jueves, 23 de diciembre de 2010

PEDRO DUQUE CORNEJO Y LA VIRGEN DE LA ROSA

A Rosa María, mi hermana, de cuyo vientre ha brotado la flor de la maternidad

Hijo, sobrino y nieto de artistas, Pedro Duque Cornejo y Roldán está considerado por los especialistas como el máximo exponente del barroco andaluz en el siglo XVIII.

Nacido en Sevilla, en 1678, es fruto de la unión matrimonial del escultor José Duque Cornejo y la pintora Francisca Roldán Villavicencio, hija del maestro Pedro Roldán y hermana de Luisa, La Roldana. Desde temprana edad frecuenta el taller del abuelo, donde trabajan sus padres, iniciándose así en el conocimiento de las artes plásticas,  envuelto de las aportaciones y consejos familiares que marcarán su etapa formativa.

Heredero de la prestigiosa estirpe artística que la familia Roldán consolida durante la segunda mitad del siglo XVII en Andalucía, en los primeros años de la centuria siguiente Duque Cornejo comienza a trabajar con taller propio en esta ciudad, de donde salen sus primeros trabajos de importancia destinados para Córdoba. Arquitecto de retablos, escultor, pintor y grabador, su dilatada producción artística le hace tener una vida itinerante, y aunque mantiene el taller en su tierra natal también trabaja en Granada y Madrid, ya que es nombrado Estatuario de Cámara del Rey[1].

La bella efigie de Ntra. Sra. de la Rosa, ejecutada por Duque Cornejo en 1720
Hasta su taller sevillano se dirige un buen día de 1719 el presbítero montillano Esteban Gabriel de los Santos y Olivares, que ejerce de Protonotario Apostólico en aquella ciudad, para hacerle el encargo de una imagen de Nuestra Señora del Rosario de talla completa, estofada y policromada. El motivo de esta adquisición no es otra que los frutos espirituales que habían emanado de la misión apostólica exhortada por el Padre Nieves sobre los misterios del Santo Rosario, que tuvo lugar en la ermita de San Antonio de Padua y que su organización corrió a cargo del Ldo. Santos y Olivares, que era capellán y patrono del Vínculo y Mayorazgo familiar que mantenía el culto y la conservación del desaparecido oratorio[2].

Esta pequeña ermita se iba a convertir en la primera sede canónica de la tercera hermandad en Montilla que rendirá culto a la Stma. Virgen mediante el rezo del Santo Rosario. A la nueva cofradía le fueron aprobadas sus Constituciones y Reglas el 21 de mayo de 1720 por el obispo Marcelino Siuri “que se mandó sentar por hermano”. En pleno fervor mariano, durante el transcurso de ese año, llegaba desde Sevilla la nueva imagen que “se trajo encajonada y remitida por Cornejo su Artífice en derechura al dicho Don Esteban y a la Iglesia [de San Antonio] en la cual se desclavó el cajón en que venía y se colocó en el Altar…” concitando el interés y la presencia de todos los hermanos en la ermita el 23 de diciembre de ese año.

Pero el entusiasmo inicial de la nueva hermandad se ve menguado por la denuncia que la cofradía matriz rosariana, radicada en la Parroquial de Santiago, interpuso a ésta, ya que no admitía más título del Rosario en la ciudad que el su imagen titular. Este hecho derivó en un largo y gravoso pleito de quince años, que finalmente fue resuelto a solicitud del mismo Estaban Gabriel de los Santos, que obtuvo autorización de Roma para suspender los litigios entre ambas corporaciones religiosas, mediante el acuerdo de celebrar un cabildo abierto a todos los vecinos de la ciudad para cambiar la denominación a la efigie tallada por Duque Cornejo. Corría el año 1735 cuando se reunieron en la desaparecida ermita de San Antonio el Vicario de Montilla, el guardián de San Francisco, el prior de San Agustín, el corregidor y regidores locales, junto con los hermanos oficiales de ambas cofradías. Para proceder a la elección del nuevo título se introdujeron en una cesta más de veinte papeletas con advocaciones marianas, sin introducir la nominación del Rosario; la cesta fue agitada por el Notario de la cofradía de la Parroquial “y se la entregó a el dicho Sr. Vicario quien habiéndolas tapado con su manteo pidió y rogó al R.P. Guardián de Señor San Francisco entrase la mano para sacar la cédula del título que dicha sacratísima imagen había de tener, quien se excusó con no muy pocas lágrimas, hizo lo mismo con los demás Reverendos Prelados los que con la misma ternura no se atrevieron, y volviéndoselo a suplicar al citado Padre Guardián y aún mandándoselo bajo de santa obediencia, lo ejecutó y sacó con la admiración de todos el título de Rosa, con lo cual se acabó el pleito, con sólo largar tres letras…”

Todos estos datos que vamos desgranando aparecen en un Memorial manuscrito que hemos localizado en el Archivo General del Obispado de Córdoba[3], remitido por los herederos del Protonotario Apostólico al Obispo de la Diócesis, que representados por D. Gonzalo Vaca y Lainez detallan a lo largo de diez puntos la trayectoria de la cofradía, desde su fundación en 1719 –a raíz de la misión arriba citada– hasta la traslación de la imagen titular de la Stma. Virgen a la nueva ermita, que se está construyendo en la plaza pública, junto a las Casas Capitulares, desde 1758.

Es precisamente este traslado y cambio de sede canónica el que motiva la redacción del citado Memorial, ya que existe una fuerte división entre los cofrades. Un sector se opone al cambio de iglesia y otro, por el contrario, lo defiende a la par que financia la construcción del nuevo templo. Dentro del grupo que se resiste a que la Virgen de la Rosa salga de la ermita de San Antonio se encuentran los sucesores de Esteban Gabriel de los Santos –y suscriptores del Memorial– que a su vez son los patronos del Vínculo y Mayorazgo, propietarios de la ermita, y fundadores copatrocinadores de la cofradía, que proponen la ampliación del pequeño templo de la calle Don Gonzalo.

Detalle de la peana angelical de la Virgen de la Rosa
Finalmente, el obispo ordena celebrar un nuevo cabildo abierto para que todos los hermanos valoren y voten ambas opciones. Acabada la reunión resulta ganadora la de trasladar la imagen y cofradía a la nueva ermita[4]. Elección que se lleva a efecto el segundo domingo de noviembre de 1763, cuando la procesión anual de la fiesta a la Virgen de Rosa sale de la ermita de San Antonio, visita el convento de San Agustín –como tenía por costumbre desde la primera vez que procesionó en 1726[5]– y concluye en la nueva ermita de la Plaza pública, que en adelante pasaría a nombrarse popularmente de La Rosa.

Hoy, casi tres siglos después de la fundación de la cofradía de la Rosa y del acertado encargo que formalizara el presbítero Don Esteban Gabriel de los Santos y Olivares con el acreditado artista Pedro Duque Cornejo y Roldán, para tallar la bella imagen barroca de la Virgen María rezando el Rosario, hemos tenido el honor de hacer pública esta gran noticia que esclarece la autoría de dicha obra, y nos confirma la calidad del patrimonio histórico montillano. Este dato incitará en adelante a los especialistas en la Historia del Arte barroco andaluz, y sobre todo a los biógrafos del artífice hispalense, que podrán añadir nuestra Virgen de la Rosa al inventario de sus más significadas obras, tales como  La Magdalena Penitente de la Cartuja de Granada, El Apostolado de la basílica de las Angustias de esa ciudad, el grupo de esculturas realizadas para el monasterio cartujo del Paular, en Madrid, las diversas obras que se conservan en la catedral de Sevilla –Justa y Rufina, Leandro e Isidoro– entre otras tantas repartidas por los templos de la capital andaluza, y cómo no, a su póstuma obra: La sillería del coro de la catedral de Córdoba, en la cual le sorprende la muerte el 3 de septiembre de 1757, unos meses antes de concluir la monumental empresa a la que había consagrado los nueve últimos años de su vida. Como reconocimiento a su labor, el Cabildo Catedral acuerda costear su entierro, quedando su cuerpo exánime abrazado para siempre por la tierra cordobesa, en una sepultura al pie del facistol del majestuoso coro[6], donde permanece flanqueado por el más importante de sus trabajos.

FUENTES

[1] PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso: La España del Barroco, pp. 75–76. En Historia del Arte Español, Vol. VII. Barcelona, 1996.
[2] MORTE MOLINA, José: Montilla. Apuntes históricos de esta ciudad (2ª edición). Montilla, 1982. p. 101.
[3] Archivo General Obispado de Córdoba (AGOC). Despacho Ordinario. Leg. 35. Sig. 7271/03.
[4] AGOC. Op. Cit.
[5] Archivo Parroquial de Santiago de Montilla. Libro de Arancel y Decretos parroquiales, s/f.
[6] ORTI BELMONTE, Miguel Ángel: La Catedral – Antigua Mezquita y Santuarios Cordobeses, pp. 195–215. Córdoba, 1970.

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