jueves, 17 de marzo de 2016

DE NUEVO, UN MARTES SANTO.*

En la Semana Santa, las cofradías rememoran la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Desde sus orígenes, allá por el siglo XVI, en la Semana Mayor montillana han procesionado imágenes que reviven los momentos penitenciales que Jesucristo sufrió hasta su Muerte.

Todas ellas guardan una simbología en común: la Cruz, emblema primordial en la cristiandad y de condición muy especial, en los días de la Semana de Pasión. Todas las escenas que recogen  las últimas horas de vida de Cristo trascurren en torno a la Cruz.

De ahí el origen de las celebraciones litúrgicas de Semana Santa, donde, cada Viernes Santo la Iglesia dedica los oficios del Triduo Sacro a la Adoración de la Santa Cruz, único icono que los católicos adoramos el día en que dejó de palpitar el corazón del Nazareno.

Si hacemos memoria, vemos como la Semana Santa cofrade, nace para dar culto a la Cruz, a la Santa y Vera Cruz de Cristo, donde, la noche anterior a las celebraciones litúrgicas en honor al Sagrado Madero, los cofrades vivificaban los suplicios y penitencias a que fue condenado Jesucristo antes de su partida camino del Calvario.

Como sucede en otras muchas poblaciones de la geografía española, en nuestra ciudad existe una serie de imágenes que, generación tras generación, han sido referente veneracional de los sagrados días de la pasión y muerte de Cristo. Por esto, el acervo sacro local conserva un buen número de efigies que forman parte de la identidad de sus vecinos. Son imágenes que han calado en la fe de no pocas generaciones de montillanos y por ello son referente popular de nuestra Semana Santa.

¿Qué montillano no conoce a Jesús Preso, a Jesús Nazareno o a la Virgen de la Soledad? ¿Qué montillano ha sido indiferente a participar o contemplar estas imágenes por las calles un Jueves o Viernes Santo?. ¿Quién no ha querido vivir en primera fila El Prendimiento en la plaza de la Rosa, o la Bendición a los Campos en el paseo de Cervantes?

Este tipo de actos son propios de la identidad montillana, están por encima de toda moda y de toda situación social. Estas imágenes y sus procesiones son herencia del pasado, de la tradición y de la forma de ser de los montillanos. Porque sin ellas, no se concibe plasmar en las retinas de nuestra memoria una Semana Santa, que no es más que la huella y el testimonio de la fe y devoción que nos legaron nuestros mayores.

En Montilla, Cristo es prendido en la plaza de la Rosa, en San Agustín carga con la Cruz sobre sus hombros y es custodiado por los centuriones romanos, sale al campo a su paso por el Coto, y sube la calle de la Amargura, Juan Colín arriba. A la caída de la tarde, es trasladado para su Santo Entierro, estando en todo este tránsito, siempre acompañado de su Madre, traspasada de dolor.

Estas primitivas imágenes, recorrieron sobre andas y bajo palio de ocho varas, las calles de Montilla en los siglos pasados. Pero entre ellas lleva medio siglo faltando una, se trata del Santo Cristo de Zacatecas.

¿Quién no conoce en nuestra ciudad al Crucificado de Zacatecas? ¿Quién no ha escuchado de sus padres o abuelos el fiel testimonio del recuerdo de verlo en procesión por las calles montillanas en Semana Santa?

El monte Calvario está incompleto. Porque en Montilla, Cristo es crucificado en la parte alta de la ciudad, tras la muralla de la que fuera su fortaleza. En el templo matriz, expiró después de pronunciar sus últimas Siete Palabras. Desde 1576 la crucifixión de Cristo se ha rememorado en nuestra ciudad a través de esta imponente imagen.

En la retentiva de muchos paisanos y vecinos parece que fue ayer cuando vieron volver por la esquina de su calle al Crucificado mejicano, socorrido por su Madre, que a los pies de aquel madero, asistía impotente a la muerte de su unigénito.

Fue aquella la oscura noche de Martes Santo de 1954,  tan sólo  iluminada por la creciente luna de la pascua judía y por los cientos de cirios de los devotos que iluminaban el camino hacia el Gólgota. El Señor Zacatecas vería por última vez las empedradas y enlutadas calles montillanas, bendiciendo a su paso a aquellos benjamines, que boquiabiertos dirigían su sincera mirada al noble e impresionante rostro del Crucificado.

Aquellos infantes de ayer son hoy nuestros padres y abuelos, los que aún  mantienen en la retina de su memoria tantas y tantas costumbres y escenas perdidas ya en nuestros días de Semana Santa.

Este presente año, quizá recuerden con nostalgia aquellos días de chiquillería tras los romanos, tomados de los brazos de sus padres para ver El Prendimiento o para recibir las bendiciones del Nazareno. Nuestro deseo para que este año revivan su mismo pasado al ver por las calles de Montilla al Cristo de Zacatecas, de nuevo, un Martes Santo.

*Artículo publicado en la revista local Viernes Santo, año 2006.

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