jueves, 22 de marzo de 2012

NUEVAS NOTICIAS HISTÓRICAS SOBRE LA VENERACIÓN A NUESTRA SEÑORA DEL SOCORRO EN EL SIGLO XVII

Actual imagen de Ntra. Sra. del Socorro
 Hace algo más de seis años, exactamente el domingo 11 de diciembre de 2005, era bendecida la nueva imagen de Ntra. Sra. del Socorro. Puso nuevo rostro a tan antigua advocación el artista cordobés Antonio Bernal y la nueva efigie dolorosa fue ungida para el culto público por el Ilmo. Sr. Fernando Cruz-Conde y Suárez de Tangil bajo el padrinazgo de los Condes de Prado Castellano.

Para aquella ocasión, en esta misma revista, recopilamos las referencias históricas que hallamos sobre este centenario título de la Madre de Dios en nuestra ciudad, ensayamos sobre sus probables orígenes italianos y su llegada hasta tierras españolas de manos de las huestes del Gran Capitán.

En nuestra incesante búsqueda del pasado montillano, hemos localizado nuevas reseñas que delatan la fervorosa veneración que la Mater Dolorosa de la Vera Cruz tuvo en la segunda mitad del siglo XVII.

Entre 1665 y 1675 hubo en Montilla una intensa renovación de las cofradías penitenciales. En estos años se sumaron a las procesiones de Semana Santa las imágenes del Cristo de la Humildad y Paciencia, en el cortejo de la Concepción Dolorosa el Miércoles Santo; la Santa Cena, el Cristo de las Prisiones y la Magdalena, en la Vera Cruz el Jueves; el Cristo Amarrado a la Columna, que acompañará desde entonces a las Angustias tras la escisión de la Soledad, que ya por la noche del Viernes Santo la naciente cofradía saldrá con las nuevas efigies, realizadas en Granada, del Santo Entierro y la Virgen. Todas estas incorporaciones completarán el acervo cofrade local que permanecerá invariable hasta bien entrado el siglo XIX.
Por estos años también aparece en el panorama cofrade un nuevo concepto orgánico  sobre de la tutela de las imágenes sagradas que recibían culto. Nacen hermandades autónomas de la cofradía matriz, y por tanto, sujetas a sus Reglas aprobadas por la Autoridad Diocesana, que tienen una misión específica dentro del organigrama de dicha cofradía, y un cupo limitado de componentes. Ello conlleva a las hermandades la recopilación de unos reglamentos propios, ceñidos al compromiso que se fijan. Estos reglamentos son aprobados por el hermano mayor y consiliario de la cofradía pertinente, y elevados a escritura oficial ante escribano público. Entre otras modalidades, se crean hermandades de luz, de portadores de andas, o de palios de respeto, donde un número determinado de personas se comprometen a alumbrar, portar o cubrir a la imagen de su devoción en las procesiones que realice públicamente.

Tal es el caso de Lorenzo Ximénez Hidalgo, Melchor Alcaide, Juan de Luque Crespo, Juan de Toro y Francisco de Cea, todos cofrades de la Vera Cruz y devotos de la Virgen del Socorro, que se ofrecieron al hermano mayor, Cristóbal Ramírez de Aguilar, el 3 de mayo de 1668, festividad de la Invención de la Santa Cruz, y ante notario acordaron “sacar el palio de la Madre de Dios en la procesión de la Santa Vera Cruz”[1]. Del mismo modo, se comprometieron de forma vitalicia en “dar trece hachas y buscar personas que las saquen en dichas procesiones” y así ampliar el tramo de hermanos de cirio que alumbrasen el camino de la Virgen. En contraprestación, el hermano mayor se comprometía a conseguir el mismo número de hermanos para que alumbrasen con otros tantos cirios. Estos cinco cofrades, se implicaron asimismo en demandar donativos para la cofradía durante el mes de mayo de cada año, y sufragar así los gastos que causaran el paso y palio de la Señora del Socorro.


Capilla del Señor de Zacatecas en  Santiago. Mitad del siglo XX.
Pero el fervor mariano en la ermita de la Vera Cruz se propaga avivadamente, y unos meses más tarde, el 18 de febrero de 1670, casi medio centenar de hermanos de la cofradía, entre los que se encontraban los citados arriba, se reúnen para crear una hermandad que diera cobertura a los fines votivos y cargas económicas del paso y palio de la Dolorosa que cerraba la procesión matriz de los disciplinantes. El oficio notarial recoge más de cuarenta nombres de montillanos, que declararon ser “hermanos de la Santa Vera Cruz y de Nuestra Señora que sale en la procesión que se hace los Jueves Santos por la tarde de la ermita de la Santa Vera Cruz desta ciudad en la cual sale la Reina de los Ángeles Madre de Dios Señora Nuestra”[2].

Los comparecientes implicaron sus vidas y sus bienes, y al unísono expresaron en favor de la Dolorosa del Socorro su devoción y compromiso. Para ello, rubricaron su vínculo anual “de sacar en dicha procesión de los Jueves Santos por la tarde todos los días y años de su vida a su divina majestad y su palio en la cual han de sacar de todo lo necesario a su costa todas las veces que se ofrecieren y tuvieren necesidad de ello dicho palio y así mismo de sacar en dichas procesiones quince hachas de cera que vayan alumbrando a su divina majestad en dicho paso”[3].

Al igual que el acuerdo rubricado dos años antes, los firmantes correrían con los gastos de los cultos y procesiones de la Virgen del Socorro, y daban potestad al hermano mayor de la cofradía para reemplazar sus cargos y sitios dentro del cortejo procesional, en caso de incumplir el reglamento prometido.

Este grupo de hermanos no sólo atendió a su compromiso con la cofradía matriz, también acordaron entre ellos sufragar y celebrar una misa cada vez que falleciera un componente de la hermandad, como también acompañar al difunto con “cuatro hachas para alumbrar en su dicho entierro”. Igualmente, podían elegir un tesorero, denominado “censuario”, que administrara los donativos y cuotas de los hermanos, como también gozaban de autonomía para que “cada vez que muera cualquiera de dichos hermanos de poder nombrar otra persona que entre en lugar de dicho difunto para que cumpla por ello contenido en esta escritura”[4].

No fueron estas las únicas ocasiones en que se crearon hermandades en torno a las imágenes veneradas en la ermita de la Vera Cruz. Tenemos constancia documental de la existencia de varias hermandades más instauradas para rendir culto al Cristo de las Prisiones, al Ecce Homo, al Amarrado a la Columna, a la Magdalena y, cómo no, al Santo Cristo de Zacatecas, titular de la cofradía.

Con el paso del tiempo, estas corporaciones surgidas al amparo de la Cofradía matriz de la Vera Cruz, serán la única alternativa a las constantes censuras que sufre la antigua cofradía penitencial a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, en que son prohibidas en España las procesiones de sangre y suprimidas las cofradías de flagelantes. A causa de estas circunstancias históricas se convirtieron en las herederas de la matriz y, por ende, las consecutivas del mantenimiento y culto de estas centenarias imágenes, para que así no se apagara la llama viva de la fe y la tradición que encierra cada una de las efigies de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que durante siglos evangelizaron a todas esas generaciones de montillanos que nos legaron la identidad y personalidad de nuestra Semana Santa.


Anterior imagen de Ntra. Sra. del Socorro, que procesionó el Martes Santo durante algunos años de la década de 1970


Como colofón a este breve trabajo histórico sobre la veneración que siglos atrás tuvo la bendita Madre de Dios del Socorro –como ya era denominada–, es nuestro deseo cerrar con un extracto de las líneas manuscritas de uno de los historiadores locales más rigurosos que ha tenido nuestra ciudad, Francisco de Borja Ruiz-Lorenzo Muñoz,  que así describía en 1779 a la cofradía de la Santa Vera Cruz:
“Su fundación y origen no consta, pero si hay sólidas enunciativas y tradición de ser casi del mismo tiempo de la Parroquia y conquista. Se ve en ella radicada una muy antigua cofradía que nombran de la Vera Cruz, cuyo entablamento tampoco consta, solo si hay corriente noticia que la Sagrada Imagen de Nuestra Señora, que ahora titulan Soledad, se decía y le llaman del Socorro, y es antiquísima y origen de ello. […]

Tomó la Cofradía por su instituto el culto al Señor y su bendita Madre, como lo dan con todo esmero. Sacan al año dos procesiones, la una Jueves Santo en la tarde, es de penitencia y sacan en remembranza de la Sagrada Pasión. Primer paso de Jesús cenando con sus discípulos; segundo, a Jesús en sus prisiones; tercero, a Jesús amarrado a la columna; cuarto, cuando se vio en el pretorio de Pilatos; quinto, cuando le crucificaron y último que va su amantísima Madre traspasada de dolor de verle, pero tan hermosa y misericordiosa que da todo consuelo.”[5]


[1] Archivo de Protocolos Notariales de Montilla (APSM). Leg. 1039, f. 201.
[2] APSM. Leg. 848. f. 73.
[3] Ibídem.
[4] Ibíd.
[5] LORENZO MUÑOZ, Francisco de Borja: Historia de Montilla. MS., 1779.

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