios “el Secretario de la Congregación fue de parecer, que se pidiese licencia al Padre Rector (que era el P. Francisco de Vides) para que el Sto. Xto. se colocase en el altar mayor” y una vez concluidos fue “colocado en su altar, y todo él y la capilla compuestos para hacerle fiesta el día siguiente”. Según describe el secretario de la Congregación, durante todo el mes de mayo no dejó de llover “se mejoraron los campos, y aseguró la cosecha”[9].

En 1703, ante la inclemente sequía padecida, se volvió a implorar la lluvia al Crucificado, se organizó un novenario de misas de Pasión y otras tantas misas votivas cantadas que se prolongaron entre los días 11 y 31 de mayo. Para la ocasión “la Congregación del Espíritu Santo pidieron al Padre Rector de este Colegio que el Sto. Xto. de la Yedra se colocase en el altar mayor, y habiendo este consultado con los Padres, vino en que se colocase, y así se hizo. […] En dichos días estuvo el Señor (el Sto. Xto.) descubierto por la mañana, tarde, y noche hasta las 8, o 8 y media, se rezaba el Rosario, y Letanía mayor. Y el día 31 del mismo mes se volvió a colocar en su capilla, y el viernes, 1º día de junio, se le hizo fiesta en ella”[10].

Dado el gran fervor que impregnó en la población, los Jesuitas decidieron colocar al Cristo de la Yedra en la iglesia de forma permanente y así acercarlo más a los devotos y congregantes. Como ya indicamos en el anterior artículo, entre 1703 y 1706 se construyó un excelente retablo barroco que ocuparía el privilegiado colateral de la epístola en la capilla mayor. El mismo año de su nueva ubicación las autoridades locales, ante la falta de lluvias, vuelven a solicitar a los Jesuitas unas rogativas con la celebración de una fiesta de misa y sermón al Crucificado[11].

Ya entrado el siglo XVIII, en abril de 1734 los montillanos volvieron a solicitar la intercesión divina del Cristo de la Yedra para hacer frente a la endémica sequía que asolaba la campiña cordobesa. En esta ocasión el Crucificado salió en procesión por las calles de la ciudad, a solicitud  de “Dn. Juan de Pineda, Corregidor, Dn. Josef de Herrera Quintanilla, Contador Mayor, y otras personas, con grande instancia pidieron, que el día siguiente sacásemos el Sto. Xto. en la Doctrina; y habiendo parecido conveniente el concederlo, se determinó, que sin alguna de las formalidades de Procesión, y sin que se permitiesen ir nazarenos, ni otros con públicas penitencias, saliese la Doctrina en la misma forma que siempre, y se llevase el Señor cerrando la Doctrina: y así se ejecutó, yendo en el último tercio de ella 1º el estandarte de la misma Doctrina, que llevaba el Corregidor, acompañado del Contador, y Capitulares. […] Así se hizo esta Doctrina, día 11 de abril, con gran concurso de todos el pueblo: y concluida, se volvió el Señor a poner con las andas al lado derecho del altar mayor, donde estuvo con luces hasta la mañana del jueves 15, y cerca de medio día se restituyó a su altar”[12].

Al mismo tiempo que tenían lugar estos cultos extraordinarios de misiones populares y rogativas, el Cristo de la Yedra gozaba de varias fundaciones y memorias religiosas perpetuas dotadas por devotos particulares, que legaron al Crucificado ignaciano parte de su patrimonio para el cumplimento de sus intenciones.

Así, hallamos en noviembre de 1667 en el testamento de Antonio de Aguilar Cabello, alcalde ordinario de Montilla y fundador del Colegio de la Concepción, una cláusula que recoge el deseo de fundar “otra fiesta solemne con su misa y música que se ha de decir en la capilla y altar del Santo Cristo que está en el Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad en uno de los días de Pascua del Espíritu Santo de cada un año perpetuamente para siempre jamás lo cual se a servir si se pudiere en el siguiente día de Pascua referida y a de asistir como dicho es la música de cantores y el dicho nuestro heredero ha de pagar al Colegio de la Compañía de Jesús en cada un año perpetuamente para que más bien se cumpla dicha fiesta”[13].

Año de 1940, el Cristo de la Yedra por la Puerta de Aguilar nos recuerda una de las estampas típicas del Viernes Santo montillano, donde aún era procesionado sobre sus primitivas andas.

Otra importante dotación fue fundada por Dª María de Rojas, vecina de la calle Escuelas, en junio de 1673, donde asienta en escritura pública su voluntad de: “Que por cuanto para más bien servir a Dios Ntro. Señor y que vaya en aumento de su culto divino ha sido y es voluntad de dotar una misa cantada con su música perpetua para siempre jamás que se ha de decir en el altar del Santo Cristo crucificado que está en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad en su capilla el último día de los siete Reviernes por cuya limosna se ha de dar y pagar a el dicho Colegio cien ducados por una vez”[14].

Una tercera obra pía será instituida en enero de 1734 gracias a la viuda Dª Catalina de Toro, vecina de la calle Aleluya, que donó “una hazuela de tres celemines y medio de tierra libre de censo en el sitio de la cañada del corral arrimado a las casas de la salida de la calle Melgar, la cual mando al colegio de la Compañía de Jesús desta ciudad con la previa condición y calidad que dicho colegio ha de tener obligación todos los años de hacer decir por mi ánima e intención en el altar del Santo Cristo de la Yedra que se venera en dicho colegio una misa de réquiem cantada en el día de la conmemoración de los difuntos”[15].

Al igual que los devotos antes citados, el Santo Cristo de la Yedra recibió numerosos donativos de los montillanos a través de sus mandas testamentarias, unos destinados a la conservación de su altar y capilla o a colaborar en el pago de su nuevo retablo, y otros para el consumo de la cera en sus cultos o el aceite de su lámpara; cuyas citas literales de tales disposiciones omitiremos por motivos de espacio.

En el siguiente artículo trataremos sobre el «santo Crucifijo del Maestro Ávila», también llamado «Cristo del Perdón», y la confusión creada a partir de las imprecisas noticias y conjeturas ofrecidas por el jesuita Bernabé Copado en su libro La Compañía de Jesús en Montilla (Málaga, 1944), que –como ya anticipamos– atribuyó la propiedad del Cristo de la Yedra al Maestro de Santos. Como evidencia la documentación presentada en este estudio, el origen e historia del Crucificado que recorre las calles montillanas la mañana del Viernes Santo difiere de tales versiones.

*Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, abril de 2016. 




[1] Archivo Histórico Nacional (AHN). OM-CABALLEROS ALCANTARA, Exp. 771.
[2] A la llegada de los Franciscanos, en 1796, fue denominada “capilla de Los Terceros”. Según un inventario de 1914 su planta rectangular tenía unas medidas de 15,5 metros de largo por 4 de ancho, y poseía tres altares.
[3] Varios son las incógnitas que guarda el cáliz en su ornamentación a buril. En la base exhibe tres «T», ¿en referencia a los Terceros franciscanos o a los Teatinos jesuitas? Además, durante la sesión fotográfica que mi buen amigo Rafael Salido ha efectuado a la pieza, hemos detectado bajo el anillo estriado existente en el basamento una inscripción oculta por un rayado sucesivo, la cual hemos conseguido descifrar. El resultado ha sido otro nombre: «ANDRES PEREZ DE BUENROSTRO», ¿un posible orfebre o hace alusión al canónigo arcediano de la Catedral de Córdoba, coetáneo del Comendador?
[4] Biblioteca Nacional de España (BNE). Libro del origen y principio deste Colegio de Montilla y de las cosas dignas de memoria que en él han sucedido, y en el discurso de los tiempos fuere sucediendo lo qual ordena así la santa obediencia para consuelo de los presentes y venideros y para otros santos fines. Comenzose a escribir a ocho de Noviembre de 1578 años. Mss/8812.
[5] ANGULO, Fr. Francisco de: Fundaciones de los conventos de S. Esteuan de Priego y de Sant Lorenço de Montilla. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque de Montilla (FBMRL). Ms. 313, f. 199v.
[6] Archivo Histórico Municipal de Montilla. Actas Capitulares. Libro 14, fol. 215 v.
[7] LORENZO MUÑOZ, Francisco de Borja: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Año 1779. (FBMRL). Ms 54, pág. 45.
[8] Archivo Histórico Municipal de Montilla (AHMM). Actas Capitulares. Libro 17, fol. 742 v.
[9] BNE. Libro del origen y principio deste Colegio de Montilla…
[10] Ibídem.
[11] AHMM. Libro 20, fols. 71 v - 72 r.
[12] BNE. Op. cit.
[13] Archivo Notarial de Protocolos de Montilla (ANPM). Escribanía 5ª. Leg. 245, f. 773.
[14] ANPM. Escribanía 7ª. Leg. 1235, f. 654.
[15] ANPM. Escribanía 5ª. Leg. 891, fols. 9 v – 10 r. [Año 1734].

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